domingo, 9 de agosto de 2015

Sombras.

            Quise correr hacia ella y abrazarla, estrecharla entre mis brazos para cerciorarme de que era real, que estaba ahí, y que yo no estaba soñando.
            Seguramente lo habría hecho de no ser por la expresión de pánico de Louis al percatarse de que estaba allí.
            Perk aterrizó, sorprendentemente, antes que yo, con una gracilidad desconocida hasta entonces en él. Mis alas se negaron a plegarse de nuevo, como si disfrutaran de la expresión de Louis, y de aquella mirada que apenas veía pero que sentía fija en mí, aquella mirada tan de Blondie. Mientras las piernas de mi amigo tocaban el suelo y comenzaban a correr hacia la mota de purpurina dorada, que sin duda él también había visto, yo me mantenía en el aire, con las alas haciéndome surcarlo y  cortarlo a la vez, como si del peor y más rápido de los cuchillos se tratase.
            Probé a arquear la espalda, a retorcer los brazos delante de mí, incluso a intentar alcanzarme las alas con los pies para detenerlas, pero nada de eso sirvió. Mis alas siguieron agitándose con regularidad, asegurándose de que no me estampaba contra el suelo ni caía al agua, haciendo que me alejara más y más de Blondie y Perk, así como de Angelica (lo cual incluso podría agradecer), sin remedio, a una velocidad que tendría que duplicar cuando consiguiera caer al suelo para poder reunirme una vez más con aquella parte de mi equipo del Cristal.
            Una sombra negra descendió sobre mí, me alcanzó la espalda, y consiguió detener el mundo a mis pies.
            Cambié la velocidad de ascenso por un imparable descenso; mi trenza cambió de dirección, y el mundo a mi alrededor comenzó a dar vueltas en una danza enloquecida que apenas podía seguir. Se convertía en un borrón, como el cielo nocturno cuando giras la lente de una cámara de fotos con el tiempo de exposición prolongado, para luego detener su rotación y volverse hacia otro lugar.
            Estaba a punto de estamparme contra el agua (y probablemente morir, porque el ángulo y la altura de la caída no me permitirían hacer distinción entre agua u hormigón), cuando la misma sombra consiguió alcanzarme, me tomó de la mano y consiguió detener mi baile enloquecido… eso un segundo antes de que mi brazo de los tatuajes crujiera y un dolor insoportable me partiera en dos, como un latigazo ígneo.
            Abrí las manos por puro instinto y Louis, que estaba sudando, no pudo impedir que volviera a caer; esta vez, me cogió a escasos 3 metros del agua, agarrándome por el torso y lanzándonos a los dos en una carrera frenética por recuperar altura, velocidad, y, sobre todo, control. Esquivó un par de farolas antes de dejarse caer con un golpe sordo en el suelo, y, a juzgar por cómo rodamos y cómo nos detuvimos bruscamente, yo contra un cubo de basura y él contra un coche aparcado en doble fila, supe que habíamos tenido mucha suerte de poder salir  con vida de aquello y contarlo.
            Y, un segundo después, antes de que mi cuerpo se recuperara del caos y volviera el dolor lacerante, me di cuenta de que la fuerza del golpe había sido suficiente para romperle un ala.
            Me incorporé de un salto, temiendo apoyarme en el brazo de los tatuajes por si empeoraba su situación, y caminé hacia Louis, que trataba de incorporarse con los dientes apretados y unas gotas de sudor del tamaño de monedas arroyándole por la frente. Se llevó una mano al costado; la mano se volvió rubí.
            -Estás herido-susurré, y no me importaba que Blondie me viera ayudando a un ángel, ni que probablemente me encerraran en una celda oscura y bien oculta en las entrañas de la Central, privándome de la luz del sol que había disfrutado tan poco tiempo: Louis estaba herido, tenía que ayudarle, y no sólo por el bien de nuestra misión, sino por el suyo y por el mío, por el nuestro, porque estaría perdida sin él, tanto dentro de la Central como de mi propio cuerpo.
            -Eras la primera en tu clase, ¿verdad, bombón?-y, a pesar de todo, sonrió.
            Mi respuesta fue instantánea, y no la pude evitar; era como cuando te golpean la rodilla y tú das una patada antes incluso de que te llegue el dolor del golpe: lo besé en los labios, despacio, como si se fuera a romper, o el poner mis labios en los suyos fuera a hacer que se convirtiera en humo, en polvo, en sombra, en nada, y se me escurriera entre los dedos igual que se me había escurrido el alma de mi hermana.
            Por culpa de nuestro beso, no pude ver que se nos acercaban ángeles: cuatro figuras habían aterrizado a nuestro lado, rodeándonos, asegurándose de que, aun con todas las razones que tenían para fiarse de mí (como, por ejemplo, que “estuviera dispuesta a ayudarles a acabar con los runners”, o que no me hubiera escapado a la más mínima oportunidad, o que incluso besara a uno de ellos), no me escapaba. Era su manera de decirme que no se fiaban de mí, y que no tenían pensado hacerlo en algún momento del futuro cercano.
            Probablemente nunca lo hicieran, pero aquello poco importaba.
            -¿Qué ha pasado?-inquirió una chica a la que rápidamente identifiqué como la que llevaba la voz cantante. Tenía una mano en la pistola, preparada para desenfundar. Pude admirar cómo su pelo negro y sus ojos verdes contrastaban en gran medida con sus alas, de un dulcísimo blanco en el que casi dolía posar los ojos.
            -Casi nos quedamos sin juguete-intervino Louis, colocándome un mechón de pelo detrás de la oreja. Se acabó. Nos separarían. Sabían de lo nuestro; tenía un pie en la mazmorra. Casi podía escuchar a las ratas correteando por el interior de ésta, emocionadas ante la inminente llegada de una mayor compañía.
            -Mis alas no respondían-expliqué, apartándome de él y volviéndome para mirar al escuadrón que me rodeaba como una panda de planetas rodeaban a una estrella. La chica alzó una ceja, tan oscura como su pelo, y asintió despacio.
            -Es lo que pasa cuando le das a alguien que no tiene alas unas alas. No suele funcionar. Tú eres la excepción, claro, Louis-se inclinó hacia un lado para encontrarse con sus ojos-. Bryce te matará por esto.
            -Bryce lo sabe. Le parece bien.
            -A Bryce no le puede parecer bien esto. ¿Qué falta? ¿Que Angelica se tire a su runner, también?
            Congelé la cara para no dejar entrever que eso era, precisamente, lo que Angelica hacía.
            -Cree que es buena forma de conseguir que nos sean leales.
            -La quieres-y no era una pregunta, se podía ver el desprecio en sus ojos a leguas de distancia; seguramente Perk, en su huida alocada, y Angelica, persiguiéndolo para evitar que hiciera cualquier tontería, así como Blondie, esperando con el cañón de la pistola en alto, preparada para freír un pollo, lo sentían. Era una afirmación en un tono sucio, decepcionado y enfurecido a partes iguales: la misma manera que tendría Puck de acusarme de traición y negarse a hablarme una vez más por el pinganillo-. La quieres, y ella te quiere a ti, y vas a conseguir que nos maten a todos.
            -El mundo no lloraría tu pérdida mucho, Jackie-Louis extendió una mano-. ¿Te importa? Tengo un ala rota.
            -No pienso cargarte; esto te lo has buscado tú. Además, ¿quién coño te crees que soy? ¿Tu mula de carga?
            Dio un salto, giró en el aire, desplegó sus alas, inmensas como edificios en un pueblo, y salió disparada hacia arriba, dejando un rastro de viento tras de sí. El resto, dos chicos y una chica, contemplaron cómo ascendía en silencio. Luego, la chica que quedaba, de pelo rubio pajizo y expresión triste, como si las alas hubieran sido un castigo por algo que ni siquiera había hecho, suspiró.
            -Vamos, tenemos que llevar a Louis a que le curen esa ala.
            Decidida a n darles la más mínima oportunidad para que me maltrataran, yo misma me hice a un lado y estudié el destrozo del coche cuando los ángeles levantaron a su compañero rápidamente, sin la mayor delicadeza. La chica le pasó los brazos por el cuello y despegó con gracilidad, manteniéndose en el aire a escasos decímetros de la cabeza de Louis.
            En la puerta del coche había quedado la marca de su cuerpo; varias decenas de plumas, algunas manchadas de sangre, se esparcían como nieve que apenas conseguía llegar al suelo de un bosque perenne en la primera nevada del año, y en los cristales, las alas de Louis habían garabateado figuras graciosas, parecidas a rayos que salían los unos de los otros, se retorcían y terminaban de la misma manera.
            -Eh, ¿qué hacemos con la runner?-inquirió uno de los ángeles, señalándome con la palma vuelta hacia el cielo. Tenía tan pocas ganas de dejarme allí como yo de quedarme y contemplar la obra de arte que había creado Louis en su caída.
            La chica que quedaba me dirigió una mirada cansada y triste.
            -Sé que no te vas a escapar-sentenció con voz melodiosamente angustiada-. Puedes esperar a que Angelica traiga a tu amigo aquí. Lo conseguirá-susurró, más para sí misma que para mí-. Angelica siempre lo consigue.
            -Puedo mantenerla cabeza yo solo-intervino Louis, que estaba casi de puntillas para mantenerse en un nivel medianamente cómodo. La chica asintió, lo soltó, y él rebotó sobre sus talones. Un momento después, los dos chicos estaban agarrándolo por los brazos y alzaban el vuelo. Los pies de Louis se despegaron del suelo y subieron, primero lentamente, luego, cogiendo velocidad.
            La chica me miró un momento.
            -Se curará. Le han pasado cosas peores-murmuró, y por la expresión de su rostro, hubiera jurado que iba a abrazarme. Pareció pasársele por la cabeza, pero, un momento después, había echado a volar para coger los pies de Louis y ayudar a sus compañeros a llevarlo a donde tuvieran que llevarlo para hacerle lo que tuvieran que hacer.
            Una revolución que no había empezado no era nada sin un símbolo, y por mucho que Louis se empeñara en creer que yo lo era, en realidad el símbolo era él.
            Caminé por la acera, con el brazo herido colgando, temiendo acercarme demasiado a la orilla y que una ráfaga de viento, natural o no, me lanzase contra ella. Estar herida lo cambiaba todo, incluso en el suelo. Si me encontraba con un poli, mis tatuajes me delatarían, y acabaría con el estómago a los pies antes incluso de levantar las manos… y eso si podía hacerlo.
            No había rastro de ningún ángel, ni tampoco de los dos runners, y por un momento me sentí sola en aquella inmensa ciudad que bien podría devorarme, libre en una cárcel de proporciones gigantescas, y atrapada entre cuatro muros con cientos, incluso miles, de kilómetros de separación.
            Llegué al puente en el momento justo en que Perk lo alcanzaba también, con una figura dorada a su lado. La figura lo rodeó un momento, para luego separarse de él, volverse hacia mí, alzar una mano y no esperar mi respuesta: se alejó corriendo, escurriéndose de nuevo entre las calles, aprovechando tuberías y ventanas, para llegar a los tejados y así llevar el mensaje de que Kat y Perk, a pesar de todas las sospechas, estaban vivos… y, lo peor de todo: estaban bien.

            Los ángeles habían decidido no acabar con todas mis heridas a modo de castigo y de recordatorio de que había sido gracias a ellos que yo podía mover el brazo. Ni siquiera habían necesitado escayolarme, ni abrirme para arrancar las posibles astillas del hueso: sólo me lo había sacado de sitio, y con colocarme en una camilla por la que pasaba un anillo bastó para que el dolor se disipara. Eso tan medieval de poner un cabestrillo era cosa de runners, no de ángeles, y puede que eso tuviese relación con que ellos fueran más fuertes y poderosos, y fueran capaces de masacrarnos de no ser por cómo nos escondíamos.
            Perk se había tirado en la cama y lanzaba una pelota arriba y abajo, asegurándose de que chocase siempre contra el techo. Y así, con el rítmico repiqueteo de la pelota contra el techo y la palma de su mano, me estudié las heridas, leyendo entre líneas lo que los ángeles habían escrito en ellas: eres útil, y no renunciaremos a ti, pero no pienses que no te haremos daño si fracasas.
            Estaba claro que me matarían si al final yo no cumplía con sus expectativas, o al menos eso pensaban ellos; si no cumplía con mi deber, se debería exclusivamente a una cosa: habría caído en combate.
            Y había pocas cosas más gloriosas y reconfortantes que saber que moriste luchando por algo en lo que creías.
            Tenía el labio cortado, y una línea zigzagueante me dividía la una ceja en varias intersecciones que parecían querer unirse, pero no poder reunir la fuerza suficiente para ello. Otro agujero se me presentaba en medio del cuello, a escasos centímetros de la yugular. Había tenido mucha suerte cuando me estrellé contra el cubo de basura, porque había terminado aterrizando contra una botella de cristal que se rompió y cuyo único recuerdo en mi piel fue ése, el agujero pequeño pero profundo que hizo que los ángeles discutieran si debían cerrármelo o no.
            Finalmente, decidieron hacerlo.
            Pero la mayor marca, firma de Bryce, era un gigantesco morado que se iba oscureciendo con el paso de los minutos en el lado izquierdo de la cara; quería pensar que se parecía a un gato cuya cabeza había estampado contra el asfalto un coche, y cuyas patas yacían muertas sin poder salvar a su dueño. El moratón me cubría una mejilla entera, reptaba por la sien hasta casi alcazar la raíz del pelo, y se deslizaba por la mandíbula hasta casi la boca.
            Bryce no había querido que lo eliminaran, a pesar de que el ángel de pelo pajizo lo sugirió apenas me arreglaron el brazo, antes incluso de taparme la herida del cuello, que podría haber acabado conmigo.
            -Dejad que sea un dálmata; así sabrá qué bando va a ganar, y a llevarla a la victoria-la sonrisa gélida de Bryce me provocó escalofríos, pero no dije nada. Me limité a ver cómo escaneaba a los presentes con sus ojos igualmente fríos y dejaba la habitación, no sin antes recorrer el borde de mi camilla con un único dedo en su salida, reforzando aún más su poder en la estancia.
            Tenía cortes y moratones también en las piernas y los brazos, pero la mayoría eran de poca importancia. Me causaban una ligerísima molestia cuando intentaba colgarme de algún sitio, pero no era nada que no hubiera experimentado ya.
            Una puerta se abrió a mi espalda, y vi cómo Louis y Angelica entraban en la habitación del ático del primero con gesto de preocupación. Angelica le quitó la pelota a Perk, cosa que no supe si agradecía o me molestaba, y Louis me localizó al momento. Intercambiamos una mirada que lo decía todo con el espejo como intermediario. Finalmente, terminé volviéndome y apoyándome en el lavamanos.
            -Te veo bien-murmuré, contemplando la gracilidad recién recobrada de sus alas. Él sonrió.
            -Soy la joya de la corona; hay que asegurarse de que nunca dejo de brillar.
            -¿Podemos hablar, por favor, de lo que pasó más allá del puente? ¿Eso que vosotros os perdisteis por dedicaros a bailar en el aire?-espetó Angelica, cruzando las piernas. Los ojos de Perk se deslizaron un segundo de sus rodillas a sus caderas, pero enseguida volvió a tumbarse en la cama y a contemplar el techo.
            -Perk no ha querido decirme nada de lo que pasó allí.
            -Oh, eso es porque pasó poca cosa, ¿no, runner?-puede que Angelica se lo tirara, y puede que disfrutaran con ello (tenían que hacerlo, según me había dado a entender Perk, no había sido algo de una sola vez), pero la atracción era física, y no emocional. Seguía detestándolo aunque dejase que le separase las piernas y se lo follara, y no hacía nada por disimularlo.
            Perk giró la cabeza, la miró y le tiró un beso sólo por hacerla de rabiar.
            Ella puso los ojos en blanco.
            -¿Blondie os dijo algo?-inquirí, notando como una bestia se despertaba en mi interior. Creía que Perk no le había dado importancia a lo que había pasado en el puente, que lo había considerado una reunión de amigos o algo así, y que por eso no me había contado nada.
            Odiaba estar equivocada, y la bestia era la manifestación de este odio.
            -Blondie nos lo dijo todo. Y también nos pidió todo. Quería informarte personalmente de lo que va a pasar. Por eso no te he dicho nada, porque vamos a ir a verla esta noche.
            -¿Esta noche?-ladré, y toda la Central podría haberse enterado si hubieran puesto un oído. Seguramente mi grito llegase hasta el Cristal.
            -Sí, al oscurecer.
            -Esta noche es demasiado pronto-protesté automáticamente, pero Perk alzó un dedo.
            -El ataque es mañana-sentenció.
            Y, con sus palabras, de repente me hice consciente de lo rápido que pasaba el tiempo y lo difícil que iba a ser para mí controlarme. No habíamos entrenado como runners desde hacía demasiado, y nuestras alas, al contrario de lo que nos habían hecho creer en el simulador, no nos obedecían, sino que se rebelaban como si supieran que éramos extraños para los que no habían sido concebidas.
            Louis se había cruzado de brazos, pensativo.
            -Será jodido sacaros de aquí, sobre todo con lo que ha pasado esta mañana-tamborileó dos dedos en el labio.
            -Y ahora sabrán que no te separarás de ella, después del numerito en la orilla-le recriminó Angelica. Él la miró de soslayo.
            -No me arrepiento de ello.
            -Pues deberías. Ahora que saben lo vuestro, te atarán en corto.
            -Que me aten como quieran; saben que terminaré haciendo lo que me dé la gana, como hago siempre.
            Angelica puso los ojos en blanco.
            -Sé lo de tu misión al anochecer, y no me parece una buena idea.
            -Tengo que ir; no puedo permitirme un capricho ahora que saben lo de Cyntia. Nos queda una última baza que jugar: que ella es fiel a nuestra causa porque me es fiel a mí.
            -Tu causa es la nuestra, Louis, sólo que nunca nos habíamos parado a pensar en que buscásemos lo mismo...-intervine yo. Angelica negó con la cabeza, Perk se levantó y se dirigió hacia la ventana, dispuesto a estudiar la ciudad, cada calle, cada recoveco, preparando su ataque.
            -Los que compartimos misión somos demasiados pocos, Cyntia, ¿no te das cuenta? Da gracias si somos 20 contra los casi 300 que hay aquí, fieles a Bryce. A algunos el dolor les parece un precio muy bajo a pagar por poder volar-Angelica chasqueó la lengua, y se volvió hacia el otro ángel-. No te dejarán volver a sacarla al menos en un mes, tal vez dos, depende de cómo le dé a Bryce. No digamos esta noche.
            -Vienes conmigo. Y tú también. Si les traemos la cabeza de un runner..., tal vez confíen de nuevo.
            -No hay cámaras aquí, ¿no?-inquirió Perk, echando un vistazo a la habitación. Louis, Angelica y yo negamos con la cabeza a la vez.
            -Lo bueno de ser un príncipe es que tienes privacidad-respondió Louis.
            -Y yo no hablaría de esta manera si no supiera que eso es así.
            -Y lo suyo no sería un secreto hasta esta mañana. Si nos odiamos, y aun así follamos, ¿qué crees que hacen ellos, Perk?-espetó Angelica, mirándolo de arriba abajo, mientras Louis ponía los ojos en blanco y bufaba-. ¿Jugar a las cartas?
            -¿Por qué no nos cargáis como nos cargasteis desde el Cristal?-sugirió sin hacerle caso a la chica, y se volvió hacia mí, como si fuera yo la que tuviera alas y la que pudiera llevar a cabo el plan…
            O...
            ¿Estaba pidiendo mi opinión?
            Entonces, vi como la telaraña de su plan se tejía en su cerebro a la velocidad de la luz, intrincados detalles y complicados recovecos a los que no podía llegar, pero la idea general estaba allí.
            -Louis puede volver de su misión, coger a Kat, y transportarla hacia el punto de reunión con Blondie y Wolf. Angelica haría lo mismo conmigo.
            -Ya fui la mula de carga de un runner una vez, muchas gracias.
            -Cállate, Angie. Esto me gusta. Podría ser nuestra única oportunidad. Y si tienes que ser una mula de carga, lo serás; por mí, como si te tienes que convertir en stripper para que todo esto salga bien.
            -¿Qué te parece si me convierto en carnicera, Louis?
            Los dos ángeles se retaron con la mirada.
            -El único problema que veo es que no he quedado en ningún sitio con Blondie…
            -Yo puedo buscarla-se ofreció mi ángel-. Ya he tratado con vuestros runners una vez; deberían conocerme. Al menos, lo suficiente como para no disparar.
            -De noche, incluso las alas más blancas pueden pasar por las de Blackfire-canturreó Angelica. Louis le dirigió una mirada asesina.
            -Ellos no conocen a Blackfire-sentenció, y la conversación se acabó allí.
            Como ellos se imaginaban, Bryce no dejaría que nos paseáramos por la Central tan fácilmente: cuando bajamos a entrenar, como si nada hubiera pasado, nos encontramos con un verdadero pelotón de ángeles dispuestos a escoltarnos hasta el baño, y no sería hasta que Louis y Blackfire terminasen casi llegando a las manos cuando los pájaros finalmente accedieran a dejarnos encerrados dentro de su habitación, a los dos juntos, con Angelica vigilándonos y asegurándose de que no hacíamos nada.
            El desdén de Angelica a los runners parecía ser legendario, porque apenas se pronunció su nombre como guardiana de todo, Blackfire esbozó una sonrisa y asintió con la cabeza, satisfecho por la proposición.
            Cuando el sol empezaba a caer, fue Bryce en persona quien ascendió para anunciarnos que se cerrarían las puertas de todo el piso y que las ventanas que quedasen abiertas más de 10 mandarían una señal automáticamente al centro de operaciones, con lo que una brigada dirigida por Blackfire entraría en la habitación para ver qué ocurría. Evidentemente, no estaban preocupados por Angelica, sino por lo que podríamos hacer para librarnos de un destino que se mostraba más duro de lo que, en un principio, habíamos considerado.
            Louis asintió con la cabeza ante todo lo que su jefa le decía, y esperó a que la puerta se cerrara con un chasquido. Tres vueltas de llave, pasos que se alejaban, y otra puerta muy alejada que se cerraba también.
            Sin demora, Louis se acercó a la ventana, la abrió y sacó medio cuerpo fuera.
            -¿Adónde vas? Todavía es tem…
            Y por la ventana entró Jack, el de las alas de gorrión, que nos había acompañado el día anterior en nuestro entrenamiento y la travesía hacia el despachode Bryce.
            -Jack se quedará aquí, cuidando de abrirnos la ventana antes de que amanezca y vuelva Bryce para encontrarse con que nadie ha pasado la noche aquí. Ahora, yo voy a buscar mi suerte. Volveré antes de que la Luna empiece a alzarse, ¿creéis que podréis sobrevivir a mi ausencia?
            Todos asentimos con la cabeza; Jack, el más enérgico.
            Louis se lanzó al vació y desapareció en las notas doradas y naranjas del crepúsculo, las alas inmensas batiéndose contra el aire que luchaba por conservar hasta la última partícula de un sol que agonizaba.
            Pero decirlo fue más fácil que hacerlo, y apenas lo vi desaparecer en la distancia, un punto blanquecino contra un mar mostaza, mis temores se adueñaron de mí.
            ¿Y si no encuentra a Blondie?
            ¿Y si la encuentra y lo mata?
            ¿Y si lo matan de la que viene?
            ¿Y si se le resienten las alas?
            ¿Y si no puede cargarme?
            ¿Y si todo es una trampa?
            ¿Y si Bryce sabe qué vamos a hacer?
            Perk no se movió de delante de la ventana, y hasta que mi ángel no regresó, no pronunció palabra. Angelica se frotaba las manos,  escudriñando el reloj de la pared… y el pobre Jack, demasiado joven para todo esto, daba vueltas y más vueltas alrededor de la habitación.
            Si se ponía así cuando sólo faltaba Louis, ¿cómo sería cuando estuviese solo?
            No pude descubrirlo, porque justo cuando el primer resquicio de luz lunar se dibujaba en el Cristal, una sombra negra cubrió la ventana y golpeó los nudillos contra ella. Louis había llegado. Y nos tocaba movernos.
            El trayecto mirando el suelo y procurando estar lo más rígida posible fue lo peor de todo. Se me antojaba durísimo intentar quedarme quieta cuando el viento no dejaba de sacudirnos arriba y abajo, a izquierda y derecha, y lo peor era cuando una ráfaga era demasiado fuerte y sentía la fuerza de Louis desaparecer una millonésima de segundo. Perk lo llevaba bien, pero para mí, seguía siendo lo peor que había hecho en mi vida.
            Una cosa era tener tus propias alas y sentirlo como parte de algo ritual y necesario, y otra muy diferente era experimentarlo cuando eras poco más que un paquete.
            Finalmente llegamos a nuestro destino, después de que yo sintiese 5 veces que me iba a desmayar, 3 que iba a caerme y 8 que no conseguiría llegar viva al punto de encuentro; me daría un ataque el corazón antes.
            El lugar en el que nos reuniríamos con Blondie resultó ser un callejón oscuro, iluminado en su entrada por una solitaria farola que emitía una luz intermitente. Un par de gatos callejeros, que se estaban peleando hasta nuestra llegada, declararon una tregua, y se fueron cada uno por su lado, escalando las paredes y desapareciendo.
            Apenas me había sentado para sobreponerme cuando Blondie llegó. Su sombra se proyectó, alargada y enorme, contra la pared final del callejón; su pelo arrancaba destellos incluso de aquella farola, y sus manos se cerraban en puños y volvían a abrirse: estaba lista para la acción.
            Me incorporé, olvidando lo mal que lo había pasado y dispuesta a abrazarla, como si no hubiera visto a nadie más querido. Había dado un paso tembloroso en su dirección, y luego otro, y habría dado un tercero de no aparecer una segunda figura a su lado, más alta y más fuerte.
            No necesité ver cómo se acercaban a nosotros para identificarlo por la manera de andar: podía hacerlo por su silueta, aquella que había tenido encima, o debajo, o a un lado, tantas veces, de noche, de día, en el ocaso y en el amanecer.
            Noté la sonrisa de Perk a un lado, pero a mí no me hizo tanta gracia el hecho de que Blondie hubiese traído a Taylor consigo.                      

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