sábado, 7 de abril de 2012

Saltos hacia atrás.

Lo primero que hizo Omega después de leer el mensaje que la citaba en el despacho de sus jefes fue maldecir por lo bajo. Recogió su mochila negra, se ató el pelo en una cola de caballo y se apresuró hacia el centro vital de la CPTH, la Comisión para la Protección del Tiempo y la Historia.
Detestaba el secretismo, como todos los agentes de la Comisión, aunque rara vez debían soportarlo: muchas de sus misiones eran cuestiones tan triviales que no merecían siquiera la reunión de los agentes con sus superiores, simplemente con sus compañeros de viaje. Normalmente eran mensajes cortos, con un nombre, un lugar y una fecha. El nombre y el lugar rara vez cambiaban, sin embargo, las fechas eran tan diferentes entre sí que casi siempre tenían que apuntarla junto con el código del mensaje para que las máquinas con las que trabajaban funcionasen. Omega recordó el largo código que había tenido que introducir solo para viajar al año 1793 para asegurarse de que la reina María Antonieta fuese ejecutada. Aunque, por supuesto, tuvo que desplazarse desde el norte de España hasta París, algo que sin duda hubiera preferido hacer en el pasado, y no en su presente.
Se introdujo en su aerodeslizador, con la forma de una cápsula de cristal y suelo de acero, e introdujo la dirección a la que quería ir. Se arrellanó en el asiento con las piernas estiradas y fue descartando las posibles misiones que se le ocurrían. ¿Independencia de aquel país que después se llamaría Estados Unidos? No, demasiado lejos. Le harían ir primero hacia el continente americano, de eso estaba segura. ¿Asegurarse de aquel pintor llamado Goya realmente retrataba el país de la época? No, Gamma se había ocupado ya de ello. Suspiró: aquello de no tener idea de lo que podía ser la incomodaba.
Cuando por fin llego, empujó la parte acristalada de su vehículo hacia arriba, y antes de que esta abriera en lo máximo saltó al exterior. Entró apresuradamente en la gran cúpula de cristal, su lugar de trabajo, y saludó a los guardias. Observó las gigantescas pantallas de televisión de las paredes, cada una tenía los informativos en diferentes idiomas, algunas fechas variaban en horas e incluso en el día, tal era el caso de los informativos neozelandeses, pero todas mostraban el mismo mes y año: mayo de 2958.
Vio que un ascensor abría las puertas en un extremo del gran vestíbulo, así que corrió en dirección a él. Sonrió a los compañeros con los que compartiría elevación, miró su reloj y gruñó por lo bajo. Los demás sonrieron: todos sabían lo que era trabajar con prisas.
Después de una eternidad, el ascensor se detuvo en su planta, y Omega salió con paso firme. Miró a la secretaria, afanada en limarse las uñas (los ancianos decían que había cosas que nunca cambiarían), y carraspeó. La mujer levantó la vista sobre sus gafas y le hizo un gesto para que entrara en el despacho.
Omega ni siquiera llamó a la puerta, simplemente entró y se acercó a la mesa del director de su sección en la CPTH.
-¿Quería verme, señor?
Un hombre de espaldas anchas embutido en un traje completamente negro hizo un gesto con la mano para que Omega se sentara. Y esta obedeció.
-¿Tienes idea de por qué has venido hoy?
-Dudo que haya llevado mis tareas de un modo incorrecto, jefe.
El hombre rió sin ganas y se dio la vuelta. Atravesó a Omega con unos ojos bondadosos, que nada tenían que ver con su aspecto corporal.
-Doy fe de que no ha sido así, Omega. Al contrario, estás aquí precisamente por eso, porque eres una de mis agentes más eficientes, y eso es precisamente lo que necesitamos en esta misión: eficiencia-se sentó en su escritorio enfrente de ella, desplazó su ordenador portátil a un lado y luego comprobó algo en su teléfono móvil. Omega esperó paciente: precisamente era una de las cualidades que se le pedían a una agente de la CPTH.
El hombre levantó la vista y observó a la muchacha, que comenzaba a preguntarse el por qué de hacerla esperar ahora, y sin embargo haberle metido tanta prisa cuando estaba en su apartamento.
-¿Qué sabes del siglo XX?-inquirió por fin el hombre. Omega hizo memoria.
-No demasiadas cosas. Inicios de la Primera y Segunda Guerra Mundial, hundimiento de aquel buque… ¿Titanic? Teorías de la relatividad de Einstein, eh…-dudó un momento. ¿Realmente su jefe la sometía a un examen?-¿Por qué?
-Bien, bien-la sonrisa del hombre la descolocó. Sí, la había sometido a un examen.-¿Algo que mencionar sobre mediados de siglo? Más hacia el principio que al final de mediados de siglo.
-Voy a ir a la Segunda Guerra Mundial, ¿verdad?-la mujer suspiró. Aquellas guerras no iban con ella. Prefería mil veces las guerras que se desarrollaban con espadas, con la valentía de los soldados, no con la puntería y el ojo de estos.
-No exactamente, pero si no cumples tu misión, esa Guerra estaría en serio peligro.
-Los dos sabemos que la cumpliré, señor. Si no, no tendríamos noticia de ella, ¿no?-ella sonrió, aunque él se mantuvo serio.
-Vas a ir a mucho antes de esa guerra. Bastante antes. Cerca del año 1885.
Omega lo miró asombrada. Si mal no recordaba ella, ni siquiera la Primera Guerra había empezado en aquella época.
-No puedo explicarte los detalles de tu misión, sin embargo, te he asignado a un compañero que está bastante enterado de la historia de esa época. ¿Conoces a Épsilon?
-Solo de vista-no se podía creer que le estuvieran enviando a uno de los más extraños agentes de la Comisión. Épsilon, aunque atractivo, tenía fama de ser bastante respondón y sabelotodo. Al fin y al cabo, él estaba en la sección de estudio histórico, y ella en la parte de acción. Mientras ella lanzaba estocadas, pegaba tiros o desactivaba bombas, él era capaz de recitar de memoria todos los reyes y reinas de Europa, con fechas de coronación, muerte, hijos, etc.-Pero tiene buena fama en las misiones-eso tenía que concedérselo. Las misiones de Épsilon solían ser complicadas, pero cada vez que su nombre aparecía en los ficheros, un par de estrellas doradas coronaban el informe.
-Me alegro de que te complazca eso-dijo el hombre, aunque los dos sabían que Omega no estaba contenta en absoluto. Le gustaba trabajar con su compañera: era inteligente y no cuestionaba sus decisiones-; sin embargo, me congratulo en decirte que solo estarás cinco minutos, diez a lo sumo, con él. La misión será rápida. Y ahora vete, te está esperando.
Continuará.

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