Decidí que no me gustaba
nada correr con el corazón a mil por hora, más preocupado de no
volverse loco por la ansiedad que por el hecho de estar corriendo
sobre el límite de mis posibilidades.
No me gustaba en
absoluto ir corriendo preocupada por otra cosa que no fuera mi propia
vida o mi propio culo, que no hacía más que bambolearse mientras yo
enloquecía, literalmente, pensando en lo que nos estaba esperando en
casa. Era tal la ansiedad y el pánico absoluto por no saber qué era
exactamente lo que aguardaba en la Base, como un dragón enjaulado
esperando su alimento del día, que ni siquiera sentía la pluma que
siempre llevaba en el pecho, por dentro del sujetador, clavándose en
mi piel y arrancando pequeñas gotitas de sangre de vez en cuando, si
no tenía cuidado. Tampoco sentía, por tanto, la bola balanceándose
de un lado para otro, ni podía estar agradecida de que mi pequeño
descubrimiento no desapareciera.
Cuando llegamos a los
barrios más cercanos a nuestro edificio, Blondie había dejado de
jadear. Todo el viaje había cubierto el silencio del aire silbando a
nuestro alrededor con su respiración ahogada, pero en esa ocasión,
la devastación invisible que nos encontramos a nuestro paso hizo más
de lo que a ella, y a mí, le hubiera gustado permitir.
Nos bajamos de los
tejados, seguras de que ya nadie nos perseguía (la poli ni siquiera
había acertado a enviar a sus helicópteros tras nuestra pista), y
caminamos por las calles en absoluto silencio. No intercambiamos ni
dos palabras; cada una miraba la parte de la calle que más cerca la
quedaba; en ocasiones giraba sobre sí misma para asegurarse de que
todo aquello era real y no un sueño, y luego apretaba el paso hasta
alcanzar a la otra, que había visto algo relativamente interesante.
Una se agachaba a examinar un cristal roto, poniendo cuidado de no
cortarse con sus bordes, se levantaba y se lo mostraba a su
compañera.
Y así funcionaban las
cosas.
Caminando entre montones
humeantes más muertas que vivas. Poco nos faltaba para cojear de
alguna pierda y gruñir palabras ininteligibles exigiendo cerebros,
como habían hecho las películas que tanto gustaban a principios de
milenio.
Las vallas seguían sin
electrificar: cada vez estaba más segura de que había sido una
medida de emergencia que ya no se consideraba necesaria. La corriente
eléctrica no había sido otra cosa que un aviso de que a partir de
ahí habría guerra, una guerra duda, encarnecida como pocas habían
conocido los cuerpos de policía que habían entrado a por nosotros.
Era evidente que no eran expertos en el trato con los runners, pues
de haberlo hecho habrían entrado directamente a la Base, jugando el
factor sorpresa en la medida de lo posible, y luego se habrían ido
desperdigando por las casas, matando tanto a mujeres como hombres y
niños, temiendo que alguno de nosotros hubiera conseguido refugiarse
y clamara venganza con el puño alzado, sosteniendo fuertemente un
hacha que acabaría adornada con sangre, rubí, escarlata, negra,
brillante.
Podía imaginarme
perfectamente a una figura sobre un montón de cadáveres, clamando
su rabia al aire, mientras el arma homicida desafiaba a los astros,
hambrienta de carne humana y sedienta de una sangre que corría por
el brazo del justiciero. Podía imaginar perfectamente su ira, que
barrería todo como una supernova nada más explotar; podía imaginar
sus ojos barriendo todo lo que se encontraba a su alrededor, en busca
de supervivientes, una nueva víctima a la que hincarle el diente...
podía imaginar su trenza aún más roja por el líquido de la
victoria, sus ojos verdosos, sus facciones duras, sus tatuajes negros
a un lado, mostrándose tímidamente bajo los coágulos que empezaban
a formarse... el gato asomando en su hombro en señal de
identificación para aquellos compañeros que habían caído en la
batalla.
Yo sería la encargada
de matar a todo aquel que había hecho lo que acababa de ver con los
barrios marginales de la ciudad, los circundantes a nuestro hogar.
Incluso podía sentir ya
el calor de las vísceras de mis enemigos.
Al primero al que
abriría en canal sería al ángel por osar jugar conmigo de aquella
manera y hacer de mí todo lo que yo había aborrecido.
Pagaría caro el
corromperme.
Estaba dispuesta a
colgar sus alas blancas con manchas de escarlata en la pared de mi
habitación, dejar la puerta abierta a modo de museo y fardar de lo
que había hecho: de cómo le había arrancado las alas al ángel
mientras aún estaba vivo, de cómo había ignorado sus gritos y le
había mostrado lo que le acercaba a la divinidad separado de él,
arrastrándolo de nuevo a una humanidad perdida que yo no tendría
con él.
Sumida en mis fantasías
de venganza, que se veían aumentadas con la lupa del dolor y la
preocupación, apenas pude percatarme de que había llegado a la
parte de arriba de las vallas. Sentada sobre el fino tope, me permití
un momento para girarme, contemplar los diferentes componentes de lo
que yo consideraba mi casa, cambiados de una manera tan sutil que era
casi imperceptible y todo estaba igual, y decidirme a contar todo lo
que había sucedido entre el pájaro gigante y yo.
Me comprenderían.
Tenían que hacerlo.
Yo era parte de la
familia, y nunca se abandona a la familia.
No les había
traicionado; que hubiera pensado en ello no me convertía en una
traidora.
Salté de la valla y fui
detrás de Blondie, que desenvainó su pistola y pegó un par de
tiros al aire, en señal de que había que tener cuidado.
Bueno, sí, en un
principio había sido una traidora, o al menos había pensado en
ello. Pero ahora que tenían a las otras runners y que sabían del
poder de convicción de los ángeles (eran verdaderas máquinas de la
seducción, preparadas para atacar los puntos más débiles de
nuestra personalidad, aprovecharse de ellos y volverlos contra
nosotros), no podían culparme de nada.
El problema sería
Taylor, sin embargo, estaba segura de que no tendría inconveniente
en la misión que cobraba forma en mi cabeza, pasando de ser una nube
que sumía en la oscuridad todo debajo de sí a una lluvia que
terminaba llenando un recipiente invisible, cobrando forma, y
helándose.
No, no tendría problema
alguno en acompañarme a hacerme con un pavo para trinchar aquella
noche.
Yo misma empujé la
puerta para entrar en la Base. Blondie y yo nos sorprendimos de que
no hubiera nadie vigilando, pero quisimos creer que era que estaban
demasiado ocupados buscando a nuestros vigilantes y los compañeros
perdidos como para que alguien tuviera la preciosa idea de ser el
portero.
Dejamos nuestras armas
en los paneles preparados para ello y borramos nuestros nombres del
panel de salidas mientras algo se movía detrás de nosotras. Fue una
sombra, algo percibido por el rabillo del ojo, más sentido que
visto.
Aun así, hizo que me
diera la vuelta y apuntara directamente a donde había visto el
movimiento. Una muchacha salió con la pistola en alto,
encañonándome. Tenía un lado de la cabeza rapado; por el otro unas
mechas violetas le caían hasta la mandíbula. Se apartó las moras
aplastadas de su pelo con una sacudida de la cabeza y murmuró:
-¿Quiénes sois?
-Kat, sector 34. Saltos.
-Blondie, sector 18.
Persecución-dijo mi compañera, que no se había inmutado de la
presencia extraña. No sostenía ninguna pistola, y mostraba las
palmas de las manos en señal de absoluta tranquilidad y confianza en
la del pelo frutas del bosque. Cruzó los brazos en actitud
sarcástica y alzó una ceja fina. Los mechones de pelo más rebeldes
se encargaron de darle un aspecto fiero, y yo comprendí su
tranquilidad. No cogía ninguna pistola porque sentía que no la
necesitaba.
-Blueberry-dijo la
chica, y entendí a la perfección por qué había elegido ese mote-.
Sector 29. Todavía sin catalogar.
-¿Es que eres nueva?
-Soy demasiado buena en
varias cosas; las suficientes como para no saber cuál resaltar.
-Acechar debe de ser una
de tus cualidades favoritas-respondí yo, sarcástica. Ella sonrió.
-Sí, y también soy
buena hiriendo-bajó la vista-. Bonitas piernas. ¿Son tuyas?
-Suelo utilizarlas de
vez en cuando, sí, pero confieso que en la policía están los
verdaderos dueños-espeté.
-Baja el arma,
Blueberry-dijo Blondie. Blueberry abrió los brazos y dejó que el
arma cayera al suelo. Rubia y pelirroja dimos un brinco, creyendo que
podría darnos, pero la chica era más lista de lo que parecía; su
astucia la superaba incluso cuando creías que no iba a hacerlo, lo
cual era mucho decir, especialmente porque se las había ingeniado
para colocarse detrás de nosotras sin que nos percatáramos de que
estaba allí. No le había quitado el seguro.
Yo se lo puse a la mía
y la devolví a donde la había cogido. Me incliné ligeramente hacia
atrás, notando el duro acero descubierto arañando la piel de mi
espalda.
-¿Dónde están
todos?-inquirió Blondie, siguiendo a Blueberry por los pasillos. La
del pelo morado había echado a andar sin mediar palabra, tal vez
esperando que la siguiéramos o tal vez queriendo que la dejáramos
en paz. Sea como fuere, el caso es que la puerta quedó abandonada,
cosa que no me gustó en absoluto.
-Buscando a los
vigilantes y los que faltan. No estamos seguros de quiénes están
fuera y quiénes están dentro. Podrían ser 20 o 200.
-Dudo que haya 200
vigilantes aquí-respondí. Pelo Morado se dio la vuelta y me dedicó
una mirada envenenada que dejaba entrever todo el amor que sentía
hacia mí. Sí, me hubiera pegado un tiro de haberla provocado. Sí,
habría dejado caer la pistola apuntándome de haber quitado el
seguro. Pero el caso es que yo estaba viva, respirando, y no podía
hacer nada para impedirlo.
-Faltan casi 300
personas.
-Eso suena a mucho.
-Teniendo en cuenta que
muchos de los del trabajo de campo estaban fuera, no. El problema es
que gran parte de los que faltan son de los que se quedan aquí
cuando tú vas a revolcarte con tíos alados-replicó Blueberry.
Blondie contuvo una risita. Quise abofetearlas a las dos.
-¿Qué es lo que te
fastidia, Blueberry? ¿Que retoce con tíos alados y no seas tú, o
que no esté desaparecida?
-Creo que lo último,
pero no estoy segura.
-¿Han llegado ya Night
y el de la mochila con las dos runners?-preguntó mi compañera de
investigación, metiéndose entre nosotras dos para evitar que
llegáramos a las manos. Blueberry asintió.
-Hace un rato. El
peregrino cogió a las chicas y se las llevó a las salas de
interrogatorios. Seguramente se estén montando un menage a trois
ahora mismo-había cierta condescendencia en sus palabras. ¿Le
gustaba el de la mochila, el peregrino en cuestión?
-Dudo que esté
preparado para interrogar a nadie-murmuré.
-Yo lo que dudo es que
esté preparado para salir a la calle y correr por edificios si va
con una mochila a la espalda. No puede estar bien de la
cabeza-corroboró Pelo de Batido Multifrutas.
-Dijo que era de
aerodinámica. Ya los conocéis. Son de reserva. Seguramente esa
fuera la primera vez que salía de casa y quería estar
preparado-meditó Blondie, llegando una parte de las escaleras
encharcada en sangre. Recordé al tal Percy, el que había regalado
todo su líquido vital al suelo, y la cabeza comenzó a darme
vueltas. Tuve que apoyarme en la barandilla para seguir el ritmo de
las demás.
-Son repulsivos-murmuró
Blueberry.
-Eh, venga. Tú también
tuviste tu primer día.
-Sí, pero yo me entrené
en ejercicios de preparación de verdad. Fui aspirante, no como
ellos, que son los cerebritos de cada familia y no sirven para más
que para hackear ordenadores.
-De no ser por ellos,
Blueberry-replicó Blondie, posiciónandose de mi parte y
consiguiendo mi amor infinito por ello-, nosotras no podríamos
cumplir muchas de las misiones que cumplimos.
-Hay gente que a pesar
de ellos no consigue cumplirlas-y me miró de tal manera que tuve que
aferrarme con fuerza aún mayor a la barandilla, luchando por no
engancharme de su cuello.
-Para tu información,
yo ya tenía los papeles y ya había salido de la Central cuando el
ángel me encontró.
-Di más bien cuando te
ofreciste al ángel.
-Qué vas a saber tú.
¿Acaso estabas allí?
-No hace falta saber
mucho sobre ángeles ni haber escuchado demasiado de la conversación
de las runners extranjeras como para imaginarse lo que sucedió
realmente.
-De no ser por Kat,
todavía estaríamos buscando a nuestros vigilantes en la ciudad.
-Oh, sí, debemos
agradecerle tener que buscarlos aquí dentro. ¿No os habéis
planteado la posibilidad de que os hayan mentido? ¿Por qué fiarnos
de la policía justo ahora?
Blondie y yo nos
miramos.
-Porque tú no viste la
cara de ese chico cuando confesó qué había pasado realmente antes
de que Kat lo rematara-murmuró en tono críptico la rubia. Blueberry
se volvió con los brazos en jarras.
-Les enseñan a mentir.
Y a nosotras a no creérnoslo. Y, sin embargo, aquí estamos:
haciendo lo que ellos querían, buscando donde nos han dicho...
-Están aquí-la corté
yo-. Es lo único que tiene sentido. No sé cómo, han conseguido
encerrarlos y tenerlos aquí todo este tiempo. Si se los hubieran
llevado, lo habríamos sabido.
-¿No te parece raro que
lleven aquí tanto tiempo y que no nos hayamos cuenta?
-No, si contamos con el
hecho de que no habíamos hecho nada para no perderlos de vista
realmente. Ellos están aquí y punto. Lo sé.
Aún con el malestar del
recuerdo de la sangre y la cara del muchacho congestionada y bañada
en esta, adelanté a las dos muchachas, que se quedaron mirándome, y
caminé en dirección a los pisos superiores. Estaba decidida a
encontrar a Taylor costara lo que costase, y en el menor tiempo
posible.
A medida que íbamos
escalando, la actividad también lo hacía. Cada vez había más
runners en los lugares; unos incluso se habían metido en el gran
salón donde celebrábamos las reuniones a las que tenía que asistir
todo el mundo, tratando de dilucidar si los vigilantes estaban
amordazados, o peor aún: inconscientes. No había otra explicación
a que no pudieran comunicarse con nosotros.
No hubo suerte, por
descontado, en ninguno de los casos de búsqueda interior. A cada
minuto los ánimos decaían y la búsqueda se volvía descuidada
cuando todos comenzábamos a llevarnos por la desesperación.
Había perdido hacía
bastante tiempo a Blondie y Blueberry de vista; cada una yendo en
direcciones diferentes y deseándose suerte más por el bien común
que por el propio o porque nos gustáramos entre nosotras (mi gusto
por Blondie era verdadero, mi deseo de éxito para Blueberry no era
más que una fórmula de cortesía murmurada sin prestar atención),
por lo que me encontraba sola en la búsqueda, y eso no me ayudaba en
nada. La soledad hacía que mis pensamientos resonaran en mi cabeza
con volumen de gritos que yo no podía detener. Casi prefería tener
los pinganillos en las orejas y escuchar el barullo de fondo que
había oído cuando salí en aquella expedición de la Base.
Me choqué varias veces
con aprendices asustados, y algunos que ya no lo eran y que temblaban
de terror ante la visión de la luna alzándose sobre el cielo
lanceado de la ciudad. Las siluetas de los edificios más altos
arrancaban pedazos de la reina de la noche, consiguiendo que
pareciera que un gran monstruo le había dado un mordisco con dientes
irregulares.
Pero yo tuve que
agradecerle a la luna que me inspirara para seguir buscando.
Estaba abriendo todas
las habitaciones a base de patadas y empujones. Las de arriba estaban
totalmente vacías, pero no por ello no se cerraban de todos modos.
Los runners que habían estado allí se habían preocupado más
de guardar a las familias en las habitaciones de las plantas bajas
para facilitar su traslado que de llevarlos a sus habitaciones
verdaderas. Además, no había tanta gente para llenar todos los
dormitorios... cosa que les agradecía.
De modo que allí estaba
yo, notando cómo mis articulaciones lloraban de dolor cada vez que
las sometía a mi rabia por mi búsqueda infructuosa, cuando fue la
propia ciudad que tanto amaba y a la que tanto asco tenía la que me
dio la respuesta.
Me encontré en una
habitación con los cristales más grandes de lo habitual. Una fina
capa de polvo lo cubría todo, y estuve segura de que hacía años
que no se abría, aunque la solución parecía simple: el cristal tan
grande, aunque antibalas, no pararía a un ángel si le diera por
entrar en nuestra Base. Podría usar esa entrada...
… o podría escaparse
por ella.
Louis
reconocí yo para mis adentros, notando la rabia palpitando en mi
interior. La pluma clavada en mi pecho ardía, pero yo no le daba
importancia. Me preocupaba mucho más controlarme y no salir
inmediatamente a por él, hacerle pagar por lo que me había hecho,
por tratar (y conseguir) utilizarme de aquella manera.
Fui
una imbécil queriéndole, pero rectificar era de sabios.
Por
instinto, me acerqué a la cristalera y pegué las manos en ella.
Miré hacia abajo, calculando el tiempo de caída, los daños que me
provocaría (sólo uno: la muerte. Fin de la partida y de la
cavilación), y el tiempo que tardaría él en abrir las alas y la
altura a la que lo haría.
Mi
respiración creaba pequeñas nubes en la ventana que la empañaban y
emblanquecían.
Y
así, con el cristal empañado, alcé la mirada, buscando una señal
que me ayudara a seguir con lo mío.
Y
la encontré.
Justo
en frente de mí, en la oscuridad total que manaba del cielo y que
luchaba contra la luz terrenal, se alzaba el edificio más grande de
la ciudad, el más alto y el más majestuoso. Era el símbolo del
poder, el orgullo del Gobierno. Se controlaba todo desde allí.
Se
llamaba el Cristal por haber sido el primer edificio en adoptar la
estética preeminente en la ciudad y cubrirse al completo de ventanas
que le hacían resplandecer como la joya suprema de la corona que,
efectivamente, era.
El
Cristal era lo suficientemente alto como para partir la Luna en dos
mitades si se observaba desde el ángulo correcto.
Y
yo estaba en ese ángulo.
Me
quedé sin respiración, maravillada y horrorizada a la vez ante
aquella visión fantasmagórica y amenazante. El Gobierno podía
incluso partir los astros, si quería.
Mis
ojos escalaron a una velocidad desconocida la superficie negra como
el carbón del edificio que llameaba en su base gracias a sus
congéneres, que emitían luz suficiente para hacerlo brillar.
Y,
en la cima de aquella montaña artificial y escuálida, había una
luz. Roja.
Como
me habían entrenado a mí para ver los caminos por los que había de
ir.
Nunca
en mi vida creería que tendría que agradecerle al Gobierno nada;
pero en ese instante agradecí en gran medida aquellas luces rojas
que hacían que los aviones evitaran a toda costa aquella bestia que
cortaba la noche a modo de cuchillo.
Los
que faltaban estaban en la azotea.
Es ver que has subido un capitulo nuevo y hacer una mezcla entre danza de la lluvia, conga, harlem shake y la macarena esta novela me esta causando graves problemas de adiccion.. jajaja, me encanta. @LauraTrashorras
ResponderEliminarawwwwwwwwwww
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