domingo, 22 de julio de 2012

Liam.

NOTA MENTAL (O NO TAN MENTAL): a partir de ahora, las frases en español original (sí, soy una traductora genial, lo sé) estarán en negrita. Creo que es importante ya que los mozos no entienden lo que les decimos cuando hablamos en nuestro idioma  materno, y ya que nos movemos con soltura en su lengua, la nuestra es un arma muy importante. No está mal, ¿eh?

Le pedí a Eri que me devolviera las cosas que le había metido en el bolso, y ella se negó, incluso cuando le dije que me sabía mal que tuviera que ir cargando con ellas pro el aeropuerto hizo un mohín y le restó importancia al asunto. Aunque fingí ofenderme, en el fondo me gustó su obstinación; me hizo gracia. Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, ambos nos giramos hacia atrás y les lanzamos una última mirada a los chicos, que alzaron tímidamente las manos en nuestra dirección. Louis tenía las manos en los bolsillos, estaba colocado lateralmente con respecto a nuestra posición, pero aun así sabía que controlaba la posición de Eri (y la mía, aunque menos) sin necesidad de mirarla; Niall y Zayn les firmaban autógrafos a unas chicas, y Harry se hacía una foto con otras mientras hablaba por el móvil.
En seguida me tocó el turno a mí de atender a msi fans. Las recibí con la mejor de mis sonrisas, miré de reojo a Eri, que se había apartado prudencialmente hasta llegar a una tienda de maquillaje (mujeres), mientras les dedicaba mi firma. Las chicas sonrieron y desaparecieron igual que llegaron.
Una vez en el avión, apagué mi teléfono móvil, justo antes de darle un toque a Lou. Eri hizo lo propio con Noemí.
En el fondo de mi estómago se celebraba uan matanza. Estaba aterrorizado ante lo que le diría  a Alba: Eri me sugirió que me lo apendiera de memoria, pero, después de desmoralizarme con la rapidez con que se había aprendido un diálogo de Hamlet (Dios, encima gesticulaba como Shakespeare desearía, la niña era muy buena), pensé en coger unas tarjetas. Entonces Louis me miró de arriba abajo.
-De paso puedes intentar venderle pescado, ¿no te parece?-y empezamos a cantar la cancioncita del One Pound Fish.
Así que habíamos estado ensayando con Eri en el papel de Alba (incluso hacía los mismos gestos que su amiga,  aquello no era normal) lo que le diría. Más o menos. Claro que Eri se había mostrado compasiva cuando Alba me rompería un plato en la cabeza a la menor duda.
De repente, me acordé de los Quickfires en los que Lou nos apretaba una trompetilla de las de fútbol contra la cara si dudábamos. Solo que allí, en vez de un ruido muy molesto, tal vez me caería una bofetada.
En el fondo, me lo merecía.
Las luces del avión se apagaron indicando que nos podíamos desabrochar el cinturón. Eri encendió su iPod y se puso a buscar una canción.
-¿Me das un casco?-le pedí, aunque lo que más me apetecía era que me hiciera beber cloroformo. Un litro o dos tal vez bastaría. Ella asintió, se quitó uno de la oreja y me lo pasó.
Su sonrisa de disculpa cuando me escuché a mí mismo diciendo que estaba bailando, solo, en More Than This fue épica. Nunca le había visto ese gesto. Y estaba seguro de que tardaría en repetirse.
Tras darnos cuenta de que la música no iba a calmar mis nervios, Eri me pasó un libro: graso error, porque las frases de la historia carecían de la palabra "sacapuntas".
Estaba hartov de revolverme en el asiento cuando, de repente, una idea afloró en mi cabeza. Miré a Eri, que estudiaba las nubes con el ceño fruncido. Ni siquiera sabía si tenía miedo a volar.
-Eri.
Se giró.
-Dime.
-Háblame.
-¿Sobre qué?-inquirió. Me fijé en que esperaba quitarme de en medio, porque ni siquiera puso en pausa la reproducción. Me sonrojé.
-Sobre ti.
Pareció sopesar mi oferta, y por un momento pensé que la rechazaría. Pero apagó su iPod, se quitó los cascos, miró una vez más por la ventana, luego me miró a mí, y empezó a hablar.
Por la forma en que vomitó las palabras supe que necesitaba contarle su historia a alguien. Por la forma en la que su frente se arrugaba una y otra vez, y cómo jugueteaba nerviosamente con el botón de su camisa (de repente me di cuenta de que la camisa era la que Louis había reventado en un concierto, lo que me hizo sonreír), vi que había sufrido lo que una viuda en un accidente aeronáutico donde su esposo e hijos habían perecido.
Me lo contó todo sobre ella, sin dejarse nada. Me contó su infancia, jugando con un palo al que le ataba un cordel, imaginándose que era la  reina del mundo, mientras que en el colegio la pateaban de tal manera que volvía a casa con las piernas negras por culpa de los moratones, correteando ella sola por las obras de su pueblo, en la casa que más tarde sería para su hermano y que su abuelo se había empeñado en fabricar, las clases de piano a las que había empezado a ir obligada, casi arrastras, cuando su profesora la golpeó en la espalda por reírse de una cosa que habían dicho unos chicos que habían estado con ella, los gritos de su madre porque no tocaba el piano que le habían comprado sin que ella lo pidiera... Luego su etapa de preadolescencia, había empezado en el colegio a ser una matona. "O comes, o te comen" me había dicho con una sonrisa triste, aunque con un deje de nostalgia. Sus manos empezaron a temblar en ese momento, temblor que no desapareció hasta que nuestro avión aterrizó. Me siguió contando las peleas del colegio, la sensación de ser la jefa solo por dar voces, por amenazar a los demás, por tener la mano tan suelta que apenas se movía y ya daba bofetadas. La tensión siempre por culpa de las clases de piano a las que la obligaban a ir.
-No me gustaba ir, joder-me explicó, con la vista al frente-. No quería tocar la mierda de la Royal, sí que serviría, vale, pero yo quería tocar a los grandes. Haydn, Mozart, Bethoveen. No hijos de puta a los que nadie conocía.
Las humillaciones de su abuela cuando su abuelo no estuvo allí para defenderla.
-Era el demonio. Tenía nueve años, ¡nueve!, y ya tenía que luchar contra un monstruo que no paraba de insultarme, de compararme con mi prima, que ni siquiera era familia suya, de hacerme de menos, de darme órdenes-sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no las soltó.
Las discusiones entre sus padres, que ni se molestaban en irse a otra habitación cuando su hija estaba con ellos, y los castigos porque ella no paraba de repetir los tacos de su padre.
Casi noté el nudo en la garganta que se le formó cuando comenzó a hablar de su adolescencia, del instituto.
No había pasado la primera semana de clases cuando sus amigas de toda la vida (me dedicó una sonrisa cínica al pronunciar la palabra "amigas") la abandonaron a su suerte. Se fue con otras chicas que en seguida se juntaron con las mayores, que la despreciaban. Fue con un grupo más grande, que terminó por decidir que no era lo suficientemente buena, y por despreciarla (y casi se me detiene el corazón cuando murmuró):
-Alba estaba con ellas. Alba también me marginó. Ella también eligió que la friki de Erika se largara lejos.
Después, pareció encontrar a una chica más normal, con sus mismos gustos, se lo pasaban bien juntas... hasta que un día esa chica le espetó que no la "siguiera más".
-Habíamos salido muchas veces, pero tendrías que haber visto mi cara cuando le preguntaron por una de mis amigas de la infancia y soltó: "Está en el pueblo, por eso vengo con Erika"-sus nudillos se volvieron blancos. Le acaricié el brazo.
Luego, encontró otra pandilla, pero al final, todas estaban contra todas, y todas decían caerse mal entre ellas cuando en realidad estaban obligadas por sus padres a formar una piña.
Su último grupo no fue mejor: se separaron porque una de ellas se echó novio, Eri dio su opinión, queriendo que la chica pasara más tiempo con ellas, y en seguida sentenciaron que intentaba separarlas. Eso, y que la habían intentado meter en la discoteca, la llevó a llorar muchas noches.
Por lo menos se llevó a la que llamó su "última mejor amiga, al final, es mejor no tener una mejor amiga. ¿Para qué? No duran una mierda, y yo no estoy echa para que una amistad no dure". Me contó que, cuando esta se echó novio, al principio todo muy bien: salían con otra pareja, pero empezaron a caerse mal, de modo que Eri, su amiga y el novio de esta formaron su propio grupo.
Ese nuevo grupo salió solo una vez unido. El resto de las veces, todos los fines de semana, Eri se quedaba en casa porque su amiga quería ir a botellones, quería ver películas de miedo "solo con su gordi".
Le daba vueltas frenéticas al colgante de corazón, que se había desabrochado del  cuello cuando llegó a la muerte de su abuelo, y lo examinaba cual gemóloga.
No abrí la boca una sola vez durante su monólogo.
-Al final, aquí me tienes. Nadando entre un mar de gente falsa, luchando por encontrar con quién pasar el siguiente recreo. ¿Y todo por qué? Porque soy la única en esa puta ciudad que dice las cosas a la cara, que no anda  criticando.  Y porque estoy cansada de ir detrás de la gente. No saben quién soy, probablemente no sea nadie-se inclinó hacia mí-, pero te diré algo, Liam. Cuando cumpla los 20, te prometo que tendré mi propio nombre. Te prometo que hablarás de mí en cualquier parte del mundo, y la gente verá mi cara en su cabeza.
Se llevó el colgante de corazón a sus labios y lo besó.
-Lautie promise-musitó.
Le di un beso a la mejilla a la chica que por fuera tenía 15 años, pero por dentro era una anciana de 80.
Me alegré de que nos hubiera encontrado, me alegré de que sus amigas se hubieran sentado con nosotros  en aquel bar. No la dejaría marchar, ni aunque quisiera.
-¿Le has contado esto a alguien más?-le pregunté a la cortina de pelo que nos separaba. Me miró, y descubrí que estaba llorando.
-Dudo que pueda volver a contarle a nadie esta historia sin sentir ganas de suicidarme, Liam-su franqueza y sus ojos anegados en lágrimas me conmovieron. La sostuve entre mis brazos como si fuera de cristal.
-¿Sabes qué es lo peor?
-¿Qué?-murmuré.
-Que me va a pasar lo mismo con vosotros. Que dentro de dos años estaréis hasta los cojones de mí, y ya no querréis volver a verme-se separó de mí y se miró los pies-. Lo mejor que me ha pasado en la vida se irá de mi lado.
-No vamos a dejarte, Eri.
-Todos decís lo mismo.
-Yo lo digo en serio. Lautie promise-murmuré. Ella sonrió. Me alegré de que Taylor Lautner hubiera dicho en una ocasión que las promesas deberían ser más fuertes que los juramentos, los juramentos te atan por fuera, las promesas te hacen nudos por dentro que no debes deshacer nunca.
-Y ahora seguro que estás contentísimo de que me haya puesto a llorar como loca, ¿no?
-Tengo que reconocer que nunca supe qué hacer con alguien que lloraba, y si ese alguien es una chica, peor.
-Harry dice que...
-... si un día está discutiendo con su novia, y ella empieza a llorar, se callará y la abrazará hasta que se calme-recité, mirándola-. Vivo con él, ¿recuerdas?
Sonrió. Y después dijo algo que me encantó y me heló el corazón a partes iguales.
-Cuando alguien llora, no es porque sea débil. Es porque ha sido fuerte durante demasiado tiempo-se echó el pelo para atrás y luchó por contener las lágrimas, sin éxito. Un sentimiento de culpabilidad se adueñó de mí; si no le hubiera pedido que me hablara de ella, ahora no estaría llorando.
Pareció leerme el pensamiento.
-Me estaba ahogando, Liam-confesó, apoyando su cabeza contra mi pecho.
Porque Alba estaba con ellas. Alba también me marginó.
 Tuve que preguntar.
-¿Le guardas rencor a Alba?
Se estremeció un segundo debido a un sollozo silencioso. Miré a mi alrededor, nadie reparaba en el mar de lágrimas que era mi amiga. Mi pequeña Eri.
-Ni siquiera se acuerda, estoy segura.
-¿Se lo guardas?
-Es estúpido guardar rencor por algo de lo que ese alguien no se acuerda, Liam-me miró con sus ojos marrones como el chocolate con leche, absorbiéndome.
-Tú te acuerdas.
Se irguió en su asiento y me miró con sorna.
-El día que nos conocimos, tú llevabas una sudadera negra y una camiseta marrón debajo, Harry llevaba una camisa, Lou, su eterna camiseta de rayas, Zayn una camisa de cuadros escoceses roja y azul sobre una camiseta un poco más oscura que la tuya, y Liam una chaqueta de Adidas verde y una gorra del mismo color, solo que la parte de la cabeza blanca. Tenía un trébol encima y estaba comiendo un plato de pasta. Tallarines con queso y champiñones.
La miré, asustado.
-El 11 de Septiembre de 2001, mi abuelo estaba en su tumbona. Cuando la primera torre se derrumbó y el polvo avanzó hacia la televisión, salí corriendo a esconderme, y mi abuelo se rió.
Mi asombro creció.
-En una entrevista, a Taylor le preguntaron que cómo acababa Abduction, él se rió, se inclinó hacia delante y soltó: Tendréis que esperar. 22 de Septiembre. Y tú fuiste dos veces a the X Factor, pero la primera Simon te dijo que eras demasiado joven y que volvieras a los dos años, cosa que tú hiciste. A Harry se le ocurrió el nombre de One Direction porque decía que molaría  cómo sonaría que el presentador dijera One Direction. Y cuando os preguntaron qué instrumentos tocábais en el 3er video diario, Louis dijo puedo tocar el piano AHJAJAJAJA un poco.
Tenía ante mí un elefante escondido en un cuerpo de quinceañera.
Al menos, no lloraba.

Sacó las llaves de su bolso, abrió la puerta y se puso a chillar: "¿Mamá? ¿Mamá?". No hubo respuesta. me alegré de que la pequeña no tuviera que fingir que yo era Louis (nos había contado que les había dicho a sus padres que salía con Lou, pero que ellos no lo distinguían, y que su madre pensaba que Lou era Niall, y que su padre creía que era Zayn, porque se parecía mucho a Taylor Lautner).
Se tumbó en el sofá un segundo, con el bolso sobre la cara. Cerré la puerta y me senté a sus pies, en el reposabrazos.
-Eri...-la llamé al ver que no se movía. Me soltó una patada.
-¿Qué?
-Tenemos que hacer cosas.
-Oh, sí, cierto.
-¿A qué hora te fuiste a dormir la noche pasada?-pregunté, aunque sabía la respuesta. Como diría Harry, saquémosle jugo a la moza.
-Cuando vosotros.
-¿Seguro?-le cogí un pie, y ella se destapó la cara. Asintió lentamente, frunciendo el ceño-. Qué raro, juraría haber oído a Louis salir de su habitación y entrar en la tuya.
Se puso roja como un tomate.
-¿Qué más oíste?
-Nada-me encogí de hombros-, me puse el iPod, así que os dejé vuestra intimidad. Me los quité cuando la puerta de su habitación volvió a cerrarse.
Su cara se tornó rosa chicle hasta volverse completamente pálida.
-Yo... Louis y yo no... No hicimos nada...-tartamudeó. La miré, alzando una ceja.
-Oh, Eri, me importa una mierda si eres virgen o no, si te lo tiraste ayer u os pusisteis a jugar a las cartas. O si... bueno, eres una señorita. No debería hablarte de esas cosas..
-¿Le comí la polla?-sugirió. La miré divertido. Asentí.
-No es de mi incumbencia, además, si lo has hecho con él, ¿qué? Es buen chaval, y tú le haces feliz.
Su rostro se  iluminó.
-¿De verdad?
-Oh, ya lo creo. Cuando está solo es gracioso, cuando estás cerca, es insoportable.
Sopesó un momento mi respuesta, momento que aproveché para repasar mi conversación inminente con Alba. Después se levantó, le dio un toque a Noemí, y preparó la maleta.
Fuimos juntos hasta la casa de Noemí, justo cuando esta se bajaba del coche. La saludé y seguí mi camino.
En mi estómago se organizaba un festival de lucha libre. Miré la nota en la que ponía el  portal de Alba y su piso, llamé al timbre y ella me abrió sin preguntar quién era. Eso me tranquilizó.
Subí lentamente los pisos hasta que estuve a la puerta. Llamé con los nudillos.
Comenzó a hablar antes incluso de saber quién era su interlocutor.
-Joder, Eri, miras a ver, no me has llamado ni nad...-me miró aterrorizada, se miró la indumentaria y me cerró la puerta en las narices antes de que pudiera decirle "hola".
Me abrió a los pocos segundos, con un albornoz por encima.
-Dios, Liam, pensé que... Que ibas a venir con ella-se explicó.
-No, me ha mandado venir solo. Tenemos que hablar.
No movió ni un músculo.
-Si quieres, puedo empezar a pedirte perdón en el rellano.
-Claro, claro-se hizo a un lado-. Pasa.
Caí en la cuenta de que era la primera vez que estábamos solos, ella y yo. Me condujo hasta su habitación, abarrotada de ropa por todas partes: en el suelo, sobre la cama, encima de una lámpara (¿Pero cómo haces la maleta, hija de mi vida? quise preguntarle, pero me callé)... Apartó con nerviosismo ropa de la cama y me invitó a sentarme. Obedecí.
-Ahora mismo acabo-tartamudeó con su fuerte acento de ExtranjeraQueSeDefiendeEnElInglésPeroSinParecerAngloparlanteDeNacimiento.
Llevaba varios minutos dando vueltas por la habitación cuando decidí abrir la boca.
-Alba...
Su cuerpo se paralizó en la posición de introducir ropa en la maleta. Levantó la cabeza como si hubieran disparado en la habitación. Me miró con la misma cara con la que Niall nos miraba cuando quería echarse un poco más de comida en su plato.
-¿Qu... qué?-inquirió.
-Tenemos que hablar-esta vez fui yo el que aparté ropa de su cama, di un par de toquecitos a mi lado y ella casi brincó hasta mí. Se sentó de forma que sus rodillas tocaran las mías, consciente o inconscientemente.
Una cabellera de color café, larga y rizosa, se sacudió en la ventana. La miré fijamente.
-Yo... quería disculparme, por lo del otro día-empecé, apartando la vista de su ventana. Asintió-. Sé que estuvo muy mal lo que te dije, y lo siento en el alma, aunque más siento que no me hables, ni nada de eso, pero al fin y al cabo me lo merezco, porque...
-Liam, oye... en el fondo tenías razón, Eri y Noe son más maduras que yo, no hacen tonterías por vosotros, y yo casi me quedo en el sitio porque simplemente quieres ser mi amigo.
Una semillita de incredulidad floreció.
-¿Qué?
-Sí, ya lo sé, a veces puedo ser muy tonta, y no me doy cuenta de las cosas... Pero, oye, yo las quiero mucho-Alba me marginó, Alba estaba con ellas -, y de verdad me encanta cómo se comportan. Son geniales con vosotros, son normales, no como yo, que soy como una maldita fan, no salgo de ahí.
Alba me marginó. Alba estaba con ellas.
-Yo...
-Si en el fondo entiendo que no quieras tener nada conmigo, al fin y al cabo, a nadie le mola salir con alguien que le bese el culo cada dos por tres-se apartó el pelo de la cara, sin dejar de parlotear-, supongo. Nunca he tenido novio, y tal cual voy, pues bueno, seguramente me moriré vieja y sola. De hecho, ya estoy hablando  con una gente para meternos en un convento o algo si a los 40 no hemos...
Me incliné hacia ella y la besé.
Se quedó paralizada, sin saber qué hacer.
Primero pensé que le gustaba.
Luego pensé que la había cagado, que había metido la pata hasta el fondo.
Me separé despacio, muy despacio, sin dejar de mirarla a los ojos.
Noté una punzada en el pecho cuando me miró como si fuera un hipopótamo con piel de cebra y cuello de jirafa.
Parpadeaba a la velocidad de la luz, escrutándome como a la  criatura extrañísima en la que me había convertido.
¿Qué coño haces, tío? ¿Qué coño estás haciendo? Nunca has jugado así con las mujeres, y ahora te dedicas a experimentar con una chica. ¿Qué coño estás haciendo, chaval?
Alba me marginó. Alba estaba con ellas.
La voz de Eri martilleándome la cabeza me devolvió a la realidad, esa donde Alba tenía los ojos tan grandes como las ollas de cocina de mi madre.
-Tal vez deberías terminar de hacer la  maleta-sugerí. Ella miró un segundo su bolsa, llena de ropa, luego la cama, y luego me miró a mí.
Se abalanzó sobre mí. Me comió la boca.
A partir de entonces, supe que no podía parar.
No paré.
No paré incluso cuando una chica de pelo largo, rizoso y castaño me miró mientras hacía a Alba mía. No me detuve incluso a pensar que yo había visto a esa chica antes.
No paré. Simplemente no pude.

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