sábado, 26 de enero de 2013

50 sombras de Tomlinson.

Una de las pelirrojas con las que me había puesto a hablar mientras esperaba me dio un codazo con toda la rabia del mundo, y yo me cagué en toda su familia, pero en español, que para algo me había caído bien. Todas nos abalanzamos hacia delante cuando los vimos llegar, incluida yo.
Había sido una niña mala, les había mentido diciéndoles que no iba a ir a buscarles al aeropuerto... y, bueno, técnicamente no les estaba buscando en el sentido en que nosotros pensábamos en ello, no había ido a "recogerlos".
Estiré la mano con el disco que había comprado esa misma tarde con Gemma y esperé pacientemente a que una de las zarpas autografiadoras de los chicos se posara en Up All Night.
Sonreí para mis adentros cuando sentí la mano de Louis presionar el disco mientras hablaba con Harry, sin prestar apenas atención a lo que hacía. Varias chicas se me quedaron mirando, alucinadas, pero negué con la cabeza para que no hicieran nada. Ellas asintieron, y rápidamente se olvidaron de que Eri, la novia de Louis, estaba allí, a su lado, y él aún no lo sabía.
Una morenita le dio un codazo a su amiga para que me hiciera sitio. Me acerqué a las vallas protectoras y esperé a que Niall llegara hasta nosotras. Frunció el ceño cuando llegó a mí, se me quedó mirando, con la mano posada en mi disco, su autógrafo a medio hacer.
-En España acabamos lo que empezamos, hermano.
Niall se echó a reír, terminó su rúbrica y sonrió.
-¿Qué haces ahí?
-Conseguir autógrafos. ¿No lo ves?-espeté, cogiendo los discos de las chicas que tenía detrás y pasándoselos.
-Louis acaba de pasar.
-Lo sé-repliqué, inclinándome hacia delante. Louis miraba en dirección contraria a mí, se reía de algún comentario que había hecho Harry.
No veía a Alba ni Noe por ninguna parte.
-¿Lo llamo?
-Me harías un gran favor-me quité el flequillo de la cara mientras Niall llamaba a sus amigos. Apoyé le codo en la valla, aburrida, y alcé las cejas cuando Louis se giró y miró al irlandés. Niall me miró a mí.
Los ojos de mi novio se clavaron en mí, por fin, y su mirada se iluminó cuando me vio.
-Buenas noches-sonreí-. Veo que eres muy profesional, no te sales de tu línea ni aun teniendo a tu chica aquí.
Varias personas silbaron por semejante pulla, pero no contaban con algo: mi contrincante era Louis Tomlinson.
El príncipe de las puñaladas.
El rey de los insultos.
-No como otras, que, además de poco profesionales, son mentirosas.
Sonreí, Harry me alzó la mano y continuó con su labor.
-¿Qué haces ahí?
-Conseguir autógrafos originales. Siempre es mejor cuando los firmáis vosotros-sacudí el disco en el aire y Niall se echó a reír.
Louis se relamió los labios, y, de repente, la atmósfera entre nosotros cambió.
-Sal de ahí-susurró por lo bajo, con un tono de voz ronco, excitado. No sabría decir si alguien notó ese cambio en su voz, pero poco me importaba en ese instante. Le había echado de menos, muchísimo.
Esto de dormir con él más de una semana había sido matador para mis hormonas. Y acostarme con él una semana seguida había sido insoportablemente delicioso.
-No puedo-repliqué, coqueta. Varias chicas soltaron risitas tontas a mi alrededor. Louis me recorrió de arriba a abajo, seguramente decidiendo si iba vestida o no.
-¿Podéis parar?-preguntó Liam desde el otro extremo del pasillo que se había formado, ocupado en la misma tarea que sus compañeros.
-Cortaos un poco-nos provocó Zayn. Louis alzó una ceja en su dirección.
-O id a un hotel-sugirió Harry, pasándole un brazo por los hombros al mayor de todos, y sonriendo.
Louis hizo una mueca, seguramente pensando lo mismo que yo. Tardaríamos demasiado.
Se me quedó mirando un momento y los dos nos echamos a reír. Sí, habíamos pensado lo mismo.
-Ayudadme a sacarla-le pidió a los demás. Niall me cogió un brazo, Louis otro, y los dos me alzaron sobre la valla para dejarme en el suelo un segundo después.
Louis me miró un segundo.
-Estoy trabajando.
-Ya lo sé-sonreí e hice un gesto con la mano para quitarle hierro al asunto. Me besó la cabeza y rápidamente se volvió con las fans. Noté varias decenas de ojos posarse en mí, pero yo me limité a mirar a los chicos, mirar cómo firmaban, cómo se hacían fotos con ellas. Sus bocas se ensanchaban en enormes sonrisas, sonrisas que solo se mostraban tan grandes cuando estaban con ellas.
Noté unos toquecitos en el hombro y me volví. Noemí y Alba me sonrieron.
-Hola-saludaron a la vez, perfectamente sincronizadas.
-Hola-susurré, sonriéndoles.
Ni abrazos, ni besos.
Las cosas estaban realmente extrañas entre nosotras. ¿O debería decir, simplemente, mal?
Noemí no paraba de toquetearse la mano.
-Bonito anillo-dije, señalándole el anular. Me guardé el comentario sarcástico de que el mío no tenía nada que envidiar.
-Gracias-musitó, poniéndose colorada por primera vez en hacía mucho tiempo, contemplándolo-. Me lo ha regalado Harry.
-Es bonito-añadí, encogiéndome de hombros, y aguantándome las ganas de restregarle por la cara mi anillo con dos brillantes de Tiffany. Estaría mal, porque parecería que estaba con Louis por lo que me regalaba, cuando nada más lejos de la realidad.
Fui delante de ellas a la salida de la terminal, dándole un codazo en la espalda a Paul cuando pasé a su lado. Los chicos estaban demasiado emocionados y ocupados con las Directioners como para ver cómo se desquiciaba su guardaespaldas porque no era capaz de controlar a los cinco a la vez.
Me apoyé en el coche de los chicos, que había traído un taxista hasta allí, y les sonreí cuando llegaron. Dejé que me estrecharan entre sus brazos, y los estreché yo, salvo a Louis, al que besé con un descaro y una pasión que nosotros solo conocíamos los viernes. Solo los primeros besos de un fin de semana cargado de ellos sabían y eran como aquel que nos dimos.
-Te he echado de menos-susurró, acariciándome la cintura. Sonreí, me puse de puntillas y volví a besarlo, con mi brazo alrededor de su cuello.
-Mira que ir  la ciudad del amor y no suplicarle a tu novia que te acompañe.
-Si te hubiera suplicado, ¿habrías ido?-inquirió, medio divertido, medio arrepentido. Negué con la cabeza.
-Nos ha venido bien esto.
-Habla por ti.
-No puedo.
-Pues no hables por mí-replicó, inclinándose él esta vez para besarme en la boca. Niall bostezó, Zayn tiró de él.
-Vamos, Romeo. Tengo sueño.
Louis gruñó por lo bajo, me abrió la puerta y me hizo un gesto para que me metiera dentro. Se metió tras de mí en el coche y cerró. Se estiró, se medio tumbó y me alzó las cejas. Me eché a reír.
-Oh, Dios. Ya empezamos-gimió Liam. Louis sonrió en su dirección.
-¿Qué, hombre?
-Nada-sacudió la cabeza, con una sonrisa  socarrona en los labios.
Mis niños, pensé con cariño, aun sabiendo que yo era la segunda más pequeña allí.
-BooBear no te sacaba de su boca, Eri-se burló Harry. Louis puso los ojos en blanco.
-Tío, ni que...
-Tenías que verlo borracho. Oh, Eri-empezó, sacudiéndose y cambiando la voz a un registro mucho más agudo, haciendo que mi novio frunciera el ceño-, ¿por qué me has dejado solo? ¿Ya no me quieres? Oh, Eri, cuánto te echo de menos.
Louis le dio una colleja.
-Cierra la boca, Rizos.
-¿Te emborrachaste?-fruncí el ceño y lo miré con los ojos como platos. Volvió a poner los ojos en blanco.
-Sabías que iba a hacerlo.
-Quiero estar ahí cuando te emborraches.
-Yo no quiero que estés ahí cuando me emborrache-gruñó el por lo bajo. Me acerqué a él y me acurruqué contra su pecho mientras Liam enfilaba el camino hacia la autopista, saliendo, por fin, del aeropuerto.
-¿Por?
-Porque a ver si te voy a hacer algo-susurró contra mi cabeza. Cerré los ojos, meciéndome por su respiración.
-No podrías hacerme nada ni aunque quisieras. Eres un amor, Lou.
-Soy capaz de insultar a los chicos. Así que imagínate qué podría hacerte a ti, que eres la que de más mala leche consigue ponerme-me acarició la cintura, y yo no pude evitar sonreír.
-No me harás nada.
-Prefiero no ponerme a prueba.
Alcé la vista y nadé en el mar de sus ojos.
-Te quiero. Muchísimo.
-Oh, Dios, ya empiezan-gimió Alba. Le di una patada en plena cabeza. Muy suave, eso sí.
-Cállate, me cago en tu madre ya-gruñí. Louis sonrió.
-Yo también te quiero, nena.
-Creo que voy a vomitar-se burló Zayn. Louis le dio un guantazo a mano abierta.
-Iros a la mierda. Todos. Ya.
Me incliné hacia su oído.
-Será la última borrachera.
-Oh, no, ni de coña. Necesitaré emborracharme cuando cumpla 21. ¿La penúltima?
-De acuerdo,-asentí-, la última.
Volví a besarlo, despacio, muy despacio, como si fuera a rompérseme. Como si estuviera hecho de humo y la más mínima presión fuera a hacer que se esfumara entre mis labios.
Ellos comenzaron a contarme cosas sobre la estancia en Italia, el día anterior, y Alemania, ese mismo día. Era viernes por la noche, y yo llevaba sin verlos desde el miércoles. Les había echado muchísimo de menos, no pensaba que tan poco tiempo fuera a afectarme tanto.
Entre beso y beso, el ambiente entre Louis y yo se cargó. Nuestras caricias se volvieron más profundas, nuestros labios, menos dubitativos. Cerré los ojos y me dejé llevar cuando una de sus manos se metió bajo su camiseta y me recorrió lentamente el vientre, encendiéndome.
Recordándome qué usos alternativos tenía ese espacio entre mis piernas.
Me sonrojé al recordar qué había deseado más fervientemente aquel 9 de septiembre en la encimera de su casa, en el tercer polvo que había echado en mi vida. El tercer polvo con él, que era el primero, el único.
Y estaba decidida a hacer de él el último.
Mis manos se enredaron en su pelo mientras mi lengua empujaba la suya lenta pero sensualmente.
Tiró de mí para sentarme sobre él, se quitó el cinturón y me lo pasó por delante. Sonreí, con la espalda pegada a su pecho, y acaricié el cinto, que me pasaba entre los míos. Cerré los ojos y apoyé la cabeza en su hombro. Me besó el cuello, y no tardé en imitarlo.
-Me dejaste solo-me recriminó, sin poder creérselo del todo. Sus manos estaban ahora en mis caderas, acariciándome despacio ese hueso que se alojaba bajo la piel, destrozándome los nervios, haciendo que deseara mil y un hijos suyos.
-Lo siento-susurré en su mandíbula. A ese juego podíamos jugar dos.
-No, no lo sientes. Aún no. Te vas a enterar de a quién el dijiste que no, nena-su voz sonaba ronca. Me clavó las uña en las caderas, y yo gemí-. Vas a suplicarme que pare.
Noté un torrente cálido llegar hasta el centro de mi ser, y él me tapó la boca para ahogar mi gemido.
-Louis...
-Mm.
-Te deseo.
-Ya lo sé. Estarías mal de la cabeza si no lo hicieras-sonrió.
-Eres un puto creído.
Se echó a reír.
-Es uno de mis muchísimos encantos, nena. Pero lo digo muy en serio. Vas a acordarte de mí. Vas a suplicarme que pare.
Una de sus manos bajó hasta mi pantalón, sus dedos exploraron por debajo.
Ahora, no, con ellos no. Si me tocas ahí, no responderé de mis actos.
Sonrió para sus adentros, besándome el cuello, y continuó bajando la mano, piel contra piel. Tiró un poco del cinturón de mis pantalones para desabrochármelo, asegurándose el camino.
-Lou...
-Confía en mí-me instó, besándome el cuello. Cerré los ojos, concentrándome en su mano y su boca. Solo existían su mano, y su boca.
Bueno, y aquella erección que estaba creciendo debajo de mí. Pero estaba demasiado distraída con su mano como para darme cuenta de aquello.
-¿Qué es lo que no tienes que hacer?
-Decirte que no.
-¿Cuándo?
-Nunca.
Aquello me sonaba. Me sonaba mucho.
-Porque, si lo haces, ¿qué pasará?
-Que me vas a hacer suplicar.
Llegó a ese punto donde yo más lo deseaba. La erección cobró pleno protagonismo.
-Podría hacértelo aquí mismo-gruñí contra su cuello, mordiéndoselo. Me dedicó una sonrisa de autosuficiencia.
-¿Por qué no lo hacemos?-sugirió, zalamero.
-Porque no. Por ellos. No será porque ninguno se vea incapaz.
-Tú no te lo ves, desde luego-replicó, moviendo sus dedos-. Podríamos inundar el Sáhara  con esto.
-Niño, no me hace ni puta gracia-espeté en voz más alta, y todos se giraron para mirarnos. Y él, ¡la madre que lo parió!, no sacó la mano de mis vaqueros.
-Es la verdad, nena.
Noté cómo me sonrojaba, por dentro y por fuera. No podía estar haciéndome eso, allí, justo allí. Nunca me lo había hecho, no tan descaradamente, era cierto que a veces, yo llevaba "casualmente" una falda, y él dejaba caer "casualmente" su mano en mis muslos, pero... Joder. Tenía la mano metida en mis pantalones. ¿Cómo se suponía que iba a manejar eso?
-Sé de alguien que te ha echado de menos mucho. Muchísimo-me sorprendí diciendo a mí misma. Podía ser una auténtica golfa cuando me lo planteaba. Los demás ya no nos miraban, solo Alba tenía su vista clavada en nosotros dos. Cuando crucé los ojos con ella, noté que estaba mirando precisamente al centro de mi vergüenza y mi placer a partes iguales. Suspiré, alcé las cejas y fruncí el ceño en su dirección. Ella me devolvió el fruncimiento y se giró para mirar hacia delante, apoyando su cabeza al lado de la de Liam, que, concentrado en la carretera, no le dio más importancia a lo que ella hacía.
Le mordisqueé el lóbulo de la oreja a Louis, que parecía demasiado ocupado en sentir mis dientes contra su piel como para seguir moviendo la mano. Bien. No necesitaba más distracciones ni más movimiento, tenerlo allí, tan cerca, tan deliciosamente cerca, era distracción suficiente.
-No te vas a librar esta noche.
-No pensaba hacerlo-ronroneé contra él, que sonrió y gimió cuando le clavé los dientes en la mandíbula, en el punto donde a él más le gustaba.
-Louis, ¿en serio?-Liam frunció el ceño por el espejo retrovisor. Louis puso los ojos en blanco.
-Ha sido ella.
-Si pego un frenazo os encantará.
-La aplastarás. Tú mismo-gruñó, pero soltó el cinturón y me empujó delicadamente para que me quitara de encima de él. Hice pucheros, pero él negó con la cabeza.
-Te necesito entera para matar a Niall de la risa-se excusó. Todos nos echamos a reír, Liam tan solo se permitió una sonrisa. Zayn se giró y me puso cara rara, yo le devolví el gesto, y continuamos el viaje haciéndonos muecas el uno al otro, intentando hacer que nuestro contrincante se riera. No era tarea fácil que Zayn se riera cuando hacías una mueca, pero yo tampoco me quedaba atrás. Solo consiguió sacarme una sonrisa cuando puso los ojos en blanco, colocó en su cara una sonrisa boba y murmuró:
-¿Sabes quién soy?
Negué con la cabeza, aunque me hacía una idea.
-Tu novio.
Me habría echado a reír de no haber estado segura de que a Louis le entrarían ganas de darme una bofetada  pero, como al fin y al cabo, seguía siendo yo, una chica, su chica, simplemente se cabrearía, sonreí.
Y Louis recompensó a su amigo devolviéndole la misma cara, como diciendo gilipollas de mierda, sacudiendo la cabeza y mirando por la ventana para distraerse.
Se me secó la boca cuando contemplé al pequeño monigote haciendo skate en su brazo. Debería ser ilegal que alguien tuviera el brazo tan fuerte.
Debería ser ilegal que Louis en sí existiera. Y debería ser ilegal que yo fuera lo suficientemente imbécil como para estar pensando en eso precisamente. No debería quejarme porque tenía demasiado, mucho más de lo que me merecía. Debía callarme y disfrutar con lo que me habían dado, sufrieran lo que sufrieran mis ovarios.
Llegamos a casa y nos sorprendimos a nosotros mismos no violándonos el uno al otro en la misma puerta, sino que conseguimos subir a nuestras habitaciones como personas civilizadas.
Tiré del brazo de Louis cuando pasó al lado de mi habitación, cerré la puerta y lo pegué contra mí. Devoré su boca como hacía mucho tiempo no había devorado nada. Cuando me quise dar cuenta, estaba en sus brazos, con la espalda contra la pared, el pelo revuelto, mezclándose con nuestra saliva. Pero él, que parecía no haberlo notado, no se había quejado, a pesar de que resultaba bastante asqueroso tener pelos continuamente rascándonos las lenguas.
Sus labios se cerraron en torno a los míos, y pensé que aquello era le final. Me despertaría en mi casa, bañada en sudor, para descubrir que nada de aquello era real: seguiría siendo la chica gorda y amargada que no tenía otra cosa mejor que hacer que estar todo el rato jugando a juegos por Internet.
Pero no. Louis estaba allí, sus fortísimos brazos me sujetaban, derritiéndome en lo más profundo de mi ser, y en lo no tan profundo. Me coloqué un par de mechones de pelo detrás de la oreja, decidiendo que si a mí no me daba asco, era porque su boca estaba allí, y todo lo que estuviera en su boca me sabría delicioso.
Seguramente incluso aquel órgano que nos hacía a las mujeres me resultaría un manjar probado de sus labios.
Me detuve en seco, alarmada por dónde iban mis pensamientos. ¿Y si...?
-¿Qué?-sonrió él contra mis dientes. Noté cómo el calor que se extendía por mi sexo subía hasta mis mejillas, poniéndome colorada en décimas de segundo. Negué con la cabeza.
-Nada.
Asintió una sola vez, sus ojos, (Dios, qué ojos más bonitos) clavados en los míos, intentando dilucidar lo que se cocía detrás de aquel chocolate. Parpadeé y le sostuve la mirada, me perdí en aquel mar y no me preocupé de naufragar y de que no me encontraran, de ahogarme allí... se estaba a gusto entre sus brazos.
-¿Estás cansado?
Di que no. Necesito que me hagas tuya.
-Un poco-confesó.
Recorrí sus bíceps, hinchados por el esfuerzo de tenerme suspendida en el aire, me deleité con la suavidad de ellos y, sin levantar la vista de mis dedos en su piel, susurré:
-Puedes bajarme, si quieres.
Me obedeció. Eligió ese preciso instante de su vida para obedecerme por primera vez. Procuré no poner cara de tristeza, dándole a entender que estaba bien que no me estuviera echando el polvo de mi vida contra la pared, en la cama, en el suelo o en el baño, donde fuera, cuando en realidad eso era precisamente lo que yo quería.
-Vamos abajo a cenar-sugirió, haciéndome caso omiso. Bien, Louis, bien. Me vuelvo anoréxica durante cuatro días y te pones de mala leche; quiero que me eches un polvo y se me nota a la legua, y pasas del tema. Me encanta esa cualidad tuya de elegir qué es importante y qué no.
Sacudí la cabeza, sacándome ese pensamiento estúpido de la mente. ¿Qué mierda me pasaba? Yo nunca me comportaba así. Nunca le pedía más de la cuenta, hacer nada que él no quisiera...
Nunca le había zorreado a un repartidor de pizza.
Nunca había metido el número de un tío al que apenas conocía en el móvil.
-Tengo que contarte algo-espeté casi sin pensar, aunque era lo mejor que podía hacer. Contárselo. No le estaba poniendo los cuernos. Solo iba a avisarle de que cabía la posibilidad que sacara mi yo más estúpido cuando él no andaba cerca. Me miró, se apoyó en el marco de la puerta y se pasó una mano por el pelo.
Oí una explosión en mi cuerpo, entre las caderas. La bomba atómica de Hiroshima habría sido nada comparado con aquello que me sacudió.
Pam. Adiós ovarios.
-¿No puede esperar?
Vuelve a pasarte la mano por el pelo de esa manera y tendrás que esperar por tus hijos, chaval.
Me encogí de hombros.
-Supongo.
-Si quieres decírmelo ahora, ya sabes que...-descruzó los brazos y me mostró las palmas de las manos. Le interesaba.
-No importa, es igual. Puede esperar-asentí, dando un paso hacia delante y entrelazando mis dedos con los suyos.
-Guay-murmuró, posando su boca en la mía, y la sonrisa reflejada en sus ojos.
Si le quitas esa sonrisa, te partiré la boca, zorra, me amenacé a mí misma.
Hubo otra cosa que no se hizo de rogar, algo a lo que no tuvimos que esperar demasiado. Después de cenar, lavarnos los dientes y quedarnos un rato tirados en el salón, todos juntos, viendo la tele, cada uno subió a su respectiva habitación. Yo estaba entrando en la mía, dispuesta a coger el teléfono y meterme en la de Louis (no estaba lo suficientemente loca como para no intentar meterme en su cama), cuando noté unas manos abrazándome la cintura.
-¿A dónde vas?-inquirió, zalamero, besándome el cuello. Cerré los ojos y no contesté; no me dio tiempo-. Eres mía esta noche. No te vas a librar tan fácilmente.
-Mm.
-Me debes algo.
Sí, es verdad. Varios orgasmos, un par de polvos, y bebés. Muchos bebés.
-¿En serio?
Me arrastró hasta su habitación, cerró la puerta de una patada y me tumbó en la cama. Cuando quise darme cuenta estaba encima de mí, recorriendo mi  cuerpo con su boca.
Me di cuenta inmediatamente de que la ropa sobraba.
Tiré de su camiseta y le ayudé a quitársela, él hizo lo mismo la mía. Nos desnudamos rápidamente, nos contemplamos el uno al otro un buen pedazo, sin parar de besarnos, acariciarnos y, por qué no, hacernos cosquillas.
Me contempló en mi total esplendor: debajo de él, húmeda, preparada para que me hiciera suya de mil maneras posibles. Me mordí el labio inferior, contemplando su pecho, contemplando su rostro, sus ojos, su boca. Me apetecía muchísimo morder aquellos labios. Me incorporé lo justo y necesario para hacerlo, y tiré de él hacia abajo, clavándole las uñas en la espalda, con sorprendente delicadeza. Gimió.
-¿A qué estás esperando?
-A que palpites cuando entre en ti.
Oh.
Dios.
Mío.
-Me vacilas-repliqué por lo bajo, cogiéndole la mano y llevándomela a un pecho. Me lo acarició, sopesó, sin rechistar.
-Para nada.
-Ya estoy palpitando, Louis-supliqué, cerrando mis dedos en su muñeca y llevándole la mano mucho más abajo. Su erección creció un poco más; la verdad es que no lo consideraba posible.
-No es suficiente.
-¿Quieres tenerme de mala leche?-sonreí, bajando lentamente por la cama, tirando de él para colocarlo boca arriba.
Una sonrisa divertida se implantó en su rostro.
-¿A dónde vas?
-A palpitar, ¿a ti qué te parece?-sonreí, sentándome sobre él y deslizándome lentamente hacia sus caderas. Me contempló los pechos.
-Bonita vista.
-Ya verás lo que viene luego.
Estiró la mano y me acarició la piel alrededor del ombligo, llevando corrientes de fuego por allí. Llevó sus dos manos hasta mis caderas, yo entreabrí la boca y cerré los ojos. Mi pelo cayó en cascada por mi espalda al echar la cabeza hacia atrás.
Él se incorporó también, y empezó a torturarme besándome el pecho.
Enredé mis dedos en su pelo y lo acerqué aún más a mí.
-¿Eri?
-¿Qué?
-Ya estás palpitando.
Me eché a temblar de puro placer. Ya era hora, por fin. Después de casi cuatro días, iba a acostarme de nuevo con él.
Me alzó sobre sí, sujetándome siempre por las caderas, y me contempló con ojos brillantes. Sonreí al pensar que parecíamos el mono y el león de la primera escena de El Rey León, se lo comenté, y se echó a  reír.
Y, mientras aún nos reíamos, me dejó caer, y me penetró.
Ahogué un grito y me dejé caer contra él, que me besó el hombro y fue subiendo hasta arriba.
-Quieto-susurré cuando se movió dentro de mí.
-¿Por qué?
-Siento algo.
Se apartó lo justo para poder mirarlo.
-¿El qué?
Clavé mis ojos en los suyos.
-Palpitaciones.
Sonrió.
-¿Creías que te estaba vacilando?
-Sí-asentí, avergonzada, bajando la cabeza.
-¿Tengo pinta de aplazar lo inevitable, nena?
Como me llamara nena una sola vez, bueno... en menos de un año tendría trillizos lloriqueando en una cuna.
Colocó sus dedos bajo mi barbilla y me obligó a levantar la cabeza.
-Dirígenos tú, Eri.
Alcé una ceja.
-Haz que nos corramos los dos.
-Te vas a acordar de esta, Tommo. Te vas a acordar-le prometí, empujándolo sobre la cama y moviéndome sobre él, dejando que entrara y saliera a mi antojo, mientras él no paraba de tirar de mí para besarme en la boca. Salió y entró varias veces, y yo llegué demasiado pronto. Me sujetó por las caderas y gruñó con voz ronca.
-No, espera, por favor.
Volví a echarme a temblar cuando su lengua llegó a mis pezones, y sus dientes jugaron con ellos a su antojo.
Me rompí y, segundos después, él también se rompió. Nos corrimos los dos, gritando el nombre del otro en nuestras bocas.


-Te quiero-susurró de repente, en un espacio en el que me esperaría un te deseo o eres preciosa.
-Y yo a ti. Muchísimo-respondí, acariciándole la mejilla. De repente, estábamos los dos indefensos, sin poder luchar el uno contra el otro. Era un niño pequeño. Mi niño. El niño por el que yo mataría, moriría, si hacía falta, con tal de que se mantuviera como estaba.
Negó con la cabeza.
-No. No lo entiendes. Te quiero muchísimo. Más que a nada ni a nadie. Nunca he sentido esto, Eri-sus ojos eran cristalinos como el agua, como las palabras que estaba pronunciando-. Nunca nadie me ha ayudado y apoyado tanto como tú.
Noté cómo me sonrojaba de nuevo. Tampoco me parecía que fuera para tanto, yo solo estaba haciendo lo que se suponía que una buena novia hacía. Apoyar a su novio incondicionalmente; pasara lo que pasara, estar siempre ahí para él.
-Como sigas estando ahí para todo lo que yo necesite, terminaré pidiéndote que te cases conmigo.
-Estaré.
-Cásate conmigo.
-Como me lo vuelvas a pedir, te diré que sí.
-¿Necesitas una segunda vez?
-No, porque mi nombre encaja a la perfección con tu apellido.
Susurró mi nombre de casada, el nombre con el que deseaba morir, el nombre para el que estaba destinada desde que nací. Suspiré, me estremecí, y pegué su rostro al mío para poder besarlo mejor.
Los rayos de sol nos acariciaban, aún perezosos, pues no tenían la fuerza suficiente para clavarse en nuestras pieles. Seguramente cuando el día avanzara un poco el sol conseguiría calentarnos un poco, pero no en esa mañana. Me estiré bajo él y dejé que me besara lentamente el pelo.
Eri Tomlinson.
Sonaba bien.
Sonaba muy, muy bien. Y a él parecía gustarle ese nombre, lo que lo hacía más bonito aún.
Llevó sus dedos por mi costado hasta mi cintura, y me acarició suavemente.
-Hazme el amor, Lou-le pedí, mirándole a los ojos. Sonrió.
-¿A estas horas de la mañana?
-Yo no dejo de quererte por muy temprano que sea.
-Eso es profundo-sonrió para sí, no pude evitar devolverle la sonrisa. Qué sonrisa tan perfecta, tan preciosa; y lo era más porque yo era la causa de ella, porque yo conseguía hacer que apareciera en su rostro. Se metió entre mis piernas y me acarició suavemente los muslos, juguetón.
-¿Así?-inquirió. Asentí, y frunció el ceño-. ¿Por qué? Sentimos los dos más cuando tú estás encima.
-Tú lo haces con más cuidado.
-Eso es verdad-asintió con la cabeza, besándome el cuello. No me habría importado que llevara un colgante al cuello y este rebotara en mi pecho, siempre lo había visto en las películas y me había encantado la impresión que daba, tan tierna, tan sensual... le acaricié el pelo y separé un poco las piernas. No me hizo esperar, entró en mí despacio, me hizo el amor lentamente, como aquella primera vez, en aquella misma ciudad pero en distinta calle, casa, habitación, cama... y seguía siendo el mismo con el que había perdido la virginidad, aquel al que se la había entregado sin dudar ni un segundo. El que me había querido desde siempre, incluso antes de ser bonita y merecerlo como mi físico podía hacer que lo mereciera ahora. Nos dejamos llevar despacio, entregándonos al otro como en una barca sin remos en un mar en calma, a merced de las corrientes.
Una vez terminamos, nos miramos un rato en silencio, a los ojos, y no necesitamos decirnos nada para entender de qué deseábamos hablar. Bueno, yo quería hablar con él de aquello, a él no le apetecía realmente que tocara el tema. Y, como era su día, como estaba allí para apoyarle e iría donde me llevara para apoyarle, me mantuve callada, a la espera de que decidiera en qué momento quería hablar de la estrategia que íbamos a adoptar cuando llegásemos a Doncaster.
No se me escapó el hecho de que cuando inició la conversación no salió de mí. Y a mí me apetecía muy poco que lo hiciera, se estaba a gusto con él dentro. Estaba bien no sentir esa sensación de pérdida cuando se retiraba, el vacío cuando ya no estaba...
-Estoy nervioso, amor.
Me estremecí de placer al oír aquella palabra, una de mis favoritas, salir de sus labios, mis favoritos.
-Estaré contigo-le acaricié la cara interna del brazo y sonreí. Él contempló la sábana con sus perfectos ojos y tiró de ella hasta cubrir media espalda, de forma que cayera sobre mí como si estuviera metida en una tienda de campaña, a su merced.
-Lo sé, Eri. Lo sé. Es solo que... por primera vez en mi vida vuelvo a casa, pero no siento ya que Doncaster sea mi casa.
-Siempre lo será. Pase lo que pase tu familia te querrá igual.
-Lo sé.
-Serían imbéciles si no lo hicieran. Eres un encanto, Louis-suspiré, le besé en los labios y me dejé caer; mi pelo se esparció por la almohada. Él me contempló con sincero amor, desnuda debajo de él, total e irrevocablemente suya de un modo en que nunca llegaría a serlo para ningún otro, ni aunque me lo propusiera, algo que se me antojaba muy improbable.
-Me gusta cuando me miras así-confesé, jugueteando con mi anillo. Se apoyó en sus codos, tumbándose sobre mí, y, sin apartar sus ojos de mi expresión, se posó lentamente en mi pecho. Cerré mis brazos automáticamente alrededor de su cabeza y suspiré. No me importaría quedarme así el resto de mi vida, toda la eternidad, hasta que el mundo se acabara, el tiempo se detuviera... cualquier momento sería poco.
Lejos de todo. De mi casa, mis padres, el pánico absoluto que le tenía al lunes, cuando me separaría de él. La impaciencia por lo de Simon, el nerviosismo por la negativa que se materializaba en el horizonte, y que sin embargo no podía ser...
Lejos incluso de preocuparnos si el condón se había roto y yo tendría que tomar, por primera vez en mi vida, la píldora. Pero no en ese momento, ya nos ocuparíamos de todo eso más tarde.
Ahora solo existía lo que había dentro de aquella cama.
-Tú me miras así siempre-susurró, besándome el colgante de la estrella que no recordaba haberme puesto esa mañana, aunque, si lo pensaba bien, tampoco recordaba haberme quitado de noche.
Nos quedamos así, él sobre mí, yo abrazándole, durante lo que pudo ser una hora. Una hora que a mí me supo a cinco minutos.
-Deberíamos levantarnos ya-terminó murmurando por fin, su aliento me acarició el pecho. Me encogí de hombros.
-Se está bien aquí dentro.
-Dímelo a mí-replicó, levantando la cabeza y mirándome. Nos echamos a reír.
Se incorporó y se deslizó fuera de mí, a lo que yo respondí con un puchero y un suave nooo... que hizo que se riera aún más.
-Nunca he salido y me he quedado siempre fuera.
Noté cómo me sonrojaba, y no precisamente de vergüenza.
-Louis Tomlinson, ¿teniendo razón en algo? Dios mío, el mundo se va a la mierda-me burlé, saliendo de la cama y paseando mi desnudez hasta su armario. Con una sonrisa sarcástica en los labios, sonrisa que no me importaría morder, se tumbó de lado y me contempló mientras me estiraba a coger una de sus sudaderas del armario.
Me giré y lo pillé mirándome el culo. No se cortó un pelo, continuó con sus ojos fijos a esa altura de mi cuerpo. Alcé las cejas, me puse una de sus camisetas y luego una sudadera. Gimió cuando descubrió que me quedaban de vestido, y me recorrió de arriba a abajo. Noté una chispa en su mar.
-Te gusta que lleve tu ropa, ¿eh?
-Es como si todavía te estuviera abrazando.
-Oh, amor, eso es muy bonito-sonreí, mirándole.
Joder, primero lo del matrimonio, y ahora esto. Definitivamente podía destrozarme el amor propio si continuaba así y luego me exigía que me convirtiera en su esclava para seguir escuchando aquellas palabras.
Cogí sus vaqueros y se los enseñé.
-¿Me entrarán?
-Te van a quedar largos.
Fruncí el ceño.
-Quiero decir-se explicó, no es que yo sea Michael Jordan-hizo un gesto con la mano para que me guardara la respuesta socarrona que escalaba a grandes zancadas por mi garganta-, pero no es que tú seas muy alta, precisamente, nena.
-¿Me estás llamando enana?-me burlé, con un tono enfadado, aunque no me sentía ofendida en absoluto. Mi tono pareció ser lo suficientemente bueno como para pasar por verdadero.
-No, amor-se levantó, caminó hacia mí y me abrazó la cintura. Procuré no pensar en que lo tenía desnudo detrás de mí. Me besó el cuello-, tienes la altura perfecta. Me gustas así, porque si te da la gana, te pones tacones y me alcanzas, pero no me superas.
Sonreí, sacudí la cabeza en su dirección y metí los dos pies por sus vaqueros. No pensaba ponérmelos para andar por casa, estaba a gusto con su ropa, pero tampoco era para tanto, pero tenía curiosidad por saber si me entrarían.
-No me caben-lloriqueé, estupefacta. Los patos se giraron y preguntaron ¿qué?
La reina de Inglaterra dejó su taza de té a medias y espetó ¿qué?
La Tierra se detuvo y preguntó ¿qué?
Los alienígenas detuvieron su disección y murmuraron con acento de cowboys ¿qué?
¿Hola? Louis tiene más culo que yo. Bueno, casi. Más o menos. ¿CÓMO NO ME VAN A SERVIR SUS VAQUEROS?
-Tienes más cadera que yo.
-Ya-susurré. ¿Eres boba o algo, Eri? ¿Cómo no se te ha ocurrido a ti? Pues claro que tienes más cadera que él. Se supone que tú tienes que meter un bebé entre tus caderas, gilipollas.
-Estaríamos buenos si fuera al revés.
Me giré en redondo y me acerqué a él, recordando de repente algo relacionado con mis caderas y las suyas. Le levanté la camiseta y sonreí.
-¿Qué pasa? ¿Qué miras?
-Si tienes la línea de la V.
-¿Qué es eso?
Las recorrí con el dedo índice, y se estremeció.
-Las líneas de V son, amigo mío, las líneas más sexys que un chico puede tener. Y tú las tienes.
Se echó a reír y nos besamos.
-Es que yo soy una bomba del sexo.
Alcé una ceja y me lo quedé mirando.
-Será que tienes buena compañía.
-Será que he hecho-tiró de mí para pegarme aún más contra él, juguetón- buena compañía.
Bajamos a la planta baja, donde cada uno hacía lo que le venía en gana, como venía siendo ya natural en aquella casa: Alba jugaba con su conejo, Noemí y Harry se enrollaban en el sofá, Zayn  y Liam miraban la tele con gesto distraído, aburridos el uno del otro, seguramente, y Niall se sentaba en el sillón donde yo leía ojeando uno de los libros que habíamos comprado por el verano en español mientras que, con la mano que no sostenía la historia de Caperucita Roja en versión extendida, que seguramente incluía los pensamientos internos de la protagonista mientras atravesaba el bosque en dirección a la casa de su abuela, pinchaba con su tenedor en un plato lleno hasta arriba de pasta. Sonreí.
Mi familia. Mi nueva familia, la familia a la que  debería haber pertenecido desde el momento en que nací. La familia que me apoyaría siempre, que no me levantaría la mano, con la que no tendría miedo de discutir por posibles represalias.
Me senté en el reposa brazos del sillón de Niall y miré por encima del hombro de este. Y, después de meses, le arrebaté el tenedor y pinché una de las albóndigas de sus espaguetis.
Niall frunció el ceño, preguntándose quién osaba sacarle comida del plato, pero, cuando levantó la cabeza, me sonrió. Su Eri había vuelto.
-Te he echado de menos.
-Todo este tiempo, he pensado en tu sonrisa y en tu forma de caminar-canturreó Alba en español, alzando a Arena sobre su cabeza y sonriéndole, haciéndole carantoñas, como si fuera un bebé.
-¿No me vais a contar qué tal por Roma y esa bella tierra habitada por mi querida Angela Merkel?
Liam sonrió, se rascó la nuca y miró a los demás. Estaba claro que se moría de ganas por ilustrarme acerca de su tour por Europa, pero quería el permiso del resto de los chicos.
Niall asintió  con la cabeza, se giró, colocó su plato sobre sus rodillas y contempló al más sensato del grupo, invitándole a empezar.
Zayn se giró a mirarlo, se encogió de hombros y volvió a clavar la vista en la tele. Harry detuvo un momento su momento de pasión con la más pequeña de todos, me sacó la lengua y volvió a lo suyo.
Louis se apoyó en la parte trasera del sofá y escuchó atentamente en cuanto Liam abrió la boca y comenzó a hablar a una velocidad infernal. No me afectó su rapidez, ya que ya estaba acostumbrada a las distintas formas de hablar de los chicos. Durante lo que fue más de una hora, todos me estuvieron contando con pelos y señales lo que les había pasado en Europa: Noemí había fundido todo lo que le quedaba en la tarjeta de crédito correteando por Roma, entregando su tarjeta de crédito al mejor postor, que no dejaba de ser nunca Chanel, Dior o Prada.
Y ahora estaba escasa de dinero.
Alba y Liam, según me contaron los demás, subsistieron a base de besos y caricias, muestras de cariño que rara vez se profesaban, al menos conmigo delante.
Y los demás, bueno... Los demás eran los demás.
Cuando Niall me dijo que él y Louis habían bajado tres pisos del hotel de Alemania rodando escaleras abajo, miré a mi novio, y él asintió con la cabeza. Me aparté el flequillo de la cara e hice un gesto muy exagerado, que hizo reír a los demás.
Tras finalizar los relatos, Louis se palmeó las piernas y me hizo un gesto para que me levantara. Era de irse.
Corrí escaleras arriba, me cargué la mochila al hombro y bajé a toda velocidad de vuelta con los chicos.
Liam le estaba echando la bronca a Louis, que se había metido las manos en los bolsillos, y asentía con la cabeza como intentando librarse de la cháchara del mayor.
-Miras a ver si controlas la lengua que tienes-le recriminaba Liam. Louis puso los ojos en blanco-. La que se divorcia es tu madre de tu padre, no tu madre de ti. ¿Está claro?
Louis asintió.
-Modera tus borderías, que en casa seguro que lo están pasando peor de lo que crees.
-Vaaaaaaale-baló Louis con su característica respuesta para librarse de algo que lo aburría soberanamente. Alcé una ceja y se me quedó mirando-. Eri me controlará, Liam. ¿Quieres relajarte? Es mi madre, no es la tuya.
-A la mía no le harías lo que le has hecho a la tuya, BooBear.
-Ya, eso es verdad.
Se abrazaron todos, se dieron un par de palmadas en la espalda y esperaron a que me despidiera de ellos. Me quedé frente a las chicas mientras Louis tiraba mi mochila al asiento trasero y se sentaba donde el conductor.
-Suerte-susurró Alba, con una sonrisa que invitaba a la calma. Asentí.
-Gracias.
Aún no me cabía en la cabeza cómo había cambiado tanto nuestra relación; habíamos pasado de ser íntimas y contárnoslo todo, absolutamente todo, a ser unas desconocidas. Al menos ellas lo eran para mí. Nuestro distanciamiento llegaba a ese punto, a que yo no supiera si estaba sola en mi barca, o si, por el contrario, las tres habíamos decidido zarpar de la isla con un único cocotero que había sido nuestra amistad, cada una flotando en una dirección (oh, una dirección) diferente.
Noemí se llevó la mano al dedo donde descansaba el anillo que Harry le había regalado. Me pregunté si las garantías de Eleanor sobre mi relación con Louis podrían extenderse hasta ellas. Lo dudé mucho.
-Seguro que conseguís arreglarlo.
Asentí con la cabeza y le dediqué una sonrisa tímida. No podía cagarla ahora que parecíamos volver a acercarnos, que los delfines habían decidido empujar nuestras balsas de vuelta a aquella pequeña isla.
¿O serían las tortugas marinas de Piratas del Caribe?
-¿Nos llamamos?-sugerí. Asintieron con una amplia sonrisa.
-Nos llamamos.
No lo hicimos.
Me metí en el coche y puse la radio, escuché en silencio mientras Louis nos sacaba de la capital y enfilaba la autopista en dirección al norte. Parpadeé lentamente un par de veces, tal y como lo hacían en las películas, mientras un batallón de árboles se deslizaba apresuradamente por mi campo de visión, corriendo a la batalla.
Noté la mano de Louis en mi pierna. Me giré y me encontré con sus ojos.
-¿Estás bien?
Asentí con la cabeza,  colocando mi mano sobre la suya.
-Sí. ¿Y tú?
Se encogió de hombros, se mordió el labio y volvió los ojos a la carretera. Adelantó a un par de coches, meditando qué me iba a decir.
-Estoy nervioso.
-Lo superarás.
-Ya.
-Estaré contigo.
-Lo sé.
-Siempre estaré contigo-recalqué la primera palabra, ganándome una sonrisa cariñosa. Dios, cómo quería a Louis.
-Y yo contigo, nena.
-Te quiero.
-Yo también.
-Ya lo sé-susurré. Me desabroché rápidamente el cinturón, posé mis labios en su mejilla y volví a sentarme. Se llevó los dedos al lugar donde le había besado, como si le hubiera dado una bofetada.
-Me encanta cuando haces eso.
Yo iba a responderle que a mí me encantaba él, pero se me adelantó el sonido de su móvil en su bolsillo. Lo sacó y me lo tendió.
Ni siquiera miró la pantalla. Mejor. Descolgué y conecté el Bluetooth del coche a la llamada.
-¿Sí?-preguntó Louis.
-¿Louis?
Mi novio se giró en redondo y se me quedó mirando, los ojos como platos, las pupilas apenas dos puntos sobre su mar.
-La madre que te parió-me gritó sin palabras.
-Soy Robbie-continuó el que le llamaba.
-Hola, Robbie, ¿qué tal?-preguntó Lou, pretendiendo sonar casual.
-Bien, tío, ¿y tú?
-Estoy bien.
-Oye, acabo de enterarme de lo de tus padres. Si quieres hablar un poco de ello, aunque no tenga demasiada experiencia, ya sabes dónde estoy.
La sonrisa de Louis cruzó toda su cara.
Esta vez la que alucinó fui yo. ¿No estaría...?
Sí, sí estaba. Se metió el puño en la boca, intentando no gritar.
-Gracias, Robbie, tío. Lo aprecio mucho.
-De nada, hombre, para eso estamos. Eh, ¿sabes lo de mi concierto?
-Pues claro que lo sé, Robbie, joder. Eres mi ídolo, ya sabes.
Se tapó la boca rápidamente, y cerró los ojos. Me estiré y cogí el volante; lo único que nos faltaba era tener un accidente mientras Louis controlaba sus ganas de ponerse a hacer fangirl.
-Ya-replicó el otro, no sé si sonó incómodo. Louis se tapó la cara con las manos.
-Mira a ver si coges el volante-le susurré. Él asintió.
-El caso es que, como ya sabes, aún no han salido a la venta las entradas, y quería saber si querrías algunas.
Louis parpadeó a la velocidad de la luz. Un pensamiento me asaltó, aterrorizándome. ¿No habría hecho yo eso cuando conocí a Taylor?
Le lancé una mirada envenenada a mi novio, que apoyó el codo en la ventanilla del coche y apoyó su cabeza a su vez en la mano.
-Estaría de puta madre.
-¿Cuántas quieres?
-¿Cuántas me das?
-Las que tú quieras.
-¿Si te pido las 14 mil...?-tanteó él. Volvía en sí. Robbie Williams se echó a reír.
-Van a ser mucho pedir.
-De momento, guárdame siete. Para mis amigos y mi chica.
Me estremecí. Oh, sí.
-Vale. ¿Qué tal ella? ¿Sabe ya algo de Simon?
Negó con la cabeza, como si pudiera verlo.
-No, seguimos esperando.
-Seguro que está decidiendo si darle ya el disco de platino.
-¿Sabes que está escuchando?
-Sí.
-Cabrón.
-Hola, Robbie-saludé.
-Hola, Eri-me devolvió el saludo él-. ¿Todo bien? ¿Te trata bien Louis?
-Sí, es un amor.
-Oh, calla, en serio.
-Me alegro. Bueno chicos. He de irme. Pasadlo bien, ¿vale? ¿Siete, entonces?
-Siete-asintió Louis. Se me quedó mirando, y nos sonreímos.
-Vale. Adiós, chicos.
-Adiós.
Estiré la mano hacia el teléfono, y Louis miró por la ventana.
-¿Lou?-pregunté.
-La. Madre. Que. Me. Parió. ¿HAS VISTO ESO? ¡ROBBIE WILLIAMS ME ACABA DE INVITAR A SU CONCIERTO! ¡OH, TÍO, ESTO ES UNA PUTA PASADA! ¡CÓMO AMO MI TRABAJO! ¡QUÉ VIDA ME PEGO, HERMANO! ¡JODER! ¡PELLÍZCAME, DEBO DE ESTAR SOÑANDO!
Miré el teléfono.
-Uy.
-Uy, ¿qué?-espetó él. Se quedó mirando su móvil-. ¿UY QUÉ?
-No sé si...
Me arrebató el móvil de las manos y observó la pantalla, dispuesto a suicidarse si sus temores se confirmaban.
-Es coña-me eché a reír, y me dirigió una mirada de odio puro que me habría hecho estremecer.
Parpadeó un par de veces.
-A mí no me hace ni puta gracia.
-Ya me río yo por los dos, no te preocupes.
Alzó las cejas.
-En la próxima gasolinera te bajas del coche.

4 comentarios:

  1. Hola amor! Bueno haber,hace poco descubrí tu novela mediante un evento de Tuenti, no me acuerdo cómo ni cuando, pero me leí TODOS tus capítulos (que no son pocos) del tirón, me tiré mil años para descubrir cuál era el primer capítulo. Lo que principalmente quiero decir es que me encanta, es que escribes de puta madre. En serio eres increíble, me gustaría pedirte permiso para poner el enlace de este blog en el mío para que la gente se pase. No tengo tantos seguidores como tú pero... a lo mejor ayuda(: Mi blog es este--> http://tequisedesdeelprimerdiaquetevi.blogspot.com.es si pudieses pasarte te lo agradecería de verdad, y bueno, también, si puedes responderme, mejor porque así puedo saber si poner tu novela ¿vale? Bueno pues que eres mi heroína en serio, escribes como nunca había leído *-*
    Besos.
    Atentamente, una Directioner.

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    1. ¡Hola, cariño! Pero, pero, ¿cómo me puedes preguntar eso, mujer? Por supuesto que puedes poner el enlace de mi blog en el tuyo, es más, hasta te lo agradezco, un poco de publicidad nunca nos viene mal. No importa los seguidores que tengas, todos hemos empezado con pocos o ninguno alguna vez, lo importante es que te guste y que disfrutes con lo que haces. Yo lo hago, y tengo la suerte de poder decir que a la gente le gusta lo que escribo, lo cual me hace doblemente feliz. Me pasaré por tu blog, por supuesto.
      Ay, no me digas que soy tu heroína, que se me sube el ego y se me enamora el alma. No tengas miedo en hablarme por Tuenti, prometo responderte :D
      Besos <3

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    2. Pues nena ¡preguntando! Vale entonces te voy a poner ¿Vale?
      A la gente no le puede gustar como escribes, a la gente le tiene que encantar. JODER ES QUE TÚ ESCRIBES DE PUTA MADRE, no podemos comparar lo que haces tú con lo que hago yo. Gracias por haberte pasado, ya vi tu comentario, ¿Yo soy amor? Tú eres una Diosa. ¿Sabes que se me han pegado las expresiones que usas en la novela? Jajajaj Que se te enamore el alma, mujer. Que se te enamore.
      Pero yo no te tengo en Tuenti cielo. El mío es Elena Simply Love(:
      Besos, abrazos y violaciones si hacen falta.<33

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    3. Ponme, ponme a gusto, tienes mi permiso para hacerme publicidad subliminal JAJAJAJAJAJAJAJJAA. Qué voy a ser yo una diosa, calla, calla, que se me suben los colores. Pues ahora mismo te agrego con mi tuenti artístico y, si quieres, hablamos por ahí :)
      Violaciones de vuelta, JAJAJAJAJAJAJya está.

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