domingo, 14 de octubre de 2012

Oh Jesucristo demoníaco y santísimo.

Tenía el culo en pompa, la verdad es que no sé dónde había aprendido a dormir así, desde cuándo dormía así, y lo más importante: por qué dormía así. Era un misterio de la naturaleza, como diría Eri.
Mientras que Eri y Louis se habían largado pitando a Doncaster, seguramente a disfrutar de una buena sesión de sexo (esa semana Eri había estado más tonta que de costumbre, le decías cualquier cosa del tipo: Este regaliz es Dios y ella te contestaba: Louis sí que es un dios en la cama, se echaba a reír como una loca y se largaba, bien dando saltos, o bien haciendo la croqueta si estábamos en algún interior), y Harry y Noe habían decidido disfrutar de más independencia encerrándose en el piso que el rizoso compartía con BooBear en Londres, seguramente para disfrutar también de una sesión salvaje de sexo desenfrenado, esta vez sin las fronteras de la pareja más antigua del grupo, que tendría la familia de él a su alrededor una temporadita, por lo que el fin de semana de Noemí era el que más interesante se presentaba para todos; Liam y yo nos dedicamos a retozar entre las sábanas unos minutos para después terminar arrastrándonos perezosamente fuera de la cama y acompañar a Zayn en sus ratos de soledad, en los que se dedicaba a buscar frases filosóficas para poner en Twitter, hacerse fotos de él, editarlas cuando le parecía necesario, rebloguear entradas y entradas de Tumblr y no cambiar de canal en la tele cuando había mujeres hermosas.
Niall había ido a casa de un amigo (me había parecido oír la palabra Justin, pero mi cerebro ya apenas relacionaba esa con el ídolo del pop, el dios de Twitter, como a veces lo llamaba Eri, sino que cuando veía una foto del ex-señor MiFlequilloTieneClubdeFansPropio lo primero que pensaba era Justiniano, y después mi amiga empezaba a cantar dentro de mí que era el Justiniano, le gustaba rapear, rapeaba para alante y rapeaba para atrás), así que no aparecería por casa hasta después de su entrevista en la BBC, si es que aparecía.
El caso es que yo tenía el culo en pompa en la casa de siempre, en vez de tenerlo en pompa en el piso de Liam que había visitado una única vez, en su cumpleaños, o tenerlo en Wolverhampton, esa ciudad que yo nunca había llegado a conocer, sin contar las veces que la había recorrido con Google Maps.
Mi culo en pompa fue acariciado suavemente, despertándome. Torrentes de fuego abrasador volaron desde mis nalgas a mi cerebro, y regresaron hacia abajo, por la parte de delante, hacia el centro de mi ser.
Solo una persona acariciaba así.
-Alba-ronroneó. Meneé el culo, no me moví. Todavía tenía sueño. Ahora no, Liam. Diez minutos y follamos, ¿eh? Ahora, simplemente, NO.
-Murf-bufé, cambiando la postura de mi espalda, girando mi cara de derecha a izquierda, abriendo y cerrando la boca varias veces, haciendo el típico sonido de ¡Qué sueñito tengo!. Alcé la mano, la sacudí en el aire y noté su sonrisa volar hasta mí, como una bofetada.
Una bella bofetada.
Las bofetadas no son bellas, Alba, replicó Noe dentro de mí.
Bella eres, joder, espetó Eri, haciéndose con la mejilla de la pequeña del grupo.
No soy bella.
No me lleves la contraria porque te meto un bofetón que te dejo de póster en la pared.
Vale, entonces soy bella.
¡Creída eres!
Qué mal estoy de la cabeza. Ahora oigo voces.
Delicioso.
-Aaaalba-insistió Liam. Esta vez conseguí articular una frase coherente.
-Déjame... mazapán... dormir. Gibraltar.
O casi.
Liam se echó a reír, se sentó a mi lado en la cama y me acarició el pelo. Giré otra vez la cabeza, de forma que mi mejilla quedara más cerca de su cuerpo, que ardía.
-¿Qué?
-Ñé.
-Alba. Alba. Venga, niña. Venga.
Abrí los ojos y lo miré.
Joder.
Era perfecto, era un dios, con esa sonrisa... se había cortado el pelo, y me entraban ganas de matarlo cuando lo veía, sí, pero... ¡había sido por una causa benéfica!
Louis bebe, Zayn bebe, Harry bebe, Niall bebe... y Liam... bueno, Liam pide 10 McNuggets en el McDonals, le dan 11 y devuelve uno.
-Hoy es lo de la BBC.
-¿Y?
-Soy el primero.
-Vale-canturreé. Mi culo volvió a alzarse.
-Entro en media hora.
Media hora.
-Tengo que irme ya.
¡AHJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA QUÉ GRACIOSO! No.
-¿Irte?-espeté, incorporándome de un brinco. Asintió.
-Sí, claro, tengo que irme. Entro en media hora.
-Pero... pero... yo creía que íbamos a estar todo el día juntos.
Alzó una ceja.
-¿Quieres venir?
-No. No, por Dios. No. No-negué furiosamente con la cabeza, cerré los ojos, gesticulé casi tanto como lo hacían mis amigas en teatro...
A mí no me iba la atención mediática como les iba a ellas. Ellas se movían muy a gusto entre las fans gritando, tenían incluso una especie de duelo por ver quién ganaba, y sentía por Noe decir que Eri le sacaba ventaja (porque había jugado sucio, eso había que reconocerlo), pero a mí eso no me gustaba... me era tan...
Tan incómodo.
-Entonces, ¿qué quieres?
Me encogí de hombros.
-¿Cuánto vas a tardar?
-Una hora.
Suspiré, me aparté el pelo de la cara y me dejé caer en la cama. Cerré los ojos.
-Sabes estar sin mí mucho tiempo. Una semana.
Negué con la cabeza.
-Estoy en casa. No es lo mismo, y lo sabes.
Sonrió, se inclinó hacia mí y me besó. Su boca sabía a pasta de dientes, (Colgate, jeje), tenía ese toque fresquito de la menta que a mí tanto me gustaba... enredé mi lengua con la suya, él apretó su rostro contra mí, aplastando mi nariz con la suya, y me acarició la mejilla suavemente.
La inevitable y familiar sensación de pérdida que siempre se instauraba en mí cuando él se retiraba después de un beso (no hablemos cuando se retiraba con mayúsculas, sí, aquello era bestial, como si con una aspiradora me succionara la felicidad y me llenara con una vacuidad sosa y deprimente) no tardó en hacer acto de presencia. Suspiré y me lo quedé mirando, miré su indumentaria, su forma de abrir el armario, cuidadosamente, para buscarme una chaqueta que ponerme por encima en aquella mañana otoñal del centro-oeste inglés (qué amor de chico), estudié la forma en que me pasó la chaqueta por los hombros, me acarició la mandíbula, me tomó el mentón y me dijo que lo sentía, que tenía que irse, y que volvería pronto.
Asentí, sintiendo que aquella cama de repente se me hacía grande, que podía perderme dentro de ella si no lo tenía cerca, que la cama sería capaz de absorberme si no me andaba con cuidado.
Me quedé un rato más, mirando la puerta por la que había salido, todavía sintiendo su último beso de despedida en los labios; que ahora estaban calentitos, recordando aquella boca besándolos, recordé la forma en que me miró a los ojos, me susurró dos palabras, dos únicas palabras que a mi me bastaron para alegrarme el día.
-Te quiero.
Era verdad, me encantaba cuando me lo decía, pero más todavía cuando lo hacía de ese modo. Me dejaba perderme en aquellos ojos chocolate, me dejaba ver dentro de ellos, me invitaba a retarle insinuando que aquello era mentira, me invitaba a echarle un vistazo a su alma y no responderle con un suave, coqueto, juguetón, enamorado y yo a ti.
Tenía las piernas cruzadas a la altura del pecho, me las abrazaba como había visto hacer en Luna Nueva. Tenía que dejar de ver esa pelíc...
Ni de coña.
Sonreí a mi soledad.
Me destapé, dejé caer los pies de la cama, me froté la cara y me levanté. Me tambaleé un segundo, pero luego, rápidamente, conseguí meterme dentro de mis vaqueros de estar por casa, me llevé una mano al pelo, ligeramente alborotado, pero nada comparado con lo de mis amigas recién levantadas, y me encaminé al baño.
Me lavé la cara, estudié mi reflejo somnoliento en el espejo, me encogí de hombros y me arrastré escaleras abajo.
Zayn dormía con la tele puesta, la boca abierta, un brazo detrás de la cabeza, la mano tranquila al lado de esta, en una posición que dejaba entrever que había tenido un mando a distancia tiempo atrás, cuando su dueño aún estaba despierto.
Efectivamente, el mando suicida reposaba en la alfombra al lado del sofá. ¿O debía decir que el cuerpo asesinado del mando se hallaba aún en la escena del crimen?
Me enterneció ver a Zayn de esa manera; aun con la barba, los cada vez más y más abundantes tatuajes, el cigarro que se había consumido a sí mismo en el cenicero, esperando impaciente que su dueño volviera a colocárselo en sus (deseables) labios... era mi niño.
Todos eran mis niños, mis pequeños, y tenía que cuidar de ellos.
Me hice con una fina manta, de las típicas de las abuelas, y se la tiré lentamente por encima. Se removió un poco, notando mi presencia, pero no dándole una importancia desmesurada, dejó escapar un suave ronquido y continuó en brazos de Morfeo.
Observé la tele, el canal de deportes. Después de varios ruidos demenciales (los Lakers estaban jugando un partido y la afición de Los Ángeles no paraba de celebrar los tantos de su equipo), me acerqué dando un par de brincos a la tele y la apagué.
Zayn abrió los ojos con mucho esfuerzo.
-¿Qué hora es?
-Vuelve a dormirte-repliqué.
Asintió con la cabeza y, antes de dejar caer su cabeza en el resposabrazos del sofá, ya volvía a soñar.
Suspiré, me abracé la cintura (Eri, ah, Eri) y me dirigí a la cocina. No tenía mucha hambre, así que me armé con un par de galletas, me preparé un Cola Cao y me senté en la mesa de la cocina. Comí despacio las galletas, sumida en mis recuerdos, cavilando acerca de todas las cosas que me habían pasado en la semana...
Y me arrastré hasta ese momento, sonrojándome por lo que había hecho.

A pesar de que no habíamos hablado nada con ellos de que fueran a visitarnos y realmente no les esperábamos, la verdad es que en seguida supimos qué debíamos hacer. Había sido genial verlos. Siempre era genial verlos.
Cuando los vi a los dos en casa de Noe, pensé que estaba alucinando, pero no era así.
Y, cuando la fiesta de cumpleaños de Noe comenzó a decaer, Louis y Liam se miraron, Zayn y Niall hicieron lo propio, y yo miré a Eri. Eri miró a la pareja, luego a mí, luego a los chicos y, por último, a la puerta. Comprendió lo que tenían pensado incluso antes de que ellos abrieran la boca para ponerse de acuerdo.
En realidad, tampoco hacía falta ponerse de acuerdo.
Todos habíamos tenido momentos de intimidad con nuestras parejas en su cumpleaños (Erika la que más), así que Noemí no sería menos que el resto.
Nos habíamos dedicado a dar vueltas por ahí, sin rumbo fijo, intentando dilucidar qué haríamos. Después de varios paseos por Avilés, acabamos separándonos; Louis, Niall, Zayn y Eri siguieron dando una vuelta mientras Liam y yo fuimos al parque más grande de la ciudad. Entramos en el pequeño jardín que se compartía con el hotel, nos sentamos en un banco y empezamos a charlar de tonterías, a besarnos, a meternos mano...
Entonces, comprendí por qué me había dado el impulso de ponerme falda.
Me senté a horcajadas encima de él y le mordisqueé los labios.
-Liam...
-Mmmm.
-¿Qué pasa si te digo que ahora soy una bruja y que hago los sueños realidad?
Sonrió.
-¿Que alucino?
Me besó los labios, yo le tomé la mano y la coloqué sobre la piel desnuda de mis piernas. Cerré los ojos cuando comenzó a subir la mano, lentamente, muy lentamente. Miré a ambos lados un segundo: un par de parejas, un grupo de adolescentes, y una anciana lanzándoles migas de pan a las palomas.
Un árbol nos camuflaba.
Pero siempre podían rodearlo.
Liam pareció darse cuenta de aquello, de ambas cosas, y no fue sino la suma de aquellas dos cosas lo que hizo tan excitante nuestro juego.
Recorrió mi espalda con sus manos frías, estremeciéndome. Le clavé las uñas en los hombros y le mordí el cuello. Gimió.
-Te deseo-murmuré.
-Sabes que no soporto que las chicas digan...-replicó él, burlón. Me eché a reír.
-A ti-espeté. Sonrió. Me besó.
-Lo sé.
Una vez nos libramos de mi ropa interior, siguió con su mano en mis muslos, tan cerca que me volvía loca, pero no lo suficiente como para satisfacerme.
-No tengo condones.
Negué con la cabeza.
-No importa. Hazlo.
-¿Segura?
Asentí, cerré los ojos y me moví un poco, le bajé la cremallera del pantalón.
-Segura.
Me tapó la boca, porque me vio venir. Vaya si me vio venir. Cuando entró mí, cuando lo sentí duro en mi interior, creía que explotaría de placer.
No había nada entre nosotros.
Piel contra piel, simplemente, y eso, eso era lo mejor de todo.
Nos movimos rítmicamente, los ojos cerrados, los sentidos alerta a la menor posibilidad. Sacudí las caderas; casi todo lo hacía yo, él simplemente estaba allí sentado, besándome, dejando que le mostrara el camino hacia mi interior; moviéndose todo lo que podía moverse, que no era demasiado, pero sí lo suficiente para no sentirme sola.
Su boca pasó por mi escote, me besó toda la piel que pudo; yo le mordí el lóbulo de la oreja.
No era suficiente, no podía soportarlo, necesitaba más, necesitaba muchísimo más, quería gritar, quería hacerlo, pero no iba a poder.
Estaba tan mal.
Estaba tan jodidamente mal aquello que estábamos haciendo...
Pero sentaba tan bien.
En nuestra pequeña burbuja de cielo en aquel mundo asqueroso, mi cuerpo entero se estremeció.
Me miró a los ojos mientras dejaba su semilla en mi interior, mientras yo gemía y le respondía con el calor líquido que nunca me fallaba. Me pasó el pulgar por los labios, yo giré la cara y se lo mordí. Le había alborotado el pelo, yo estaba hecha un desastre, me veía en sus ojos; una versión bonita y salvaje de mí misma.
No me bajé de él.
No dejé que saliera de mí.
Nos quedamos así un rato, unidos bajo la mirada de algunos curiosos, que no se imaginaban que realmente él estuviera dentro de mí.
-Eres la mejor-susurró. Cerré los ojos y di un ligero empellón. Gimió, siempre sonriendo.
-Tú eres el único-repliqué.
Su sonrisa de satisfacción y el sentimiento que esta despertó en mí casi no se pudo comparar con aquel orgasmo al aire libre, a merced de miradas indiscretas.
Casi.

Me moría de ganas de contárselo a las chicas, pero no podía hacerlo todavía. Eran demasiadas emociones en un solo día.
Le había mandado un mensaje de texto a Liam diciéndole que había tomado la píldora, que no se preocupara, en el recreo, justo después de meterme en el baño, introducir la pequeña pastilla en la boca, alegando que me dolía la cabeza y tragándomela apoyándome en el grifo.
Su respuesta fue simple:
Me fiaba de ti, no hacía falta que me lo confirmaras. Te quiero. X.
La última galleta se desmenuzó en mi mano, se dividió en dos partes debido al peso extra de la mitad que se había empapado, y se lanzó en caída libre hacia el Cola Cao, devolviéndome a mi realidad.
-Joder-gruñí, metiendo la cucharilla dentro de la taza y revolviendo cual arqueóloga. Suspiré, removí la mezcla y terminé tirándola por el desagüe; me daba un asco inmenso estar bebiendo y que un iceberg de galleta se estampara contra mis labios, o peor, se colara por mi garganta. Era la peor sensación del mundo.
Encendí la radio a la hora exacta. Zayn se desperezó, se quedó mirando el portátil, que había cogido del sofá vacío, y se acercó a mí. Nos quedamos los dos mirando los tweets de las fans, haciendo una competición entre ellas: señalábamos un icono y decidíamos cuánto tiempo iba a tardar en poner un nuevo tweet.
Zayn se metió en su cuenta un momento para ordenar a todo el mundo que pusiera la BBC, y consiguió un Trending Topic. Luego fue mi turno, causando que mis seguidores subieran en cuatro mil o cinco mil personas. Me sentía una diosa cuando pasaba eso.
Estuve escuchando la radio hasta que la entrevista terminó, y me sorprendió que Zayn no se levantara inmediatamente.
Se suponía que después de Harry iba él, ¿no? Si yo fuera él, me habría puesto histérica, intentando hacer todo cuanto debía en el menor tiempo posible para estar preparada.
Pusieron dos canciones y, acto seguido, la voz de un nuevo locutor de radio llenó el silencio de la emisora.
-¡Hola, soy fulanito de tal y estoy con Harry Styles, de One Direction!
Harry saludó, dijo que estaba encantado de estar allí, y demás cosas.
Zayn recibió un mensaje de texto mientras los dos escuchábamos al rizoso comentar lo importante que había sido para todos el poder realizar ese segundo álbum y lo divertido que había resultado grabar el vídeo de Live While We're Young.
Dile a Alba que mire los mensajes, anda.
Zayn me mostró la pantalla de su iPhone, alzó una ceja y me sonrió.
-¿Dónde tienes el móvil?
-En la habitación.
¿Para qué necesitaba yo el móvil en Londres? Siempre estaba acompañada, acompañada por alguien que siempre llevaba el teléfono encima, y si mis padres necesitaban algo, me llamaban por la noche o le decían a mi hermano que me mandara un mensaje por alguna de las redes sociales en las que estaba metida (que no eran pocas). Así que mi teléfono se veía apartado de mi vida durante los fines de semana, olvidado en una esquina o sin tan siquiera salir del bolso pequeño de mi mochila. Subí las escaleras a todo correr y, revolví en los cajones de la mesilla de noche de la habitación de Liam (¿nuestra habitación? ¿Podía llamarla ya nuestra habitación?) y rescaté mi pequeño móvil, cuya marca no tenía nada que envidiar para los iPhones de casa o la BlackBerry de Noe. Pero eso era otra historia; yo estaba contentísima con mi teléfono, y al que no le gustara, bien podía reventar.
Tenía dos mensajes de Liam.
Cariño, vete haciéndome la maleta, que nos largamos en cuanto salga.
Quince minutos después.
Ya has abandonado el móvil por ahí otra vez, ¿eh? Apuesto a que no verás el mensaje hasta que yo llegue.
Tecleé furiosamente en la pantalla táctil del teléfono.
Lo tenía en silencio a mi lado, pero es que tienes una voz tan asquerosa que en cuanto abriste la boca en la  radio, me desmayé.
No tardó en contestarme.
Seguro.
Sonreí, negué con la cabeza, deslicé el teléfono dentro de mis vaqueros y miré en derredor. Saqué la bolsa que Liam usaba cuando tenían algún tour (en realidad, todos iban con la bolsa en el caso de que fuera un par de días, y no una semana, pues entonces llevaban maletas hechas y derechas y Louis se tumbaba en la cinta transportadora de los aeropuertos, y terminaba dándose la hostia madre cuando llegaba a las curvas, y los chicos huían de él entre carcajadas demenciales), abrí al armario y lancé su ropa sobre su cama.
La doblé cuidadosamente y la coloqué dentro de la bolsa como si fuera a romperse , o como si yo fuera Eri guardando la paga del mes que sus padres le daban en la cartera, tratando al billete en cuestión como a un primogénito.
Me pasé una mano por el pelo cuando terminé y fruncí el ceño. La bolsa estaba a la mitad, y no sabía si él quería llevar más ropa o si pretendía que metiera mi vestuario dentro.
Cogí el teléfono y descolgué.
A los dos timbrazos, respondió.
-Estoy conduciendo-informó, aunque no habría hecho falta, el ruido del ambiente amplificado por el micrófono del manos libres de su móvil dio fe clara de ello.
-¿Qué hago con mi ropa? ¿La meto en la misma bolsa?
-Sí,  ¿por qué? ¿Quieres llevar mucha?
Me senté en la cama y escuché como perjuraba cuando un gilipollas de turno le pitó al parar en un paso de cebra y permitir que una anciana pasara a paso lento, como buenamente podría.
Bueno, lo de la anciana me lo estaba inventando.
Quiero decir, si la anciana realmente existiera, Liam saldría del coche y la ayudaría a cruzar la calle.
Sonreí ante ese pensamiento, me metí la uña del dedo índice en la boca y la mordisqueé.
-¿Nena?
-¿Qué?
-Que si quieres llevar mucha ropa.
-Ah. No. Es que...-metí los dedos entre las cremalleras de la bolsa y estudié el contenido-, la bolsa está mediada. No sé si te he cogido suficiente.
-Ya sabes que yo me arreglo bien.
-Ya.
-Tengo que colgar. Llegaré en seguida.
-Está bien.
Silencio.
Estaba esperando algo.
Los dos esperábamos que yo dijera algo.
-¿Liam?
-¿Sí?
-Has estado genial.
-Gracias, cucharita.
Sonreí.
-De nada, cariño. Voy a terminar con las cosas. Te quiero.
-Vale, anda. Te quiero.
Colgamos; suspiré, me quedé mirando un rato la pantalla del teléfono, lo dejé caer al lado de mi pierna en la cama y me quedé contemplando la pared, como atontada. Recordaba la misma sensación de aturdimiento cuando entramos en la Capilla Sixtina, en el viaje de estudios, alzamos la vista y descubrimos pinturas fantásticas, que no parecían estar pintadas sino esculpidas en el techo.
Eri se había acercado a una profesora y le había preguntado si realmente eran pinturas. Parecía que los paisanos estaban allí, joder.
-Sí, Erika, ¿verdad que es impresionante la capacidad de Miguel Ángel?
Eri había sacudido la  cabeza y había recitado una retahíla de alabanzas.
-Impresionante. Sublime. Soberbio. Fabuloso. Fascinante.
Y demás y demás palabras de las que solo ella podía soltar en medio de una conversación plagada de palabras sucias.
Me levanté de la cama y me fui a mi habitación. Cogí un par de camisetas (aunque seguramente usaría una y debía dar gracias, ya que volveríamos el domingo para los premios de la BBC), ropa interior, calcetines y un sujetador extra... por si las moscas.
Hice una bola con toda mi ropa y la lancé dentro de la bolsa. Cerré la cremallera y la arrastré hasta el salón.
Zayn seguía contemplando su cronología de Twitter, que tenía puesta en automático para no tener que estar refrescando la página cada dos por tres; sus ojos perseguían los tweets que le resultaban interesantes a una velocidad abismal, digna de un deportivo de la más alta gama.
Le di una colleja, él se me quedó mirando y sonrió.
-¿Cuándo te toca?
-Después de Harry.
-Ah. Qué guay.
Habían pasado las dos horas de rigor de Liam, y yo había estado sentada durante esas dos horas, perdiendo el tiempo frente a la pantalla del ordenador, cuando bien habría podido ponerme a hacer los condenados deberes.
Pero es que no me apetecía nada ponerme con biología, física o química o los gilipollas de los filósofos de la Antigüedad cuando mi novio estaba hablando por la radio. En realidad, no sabía qué era más extraño: que yo tuviera novio (Eri, Noe y yo siempre mirábamos a las parejas en el recreo, pensando que por culpa de los famosos estilo Robert Pattinson, Taylor Lautner o Justin Bieber en nuestra vida seríamos capaces de conformarnos con un hombre estúpido, feo y pobre como los que nos rodeaban y, por tanto, moriríamos solas), o que mi novio fuera mi primer ídolo.
O las dos cosas.
Consulté varias veces el reloj, y Liam no aparecía. Le comenté mi preocupación a Zayn, que en seguida se encogió de hombros, bostezó mientras se estiraba, se apropió del mando de la tele y comenzó a hacer zapping:
-Estará en un atasco. O tal vez se haya encontrado con fans, y esté firmándoles autógrafos.
Me sonrió. En eso eran todos iguales: Liam, Harry, Zayn, Niall y Louis, todos, absolutamente todos, ponían a las fans las primeras, por delante de todo. Una vez me habían contado que llegaron incluso a discutir con Paul en varias ocasiones porque él se ponía histérico cuando los chicos se paraban delante de la marabunta de fans, que esperaban histéricas conseguir un nanosegundo de atención de los chicos. Las adoraban.
No era para menos, las Directioners éramos geniales.
Me descubrí a mí misma estirando la mano para coger mi móvil y mandarle un mensaje por WhatsApp a Louis.
Lou, ¿puedes decirle a Eri que se ponga?
¿Es urgente?
No demasiado. Es para pedirle permiso sobre una cosa.
Está haciendo los deberes con mis hermanas, están todas calladas... da un gusto que alucinas. Pero si quieres se lo paso.
Por favor.
De acuerdo. ¿Alba? ¿Qué quieres? Estoy con la mierda de matemáticas.
¿Puedo cogerte la libreta de las frases? Es que me aburro. Estoy esperando por Liam, tengo la radio encendida con Harry y no me concentro para hacer los deberes.
Coge lo que quieras.
¿La tienes en casa?
En el armario. Revuelve a gusto. Si me vas a quitar una camiseta, dilo.
Ok. Gracias.
De nada.
Me levanté y me encaminé a la habitación de mi amiga. Abrí la puerta de su armario lentamente, esperando la típica avalancha de ropa de las películas, pero no ocurrió nada.
A pesar de que la cama de Eri y su habitación en general siempre estaba hecha un desastre, por lo menos el armario tenía un mínimo de organización.
Después de meter la mano entre unas cuantas camisetas, conseguí la libreta en cuestión. La abrí y me senté en la cama de mi amiga, leyendo los textos que, o bien transcribía de otros libros, o bien copiaba de fotos o de tweets que le gustaban, o bien simplemente ella misma escribía.
No leí ninguno de los que hablaban de Louis, en ese sentido, me sentiría como si estuviera leyendo su diario.
Liam pasó a su habitación, buscándome, se detuvo, dio un par de pasos hacia atrás y se me quedó mirando.
-¿Qué haces ahí?
Me encogí de hombros.
-Estoy leyendo cosas que escribe Eri.
Asintió.
-¿Íntimas?
Fruncí el ceño y me lo quedé mirando.
-¿Tengo pinta de andar leyendo diarios ajenos?
Sonrió.
-¿He de contestar?
Puse los ojos en blanco.
-Cierra la boca-repliqué.
Terminamos quedándonos en casa hasta que Zayn comenzó a prepararse para irse, y no dejarle solo. Liam se encargó de arrastrar la bolsa hasta el coche mientras yo buscaba en mi móvil los antiguos mensajes con las chicas. Me gustaba recordar las cosas que nos enviábamos, recordar los buenos tiempos, cuando no teníamos broncas entre nosotras por culpa de los chicos.
Aunque los quería mucho, debía reconocer que, en ocasiones, eran una fuente de problemas continuo, problemas que terminaban estallando y liberando la tensión en el momento más inoportuno.
Leí los mensajes bordes que me había mandado Noe y las contestaciones estúpidas que me ponía Eri cuando se enfadaba. Habían estado molestas un par de recreos por la competencia que se estaba desarrollando entre ellas, y yo había terminado en medio: Eri iba a tener un show propio donde se decidiría su futuro de superestrella, aunque seguramente ese futuro ya estaba decidido, ella era incapaz de dejar de hablar de aquel tema. Y Noe se mordía las uñas, pensativa, intentando dilucidar cómo se las iba a ingeniar para entrar al Factor X.
Había expresado su preocupación en voz alta. Yo estaba en medio, así que Eri se inclinó hacia delante y susurró, en un tono que más tarde todas recordaríamos como jocoso, y no amable, tal y como la dueña permitió:
-¿Y por qué no cantas una canción conmigo?
Noe le lanzó una mirada envenenada.
-No necesito caridad, y menos la tuya.
Eri frunció el ceño, y la sombra del cabreo se cernió sobre su cara.
-¿Insinúas que yo vivo de la caridad de los demás?
Las comisuras de la boca de la pequeña de las tres se alzaron suavemente.
-Se te ha ocurrido a ti sola.
Las metí en el edificio del instituto, pues lo último que necesitábamos ahora era una lucha a muerte súbita con público.
Si con gente normal aquello congregaba al instituto entero, con nosotras congregaría a la ciudad, el país, si se daba el caso.
Borré los mensajes y miré a Liam, que abrió la puerta del coche, se metió dentro, me sonrió y arrancó.
-A Wolverhampton.
Y me puse histérica. ¿Cómo no iba a hacerlo?
Iba a visitar a mis suegros.
Nunca había estado en su ciudad.
La última vez que había visto a mis suegros también había resultado ser la primera, en la clausura de los Juegos, y fue durante un par de minutos, amenizados por las gemelas hermanas de Louis.
Liam se echó a reír cuando saqué el libro autobiográfico que tenían de la mochila y busqué de forma frenética el nombre de sus padres.
-¿Qué haces?
-Intentar no quedar como una maldita subnormal-espeté. Negó con la cabeza, me arrebató el libro y lo lanzó al asiento trasero.
Mi cara de pánico debió de ser épica, porque se echó a reír de tal manera que tuve que sujetar el volante.
Sacudió la cabeza y se me quedó mirando.
-¿Qué quieres saber?
Me encogí de hombros, él se encogió de hombros y clavó la vista en la carretera.
-¿Qué no sabes ya?
Volví a encogerme de hombros.
Era una Directioner, joder. Era la única que era Directioner cuando entramos en aquel bar en junio. Sabía bastantes cosas sobre él como para poder desenvolverme por su mundo sin causar ninguna crisis de dimensiones desproporcionadas.
-Habla. Simplemente, habla.
Asintió lentamente, se mordió el labio, pensando por dónde debía empezar, abrió la boca y comenzó a hablar. Habló durante todo el trayecto, me contó toda su vida, con detalles desconocidos para mí, aunque la línea principal se mantenía clara.
Hablamos de sus hermanas, Nicola y Ruth, me explicó rápidamente por qué con la mayor no se llevaba particularmente bien con la mayor; eran demasiado diferentes, a ella le gustaba mucho la fiesta, y él, como ya sabía, era más tranquilo en ese sentido. Era, como había dicho, como el aceite y el agua. Podían estar juntos, pero nunca estarían unidos.
-¿Por eso con Louis no te llevabas al principio?-espeté.
Se me quedó mirando un momento, casi le dio al coche de delante. Justo cuando faltaba un metro, volvió a la carretera, frenó y negó con la cabeza.
-Creo... puede que fuera por eso, sí-se encogió de hombros y me miró un par de segundos mientras decía:-fue un cúmulo de circunstancias.
Asentí.
-Dicen que es porque tú tienes madera de líder y Louis era el mayor.
-Un poco de todo-volvió a encogerse de hombros-. Y ahora, míranos, no podemos vivir el uno sin el otro.
-Seréis como el ying y el yang.
Se echó a reír.
-Puede ser.
Continuó hablándome de Ruth, la hermana mediana de los tres, con la que mejor se llevaba. De carácter más parecido, Ruth salía de fiesta, sí; todos lo hacían, pero ella era más responsable, más al estilo de Liam. No le importaba quedarse en casa estudiando, si tenía que hacerlo lo hacía; lo que no soportaba era tener que dejar a los demás dirigir su vida y dejarse llevar. En eso me dijo que Ruth era muy... organizada.
Muy tú, pensé cuando me lo dijo.
Estaba hablándome de sus abuelos cuando sonó el teléfono. Se lo sacó del bolsillo y me lo tendió.
Deslicé el dedo por la pantalla para descolgar la llamada y le di a altavoz.
-Liam...-murmuró Louis, zalamero.
-Louis-replicó Liam, de la misma forma.
Sacudí la cabeza y miré por la ventana, pensando en el tiempo que hacía que ellos no se llevaban del todo bien. Cómo habían cambiado las cosas.
Cómo podía cambiar las cosas el tiempo.
-¿A qué hora tenía que estar en la BBC?-preguntó el mayor del grupo. Liam sonrió, sacudió la cabeza.
-A las cuatro, Louis.
-Ah. Gracias.
-De nada.
Silencio.
-¿Te pasa algo?
-¿Has mirado el correo?-espetó de repente, sin venir a cuento. Liam frunció el ceño y se encogió de hombros.
-Lo miré anteayer. ¿Por qué?
-He recibido un mensaje. Ya sabes. Una premiére.
-Ah. ¿Cuál?
-Amanecer.
¡OH, JESUCRISTO DEMONÍACO Y SANTÍSIMO AL MISMO TIEMPO!
Liam tragó saliva.
-¿Y?
-Bueno, ya sabes, se supone que tenemos que ir y eso...
-¿Pero?-se anticipó mi novio. El de Eri suspiró.
-Tenemos que llevar a las chicas, ¿no?
-Si no me lleváis, no os lo perdono en la vida-ladré. Noté la sonrisa de Louis cuando me saludó. Le devolví el saludo, y continuaron con su conversación.
-Bueno, Lou, ¿qué te preocupa? No nos van a comer. Sabes que Taylor y Robert son majos.
Fingí no darme cuenta del brillo que cruzó la mirada de mi novio cuando pronunció el primer nombre. El rival de mi ídolo.
-Ya, si...son majos, me caen bien, el problema es...-vaciló-.
-¿No quieres que Alba lo escuche?
Silencio.
-No quieres que lo escuche. ¿Me pongo los auriculares o algo?-ofrecí, ya estirando la mano hacia la mochila y sacando el mp3 del bolsillo. Louis se negó.
-Bueno, ¿qué demonios? Terminará enterándose.
-¿Eh?
-Me preocupa Eri.
-¿Por qué?
-¿HOLA, LIAM? ¿HOLA? ¿QUIÉN ES TAYLOR? ¿QUIÉN SOY YO? ¿DÓNDE NOS TENÍA A NOSOTROS Y DÓNDE LE TENÍA A ÉL EN LA ESCALA DE CELEBRIDADES CUANDO LA CONOCIMOS? ¿QUÉ NOS DIJO?
Soy fan vuestra, pero soy Lautie ante todo y sobre todo.
Sí, definitivamente el tiempo era capaz de cambiar muchas cosas.
Pero mi amiga llevaba nueve años siendo lo que era.
Tal vez aquello resultara demasiado.
Pero, Dios, adoraba a Louis. No sería capaz de hacer algo así... ¿no? ¿¡No!?
Liam suspiró, apoyó el codo en la ventanilla del coche y frunció el ceño.
-¿Y?
-¿Eres retrasado, o algo, tío?
Liam sonrió.
-Perdón, es que...
-Da igual. Se nota que estás tranquilísimo.
-Taylor va a estar allí. Y se supone que Eri también. ¿Entiendes? Voy a morirme. ¿Me pegas un tiro? Entre las cejas, por favor.
-Eri no te va a cambiar por Taylor, Louis-repliqué. No me hizo caso.
-Ya me la imagino acercándose a él y diciéndole que es su ídolo, y bla bla bla, y oh, Taylor, por favor, llévame a California, que hay 330 días de sol al año garantizados, y bla bla bla, y sácame de esta asquerosa nación que es Inglaterra donde nunca brilla el sol, quiero estar morena como tú, y bla bla bla...
-Louis-gruñó Liam, divertido, pero también ofendido.
-¿Qué?
-Eri no te va a cambiar por Taylor.
-Ya.
-Venga, tío. Te quiere a ti. ¿Cómo se va a largar con él? No me jodas.
-Es fácil decir eso cuando nunca has sido el segundo-gruñó él. Liam se me quedó mirando, en silencio. Le soporté la mirada.
Él no sabría a lo que se enfrentaba Louis nunca. Para mí era el primero, desde que lo conocí, era el primero.
Yo era ante todo Directioner.
Eri había sido ante todo Lautie. Las cosas cambiaban.
Pero podían volver a su sitio.
-Vais a ir a esa premiére.
-Pero...
-Te diré lo que vamos a hacer, Louis. Vamos a ir a esa premiére. Los ocho. Vas a presentárselo a  tu novia, ¿me entiendes? Vas a cumplir su sueño, ella te adorará hasta el final de los tiempos, os casaréis y tendréis muchos hijos.
-Si no me la quita el gilipollas ese antes.
-Louis...
Louis suspiró.
-¿Louis? ¿Me has entendido?
-Sí. Lo he entendido.
-¿Y?
-Y, ¿qué?
-Vas a hacer lo que te he dicho, ¿no?
-¿Puedo pensármelo?-suplicó.
-¡No!
-Si luego me deja tendréis que soportar mi depresión.
-No te va a dejar-protestamos los dos a la vez.
Me imaginé a Louis poniendo los ojos en blanco.
-Ojalá tengáis razón.
Más silencio.
-¿Algo más?
-¿A qué hora tenía que estar en Londres?
Liam sonrió, sacudió la cabeza y miró al frente.
-A las cuatro, Lou.

Llegamos a Wolverhampton justo cuando Zayn pinchaba una de las canciones de los Black Eyed Peas que tanto le gustaban. Aparcó el coche al lado de una pequeña casa (la típica casa unifamiliar inglesa), nos bajamos y me miró.
Se me quedó mirando mientras estudiaba su antigua casa, la casa donde había crecido. No tenía pinta de ser tan lujosa como la que se habían comprado entre todos en Londres, pero a mí me pareció más bonita... porque le había visto crecer.
Había estado con él durante sus 19 años, aquel era el lugar al que él llamaba, realmente, hogar.
-¿Lista?
Me lo quedé mirando. Me acerqué a él, le cogí la mano, entrelacé mis dedos con los suyos y asentí lentamente.
-Estoy asustada-confesé contra su oído mientras daba unos toquecitos en la puerta. Me miró, estupefacto.
-No tienes por qué-se encogió de hombros y me dedicó una sonrisa cálida, marca de la casa; la típica sonrisa suya, de niño bueno, que podría hacer que te desmayaras-. Nunca nos hemos comido a nadie.
Dejé escapar una risita y contuve el aliento cuando la puerta empezó a abrirse.
Una mujer rubia, menuda, de ojos azul oscuro abrió la puerta.
Karen.
-¡LIAM!-bramó, estrechando a su hijo entre los brazos. Me mantuve apartada en un segundo plano hasta que la mujer pareció darse por satisfecha, pues parecía estar comprobando la solidez del cuerpo de su hijo. Miró horrorizada su cabello, casi rapado-. Oh, Dios mío. Tu pelo. Creía que era Photoshop.
Liam negó con la cabeza y se pasó una mano por su cabello, que ahora pinchaba, pero resultaba gracioso.
-No, mamá. Me lo he cortado de verdad.
Karen negó con la cabeza.
-Confiaba plenamente en que fueran montajes, hijo. Tienes un pelo precioso. No entiendo por qué no puedes dejarlo tranquilo una temporada-sacudió la cabeza y se me quedó mirando.
-¿Te acuerdas de Alba?-preguntó él, cogiéndome la mano y arrastrándome de vuelta hasta ellos. Le dediqué una tímida sonrisa a mi suegra, nada comparada con la enorme sonrisa que nada tenía que envidiar a la grandiosa Sonrisa Colgate de Harry.
-Claro, ¿qué tal, querida?
-Bien-mi sonrisa se ensanchó un poco más. Karen se hizo a un lado.
-Pasad, anda, no vayáis a resfriaros. Te he estado escuchando, mi vida. Impresionante.
-¿Verdad que sí?-Liam se sonrojó-. Ya verás cuando salgan los vídeos de nosotros bailando Gangam Style.
Karen se echó a reír.
-Harry también ha estado fantástico. Ahora mismo estaba escuchando a Zayn. ¿Quién será el siguiente?
-Niall. El último será Louis.
-Fantástico-replicó la mujer.
Su padre no tardó en aparecer, un hombre corpulento, más alto que él, de rostro redondo, mejillas abultadas y enrojecidas. Me dedicó una sonrisa cordial.
-Hola, chicos-saludó. Le sonreí, Liam se levantó y abrazó a su padre-. Creía que no ibas a aparecer, chaval.
-¿Y las demás?
-Nicola ha salido, ha quedado con unas amigas para ir a veros mañana-su padre se inclinó hacia un lado, receloso- ¿Los premios son mañana, no?-Liam y yo asentimos, Karen sonrió ante el despiste tan grande de su marido-. Y Ruth ha ido a comprar leche. Ya debería haber vuelto...
Apenas terminó la frase, la puerta se abrió, y una rubia menuda apareció por la puerta a todo correr. La cerró lo más rápidamente que pudo, se sacudió las manos, las sopló, las frotó y se deshizo de su bufanda amarilla y roja.
Si Eri estuviera allí, habría chillado: ¡Abrázame, hermana de Gryffindor!
Ruth se abalanzó sobre su hermano, chillando su nombre. Liam la recibió con los brazos abiertos.
-¡Oh, cuánto te he echado de menos!
-¿Y yo a ti no?-espetó él, riéndose. Ruth no tardó en abrazarme, plantarme dos besos y volver a abrazarme. Me frotó los brazos; yo le sonreí.
Liam no me había dicho que Ruth fuera tan efusiva.
Comimos todos, sus padres no paraban de hacerme preguntas que yo contestaba encantada, y que también formulaba. No tardé en sentirme integrada en aquella familia, no tan grande como la de Louis, pero que, sin embargo, se veía igual de unida.
A pesar de la pequeña rivalidad que se rumoreaba había entre Nicola y Liam (se decía que su hermana estaba celosa de su éxito, y que incluso intentaría aprovecharlo para hacerse ella misma con una carrera), no me sorprendió en absoluto comprobar que aquellos rumores eran, como poco, muy exagerados. Vale, tal vez Liam y Nicola no fueran los hermanos más perfectos del mundo, a veces se contestaban con borderías, especialmente cuando nos sentamos a ver la tele y cada uno quería poner una cosa distinta; pero el conflicto nunca llegaba a más; o bien Ruth detenía la guerra antes de que esta se iniciara o bien uno de los dos simplemente decía que no tenía ganas de discutir y, o se iba a otra parte, o se callaba y dejaba que el otro hiciera lo que le viniera en gana.
Geoff no pudo evitar sonreír cuando nos metimos en la antigua habitación de Liam y nos pusimos a hacer la cama. Se asomó a la puerta y me miró.
-¿Dónde vas a dormir, Alba?
Miré a Liam.
-Con él... ¿no?
Su padre sonrió.
-A ver lo que hacéis.
Se echó a reír cuando los dos nos pusimos rojos como un tomate y asentimos, bajando la vista.
No fue hasta después de cenar cuando volvimos a quedarnos solos. Ruth había dicho que le apetecía ir a dar una vuelta con unas amigas, sugirió que la acompañáramos y entre todos me enseñarían la ciudad a la clara luz de la tarde que se iba despidiendo de aquella parte del mundo, por lo tanto, solo la noche fue íntima.
Después de lavarnos los dientes, yo regresé a mi habitación. Liam apareció un par de minutos después, justo a tiempo para ver cómo le enviaba un mensaje de buenas noches a Eri y Louis, Niall y Zayn, que al final se habían quedado en Londres y no habían visitado a sus familias.
Noe me exigió que me conectara para hablar por Twitter, me dijo que Eri ya estaba esperándome.
-¿Te apetece dar un paseo?
Le sonreí.
-Sí.
Le envié a Noe un mensaje de disculpa, diciendo que no podría quedarme, y que no lo pasaran demasiado bien sin mí. Me respondió con un lacasito triste, luego una simple frase: con protección, ¿eh? y un guiño.
Negué con la cabeza, me coloqué el jersey y busqué una chaqueta, esperando que la fría noche no me hiciera demasiado daño.
La pobre Noe se estaba poniendo mala, y era cuestión de tiempo que nos contagiara el catarro a las otras dos que siempre estábamos con ella.
Mi pobre criatura.
Nicola frunció el ceño cuando pasamos detrás de ella, tumbada en el sofá, viendo la tele, giró la cabeza y nos preguntó:
-¿A dónde vais?
Liam se encogió de hombros.
-A dar una vuelta.
-Ah-cerró la boca rápidamente, asintió y volvió a concentrarse en la caja tonta. Se rascó un pie con el otro, suspiró y se echó a reír cuando Alan Carr dijo algo gracioso a su invitado del momento.
Me pegué instintivamente a él cuando salimos a la calle y el aire gélido de la noche inglesa me golpeó de lleno en la cara, dejándome sin respiración a causa de la sorpresa. Él pasó un brazo cariñoso alrededor de mis hombros, un brazo cálido que fue bien recibido, sonrió y me besó la cabeza.
Jugué con su chaqueta, preguntándome cuánto tardaríamos en vernos sin intimidad, cazados por las fans.
Las fans no aparecieron.
Doblamos varias esquinas, siempre atentos, alerta, pero sin dejar de charlar, fingiéndonos tranquilos cuando en realidad no lo estábamos.
¡Las fans me han quitado los calcetines sin descalzarme! recordé que había gritado alguien en una película de Disney. ¿Uno de los Jonas, tal vez?
Era una forma divertida pero muy real de describir el poder de la admiración.
-Estás muy callada-murmuró, una vez llegamos a uno de los parques de la ciudad. Nuestros pasos fueron haciéndose más pesados, más lentos. Ahora ya no estábamos corriendo casi para salvar el pellejo (casi), sino simplemente paseábamos como uno más.
Nadie nos molestaría en un parque a esas horas de la noche, donde solo las parejas se permitían el lujo de dar un ameno paseo.
Me encogí de hombros.
-Estoy pensando.
Se detuvo y tiró de mi para mirarme bajo la luz de una farola. Estudió mis facciones, yo le aguanté como pude la mirada. Sonrió, yo le devolví la sonrisa. Me acarició la mejilla con el pulgar, yo me mordí el labio, esperando su beso.
-¿En qué?
Volví a encogerme de hombros.
-En todo y nada, no sé... estoy filosofeando.
Asintió con la cabeza.
-Oh, genial.
Sonreí.
-Tú tampoco estás muy hablador-repliqué, volviendo a echar a andar y haciendo que él me siguiera rápidamente, volviendo a pasarme un brazo alrededor del cuerpo, esta vez la cintura.
-Estoy pensando.
-¿También en nada?
Negó con la cabeza.
-Yo estoy pensando en algo.
En la siguiente farola, fui yo la que se giró y lo miró.
-¿En qué?
Me observó un momento desde su altura. Se quitó la chaqueta y me la pasé por los hombros; traté de apartarme pero no me dejó.
-¡Liam! Vas a coger frío.
-Tú ya tienes frío.
-Da igual. Yo no soy importante.
-Para mí sí.
Le sonreí.
-Tienes las prioridades un poco raras, chaval.
Se encogió de hombros.
-No, va en serio. Las tienes mal organizadas. Tú eres más importante que yo. Mira, si no, la cuenta del banco.
-El dinero no lo es todo-arrugó la nariz y me acarició el mentón. Tuve que suspirar, no pude evitarlo.
-Pues para muchas personas tú eres muchísimo más importante que yo.
-A mí no me importan los demás, ni sus prioridades. Me importan las mías-replicó, tozudo. Me puse de puntillas y lo besé en los labios.
-Vale, niño terco.
Sonrió, se cruzó de brazos, y yo me sentí fatal por dejar que me diera su chaqueta. Era una noche estrellada, con las constelaciones bailando en el cielo, pero el aire era helado, era cortante. Yo tenía dos chaquetas, y él solo su jersey.
No era justo.
-No te preocupes-me suplicó, cogiéndome las manos. Miré en la dirección en la que vinimos, deseando rehacer el camino: lo último que quería era que cogiera una pulmonía de escándalo.
Negó con la cabeza y me arrastró fuera del haz de luz, negándose rotundamente a volver a casa. La verdad era que, remordimientos aparte, a mí también me apetecía muy poco regresar a su casa... aún.
Me enganché de su brazo, acaricié sus bíceps (Oh, sí, esto es vida, señor) y miré su rostro, semioculto por la penumbra de la noche de ese parque. Las luces de las farolas formaban claros y sombras en su rostro que le daban un aspecto mucho más atractivo, más...
animal.
salvaje.
-¿En qué pensabas antes?
Se encogió de hombros.
-¡Dímelo, venga!
Sonrió, se detuvo y se pasó una mano por el pelo. Me quedé a su lado, con la curiosidad plantada en el rostro.
-¿Quieres saberlo?
Asentí.
Entrelazó sus dedos con los míos, sonrió y susurró:
-Me preguntaba cómo había pasado 18 años creyendo que vivía cuando solo vivo cuando te tengo al lado.
Una tanda gigantesca de fuegos artificiales explotó dentro de mí, iluminando mi corazón, mi estómago, todas mis entrañas, cuando se inclinó para besarme.

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