domingo, 1 de mayo de 2016

Lacasitos con gafas de sol.

Voy a dejarte un mensaje que seguramente no te entusiasme ahora que vas a leer; con un poco de suerte, te gustará el capítulo y se te quitarán las ganas de venir a apuñalarme a mi casa: no sé cuándo voy a subir el siguiente capítulo. Como probablemente sepas, mayo es época de exámenes universitarios. Y yo, sorprendentemente, estoy en la universidad. Tengo que centrarme y estudiar lo que no he estudiado este semestre, así que terminaremos echando de menos a Tommy, Diana, Scott, Eleanor, y compañía.
Es posible que escriba todos las noches un pedacito de historia (porque me conozco y veo cómo me tiene esta putísima novela), pero no quiero comprometerme a nada que no sé si podré cumplir.
Espero que te guste el capítulo y, ya que estamos, que me desees suerte.
Nos vemos pronto.♥


               Al principio, Layla ni siquiera se fijó en nosotros. Me odié a mí mismo por desperdiciar la oportunidad de acariciarla una última vez, de probar la cereza de su boca, pero en el fondo supe que no merecía la pena arriesgarlo todo cuando probablemente nos quedasen menos de diez minutos metidos en el bar.
               No obstante, yo me lo recriminé igual. Podía recriminarme muchas otras cosas, pero decidí decantarme por esa, ¿por qué no?
               Eleanor jugó con su pajita, dio un largo trago para compensar lo poco que había bebido hasta entonces (calculando, eso sí, a la perfección lo que debería haber llevado de no ser por tener la lengua metida en otros lugares más apetecibles) y pegó su pierna a la mía.
               Me acarició con el pie por debajo de la mesa, sin inmutarse, mientras Layla se hacía una coleta, se ponía medio delantal negro y miraba en derredor, buscando a quién atender.
               Le sonreímos a la vez, últimamente lo hacíamos todo a la vez: excitarnos, corrernos, sonreír… ya quisiera Apple que sus dispositivos se sincronizaran a nuestra velocidad.
               Se acercó a nosotros con la sorpresa dibujada en la cara. Los dos nos levantamos para darle un par de besos; también tenía madre española.
               Y también era como mi prima.
               Mira, igual que la que te follas.
               -¿Qué hacéis aquí, tan solitos?-fue lo primero que preguntó, porque la ecuación Tommy-Scott daba como resultado una indeterminación imposible de resolver. Teníamos personalidad separada, pero para el resto de la gente éramos poco menos que siameses. 17 años convalidaban tales ideas.
               -Tenía que ir a comprar una cosa, y Scott vino conmigo mientras Tommy se quedaba con Diana-explicó Eleanor, levantando la bolsa de papel y tendiéndosela a Layla, que la cogió, alzó las cejas a modo de pregunta y exploró el contenido.
               No pude contener una sonrisa cuando sacó el top blanco, después de alabar el negro, y soltó:
               -Uy, no, éste es mejor.
               Los Payne llevaban toda la vida siendo unos sabios, y aquello no iba a cambiar en un futuro próximo. Se lo pegó al cuerpo y contempló cómo le quedaba, suspirando trágicamente.
               Layla era muy alta. Y cuando digo muy alta, es “bastante más alta que yo”, que tampoco soy un tapón entre los tíos. A ver, los hay más altos, evidentemente, pero la población masculina más baja que yo era superior a la población más alta.
               -A mí no me quedan bien estas cosas, chiquilla, no sé por qué sigo insistiendo-musitó, devolviéndole el top a Eleanor, que lo dobló con infinito cariño (normal) antes de meterlo en la bolsa.
               -Te tiene que quedar bien a la fuerza, con esa tripa que tienes. Parece una pista de aterrizaje.
               -Sí, corazón, el problema es que parece una pista de aterrizaje por lo larga que es. Horroroso-suspiró, apoyando una cadera en la mesa y contemplando su vaso y mi botella-. ¿Queréis que os traiga más?
               Los dos negamos con la cabeza, ya nos daría tiempo de pelearnos por quién pagaba después. Spoiler: iba a pagar Eleanor, porque “ya se sentía bastante mal por haber dejado que le comprara dos tops”.
               Di que sí.

               -¿Desde cuándo curras aquí, Lay?-quise saber yo. Se pasó una mano por la frente mientras hacía cálculos mentales.
               -Desde el segundo semestre del año pasado. Vamos, prácticamente un año. 10 meses, más o menos-se encogió de hombros-. ¿Sorprendido?
               -Eres una Payne-espeté a modo de respuesta. Se echó a reír.
               -Quería mis propios ahorros, ¿sabes? Me siento mejor sin tener que depender de papá y mamá. Evidentemente, sin todo lo que me ayudan yo ni siquiera estaría aquí, estudiando, pero… me hace sentir fuerte e independiente el venir aquí y deslomarme. Perder tiempo de estudio-hizo una mueca-. Ya llegarás a la universidad. Entonces, hasta que te traten mal unos clientes será mejor que sentarte toda la tarde a mirar unos apuntes. El año que viene, ¿no?
               Me pellizcó la mejilla, como diciendo “ay, mi bebé se me ha hecho mayor”.
               -¿Ya sabes qué vas a hacer?
               -Políticas.
               Alzó las cejas e hizo sobresalir su labio inferior. Se le cayó un mechón de pelo en la cara, y se lo sopló para apartárselo.
               -Interesante decisión. ¿A qué se debe?
               Volví a soltar la primera gilipollez que se me pasaba por la cabeza, tal y como llevaba haciendo 17 años. Perder las costumbres es más complicado de lo que parece.
               -Un estudio dice que las chicas más guapas son las de Políticas. Y la ratio es de 30 chicas por cada chico.
               Eleanor dio un sorbo, pensativa, contemplando la calle. La miré de reojo. Vale, Scott, ahora que tienes novia, procura dejar de ser un gilipollas integral. Gracias.
               Layla se echó a reír; Eleanor simplemente sonrió.
               -¿Qué vas a hacer la semana que viene, cuando el estudio llegue a mi facultad?
               -Cagarme en toda mi puta vida por haberme metido por el bachiller de sociales y no el de ciencias para poder hacer medicina.
               -Os colaré a ti y a Tommy en nuestras fiestas, no os preocupéis. ¿Ya sabe qué va a hacer él?
               -Layla-musitó Eleanor-, es Tommy. Ya se está agobiando por los planes del viernes. Evidentemente, no tiene ni idea.
               -¿Y tú?
               -Puede tocarme la lotería. O mamá puede hacer una buena inversión. O me puedo casar con un jugador de baloncesto.
               Dijo “jugador de baloncesto”, no “futbolista”, porque le encantaba putearme incluso cuando no me merecía que me tomara el pelo.
               -Sé lo del programa.
               Eleanor se quedó a cuadros.
               -Me lo dijo tu madre.
               Murmuró algo en español; Tommy me había enseñado suficiente como para saber qué significaba.
               -Voy a matarla.
               -Me parece muy noble por tu parte, si quieres mi opinión-se echó un trapo mágico, en el que yo no había reparado hasta entones, al hombro-. Tener un atajo delante y aun así querer emprender el camino largo no lo hace cualquiera.
               -A veces me pregunto si estaré metiendo la pata.
               -¿Qué es lo peor que pueden hacerte?
               -Layla-llamó el camarero que nos había atendido, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la terraza. Layla asintió
               -¿Mandarte a casa? ¿Decirte que no eres lo suficientemente buena? Pfff-hizo un gesto con la mano-. Ya sabemos que no somos lo suficientemente buenos. Gracias a Dios, no somos ellos. Además, ya sabes qué le pasó a Hugh Jackman.
               Eleanor sonrió.
               -¿Qué le pasó a Hugh Jackman?-inquirí yo, mientras Layla se daba la vuelta y se marchaba.
               -En una audición, le dijeron que cantaba bien, pero que nunca conseguiría un papel en un musical. Su primera nominación al Oscar fue…
               -… por Los miserables. Un musical-asentí; me había criado con Tommy, y Tommy era hijo de Erika, así que se podría decir que Erika había contribuido a criarme. Y nos inculcaba conocimiento sobre el cine como se inculcaban las creencias religiosas en la Edad Media.
               Observó cómo Layla iba de acá para allá, atendiendo a los clientes a los que no prestaba atención el dueño del local. Ahora que había llegado su esclava, era hora de sacar el móvil y ponerse a jugar al Candy Crush.
               -No deberían darte vergüenza las cosas que deseas.
               -Le dijo el zorro a la loba-sonrió y se me quedó mirando.
               -A mí no me da vergüenza lo que yo quiero.
               -No es lo convencional-explicó.
               -Ya, normalmente no nos fijamos en las hermanas de nuestros amigos, pero alguno tenía que ser la excepción que confirmase la regla.
               A pesar de que no quería hacerlo, porque me estaría dando la razón (y dios le libre a cualquier mujer de darte la razón en algún momento de su vida), las comisuras de sus labios se curvaron un poco.
               A la mierda.
               Me incliné hacia ella y le robé un beso que supo incluso mejor porque aún estaba su sonrisa en sus labios. Los dos miramos en dirección a Layla, que estaba ocupada riéndose de algún chiste sin gracia que le contaban sus clientes.
               -Tiene razón. Es noble.
               -A Tommy le parece una gilipollez.
               -Eso es porque tu hermano es gilipollas.
               -Para ser tan gilipollas, bien que le tienes miedo.
               -Venga, mujer fuerte e independiente, paga y vamos a dar una vuelta para que te dé el aire, no me termines calzando una hostia sólo por estar respirando a tu lado.
               Se echó a reír, sacó un billete y fue a llevárselo a Layla.
               -Invita la casa-ladró la Payne, ofendidísima, cuando probablemente tuviera que acabar pagándolo ella de su bolsillo. Eleanor se lo metió en el bolsillo del delantal, le dio un abrazo y un beso, y le ordenó que fuera a comer a su casa el viernes.
               -Haré un hueco en mi apretadísima agenda.
               Layla me estrechó entre sus brazos.
               -Me alegra verte tan bien, S. Me pregunto por qué será.
               -En cuanto lo sepa, te lo digo, Lay-contesté yo. Pero no se me escapó la mirada cargada de intención que le dirigió a Eleanor. Layla no era tonta. Íbamos a tener que esforzarnos bastante más.
               Se asomó a la calle y gritó:
               -¿Qué tal la americana?
               -Me amarga la existencia-anuncié, mientras Eleanor informaba:
               -Mejor de lo que esperaba.
               -Seguiremos con vuestras tesis doctorales el viernes.
               Entró en su local sin mirar atrás. La vida de los trabajadores alienados por el sistema capitalista que nos consume la energía vital a cambio de un par de libras, dólares, euros, o el símbolo de la esclavitud asumido en cada país era muy ajetreada.
               La del chico que sabe que va a empezar a agobiarse porque no podrá estar con su chica todo lo que quiere, más aún. Por eso cogí a Eleanor de la mano en cuanto la perdimos de vista.
               -¿Qué sugieres, Romeo?
               -Buscarte un balcón para subirte a él y cantarte mi amor, Julieta.
               -Puedes subirlo a Instagram.
               -Oye, nena, ¿no crees que vas un poco rápido?
               -Sólo estaba haciendo una sugerencia. Jesús, qué sensible estás. ¿No estarás en tus días?-espetó, mirándome de arriba abajo. Me sentí insultado en lo más profundo de mi alma, a pesar de que yo nunca tenía “mis días”.
               -El, hazme un favor: si alguna vez te digo algo semejante, me cruzas la cara.
               -Oh, lo voy a hacer, y será un favor. Pero un favor hacia mí.
               Me llevó por donde quiso hasta un pequeño parque a medio camino del bar de Layla y el edificio de Diana. Encontramos por casualidad un banco libre a la sombra de un árbol (la suerte me sonríe hasta en esto) y, antes de terminar de sentarnos, ya nos estábamos enrollando. Me pasaba las manos por el cuello y la lengua por los labios, y yo hacía lo propio con mis manos en sus caderas.
               -Espera-susurró, apartándose un poco, sacando una goma del pelo y atándoselo mientras yo le besaba la clavícula. Aun en el caso de que no hubiera descubierto nunca lo mucho que le gustaba que la besara por esa zona, yo lo haría: era una especie de punto débil mío, una zona de tiro en la que sabía que  el viento siempre sería suave y nunca desviaría mis flechas.
               -Uf, si te has recogido el pelo, es que vamos en serio.
               -O vas a tope o te vas a casa-murmuró, pasándome una pierna por encima de las mías y riéndose cuando tiré de ella para tenerla aún más cerca.
               Si el mundo fuera un poco justo, Tommy y Diana habrían salido a pasear también. Se habrían cruzado con ese parque y se habrían encontrado con nosotros de esa guisa.
               Pero el mundo no era justo: medio planeta se moría de hambre, y el otro medio se mataba para caber en una talla 36. Unos caminaban 10 kilómetros diarios para beber agua contaminada de un pozo, y otros llenaban sus piscinas 10 veces al mes.
               Unos se pillaban por modelos cabronas y otros nos enamorábamos de chicas dulces y tiernas que no nos merecían. Pero los que teníamos que escondernos éramos los que haríamos lo que fuera por tenerlas felices.
               Eleanor me acarició tan despacio la mejilla que apenas lo noté. Le brillaban los ojos, pero era un brillo distinto: era bueno, como el de una estrella en la distancia, probablemente la Polar, alentándote a seguir por el camino, no rendirte y vigilar de que no te perdieras. No era el brillo de algo dentro que te mata, ni te consume, sino el brillo de un microcosmos en expansión que vuelve la vista atrás y se maravilla de todo lo hermoso que hay en él.
               No podía dejar de mirar esas galaxias que había en su interior. Lo curioso era que no había ni un agujero negro. Todo en ella era puro. Todo, absolutamente todo. Yo no sería más que una motita de polvo en un mar de limpieza, pero… qué poderosas podemos llegar a ser las motitas de polvo en una superficie hasta entonces impoluta.
               -¿Qué pasa?-inquirió, riéndose. Tenía las mejillas sonrosadas, el pintalabios un poco difuminado por mis besos. Dios, no recordaba que una boca supiera tan bien, que unos ojos fueran tan bonitos y que tu interior fuese tan ligero cuando la mirabas. Era imposible que lo hubiera sentido hasta entonces; tendría que acordarme.
               La historia no es el relato de hechos pequeños, sino la unión de hechos enormes que nadie puede olvidar.
               No podía estar en mi historia enamorarme así.
               -Nada.
               -No me mires así-replicó, escondiendo la cara entre sus manos y apoyándose en la espalda del banco. Su propia espalda se reclinó contra el reposabrazos de hierro de éste. Le acaricié la pierna muy despacio; era la mayor obra de arte que había conocido nunca, y no podía permitirme erosionarla, ni aunque fuera una millonésima parte.
               -¿Cómo he podido estar tan ciego, El?
               Si vas al Louvre, es para ver a la Mona Lisa. Aunque no te guste el cuadro. Aunque te lo sepas de memoria. Aunque sepas que te decepcionará que tenga el tamaño de un folio.
               Si prácticamente vives con Eleanor, la miras. Le prestas atención. Aunque sepas que vas a verla todos los días. Aunque sepas que puedes cagarla y enamorarte de ella.
               Ir a ver la Mona Lisa es lo mejor que puedes hacer, y también lo peor. Es perder el tiempo en un mar de ajetreo.
               Enamorarme de Eleanor era lo mejor que podía hacer, y también lo peor. Pero eso no era perder el tiempo en un mar de ajetreo, sino darme cuenta de todo lo que había perdido negándome a ver lo evidente.
               -Es imposible distinguir algo cuando lo tienes pegado a ti. Sin embargo, cuando se aleja, cobra nitidez. Es cuestión de perspectiva-madre mía, era Albus Dumbledore encerrado en un cuerpo pequeño y más joven. Claro que le faltaba la parte de maldad que le permitía abandonar a un bebé en un hogar en el que no le querrían, y enviarlo allí año tras año-. Tenía que alejarme de ti para que quisieras acercarte tú.
               -¿Fue a propósito?
               -No-confesó, abrazándose las rodillas. Yo era distinto dependiendo de la situación: podía ser un cabrón, un guarro o una tierna galleta, y a ella le pasaba lo mismo: podía gritar mi nombre y hacerme estremecer, o susurrarlo y hacer que me volviera loco-. Estaba empezando a cansarme, la verdad. Pero no importa.
               -Lo siento-musité, y nunca en mi vida dije algo tan en serio.
               -No pasa nada. Lo bueno se hace esperar.
               Yo era Katniss, ella era Peeta, y mi conciencia, Haymitch. Ni viviendo mil vidas lograrías merecerte a esta chica.
               La recogí por la cintura, la senté en mis muslos y la besé. No se hizo de rogar.
               Alguien se había equivocado tirando de las cuerdas del destino, y pensaba aprovechar su error hasta mi último aliento. Ya me preocuparía del resto de vidas más tarde.
               Alá lo entenderá.
               Alá es bueno.
               Él lo entiende. Tiene que entenderlo. Esos labios... esas manos… tiene que haberlas hecho para mí.
              

Tommy nos sonrió desde la mesa del Burger King, picoteando de un paquete de nuggets que compartía (más bien se disputaba) con la americana mientras nos esperaban.
               Aun en el caso de que fuéramos imbéciles y no nos diéramos cuenta de que estábamos celebrando algo bueno, la cara de Diana lo decía todo. Sonreía como no la había visto sonreír en la vida, como si acabaran de anunciarle que su archienemiga modelo había muerto y que le tocaba a ella encargarse de todas sus citas profesionales, que iban desde desfilar para las mayores marcas, a acudir a galas benéficas, pasando, evidentemente, por posar en ropa interior para carteles que se colgarían por toda una ciudad, cuyos píxeles serían más grandes que su cabeza.
               -¿Celebramos algo?-pinchó Eleanor, tomando asiento al lado de ella y alzando las cejas a modo de saludo para su hermano, que se levantó y me dio una palmada en la espalda.
               -¿Te ha dado mucho el coñazo?
               Tuve que controlar el impulso de soltarle que lo que me había dado era el coño, no el coñazo.
               Iba mejorando en esto de no ser un bocazas chulo y  prepotente.
               -Ha estado dócil-susurré, pensando en las marcas que le había dejado con los dientes en el pecho. Sí, “dócil” podría ser una de las palabras para definir su comportamiento esa tarde. “Dócil” y muchas otras.
               -Me la tiré en el baño del edificio en cuanto se lo contaron-espetó sin rodeos, hinchándose como un pavo real exhibiría su cola en época de cría, porque los chicos no tenemos secretos para nuestros mejores amigos. Más o menos-. Bueno, más bien ella me folló a mí.
               Los dos estábamos follando por encima de nuestras posibilidades.
               Tenía que convencerlo para comprar un billete de lotería. Seguro que hasta nos tocaba.
               -De eso deduzco que está de buen humor, ¿no?
               -Podríamos incluso probarla los dos. A la vez. No soy de compartir, S, pero…
               -Me hago monje. Budista. De los que se rapan el pelo y dejan de comer. De esos monjes-ladré yo. Tommy se echó a reír; sí, se le notaba en la mirada que acababa de estar con una chica. Me alegraba por él; por la chica, no tanto.
               Empujamos nuestras bandejas por la mesa y cada uno recogió lo suyo. Eleanor abrió la caja de la hamburguesa, la colocó sobre un par de servilletas, volcó la bolsa de patatas, vació dos sobres de kétchup, cerró la caja y la sacudió.
               Para Diana, era poco menos que una diosa. Acababa de descubrirle el fuego.
               -¿Dónde has aprendido a hacer eso?
               -Yo lo hacía de pequeño-informó Tommy, cogiendo una patata y no molestándose en echarle kétchup.
               -Porque lo aprendiste de mí.
               -Perdona, ¿quién te enseñó a andar? ¿Eh?-casi rugió mi amigo, tirándole una patata a la chica. Diana reparó en que yo sólo había recogido una bolsa pequeña.
               -Scott, hombre, ¿sólo vas a comer eso?
               Me encogí de hombros.
               -Que me caigas mal no significa que no estés invitado a mi celebración. El año que viene seré un ángel-anunció, sonriendo, y en el establecimiento se produjo una bajada de tensión. Las luces chisporrotearon un segundo ante la blancura de su sonrisa. Unos dientes así de blancos no podían ser sanos: cuando se sacara el carnet de conducir, no tendría que encender las luces del coche en su vida. Con abrir la boca tendría más que de sobra.
               -No es por ti, americana, es por mí. No te ofendas.
               Después cogería un par de bolsas para mis hermanas; tenía que reservarme para ellas. Además, el sexo me saciaba incluso el hambre. No era hasta después de dormir unas horas cuando el estómago empezaba a rugir, furioso porque les hubiera dado prioridad a otras partes de mi cuerpo antes que a él.
               No te ofendas, estómago, pero hay partes de mí que son más importantes que tú.
               Eleanor me miró y sonrió mientras mordía una patata. Yo también la miré, y el mundo se difuminó como una gota de sangre en un vaso de agua. Volvíamos a estar en el banco; ella apoyaba su cabeza en mi hombro y yo le acariciaba las piernas suavemente.
               Yo estaba decidiendo si me había muerto y estaba en el cielo o si debería matarme porque probablemente no volviera a estar más a gusto en toda mi vida, cuando susurró:
               -Scott.
               Si me hubiera pedido que hiciera el Camino de Santiago de rodillas en ese tono, lo haría arrastrándome como una serpiente.
               -Mi amor.
               Si yo le pidiera que hiciera el Camino de Santiago de rodillas llamándola así, lo haría arrastrándose también.
               Podríamos hacer un apaño y hacerlo juntos.
               No llegaríamos ni a los 5 kilómetros en ese plan.
               Ya procuraría que se arrastrara encima de mí.
               -¿A qué sabe?
               Sus labios me hacían cosquillas en el cuello; me costó Dios y ayuda no empalmarme.
               -A qué sabe, ¿qué?-la puteé, porque en realidad, sí, era mi deporte favorito.
               -Ya sabes qué.
               -No, no lo sé-me aparté un poco de ella y la miré.
               -Ay, Scoooooooooooooooooooooooooooott.
               -No sé de qué me hablas.
               Me encantaba que fuese tímida y que a la vez tuviera que taparle la boca para que no gritara mi nombre mientras estaba dentro de ella. Las tímidas lanzadas son las peores; si conoces una así, huye de sus garras antes de que sea tarde.
               -AY, LO SABES DE SOBRA, SCOTT. NO SEAS TONTO, PARA-me dio un manotazo en el brazo. Me eché a reír y la pegué más a mí.
               -Dímelo.
               -No vas a conseguir que te lo diga-respondió, escondiendo la cara cual niñita preciosa de 5 años que era por dentro. Y yo me acostaba con ella porque era un degenerado. Pero mira qué boca.
               -Ya lo veremos.
               Mi mano se coló por entre sus piernas y suspiró. Separó un milímetro las piernas, pero para alguien como yo, un milímetro es una presa con todas las compuertas abiertas de par en par. Mis dedos se colaron donde más me deseaba, aun estando en la calle, aun haciendo frío, aun siendo otoño, aun estando mal.
               -Dímelo y seré tuyo.
               -Ya lo eres.
               Había que reconocerle algo: era lista.
               -Dímelo, y te doy un beso.
               Se echó a reír, intentó besarme pero yo eché la cabeza hacia atrás. En lugar de alcanzar mi boca, tuvo que conformarse con mi mandíbula: no sé qué sería peor.
               -Pues no hay beso.
               Aparté la cara y contemplé los niños que les tiraban miguitas de pan a los patos. Algún que otro pez osado salía a la superficie a disfrutar del opíparo festín: el mismo que se tomaba mi mano entre sus piernas.
               Que no fuera a besarla no quería decir que fuera a renunciar a escuchar cómo suspiraba mi nombre como si fuera la palabra más erótica del mundo.
               Exclusiva: de sus labios, lo era.
               -Me saben los labios a cereza, S.
               Mi subconsciente me traicionó. Observé cómo le brillaba la boca con un ligero tono carmesí.
               -Bah-conseguí replicar, tirándome el farol de mi vida, y dejando en la miseria a los que me tiraba con Tommy cuando jugábamos al póker. Pero el tío ya me conocía demasiado bien y sabía identificarlos, y yo los suyos, de manera que nuestras partidas se convertían en una competición en la que ganaba el que consiguiera cazar al otro más veces.
               Tommy y yo éramos insuperables como aliados, y más insuperables aún como rivales. Nunca vas a picarte con alguien tanto como te picas con tu hermano.
               -Cereza-replicó, acariciándome el mentón y dejándome en la miseria. Yo tendría la sartén por el mango haría unos segundos, pero ahora la dueña de la cocina entera era ella-. Cereza-repitió, besándome la comisura de la boca-. Cereza.
               Me giró la cara y reclamó mis labios. Y yo me tuve que dejar hacer. La carne es tan débil, señor, ¿por qué me pones estas pruebas?
               ¿Acaso no me conoces? ¿No sabes ya que soy incapaz de superarlas?
               -Me estás convirtiendo en un gilipollas.
               -¿Un gilipollas por mí?
               -Al primer disco de mi padre vamos a dejarlo tranquilo, apartado en una esquina, si eres tan amable.
               Le acaricié la cintura y tomé la iniciativa yo, porque si estás en el desierto y se te presenta el diablo y condenas tu alma dejando que él tire una gota en tu lengua, ¿por qué no ir al infierno sin sed?
               Se apartó un mechón de pelo detrás de la oreja, exactamente como hizo en el restaurante mientras masticaba a carrillo pleno un inmenso trozo de hamburguesa.
               -¿Qué te dicen mamá y papá, Eleanor? Que comas más despacio, tía. Pareces una hormigonera.
               -Fiebra fel pizo, filipollas-gruñó ella, peleándose con su comida.
               -A lo mismo que lo nuestro, supongo-le había dicho en el banco. Me encogí de hombros-. No sé.
               -No he probado lo vuestro.
               Alcé las cejas.
               -Pero has tenido varios novios…
               -Ya, pero yo por ahí no paso.
               Dio un largo trago de su refresco y, sólo por hacer rabiar a Tommy, volvió a mutilar la hamburguesa.
               -Haces bien-me encogí de hombros-, nos ponemos muy tontos cuando nos hacéis eso.
               -Yo no me la metería en la boca, sinceramente. No sabes en qué individuas he llegado a tenerla.
               -Me lavaré los dientes-fue su única respuesta. Y mi mente empezó a elucubrar sobre lo en serio que íbamos, si ya estábamos discutiendo cuestiones de ese calibre con toda naturalidad. Y yo que me había planteado si querría realmente intentarlo conmigo, aun sabiendo todas las limitaciones a las que estaríamos sometidos…
               Diana robó una de sus patatas, y la Eleanor del presente le lanzó una mirada envenenada.
               -Zon míaz-amenazó, frunciendo el ceño.
               Tuve que luchar contra mí mismo para no perderme una y otra vez en el mar de recuerdos y que la corriente no me arrastrara a la bahía desierta que había sido el banco. Fracasé en el metro, cuando Tommy y Diana se peleaban por quién de las modelos que habían echado se merecía más pasar, Eleanor contemplaba la pantalla de su móvil y el olor de las hamburguesas que había comprado en el último momento y pedido para llevar, en un alarde de ejemplaridad de hermano mayor de los que me apetecía hacer gala de vez en cuando.
               Seguía acariciándola muy despacio entre las piernas, pero ya había renunciado a reclamarla como mía. Sólo lo hacía por el simple placer de ver cómo se estremecía a intervalos regulares, cuando volvía al rincón de todo su cuerpo en el que más podía sentirme.
               Abrió sus ojos de gacela y los clavó en mí mientras estudiaba a las parejas que paseaban por el parque: algunas iban de la mano, otras se besaban, otras ni siquiera eran de la misma especie, y una chica le tiraba un frisbee a un inmenso Golden retriever y el animal  corría tras el plato rosa fosforito.
               -Déjate barba-murmuró. El Golden retriever se convirtió en un manchurrón dorado cuando mis ojos se clavaron en los de ella.
               -¿Qué?
               -Déjate barba. Quiero ver cómo te queda.
               El piercing se frotó contra mis dientes cuando espeté:
               -¿Y tú cómo sabes que yo ya tengo barba?
               Se encogió de hombros; la chaqueta que se había puesto se deslizó un poco por su brazo y le dejó una preciosa parcela de piel al descubierto. Allí también tenía un lunar.
               En la Edad Media, a las mujeres que tenían lunares las quemaban por brujería. Probablemente fuera lo más sabio, porque lo que me estaba haciendo podría calificarse como magia negra.
               -Tommy ya tiene.
               -Llamar “barba” a la pelusa de melocotón que le sale al fantasma de tu hermano una vez cada dos meses es bastante atrevido.
               Me sonrió con tanta amplitud que bien podría haber devorado una sandía de un trago.
               -¿Qué?
               -Que es mentira. Eso me confirma que a ti sí que te sale.
               Puse los ojos en blanco.
               -Me caes mal.
               Me besó por debajo de la mandíbula. Me caía muy mal, pero como se le ocurriera dejar de usarme como conejillo de indias para sus hechizos, ella y yo íbamos a tener problemas serios.
               -No se te nota-insistió, intentando sonsacarme información sobre mis rutinas capilares. Suspiré, saqué la mano de entre sus piernas (“¡oye!” me recriminó, pero no le hice caso) y empecé a pasearla por su rodilla.
               -Cada vez que me ducho me paso la cuchilla. No le doy tiempo.
               -¿Por qué?
               Me encogí de hombros.
               -Es costumbre.
               -Y, ¿te molesta mucho?
               -¿Te molesta a ti cuando no te depilas en invierno?
               -Me hago láser-explicó. Por supuesto que sí.
               -¿Te molestaba cuando no te lo hacías?
               -No.
               -Entonces, me imagino que a mí tampoco.
               Dio un brinco.
               -¿¡Nunca te has visto con barba!?
               La Eleanor del presente levantó la mirada del móvil y clavó los ojos en mí. Me sonrió con timidez; lo mismo yo a ella. ¿Sabía en qué estaba pensando? ¿También lo estaba recordando ella? ¿O algo por el estilo?
               -No.
               -¡Jo, Scott! ¡Déjate barba! Seguro que te queda bien.
               -Bueno. En vacaciones, ¿vale?
               -No puedo esperar.
               Volvió a recostarse contra mí y empezó a hacer círculos en mi pecho con el dedo índice. Pronto empezaría a relacionarlo con algo que me quería preguntar, pero que le daba mucha vergüenza formular en alto.
               -S…
               -¿Mm?
               -Cuando tengas un poco… y rasque… ¿me besarás más fuerte?
               -Te besaré como tú quieras.
               Sonrió. Sus mejillas empezaron a incendiarse.
               -Y…
               -¿Y?
               -¿Crees que… me molestará… si… me haces… lo de ayer?
               Tuve que echarme a reír. Ay, señor, era tan, pero tan adorable.
               -Si es lo que quieres…
               -Me gustaría.
               -Al principio no las tenías todas contigo, ¿eh? No querías que te lo hiciera, pero ahora…
               -Me gustó-replicó; tenía incluso las orejas rojas.
               -Me he dado cuenta-le di una palmadita en la cintura-. ¿Mi amor?
               Sonrió a su bendición de que aquellas dos palabras fueran para ella.
               -¿Qué?-musitó con dulzura, como seguramente lo hiciera cuando fuese madre y su hijo fuera a verla cerca de Navidades, con un catálogo de juguetes en la mano, para preguntarle si a Papá Noël le parecería excesivo pedirle un caballito de madera.
               -No dejes nunca te ponerte roja cuando me pidas cosas como esa, ¿vale? Hacen que te quiera un poco más.
               Escondió su cara en el hueco de mi cuello, susurró un “qué vergüenza” y se negó a separarse de mí en un buen rato.
               En mi puta vida había sido tan feliz.
               Volvió a bajar la vista a la pantalla del móvil, tecleó algo a toda velocidad, sonrió, y siguió haciendo lo que sea que estuviera haciendo hasta entonces.
               Tommy le puso la mano en la rodilla a Diana.
               -Thomas-amenacé yo, que no estaba dispuesto a aguantar cómo se enrollaban en el metro. Diana alzó la vista al cielo, sonrió y besó a mi amigo, al que se le quedó una sonrisa boba. Se mordió el labio y se incorporó al ver que el tren empezaba a iniciar la parada.
               La americana me dirigió una mirada de desafío que yo preferí ignorar. Dejé pasar a Eleanor delante de mí, di un salto para cubrir la distancia entre el vagón y el andén, y cerré la comitiva con la bolsa de comida despidiendo su aroma por toda la estación subterránea.
               Lo de ir por detrás de todos tenía una razón de ser: Eleanor había decidido empezar a caminar como una supermodelo cuando yo estuviera delante. Así, agitaba un montón las caderas y, ¿puede haber algo mejor que agitar las caderas?
               Sí: agitar las caderas cuando llevas una minifalda.
               Iba a acabar con mi salud, esta chiquilla iba a acabarme con la salud.
               Me tocó devolverle a la americana la mirada de desafío cuando llegamos a la esquina de mi calle. Tommy y yo chocamos las manos y nos dimos un abrazo, prometiéndonos que nos veríamos mañana y todo eso (qué ilusos éramos, el mañana no estaba asegurado, un meteorito podría barrer la vida de la faz de la Tierra en cualquier instante, pero éramos jóvenes y nos sentíamos totalmente invencibles; uno por haber encontrado a alguien con quien empezar a sacar la cabeza de debajo del agua, y el otro por haber encontrado a alguien que le hiciera de centro de gravedad y detuviera su viaje sin rumbo y sin fin por la inmensidad del espacio). Diana asintió con la cabeza en mi dirección, demasiado contenta con las buenas noticias de las que era protagonista como para dejar que yo le jodiera el día.
               Aunque lo intenté cuando Eleanor se colgó de mi cuello y me besó en la mejilla, cerca de la comisura de mi boca. Miré a Diana y disfruté de cómo se debatía en dejarse dominar por la rabia o no permitir que le afectara lo que estaba haciendo.
               -Te quiero-me susurró Eleanor al oído. Descubrí que me gustaba que me lo dijera, que no tuviera miedo de ser ella la que me lo arrancara a mí y no se conformar con esperar a que yo se lo dijera primero y poder darle salida a sus emociones.
               Seguía siendo valiente incluso cuando no era de noche, ni estábamos a solas, ni habíamos bebido, ni yo le acababa de salvar el culo. Era fuerte incluso siendo iguales. Incluso cuando me lo había salvado ella a mí.
               -Y yo a ti.
               Ojalá lo dijera pro decir: me habría ahorrado un montón de problemas y las cosas serían cien veces más fáciles. Pero lo sentía de verdad; era un tigre que se desperezaba después de muchos años dormido.
               Lo único que impedía que la situación fuera perfecta era saber, en el fondo, que estaba traicionando a Tommy.
               -Ya te veré la ropa puesta-comenté, señalando la bolsa de papel. Ella se echó a reír y salvó la distancia que la separaba de su hermano y su inquilina.
               Estaba entrando por el camino de casa cuando me llegó un mensaje al móvil.
               -Cruza los dedos para que puedas volver a quitármelo pronto-se burlaba ella, tatuándome la típica sonrisa boba en la cara.
               Nadie vino a recibirme cuando entré en casa, pero en cuanto anuncié que traía comida, de repente dejé de ser hijo único. Mis hermanas (las tres) asomaron la cabeza desde algún punto de la casa: el jardín, el piso de arriba, el sofá.
               La primera en ver qué tipo de comida traía (la mejor que podía traer, en su opinión) fue Sabrae. Abrió muchísimo los ojos y se puso a chillar, haciendo que papá la mirara por encima del hombro y suspirara. Estaba harto de tanta revolución en casa; él sólo quería descansar.
               Y ni su hijo ni sus hijas parecían querer ponérselo fácil.
               -¡DIOS, SCOTT! ¡ERES EL MEJOR! ¡ERES MI FAVORITO! ¡SHASHA! ¡¡SHASHA!! ¡VEN A VER LO QUE NOS HA TRAÍDO SCOTT!
               Shasha, que simplemente me había mirado para comprobar en mi cara si me estaba marcando un farol para que vinieran a verme (como si mi vida girase en torno a ellas, bah), se acercó a las escaleras y contuvo una exclamación.
               Bueno, intentó contenerla.
               -¡MADRE MÍA, SCOTT, ERES EL MEJOR HERMANO DEL MUNDO! ¡TE ADORO! ¡NO TE PUEDO QUERER MÁS!
               -Te imaginas que os hubierais puesto así cuando gané el último Grammy-gruñó papá, sacudiendo la cabeza y negándose a decirles nada en voz más alta, so pena de que dos adolescentes hambrientas y enfurecidas terminasen cortándole el alma en minúsculos cachitos.
               -Tú también eres mi hermano favorito, Scott-comentó Duna, acercándose a la bolsa y separando las asas para mirar en su interior. Le acaricié la cabeza y la cogí de la mano para llevarla al comedor.
               Qué cabronas eran las tres, qué fácil les resultaba quedar bien diciendo que era su hermano favorito. Como si tuvieran donde escoger.
               Y, sin embargo, algo dentro de mí se retorció de satisfacción.
               Mamá suspiró al verme llegar con la bolsa, pero no dijo nada más. Recogió los folios sobre los que estaba trabajando y se dirigió a su estudio, dejándonos solos con papá en el piso de abajo.
               Se rió cuando papá le dijo que al menos le habíamos quitado trabajo. Le dio un beso en los labios y sugirió salir a cenar. Él asintió con la cabeza, la cogió de la mano y la pegó contra él para volver a besarla.
               Los dos se separaron con una sonrisa en los labios. Exactamente la misma sonrisa que me aparecía a mí cuando Eleanor me daba a probar su pintalabios de cereza.
               -S, ¿quién es tu favorita?-quiso saber Shasha, colocando un inmenso plato de sopa en el centro de la mesa y volcando el contenido de todas las cajas de patatas en él. Sólo Duna conservaba sus raciones; la chiquilla no sabía parar de comer y hasta que no veía que no quedaba nada en su plato, bolsa, o lo que fuera, no paraba. Le daba igual ponerse enferma.
               -Duna.
               Las de inicial con S levantaron la cabeza y me clavaron una mirada envenenada a la vez. Duna, sin embargo, sonrió.
               -¿Duna? ¿Por qué Duna? Llevas más tiempo conmigo-protestó Sabrae, castigándome sin refresco. Le quité el suyo, rescaté una pajita y di un trago directamente de la botella.
               -¡Pero si soy adorable!
               -Porque es la única que no está en la edad en la que le parece divertido tocarme los huevos.
               Como siguiendo una orden que sólo escuchaban las mujeres, las tres se levantaron y vinieron a abrazarme.
               Bueno, más bien, a espachurrarme entre sus brazos y plantarme besos en las mejillas y en el cuello (porque Duna no conseguía llegar más arriba) hacer que me costara respirar.
               -No me atosiguéis, me cago en mi vida, que estoy comiendo.
               -Sólo si nos dices que nos quieres a las tres-replicó Sabrae.
               -Papá y mamá me han enseñado a no decir mentiras.
               Siguieron sobándome hasta que accedí. Por dios, eran insoportables; tenía el cielo ganado por llevar aguantándolas toda la vida.
               Shasha nos pidió que le contáramos la historia del sábado anterior con pelos y señales. Los rumores se habían disparado por el instituto y quería conocer los detalles, aunque juró sobre su tumba que no diría nada. Por la cuenta que le traía, la creí.
               Sabrae se lo contó todo, hasta los pensamientos que le habían cruzado por la cabeza que yo no habría sospechado jamás: la rabia al verlos allí, la rabia al reírse de ella, la satisfacción al tumbar al primero mientras los demás miraban con estupefacción, la tranquilidad que la inundó en cuanto se reveló como la verdadera amenaza del grupo (le habría llevado la contraria, pero lo cierto era que tenía razón: ella era la amenaza del grupo) y los otros se abalanzaron sobre ella, enfurecidos porque una chica y encima más pequeña que ellos les estuviera partiendo la cara sin prácticamente despeinarse…
               … y lo mucho que  disfrutó comportándose como una verdadera psicópata con Simon.
               Debería haberme preocupado esa actitud, pero estaba demasiado ocupado ensimismado en mis propios pensamientos. Todas las buenas emociones que se habían sucedido desde el fin de semana hasta ese momento parecieron juntarse en una especie de cóctel que la vida me servía mientras tomaba el sol en la playa.
               Y esa tarde me había liado con Eleanor.
               Duna estiró la mano para coger una patata, pero Sabrae la reprendió antes de que su operación tuviera éxito.
               Shasha jugó con un trozo de lechuga que se había precipitado de su hamburguesa y terminó, por fin, de decidirse a hacer la pregunta del millón:
               -¿Creéis que papá y mamá me dejarán ponerme velo?
               Los tres nos quedamos de piedra. Le pedí que lo repitiera porque no me parecía haberla oído bien.
               Shasha se puso coloradísima.
               -Quiero ponerme velo.
               -¿Por qué?-fue lo único que se me ocurrió espetar. Di que sí, Scott.
               Di.
               Que.
               Sí.
               -No sé, quiero… probar lo que se siente y… me he informado de lo que representa…
               -¿Estás segura?
               -Sabrae. Por favor. Se va a poner un pañuelo, no a ligarse las trompas.
               -¿Qué trompas?-preguntó Duna. Negué con la cabeza.
               -Nada D.
               -Tengo miedo de preguntárselo a mamá-murmuró la mediana de mis hermanas, que se empequeñecía a pasos agigantados.
               -Yo me preocuparía más por papá, sinceramente-musitó Sabrae, cogiéndole la mano.
               -Sí, papá va de progre pero luego… ya viste cómo se puso cuando yo me hice el piercing.
               -Tendrías que habérselo preguntado, Scott.
               -¿Por qué? Es mi puto cuerpo; si no querían que decidiera sobre él, que me hubieran abortado. No te jode.
               -¡Scott!-me riñó Duna, escandalizada. La recogí de la silla y la senté en mi regazo.
               -Entonces, nadie te traería hamburguesas, mi reina-dije, soplándole la mejilla. Una lágrima del tamaño de Eurasia le cayó por la mejilla.
               -No digas eso, Scott.
               -Sé libre, o no seas.
               Aunque se lo decía a mi pequeña estrellita matutina, también iba para la Luna de mis noches.
               Y el sol de mis días asintió con la cabeza.
               -Nosotros te apoyamos. Seríamos tres contra dos, en todo caso. Además, ¿qué tiene de malo? Es un símbolo. Seguro que  ninguna cría cristiana le tiene que pedir permiso a sus padres para ponerse un crucifijo.
               -Estoy orgullosa de mi religión-explicó Shasha.
               -Normal, ¿porque no vienes de ninguna costilla, quizás?-aventuré yo. Shasha sonrió.
               -¿Te imaginas?
               -Y luego dicen que el islam es machista-bufó Sabrae. Duna se aburrió de nuestra conversación teológica, recogió el vaso de helado que  le había traído y se fue al salón.
               -Por eso quiero llevar el velo. Porque no me lo impone nadie. Yo lo elijo.
               -Muy bien, hermana; ve a cabrear al hombre heterosexual y blanco.
               -Sabrae.
               -Tú no eres blanco, Scott. Por si no te has dado cuenta cada vez que te mires en el espejo.
               -Shasha, haz lo que te dé la gana, pero no movida por cabrear a nadie, sino porque es lo que a ti te apetece.
               Shasha asintió despacio.
               -¿Venís conmigo a decírselo a mamá?
               Recogimos las cosas y fuimos a buscar a nuestra madre, que  en ese instante atravesaba el pasillo con la ropa de hacer yoga. Mira qué bien, ya va a tener algo sobre lo que meditar.
               -Mamá-dijimos los tres a la vez, y ella se detuvo en seco. Nos miró con las cejas alzadas y puso los brazos en jarras.
               -¿Qué pasa, mis tesoros?
               Shasha dio un paso al frente. Sabrae no le soltó la mano, y yo me pegué un poco más a ellas.
               Mamá nos miró uno a uno, la preocupación tatuada en el rostro.
               -Ay, Dios, ¿qué habéis hecho ya?
               -Mamá…
               -¿Qué?
               -…yo…
               -¿Qué te pasa?
               -Quiero… ponerme…
               La última palabra se difuminó en el aire, las sílabas que la componían dividiéndose como átomos en una central nuclear.
               -¿Qué?
               -…velo-repitió. Sabrae sonrió y le apretó la mano.
               -¿Velo? ¿No eres un poco pequeña?
               -Pero…
               -Lo suelen llevar a la edad de Sabrae.
               -¿No quieres que me lo ponga?
               -Póntelo si quieres, mi vida, pero sólo te digo que no tienes por qué precipitarte. No suele llevarse a tu edad, pero… si quieres… claro que puedes, mi vida.
               -¿De veras?
               -A poder ser, verde. ¿Mm? Que te resalte los ojos.
               Shasha se precipitó a abrazar a mamá. Mamá se echó a reír y le acarició la espalda. Nos miró a los dos.
               -¿Algo más?
               -No.
               -¿Sólo era esto?
               Asentimos.
               -Dios. Tal cual me habéis llamado, he creído que…
               -¿Te iba a hacer abuela?-sugerí. Se echó a reír y asintió-. Tengo más cabeza que eso, mamá.
               -Todo puede pasar en esta vida. ¿Ya se lo has dicho a tu padre?-se volvió hacia Shasha, que negó con la cabeza.
               -Quería esperar a decírtelo a ti primero.
               -Lo fácil al principio, ¿no es así? Venga, ve a decírselo.
               Bajamos en tropa a ver cómo Shasha se lanzaba a contárselo a papá.
               -Zayn.
               -Sher.
               -Tu hija quiere decirte algo.
               Papá se incorporó y la invitó a sentarse a su lado.
               -¿Qué pasa, mi vida?
               -Quiero ponerme velo.
               Papá asintió muy despacio. Se frotó las manos.
               -¿Cuándo?
               Shasha entornó la cara.
               -¿Cómo que “cuándo”? Pues… ahora.
               -Eres un poco pequeña.
               -Eso le he dicho yo.
               -¿Qué tal si esperas un poco?
               -¿Cuándo se lo puso tía?
               -¿Waliyha? A los… 18, creo. Pero puede ser antes, si es lo que quieres. Un par de años. Cuando tengas la edad de Sabrae.
               Shasha asintió, pensativa.
               -¿No te parece mal?
               -¿Por qué me iba a parecer mal?
               Shasha abrazó a papá y escondió la cara en su cuello. Él sonrió.
               -Adoro estos momentos de La casa de la pradera, pero tengo que ir a hacer un trabajo-anunció Sabrae, saliendo disparada hacia su habitación. Yo salí al jardín, a aprovechar el poco sol que combatía la corta duración de nuestros días.
               Mamá extendió la esterilla y se sentó con las piernas abiertas a estirar. Llegaba sin esfuerzo a agarrarse las puntas de los pies con las manos.
               Cuando terminó, se quitó el colgante que le habíamos regalado en el primer cumpleaños que celebró siendo una madre papá y yo, y la alianza de boda. Suspiró, estiró los brazos por detrás, se incorporó y se inclinó hacia delante.
               -¿Qué tal con Eleanor?
               Me la quedé mirando. No habíamos hablado de lo que había visto la mañana del día anterior; la única conversación que habíamos tenido referida a ella había sido la del sábado por la mañana. Y hasta ahí había llegado todo.
               Pero, claro, el ver a tu hijo besándose por la mañana con una chica que tenía toda la pinta de haber dormido en casa te otorgaba cierto derecho a preguntar qué era lo que sucedía.
               -Bien-dije someramente. Noté cómo mamá sonreía.
               -¿Cuánto lleváis?
               -No salimos juntos, mamá-mentí, ignorando los pinchazos en el pecho que me provocaban lo que estaba a punto de decir-. Sólo nos acostamos de vez en cuando.
               -Si sólo es sexo, ¿por qué me has puesto esa cara?
               ¡Pero si ni siquiera me estaba mirando!
               -¿Qué cara?
               -La de “no estoy preparado para hablar de ella y romper la magia contigo, mamá, por favor, respeta mi espacio”.
               -Mamá, te quiero un montón, pero todas las canciones que te escribió papá se te están subiendo a la cabeza-me defendí tan tristemente que hasta se echó a reír.
               -A mí me habrán escrito muchas canciones que me suben el ego, pero a ti te están dando razones para sonreír con una sola palabra como llevabas sin hacerlo años.
               Suspiré.
               -¿Tanto se me nota?
               -Yo te lo noto. Para algo te di a luz. Anda, acércame la pelota, ¿quieres?
               Hice lo que me pedía y me senté en el suelo a contemplar cómo se doblaba. Había chiquillas en mi instituto menos flexibles que ella. Prácticamente todas.
               Se incorporó y se puso sobre un pie mientras estiraba el otro en el aire y acercaba las manos al suelo de nuevo.
               -¿Mamá?
               -¿Sí?
               -¿Crees que es pronto para decir que estoy enamorado de ella?
               -No. Porque tú ya lo estás.
               Noté cómo me ardían las mejillas. Se echó a reír, me acarició una y se sentó a mi lado.
               -Yo tardé mucho en enamorarme de tu padre.
               Vale, eso era nuevo.
               -¿Ah, sí?
               -¿Nunca te lo he contado?-negué con la cabeza. Ella asintió, se colocó la pelota entre las piernas y se apartó un par de mechones negros de la cara-. Vale. Bueno, ya sabes que a ti te tuve porque te quería. Te quise desde el minuto en que supe que estabas dentro de mí. En cambio, a tu padre… evidentemente, tenía que hacerse cargo de nosotros. De ti, por lo menos. No vamos a disfrutar los dos y luego cargar yo sola con un hijo porque él tenga el morro de no querer hacerse cargo de ti-puso los ojos en blanco; lo había sacado de ella-. Con esto no te quiero decir que no me tratara bien. Claro que sí. Mejor de lo que me habían tratado en la vida, pero éramos poco más que compañeros de piso. No me tocó hasta después de tenerte. Qué curioso, ¿verdad? Entre la primera vez que me tocó y la segunda pasó casi un año. El caso es que yo me enamoré de él cuando te cogió en brazos cuando tú tenías un par de meses y me fijé en su expresión. Siempre estaba cegada por ti, y nunca me había fijado en cómo reaccionaba él. Te miraba como si… no sé. Sabes que adora los Grammys. Ya tenía algunos cuando te tuvimos a ti. Pues ni siquiera los miraba como te miraba a ti. Y pensé, “Dios, por favor. Un hijo con él no me basta. Quiero formar una familia con él y ser su mujer”.
               Sonreí.
               -¿Y qué hiciste?
               -Después de acostarte y apagar la luz, me volví hacia él y le di un beso. Y le dije que si le apetecía venir a la cama conmigo. Desde entonces siempre dormimos juntos-se encogió de hombros, controlando sus ganas de sonreír.
               -¿Y papá?
               -Un día, estando de siete meses. Me empeñé en hacer la comida. Y dice que se alegró mucho de que me hubiera presentado en su casa e insistido en que no me iba a dejar fuera. No nos iba a dejar fuera.
               Me quedé callado, pensando en las posibilidades. Siete meses era muchísimo tiempo. Desde luego, mucho menos que los apenas siete besos que me había dado Eleanor antes de darme cuenta de que lo que sentía en el estómago no se debía al hambre. Era algo más duradero.
               -Los flechazos existen, Scott. Que tú no seas producto de uno no te imposibilita de sufrirlos. No eres Voldemort; puedes amar porque a ti no se te concibió bajo los efectos de una poción de amor.
               -Tengo miedo de cómo se lo tome Tommy-confesé, empequeñeciéndome como lo había hecho Shasha cuando nos contó lo que deseaba.
               -Tommy lo entenderá.
               -Tú no le conoces como lo hago yo.
               -Es verdad. Pero escucha a tu corazón. Te dice que él es bueno, al igual que su hermana. Me alegro de que por fin hayas escogido a una que sea tan buena persona como lo eres tú-bueno, eso es discutible-. Por fin una que te merece-no, ella no me merece, se merece a alguien mejor que no le ofrezca otra cosa que no sea esconderse-. Mi niño precioso-susurró, dándome un beso en la mejilla y acariciándome la barbilla-. Daré gracias hasta el día en que me muera por Erika. Nos ha dado tantas cosas buenas a esta familia…
               Había sido Erika la que se había acercado a Zayn. Bailó con él cuando los sentaron, en una entrega de premios en la que coincidieron los dos primeros discos (él, en solitario; ellos, siendo cuatro) en la misma fila de asientos, pero con varios famoso por el medio. Había insistido en invitarlo a su boda con Louis.
               Me cuidó mientras mamá hacía los exámenes de la universidad cuando papá tampoco podía hacerlo. Incluso estando embarazada por primera vez, se había ocupado de mí.
               Y de mis hermanas, al igual que mis padres cuando ella y Louis no podían.
               Me había dado a las dos personas más importantes de mi vida. Y ni siquiera procedíamos del mismo país.



               A Eleanor le parecía que estaba poco loco por ella.
               Por eso decidía abrirme conversación de noche, cuando se supone que me estaba acostando, para decirme que se estaba probando los tops que le había comprado.
               -Fotos o no está pasando-repliqué yo, porque a ese juego podíamos jugar dos. Al segundo recibí una foto suya con pantalón de pijama y el top negro. Luego, la espalda.
               -Bonito pantalón.
               -Gracias, me lo trajeron los Reyes-respondió, presumiendo de unas raíces que le permitían recibir dos regalos cuando el resto recibía uno.
               Me dijo que esperase un momento, que se iba a probar unos pantalones para ver si quedaban bien. Una partida al Candy Crush después, recibí una foto suya con unos pantalones blancos que se le pegaban a las piernas como una segunda piel.
               -Bonitas piernas-comenté, guardándome que eran más bonitas cuando las pasaba por mi cintura.
               -¿No me vas a preguntar a qué hora abren?
               -¿Para qué? Ya lo sé: cuando a mí me dé la gana-un lacasito con gafas de sol. La siguiente imagen fue de ella sentada en el suelo con las piernas abiertas (luego tendría la poca vergüenza de discutirme que vivía para provocarme) y el dedo corazón en alto.
               -A dormir-contesté.
               -No tengo sueño.
               Me abstuve de decirme que estaba consiguiendo quitármelo a mí también.
               -Voy a probarme el otro top, a ver qué tal me queda.
               -Inglaterra es un país libre.
               -¿Quieres que te mande fotos?
               -Inglaterra es un país libre en el que hay libertad de prensa. Y la prensa necesita fotos.
               -Eres un fantasma.
               Otro lacasito con gafas de sol.
               -Deja de mandarme eso.
               Un batallón de lacasitos con gafas de sol.
               -Scott, pórtate bien.
               -¿O qué?
               -O voy a tu casa y te azoto.
               Estuve 10 minutos de reloj poniendo lacasitos de gafas de sol.
               -No te soporto, te prometo que no te soporto.
               -Eleanor.
               -¿Qué?
               -¿Y las fotos?
               -No hay fotos-y un lacasito. Con gafas de sol.
               -Sólo por esa ofensa, ya no me dejo barba. Vete a chulearte con tu hermano.
               -A mi hermano ya lo chulea Diana.
               -Qué manera más rápida de cortarme el rollo.
               Un lacasito meándose de risa por su parte. Luego, una foto con el top blanco puesto y unos pantalones negros.
               -Me esperaba lo de los pantalones, la verdad.
               -Soy monocromática; ¿hará frío el fin de semana?
               -No soy meteorólogo.
               -Quiero llevarlo el fin de semana.
               -Eso es de verano.
               -Te da igual que sea de verano si yo lo llevo puesto.
               Corrección: me siguen gustando zorras. El “zorras” misógino. Joder, son las mejores.
               -En mí es verano si lo llevas puesto.
               Empezó a mandarme frases sacadas de Pillowtalk. Después de dos millones de “Paradise” y “War Zone”, amenacé con bloquearla.
               -No te enfades.
               -Es tarde.
               -¿Y si…?-una foto con su mano peligrosamente cerca de su cuello, del nudo que sostenía la prenda contra su cuerpo. Era insaciable.
               -Haz eso y vas a saber quién soy.
               -¿Y si es lo que quiero?
               -No, El, en serio. Para. No quiero tener que ir a verte ahora. Estoy en pijama.
               -¿Y si yo quiero que vengas a verme?
               -Mañana nos vemos.
               -¿En los baños?
               -Qué cojones-dije en voz alta, y tuve que aguantarme la risa-. Estás loca-escribí, y ella se echó a reír.
               -¿Me enseñas tu pijama?
               -… duermo en calzoncillos.
               -Ya lo sabía.
               Era mentira, pero para darle el gusto, le mandé la foto como si lo que le había dicho fuera verdad. Me respondió con un batallón de lenguas.
               -Mío-fue la única palabra que respondió, y me calentó más que cualquier otra cosa que pudiera decirme. Más que una foto de sus tetas, no, pero casi.
               -Vete a dormir antes de que hagas que me reviente un ojo de tanta tensión sexual.
               -Está bien-comentó en tono borde, pero lo resolvió enviándome un lacasito que guiñaba un ojo. Le respondí con otro. Me dio las buenas noches y se desconectó.
               Los chicos no paraban de enviar mensajes al grupo que teníamos, hasta el punto de que tuve que meterme para mandarlos callar. Estaban histéricos por el examen de mañana, pero Tommy y yo habíamos echado un polvo esa tarde, y no nos podía importar menos.
               -Todo mi futuro está en juego y vosotros me mandáis callar, par de cabrones-Logan era un melodramático por naturaleza; sólo éramos amigos de él porque sabía apostar fuerte y conseguíamos mucha pasta gracias a él.
               Era coña.
               O tal vez no.
               Eso le dijo Max, mientras Alec no paraba de meter mierda.
               Jordan se salió del grupo porque éramos unos pesados, y yo lo volví a meter.
               -¿Scott?-era Eleanor otra vez.
               -¿Mi amor?-respondí yo, que quería llevar la delantera en nuestra lucha a muerte por ver quién se masturbaba antes.
               -Se me ha olvidado una cosa.
               Me envió una foto de su espalda desnuda; los lunares se le notaban como rocas volcánicas en una playa de arena nívea.
               Le mandé un audio llamándola “mi amor”, pero llevaba las de perder.
               Recibí uno de ella susurrando mi nombre.
               Y perdí la batalla.
               Apagué la pantalla del móvil, decidido a no volver a dejarme arrastrar hacia el averno que era ella, y me quedé tumbado mirando el techo. Todavía sentía sus labios imaginarios en mi boca. Tenía que quitármela de la cabeza.
               -Sabrae-susurré en voz alta, y me estiré para recoger el teléfono y pedirle que me trajera la cajetilla de tabaco de emergencia que me dejaba esconder en su habitación. Sólo por si acaso.
               -Estoy viendo una serie.
               -Me debes literalmente la vida, puta cría, haz el favor de traerme mi cajetilla.
               -Tampoco hace falta ponerse así.
               Entró como un elefante en una cacharrería, haciendo que mamá le gritara desde el piso de abajo: “¡Sabrae, deja a tu hermano!”, y sonrió con malicia al ver cómo me abalanzaba a rellenar una papeleta para la lotería del cáncer de pulmón con mi nombre.
               -Te ves bien, hermano-sonrió, tomando una cucharada del yogur que comía siempre antes de acostarse. El de hoy tenía muesli, frambuesas y trozos de nuez.
               -Eleanor va a acabar conmigo.
               -Para eso nacemos. Para destrozaros la vida.
               Revolvió el yogur y volvió a tomar una cucharada.
               -Eres una influencia pésima-comentó. Eché un poco de ceniza por la ventana y murmuré:
               -No fumes. Es malo.
               -Soy deportista.
               -Yo también.
               -No pensaba hacerlo.
               -Yo tampoco.
               -¿Qué tal Eleanor?
               Sonreí.
               -Bestial. Simplemente bestial.
               -Ya. ¿Y hoy por la tarde?
               Me la quedé mirando y soltó una carcajada.
               -Vivimos pared con pared.
               -¿Me has oído?
               -Un poco. Me he puesto los cascos. Para darte intimidad.
               -Perdona.
               Se encogió de hombros.
               -Oye, de los chicos, ¿cuál tiene novia?
               Intentó sonar casual; ni me miró al hacer la pregunta. Pero yo la cacé al segundo.
               -¿Cuál te gusta?
               -Alec.
               Respuesta incorrecta.
               -Si vas a pillarte por alguien, que sea por Logan. Es el mejor de los cinco. Después de T, claro.
               -Sí, ya, y sería muy raro que nos liásemos cuñados con cuñados, ¿no es así?
               -No te pases ni un pelo. Y deja a Alec. Es un caso perdido. Perderás el tiempo.
               -Me gustan los retos.
               -Te utilizará.
               -Suelo correrme yo antes que ellos, no te preocupes.
               Levantó las cejas con intención.
               -Yo no hago nada gratis.
               -Haces bien.
               -Me enseñaron a no hacerlo.
               -Me cae bien, quien fuera que te inculcó esos modales.
               Fui yo.
               Shasha se materializó en la puerta.
               -¿Qué se celebra?
               -Sabrae está enamorada.
               -Me siento atraída sexualmente por un amigo tuyo-corrigió.
               -¿Max?-sugirió la pequeña.
               -Tiene novia-adelanté yo antes de que se le terminaran de revolucionar las hormonas.
               -No me importa; no soy celosa y tengo tres hermanos. Sé compartir.
               Apagué el cigarro y lo metí entre la basura del escritorio.
               Shasha se sentó en mi cama, al lado se Sabrae, y tomó también una cucharada. Abrí los brazos.
               -¡Largo! ¡Fus! ¡A vuestras habitaciones! Tengo que dormir. Mañana tengo examen de mates.
               -No te importó demasiado mientras hablabas con Eleanor, ¿verdad?-me provocó la pequeña.
               -¿Has vuelto a meterte en mi móvil con el ordenador?
               -Si tuvieras un cortafuegos como Dios manda…
               -A ti te voy a cortar yo los fuegos. Y lo que no son los fuegos-las dos se echaron a reír como marujas histéricas; en el fondo, lo que eran-. No, Shasha, a mí no me hace ni puta gracia. Merezco privacidad. Como…
               -Dios, Scott, relájate. Hace meses que no me meto en tu móvil a desinstalarte aplicaciones. Qué sensible estás.
               -Pregúntale si está en sus días-pinchó Sabrae, riéndose con malicia.
               -Eso es machista.
               -No, si se lo preguntas a un tío.
               Me metí en la cama y las empujé con los pies.
               -Que os piréis, pesadas.
               Empezaron una batalla con cojines.
               Me merecía que me hicieran santo en todas las religiones.
               -¿Vemos una serie?
               -Eso, sí, marchaos.
               -¿Friends?
               Sabrae se incorporó y cogió mi portátil. Se tiró en la cama, encima de mí.
               ¿Por qué no las asfixié en la cuna cuando tuve la ocasión?
               -¿Cuál es la contraseña, S?
               -ExS4Ever-contestó Shasha mientras yo le quitaba el ordenador a Sabrae. Le di una patada en la pierna mientras las dos brujas no paraban de reír.
               -Me tenéis hasta la polla, cualquier día os mato, os lo juro por todo, os voy a acabar matando.
               Le di a “capítulo aleatorio” y las dos se acurrucaron a mi lado. Nos pasamos la cuchara, terminando el postre.
               -Esto es una cerdada lo mires por donde lo mires-comenté. Las dos se encogieron de hombros.
               -Yo no te digo qué me he metido en la boca si tú no me dices dónde has metido la lengua-sugirió Sabrae.
               -¿Por qué tengo la impresión de que si me dijeras qué te has metido en la boca no querría ni que me dirigieras la palabra?
               -Porque probablemente sea así.
               -¿No decías que no haces nada gratis?
               -Y no lo hago-respondió Sabrae, sonriendo con malicia.
               -¿Por eso llevas siempre trenzas? ¿Para no tragarte un pelo por accidente?-la puteó Shasha. Detuve la reproducción y suspiré.
               -Yo también querría llevar velo si tuviera ese pelo, Shash.
               -Entonces, ¿por qué no te lo sueltas, si tan orgullosa estás de él?
               -Es incontrolable.
               -Te avergüenzan tus rasgos, Sabrae. Admítelo ya y duerme tranquila.
               -Ya verás qué vergüenza me va a dar cuando tengamos 80 años y tú estés arrugada y mustia y yo siga con esta cara-aleteó con las pestañas, enmarcando su rostro en las manos.
               -¿Por qué sonríes, como si fuera una bendición? Pobrecita mía, toda la vida siendo fea.
               Bufé y puse los ojos en blanco.
               -Atención, Saab. Aquí viene.
               -Me agotáis la existencia, putas crías-se burló la mayor de mis hermanas, echándose a reír. Chocó los cinco con la otra.
               -Es que, ¡¿es la verdad?!-espeté, abriendo los brazos-. Me tenéis hasta el rabo. ¿Queréis pelearos, o ver Friends? Porque para pelearos, os podéis ir fuera.
               -Ver Friends-musitaron las dos a la vez. Se acurrucaron contra mi pecho y me abrazaron las dos. Se hicieron cosquillas la una a la otra estirando los dedos y se echaron a reír.
               Tuve que pelearme con ellas para que se fueran y me dejaran dormir tranquilo. “Tengo un examen de matemáticas”, les dije, pero no les importó. Seguían queriendo tenerme vigilado. Terminé suspirando y soltándoles “Y Eleanor debe de llevar ya una hora dormida”.
               Eso pareció convencerlas más; se pusieron de puntillas y me dieron un beso a la vez en la mejilla (Shasha ya era tan alta como Sabrae, a pesar de la diferencia de edad), me desearon las buenas noches y…
               …¡me dijeron que me querían!
               Acojonante.
               Acojonante.
               Te ven por la mierda y te pisotean. Les traes una hamburguesa y predican tu nombre por los cinco continentes, levantando templos en tu honor y encargándose de que los mejores artistas produzcan estatuas que te representen con la mayor fidelidad posible; eso sí, siempre deben ensalzar tu parte divina.
               No fue una buena idea remolonear con ellas; lo supe cuando sonó el despertador y toda mi alma se retorció y protestó más que de costumbre. Me arrastré fuera de la cama y bajé como un alma en pena las escaleras, mientras Sabrae me adelantaba corriendo, haciéndose una coleta y posándose ligeramente sobre la parte delantera de sus pies desnudos.
               Mientras yo me peleaba con las galletas, mamá cogió a Duna en brazos, nos dio un beso en la frente a todos (a papá, en los labios) y dijo que la iba a dejar en el colegio de la que iba al despacho. Todos asentimos con la cabeza.
               Sabrae y Shasha intentaron empezar a pelearse por el último puñado de cereales de la caja, pero decidieron ceder, ser buenas hermanas y compartir cuando papá les lanzó una mirada envenenada. Subieron corriendo a ponerse el uniforme y se plantaron en la puerta de la cocina.
               Lo poco que quedaba de mi ser las miró.
               -No esperéis a vuestro hermano hoy-ordenó papá, y las dos asintieron y se apresuraron a salir por la puerta. Puede que vieran venir lo que se avecinaba, o puede que les molestara, por una vez en su vida, llegar tarde al instituto.
               -¿No has dormido bien, Scott?-inquirió papá, sirviéndose otra taza de café. No había nada como ir en coche al instituto; podías remolonear lo que te diera la gana. Al final siempre llegabas antes que los que íbamos caminando.
               -Quisieron ver una serie. Y tengo cansancio acumulado.
               -Vamos, que Eleanor te saca brillo como no lo ha hecho otra, ¿no?
               La galleta que estaba a punto de comerme se dividió en dos (mira, como mi entereza) y se precipitó en un triple salto mortal a la taza de café. Salpicó la mesa, pero a ninguno de los dos nos podría importar menos.
               Papá me miró con una sonrisa triunfal mientras daba un sorbo de su bebida.
               -¿Qué?
               -Me has oído de sobra.
               -Tú, ¿cómo sabes que…?
               -Por si no te habías dado cuenta-levantó la mano en la que llevaba la alianza-, estoy casado con tu madre. Duermo con ella. Y, aunque te sorprenda, hablamos de vosotros. Para algo sois nuestros hijos.
               El aire dejó de ser gaseoso para pasar a estar compuesto de piedras; piedras que me pesaban en los pulmones. Se lo contaría a Louis; Louis se lo comentaría a Tommy, y Tommy me mataría y no me dejaría acercarme ni a él ni a Eleanor.
               Iba a perderlos a los dos por no darme cuenta de que mis padres jugaban en el mismo equipo, por mucho que solieran tomar los papeles de “poli bueno” y “poli malo”.
               -¿No había otra? ¿La hermana de tu mejor amigo? ¿En serio, Scott? ¿En serio?
               Me empequeñecí ante sus ojos y se me quitó el apetito. Tenía ganas de vomitar.
               -Ya tienes edad para comportarte como un hombre y dejar de jugar con ellas, pero justo a El…
               -A mamá la preñaste por ser exactamente como soy yo ahora-ataqué, en una iluminación divina que últimamente Alá reservaba a una sola persona. Además, no iba a consentir que pusiera “jugar” y su nombre en la misma palabra. Había dejado de ser un juego mucho antes de sacarla de aquel baño, ya no digamos de cuando ella me besó a mí.
               Joder, ella me había seducido a mí y no al revés, ¿por qué todo el mundo se comportaba como si yo fuera el cazador, cuando era claramente el elefante?
               -Al menos yo me pongo condón-continué, en un alarde de incontinencia verbal digno del mismísimo Tommy-. Y le pusiste los cuernos a Perrie.
               Si un hijo mío me hablase como yo le hablé a papá, lo mataría. Debería haberlo hecho. Pero ni siquiera me cruzó la cara, que era bastante menos de lo que me merecía.
               -Que yo fuera un hijo de puta de joven no quiere decir ni que tú tengas derecho ni que yo vaya a permitírtelo.
               -Yo no he estado con dos a la vez.
               Dio un puñetazo en la mesa.
               -¿Qué cojones te acabo de decir, Scott? Para esto antes de que sea tarde y le hagas daño.
               -¿Por qué no puedo con ella, pero cuando estoy con varias el mismo fin de semana me tratáis todos como si fuera un dios? ¿No es síntoma de ser mejor que una quiera volver a mí a que sea capaz de encontrar tres o cuatro cada dos días?
               -¡Porque a las de tus fines de semana no las conocemos! ¡Y saben cómo eres! ¡No les das esperanzas!
               -Yo a Eleanor no le he dado esperanzas en mi vida.
               -Durmió aquí este fin de semana-acusó.
               -El sábado. Sólo el sábado.
               -¿Y eso no es darle esperanzas?
               Lo miré con un odio que no es propio para mirar a la persona a la que le debes la vida.
               -Déjala, Scott.
               -No puedo.
               -¿Cómo que no puedes? ¿Y puedes hacer cosas peores? ¿Eh? ¿Cosas como…?
               -¡Estoy enamorado de ella, ¿vale?! ESTOY ENAMORADO DE ELLA-vale, aquella no era la forma ni aquél era el tono para decirlo por primera vez en voz alta; y desde luego, papá no era precisamente la primera persona a la que se lo debía decir-.Bastante me como ya la cabeza yo con lo que tengo que hacer, lo que nos irá peor y lo que nos hará más daño, si soy lo suficientemente bueno para ella, si me merezco siquiera que ella me mire, ya no digamos tocarla o estar con ella. Bastante jodido estoy por no poder contárselo a mi mejor amigo como para que ahora encima me puteéis también en casa. Ya me hundo yo solo en la miseria, no necesito que nadie me ayude.
               Sonreía.
               Sonreía, el puto psicópata de mierda.
               Me ha criado un hijo de puta, me ha engendrado un hijo de puta, y todavía me pregunto cómo puedo ser así, tan egoísta, tan cínico, tan…
               Me dio una palmada en el hombro.
               -Si ya sabes lo que sientes, ¿para qué se lo preguntas a tu madre?
               ¿Qué?
               ¿Pero?
               ¿Qué?
               ¿Cojones?
               -Yo… ¿Qué está pasando?
               Se echó a reír y cogió una galleta.
               -Pareces gilipollas, hijo. Seguro que eres el único de la familia que no está en Ravenclaw. Sólo espero que el test de Pottermore no te ponga en Gryffindor.
               -Para estar en Gryffindor hay que tener huevos, y yo no los tengo-murmuré, más para mí que para él.
               -Hay que tener huevos para ponerse así con tu padre defendiendo algo que lleva, ¿qué? ¿Tres días?
               Me encogí de hombros.
               -¿No crees que esté mal?
               -¿Por qué debería estarlo? Pasáis mucho tiempo juntos. Ella es guapa. Tú también, por la cuenta que te trae-respondió, pellizcándome una mejilla. Me aparté y una sonrisa intentó asoma por mi rostro-. A vuestra edad, es normal. Y, sinceramente, me alegro por ella. Nunca quise que te empezara a gustar; con que seas libre, me conformo. Pero ya lo eres, y te ha pasado esto, y no creo que querer a alguien sea un delito.
               -Tommy no lo va a ver así.
               -Tommy acabará viendo cómo la miras. Y en el momento en que lo haga, te la ofrecerá en matrimonio. Tampoco es que sirva de mucho, pero… el gesto es bonito, ¿no crees?
               -No puede notárseme tanto.
               -Hijo, no te habías puesto así por nadie en tu vida. Ni siquiera por Ashley-se estremeció, recordando el pozo sin fondo al que ella me había lanzado y del que Tommy había sufrido tanto para conseguir sacarme-. Me alegro de que no hayas tardado tanto como yo en darme cuenta.
               -La conozco desde hace 15 años.
               -Y yo a tu madre la llevo queriendo desde el segundo día que pasamos viviendo juntos. Otra cosa es que tardara 7 meses en darme cuenta.
               Recogió la chaqueta, se la puso y me sonrió.
               -Vístete, venga, que te llevo yo.
               Obedecí y bajé embalado las escaleras. Intenté tentar a mi suerte y le pedí que me dejara conducir. Fracasé, porque aún no tenía carnet y se nos podía caer el pelo si nos pillaban.
               Me preguntó por cómo había empezado todo, y me vi obligado a contarle una mentira y omitir todo lo del baño (si Eleanor no quería que lo contara, yo no iba a contarlo), deteniéndome más de la cuenta en cómo emborrachamos a Tommy, lo preocupada que estaba ella por él y cómo me convertí en un hombro sobre el que llorar, y algo más… y lo mucho que me había gustado ese “algo más”.
               -Papá...-tanteé. Él alzó las cejas-. Ahora que la conoces, ¿qué pasa si dejo de usar condón?
               -Que te la corto.
               -Pero ahora no voy a ganar para…
               -No seas gilipollas, crío.
               Y, a pesar de todo, sonrió.
               Yo era poco más que un bastardo, habiendo nacido fuera (más bien, antes) del matrimonio de mis padres. Pero de sus tres hijos, el que más se parecía a él era yo. Con independencia de que fuera el único chico.
               Tenía que ser su favorito.
               A la fuerza.
               Duna es adorable, pero yo lo soy más.

34 comentarios:

  1. "-Déjala, Scott.
    -No puedo.
    -¿Cómo que no puedes? ¿Y puedes hacer cosas peores? ¿Eh? ¿Cosas como…?
    -¡Estoy enamorado de ella, ¿vale?! ESTOY ENAMORADO DE ELLA"
    SI SIIIII SII SI SII. LO HA DICHO JODER. LO HA DICHO. ESTOY SACANDO AHORA MISMO EL CHAMPÁN.

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  2. "-¿Te ha dado mucho el coñazo?
    Tuve que controlar el impulso de soltarle que lo que me había dado era el coño, no el coñazo."
    ME VA A DAR UNA EMBOLIA DE LO QUE ME ESTOY RIENDO LOL

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    1. ME ENCANTA QUE SE ME OCURRAN ESTAS COSAS DE VERDAD

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  3. "Si vas al Louvre, es para ver a la Mona Lisa. Aunque no te guste el cuadro. Aunque te lo sepas de memoria. Aunque sepas que te decepcionará que tenga el tamaño de un folio. Si prácticamente vives con Eleanor, la miras. Le prestas atención. Aunque sepas que vas a verla todos los días. Aunque sepas que puedes cagarla y enamorarte de ella.
    Ir a ver la Mona Lisa es lo mejor que puedes hacer, y también lo peor. Es perder el tiempo en un mar de ajetreo.
    Enamorarme de Eleanor era lo mejor que podía hacer, y también lo peor. Pero eso no era perder el tiempo en un mar de ajetreo, sino darme cuenta de todo lo que había perdido negándome a ver lo evidente" Me quiero pegar un tiro porque creo que no he leído a ningún personaje literario darse cuenta de que está enamorado de una forma tan bonita como esta.
    Funda una religión tía. Me presentaré para ser tu profeta.

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    1. Nuestras oraciones serán haikus; ya tengo el primero
      La Mona Lisa está sobrevalorada
      Sceleanor al poder
      Paté de cabracho

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  4. Me ha parecido tan tierno el momento en el que Scott y Sabrae han acompañado a Sasha a contarles a Zayn y Sherezade lo del velo. Son family goals.

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    1. Pues tuve una crisis existencial porque esa conversación me llevó mucho tiempo escribirla, y pensé que podía resultar un poco pesada. Menos mal que hablé con mi mejor amiga y me convenció para que la dejara ♥ Es que parece una tontería, pero con detalles así conoces mejor a las personas.

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  5. POR FIN SE HA DADO CUENTA QUE ESTÁ ENAMORADO DE ELLA. GRACIAS ALÁ. YA ERA HORA.

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    1. SÍ PUES YA VERÉIS CUANDO SE LO DIGA A ELLA DIOS *me dan espasmos*

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  6. Que sepas que tengo una carpeta en las notas del movil con el título de Frases guays, las cuales copio de tus capítulos. Esta se va directa. Frase número 186. "La historia no es el relato de hechos pequeños, sino la unión de hechos enormes que nadie puede olvidar."

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    1. De lo más bonito que me han dicho esta semana ♥

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  7. Tía me das la vida cada vez que subes capitulo. En cierto modo me alegra que este mes no vayas a subir porque siempre que subes estoy dos días releyendome los capítulos y este mes lo tengo lleno de exámenes y no me renta. Mucha suerte en los exámenes guapa!!

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    1. Mayo es matador, espero no verme muy apurada y poder escribir aunque sólo sea un poquito para celebrar mi fin de exámenes con otro capítulo :D
      Gracias corazón, igualmente♥

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  8. ¿Layla es una Kobi Brian de la vida o que? Que mona que es por favor.
    Muchas suerte en los exámenes Eriiii

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    1. UY SÍ yo creo que es hasta más alta que el padre, estoy triste de repente porque es un pobre melocotón inmenso :(
      Muchas gracias corazón ♥

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  9. PaulaSilvaMoreno1 de mayo de 2016, 20:40

    POR FIN SE HA DADO CUENTA QUE ESTABA ENAMORADO Y LO HA DICHO EN VOZ ALTA. NO A ELEANOR PERO DA IGUAL. VÁMONOS TODOS A LAS VEGAS. YO INVITO HOSTIA.

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  10. Dios y Alá existen. Uno se llama Scott Malik y otro Erika (inserta tu apellido)

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    1. Puedes llamarme Erika Targaryen *lacasito con gafas de sol*

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  11. Mi novia me contó hace tiempo que estaba obsesionada con la novela que escribía una chica que seguía en Twitter. Ayer me obligó "amorosamente" a leer unos cuantos capítulos. Ahora entiendo porque está obsesionada.

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    1. AY MADRE QUÉ HONOR, dile que contacte conmigo por twitter que le doy un beso por ir predicando mi blog
      Y tú ten cuidado, que Scott y Tommy os van a poner el listón muy alto a los chicos ;D

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  12. Siiiiiiiii. Por fin el boludo ha aceptado que está enamorado de Eleanor. Espero que no tarde mucho en decirselo a ella. Suerte en tus exámenes linda <3

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    1. Tengo pensado el momento, pero os voy a hacer esperar ¬u¬
      Muchas gracias corazón ♥

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  13. Por fin ha confesado que está enamorado ayyyyyyyyy
    Pd:

    ¿Vas a explicar detalladamente en algún capítulo lo de Sherezade y Zayn? Es que no he terminado de entender toda la historia. Sorry si soy corta.

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    1. No eres corta, mujer, lo que pasa es que tengo que pensar cómo lo encuadro. Ten en cuenta que estáis en la misma posición que Diana, prácticamente: ella nunca se interesó por el resto (lo cual es normal, viviendo en otro continente y viéndolos muy poco), así que hay un montón de cosas que ignora. Y es precisamente esa ignorancia lo que voy a aprovechar para ir dando un marco a las historias de los demás Ü

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  14. Adoro la relación de Scott y sus hermanas. Duna es adorable ay.
    Pd: suerte en los exámenes

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    1. Él se hace el duro pero en realidad no hay nada a lo que quiera más en esta vida, aw.
      Muchas gracias tesoro ♥

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  15. PROTECT SCELEANOR AÑO COSTS

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  16. Tengo un problema serio. Me gustan más los Malik que los Tomlinson. No me pegues.

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    1. No te preocupes, que a mí también y se supone que los Tomlinson son los míos D:

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  17. Me he despertado y he visto la notificación y ay, me he alegrado mucho. Adoro que por fin haya confesado que está enamorado de ella. Ya era hora.
    Suerte en lo exámenes. :)

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    1. Me alegro de haberte ayudado a empezar bien el día, cosa guapa ♥ Muchas gracias ♥

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