miércoles, 26 de diciembre de 2012

Las zanahorias son una mierda.

Mis padres y mi hermano se nos quedaron mirando a Louis y a mí cuando volvimos, 20 minutos más tarde (culpa suya, lo diría una y mil veces, él era el que siempre llegaba tarde y yo la loca histérica que casi se echaba a llorar cuando llegaba con un par de segundos de retraso) de lo que habíamos quedado a la parte del centro comercial donde se situaban las cafeterías, con los ojos como platos.
Llegamos a su lado y les devolvimos la mirada incrédula. ¿Cómo...?
¿Cómo podían estar en un centro comercial y no haber comprado nada?
Lo entendería si allí fueran todo tiendas de ropa (Louis y yo estábamos muy igualados en la Gran Cacería de Ropa de Otoño de 2012, celebrada ese mismo día en ese mismo lugar), pero, cuando había también tiendas de informática, librerías, y cosas por el estilo, se me llegaba a hacer incomprensible.
A mi padre le gustaban las cámaras de fotos.
A mi hermano, los móviles.
A mi madre, los libros, algo que yo había heredado en aún mayor medida.
-¿Has comprado todo eso?-espetó, haciendo un gesto hacia las bolsas que llevaba y las que llevaba Louis.
Claro, ahora usaba a mi novio de mula de carga.
-Las bolsas de Louis son de Louis.
-Pero si tiene tantas como tú-espetó mi padre. Escuché el pensamiento sarcástico que se formó en su cabeza.
-Yo traigo una bolsa más, pero él lleva un jersey y unos vaqueros extra que yo no he comprado.
Toda mi familia se quedó mirando al nuevo miembro político de esta, el miembro extranjero. Louis me estudió.
-¿Qué pasa? ¿Qué les has dicho?
-Les parece raro que hayas comprado más que yo.
Alzó las cejas.
-El día que te vean entrar a todo correr a Claire's y suplicarle a tu novio que te deje comprar una libreta donde sale la cara de tu novio y de sus amigos, que me llamen, ¿vale?
Se echó a reír cuando me sonrojé como casi nunca antes lo había hecho, y cuando agaché la cabeza para que los demás no lo notaran y aprovechar para recoger las bolsas, dejó las suyas en el suelo y me acarició la cintura.
Noté las miradas de rabia incontrolada de las fans que nos llevaban observando desde el otro extremo del gran espacio circular en cuyo lado se situaba el cine atravesarme los órganos vitales y fantasear con sus manos hundiéndose en ellos cuando los labios de Louis se unieron a los míos fugazmente.
-Mi pequeña fan-sonrió cuando lo miré. Esa vez, la que se rió fui yo.
Cargué con las bolsas rápidamente, antes de que él intentara ser un caballero y terminar como mi madre pretendía, cargado como una mula, y seguí a mis padres hasta el coche, recordando cuando nos separamos de mi familia.
Nos habían dicho que tenían que mirar unas cosas, a lo que yo había respondido, con ojos chispeantes, que Louis y yo iríamos por libre durante una hora y pico. A ellos les había parecido bien, quedamos a tal hora en tal lugar, y apenas mi padre se dio la vuelta sentí sus dedos enredándose con los míos.
Lo miré, él me miró e hizo una mueca.
-¿Tanto miedo le tienes?
-Le tengo pánico-susurró en mi oído; podría haberlo violado allí mismo, delante de tanta gente; delante de los ancianos sentados en los bancos observando a las chicas jóvenes pasar de un lado para otro, cargadas de bolsas, delante de las madres persiguiendo a sus niños pequeños, y de los padres corriendo tras sus esposas...-Larguémonos, nena. Enséñame este sitio, ¿quieres?-espetó, zalamero, besándome el lóbulo de la oreja.
Su aliento cálido arañando mi cuello me hizo temer el ser realmente capaz de cumplir aquella fantasía que había aparecido a tal velocidad allí mismo.
Alcé una ceja, le dediqué una sonrisa pícara y comencé a tirar de él en dirección a las tiendas que sabía que le gustaban, dispuesta a hacerle de personal shopper por una vez en mi vida.
De lo que yo no me acordaba era de aquella pequeña tienda llena a rebosar de accesorios que yo siempre me veía en la obligación de visitar.
Me detuve un momento y miré el escaparate, después deslicé los ojos hacia mi novio.
No podía pretender realmente que dejara escapar las ofertas del 75% de descuento en aquella tienda, que resultaba carísima pero deliciosamente bien servida.
-¿Te importa si entro?
Se encogió de hombro.
-Vamos, venga-replicó.
No le dejé dar un paso.
Merchadising.
One Direction.
Yo hacía meses correteando en círculos alrededor del pequeño expositor gritándoles a Noe y Alba que no sabía qué puta pulsera coger, si aquel pack de 6 con los nombres de los chicos y ONE DIRECTION en mayúsculas en la pequeña pulsera roja, o la grande, blanca y roja que había terminado comprando Alba.
Además, me había hecho una promesa a mí misma. Nunca, jamás, dejaría pasar la oportunidad de detenerme a admirar aquellas pequeñas cosas que nos podíamos llevar a casa de aquella banda que había sido inalcanzable para mí hasta cierto día en el que entré en cierto bar.
-¿Qué pasa?
-Voy a ver merchadising. Y no de Justin Bieber, precisamente-le informé, mirándole a los ojos, esperando a que se echara a reír.
No lo hizo.
Asintió lentamente.
-Vale.
-¿Me esperas?
-¿Me estás vacilando? Ni de coña. Pienso entrar ahí y ver cómo babeas delante de nuestras cosas.
-Lo estás diciendo de broma, pero te sorprenderás cuando lo haga en serio-le advertí, soltándole la mano y entrando a todo correr en la tienda. Una de las chicas me reconoció, de aquellas escapadas que realizaba con una amiga y en las cuales la parada a Claire's nunca faltaba, sonrió, y me tendió una cesta. La cogí sintiendo la presencia de Louis siguiéndome sin pausa pero sin prisa.
La vendedora observó con ojos como platos cómo Louis me seguía hasta la estantería donde se encontraban las cosas de la banda, y comparó los parecidos de aquel chico de ojos azules y pelo alborotado que inspeccionaba los elementos en venta con fotografías de un grupo de cinco chicos entre el que se contaba uno de ojos azules y pelo alborotado.
Mi novio notó los ojos de la muchacha en sí, alzó la vista y clavó los suyos en los de ella.
-Sí, niña, sí. Está mirando qué llevarse de la banda de su novio. Es todo muy normal.
Me eché a reír... por no llorar, claro. Pero la verdad es que la cara de la chica fue épica, aunque más la de Louis cuando soltó:
-Entonces os hacemos descuento en eso, chicos.
-Te estás acordando de lo de la libreta, ¿eh?-me provocó Lou, caminando a mi lado, sonriente. Asentí.
-¿Se me nota mucho?
Alzó los hombros.
-Llega un momento en que si te miro mucho y miro lo que haces sé más o menos en qué estás pensando.
-Es que fue muy épico, no puedes negarlo.
Sacudió la cabeza.
-Legendario, nena, la palabra es legendario.
Nos detuvimos y esperamos a que mi hermano abriera el coche. Mi madre se metió en el asiento del copiloto, dispuesta a criticar en todo momento la forma de conducción de mi hermano, y mi padre se sentó tras ella.
Haber dejado que su yerno se colocara a su lado sería echar a este a la jaula de los leones, así que me coloqué en medio, comprobé la correcta colocación del anillo en mi dedo y sonreí a Louis cuando entró en el coche.
-¿Cuánto habéis gastado?
Me encogí de hombros.
-Pagó él-suspiré. Aunque tenía pensado, en cuanto consiguiera que Louis me dijera el número de cuenta y la contraseña para hacer transacciones, meter todo el dinero que le debiera en su cuenta privada, pues mis tímidos dos millones se alojaban con los casi doscientos de los chicos, una buena forma de hacer que crecieran a un ritmo bestial al cobrar los intereses de 202, y no solo de 2.
Papá le sonrió.
-Louis, mi cumpleaños es el 24 de noviembre. Y me gustan los Ferraris.
Louis le devolvió la sonrisa.
-A mí los Lamborginis.
-También me valen.
-A la cola, yo llevo esperándolos más.
Papá sacudió la cabeza y se dedicó a mirar por la ventana, solo mirando a su hija y su novio cuando nos pusimos a rapear a gritos Superbass de Nicki Minaj, gestos incluidos.
Todos en el coche nos miramos cuando llegamos al I said, excuse me, you're a hell of a guy, I mean, my my my my, you're like pelican fly y nos abanicamos la cara, divertidos, como ya habíamos visto hacer en Dios sabía dónde.
Louis cogió su teléfono y comenzó a mirar canciones que poner. Coloqué mi cabeza en su hombro, la mano en sus bíceps y estudié la pantalla, que no paraba de moverse.
-Acabas de pasar More than this. No tienes perdón de Dios.
-Sh-replicó, divertido-. Mola más Moments.
-Te mataré, te descuartizaré y le echaré tus restos a mi perro para comer.
-Interesante.
-Y te echaré salsa barbacoa por encima.
-Genial.
-Las zanahorias son una mierda.
Abrió la boca y se me quedó mirando. Puse cara de sí, chaval, lo he dicho.
-Hemos terminado.
-Las zanahorias molan-rectifiqué, poniendo morritos.
-Hemos vuelto-proclamó, sonriendo. Me miró la boca-. ¿Te pasa algo en los labios?
-Eres retrasado.
-¿Tenemos que romper otra vez?-me amenazó, divertido. Negué con la cabeza.
-Qué bello eres, Lou, joder.
-Ya lo sé. Pero mola que me lo digas-se pasó una mano por el pelo y asintió con la cabeza. Me acurruqué más contra él y seguí tratando de leer los títulos de las canciones que desfilaban a la velocidad de la luz ante mis ojos.
Por fin, se detuvo, y frunció el ceño.
-Si les molesta, nos ponemos los auriculares.
Negué con la cabeza al leer el nombre del artista.
-No, les gusta.
-¿Seguro?
-Seguro.
Mi padre se giró en redondo y escuchó con atención una canción que para él sería su canción particular.
Descubrí que todavía recordaba una melodía que había escuchado por última vez por lo menos dieciséis años atrás.
-¿Desde cuándo te gusta Pink Floyd, Eri?-preguntó. Negué con la cabeza.
-Es Louis.
Se inclinó hacia delante, y su hijo político hizo lo propio.
-¿Te gusta Pink Floyd, chaval?
Asintió.
-Citando a una persona muy cercana, "tengo oídos".
Papá se echó a reír y mamá pareció satisfecha de que las broncas estuvieran dando resultado y de que le estuviera dando una oportunidad al inglés al que la loca de su hija había metido en casa.
-¿Conoces sus discos?
-Todos y cada uno.
-¿Cuál es tu favorito?
-The dark side of the moon. ¿El tuyo?
-Creo que The Wall. Y solo lo creo. Estuve en un concierto suyo, ¿sabes? Y fue espectacular.
-A mí me habría gustado ir, pero seguramente no cantaran ninguna del primer disco, y llevan mucho tiempo sin hacer conciertos-Louis negó con la cabeza.
-Te entiendo. Los primeros discos son siempre los mejores.
-No siempre. A veces no-mi novio se encogió de hombros, consiguiendo que mi padre frunciera el ceño.
-¿A qué te refieres? Los primeros son siempre los más libres, son en los que los cantantes dan más cosas. Se esfuerzan más porque puede que no tengan esa oportunidad otra vez, ¿sabes?
Louis hizo un mueca.
-O tal vez se vean obligados a hacer canciones pegadizas para que la gente se quede con ellas, o incluso los mánagers obliguen a los miembros de los grupos a cederles protagonismo a algunos por conseguir más fama.
Papá clavó los ojos en él un segundo antes de que los clavara yo.
-¿Experiencia personal?-espetó, sarcástico. Louis asintió despacio-. Bueno, tal vez tuviera su razón de ser. Tal vez los demás sean mejores que tú. No se puede ganar siempre.
Me entraron ganas de darle una bofetada.
-En realidad no es por mí. Es por Niall, que tiene una voz fantástica, y que no se escuchó casi nada en el primer disco. Y por cómo se sintieron los demás. A Harry, en especial, le jodía mucho que hubiera favoritismos.
Papá alzó las cejas.
-¿No se decía que tenías algo con el Harry ese?
-¡PAPÁ!-ladré, con la evidente intención de no traducirle eso último a Louis.
Pero él se me quedó mirando.
-¿Qué ha dicho?
Negué con la cabeza.
-Eri.
-Larry Stylinson.
Louis estudió a mi padre con la mirada, había tanta furia contenida, tanta rabia, y tantas ganas de romperle la cara (con mucha razón) que, instintivamente, me aparté un poco de él.
-Vas a traducirle lo que le voy a decir al pie de la letra, ¿vale, amor?-me acarició la mano que, sorprendentemente, ni me hizo herida ni me quemó. Asentí, recuperando mi posición inicial-. Dile que me da igual que cuestione mi voz o mi carrera, incluso la de mis amigos, puedo soportarlo por ser él quien es. Pero como esté insinuando lo que creo que está insinuando... lo siento por ti, nena, pero le daré caña como nunca la he dado en mi vida.
-No puedo decirle eso último.
-Díselo.
-Te odia, Louis-sacudí la cabeza y cerré los ojos-. No puedo decirle eso. Entiéndelo. No me dejará estar más contigo.
-Entonces dile que lo lamentará. Mucho tiempo.
Le traduje lo que había dicho tal cual a mi padre, que escuchó con una sonrisa cínica en los labios.
-¿Qué crees que estoy insinuando, a ver, Louis?-pronunció la s final para provocarlo, lo sabía, él también lo sabía. Pero le dio igual.
Podría haberlo llamado Guillermo, o incluso por el nombre con el que nació, y no se habría inmutado.
-Que en realidad estoy utilizando a Eri para cubrir mi homosexualidad.
Mi madre se giró en redondo.
-¿De qué estás hablando, Ángel?-espetó, mirando a su marido. Papá alzó una mano.
-He estado investigando a este chaval, y a los demás. Quiero saber a quién mete la cría en casa.
-Qué guay la confianza que tenéis por mí.
-Cállate, Eri-me aconsejó mi hermano, yo resoplé. Louis contemplaba a mi familia como si, a base de no quitarles el ojo de encima, consiguiera entender algo.
-¿Sabíais que tiene una foto morreándose con el rizoso de la banda en una piscina?-gruñó, mirando de reojo a Louis. Me estremecí y me puse en medio de ellos, intentando que el conflicto no pasara de allí.
-No significa nada-le defendí.
-A mí no me van los tíos y no me voy morreando con ellos por ahí, ¿me entiendes, niña?
Louis acomodó su cabeza en mi hombro, llevó su boca mi oído y empezó a hablar. Asentía lentamente mientras él no paraba de recitar punto por punto todas y cada una de las razones por las que podría arrancarle la cabeza allí mismo a mi padre, todas y cada una de las razones por las que se arrepentía de las cosas que había hecho en el pasado... y todas y cada una de las razones por las que me quería.
Fueron en esas últimas, por placer personal, en las que más me centré durante mi monólogo.
Noté su sonrisa tras de mí cuando miré directamente a mi padre y le espeté:
-Me quiere más que a nada. Lo sé. Es verdad. Está haciendo cosas por mí que no haría por nadie más. Es el único que cuida de mí, el único que me acepta tal como soy, el único que está conmigo siempre, y el único que no me juzga haga lo que haga. Me importa una mierda si en el fondo a quien quiere es a Harry. Me está haciendo sentir la persona más especial de este Universo, y, si hay más, de todos los que puedan existir. Lo necesito conmigo para sobrevivir. Y tú no me lo vas a quitar. Y tampoco me apartarás de su lado. Podrás hacernos cualquier cosa: puedes quitarme el pasaporte, puedes dejarme sin teléfono, puedes encerrarme en una torre y tirar la llave a un volcán... pero él siempre terminará viniendo a por mí. Siempre acabará sacándome de este pozo sin fondo en el que llevo viviendo dieciséis largos años. Siempre acabará haciéndome darme cuenta de que he nacido para estar con él, que lo necesito conmigo para vivir-entrecerré los ojos y tuve que luchar por no devolverle a Louis aquella sonrisa que él ni siquiera se estaba esforzando por ocultar-. Y es bastante egoísta por tu parte intentar que la única persona que me quiere se aleje de mí por el simple hecho de que es inglés.-espeté. Me habría ganado una hostia de estar yo sola, pero papá se había dado cuenta de algo evidente: los brazos de Louis eran más anchos que los suyos.Louis pegaba hostias más fuertes.
Louis era más joven.
Louis aguantaba una pelea más larga y más sangrienta que él, medio cojo de una pierna.
De momento, no me pegaría.
Pero eso no quitaba de que estuviera almacenando las ofensas de esa semana en su cabeza para darme aquella paliza legendaria de la que siempre se me hablaba pero que nunca llegaba.
Aquella que terminaría como no lo habían hecho los demás.
Conmigo bajo tierra.
-Es porque te cae mal. Y no sé por qué te cae mal. Si es un amor de persona. Si le dieras una oportunidad...-empecé, pero terminó cortándome.
-Lo importante es que sea bueno para ti, que yo lo trague es secundario-gruñó por lo bajo.
-¿QUÉ DICES? ¿De qué estás hablando ahora? ¿Que Louis es malo?
-Mira cómo eres ahora. En tu vida nos levantarías la voz si nosotros no te gritáramos antes. Y en tu vida te enfrentarías a nosotros.
-Me hace ser valiente.
-Te hace ser estúpida y no ver el peligro donde lo hay.
-Cuando él está cerca no hay peligro.
-Sí que lo hay. Lo que pasa es que no lo ves. Estás ciega por él. Te dejas engañar por él.
-Prefiero vivir engañada a vivir como viví hasta ahora.
Ahora sí que les estaba provocando por provocarlos  pero si en algo tenían razón, era en que precisamente Louis me había enseñado a dejar que la lengua se paseara por el mundo sola, que dijera lo que tenía que decir, y que ya habría tiempo después a preocuparse por las consecuencias. Siempre sería mejor descargar la furia acumulada en un calentón y pedir perdón después por los errores cometidos a morderse la lengua y dejar que esa furia te fuera consumiendo lentamente por dentro. Como yo llevaba haciendo desde que tenía memoria.
-Te estás dejando influenciar.
-No me estoy dejando hacer nada-bueno, sí, algo sí que me dejo hacer-. Estoy aprendiendo a ser la persona que quiero ser. Esto ni siquiera es por él, ¿verdad? Es porque está terminando con tu saco de boxeo particular. Porque se te está acabando el chollo.
Iba a pegarme, lo sabía, lo vi en sus ojos, todos lo vimos. Louis me pasó una mano por los hombros y tiró de mí hacia atrás.
Si quieres ponerle una mano encima primero tendrás que pasar por encima de mí.
Somos un equipo, estamos juntos en esto.
¿Cómo habíamos llegado hasta ahí?
Miré por la ventana y me toqué la frente, confundida. Estábamos hablando de los discos de Pink Floyd, y, de repente, Louis y mi padre se odiaban más que nunca. ¿Cómo habíamos llegado a ese punto?
-Ya hablaremos en casa.
Y me eché a temblar.
Porque aquello no significaba que hablaríamos cuando regresáramos a la casa del pueblo.
Significaba que la paliza del millón me alcanzaría en cuanto me subiera a un avión para alejarme de Louis y acercarme a mi país.
Mi abuela se alegró de vernos, y pareció bastante interesada en aquel chaval callado cuya forma de hablar era un tanto peculiar, pues su forma de pronunciar las palabras distaba mucho de cómo las pronunciaba ella. Se mostró fascinada cuando le traduje a Louis las preguntas que le hacía, cambiando por completo mi voz; pasando de mi fuerte acento asturiano del norte al suave acento inglés (el inglés siempre sería más musical que el español, para mí, por lo menos).
Me alegré sobremanera cuando comprobé que el odio de mi padre hacia mi novio extranjero no era genético. Mi abuela, antes çde entrar en el coche, me hizo regresar bajo la ventana.
-Ese chico, ¿te trata bien?
-Sí, abuelita-le sonreí. Ella asintió.
-Me lo parecía. Por lo de la silla, y otras cosas. He visto cómo te mira. Yo de ti, lo conservaría cerca.
Louis me había acercado la silla y me había ayudado a sentarme, algo tan natural en él que yo apenas le habría dado importancia... de no ser porque hizo de rabiar a mi padre, que bufó, pestañeó, se llevó la mano a la boca y terminó saliendo de la habitación un par de minutos para poder calmarse.
-Claro, abuelita. Pero a papá no le cae bien.
-Va, qué más dará lo que diga tu padre. Lo que te diga tu abuela es mejor, que tu abuela es más vieja y sabe más que tu padre.
Me eché a reír.
-Abuelita, llevo tus genes.
-Se saltaron una generación, mi amor. Pero no importa. Con que tengas cabeza para pensar por ti sola, estarás bien.
Me acarició la mano y me dedicó una tierna sonrisa.
-Abuelita...
-¿Qué?
-¿Crees que he cambiado?
Tal vez tuvieran razón y no fuera la misma chica que era cuando empecé con Louis.
Eres anoréxica, maldita zorra, o lo fuiste. Por supuesto que has cambiado.
Mi abuela se encogió de hombros.
-Estás hecha toda una mujer, si te refieres a eso. 
-¿Es malo?
-En absoluto.
Mi hermano hizo sonar la bocina del coche, y ella dio un brinco.
-Vete ya. Te están esperando.
Me encaramé a la ventana y le di un beso en la mejilla.
-Siento no poder venir a verte tan a menudo, abuelita.
Ah, claro. Ahora también pasaba de mi abuela.
-Él lo merece. Yo ya estoy vieja, él es joven y guapo. Yo haría lo mismo-se volvió a encoger de hombros y me soltó las manos de la ventana-. Vete, vamos. Te esperan.
-Volveré pronto, abuelita.
-Tráete al resto de la banda el próximo día, ¿quieres? 
Me giré en redondo y la miré.
Me sonrió, con la misma sonrisa con que lo hacía yo de pequeña.
-¿Qué? Veo la tele.
Me eché a reír y, cuando me metí en el coche, Louis empezó a reírse conmigo tras repetirle la conversación con mi abuela.
-Tiene bastante que enseñarle a su hijo.
Asentí y me abracé a su brazo mientras mi hermano regresaba a la autopista. Un Lamborgini nos adelantó a toda velocidad.
-Quiero un Lamborgini-lloriqueó.
-Yo soy más de Audi, pero, si quieres, me lo compras.
-Vas guapa.
-Lo sé. Nací así-asentí con la cabeza, señalándome la camiseta y los vaqueros.
-Me refiero a que no me lo compro para mí, te lo voy a comprar a ti. Por favor, Eri. Por favor.
-¿Por qué?
-Mamá no me deja.
-¿Por?
-Porque me conoce.
-Ah-asentí, divertida-. Sabe lo que tiene en casa.
-Sí.
-Sabe que si te compras un coche de esos le darás caña de la buena.
-No lo dudes. Para algo me compro un Lamborgini, ¿no? Será para usarlo.
-Dios, Louis-negué con la cabeza.
-¡Eh! Comprarse un deportivo y no ponerlo a 200 es sinónimo de infierno.

Cogí la bolsa y miré su indumentaria; el pijama no sería muy adecuado para salir a la fría noche.
-Espera a que me cambie-me pidió, malinterpretando mi mirada y levantándose del sofá.
-No, déjalo-puse una mano en su hombro y lo empujé hacia atrás. Me incliné para darle un beso en la frente.
-Llévate al perro-pidió, tomando mi mano. Asentí.
Cuando volví, mis padres seguían mirando la tele, y Louis se inclinaba sobre su teléfono sin prestarle atención a la pequeña pantalla
-2 minutos y 23 segundos-gruñó, molesto. Tiré de él y no hice caso de sus palabras ni de su tono.
-Vamos a ver la Luna, Lou-supliqué con mi mejor voz de niña buena.
-¿Puedo salir así?
-No, ponte ropa de calle, por favor. Me apetece pasear.
Suspiró, fingiendo fastidio, pero esbozó una sonrisa delatora. Lo arrastré al pasillo, le eché los brazos al cuello y unimos nuestras bocas.
Recordé, inevitablemente, lo que sucedió por la tarde, aquello que casi desató la tormenta. Ahora parecía gustarnos el ir provocando a mi padre, íbamos probando hasta cuánto aguantaba su paciencia.
Notaba sus ojos estudiando mis movimientos mientras me inclinaba a recoger la leña, me enderezaba, la colocaba en la carretilla y volvía a empezar. Un mechón  de pelo rebelde perteneciente al flequillo consiguió escaparse de las horquillas que lo atrapaban y me acarició la frente, haciéndome cosquillas.
-Te quiero-me dijo Louis, una dulce sonrisa en los labios, los ojos brillantes. Le devolví la sonrisa, con las mejillas sonrojadas y el aliento arañando el aire, helado.
-Yo también te quiero, BooBear.
Me acerqué a él, me puse de puntillas y apreté sus labios contra los suyos.
-Te quiero-susurré, saliendo de la ensoñación.
-Y yo a ti, mi pequeña.
Busqué un abrigo y regresé al salón.
-Vamos a dar una vuelta-anuncié.
-Abrígate.
Abrígate. Abrigaos, no. Abrígate.
-Tranquilo, papá, Louis no se va a resfriar. Tiene un jersey.
-Me importa una mierda él-protestó sin mirarme.
-¡Pues a mí él no me importa una mierda!-repliqué. Me importa más que tú, gritaron mis ojos cuando se dignó a cruzar los suyos con lo míos.
Casi pude sentir cómo la rabia bullía en su interior cuando cogí a mi novio de la mano, me puse de puntillas y lo besé.
Iba a acordarme de aquel fin de semana el resto de mi vida.  Con un poco de suerte, ese fin de semana me dejaría en silla de ruedas. Pero no importaba. Louis bien valía mis pasos.
Contuvo el aliento al ver la gigantesca luna amarilla, brillante como el oro. Se giró para mirarme.
-¿Qué ha pasado?
Hice un gesto con la mano para que no se preocupara.
-Mi padre, ya sabes.
Empezamos a caminar y, sin avisar, me abrazó la cintura por detrás y me besó el cuello.
-Gracias por dar la cara por mí.
-¡Eh! ¿Somos, o no somos un equipo?-repliqué, girándome para acariciarle el rostro mientras volvía a besarlo bajo la silenciosa y atenta mirada de la Luna dorada.

Estaba tenso.
Tenso, no. Lo siguiente.
Lo notaba en la forma en que me apretaba la mano cada vez que nos cruzábamos con alguna adolescente y esta lo miraba; en cada ocasión que alguien posaba los ojos en él, sus pasos se ralentizaban una décima de segundo y su corazón se aceleraba, recordando dónde estaba él y dónde estaba Paul.
-Relájate, Lou, no te conoce nadie-le aseguré, acariciándole el brazo. Por suerte, hacía suficiente frío como para que llevara un jersey, y así el pequeño monigote de su brazo saltando sobre tu patinete no se vería.
Sería la forma que tendrían las fans de comprobar si él era realmente él.
La pelirroja girándose en redondo y preguntando ¿Louis? sobre el murmullo de la gente mientras los dos pasábamos de largo regresó a mi cabeza. Lou se sintió fatal por no girarse, pero lo último que necesitábamos en ese momento era una avalancha humana que nos separara, que hiciera que él se perdiera y que no supiera cómo regresar a casa.
Me miró como si estuviera loca, se inclinó hacia mí y susurró:
-Hola, soy Louis Tomlinson, de One Direction. Tal vez me recuerdes por mi paso por The X Factor, mi actuación en los premios de la Mtv o, cómo no, por los Juegos Olímpicos. ¿Me estás vacilando?
Sonreí.
-Al menos me lo dices a mí sola.
Murmuró algo entre dientes que yo no entendí. Le hice repetirlo.
-Te lo digo a ti porque sé que hay gente que me conoce por la voz.
-Puedo reconoceros por las uñas de los pies-espeté sin venir a cuento, asintiendo con la cabeza. En su rostro apareció una media sonrisa, estudió a mi hermano y mi madre, que caminaban unos pasos por delante, y replicó:
-No sé si preocuparme o sentirme alabado.
-Haz lo que quieras-me encogí de hombros, deteniéndome en seco para no chocar con Iván, que se había detenido a mirar el escaparate de una joyería.
-¿Qué le vas a comprar?-le estaba preguntando mi madre en ese momento. Sentí los dedos de Louis acariciarme la palma de la mano, zalameros, y su sonrisa divertida cuando clavé la vista en los anillos de compromiso.
-Tranquila, vaquera, ¿no crees que vas demasiado rápido?-espetó con acento texano.
Sacudí la cabeza.
-Eres imbécil.
-El de la risa tonta no soy yo.
-Vete a la mierda-repliqué, recordando nuestro paseo por el centro comercial hacía media hora, el mismo que habíamos hecho ayer.
Cuando mi madre se acercó a mirar las cremas hidratantes, sentí unos golpecitos en la espalda. Louis, Louis queriendo una bofetada bien dada, se dedicaba a observar los estantes de donde habíamos cogido nuestros productos... perversos, por así llamarlos, el día anterior.
-¿Cogemos más?
Me entró la risa nerviosa, y mi madre pensó que era retrasada.
Mi hermano se dio cuenta de lo que estábamos hablando mi novio y yo, ya que tenía una clara ventaja sobre mamá: entendía inglés.
Y estaba un poco más allá mirando las cremas de afeitar, por lo que pudo ver cómo Louis me toqueteaba la espalda y me señalaba con la cabeza, sin pudor alguno, las cajas de condones.
-Eri-me llamó Louis, sacudiéndome el hombro. Mamá me miraba.
-¿Qué?
-Que si os quedáis aquí, o si entráis con nosotros a elegirle el regalo a Merche-Merche, mi cuñada, no había recibido nada por el aniversario de su boda con mi hermano, y ahora Iván trataba de compensarle ese hecho. Miré a Louis.
-¿Quieres entrar?
-Lo que tú quieras.
-Estoy empezando a cansarme de ser siempre yo la que tome las decisiones.
-Si te encanta-replicó-. Además, eres mujer.
-¿Y eso qué tiene que ver?
-Que lo lleváis en la sangre. Vosotras tenéis ganas de mandar, nosotros ganas de sexo. Ley de vida.
-Yo tengo las dos cosas-susurré, más para mí que para él. Se echó a reír, y varias personas se giraron para mirarlo. Se tapó la boca rápidamente, igual que hacía Harry cuando le salía risa de conejo salvaje.
-Claaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaro-repliqué yo cuando vi su cara, echándome a reír yo también. Seguí a mi madre dentro de la tienda y me alejé un poco de ella, que se preparaba para discutir los precios de las pulseras, como si estuviera en un mercado donde se pudiera regatear.
Lou se colocó detrás de mí y me acarició lentamente la cintura, observando las pulseras a las que yo no les quitaba ojo.
-¿Te gustan?
Asentí y alcé el dedo índice.
-No se te ocurra. Te veo venir. Ni lo intentes.
-¿Qué?-se burló, sonriendo. Negué con la cabeza.
-Eres muy peligroso cuando te metes en una joyería, y más si voy yo contigo.
-Acierto siempre-replicó, agarrándome la muñeca y acariciando los pequeños eslabones, el pequeño corazón que colgaba de uno. Sonreí.
-No tienes por qué estar haciéndome regalos siempre.
-¿Y si me apetece?
-Hay gente que lo necesita más que yo.
Se encogió de hombros.
-Quiero tenerte contenta.
-Ya me tienes contenta sin necesidad de joyas-repliqué. Torció el gesto y acarició suavemente el cristal del expositor, como si de un cachorrito se tratara.
-Es que... me gusta poder regalarte cosas-me miró a los ojos-. A Hanna no le regalé casi nada porque no tenía dinero, y ahora que eso no es un problema... pues...-sacudió la cabeza y volvió a alzar los hombros una tercera vez-. Tampoco es para tanto.
Apoyé la cadera en el pequeño expositor y le acaricié el brazo con el índice.
-Está bien. Pero déjalo para las ocasiones especiales, ¿vale? Te entiendo. Pero tienes que pensar que si te pasas la vida regalándome cosas, yo tendré que regalarte cosas a ti para compensarlo-le coloqué el índice en los labios para que no protestara y me dejara continuar-. Sé que soy lista. Soy muy lista-asentí con la cabeza y retiré el dedo, pues sonreía, concentrado en lo que yo le decía-. Pero no tengo cabeza suficiente para estar pensando qué regalarte. Yo lo tengo difícil, tú eres un cabrón y lo tienes fácil-hice un gesto con la cabeza hacia las pulseras y le dediqué una tierna sonrisa. Me la devolvió.
-Tú me lo das todo solo con respirar-replicó, echándose a reír cuando lo miré con la boca abierta.
-¿Desde cuándo ves tú mi preciosa saga?
-Desde que Lottie me obligó a ir al cine con ella y a estarme callado  y quietecito durante la película para que no le contara una de mis salidas prohibidas a mis padres.
Parpadeé.
-¿Y no quieres ir a ver Amanecer conmigo? ¡Si es la última película!
-No me gusta.
-¡A que te dejo sin sexo un mes!
-Dos-asintió con la cabeza y levantó le pulgar.
-Cuatro, si hace falta-hinché los carrillos y él me los explotó, sonriendo-. No me hace ni puta gracia.
-No te preocupes que me río yo por los dos.
Puse los ojos en blanco.
-Entonces, ¿no quieres nada?
Alcé una ceja en su dirección.
-Saca el móvil. Pon Safari. Busca Diamante Hope.. Quiero eso.
Obedeció mientras la joyera sacaba una bandeja con pendientes de rubíes de la trastienda y se los mostraba a mi madre y mi hermano.
Contuvo el aliento.
-Jo-der.
-¿Me lo das para Navidades?-inquirí, abrazándole la cintura y besándole el brazo.
-Me cago en la puta, Eri, ¿esto cuánto cuesta? ¿Pero cuánto dinero te crees que tengo?
-Creo que anda sobre los cuarenta millones.
Me miró como si me viera por primera vez.
-¿Cuarenta?
-Por ahí.
-Te los va a comprar quien yo te diga.
-Los compartimos Hanna y yo.
-Vete a la mierda-replicó, negando con la cabeza. Me eché a reír, le rodeé el cuello con los brazos y me puse de puntillas para besarlo.
-¿Quieres mimos? Yo te los doy. Pero a cambio de ese anillo.
-Eres una interesada.
-Ay, Eri, es que si no te regalo joyas me siento mal con el mundo-le imité, exagerando mucho mi acento. Me acarició la cintura y colocó sus pulgares en mis caderas. Noté su diversión cuando en mis ojos vio que sabía lo que podría llegar a hacer (lo que podría hacer que yo hiciera) en esa postura.
-¿Te divierto?
-Te elegí a ti por ser el más divertido de los chicos.
-No has visto a Niall borracho.
-Sí que lo he hecho.
Frunció el ceño.
-¿Sí?
-En el cumpleaños de Liam.
-¡Ah! Ya sé-asintió con la cabeza, los ojos cerrados-. Cuando aún no habías conocido a hombre alguno.
-Y ahora soy toda una experta.
Me masajeó suavemente el hueso y me mordí el labio inferior.
-Hice un buen trabajo contigo.
-Todo lo que haces lo haces bien.
-Por mucho que me hagas la pelota no te voy a comprar el diamante ése. Básicamente, porque está en un museo. Y nuestros bisnietos morirían pagando el haberlo sacado del museo, eso para empezar.
-¿Me estás proponiendo tener una familia?-quise saber, zalamera.
-Oh, venga, Eri-negó con la cabeza-. Sabes qué es lo que quiero ahora mismo.
-Un Grammy.
-Lo segundo-me concedió.
-A mí-asentí con la cabeza.
-Em... lo decimocuarto.
-Eres imbécil-repliqué, dándole un puñetazo en el hombro y recibiendo una risa sarcástica como respuesta.

Me acurruqué otro poquito más contra él y cerré los ojos. Me besó la cabeza y continuó acariciándome la espalda. Sonreí, notando los latidos de su corazón en mi oído, y volví a abrir los ojos para clavar la vista en la tele. Tiré del jersey que le había robado para que me cubriera las rodillas y me coloqué como era debido el pantalón del pijama. Bufé, satisfecha, y sonrió.
-Seguramente tu padre piensa que ahora mismo te estoy haciendo algún rito satánico mientras te tengo atada a la cama junto con otras cuatro o cinco tías.
Apoyé la cabeza en sus piernas y miré hacia arriba, estudiando la curva de su mandíbula y su cuello.
-Me estarás haciendo cosas que no aparecen ni en 50 sombras de Grey.
Se echó a reír y negó con la cabeza.
-Tenemos que leer esos libros, los está leyendo Harry y dice que son una pasada.
-Engañé a mi madre para que los comprara, pero me los ha escondido.
-¿Y qué hacemos que no los estamos buscando?-replicó. Me encogí de hombros.
-Sé dónde están.
-¿En serio?-me acarició lentamente la clavícula, las descargas eléctricas eran insoportables. Asentí, cerrando los ojos.
-Pero si no me dejan leerlos... no los leeré.
-Oh, tenemos una niña buena aquí.
-Mamá dijo que no podía leer esos libros. Pero si pillo otros...-le guiñé un ojo.
-Se los pediré a Harold cuando los acabe para ti, nena.
Asentí.
La verdad era que mis padres se merecían que ahora mismo estuviera tirada en el sofá devorando aquellos libros, leyéndoselos en voz alta a Louis o, por qué no, poniendo en práctica todo lo que allí había escrito con él.
Apenas me había podido creer que papá accediera a dejarme ir con Louis, los dos solos, a Avilés. Nunca más volvería a subestimar las capacidades de convicción de mi madre que, visto lo visto, no parecían tener límites.
Aunque a papá no le había hecho especial gracia que me fuera con él, lo que más pareció molestarle era que Louis condujera el coche de su mujer. Mi padre no tenía carnet y por lo tanto no tenía coche, pero le había herido el ego que su insoportable (mente bueno) yerno llevara a su hija lejos de casa, en su coche.
Recordé cuando nos dejamos caer en el sofá, después de subir las persianas y comprobar que todo estaba en orden, nos miramos y nos empezamos a besar.
Nunca pensé que fuera a acostarme con nadie en los sofás de mi casa, pero, efectivamente, así fue.
Los ojos de aquel Louis del pasado se posaron en mí.
-Puede llegar ahora.
-Tenemos la casa para nosotros solos.
Y no hizo falta más.
Louis pareció estar leyéndome la mente, porque, acariciándome el vientre y con los ojos todavía clavados en la tele, confesó:
-Quiero hacerlo en la cama de tus padres.
Bajó su preciosa mirada hasta posarla en mí. Asentí.
-Es normal, es más grande.
-¿Cuánto llevaban tus padres viviendo aquí cuando tú naciste?
-Desde el 92. Se casaron el 11 de julio de 1992.
-Joder, qué control-inclinó la cabeza hacia un lado y la sacudió-. Hostia.
-El mismo día que Taylor cumplía 5 meses.
Bufó.
-Ya me parecía a mí.
Me giré y le besé los abdominales.
-¿Por qué lo preguntabas?
-Porque estoy segurísimo de que te hicieron en esa cama.
Sopesé cuidadosamente las posibilidades que había de que tuviera razón. Que no eran pocas.
En absoluto.
-Ah. Qué... no sé.
-Me haría ilusión hacer el amor con alguien en el mismo sitio donde me hicieron a mí, ¿sabes?-se encogió de hombros. Asentí.
-Cosas de niños cuyos padres...
Me callé de repente, sabedora de que había metido la pata hasta el fondo.
-Divorciados. La palabra que estás buscando es divorciados.
-No volveré a pronunciarla hasta que tú no estés preparado.
-Nací preparado para eso-se encogió de hombros, llevando su índice por mi mandíbula.
-¿Mañana?
-Mañana, ¿qué?
-Mañana lo hacemos en la cama de mis padres.
-Si no te da yuyu.
-No me da yuyu. Me... pone-arrugué la nariz-. Inexplicablemente me pone.
Su sonrisa iluminó su rostro.
-¿Ves cómo te he enseñado bien?
Asentí con la cabeza, le acaricié la mandíbula y comencé a besarlo.
El reloj dio las diez y cuarto; le acaricié la rodilla y me levanté.
-Voy a la cama.
-¿Tan temprano?
-Mañana tengo instituto.
-Creía que te acostabas tan temprano por tus padres
Negué con la cabeza y posé mis labios en los suyos.
-¿Vienes?
-Pero... echan una película que me gusta-lloriqueó. Asentí.
-Vale. Te esperaré en la cama. Desnuda-le provoqué, ni de coña iba a quitarme la ropa para acurrucarme sobre mí misma bajo las mantas.
No supe si entendió que era mentira, o que ni siquiera me escuchó.
-Vale-baló.
Tras veinte minutos dando vueltas en la cama, me destapé, me atusé el pelo, caminé descalza hacia el salón y me apoyé en el marco de la puerta.
-Lou...
-Mm.
No se giró, siguió con la vista fija en la tele.
-Ven a la cama, necesito dormir, y sola no puedo.
-Pero queda mucha peli...
-Lou-repliqué con voz seductora, llevando la otra mano al marco y restregándome arriba y abajo cual stripper cuando se dignó a girarse para mirarme. Tragó saliva y me observó: las piernas desnudas, las bragas asomando ligeramente bajo la camiseta de tirantes, uno de los cuales había pasado ya el hombro... sonreí cuando noté que su mirada se perdía en mis pechos, casi al descubierto.
Lo que hay que hacer para que vayan a la cama y puedas dormir, pensé para mis adentros, estremeciéndome con la premonición de lo que iba a pasar, lo que estaba a punto de pasar, lo que ya estaba pasando.
-Ven conmigo-gemí.
Sonrió y se incorporó un poco.
-No quieres dormir.
-Necesito probarte-repliqué. Terminó de levantarse y fue hasta mí. Colocó su mano en la pared, por encima de mi hombro, y respiró mis exhalaciones. Tiré de él y volví a frotarme arriba y abajo, excitándome por el roce de su piel, y por el bulto que crecía en sus pantalones a medida que yo me movía, que mis tirantes se deslizaban hacia abajo, mostrándome como era...-.Y que tú me pruebes a mí.
Gimió en mi boca cuando le acaricié el bulto, me miró a los ojos, me levantó las piernas y me empujó contra la pared. Empezamos a besarnos. Sus manos fueron a mis bragas, las bajaron, y le bajamos los pantalones. Acaricié el centro de su ser  mientras no paraba de besarme.
-Póntelo-supliqué-, póntelo, necesito que me folles ahora-susurré, y grité cuando su mano llegó a mi piel más sensible.
-¿Qué quieres que haga?-me provocó, jugando conmigo.
-Fo... fóllame-tartamudeé, ganándome una sonrisa a modo de premio.
-Todos los días, de todas las formas-canturreó. Me llevó hasta la mesa del salón y me ordenó que esperara; volvió a acariciarme y se marchó.
Me folló contra la pared. Me folló sobre la mesa. Me folló en el sofá. Me folló en el suelo. Me folló en mi cama. Me folló en cada rincón de mi casa, dejando solo uno, pues teníamos que aprovechar el tiempo que nos quedaba solos hasta que los chicos llegaran.
El martes de noche.
Sonreí.
Seguramente estaría para el arrastre el lunes por la tarde si seguíamos con aquel ritmo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤