Nos habíamos pasado media tarde en Oxford Street. Cuando llegamos
allí, prácticamente salí corriendo a meterme a Chanel, Prada, Dior, etc. Ni
siquiera les hice caso cuando empezaron a llamarme a gritos, preguntándome si
no quería mirar en otras tiendas otros vestidos más monos. Me limité a girarme
y a mirarles por encima del hombro cuando insinuaron eso. No pensaba
desaprovechar la oportunidad de comprarme un vestido de alta costura, aunque
fuera a pagárselo a plazos. Habíamos quedado en eso. Estuve poquísimo tiempo en
los probadores, en seguida me enamoró un vestido rosa pastel con topos
negros y falda con encaje. Gracias a Dios, cuando salí cargando con la
bolsa, uno de ellos (creo que fue Harry) preguntó:
-¿No debería
buscar unos zapatos?
Nos miramos entre
nosotros, yo sonreí como si no hubiera mañana, y los arrastré a la primera
zapatería que había.
No hace falta que
diga que casi me pongo a babear al ver unos Louboutin, como los que tenía de
imitación, solo que con los verdaderos cristales de Swarovski. Y tampoco hace
falta que añada que se me cayó el alma a los pies cuando comprobé que el precio
que había mirado en Navidades se mantenía en 6.500 euros, solo que allí eran
5.700 libras. Al final, me alejé triste de los Zapatos de las Diosas y me
decanté por unos zapatos negros con botones dorados. Tampoco eran tan
feos, pero comparados con mis queridos Daffodile… Eran... cómo decirlo...
Una puta mierda.
Me agencié un
bolso, también. Ellos querían que comprara un abrigo, pero les dije que no se
pasaran. Ya estaba bien de compras por hoy.
Luego, llegados
a casa, cuando nos empezamos a vestir, a Niall le tocó la dificilísima
tarea de decirme (con un tacto absoluto y una delicadeza celestiales) que tal
vez estaría bien que me maquillara.
-Para... echarte
un par de años encima. Con que aparentes 17 o 18, basta-sacudió la cabeza
como si él no estuviera de acuerdo. Asentí lentamente.
Y allí estaba,
bajando las escaleras de la casita ante la atenta mirada de los demás. Zayn
silbó. Niall me sonrió, Harry me dedicó su sonrisa Colgate y levantó los
pulgares, Liam asintió con la cabeza, convencidísimo, y Louis me guiñó un ojo.
Podría acostumbrarme a ser el centro de atención.
-Vaya, vaya, vaya.
Mirad nuestra damisela en apuros-comentó Liam, y los demás se rieron. Parecía
que no se les había olvidado mi cara al mirar el precio de los Louboutin. Me
cogió la mano, la levantó e hizo que girara sobre mí misma. Todos los
demás asintieron, muy convencidos.
Zayn me pasó una
flor de hibisco blanca impoluta, preciosísima, a la que le faltaba el tallo.
-Póntelo en el
pelo-me aconsejó. Me giré hacia el espejo y la coloqué sobre mis orejas
desnudas.
-Oh, no llevo
pendientes-murmuré, apenada. Louis sonrió.
-Nos hemos ocupado
de eso-se acercó por detrás a mí y me puso dos pendientes con brillantes y una
pequeña perla al final. El colgante con forma de corazón de plata que llevaba
parecía estar diseñado para ser conjuntado con ellos. Miré su reflejo.
-Son
preciosísimos.
-Son de la madre
de Liam-miré al aludido, que agachó la cabeza y se sonrojó-. Cuando la madre se
enteró de que íbamos a llevar a una chica a...-sonrió cuando se dio cuenta de
que casi mete la pata-, a donde vamos hoy, se empeñó en dárselos. Le hacía muchísima
ilusión que la persona a la que vamos a visitar los viera.
-Oh, gracias-le
dije a Liam, abrazándole. Me fijé en que los chicos ya no me sacaban una
cabeza, sino que, de repente, eran 10 cm más bajos.
Sí,
definitivamente, podría acostumbrarme a esto susurré para mis adentros, mirando las
sandalias. Ellos también se fijaron, porque sonrieron y se dieron codazos
entre ellos.
Liam carraspeó,
turbado. Sus mejillas estaban de un rojo que en las películas solo podía
indicar una cosa: "Hola, soy una luz del techo, y nena, o sales de aquí o
acabarás hecha polvo".
-Será mejor que
vayamos, chicos.
Se comprobaron una
última vez sus trajes (todos iban de esmoquin, lo que me hizo sonreír, porque
iban conjuntados y yo destacaba sobre ellos), y Niall me ofreció el brazo.
-Milady-hizo una
pequeña reverencia. Me reí, y puse mi mano sobre sus bíceps.
-Milord-repliqué
yo. Los demás hicieron una mueca divertida, como diciendo: Oh, chaval, la cría
aprende rápido.
Cogida del brazo
de Niall, salí por la puerta. El cielo londinense estaba encapotado, como
siempre, pero había una claridad de la que habíamos carecido cuando llegamos a
la capital inglesa en Septiembre del año pasado. Miré al cielo, esperando que
no lloviera (los chicos no me habían dicho ni siquiera si el sitio al que
íbamos tendría techo, aunque yo supuse que sí).
Abrí la boca de
asombro cuando los demás se pararon delante de una limusina y abrieron la
puerta. Se miraron entre ellos y luego me miraron.
-Deberíamos...-susurró
Liam. Louis asintió brevemente.
-Milady, su
carroza la espera-me informó, tendiéndome la mano. Se la tomé mientras me
inclinaba dentro de la limusina, la más grande que había visto en toda mi vida
(bueno, la única en realidad, qué cojones). Los asientos eran de cuero negro, y
el suelo estaba tapizado con una moqueta roja que contrastaba sobremanera
con ellos. Uno a uno, los chicos fueron entrando. Miré por la ventana mientras
Liam se sentaba enfrente de mí, justo detrás del conductor.
-Charles, ¿vamos
bien de tiempo?
-Sí, señor.
Contuve un gritito
de emoción. Me incliné hacia Lou, sentado a mi lado, y le pregunté:
-¿De verdad se
llama Charles?
El asintió.
-¿Puedo hablar con
él?
-Claro, Eri.-casi
sonrió ante mi ocurrencia.
-Buenas tardes,
Charles-lo saludé. El hombre me miró por el retrovisor; entre su barba blanca
(me recordó a Gonzalo Moure) apareció una sonrisa. Sus ojos azulísimos
reconocieron los míos. Se tocó la gorra.
-Buenas tardes,
milady.
-Me llamo Erika,
pero todo el mundo me llama Eri-me presenté. Los chicos sonrieron. El chófer se
rió.
-Encantado,
señorita Eri. Mi nombre es Charles, y mi trabajo esta noche será llevarla a
usted y sus amigos sanos y salvos a su destino.
-¿Me podrías decir
nuestro destino, Charles? Mis amigos son malos conmigo, y no me lo quieren
decir.
-Deduzco que es porque
desean darle una sorpresa, milady-asintió-. Oh, sí. Estoy seguro de que es por
eso.
-¿Es un sitio
bonito?-pregunté, casi para los demás que solo para él. Charles no vaciló en su
respuesta.
-Oh, milady, os
aseguro que os encantará.
Fuimos todo el
trayecto hablando, a veces yo me dirigía a Charles que, muy profesional, se
limitaba a conducir y a no inmiscuirse en nuestra conversación, algo que a mí
me enternecía y me apenaba a partes iguales. Los chicos también
intentaban que se involucrara, pero Charles, políticamente correcto, se
limitaba a contestar a las preguntas y, si se daba el caso, a hacer algún
comentario acerca de cualquier cosa. Harry se inclinó hacia mí.
-No te preocupes,
Eri. Le caes bien, es solo que aquí la gente es muy...
-¿Fría?-inquirí.
Pareció pensárselo un momento.
-Podríamos
llamarlo así. O distante.
-Ingleses.
Distantes e indiferentes ante el vecino-asentí convencidísima, y todos
(incluido Charles) se rieron.
Cruzamos el Puente
de Londres, pasamos al lado del Big Ben (esperé esa sensación de
sobrecogimiento tan famosa que no había llegado la primera vez que lo miré, y
que efectivamente no apareció esa segunda vez, y enfilamos por una calle donde
cada edificio merecía cien fotografías. Me apoyé contra la ventana, y le cogí
la mano a Lou. Me acarició la palma con el pulgar, nos miramos, y sonreímos.
Luego volví a centrarme en la calle. La gente paseaba, indiferente a la
limusina que les hacía de compañera de viaje durante unos pocos segundos. Tal
vez estuvieran acostumbrados.
Una chica pasó a
nuestro lado haciendo footing, toqueteando su iPod y hablando por el móvil.
Ingleses.
Y así, llegamos a
los jardines de la reina. Me incliné a ver las preciosas flores en los grandes
prados, los pelícanos, las ardillas, los patos y los cisnes. Una ancianita les
echaba migas de pan a las palomas. Giré la vista hacia el Cuartel General
de la Guardia, y suspiré. En mi primera visita no me había puesto a importunar
a los pobres guardias, pero estaba decidida a conseguir que alguno me dejara
ponerme su sombrero antes de morirme.
No sospeché que me
iban a meter en Buckingham Palace hasta que la limusina se detuvo en los
portones. Como si de una orden silenciosa se tratase, todos los hombres echaron
los hombros hacia atrás e irguieron la espalda. Una avalancha humana se apiñó
alrededor del coche, intentando dilucidar sus ocupantes, antes de que los
soldados de Su Majestad hicieran un cordón alrededor de nosotros.
Charles bajó la
ventanilla y se tocó la gorra como había hecho conmigo.
-Buenas tardes,
caballeros-saludó un soldado con su típico gorrito. Me miró-. Buenas tardes,
dama.
Incliné la cabeza
y le sonreí. No me devolvió la sonrisa.
-¿Su Majestad
desea verlos?
-En efecto,
milord-asintió Charles. Le tendió un sobre que el oficial no tardó en abrir.
Leyó nuestro pase, asintió con la cabeza, se hizo a un lado y nos dejó entrar.
Las puertas se
cerraron tras nosotros mientras Charles aparcaba frente a la enorme puerta del
palacio. Los chicos salieron, y alguien me ayudó a bajar. En los cristales de
la limusina vi que, bajo mi maquillaje, me había puesto pálida.
Unos soldados
cuadraron los hombros, dieron varios toques, y empujaron la puerta. Los chicos
tomaron aire, Louis me cogió de la cintura y me la apretó.
-Tranquila, ¿vale?
Estamos juntos. Todos-me susurró al oído, justo antes de soltarme la cintura y
cogerme la mano.
Decir que el
recibidor del Buckingham Palace era enorme sería como decir que una tarta de
chocolate estaba salada. Eché cuentas, mirando la cantidad de cuadros de reyes
(Oh Dios mío, ¿realmente era aquel Enrique VIII?) y reinas (Ahí estaba la reina
Victoria, mirándonos de manera condescendiente), y me sorprendí al calcular
que, solo el recibidor, tenía el mismo tamaño que mi instituto (si se eliminaba
el patio interior que le daba aspecto de U al edificio y los pasillos se
colocaban unos encima de otros). Me pegué un poco a Louis, que esbozó una
sonrisa imperceptible. Hicimos piña y, acompañados por un mayordomo, subimos
unas escaleras más anchas que mi casa hasta el primer piso. Me giré para
contemplar una última vez la araña enorme que colgaba del techo (probablemente
pesaría una tonelada, aunque claro, yo no tenía ni idea de lámparas,
simplemente su monumentalidad me asombraba). Sorprendentemente, no entramos en
la sala de la primera puerta, sino que giramos hacia la izquierda y nos
adentramos por un pasillo en el que jarrones, cuadros y animales
disecados amenizaban el paseo (si es que que un zorro te mire con cara de malas
pulgas puede amenizarte nada). Llegamos a una estancia sin puerta por la que
correteaban decenas de personas, todas portando prendas de ropa.
Una mujer con una
especie de chaqueta de chándal con la bandera británica pasó corriendo a mi
lado.
-¡¡Cómo puede su
Majestad recibir invitados con este caos!!-bramó la mujer. Zayn fue el primero
en reconocerla.
-Adiós,
Stella-dijo, en tono jocoso. La mujer se dio la vuelta y nos miró a todos.
Cualquier deje de furia desapareció de su voz.
-¡Niños! ¿Qué
hacéis aquí? ¿Qué pasa, la duquesa quiere un concierto privado?-se mofó. Luego
reparó en mí-. ¿Y esta?-inquirió, como si no estuviera- ¿Ahora admitís chicas?
-Es una
amiga-explicó Harry, a la defensiva. Stella pareció suavizar su expresión
cínica nada más mirarlo.
-En realidad, es
mi novia-informó Louis, alzando nuestras manos entrelazadas. Stella sonrió, una
sonrisa sin una pizca de cachondeo o felicidad. Casi me sentó como una
bofetada.
-Y tu niña sabrá
quién soy, ¿no, querida?-espetó, mirándome. Noté cómo todos se ponían tensos.
¿Dónde había visto esa chaqueta?
Stella
McCartney diseñará la equipación del equipo olímpico británico.
-Claro-repliqué.
Ella esperó que continuara-. Stella McCartney, diseñadora, esa chaqueta es para
el equipo olímpico de tu país, y...
-¡Bravo, dama! Veo que haces tus deberes-me
echó un vistazo de arriba a abajo, deteniéndose en mis zapatos-. Y que tienes
muy buen gusto. ¿Sabes de quién son tus zapatos, querida?
No contesté. No
por chulería, no por hacerla de menos. No contesté porque no tenía ni idea de
quién había diseñado mis malditos zapatos.
-Exacto, amor. Son
míos-sentí la imperiosa necesidad de descalzarme allí mismo-. Y ahora,
caballeros-se volvió hacia los demás-, si me disculpáis, tengo una coalición de
campeones a la que vestir, y ... ¡CHRISTINE!-bramó, señalando a una chica con
su huesudo dedo. La pobre niña se echó a temblar-. ¡¿CÓMO SE TE OCURRE
PONERLE EL BOLSILLO TAN ARRIBA A ESE POLO?! ¡ME ENCARGARÉ PERSONALMENTE DE QUE
TUS BIENES TE SEAN ARREBATADOS, CONDENADA INCOMPETENTE!
Y, tal como llegó,
se marchó. O sea, dando voces y correteando de aquí para allá.
Louis me arrastró
detrás de los demás, las piernas ya no me respondían. Suspiré. Conseguí volver
a caminar justo cuando se abrían las puertas de una nueva sala, con la omnipresente
araña en el techo, y grandes sofás al fondo de la habitación. Los presentes
(tres personas) nos miraron.
Nos acercamos a
una distancia prudencial de ellos. Liam, el que más avanzado iba, se detuvo.
-Ahora-casi
pareció decir cuando nos miró a todos. Nos inclinamos e hicimos una reverencia.
Los chicos inclinaron su torso con un brazo por delante y el otro por detrás,
ambos pegados al cuerpo. Aprovechando que Loue me soltó la mano, cogí la
falda de mi vestido, doblé las rodillas y miré al suelo.
Parece que lo hice
bien, porque nadie me empezó a pegar tiros ni a decirme lo indeseables y
maleducados que podemos llegar a ser los plebeyos.
-Buenas noches,
queridos-susurró la reina con gesto ausente, posando su taza de té. Tuve que
aguantar la respuesta sarcástica de turno, comentando que de momento era de
día, Majestad, que la noche no empieza a las cinco de la tarde. Por algo se
llaman las cinco de la tarde.
-Buenas noches, Su
Majestad-Liam se inclinó ligeramente, y comenzamos a avanzar hacia ella-. Lord William,
lady Kate-la interpelada sonrió, y su marido le acarició la mano. Controla tus impulsos plebeyos,
cariño, casi soltó.
La reina nos hizo
un gesto para que nos sentáramos en uno de los sofás que había frente a ellos.
Miró a una de sus sirvientas, que en seguida se apresuró a echarnos té en una
taza y a pasárnoslos. Cuando todos hubimos tenido té, los chicos le
dieron un sorbo.
Mierda. Mierda.
Mierda. MIERDA.
Miré mi taza, sin
saber muy bien qué hacer. Tal vez a la reina le haría gracia que me volviera
loca para no tomar el té. O tal vez me mandaría a la hoguera por bruja.
Efectivamente, Su
Majestad me miró.
-¿Ocurre algo,
querida?-alzó una ceja, y me puse a temblar más fuerte.
-Yo... Yo...-Louis
me pasó una mano por la espalda, y los efectos secundarios de su caricia fueron
inmediatos-. Majestad, lamento... importunaros, si es que esto os importuna,
pero... la verdad, es que... no me gusta el té.
Isabel II de
Inglaterra me sorprendió sobremanera. No sacó un revólver y me pegó un tiro
entre las cejas.
Isabel II se echó
a reír. Los duques de Cambridge en seguida la imitaron, y, de repente,
todos nos estábamos riendo.
-No pasa nada,
tesoro-me tranquilizó Kate Middleton. Miró a su abuela política.- ¿Majestad?
¿Me permitiría sugerirle a nuestra invitada que elija lo que ella quiera?
Ácido, por
Dios. Dadme ácido.
-Faltaría más-la
reina hizo un gesto con la mano, quitándole hierro al asunto. Me estudió con la
mirada-. He notado cierto deje extranjero en tu voz, pequeña. ¿No serás...
irlandesa, como nuestro querido invitado?-hizo un gesto con la cabeza hacia
Niall, que puso cara de paro cardíaco cuando la reina lo miró. Negué con la
cabeza.
-¿Escocesa?
-No.
-Me parecía, tus
ojos y tu pelo no son escoceses. ¿Canadiense?
-No, Majestad.
-¿Americana?
-No.
-Dios santo,
querida. ¿De dónde eres, si se puede saber?
-Española-dije con
un hilo de voz. La familia real se quedó callada un momento, estudiándome.
La reina empezó a
aplaudir como si no hubiera mañana.
-¡Entonces,
querida, creo que es momento de que os devuelva Gibraltar!-comentó, y me eché a
reír.
-Oh, Majestad, mi
país se lo agradecería, creedme, pero... Francamente, personalmente prefiero
que usted se quede con los monos, ya sabe. Son criaturas muy molestas.
-Lo son, sin
duda-asintió la reina. William de Cambridge me sonrió. Miró a otro sirviente,
que en seguida me preguntó qué quería.
-¿Podría ser
una Coca-Cola?
Sorprendentemente
no me desmayé, ni me entraron ganas de suicidarme durante los siguientes
minutos. A pesar de su aspecto, la reina podía llegar a ser divertida. O tal
vez simplemente estuviera intentando no asustarme y causar un conflicto global
con España.
-¿Por qué estáis
aquí, queridos?
-Porque vos nos invitasteis,
Majestad-se apresuró a decir Liam. La reina lo escudriñó.
-¿Liam, verdad?
Casi le explota la
cara de la sonrisa que le cruzó el rostro. Asintió.
-Liam-los fue
señalando-, Harry, Zayn, Niall, Louis y su encantadora amiguita, cuyo nombre no
recuerdo.
-Erika, Majestad.
-Oh, un nombre
precioso-comentó William. Lo miré.
-¿Sabéis lo que
significa, alteza?
-Iluminadme,
milady.
-La que reina por
siempre, y princesa honorable.
Kate pareció
pensativa.
-Majestad, creo
que esta dama os ha usurpado el nombre-se refería a lo de los 60 años de la
reina en el trono. Isabel se echó a reír.
-Querida Kate, no
sabes cómo me alegro de que esta pequeña no sea de sangre real-comentó. Luego
volvió al tema principal-. Todos en esta sala sabemos que los Juegos Olímpicos
se alojarán en nuestra ciudad-un murmullo se extendió por la habitación. La
reina dirigió a sus sirvientes una mirada envenenada, que los hizo callar de
inmediato.-. Y que serán legendarios. Deben de serlo.
Nos miró a todos.
Los duques parecían incómodos, de repente, se me ocurrió que tal vez estuvieran
allí para controlar a "la abuela".
-Y os
preguntaréis, ¿qué podemos hacer nosotros para que estos juegos sean
legendarios?
Asentimos
lentamente.
-Yo os lo diré,
queridos. He estado siguiendo vuestra trayectoria-todos contuvieron la
respiración. Esta vez yo le acaricié la espalda a Louis, que me miró un segundo
y se relamió los labios. Apoyé mi cabeza en su hombro.-, y he decidido que sois
una de las mejores bandas de nuestra historia-miró hacia la puerta donde Stella
McCartney seguía dando gritos-. Que no me oiga mi querida diseñadora-se excusó.
Nos reímos.
-¿Qué podemos
hacer por Inglaterra, Majestad?-inquirió Niall.
-Me alegro de que
lo preguntes, pequeño irlandés. Me alegro que tu país quiera colaborar con su
antigua metrópoli, y su nación hermana. Es sencillo. Quiero que vosotros os
encarguéis de la música en la ceremonia de cierre de mis Juegos.
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