sábado, 1 de febrero de 2014

Moras.

Decidí que no me gustaba nada correr con el corazón a mil por hora, más preocupado de no volverse loco por la ansiedad que por el hecho de estar corriendo sobre el límite de mis posibilidades.
No me gustaba en absoluto ir corriendo preocupada por otra cosa que no fuera mi propia vida o mi propio culo, que no hacía más que bambolearse mientras yo enloquecía, literalmente, pensando en lo que nos estaba esperando en casa. Era tal la ansiedad y el pánico absoluto por no saber qué era exactamente lo que aguardaba en la Base, como un dragón enjaulado esperando su alimento del día, que ni siquiera sentía la pluma que siempre llevaba en el pecho, por dentro del sujetador, clavándose en mi piel y arrancando pequeñas gotitas de sangre de vez en cuando, si no tenía cuidado. Tampoco sentía, por tanto, la bola balanceándose de un lado para otro, ni podía estar agradecida de que mi pequeño descubrimiento no desapareciera.
Cuando llegamos a los barrios más cercanos a nuestro edificio, Blondie había dejado de jadear. Todo el viaje había cubierto el silencio del aire silbando a nuestro alrededor con su respiración ahogada, pero en esa ocasión, la devastación invisible que nos encontramos a nuestro paso hizo más de lo que a ella, y a mí, le hubiera gustado permitir.
Nos bajamos de los tejados, seguras de que ya nadie nos perseguía (la poli ni siquiera había acertado a enviar a sus helicópteros tras nuestra pista), y caminamos por las calles en absoluto silencio. No intercambiamos ni dos palabras; cada una miraba la parte de la calle que más cerca la quedaba; en ocasiones giraba sobre sí misma para asegurarse de que todo aquello era real y no un sueño, y luego apretaba el paso hasta alcanzar a la otra, que había visto algo relativamente interesante. Una se agachaba a examinar un cristal roto, poniendo cuidado de no cortarse con sus bordes, se levantaba y se lo mostraba a su compañera.
Y así funcionaban las cosas.
Caminando entre montones humeantes más muertas que vivas. Poco nos faltaba para cojear de alguna pierda y gruñir palabras ininteligibles exigiendo cerebros, como habían hecho las películas que tanto gustaban a principios de milenio.
Las vallas seguían sin electrificar: cada vez estaba más segura de que había sido una medida de emergencia que ya no se consideraba necesaria. La corriente eléctrica no había sido otra cosa que un aviso de que a partir de ahí habría guerra, una guerra duda, encarnecida como pocas habían conocido los cuerpos de policía que habían entrado a por nosotros. Era evidente que no eran expertos en el trato con los runners, pues de haberlo hecho habrían entrado directamente a la Base, jugando el factor sorpresa en la medida de lo posible, y luego se habrían ido desperdigando por las casas, matando tanto a mujeres como hombres y niños, temiendo que alguno de nosotros hubiera conseguido refugiarse y clamara venganza con el puño alzado, sosteniendo fuertemente un hacha que acabaría adornada con sangre, rubí, escarlata, negra, brillante.
Podía imaginarme perfectamente a una figura sobre un montón de cadáveres, clamando su rabia al aire, mientras el arma homicida desafiaba a los astros, hambrienta de carne humana y sedienta de una sangre que corría por el brazo del justiciero. Podía imaginar perfectamente su ira, que barrería todo como una supernova nada más explotar; podía imaginar sus ojos barriendo todo lo que se encontraba a su alrededor, en busca de supervivientes, una nueva víctima a la que hincarle el diente... podía imaginar su trenza aún más roja por el líquido de la victoria, sus ojos verdosos, sus facciones duras, sus tatuajes negros a un lado, mostrándose tímidamente bajo los coágulos que empezaban a formarse... el gato asomando en su hombro en señal de identificación para aquellos compañeros que habían caído en la batalla.
Yo sería la encargada de matar a todo aquel que había hecho lo que acababa de ver con los barrios marginales de la ciudad, los circundantes a nuestro hogar.
Incluso podía sentir ya el calor de las vísceras de mis enemigos.
Al primero al que abriría en canal sería al ángel por osar jugar conmigo de aquella manera y hacer de mí todo lo que yo había aborrecido.
Pagaría caro el corromperme.
Estaba dispuesta a colgar sus alas blancas con manchas de escarlata en la pared de mi habitación, dejar la puerta abierta a modo de museo y fardar de lo que había hecho: de cómo le había arrancado las alas al ángel mientras aún estaba vivo, de cómo había ignorado sus gritos y le había mostrado lo que le acercaba a la divinidad separado de él, arrastrándolo de nuevo a una humanidad perdida que yo no tendría con él.
Sumida en mis fantasías de venganza, que se veían aumentadas con la lupa del dolor y la preocupación, apenas pude percatarme de que había llegado a la parte de arriba de las vallas. Sentada sobre el fino tope, me permití un momento para girarme, contemplar los diferentes componentes de lo que yo consideraba mi casa, cambiados de una manera tan sutil que era casi imperceptible y todo estaba igual, y decidirme a contar todo lo que había sucedido entre el pájaro gigante y yo.
Me comprenderían.
Tenían que hacerlo.
Yo era parte de la familia, y nunca se abandona a la familia.
No les había traicionado; que hubiera pensado en ello no me convertía en una traidora.
Salté de la valla y fui detrás de Blondie, que desenvainó su pistola y pegó un par de tiros al aire, en señal de que había que tener cuidado.
Bueno, sí, en un principio había sido una traidora, o al menos había pensado en ello. Pero ahora que tenían a las otras runners y que sabían del poder de convicción de los ángeles (eran verdaderas máquinas de la seducción, preparadas para atacar los puntos más débiles de nuestra personalidad, aprovecharse de ellos y volverlos contra nosotros), no podían culparme de nada.
El problema sería Taylor, sin embargo, estaba segura de que no tendría inconveniente en la misión que cobraba forma en mi cabeza, pasando de ser una nube que sumía en la oscuridad todo debajo de sí a una lluvia que terminaba llenando un recipiente invisible, cobrando forma, y helándose.
No, no tendría problema alguno en acompañarme a hacerme con un pavo para trinchar aquella noche.
Yo misma empujé la puerta para entrar en la Base. Blondie y yo nos sorprendimos de que no hubiera nadie vigilando, pero quisimos creer que era que estaban demasiado ocupados buscando a nuestros vigilantes y los compañeros perdidos como para que alguien tuviera la preciosa idea de ser el portero.
Dejamos nuestras armas en los paneles preparados para ello y borramos nuestros nombres del panel de salidas mientras algo se movía detrás de nosotras. Fue una sombra, algo percibido por el rabillo del ojo, más sentido que visto.
Aun así, hizo que me diera la vuelta y apuntara directamente a donde había visto el movimiento. Una muchacha salió con la pistola en alto, encañonándome. Tenía un lado de la cabeza rapado; por el otro unas mechas violetas le caían hasta la mandíbula. Se apartó las moras aplastadas de su pelo con una sacudida de la cabeza y murmuró:
-¿Quiénes sois?
-Kat, sector 34. Saltos.
-Blondie, sector 18. Persecución-dijo mi compañera, que no se había inmutado de la presencia extraña. No sostenía ninguna pistola, y mostraba las palmas de las manos en señal de absoluta tranquilidad y confianza en la del pelo frutas del bosque. Cruzó los brazos en actitud sarcástica y alzó una ceja fina. Los mechones de pelo más rebeldes se encargaron de darle un aspecto fiero, y yo comprendí su tranquilidad. No cogía ninguna pistola porque sentía que no la necesitaba.
-Blueberry-dijo la chica, y entendí a la perfección por qué había elegido ese mote-. Sector 29. Todavía sin catalogar.
-¿Es que eres nueva?
-Soy demasiado buena en varias cosas; las suficientes como para no saber cuál resaltar.
-Acechar debe de ser una de tus cualidades favoritas-respondí yo, sarcástica. Ella sonrió.
-Sí, y también soy buena hiriendo-bajó la vista-. Bonitas piernas. ¿Son tuyas?
-Suelo utilizarlas de vez en cuando, sí, pero confieso que en la policía están los verdaderos dueños-espeté.
-Baja el arma, Blueberry-dijo Blondie. Blueberry abrió los brazos y dejó que el arma cayera al suelo. Rubia y pelirroja dimos un brinco, creyendo que podría darnos, pero la chica era más lista de lo que parecía; su astucia la superaba incluso cuando creías que no iba a hacerlo, lo cual era mucho decir, especialmente porque se las había ingeniado para colocarse detrás de nosotras sin que nos percatáramos de que estaba allí. No le había quitado el seguro.
Yo se lo puse a la mía y la devolví a donde la había cogido. Me incliné ligeramente hacia atrás, notando el duro acero descubierto arañando la piel de mi espalda.
-¿Dónde están todos?-inquirió Blondie, siguiendo a Blueberry por los pasillos. La del pelo morado había echado a andar sin mediar palabra, tal vez esperando que la siguiéramos o tal vez queriendo que la dejáramos en paz. Sea como fuere, el caso es que la puerta quedó abandonada, cosa que no me gustó en absoluto.
-Buscando a los vigilantes y los que faltan. No estamos seguros de quiénes están fuera y quiénes están dentro. Podrían ser 20 o 200.
-Dudo que haya 200 vigilantes aquí-respondí. Pelo Morado se dio la vuelta y me dedicó una mirada envenenada que dejaba entrever todo el amor que sentía hacia mí. Sí, me hubiera pegado un tiro de haberla provocado. Sí, habría dejado caer la pistola apuntándome de haber quitado el seguro. Pero el caso es que yo estaba viva, respirando, y no podía hacer nada para impedirlo.
-Faltan casi 300 personas.
-Eso suena a mucho.
-Teniendo en cuenta que muchos de los del trabajo de campo estaban fuera, no. El problema es que gran parte de los que faltan son de los que se quedan aquí cuando tú vas a revolcarte con tíos alados-replicó Blueberry. Blondie contuvo una risita. Quise abofetearlas a las dos.
-¿Qué es lo que te fastidia, Blueberry? ¿Que retoce con tíos alados y no seas tú, o que no esté desaparecida?
-Creo que lo último, pero no estoy segura.
-¿Han llegado ya Night y el de la mochila con las dos runners?-preguntó mi compañera de investigación, metiéndose entre nosotras dos para evitar que llegáramos a las manos. Blueberry asintió.
-Hace un rato. El peregrino cogió a las chicas y se las llevó a las salas de interrogatorios. Seguramente se estén montando un menage a trois ahora mismo-había cierta condescendencia en sus palabras. ¿Le gustaba el de la mochila, el peregrino en cuestión?
-Dudo que esté preparado para interrogar a nadie-murmuré.
-Yo lo que dudo es que esté preparado para salir a la calle y correr por edificios si va con una mochila a la espalda. No puede estar bien de la cabeza-corroboró Pelo de Batido Multifrutas.
-Dijo que era de aerodinámica. Ya los conocéis. Son de reserva. Seguramente esa fuera la primera vez que salía de casa y quería estar preparado-meditó Blondie, llegando una parte de las escaleras encharcada en sangre. Recordé al tal Percy, el que había regalado todo su líquido vital al suelo, y la cabeza comenzó a darme vueltas. Tuve que apoyarme en la barandilla para seguir el ritmo de las demás.
-Son repulsivos-murmuró Blueberry.
-Eh, venga. Tú también tuviste tu primer día.
-Sí, pero yo me entrené en ejercicios de preparación de verdad. Fui aspirante, no como ellos, que son los cerebritos de cada familia y no sirven para más que para hackear ordenadores.
-De no ser por ellos, Blueberry-replicó Blondie, posiciónandose de mi parte y consiguiendo mi amor infinito por ello-, nosotras no podríamos cumplir muchas de las misiones que cumplimos.
-Hay gente que a pesar de ellos no consigue cumplirlas-y me miró de tal manera que tuve que aferrarme con fuerza aún mayor a la barandilla, luchando por no engancharme de su cuello.
-Para tu información, yo ya tenía los papeles y ya había salido de la Central cuando el ángel me encontró.
-Di más bien cuando te ofreciste al ángel.
-Qué vas a saber tú. ¿Acaso estabas allí?
-No hace falta saber mucho sobre ángeles ni haber escuchado demasiado de la conversación de las runners extranjeras como para imaginarse lo que sucedió realmente.
-De no ser por Kat, todavía estaríamos buscando a nuestros vigilantes en la ciudad.
-Oh, sí, debemos agradecerle tener que buscarlos aquí dentro. ¿No os habéis planteado la posibilidad de que os hayan mentido? ¿Por qué fiarnos de la policía justo ahora?
Blondie y yo nos miramos.
-Porque tú no viste la cara de ese chico cuando confesó qué había pasado realmente antes de que Kat lo rematara-murmuró en tono críptico la rubia. Blueberry se volvió con los brazos en jarras.
-Les enseñan a mentir. Y a nosotras a no creérnoslo. Y, sin embargo, aquí estamos: haciendo lo que ellos querían, buscando donde nos han dicho...
-Están aquí-la corté yo-. Es lo único que tiene sentido. No sé cómo, han conseguido encerrarlos y tenerlos aquí todo este tiempo. Si se los hubieran llevado, lo habríamos sabido.
-¿No te parece raro que lleven aquí tanto tiempo y que no nos hayamos cuenta?
-No, si contamos con el hecho de que no habíamos hecho nada para no perderlos de vista realmente. Ellos están aquí y punto. Lo sé.
Aún con el malestar del recuerdo de la sangre y la cara del muchacho congestionada y bañada en esta, adelanté a las dos muchachas, que se quedaron mirándome, y caminé en dirección a los pisos superiores. Estaba decidida a encontrar a Taylor costara lo que costase, y en el menor tiempo posible.
A medida que íbamos escalando, la actividad también lo hacía. Cada vez había más runners en los lugares; unos incluso se habían metido en el gran salón donde celebrábamos las reuniones a las que tenía que asistir todo el mundo, tratando de dilucidar si los vigilantes estaban amordazados, o peor aún: inconscientes. No había otra explicación a que no pudieran comunicarse con nosotros.
No hubo suerte, por descontado, en ninguno de los casos de búsqueda interior. A cada minuto los ánimos decaían y la búsqueda se volvía descuidada cuando todos comenzábamos a llevarnos por la desesperación.
Había perdido hacía bastante tiempo a Blondie y Blueberry de vista; cada una yendo en direcciones diferentes y deseándose suerte más por el bien común que por el propio o porque nos gustáramos entre nosotras (mi gusto por Blondie era verdadero, mi deseo de éxito para Blueberry no era más que una fórmula de cortesía murmurada sin prestar atención), por lo que me encontraba sola en la búsqueda, y eso no me ayudaba en nada. La soledad hacía que mis pensamientos resonaran en mi cabeza con volumen de gritos que yo no podía detener. Casi prefería tener los pinganillos en las orejas y escuchar el barullo de fondo que había oído cuando salí en aquella expedición de la Base.
Me choqué varias veces con aprendices asustados, y algunos que ya no lo eran y que temblaban de terror ante la visión de la luna alzándose sobre el cielo lanceado de la ciudad. Las siluetas de los edificios más altos arrancaban pedazos de la reina de la noche, consiguiendo que pareciera que un gran monstruo le había dado un mordisco con dientes irregulares.
Pero yo tuve que agradecerle a la luna que me inspirara para seguir buscando.
Estaba abriendo todas las habitaciones a base de patadas y empujones. Las de arriba estaban totalmente vacías, pero no por ello no se cerraban de todos modos. Los runners que habían estado allí se habían preocupado más de guardar a las familias en las habitaciones de las plantas bajas para facilitar su traslado que de llevarlos a sus habitaciones verdaderas. Además, no había tanta gente para llenar todos los dormitorios... cosa que les agradecía.
De modo que allí estaba yo, notando cómo mis articulaciones lloraban de dolor cada vez que las sometía a mi rabia por mi búsqueda infructuosa, cuando fue la propia ciudad que tanto amaba y a la que tanto asco tenía la que me dio la respuesta.
Me encontré en una habitación con los cristales más grandes de lo habitual. Una fina capa de polvo lo cubría todo, y estuve segura de que hacía años que no se abría, aunque la solución parecía simple: el cristal tan grande, aunque antibalas, no pararía a un ángel si le diera por entrar en nuestra Base. Podría usar esa entrada...
… o podría escaparse por ella.
Louis reconocí yo para mis adentros, notando la rabia palpitando en mi interior. La pluma clavada en mi pecho ardía, pero yo no le daba importancia. Me preocupaba mucho más controlarme y no salir inmediatamente a por él, hacerle pagar por lo que me había hecho, por tratar (y conseguir) utilizarme de aquella manera.
Fui una imbécil queriéndole, pero rectificar era de sabios.
Por instinto, me acerqué a la cristalera y pegué las manos en ella. Miré hacia abajo, calculando el tiempo de caída, los daños que me provocaría (sólo uno: la muerte. Fin de la partida y de la cavilación), y el tiempo que tardaría él en abrir las alas y la altura a la que lo haría.
Mi respiración creaba pequeñas nubes en la ventana que la empañaban y emblanquecían.
Y así, con el cristal empañado, alcé la mirada, buscando una señal que me ayudara a seguir con lo mío.
Y la encontré.
Justo en frente de mí, en la oscuridad total que manaba del cielo y que luchaba contra la luz terrenal, se alzaba el edificio más grande de la ciudad, el más alto y el más majestuoso. Era el símbolo del poder, el orgullo del Gobierno. Se controlaba todo desde allí.
Se llamaba el Cristal por haber sido el primer edificio en adoptar la estética preeminente en la ciudad y cubrirse al completo de ventanas que le hacían resplandecer como la joya suprema de la corona que, efectivamente, era.
El Cristal era lo suficientemente alto como para partir la Luna en dos mitades si se observaba desde el ángulo correcto.
Y yo estaba en ese ángulo.
Me quedé sin respiración, maravillada y horrorizada a la vez ante aquella visión fantasmagórica y amenazante. El Gobierno podía incluso partir los astros, si quería.
Mis ojos escalaron a una velocidad desconocida la superficie negra como el carbón del edificio que llameaba en su base gracias a sus congéneres, que emitían luz suficiente para hacerlo brillar.
Y, en la cima de aquella montaña artificial y escuálida, había una luz. Roja.
Como me habían entrenado a mí para ver los caminos por los que había de ir.
Nunca en mi vida creería que tendría que agradecerle al Gobierno nada; pero en ese instante agradecí en gran medida aquellas luces rojas que hacían que los aviones evitaran a toda costa aquella bestia que cortaba la noche a modo de cuchillo.
Los que faltaban estaban en la azotea.

2 comentarios:

  1. Es ver que has subido un capitulo nuevo y hacer una mezcla entre danza de la lluvia, conga, harlem shake y la macarena esta novela me esta causando graves problemas de adiccion.. jajaja, me encanta. @LauraTrashorras

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