Quise correr hacia ella y abrazarla,
estrecharla entre mis brazos para cerciorarme de que era real, que estaba ahí,
y que yo no estaba soñando.
Seguramente lo habría hecho de no
ser por la expresión de pánico de Louis al percatarse de que estaba allí.
Perk aterrizó, sorprendentemente,
antes que yo, con una gracilidad desconocida hasta entonces en él. Mis alas se
negaron a plegarse de nuevo, como si disfrutaran de la expresión de Louis, y de
aquella mirada que apenas veía pero que sentía fija en mí, aquella mirada tan
de Blondie. Mientras las piernas de mi amigo tocaban el suelo y comenzaban a
correr hacia la mota de purpurina dorada, que sin duda él también había visto,
yo me mantenía en el aire, con las alas haciéndome surcarlo y cortarlo a la vez, como si del peor y más
rápido de los cuchillos se tratase.
Probé a arquear la espalda, a
retorcer los brazos delante de mí, incluso a intentar alcanzarme las alas con
los pies para detenerlas, pero nada de eso sirvió. Mis alas siguieron
agitándose con regularidad, asegurándose de que no me estampaba contra el suelo
ni caía al agua, haciendo que me alejara más y más de Blondie y Perk, así como
de Angelica (lo cual incluso podría agradecer), sin remedio, a una velocidad
que tendría que duplicar cuando consiguiera caer al suelo para poder reunirme
una vez más con aquella parte de mi equipo del Cristal.
Una sombra negra descendió sobre mí,
me alcanzó la espalda, y consiguió detener el mundo a mis pies.
Cambié la velocidad de ascenso por
un imparable descenso; mi trenza cambió de dirección, y el mundo a mi alrededor
comenzó a dar vueltas en una danza enloquecida que apenas podía seguir. Se
convertía en un borrón, como el cielo nocturno cuando giras la lente de una
cámara de fotos con el tiempo de exposición prolongado, para luego detener su
rotación y volverse hacia otro lugar.
Estaba a punto de estamparme contra
el agua (y probablemente morir, porque el ángulo y la altura de la caída no me
permitirían hacer distinción entre agua u hormigón), cuando la misma sombra
consiguió alcanzarme, me tomó de la mano y consiguió detener mi baile
enloquecido… eso un segundo antes de que mi brazo de los tatuajes crujiera y un
dolor insoportable me partiera en dos, como un latigazo ígneo.
Abrí las manos por puro instinto y
Louis, que estaba sudando, no pudo impedir que volviera a caer; esta vez, me
cogió a escasos 3 metros del agua, agarrándome por el torso y lanzándonos a los
dos en una carrera frenética por recuperar altura, velocidad, y, sobre todo,
control. Esquivó un par de farolas antes de dejarse caer con un golpe sordo en
el suelo, y, a juzgar por cómo rodamos y cómo nos detuvimos bruscamente, yo
contra un cubo de basura y él contra un coche aparcado en doble fila, supe que
habíamos tenido mucha suerte de poder salir
con vida de aquello y contarlo.
Y, un segundo después, antes de que
mi cuerpo se recuperara del caos y volviera el dolor lacerante, me di cuenta de
que la fuerza del golpe había sido suficiente para romperle un ala.
Me incorporé de un salto, temiendo
apoyarme en el brazo de los tatuajes por si empeoraba su situación, y caminé
hacia Louis, que trataba de incorporarse con los dientes apretados y unas gotas
de sudor del tamaño de monedas arroyándole por la frente. Se llevó una mano al
costado; la mano se volvió rubí.
-Estás herido-susurré, y no me
importaba que Blondie me viera ayudando a un ángel, ni que probablemente me
encerraran en una celda oscura y bien oculta en las entrañas de la Central,
privándome de la luz del sol que había disfrutado tan poco tiempo: Louis estaba
herido, tenía que ayudarle, y no sólo por el bien de nuestra misión, sino por
el suyo y por el mío, por el nuestro, porque estaría perdida sin él, tanto
dentro de la Central como de mi propio cuerpo.
-Eras la primera en tu clase,
¿verdad, bombón?-y, a pesar de todo, sonrió.
Mi respuesta fue instantánea, y no
la pude evitar; era como cuando te golpean la rodilla y tú das una patada antes
incluso de que te llegue el dolor del golpe: lo besé en los labios, despacio,
como si se fuera a romper, o el poner mis labios en los suyos fuera a hacer que
se convirtiera en humo, en polvo, en sombra, en nada, y se me escurriera entre
los dedos igual que se me había escurrido el alma de mi hermana.
Por culpa de nuestro beso, no pude
ver que se nos acercaban ángeles: cuatro figuras habían aterrizado a nuestro
lado, rodeándonos, asegurándose de que, aun con todas las razones que tenían
para fiarse de mí (como, por ejemplo, que “estuviera dispuesta a ayudarles a
acabar con los runners”, o que no me hubiera escapado a la más mínima
oportunidad, o que incluso besara a uno de ellos), no me escapaba. Era su
manera de decirme que no se fiaban de mí, y que no tenían pensado hacerlo en
algún momento del futuro cercano.
Probablemente nunca lo hicieran,
pero aquello poco importaba.
-¿Qué ha pasado?-inquirió una chica
a la que rápidamente identifiqué como la que llevaba la voz cantante. Tenía una
mano en la pistola, preparada para desenfundar. Pude admirar cómo su pelo negro
y sus ojos verdes contrastaban en gran medida con sus alas, de un dulcísimo
blanco en el que casi dolía posar los ojos.
-Casi nos quedamos sin juguete-intervino
Louis, colocándome un mechón de pelo detrás de la oreja. Se acabó. Nos
separarían. Sabían de lo nuestro; tenía un pie en la mazmorra. Casi podía
escuchar a las ratas correteando por el interior de ésta, emocionadas ante la
inminente llegada de una mayor compañía.
-Mis alas no respondían-expliqué,
apartándome de él y volviéndome para mirar al escuadrón que me rodeaba como una
panda de planetas rodeaban a una estrella. La chica alzó una ceja, tan oscura
como su pelo, y asintió despacio.
-Es lo que pasa cuando le das a
alguien que no tiene alas unas alas. No suele funcionar. Tú eres la excepción,
claro, Louis-se inclinó hacia un lado para encontrarse con sus ojos-. Bryce te
matará por esto.
-Bryce lo sabe. Le parece bien.
-A Bryce no le puede parecer bien
esto. ¿Qué falta? ¿Que Angelica se tire a su runner, también?
Congelé la cara para no dejar
entrever que eso era, precisamente, lo que Angelica hacía.
-Cree que es buena forma de
conseguir que nos sean leales.
-La quieres-y no era una pregunta,
se podía ver el desprecio en sus ojos a leguas de distancia; seguramente Perk,
en su huida alocada, y Angelica, persiguiéndolo para evitar que hiciera
cualquier tontería, así como Blondie, esperando con el cañón de la pistola en
alto, preparada para freír un pollo, lo sentían. Era una afirmación en un tono
sucio, decepcionado y enfurecido a partes iguales: la misma manera que tendría
Puck de acusarme de traición y negarse a hablarme una vez más por el
pinganillo-. La quieres, y ella te quiere a ti, y vas a conseguir que nos maten
a todos.
-El mundo no lloraría tu pérdida
mucho, Jackie-Louis extendió una mano-. ¿Te importa? Tengo un ala rota.
-No pienso cargarte; esto te lo has
buscado tú. Además, ¿quién coño te crees que soy? ¿Tu mula de carga?
Dio un salto, giró en el aire,
desplegó sus alas, inmensas como edificios en un pueblo, y salió disparada
hacia arriba, dejando un rastro de viento tras de sí. El resto, dos chicos y
una chica, contemplaron cómo ascendía en silencio. Luego, la chica que quedaba,
de pelo rubio pajizo y expresión triste, como si las alas hubieran sido un
castigo por algo que ni siquiera había hecho, suspiró.
-Vamos, tenemos que llevar a Louis a
que le curen esa ala.
Decidida a n darles la más mínima
oportunidad para que me maltrataran, yo misma me hice a un lado y estudié el
destrozo del coche cuando los ángeles levantaron a su compañero rápidamente,
sin la mayor delicadeza. La chica le pasó los brazos por el cuello y despegó
con gracilidad, manteniéndose en el aire a escasos decímetros de la cabeza de
Louis.
En la puerta del coche había quedado
la marca de su cuerpo; varias decenas de plumas, algunas manchadas de sangre,
se esparcían como nieve que apenas conseguía llegar al suelo de un bosque
perenne en la primera nevada del año, y en los cristales, las alas de Louis
habían garabateado figuras graciosas, parecidas a rayos que salían los unos de
los otros, se retorcían y terminaban de la misma manera.
-Eh, ¿qué hacemos con la
runner?-inquirió uno de los ángeles, señalándome con la palma vuelta hacia el
cielo. Tenía tan pocas ganas de dejarme allí como yo de quedarme y contemplar
la obra de arte que había creado Louis en su caída.
La chica que quedaba me dirigió una
mirada cansada y triste.
-Sé que no te vas a
escapar-sentenció con voz melodiosamente angustiada-. Puedes esperar a que
Angelica traiga a tu amigo aquí. Lo conseguirá-susurró, más para sí misma que
para mí-. Angelica siempre lo consigue.
-Puedo mantenerla cabeza yo
solo-intervino Louis, que estaba casi de puntillas para mantenerse en un nivel
medianamente cómodo. La chica asintió, lo soltó, y él rebotó sobre sus talones.
Un momento después, los dos chicos estaban agarrándolo por los brazos y alzaban
el vuelo. Los pies de Louis se despegaron del suelo y subieron, primero
lentamente, luego, cogiendo velocidad.
La chica me miró un momento.
-Se curará. Le han pasado cosas
peores-murmuró, y por la expresión de su rostro, hubiera jurado que iba a
abrazarme. Pareció pasársele por la cabeza, pero, un momento después, había echado
a volar para coger los pies de Louis y ayudar a sus compañeros a llevarlo a
donde tuvieran que llevarlo para hacerle lo que tuvieran que hacer.
Una revolución que no había empezado
no era nada sin un símbolo, y por mucho que Louis se empeñara en creer que yo
lo era, en realidad el símbolo era él.
Caminé por la acera, con el brazo
herido colgando, temiendo acercarme demasiado a la orilla y que una ráfaga de
viento, natural o no, me lanzase contra ella. Estar herida lo cambiaba todo,
incluso en el suelo. Si me encontraba con un poli, mis tatuajes me delatarían,
y acabaría con el estómago a los pies antes incluso de levantar las manos… y
eso si podía hacerlo.
No había rastro de ningún ángel, ni
tampoco de los dos runners, y por un momento me sentí sola en aquella inmensa
ciudad que bien podría devorarme, libre en una cárcel de proporciones
gigantescas, y atrapada entre cuatro muros con cientos, incluso miles, de
kilómetros de separación.
Llegué al puente en el momento justo
en que Perk lo alcanzaba también, con una figura dorada a su lado. La figura lo
rodeó un momento, para luego separarse de él, volverse hacia mí, alzar una mano
y no esperar mi respuesta: se alejó corriendo, escurriéndose de nuevo entre las
calles, aprovechando tuberías y ventanas, para llegar a los tejados y así
llevar el mensaje de que Kat y Perk, a pesar de todas las sospechas, estaban
vivos… y, lo peor de todo: estaban bien.
Los ángeles habían decidido no
acabar con todas mis heridas a modo de castigo y de recordatorio de que había
sido gracias a ellos que yo podía mover el brazo. Ni siquiera habían necesitado
escayolarme, ni abrirme para arrancar las posibles astillas del hueso: sólo me
lo había sacado de sitio, y con colocarme en una camilla por la que pasaba un
anillo bastó para que el dolor se disipara. Eso tan medieval de poner un
cabestrillo era cosa de runners, no de ángeles, y puede que eso tuviese
relación con que ellos fueran más fuertes y poderosos, y fueran capaces de
masacrarnos de no ser por cómo nos escondíamos.
Perk se había tirado en la cama y
lanzaba una pelota arriba y abajo, asegurándose de que chocase siempre contra
el techo. Y así, con el rítmico repiqueteo de la pelota contra el techo y la
palma de su mano, me estudié las heridas, leyendo entre líneas lo que los
ángeles habían escrito en ellas: eres
útil, y no renunciaremos a ti, pero no pienses que no te haremos daño si
fracasas.
Estaba claro que me matarían si al
final yo no cumplía con sus expectativas, o al menos eso pensaban ellos; si no
cumplía con mi deber, se debería exclusivamente a una cosa: habría caído en
combate.
Y había pocas cosas más gloriosas y
reconfortantes que saber que moriste luchando por algo en lo que creías.
Tenía el labio cortado, y una línea
zigzagueante me dividía la una ceja en varias intersecciones que parecían
querer unirse, pero no poder reunir la fuerza suficiente para ello. Otro
agujero se me presentaba en medio del cuello, a escasos centímetros de la
yugular. Había tenido mucha suerte cuando me estrellé contra el cubo de basura,
porque había terminado aterrizando contra una botella de cristal que se rompió
y cuyo único recuerdo en mi piel fue ése, el agujero pequeño pero profundo que
hizo que los ángeles discutieran si debían cerrármelo o no.
Finalmente, decidieron hacerlo.
Pero la mayor marca, firma de Bryce,
era un gigantesco morado que se iba oscureciendo con el paso de los minutos en
el lado izquierdo de la cara; quería pensar que se parecía a un gato cuya
cabeza había estampado contra el asfalto un coche, y cuyas patas yacían muertas
sin poder salvar a su dueño. El moratón me cubría una mejilla entera, reptaba
por la sien hasta casi alcazar la raíz del pelo, y se deslizaba por la
mandíbula hasta casi la boca.
Bryce no había querido que lo
eliminaran, a pesar de que el ángel de pelo pajizo lo sugirió apenas me
arreglaron el brazo, antes incluso de taparme la herida del cuello, que podría
haber acabado conmigo.
-Dejad que sea un dálmata; así sabrá
qué bando va a ganar, y a llevarla a la victoria-la sonrisa gélida de Bryce me
provocó escalofríos, pero no dije nada. Me limité a ver cómo escaneaba a los
presentes con sus ojos igualmente fríos y dejaba la habitación, no sin antes
recorrer el borde de mi camilla con un único dedo en su salida, reforzando aún
más su poder en la estancia.
Tenía cortes y moratones también en
las piernas y los brazos, pero la mayoría eran de poca importancia. Me causaban
una ligerísima molestia cuando intentaba colgarme de algún sitio, pero no era
nada que no hubiera experimentado ya.
Una puerta se abrió a mi espalda, y
vi cómo Louis y Angelica entraban en la habitación del ático del primero con
gesto de preocupación. Angelica le quitó la pelota a Perk, cosa que no supe si
agradecía o me molestaba, y Louis me localizó al momento. Intercambiamos una mirada
que lo decía todo con el espejo como intermediario. Finalmente, terminé
volviéndome y apoyándome en el lavamanos.
-Te veo bien-murmuré, contemplando
la gracilidad recién recobrada de sus alas. Él sonrió.
-Soy la joya de la corona; hay que
asegurarse de que nunca dejo de brillar.
-¿Podemos hablar, por favor, de lo
que pasó más allá del puente? ¿Eso que vosotros os perdisteis por dedicaros a
bailar en el aire?-espetó Angelica, cruzando las piernas. Los ojos de Perk se
deslizaron un segundo de sus rodillas a sus caderas, pero enseguida volvió a
tumbarse en la cama y a contemplar el techo.
-Perk no ha querido decirme nada de
lo que pasó allí.
-Oh, eso es porque pasó poca cosa,
¿no, runner?-puede que Angelica se lo tirara, y puede que disfrutaran con ello
(tenían que hacerlo, según me había dado a entender Perk, no había sido algo de
una sola vez), pero la atracción era física, y no emocional. Seguía detestándolo
aunque dejase que le separase las piernas y se lo follara, y no hacía nada por
disimularlo.
Perk giró la cabeza, la miró y le
tiró un beso sólo por hacerla de rabiar.
Ella puso los ojos en blanco.
-¿Blondie os dijo algo?-inquirí, notando
como una bestia se despertaba en mi interior. Creía que Perk no le había dado
importancia a lo que había pasado en el puente, que lo había considerado una
reunión de amigos o algo así, y que por eso no me había contado nada.
Odiaba estar equivocada, y la bestia
era la manifestación de este odio.
-Blondie nos lo dijo todo. Y también nos pidió todo. Quería informarte
personalmente de lo que va a pasar. Por eso no te he dicho nada, porque vamos a
ir a verla esta noche.
-¿Esta noche?-ladré, y toda la
Central podría haberse enterado si hubieran puesto un oído. Seguramente mi
grito llegase hasta el Cristal.
-Sí, al oscurecer.
-Esta noche es demasiado
pronto-protesté automáticamente, pero Perk alzó un dedo.
-El ataque es mañana-sentenció.
Y, con sus palabras, de repente me
hice consciente de lo rápido que pasaba el tiempo y lo difícil que iba a ser
para mí controlarme. No habíamos entrenado como runners desde hacía demasiado,
y nuestras alas, al contrario de lo que nos habían hecho creer en el simulador,
no nos obedecían, sino que se rebelaban como si supieran que éramos extraños
para los que no habían sido concebidas.
Louis se había cruzado de brazos,
pensativo.
-Será jodido sacaros de aquí, sobre
todo con lo que ha pasado esta mañana-tamborileó dos dedos en el labio.
-Y ahora sabrán que no te separarás
de ella, después del numerito en la orilla-le recriminó Angelica. Él la miró de
soslayo.
-No me arrepiento de ello.
-Pues deberías. Ahora que saben lo
vuestro, te atarán en corto.
-Que me aten como quieran; saben que
terminaré haciendo lo que me dé la gana, como hago siempre.
Angelica puso los ojos en blanco.
-Sé lo de tu misión al anochecer, y
no me parece una buena idea.
-Tengo que ir; no puedo permitirme
un capricho ahora que saben lo de Cyntia. Nos queda una última baza que jugar:
que ella es fiel a nuestra causa porque me es fiel a mí.
-Tu causa es la nuestra, Louis, sólo
que nunca nos habíamos parado a pensar en que buscásemos lo mismo...-intervine
yo. Angelica negó con la cabeza, Perk se levantó y se dirigió hacia la ventana,
dispuesto a estudiar la ciudad, cada calle, cada recoveco, preparando su
ataque.
-Los que compartimos misión somos
demasiados pocos, Cyntia, ¿no te das cuenta? Da gracias si somos 20 contra los
casi 300 que hay aquí, fieles a Bryce. A algunos el dolor les parece un precio
muy bajo a pagar por poder volar-Angelica chasqueó la lengua, y se volvió hacia
el otro ángel-. No te dejarán volver a sacarla al menos en un mes, tal vez dos,
depende de cómo le dé a Bryce. No digamos esta noche.
-Vienes conmigo. Y tú también. Si
les traemos la cabeza de un runner..., tal vez confíen de nuevo.
-No hay cámaras aquí, ¿no?-inquirió
Perk, echando un vistazo a la habitación. Louis, Angelica y yo negamos con la
cabeza a la vez.
-Lo bueno de ser un príncipe es que
tienes privacidad-respondió Louis.
-Y yo no hablaría de esta manera si
no supiera que eso es así.
-Y lo suyo no sería un secreto hasta
esta mañana. Si nos odiamos, y aun así follamos, ¿qué crees que hacen ellos,
Perk?-espetó Angelica, mirándolo de arriba abajo, mientras Louis ponía los ojos
en blanco y bufaba-. ¿Jugar a las cartas?
-¿Por qué no nos cargáis como nos
cargasteis desde el Cristal?-sugirió sin hacerle caso a la chica, y se volvió
hacia mí, como si fuera yo la que tuviera alas y la que pudiera llevar a cabo
el plan…
O...
¿Estaba pidiendo mi opinión?
Entonces, vi como la telaraña de su
plan se tejía en su cerebro a la velocidad de la luz, intrincados detalles y complicados
recovecos a los que no podía llegar, pero la idea general estaba allí.
-Louis puede volver de su misión, coger
a Kat, y transportarla hacia el punto de reunión con Blondie y Wolf. Angelica haría
lo mismo conmigo.
-Ya fui la mula de carga de un
runner una vez, muchas gracias.
-Cállate, Angie. Esto me gusta. Podría
ser nuestra única oportunidad. Y si tienes que ser una mula de carga, lo serás;
por mí, como si te tienes que convertir en stripper para que todo esto salga
bien.
-¿Qué te parece si me convierto en
carnicera, Louis?
Los dos ángeles se retaron con la
mirada.
-El único problema que veo es que no
he quedado en ningún sitio con Blondie…
-Yo puedo buscarla-se ofreció mi
ángel-. Ya he tratado con vuestros runners una vez; deberían conocerme. Al menos,
lo suficiente como para no disparar.
-De noche, incluso las alas más
blancas pueden pasar por las de Blackfire-canturreó Angelica. Louis le dirigió
una mirada asesina.
-Ellos no conocen a Blackfire-sentenció,
y la conversación se acabó allí.
Como ellos se imaginaban, Bryce no
dejaría que nos paseáramos por la Central tan fácilmente: cuando bajamos a
entrenar, como si nada hubiera pasado, nos encontramos con un verdadero pelotón
de ángeles dispuestos a escoltarnos hasta el baño, y no sería hasta que Louis y
Blackfire terminasen casi llegando a las manos cuando los pájaros finalmente
accedieran a dejarnos encerrados dentro de su habitación, a los dos juntos, con
Angelica vigilándonos y asegurándose de que no hacíamos nada.
El desdén de Angelica a los runners
parecía ser legendario, porque apenas se pronunció su nombre como guardiana de
todo, Blackfire esbozó una sonrisa y asintió con la cabeza, satisfecho por la
proposición.
Cuando el sol empezaba a caer, fue
Bryce en persona quien ascendió para anunciarnos que se cerrarían las puertas
de todo el piso y que las ventanas que quedasen abiertas más de 10 mandarían
una señal automáticamente al centro de operaciones, con lo que una brigada dirigida
por Blackfire entraría en la habitación para ver qué ocurría. Evidentemente, no
estaban preocupados por Angelica, sino por lo que podríamos hacer para
librarnos de un destino que se mostraba más duro de lo que, en un principio,
habíamos considerado.
Louis asintió con la cabeza ante
todo lo que su jefa le decía, y esperó a que la puerta se cerrara con un
chasquido. Tres vueltas de llave, pasos que se alejaban, y otra puerta muy
alejada que se cerraba también.
Sin demora, Louis se acercó a la
ventana, la abrió y sacó medio cuerpo fuera.
-¿Adónde vas? Todavía es tem…
Y por la ventana entró Jack, el de
las alas de gorrión, que nos había acompañado el día anterior en nuestro
entrenamiento y la travesía hacia el despachode Bryce.
-Jack se quedará aquí, cuidando de
abrirnos la ventana antes de que amanezca y vuelva Bryce para encontrarse con
que nadie ha pasado la noche aquí. Ahora, yo voy a buscar mi suerte. Volveré
antes de que la Luna empiece a alzarse, ¿creéis que podréis sobrevivir a mi
ausencia?
Todos asentimos con la cabeza; Jack,
el más enérgico.
Louis se lanzó al vació y
desapareció en las notas doradas y naranjas del crepúsculo, las alas inmensas
batiéndose contra el aire que luchaba por conservar hasta la última partícula
de un sol que agonizaba.
Pero decirlo fue más fácil que
hacerlo, y apenas lo vi desaparecer en la distancia, un punto blanquecino
contra un mar mostaza, mis temores se adueñaron de mí.
¿Y
si no encuentra a Blondie?
¿Y
si la encuentra y lo mata?
¿Y
si lo matan de la que viene?
¿Y
si se le resienten las alas?
¿Y
si no puede cargarme?
¿Y
si todo es una trampa?
¿Y
si Bryce sabe qué vamos a hacer?
Perk no se movió de delante de la
ventana, y hasta que mi ángel no regresó, no pronunció palabra. Angelica se
frotaba las manos, escudriñando el reloj
de la pared… y el pobre Jack, demasiado joven para todo esto, daba vueltas y
más vueltas alrededor de la habitación.
Si se ponía así cuando sólo faltaba
Louis, ¿cómo sería cuando estuviese solo?
No pude descubrirlo, porque justo
cuando el primer resquicio de luz lunar se dibujaba en el Cristal, una sombra
negra cubrió la ventana y golpeó los nudillos contra ella. Louis había llegado.
Y nos tocaba movernos.
El trayecto mirando el suelo y
procurando estar lo más rígida posible fue lo peor de todo. Se me antojaba
durísimo intentar quedarme quieta cuando el viento no dejaba de sacudirnos
arriba y abajo, a izquierda y derecha, y lo peor era cuando una ráfaga era
demasiado fuerte y sentía la fuerza de Louis desaparecer una millonésima de
segundo. Perk lo llevaba bien, pero para mí, seguía siendo lo peor que había
hecho en mi vida.
Una cosa era tener tus propias alas
y sentirlo como parte de algo ritual y necesario, y otra muy diferente era
experimentarlo cuando eras poco más que un paquete.
Finalmente llegamos a nuestro
destino, después de que yo sintiese 5 veces que me iba a desmayar, 3 que iba a
caerme y 8 que no conseguiría llegar viva al punto de encuentro; me daría un
ataque el corazón antes.
El lugar en el que nos reuniríamos
con Blondie resultó ser un callejón oscuro, iluminado en su entrada por una
solitaria farola que emitía una luz intermitente. Un par de gatos callejeros,
que se estaban peleando hasta nuestra llegada, declararon una tregua, y se
fueron cada uno por su lado, escalando las paredes y desapareciendo.
Apenas me había sentado para
sobreponerme cuando Blondie llegó. Su sombra se proyectó, alargada y enorme,
contra la pared final del callejón; su pelo arrancaba destellos incluso de
aquella farola, y sus manos se cerraban en puños y volvían a abrirse: estaba
lista para la acción.
Me incorporé, olvidando lo mal que
lo había pasado y dispuesta a abrazarla, como si no hubiera visto a nadie más
querido. Había dado un paso tembloroso en su dirección, y luego otro, y habría
dado un tercero de no aparecer una segunda figura a su lado, más alta y más
fuerte.
No necesité ver cómo se acercaban a
nosotros para identificarlo por la manera de andar: podía hacerlo por su
silueta, aquella que había tenido encima, o debajo, o a un lado, tantas veces,
de noche, de día, en el ocaso y en el amanecer.
Noté la sonrisa de Perk a un lado,
pero a mí no me hizo tanta gracia el hecho de que Blondie hubiese traído a
Taylor consigo.
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