sábado, 31 de agosto de 2013

Cómo enamorar a una EriLautTommo.

"Voy a decirte algo que posiblemente te diga mucha gente. Y si estás pensado que si es sobre tu novela, si, es por ella. Quería decirte que ni sé cómo llegue hasta tu cuenta y, sinceramente, me importa poco. No sé si te di back o me lo diste tú, pero da igual. Sé por qué empecé a seguirte y la razones son varias, una de ellas es que me encantó tu forma de ser, o al menos como te muestras por twitter, otra es que eres asturiana. Y a mí, personalmente, me gusta encontrar a asturianos en twitter, me hace sentirme menos sola,¡cómo si hubiera pocos Asturianos en twitter, oiste! (sí ho, oí JAJAJAJA) El caso es que eso también fue algo que me llevó a seguirte. Gracias a una tarde aburrida empecé a leer tu novela, no tenia pensado ni pasar del quinto capítulo, la verdad, he intentado leer varias fanfics (y digo intentado porque no he logrado leer ninguna entera, me parecía todo demasiado a 'estas soñando, nena, baja de la nube') y bueno, tu novela tenía algo no sé, diferente a las demás, tu novela me enganchó. ¡Vaya si me enganchó! Me he pasado noches enteras leyendo para ponerme al día, por así decirlo y la verdad, no creo que haya malgastado ninguna hora de sueño por leerla, todo lo contrario, me ha echo desconectar del mundo un tiempo te doy gracias por ello, necesitaba desconectar de todo y encontré esa desconexión en tu novela. No te voy a mentir y te voy a decir que hubo momentos en los que me apetecía ir y matarte. Si te soy sincera, he llorado,¿cómo se te ocurre 'suicidarte' y no dar señales de vida en varios capítulos? La verdad es que me alegré muchísimo cuando resultaste ser Anastasia, pero quise matarte por hacerme llorar. Y bueno, todo esto que te estoy diciendo es, simplemente, porque necesito agradecerte de algún modo que me 'salvaras' de las cosas malas mientras leía tu novela. Y decirte, también, que escribes como los ángeles hija, no dejes de escribir, por Dios te lo pido. Ya te dejo en paz y dejo de petarte los MDs. Sorry, necesitaba decírtelo."
Yo necesito decirte un par de cosas, querida @gonzalez_b97.
1. Ha sido un auténtico placer "salvarte", de verdad.
2. Puxa Asturies!
3. Si lloraste con mi ese capítulo, prepárate para llorar al final. Soy una perra cruel, muy, muy cruel, y te adelanto desde ya, a ti y a todas las personas que estén leyendo esto, que reservéis las lágrimas para el final de Its 1D bitches.
4. Gracias a ti. ¿O debería decir "hagamos el amor muy, muy, muy despacito"? Y me da igual si no quieres.
A mí no se me enamora de esta manera y luego simplemente se me deja.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Gus Bus.

Los rayos de sol me acariciaron con lentitud, acunándome con la intención errónea de hacer que me despertara, no de que siguiera durmiendo. Me acurruqué aún más sobre la cama, abrí la boca todo lo que pude y solté un bostezo que bien podría haber entrado en el libro Guinness de los récords. Me giré en la cama, tapándome aún más con la manta; tenía frío porque, a pesar de que estaba en México, en pleno verano, estaba desnuda.
Louis sabía quitarme la ropa muy bien.
Louis...
Volví a darme la vuelta y abrí ligeramente los ojos. La cama estaba vacía. Dejé caer la mano donde había dormido él. Cuando se levantó, había estirado la manta y la había metido debajo de la almohada, como a mí me gustaba dormir, para que me fuera más difícil destaparme durante la noche y despertarme a causa del frío.
Sentí sus labios sobre los míos, en mi piel, su mano entrelazada con la mía, su cálido y amable cuerpo sobre el mío mientras lo hacíamos, y una sonrisa se extendió por mi boca.
Las yemas de mis dedos rozaron las heridas que iban cicatrizando poco a poco. Abrí la boca, solté otro bostezo, me incorporé y me froté los ojos. Suspiré, me rasqué la palma de la mano y eché un vistazo por el suelo. Seguramente hubiera una camiseta suya que me pudiera poner. Tal vez fuera lo bastante larga como para cubrirme las heridas de los brazos y, así, me ahorraría el tener que ponerme unos pantalones.
Me puse unas bragas y un sujetador, abrí la mochila de Louis y saqué una de sus camisetas de tirantes, blanca y negra, con una gran fotografía en el centro de ese último color.
Me acerqué al espejo de la habitación y miré mi reflejo. Tener el pelo corto tenía sus ventajas: ahora, por ejemplo, no se notaba tan despeinado como cuando me levantaba con él por debajo de los hombros.
Miré mis piernas; las heridas se insinuaban por debajo, pero los ruidos amortiguados que hacían los chicos en la sala central de la suite que les había otorgado el hotel me infundieron ánimos. No iban a juzgarme.
Abrí la puerta y caminé hacia ellos, descalza.
Estaban sentados en el sofá, los cinco, dando buena cuenta del desayuno como si no hubiera mañana. Entre ellos y la televisión, una enorme mesa con ruedas en su parte inferior, de patas doradas y plataforma plateada, hacía de soporte para su desayuno.
Louis ni se inmutó cuando me senté a su lado y le acaricié el brazo.
-Me desperté y no estabas-musité, acusadora, besándole el tatuaje de aquel ciervo enorme que se había estampado en el brazo con la mayor de las chulerías. Se encogió de hombros, masticando despacio una tostada con un montículo de mermelada de fresa.
-Se dice "buenos días".
-Buenos días, Liam, Hazza, Niall, Zayn-contesté, inclinándome hacia delante. Los chicos me devolvieron el saludo.
-¿Y a mí?-contestó mi novio, sin apartar a vista de la tele o, en su defecto, de su comida. Tostada, tele, tostada, tele, tostada, tele.
-A ti no te doy ni agua.
-Pues follamos bastante-replicó él, sonriendo por primera vez en la mañana. Le puse los ojos en blanco a modo de respuesta.
-Porque es satisfactorio para los dos-me ayudó Zayn, dándole un codazo a su amigo, que enarcó las cejas.
-Efectivamente. Soy una perra egoísta, pero tú me quieres así-asentí con la cabeza, cogiendo a Louis de la mandíbula y besándolo en los labios. Lamí la mermelada de su boca, y él sonrió.
-Eres igual que un animal, Eri.
-¿Te va la zoofilia, Tommo?-respondió Harry, mostrando unos dientes sorprendentemente blancos y limpios para la tarea que estaba llevando a cabo. Liam dio un sorbo de su café y nos miró uno por uno. Negó con la cabeza, miró al cielo pidiendo paciencia y siguió a lo suyo.
Niall se escurrió por el sofá, sentándose en el suelo con la espalda apoyada en él, y estiró la mano para llenarla de cruasanes. Yo ocupé el sitio que había dejado.
Louis se lo quedó mirando cuando Niall le dedicó una sonrisa de suficiencia.
-¿Te sientes guay por estar entre sus piernas?-espetó él, con un ligero toque de celos en su voz, pero supe que no era sincero. En el fondo se divertía con esto.
A modo de  respuesta, el irlandés me acarició el gemelo y me besó la rodilla. Yo me estremecí.
-Mira cómo le gusta, Tommo. Te va a dejar por mí.
-Yo no me tiño.
-Ya, pero yo no me hago dibujos permanentes en la piel.
Le froté el tatuaje de la D de la muñeca a Niall a modo de respuesta.
-¿Qué tienen de malos los tatuajes?-respondí.
-Pregúntame más bien qué tiene de normal que Louis tenga complejo de catálogo de un zoológico.
Nos echamos a reír, Niall por las mañanas era lo mejor que había.
-Te hemos guardado algunas cosas-comentó Zayn cuando conseguimos tranquilizarnos, pasándome un plato con todo tipo de comida. Subí los pies al sofá y negué con la cabeza.
-No tengo mucha hambre.
-¿Louis no te ha dado caña esta noche?-inquirió Liam.
-Un día de estos os voy a romper la cara y todavía el malo de la película voy a ser yo, tíos-contestó el aludido, negando con la cabeza y terminándose su café. Se giró hacia mí-. Y tú... mira a ver si comes algo, ¿quieres?
Le saqué la lengua.
-Quiero bacon.
-Yo quiero muchas cosas y tengo que joderme, así que come de lo que hay aquí.
-No.
-Diva.
-Ya-dije, encogiéndome de hombros y enganchando una manzana. No entendía cómo podía haber gente que comiera fruta para desayunar, y el no tener hambre me parecía una buena excusa para hacer experimentos.
En realidad me aborrecía comer, no era que no tuviera hambre. Simplemente me apetecía arrastrar a Louis a la cama y obligarlo a que se quedara conmigo hasta que yo me durmiera. Luego podría hacer lo que quisiera, como tirarse a 50 tías (aunque yo no lo haría si fuera él y le tuviera un mínimo aprecio a mis genitales), pero debía quedarse conmigo hasta que volviera a dormirme.
-¿Qué te ha pasado en las piernas, nena?-preguntó Zayn, tocando mis heridas. Me estremecí, tenía las manos muy frías, y muy duras, o al menos eso le pareció a mi piel ultra sensible y ofendida por la tortura de ayer.
Contemplé los cortes y miré a Louis, que negó con la cabeza. Eso debía comunicarlo yo.
-También me corté en las piernas.
Se quedaron callados un momento, mirándose en silencio; casi parecían estar hablando por telepatía.
-Escucha...
-Eh, Liam, no tienes que preocuparte de echarme una bronca. Louis ya lo ha hecho. Bastante gorda, además-añadí, girándome para mirarlo. Él no podía apartar los ojos de mis heridas; de repente deseé haberme puesto algo que me cubriera más, pero el mal ya estaba hecho-. No volveré a hacerlo. Sé que me cuidaréis, ¿vale? No quiero hablar más del tema, cuanto antes lo olvidemos, mejor.
Pero no podía olvidar el hecho de que Louis no apostaría por mí hasta que yo no volviera a ser la que había sido antes de que todo se descontrolara y se cayera al vacío.
Terminé encogiéndome de hombros para ahuyentar las malas sensaciones y los miré.
-Estoy bien, chicos.
-¿Seguro?-quiso asegurarse Harry con su voz medio adormilada.
-Seguro-asentí.
-No nos preocupes, ¿vale, chiquitita?-dijo Niall, volviendo a besarme la pierna-. O nos enfadaremos contigo.
-Vale-respondí yo, besándole el pelo.
-Ahora es cuando nos damos un abrazo grupal-murmuró Zayn.
-¿Podemos pasar? Es que estoy muy cómodo. He encontrado una buena postura-dijo Harry, poniendo cara de cordero degollado. Me eché a reír, y sintonicé mis pensamientos con los de los demás para tirarnos sobre él.
Estábamos en plena invasión cuando Noemí carraspeó.
-He terminado con la maleta. Voy a darme un baño-anunció, señalando el aseo con el pulgar. Harry asintió, se colocó bien los rizos y nos echó de encima de él. Pero el mal ya estaba hecho; sabía que iba a tener una buena discusión con Noemí por permitir que yo me acercara tanto a él.
Justo en el instante en que Noemí cerró la puerta del baño, todos nos levantamos y comenzamos a prepararnos para irnos. Alba salió de su habitación y se metió en la mía. Louis la miró en silencio, tiró el cojín sobre la cama y terminó de recoger la ropa que habíamos tirado por el suelo la noche anterior mientras yo la doblaba y la metía lo más cuidadosamente posible en la bolsa.
El único problema que teníamos Louis y yo era que nos gustaba demasiado tener cosas que ponernos, por lo que nos acabábamos peleando por el sitio que nos correspondía a cada uno en las bolsas que llevábamos, y necesitábamos ahorrar cada milímetro cuadrado.
-¿Tenéis vaselina?-preguntó, apoyada en el marco de la puerta. Louis volvió a mirarla, en su cara apareció una sonrisa. ¿Qué coño le habría venido a la cabeza ya?
Liam surgió de la nada para colocarse a la espalda de Alba. Le tocó la cintura y ella se estremeció de puro placer debido a su contacto.
Entonces, me fijé más atentamente en mi amiga. Dejé una de mis chaquetas a un lado, a medio doblar. Louis se acercó a ella, me la quitó de las manos, la hizo una bola y la hundió en la bolsa, intentando que ocupara el menor espacio posible. Iba a terminar matándolo, estaba segura.
Los ojos de Alba brillaban; seguramente ella acabara de levantarse. Todavía tenía una expresión adormecida; sus mejillas estaban coloradas, y por la forma en que se había echado a temblar cuando Liam posó su mano en su cuerpo, deduje que no era ni de frío, ni de miedo.
Se mordió el labio, y por fin vi lo que le había hecho tanta gracia a Louis.
Lo miré de refilón un segundo; ahora su sonrisa era descaradamente enorme.
-¿Y esa herida en el labio, Alba?
-Liam es un bruto-dijo a modo de respuesta. Louis se echó a reír a carcajada limpia, negó con la cabeza y me miró con ojos salvajes. Me hubiera echado atrás a la vez que me hubiera tirado encima de él. La parte racional de mi cabeza se había ido de vacaciones.
-¿Lo ves? Luego hablas de mí.
-Eso no te da derecho-repliqué, cogiendo una de las camisetas que estaba anudando hasta hacerle cantar la alineación de los equipos de fútbol islandeses con un perfecto acento de allí, tal era la magnitud de su tortura-, o libertad. Sabes que eres más bruto que Liam.
Liam asintió con la cabeza, Louis volvió a reírse.
-Es verdad, lo soy-asintió.
Liam se echó a reír, negó con la cabeza y empujó ligeramente a Alba para que entrara en nuestra habitación. No mordíamos.
Le arrebaté la mochila a Louis y revolví hasta conseguir encontrar la vaselina de frambuesa sin la cual ya no podía vivir. Se la tendí a Alba, que la cogió con desconfianza.
-¿Sabe bien?-preguntó.
Una de las comisuras de la boca de Louis se elevó con aires de suficiencia.
-Oh, ya lo creo que sabe bien, sí-asintió con la cabeza, mirándome y despertando mis más oscuros instintos animales. En ese instante, si él me hubiera tocado, si me hubiera pedido lo que yo deseaba, me hubiera importado un comino que no estuviéramos solos en la habitación. Le habría arrancado la boca a bocados y le habría recordado a quién le pertenecía yo y cuánto me pertenecía él a mí.
Alba untó los labios con la vaselina y me la devolvió. Me eché una poca, la guardé en la mochila y cerré la cremallera rápidamente. Me froté los ojos, terminé de meter la ropa en las maletas, y chasqueé los dedos. Louis, que se había tirado en la cama y había cerrado los ojos, los abrió. Se rascó la barriga y frunció el ceño, preguntando en silencio qué cojones me pasaba ahora.
Señalé las maletas, puso los ojos en blanco, bostezó y se incorporó. Se pasó una mano por el pelo (sentí un retortijón en el estómago, y no precisamente por hambre) y miró las bolsas con la vagancia dibujada en la cara.
-¿Tienes sueño?-pregunté, subiéndome a la cama y gateando hasta él. Puse las manos en sus hombros y apreté los dedos contra su piel, masajeándolo despacio. Le besé el cuello, él se dejó hacer, frotándose la cara.
-No he dormido muy bien.
-¿Por qué?
-Tuviste una pesadilla.
Me quedé quieta un momento, tratando de recordar, pero ante mí únicamente se extendía la oscuridad. Navegué por los confines de esa oscuridad, me bañé en ella, me sumergí intentando descubrir si bajo la superficie había algo que pudiera arrojar un poco de luz, tal vez una medusa luminiscente, pero nada. Absolutamente nada.
-No me acuerdo.
Asintió con la cabeza y se giró a mirarme.
-Pues me alegro de que no lo hagas.
Sonreí, le besé en los labios.
-¿Me movía mucho?
-Sí, y hablabas. No entendí lo que decías, hablabas en español-frunció el ceño-, pero decías mi nombre. ¿Cuando sueñas conmigo yo hablo en inglés o en español?
-No me acuerdo, Louis-dije, frotándome la cara-. Pero seguro que te ponía a vuelta y media.
-Siempre me pones a vuelta y media. Eres mala conmigo-replicó, golpeándome despacio el hombro con la cabeza. Me eché a reír, le revolví el pelo y tiré de él para levantarlo. Teníamos que ir al bus, teníamos que ponernos en marcha.
Nada más bajar de la habitación, en el vestíbulo del hotel, nos inundaron los gritos de las fans que querían despedirse de los chicos como ellos se merecían. Pensé en taparme los oídos, pero me contuve en el último instante, pensando que sería una falta de respeto que yo lo hiciera, pues los chicos no lo hacían y eran a los que más les gritaban.
Fastidiaba bastante el acercarse a alguien que no paraba de gritar, pedirle que se callara y conseguir que hiciera todo lo contrario precisamente porque te habías dirigido a él, te habías dado cuenta de que existía al menos unos segundos.
Entré en el bus detrás de Noemí, con las muñecas tapadas de nuevo, y me dejé caer en uno de los sofás. Me saqué el teléfono del bolsillo y lo miré. Varios mensajes, un par de llamadas, todos de mi familia. Volví a bloquear el teléfono, suspiré y le sonreí a Zayn cuando se sentó a mi lado.
El conductor arrancó el autobús, pero ni cerró las puertas ni se puso en marcha. Liam empujó a Louis dentro del vehículo, se asomó una vez fuera, lanzó un par de besos y luego se metió dentro. Se dejó caer en uno de los sofás mientras Niall saludaba a alguien que se acercaba por uno de los costados del bus.
Cuatro chicos que parecían tener mi edad entraron en el bus,  saludaron a los míos. Tenían un ligero acento que no logré identificar, pero supe que no eran ni ingleses ni estadounidenses.
Entonces, cuando uno de ellos, uno rubio que supuse sería el más pequeño (me parecía el más pequeño) me miró, y me sonrió.
-Tú eres Eri.
-Y vosotros 5 Seconds Of Summer, ¿no?-inquirí, tendiéndoles la mano. Ellos asintieron, se miraron entre ellos e intercambiaron varias sonrisas.
Louis se levantó de la litera, los saludó y se acercó a nosotros.
-No os conoce por vuestros nombres, así que venga-dijo, dando una palmada-, poneos en fila para que pueda presentaros de uno en uno como dios manda, porque sois demasiados; no doy a basto para decir vuestros nombres.
-Somos cuatro, uno menos que vosotros-replicó otro de los chicos,  de pelo largo, negro, extendido por su cara a modo de flequillo gigante.
Louis le sacó la lengua, y el señor flequillo se la devolvió.
-Vale, Eri, estos son Luke-dijo, señalando al rubio, que alzó las cejas y me dedicó una cálida sonrisa. Supuse que muchas chicas se desmayarían por aquello; debía reconocer que el chico tenía su encanto-, Calum-señaló a otro moreno de pelo más corto que el primero-, Michael-vaya, el flequillo tenía nombre-, y Ashton-dijo, señalando a otro de ojos azules y pelo castaño, que me recordó vagamente a Harry por sonrisa.
-Somos los teloneros-informaron, yo asentí con la cabeza.
-Lo sé, estuve en los conciertos.
-En el de España no lo fuimos-replicó el tal Michael, apartándose el pelo a un lado para mirarme.
-¿Sabéis que soy española?-inquirí, haciendo caso omiso de los dedos de Louis que me pedían que me callara. El rubio, Luke, miró al mayor de la banda a la que seguían por medio mundo, y mostró una preciosa sonrisa.
-Louis no cerraba la boca con que no quería ir a España porque se iba a acordar mucho de ti.
-¡Largaos a vuestro bus!
-Gus no está listo.
-¿Gus?-inquirí yo. Ellos asintieron con la cabeza.
-Nuestro bus se llama Gus. Porque rima-informó Ashton antes de echarse a reír con los demás. Alcé las cejas.
-Pasáis demasiado tiempo con los ingleses, ¿verdad?
Niall asintió con la cabeza.
-Pero nos lo pasamos en grande, ¿a que sí, australianos?
Chasqueé la lengua para mis adentros. ¡Claro, australianos! Me resultaba familiar haberlo escuchado por ahí.
Calum y Niall chocaron los cinco. Alguien se asomó a la puerta del autobús.
-Luke, Michael, Ashton, Calum, el bus está preparado. Ya podemos irnos.
Ellos asintieron con la cabeza, algunos alzaron la mandíbula, y se despidieron rápidamente.
Saltaron fuera del bus. El que parecía más pequeño, Luke, nos miró un segundo a Louis y a mí.
-Los dos nacimos en el 96-informó por fin. Sonreí.
-¿De veras?
-Sí, aunque yo soy mayor que tú. Cuando te canses de salir con dinosaurios, puedes llamarme-su sonrisa se volvió más amplia, Louis lo echó fuera.
-Te daría una hostia de no ser porque te saco dos cabezas, enano.
-Mientes.
-¡Que te vayas con tu puñetero Gus! ¡Largo! ¡Fus!-dijo, moviendo las manos para que Luke se fuera.
Tuve que sentarme en una de las sillas de nuestro autobús para no caerme de culo por culpa de la risa. Me limpié las lágrimas de los ojos y miré a Louis, que esperó a que los chicos estuvieran lejos para cerrar la puerta. Se fue directamente a la parte trasera del autobús, anunciando que se iba a dormir.
El bus arrancó, Noemí sacó un pintauñas de su bolso y se sentó en la parte trasera del autobús, mirando una pantalla de televisión colgada del techo, mientras se dejaba las uñas de color rojo pasión. Alba cogió un portátil y se me quedó mirando.
-¿Vemos Crepúsculo?
-¿Cómo te atreves a dudarlo?-repliqué yo, sentándome a su lado.
Niall sacó su teléfono y empezó a mirar fotos en Instagram, mientras Harry se colocaba los auriculares y miraba por la ventanilla, saludando de vez en cuando a las fans con suficiente fondo físico como para correr tras el bus. Pestañeó lentamente.
Zayn se tumbó cuan largo era al lado de Noemí y se dispuso a mirar la televisión, mientras Liam se colocaba en la parte delantera del autobús y se dedicaba a hablar con Paul y el conductor, que no parecían molestos a pesar de que tendrían mucho que hacer en esas horas siguientes.
Justo cuando estábamos empezando a ver Luna Nueva, se nos acercó Liam, que nos pidió que la pusiéramos en inglés para poder entender lo que decían los personajes creados por Stephenie Meyer. Así lo hicimos, y los dos sonreímos cuando Taylor apareció en pantalla y Alba frunció el ceño al ver que le quitaba el plano a su querido Robert. Taylor no estaba en su mejor momento con aquella peluca, pero a Liam y a mí nos servía.
Nuestras carcajadas cuando Bella anunció que tenía un retraso en Amanecer parte 1 despertaron a Louis, que se estiró, se inclinó a mirar qué nos hacía tanta gracia, negó con la cabeza y se acercó hasta la parte delantera del autobús. Se sentó allí, y se pasó el resto del viaje preguntando cada minuto cuánto faltaba para llegar.
Cuando llegamos a la frontera, el bus de los australianos se colocó tras el nuestro. El conductor bajó la ventanilla y habló un par de minutos con el jefe de la aduana, que se metió en el autobús un segundo, mandándonos bajar, para comprobar que no llevábamos droga. A Zayn le fastidió que le quitaran su paquete de tabaco, porque, según el policía, aquello se consideraba tráfico ilegal de drogas. Gilipolleces.
No se me escapó la mirada que le echó Louis al tío según le cogía el tabaco a Zayn. Me pregunté si ya tendría mono o todavía le duraría el buen humor.
Otro policía, de aspecto más amable, se acercó a su compañero y le informó con un fuerte acento texano que él se ocuparía del asunto, de modo que el primer policía se fue al autobús de los teloneros, llevándose las "drogas ilegales" de Zayn con él. Zayn suspiró, negó con la cabeza y se sacó un cigarro del bolsillo de la cazadora. Lo encendió y le dio una larga calada, disfrutando de su sabor, alargándolo en la medida de lo posible. Cerró los ojos y, cuando los abrió, se encontró con Louis, que negó con la cabeza e hizo un gesto en su dirección, indicándole que podía fumarlo entero si quería.
El policía en cuestión se balanceó sobre sus talones, los cinco chicos lo miraron.
-¿Sabéis? Mi hija es una gran fan vuestra.
Niall y Liam sonrieron, Louis alzó las cejas.
-¿En serio?
El hombre asintió.
-Le firmaremos un autógrafo, si quiere.
El hombre volvió a asentir.
Los chicos aceptaron la libreta que el policía les tendía, y estamparon sus rúbricas por ella, junto a una dedicatoria que Niall se encargó de escribir. Luego, señalaron la pistola que el hombre llevaba en el cinturón. Me asomé para mirarla. No parecía muy grande, pero no hacía falta que lo fuera para que te dejara seco en el sitio. Había leído no sabía dónde que los escorpiones más pequeños eran a la vez los más mortíferos.
No, no lo había leído. Lo había visto en una de las películas de Indiana Jones.
-¿Podemos cogerla?-preguntó Harry, que parecía el más fascinado por el arma, y eso que los demás no se quedaban atrás.
El sheriff del condado de Springfield (¡yiiiiiiiiiiiiha!) se rascó la nuca.
-No estoy seguro de si...
-Por favor...-empezó a suplicar Niall, que, ayudado por la cara de cachorrito de Liam, terminó consiguiendo que el hombre le tendiera el arma. De mala gana, echó un vistazo por detrás de ellos.
-Bajaos del autobús si vais a examinarla, no quiero que rompáis nada y os terminen echando la culpa de ello.
Bajaron en fila india, y la contemplaron poniendo especial cuidado en no apuntar a nadie con ella.
Cuando le llegó el turno a Zayn, empezó a examinarla con más detenimiento. Casi pegó los ojos al gatillo y la parte redonda en la que se guardaban las balas. La sostuvo con demasiado cuidado.
La disparó sin querer, dándole a un cactus que se hallaba a una decena de metros, aproximadamente.
Los cinco se pusieron pálidos, la tiraron al suelo y se lanzaron corriendo dentro del autobús, chillando que no querían hacer daño a nadie, que eran inocentes, y que querían un abogado.
Se encerraron en el baño, y Zayn empezó a aporrear la puerta.
-¡Abrid, cabrones! ¡Abridme!
-¡Asesino de cactus!-replicó uno de ellos, me pareció que era Liam, pero no estaba totalmente segura.
Zayn aporreó la puerta del baño (¿por qué había un baño en el bus? Me parecía totalmente absurdo), sin éxito. Así entró One Direction en Estados Unidos, y así iniciaron su gira.
Llegamos a Miami, donde cientos de fans ya les esperaban con camisetas de fútbol que se pusieron en el concierto.
También siguieron rodando la película, This Is Us. Les tocó hacer una entrevista individual, pero el director había decidido que lo hicieran durante la prueba de sonido, dado que así se sentirían más en tono con el resto de gente, con lo que serían más sinceros y se expresarían mejor. Me tocó hacer las partes del chico que no podía cantar debido a que lo estaban entrevistando, y casi siempre lo hacía en las canciones en las que menos intervenían.
Por ejemplo, sustituí a mi chico cuando probaron Kiss You y Live While We're Young. No me corté un pelo en imitar sus movimientos, consiguiendo que los demás se rieran, y que Louis fingiera hacerse el ofendido porque:
-¡Yo no hago eso! ¿Me estás vacilando? ¡Yo no me muevo así! ¡Déjame en paz! ¡No te rías de mí!
Sí, definitivamente habían empezado bien el tour.


Habíamos llegado a Nueva York aquella noche, y ya habíamos dormido allí. Después de dar un paseo nocturno, apelotonarnos frente a los escaparates de las tiendas y arrastrar a Louis a Tiffanys y suplicarle que me dejara cinco minutos para comer churros delante del escaparate exactamente igual que Audrey en Desayuno con diamantes, regresamos al hotel, en cuyas camas nos dormimos a la velocidad del rayo.
El concierto de Miami había sido espectacular, pero había tocado moverse y seguir avanzando por Estados Unidos, lo que nos llevó a la ciudad que nunca duerme, pero que supuestamente jamás dejaba de soñar.
¿Para qué tenía que soñar nada Nueva York? Todo el mundo sabía que, aunque fuera la ciudad de las oportunidades, la que cumplía los sueños era Los Ángeles.
Las familias de los chicos nos acompañarían en algunos conciertos, y los Tomlinson habían sido los primeros en llegar a visitarnos. Después de llegar del viaje de varias horas en tren, la madre de Louis y su prometido, al que Louis luchaba por tragar pero del que no terminaba de fiarse del todo, decidieron salir a dar un paseo. Tal vez incluso comiesen fuera.
Las gemelas corrieron a saludarme, se colgaron de mí y tiraron de mi ropa para poder cubrirme a besos, preguntándome por qué no había ido a Doncaster la última vez. Miré a Louis, que se limitó a encogerse de hombros.
-No les dijiste que habíamos roto-dije en silencio, contemplándolo a los ojos.
Negó despacio con la cabeza, luego se encogió de hombros, miró a sus hermanas más pequeñas y volvió a negar.
-No, me pareció que no lo soportarían.
Asentí con la cabeza, él se tiró en el sofá y suspiró, rascándose la barriga. Fizzy fue a darle un beso en la mejilla, y protestó cuando su barba le pinchó.
A mí también me pinchaba, pero ese mismo hecho encendía en mí unos instintos que nunca hubiera pensado que existían. Me descubrí estremeciéndome mientras recordaba la boca de Louis sobre la mía, su barba rascando mis labios, mi pecho, mi cuello, lo mucho que me excitaba...
Jadeé, empujé a las gemelas para quitármelas de encima y fui a sentarme encima de Louis, sobre sus rodillas. Él se inclinó para darles un beso a sus hermanas, les preguntó qué tal estaban, y siguió hablando con ellas mientras yo me deslizaba sutilmente a su entrepierna.
Sólo me miró una vez, con la precaución escrita en su mirada, pero la venganza era un plato que se servía frío, y él me había hecho lo mismo cuando salimos de Miami e íbamos hablando con los chicos.
Posó su mano en mi rodilla, fue subiendo lentamente por mi pierna, y en el último instante, sin despegarse de mi piel, pasó a la otra pierna. Creí que no soportaría aquella tortura, pero terminé acostumbrándome a la sensación de calor irracional acompañando a las corrientes eléctricas insoportables que sus dedos me transmitían cada vez que se acercaban al punto donde yo más le deseaba.
Me había visto obligada a cruzar las piernas, pero él seguía con su tortura, de tal manera que las crucé otra vez, y otra, así hasta otras cuatro veces. La última vez su mano se quedó atrapada entre ellas, y me lo hizo pasar mal, muy mal.
Así que ahora me tocaba tomarme la revancha.
Cogí a Daisy en cuello, la senté en mi regazo y le estampé un sonoro beso. La pequeña se sonrojó, se echó a reír y me devolvió el beso. Su gemela se puso celosa, así que fue a por su hermano.
-¿Vemos una película?-sugirió Lottie, sentándose en uno de los sofás de la suite y sonriendo a su hermana pequeña, que gateó hasta ella. Phoebe escaló por mis piernas y ocupó el puesto de su hermana.
-¿Cuál?-inquirió Fizzy, sentándose en el suelo con la cabeza la lado de la de Louis, que empezó a susurrarle cosas al oído, cosas que hicieron que se echara a reír y tratara de callarse tapándose la boca.
Lilo & Stitch!-gritaron las gemelas al unísono después de mirarse un instante. Louis puso los ojos en blanco.
-¿Otra vez?
-A mí me encanta-repliqué, palmeándole el vientre. Sonrió, y me acarició las piernas con una expresión seductora en la mirada.
-Tienes mal gusto.
-En lo que a hombres se refiere, debo darte la razón-repliqué, inclinándome hacia él.
-Sé por qué te has sentado ahí, nena-murmuró contra mi boca. Mis dientes rozaron sus labios, tiré del inferior despacio.
-Soy una zorra vengativa.
-Y por esas dos cosas te amo-contestó, pasándome las manos por la cintura y bajando hasta mi culo.
-¿Queréis que os dejemos solos?-preguntó Lottie, alzando una ceja. Negué con la cabeza, me separé de Louis y volví a mi asiento habitual.
Las chicas pusieron la película, que las gemelas habían decidido pasear por medio mundo. Louis terminó escurriéndose debajo de mí y sentándose con las piernas estiradas a mi lado. Entrelazamos las manos en un momento dado; ninguno de los dos pareció pensarlo y mucho menos molestarse por ello. Fue algo automático.
Por cosas como esa era por las que estar juntos era fácil como respirar.
Las gemelas recitaban frases al azar de memoria, pero cuando llegó la más importante, las cinco chicas presentes nos fundimos en un coro femenino.
-Ohana significa familia. Familia, que estaremos juntos siempre. Y que nunca te abandonaremos.
Fizzy me dio un toque en la rodilla con la cabeza.
-Tú eres de nuestra ohana, Eri-murmuró.
Sonreí.
Lottie y las gemelas asintieron.
Sonreí más.
Louis me besó el dorso de la mano, mirándome a los ojos, confirmándome lo que me había dicho su hermana.
La sonrisa creció tanto que se me partió la cara y me morí de amor.
Bueno, no me morí, pero casi.
Me acurruqué aún más contra Louis y le besé el pecho cuando me pasó un brazo por los hombros, decidiendo que mi vida no sería vida si no pasaba aquello todos los días del resto de mi estancia en aquel mundo.
Cuando la película se terminó, él se levantó, se estiró y nos miró.
-Vengo ahora.
-¿A dónde vas?-preguntó Lottie, cruzando las piernas y enredando una mano en su pelo, eliminando los nudos que se habían formado sin provocación previa. Louis se tocó los labios una vez; yo no necesitaba confirmación, pero estaba bien que lo hiciera-. Ah.
-¿A dónde va?
-A fumar, Fizzy-Louis puso los ojos en blanco, Fizzy abrió la boca tanto que no me habría extrañado nada que se le desencajara la mandíbula.
-¿Fumas?
-Sí, Louis. ¿Fumas?-inquirieron las gemelas a la vez.
Louis asintió.
-¿Por qué?
-Porque soy imbécil, pequeñas-replicó él, agachándose a su lado y acariciándole la mandíbula a una y luego a otra-. No lo hagáis vosotras, ¿vale?
-No eres imbécil-protestó Phoebe.
Louis asintió con la cabeza.
-Entonces, lo que soy es malo.
-Tampoco eres malo-replicó Daisy, saliendo en ayuda de su compañera de travesuras eterna.
-No lo eres-aseguró Phoebe, abrazándose al cuello de su hermano. Louis sonrió, la besó muy despacio, acariciándole la espalda.
-Gracias, mi vida-contestó; besó a Daisy y salió al balcón.
Las gemelas buscaron otra película para ver mientras yo me levantaba del sofá y estiraba las piernas. Lottie contempló a su hermano, que se había apoyado en la barandilla del balcón y dejaba salir el humo de su boca como si de una locomotora se tratara.
Capturó un par de mechones de pelo entre sus dedos y empezó a enredarlos y desenredarlos, aburrida. Frunció el ceño cuando su hermano se giró.
-Eri...¿podemos hablar?
Me quedé mirando a mi cuñada más mayor, tragué saliva y asentí con la cabeza. Las veces que había estado en Doncaster me habían enseñado a no subestimar a Lottie; que su pelo y su forma de ser no se parecieran en prácticamente nada a los de Louis no significaba que tuviera que tenerle menos respeto a ella y a sus enfados, porque eso, precisamente, lo habían heredado todos los Tomlinson, tanto las "auténticas" como el "falso".
Entramos en una habitación al azar, y, en cuanto vi una camiseta verde con un el típico mensaje de I♥NY con el corazón sustituido por un trébol, supe que era la de Niall. Lottie se sentó en la cama y palmeó el hueco a su lado.
Me senté y me observé las uñas. Sus ojos, tan idénticos a los de su hermano, no se apartaban de mí.
-¿Dónde te habías metido?
-Estaba en Inglaterra; siempre estuve en Inglaterra.
-¿Y por qué no volviste a por mi hermano?
Negué con la cabeza, los ojos empezaron a empañarse. Creía que estaba lista para hablar de nuestra ruptura, de todo lo que había pasado, pero sabía que Lottie iba a darme caña, y aquello sería imposible de soportar.
Me froté el rostro con la mano.
-Las cosas no eran tan sencillas, Lottie...
-Tuviste otro novio.
Negué con la cabeza.
-¿Dejaste a Louis por él?
-Quiero a tu hermano más de lo que puedo querer a mi alma inmortal. Eso en el caso de que yo tenga de eso.
-Entonces, ¿por qué estuviste con otro? ¿Le querías?
Volví a sacudir la cabeza, era lo único que podía hacer. Las palabras se agarraban a las paredes de mi garganta y se negaban a salir.
Lottie me pasó un brazo por los hombros.
-Eri... le dolió mucho, ¿vale? Vi cómo se demacraba, y sé que si te lo cuento, garantizaré que no vuelva a pasar. No puede volver a pasar. No debe volver a hacerlo, bajo ningún concepto, nunca jamás.
-Tu hermano es demasiado valioso, Lottie-asentí con la cabeza, mirándola a los ojos. Se mordió el labio; al final iba a ser demasiado incluso para ella-. Y muchas veces pienso que no me lo merezco.
-Por eso te digo esto, Eri. Te lo mereces. Más que nadie. Si no te lo merecieras, a él no le afectaría tanto estar sin ti.
Tragué saliva, las lágrimas corrían por mis mejillas a toda velocidad, compitiendo con los coches de Fórmula 1.
-¿Tú crees?
-Eh, yo lo vi-alzó los hombros-. Sea lo que sea lo que le hayas hecho, es fuerte, es poderoso, y, sobre todo, es bueno. Debes seguir haciéndolo.
Sonreí, luego me incliné hacia ella y la abracé.
-El otro se llamaba Max.
-Supongo que era guapo.
-Bastante.
-¿Cómo mierda lo haces?-espetó, sin poder entenderlo. Luego, negó con la cabeza-. Todos los tíos que se te acercan son guapos. Menos mi hermano. Mi hermano, el pobre, es un cardo, lo que pasa es que lo maquillan mucho.
Me eché a reír. Lottie tenía los genes de su hermano, eso había que concederlo. Que no los mostrara tanto como él no significaba que no estuvieran allí.
Justo en ese instante, Louis abrió la puerta de la habitación, se asomó y nos miró.
-¿Qué hacéis?
Me limpié las lágrimas.
-Hablábamos.
-¿Llorando?-contestó, poniéndose tenso de inmediato. Un montón de adjetivos desfilaron por mi mente; el más fuerte era protector.
Louis me protegía, y ésa era una de las cosas que me hacían quererlo tanto.
Protegía a sus hermanas, y por eso ellas lo adoraban de aquella manera en que lo hacían.
Cerré los ojos y apreté los puños.
-Sí-me encogí de hombros. Alzó las cejas y miró a Lottie.
-¿Charlotte?
-Sólo hablábamos de cuando no estuvo. Nos estuvimos poniendo al día.
-De Max-contestó él, y me di cuenta de que era la primera vez que pronunciaba su nombre después de que le dijera que había estado con él, aunque no nos hubiéramos acostado.
-¿Por qué me da la impresión de que tienes la necesidad de odiar a todos los chicos llamados Max que te rodean?
-Porque me dan motivos para hacerlo. ¿Qué hablabais de ese chaval?
-Sólo quería saber si Eri...-la voz de Lottie se fue apagando a medida que avanzaba en la frase, como una vela a medida que avanza la noche. Se encogió de hombros, se levantó, se llevó una mano al pelo y la hundió allí. Salió de la habitación por el escaso hueco entre el cuerpo de su hermano y el marco de la puerta. Louis se me quedó mirando.
-Voy a hacerme un tatuaje nuevo-anunció-, y quiero que me acompañes.
-No sé si no me dará grima después del de la nuca, Louis. Me dolió muchísimo.
-No me lo voy a hacer en la nuca.
Suspiré.
-No voy a hacerte cambiar de opinión, ¿verdad?
Sacudió la cabeza con aquella sonrisa de niño travieso en la boca. Yo asentí, me incorporé y me dispuse a atarme los pañuelos por las muñecas. No me apetecía pasear mis cicatrices por Nueva York, dado que no lo había hecho por la noche, cuando apenas se veían, tampoco lo haría a plena luz del día.
Él cogió los pañuelos, los ató alrededor de mis muñecas y les apretó el nudo, asegurándose de que no se caían por accidente y de que nos costara deshacerlos después para que nadie mostrara mi secreto al mundo sin yo quererlo.
Salimos de la suite después de que él les ordenara a sus hermanas que no se movieran y nos metimos en el ascensor.
-¿Qué te vas a hacer esta vez?
-Ya lo verás-contestó, alzando las cejas. Puse los ojos en blanco.
-¡Louis! ¡Dímelo!
-No.
-Pero...
-No.
-¿Por qué?
-Porque no tengo una idea clara, sólo es algo aproximado.
Me quedé callada un momento, recordando su cara cuando adivinó de qué hablaba con su hermana.
-¿Te ha parecido mal que estuviéramos hablando de Max?
-Sí-contestó sin darme apenas tiempo a terminar la frase. Lo estudié bajo la luz del ascensor, que era más lento de lo que parecía en un principio.
-¿Te has enfadado?
-No.
-¿Seguro?
-Eh, nena, no tienes por qué estar preguntándome si me he enfadado cada dos segundos. No, no lo estoy. Si lo estuviera, te lo diría.
-No me has dicho que te parecía mal.
-Porque era una tontería. Al fin y al cabo...
-¿Qué?-dije cuando vi que pretendía dejar la frase en el aire.
-En el fondo me da exactamente igual a cuántos mires, mientras tu corazón siga siendo sólo mío.
Me puse de puntillas y me hundí en aquel mar que tenía en los ojos.
-Lo tienes garantizado.
Sus ojos chispearon con su sonrisa.
-Lo sé-replicó, inclinándose y besándome despacio. Las puertas del ascensor se abrieron, nos separamos de mala gana, entrelazamos las manos y salimos juntos fuera del hotel, donde un aluvión de paparazzis nos esperaba para sacarnos miles de fotos con las que rellenar las páginas en blanco de sus revistas. Louis prácticamente me arrastró tras él, abriéndose camino entre ellos, con la cabeza gacha. Cuando la gente le rodeaba de esa manera, su actitud cambiaba mucho, pero yo había aprendido a leer entre líneas y era capaz de sentir la rabia que bullía de él en esas ocasiones en las que no le dejaban ni un respiro.
Nos persiguieron por varias calles, hasta que por fin, se hartó, se giró y les espetó:
-¿Qué queréis?
Todos se quedaron callados, los fotógrafos siguieron con lo suyo mientras los cámaras continuaban grabando. Los únicos que se quedaron un poco descolocados por su reacción, al igual que yo, fueron los que sostenían micrófonos. No eran estúpidos, y no se atrevían a atacar a Louis directamente, especialmente ahora que se le notaba el cabreo corriéndole por las venas.
-¿No tenéis bastantes fotos ya? Tenemos hoy un concierto, así que, por favor-y para nada les estaba pidiendo un favor, sino estaba amenazándolos con todas las de la ley pero disfrazándose en aquel sarcasmo que sólo él manejaba-, no me agobiéis. Ni a mí ni a Eri.
Lo contemplé un segundo, luego tiré del gorro de lana que le había robado y lo seguí por la calle. Nuestros perseguidores se habían quedado atrás. No nos dejaron, no iba a ser tan fácil, pero por lo menos nos dejaron unos cuantos metros de distancia.
Entramos en una pequeña tienda que él ya conocía; Zayn se había hecho varios tatuajes allí. Se acercó al mostrador y carraspeó. El tatuador levantó la vista, nos miró a ambos de arriba a abajo, y sólo en el segundo vistazo pareció reconocer a mi novio.
-Tú...-dijo, y una oscura sonrisa cruzó su cara. Carraspeó-. ¿En qué puedo ayudaros?
-Quiero un tatuaje.
-Tú dirás-dijo, sacando el libro con las imágenes, pero Louis negó con la cabeza.
-Una cuerda. Con un infinito aquí-dijo, dándole la vuelta a su mano y mostrando el dorso-, y rota por este extremo-mostró la cara interna de la muñeca, en la que unas pocas venas se adivinaban a través de la piel-, pero los extremos deben ser lo suficientemente grandes como para que puedan anudarse.
El tatuador asintió.
-¿Algo más?
Louis me miró, me cogió la mano y tiró de mí.
-Sí, quiero que el punto donde se rompe la cuerda esté como en un eje.
-Tendrás que dibujarlo tú.
-¿Tienes un bolígrafo?
El hombre asintió con la cabeza, hizo un gesto con la mano y se agachó, revolviendo en el mostrador hasta topar con uno. Mientras tanto, Louis me miró a los ojos.
-Voy a quitarte el pañuelo.
Mi expresión de alarma debió de ser de tal tamaño que le hizo sonreír.
-No te preocupes, si quieres, sólo veré la cicatriz yo.
Asentí con la cabeza, tragué saliva y le tendí la mano. Me quitó el pañuelo despacio, y me dejó la mano sobre el mostrador. Quise apartarla de allí cuando sentí la mirada del tatuador clavada en mi piel, pero la presencia allí de mi chico me hizo sentir segura.
Louis cogió el bolígrafo y se dibujó en la misma muñeca que yo la misma cicatriz que me había abierto las venas. Aguanté el aliento.
El tatuaje era su forma de decirme que sí.
Apostaba por nosotros.

jueves, 22 de agosto de 2013

Contaminación.

Los conciertos de los chicos vistos desde el público eran una locura, eso nadie podía negarlo.
Pero los conciertos de los chicos vistos desde detrás del escenario, con una gran cantidad de pantallas por todas partes, en las que veías los movimientos de cada uno y los vídeos que se exhibían cuando tenían que ir a cambiarse de ropa eran el cielo en la tierra.
Y ya no hablemos de cómo los chicos habían vuelto a ser ellos mismos porque Louis ya no tenía esa cara larga, de preocupación, que había paseado por toda Europa.
Me acaricié los brazos, tocando con la yema de lo dedos las heridas que acababa de abrirme, y no pude evitar sonreír cuando me asomé para verlos en directo en el escenario mientras cantaban Little Things,  sentados en aquella plataforma y en las escaleras, y Louis, como si supiera que estaba allí, giró la cara, me miró, y no rompió el contacto visual en lo que duró su solo, con una tierna sonrisa en los labios.
Me sentía poderosa, me sentía bien, porque la cara larga había desaparecido. Si había estado ahí había sido por culpa mía; sin embargo, me alegraba más saber que la había enviado bien lejos.
Los chicos se levantaron, se acercaron al borde del escenario, y yo me metí dentro. Oía los comentarios del puñado de personas que se encargaba de la iluminación, el sonido y las cámaras a través de unos auriculares que alguien se había dejado olvidados por ahí.
Noemí miraba las pantallas con el dedo índice en los labios, pensativa, sin apartar la vista de la de Harry. Sólo cuando alguien chistaba, se reía, o hacía algún comentario acerca del comportamiento de alguno de los demás, se dignaba a apartar la vista de Harry y miraba directamente a la pantalla principal, la que veían las fans detrás de los chicos. Suspiré.
Alba estaba asomada al escenario, sin apartar la vista de cualquiera de los chicos a los que pudiera ver sin tener que sacar la cabeza. Las mexicanas gritaban algo a coro, algo que no alcancé a entender. Alba sonrió, sus ojos brillaban con lágrimas inundadas de puro orgullo.
Me acerqué a ella, le pasé un brazo por los hombros, ella me lo pasó por la cintura y nos balanceamos al ritmo de las canciones, mientras los chicos iban y venían por el escenario.
Varias veces Liam dirigió una rápida mirada a donde estábamos nosotras. Luego, Niall, Zayn o Harry se asomaban, hacían alguna mueca para hacernos reír, y volvían a su trabajo.
Louis se dedicaba a dar brincos de alegría, haciendo reír a las fans, a los chicos y a mí, a base de ser como él era, lo cual era suficiente.
Me estremecí cuando el concierto se acabó y los cinco se reunieron, colocándose en fila, para dar las gracias a su público. Se inclinaron al unísono, convertidos en una cadena de brazos y piernas sincronizados,  sonrieron, saludaron con la mano y corrieron a detrás del escenario.
Cuando quise darme cuenta, los cinco me habían arrastrado con ellos. Perdí de vista un segundo a Alba, y ya no la volví a ver en toda la noche.
Abracé a Louis con fuerza, él me levantó del suelo y yo me eché a reír, pidiéndole, suplicándole, más bien, que no me soltara, porque iba a caerme y me haría daño. Me dejó en el suelo despacio y colocó sus labios en los míos.
Varias personas de nuestro alrededor silbaron cuando me metió una mano en el bolsillo trasero del pantalón para pegarme a él y con la otra me sujetaba la cintura. Yo tenía las dos manos en su cuello, acariciando su pelo y hundiendo los dedos en él, demasiado concentrada en nuestro beso para hacer caso de los demás.
Se separó de mí, se relamió y me preguntó algo, pero no le escuché debido al alboroto general: México entero quería que volvieran al escenario, querían más canciones, querían los dos discos completos, las actuaciones en The X Factor, lo querían todo de nuevo, una segunda oportunidad, un algo con lo que alargar aquello. El equipo se felicitaba por la labor prestada, se abrazaban y se estrechaban las manos. Los chicos hacían una especie de donut gigante, giratorio, dando gritos como pocas veces les había visto hacerlo.
Louis me arrastró con ellos, nos colamos entre Zayn y Noemí, que saltaba todo lo que podía para que no la pisaran, y nos unimos al coro de gritos.
Luego, nos dividimos en grupos. Alba quería irse a la cama, estaba cansada y en unas pocas horas tendría que coger un avión de vuelta a casa, en el que no dormiría nada, así que consiguió convencer a Liam para que fuera con ella a dormir, en vez de dejarla tirada por irse de marcha con los chicos.
Noemí, Niall, Zayn y Harry querían ir a alguna discoteca de por ahí. Yo me giré hacia Louis, lo miré a los ojos y le coloqué bien el cuello de la camisa, que se había disparado hacia arriba cual cohete de la NASA en su momento de despegue.
-Vete con ellos, si quieres.
-La verdad es que estoy cansado-comentó, encogiéndose de hombros y capturando uno de los pocos mechones de pelo que eran lo bastante largos para metérseme en la boca y poniéndolo detrás de la oreja.
-Mientes.
Negó con la cabeza, más serio que en un entierro.
-Preocuparse por ti es agotador, nena-replicó, palmeándome el culo. Le devolví la palmada, pero más fuerte. Él hizo lo propio.
-¿Vamos a estar así hasta mañana, o sólo es impresión mía?-dijo, sonriendo con aquella sonrisa de niño travieso que no quiere que lo castigues a pesar de que sabe de sobra que ha hecho cosas mal. Puse los ojos en blanco.
-Puede ser, bestia culona.
Se echó a reír, negó con la cabeza.
-Eres imposible.
Me encogí de hombros, me pasé su brazo por ellos y le seguí hasta el furgón en el que iríamos de vuelta al hotel.
Los que iban a salir fueron los primeros en ducharse. Louis se tiró en el suelo, diciendo que no podía más con su vida, y juro por dios que se quedó dormido. Alba se dedicó a tocarle partes del cuerpo con un palo de golf que había encontrado en un armario, olvidado seguramente por un cliente rico demasiado importante para recoger sus cosas, pero él no se inmutó.
Roncaba suavemente cuando Liam lo tocó con el pie. Yo estaba tumbada en el sofá, repitiendo a intervalos regulares:
-¡Qué bello es vivir!
Me tocó decirlo cuando Liam abría la boca:
-Louis, ya puedes ducharte tú.
-Déjame, quiero morir aquí. Se está a gusto en este suelo.¡Eri! ¡Trae a un cura! ¡Que me den la extrema unción!
Puse los ojos en blanco y le hice un corte de manga; no me vio.
-¡Eri!
-¡Qué bello es vivir!-bramé de nuevo, cambiando de canal, pues la fotosíntesis del plancton era demasiado interesante para mí. No soportaba las cosas que tenían tanta acción; por eso nunca veía ninguna película e en la que saliera Bruce Willis.
-¡Eri!-repitió Louis.
Le tiré un cojín.
-¡QUE VIVIR ES MUY BELLO!-le chillé en su lengua para que pudiera entenderme. El cojín volvió volando hacia mí-. ¡HIJO DE PUTA! ¡NO ME DEVUELVAS EL FUEGO!-ladré, levantándome y aprovisionándome con cojines-. ¡HIJO DE PUTA! ¡HIJO DE PUTA! ¡LIAM, QUÍTATE DE EN MEDIO, NO QUIERO QUE  ESTÉS EN FUEGO CRUZADO CUANDO ACRIBILLE A COJINAZOS A ESTE HIJO DE PUTA! ¡LOUIS, HIJO DE PUTA!
Louis se dio la vuelta, me miró, sonrió, alzó los pulgares y volvió a darse la vuelta. Me abalancé hacia él y empecé a darle con los cojines. Él se retorcía y se  reía, pero yo sabía que le estaba haciendo sufrir.
Louis empezó a llamar a voces a Liam, y éste me separó de él, poniendo especial cuidado en tratar con suavidad mis heridas, temiendo que pudieran abrirse de nuevo.
Pataleé como una loca, pero Louis se las apañó para cogerme los pies, agarrarme con fuerza, y entre Liam y él me balancearon de un lado a otro.
Niall pasó a mi lado, con los ojos fijos en la pantalla de su móvil. Seguramente estuviera hablando con Victoria. Le chisté, él levantó la cabeza y dio un brinco hacia atrás al ver lo que me hacían.
-¡Ayúdame!-dije, estirando los brazos en su dirección, pues ya había intentado, sin éxito, que Liam me soltara a base de toquetearle el pecho en busca de los pezones para estrujárselos. No coló.
Niall me miró un segundo, miró a Louis, después a Liam, a continuación volvió otra vez a mí, se encogió de hombros con fría indiferencia y se marchó de la habitación, canturreando algo sobre que iba a comer  nachos hasta reventar.
Louis le dirigió a Liam una mirada cargada de simbolismo.
-¿Dónde la tiramos?
Liam le devolvió la sonrisa, me estremecí en la medida de lo posible.
-Donde tú quieras.
Se acercaron a la ventana y yo empecé a chillar como una loca. Sabía que no me iban a tirar, pero puede que me colgaran del vacío un rato. Suficiente para que me diera un ataque al corazón y me muriera allí mismo, con tantos sueños aún por cumplir.
-¡Alba! ¡Alba! ¡ALBA!-grité a todo lo que dieron mis pulmones; los de las habitaciones debajo de nosotros debían de estar contentos con el alboroto que estábamos formando, y eso que sólo éramos tres.
Alba se asomó, se había hecho una coleta y estaba subiéndose unos pantalones cortos de pijama que, a todas luces, no le aguantarían puestos toda la noche.
-¿Qué?
-¡Quieren tirarme!-grazné. Louis me hizo cosquillas en un pie: saqué fuerzas de donde no las tenía para tratar de arrearle una patada en la mandíbula. Nadie me hacía cosquillas cuando estaba tan alterada, absolutamente nadie, incluido él.
-Tienes pasta de dientes  en la mejilla, mi vida-replicó Liam.
-¡Suéltame para limpiársela!
Louis hizo un gesto con la cabeza, me arrastraron hasta el sofá y me balancearon con más fuerza.
-¿A la de tres, Tommo?
-Empieza a contar, Payne-sonrió Louis.
-3...
-No, por favor-supliqué.
-2...
-No os atreváis.
-1...
-¡NO!-grité, y empecé a retorcerme en el aire cuando me lanzaron contra el sofá.
Louis se inclinó hacia mí y me besó en la boca., tranquilizándome más rápido que los dardos que se usaban con los elefantes para poder ponerles su medicina. Le acaricié el cuello.
Nuestras respiraciones estaban agitadas cuando nos separamos. Me acarició el pelo.
-Voy a la ducha-anunció en voz baja; Liam se había ido, tenía cosas más importantes que hacer con Alba que quedarse tumbado conmigo viendo cualquier porquería en la televisión.
Pensé que Louis iba a decirme que lo acompañara, pero en el último momento sonrió con coquetería y pidió:
-No me eches de menos.
-Va a ser mucho pedir-repliqué, pellizcándole la pierna y sonriendo tan ampliamente que sentí cómo se me estiraban los músculos de la cara. Sonreír así llegaba a doler.
Me dio una palmada en la cintura y se metió en el baño, empezando a desnudarse ya antes de entrar para mi propio deleite. Recorrí con la mirada los músculos de su espalda: no era la más musculosa que había visto, ni la más ancha, pero era la que más me gustaba en el mundo la que mis manos más había recorrido.
Conocía la espalda de Louis por su tacto igual de bien que un ciego conoce las palmas de las manos de sus amigos gracias a la yema de los dedos. Suspiré, me acurruqué en el sofá, haciéndome aún más pequeña, y subí el volumen de la televisión cuando empezaron los gemidos en la habitación de Alba y Liam.
-Idos a un hotel-les insté con voz queda, tan bajo que apenas pude oírme por encima del escándalo de la serie de Fox, y puse los ojos en blanco ante lo bueno de mi broma. Ya estábamos en un hotel, así que, técnicamente, la que sobraba era yo.
Louis abrió la puerta del baño subiéndose los pantalones e hizo un gesto para que entrara con él. Me puse de morros inmediatamente.
-¿Y si no quiero?
-No vamos a hacer nada-replicó, pasándose una mano por el pelo y contemplando el brazo que tenía lleno de tatuajes. Suspiré, me levanté a duras penas y observé la pantalla.
-¿Qué vamos a hacer?-repliqué despacio, sin atreverme a ver cómo la expresión de su cara aumentaba la fuerza de las palabras que estaba a punto de pronunciar.
-Voy a limpiarte las heridas.
Di un paso atrás, y automáticamente dejé salir la pantera peleona que llevaba dentro. Louis se había convertido una amenaza en escasos segundos, quería robarme mis crías, y no iba a consentirlo. Negué despacio con la cabeza.
-No.
-Sí, Eri-replicó, estirando la camiseta. Ni siquiera estaba mirando su pecho, el pequeño vello que se hallaba en él, simplemente quería alejarme de él, no quería que tocara mis heridas, y mucho menos mis cicatrices, no quería que se relacionara con ellas, simplemente no...
-No.
-Eri.
-¡No!-grité, llevándome las manos a la boca, asustada por lo que era capaz de decirle en ese instante. Él dio un paso muy despacio hacia mí, yo di dos a mi espalda para tratar de poner distancia entre nosotros. Lo señalé con un dedo acusador.
-Quédate ahí.
Negó con la cabeza, se acercó un poco más a mí, yo di otro paso, otro más...
...y di contra el cristal de la ventana.
Mierda, mierda, mierda.
-Eri, joder, sólo quiero curártelas. Si no las limpiamos tal vez se te infecten. Hay dos que tienen muy mala pinta.
El espejo bien podía estar sucio, tener una enorme cantidad de microbios en él cuando me corté, por lo que aquellos microbios lo habían tenido muy fácil para pasar de un lado a otro. Ahora podrían estar montando una fiesta de las grandes, cebándose con mi ya de por sí débil salud...
Miré a Louis, que dio otro paso más hacia mí. Me quedé quieta, esperando que llegara, respirando despacio, pues era lo único en lo que estaba pensando ahora. Inspira, expira, inspira, expira.
Llegó a mi lado, me besó la mejilla y comenzó a bajar las manos. Escondí las mías detrás de mi cuerpo, entrelazándolas tras la espalda. Cerré los ojos.
-No quiero que las toques, Louis-murmuré cuando dejó caer los brazos a los costados, abatido. Me miró.
-Necesito curártelas.
-Puedo hacerlo sola.
-No, no puedes. Además, yo lo necesito, Eri. Tengo la impresión de que si están ahí es por culpa mía.
Negué con la cabeza, lo miré con los ojos llenos de lágrimas. Me puso una mano en la mejilla.
-Tú eres lo único bueno que me ha pasado, Lou. No quiero que las toques, porque ellas son lo peor que hay en mi vida. No quiero que te contaminen.
Sonrió, me sacó las manos de detrás de la espalda y me miró con toda la calidez que podía haber en unos ojos. Según lo comprobé, no era poca.
-Tal vez yo pueda contaminarlas-replicó, pegándose a mi cuerpo, acariciándome el cuello y besándome despacio. Podría sostenerme si me caía, podría ayudarme a volar si empezaba a saltar, podía enfriarme si me quemaba y calentarme si me congelaba.
Podía curar mis heridas si yo misma las abría.
-Déjame curarlas, amor-suplicó en mi boca. Asentí despacio, de repente convencida de que no me haría daño. Sonrió, me dio un rápido pico, entrelazó sus dedos con los míos y tiró de mí en dirección al baño. Lo seguí con una sensación en las piernas no demasiado agradable.
Cogió una botella de desinfectante del botiquín guardado en los armarios del baño, los mismos en los que había rebuscado yo por la mañana para abrirme las venas, y una gasa. Se me quedó mirando, estudió la habitación y susurró:
-Voy a por una silla.
-¿Quieres que vaya yo?-repliqué, frotándome las manos contra las piernas. El roce continuo resquemaba, y no tardé en detenerme y preguntarme de dónde había sacado esa manía. No podía habérselo visto a nadie. Negó con la cabeza y me indicó con un gesto de la mano que me sentara.
Volvió cargando con una silla de acero de las que había en la suite, cerró la puerta con el pie, y la colocó justo frente a mí. Miré la puerta cerrada, impasible.
-¿Abro la ventana?
Me encogí de hombros, pero terminé asintiendo.
La camiseta se le levantó un poco, permitiéndome un rápido vistazo de su vientre, y sentí un calor suave entrando por mi vientre y expandiéndose en todas direcciones. Quise abofetearme, porque, ¿cómo me atrevía a dudar de Louis?
Me llevé una mano a la boca, royendo despacio una uña sin llegar a morderla del todo pensativa. Me encantaba cómo me tocaba, lo despacio que me hacía el amor cuando importaban más los sentimientos que las sensaciones, la manera en que podía mirarlo y tener sus ojos clavados en mí aunque estuviéramos en la punta opuesta de una habitación, entrar en un lugar y sentirme tranquila y a salvo porque nadie me haría nada con él a mi lado...
-¿Nena?-inquirió él, agitando su mano frente a mí. Di un brinco y él dio otro-. Joder, Eri. ¿Qué pasa?
Alcé los hombros, luego las manos.
-Estaba pensando-me excusé. Alzó las cejas mientras echaba lentamente el líquido marrón en la gasa, perfectamente blanca, perfectamente impoluta y pura. Y ahora nosotros íbamos a corromperla.
-¿En serio? ¿En qué?
-En lo mucho que te quiero.
Levantó los ojos, de un azul cristalino como el mar, hermoso como el cielo de un día de verano. Chispearon de alegría.
-¿Mucho?
-Muchísimo, y más después de todo lo que haces por mí.
Me besó la frente.
-Es un placer-replicó, cerrando el bote y colocándolo a sus pies. Se deslizó por la silla hacia delante para limpiarme mejor las heridas, con lo que sus piernas rodearon las mías, y las mías las suyas. Terminé con una de mis piernas entre las suyas, y una de las suyas entre las mías. Contuve el aliento cuando le rocé el muslo suavemente por la rodilla.
-Eri...
-¿Qué?-casi chillé, tomando aire de golpe. Mis pulsaciones habían bajado debido a el mantener el aire, pero también habían aumentado porque oh dios Louis.
-Contrólate, ¿quieres? ¿O también tengo que hacerte un masaje cardíaco?
-¡Sí!
Se echó a reír, negó con la cabeza y me extendió los brazos. Yo apoyé los codos en las piernas y me incliné hacia delante. Él miró con descaro mi escote, tragó saliva, cerró los ojos, negó con la cabeza y se obligó a mirar hacia abajo. La chapa que le había regalado bailó en su pecho cuando se movió.Empezó a limpiarme las heridas con esmero, derrochando amor, pero con la concentración cruzándole el rostro. Sabía de la importancia de su trabajo, le gustaba que le hubiera brindado la oportunidad de ayudarme con mi problema, y esperaba estar a la altura de ello.
-¿Me quedarán cicatrices?
Frunció el ceño, afanándose en una herida que se abrió y comenzó a sangrar apenas colocó la gasa sobre ella. Negó con la cabeza, chasqueó la lengua, y siguió a lo suyo, sin responder. Ni siquiera levantó la vista, no hizo ningún movimiento que me indicara que me había escuchado. Tal vez ni siquiera me hubiera oído.
-Louis.
-Mm-replicó, tragando saliva, echando más desinfectante en la gasa, empapándola aún más. La dobló de nuevo y la posó en mis heridas, que protestaron. Me puse tiesa un segundo; el líquido estaba frío. Levantó la vista.
-¿Te duele?
Negué con la cabeza, él volvió a asentir y bajó la mirada. La precisión de sus movimientos, lo seguro que era mientras colocaba con mano de experto el medicamento en mi piel, me hizo pensar que no era la primera a la que trataba así. No le temblaba el pulso, no parecía vacilar.
¿Alguna de sus hermanas se cortaría por alguna razón?
-¿Me quedarán cicatrices?-repetí al ver que me hacía caso.
-Podemos preguntar a mi madre-murmuró, mostrándome la mano con la palma abierta. Había terminado con mi brazo izquierdo; pasábamos al derecho. Lo extendí y disfruté del contacto cálido de sus dedos rodeándome la muñeca.
-¿Y qué le decimos?
-Que te caíste. Puedo ser convincente-aseguró cuando vio en mi expresión que eso no colaría ni en un millón de años.
Me lo quedé mirando. Tenía la sensación que había algo detrás de sus actos; algo más que la preocupación por que hubiera recaído. Sentía que había algo más, era una sensación metida debajo de la piel, que se negaba a abandonarme.
-¿Por qué lo haces?
-¿Cuidarte? Porque te quiero-contestó sin darle demasiada importancia. No me sirvió su respuesta, de modo que ataqué de nuevo.
-Te harán sufrir por esto, y si tu madre lo supiera...
Ya no era sólo su madre, no era sólo su familia, no eran sólo mis heridas. Teníamos una imagen pública, al fin lo entendía. Teníamos una imagen, los dos, aunque yo mucho menos que él. Si aparecía por la calle con los brazos llenos de cortes, podría parecer que salía con chicas suicidas porque le gustaba la sensación de sentirse un héroe cuando nos ayudaba a curarlas.
No me di cuenta de todo lo que podían desencadenar mis actos cuando recaí: una vez bastaba, podía contar como una situación desesperada de una chica inesperada, pero dos ya le correspondían a alguien emocionalmente inestable y que necesitaba ayuda psicológica.
Sin contar con que yo era el modelo a seguir para muchas chicas, tal y como me lo habían demostrado las mexicanas esa tarde, de modo que si yo hacía una aparición pública con cortes en brazos y piernas, las que me tuvieran por modelo a seguir para gustarles a los chicos me imitarían.
Tragué saliva con fuerza, esperando su respuesta. Louis parecía estar escuchando mi monólogo interior, porque no abrió la boca: de hecho, no hizo movimiento alguno que me hiciera pensar que tuviera que meditar su respuesta.
-Si mi madre supiera de tus cicatrices-respondió, alzando la vista y sacudiéndome por dentro con el dolor que había en sus ojos. Limpiarme las heridas no debía de ser nada fácil, sobre todo teniendo en cuenta que él creía que eran culpa suya-, me haría estar contigo para siempre, porque sabe que te cuidaré-susurró, besándome el dorso de la mano y poniéndolo contra su mejilla-. No dejaré que te hagan daño. Y en cuanto a ellas...-dijo, la conversación adoptó matices apoteósicos, enormes, más grandes que Louis y yo juntos, pero no tanto como nuestro amor, que apenas cabía en aquella dimensión-, te harán sufrir un poco menos si rompemos, pero muy poco. No merecería la pena-se encogió de hombros, sonriendo-. No me mires así, Eri, ¿quieres? Sé de sobra lo que estás pensando, y la respuesta es no. No estoy enfadado contigo, no estoy decepcionado. La culpa no es tuya, mi amor-dijo, sosteniendo mi rostro entre sus manos. Me manchó de desinfectante, pero no me importó en absoluto. Había agua de sobra para limpiarse-, te aseguro que no es tuya.
Me estaba costando muchísimo respirar.
-No llores-me pidió, besándome la mejilla y poniéndome con cuidado un mechón de pelo detrás de la oreja. No había notado que lo hacía hasta que me lo dijo; sólo entonces las células de mi piel parecieron despertar de su hibernación y mandarme los impulsos nerviosos correspondientes, para que supiera que una lágrima se estaba deslizando con valentía de exploradora por mi mejilla.
Cerré los ojos, pestañeé rápidamente y me los limpié con el dorso de la mano.
-Estoy harto de que llores por mí-susurró. Me levanté de la silla y me senté en sus piernas. Tenía los brazos marrones, iba a mancharle la ropa, pero me daba igual.
No podía imaginar cómo iba a arreglármelas para decirme que el estropicio que tanto le estaba destruyendo por dentro se repetía en mis piernas, que no sólo estaba en mis brazos.
Simplemente me acurruqué contra su pecho y, por primera vez en mucho tiempo, deseé poder cambiar lo que había hecho después de colgar aquel teléfono, o tal vez incluso antes de levantarlo para llamarle. Tampoco era tan grave que me hubieran ocultado cosas, lo hacían porque querían estar conmigo, porque me querían, y querían cuidarme a toda costa.
Enredé mis brazos en su cuello y descansé la cabeza en su hombro. Me pasó un brazo por la cintura, asegurándose de que no me cayera. Cerré los ojos y aspiré el aroma de su cuello, acariciando despacio la piel de gallina. Besé aquel punto en el que se juntaban su garganta y su mandíbula, si pequeño talón de Aquiles.
-No me odies-le pedí.
-No podría jamás-contestó, mirándome de refilón.
-Prométemelo.
-Te lo prometo, nena.
Me pegué aún más a él.
-Tengo también en las piernas.
Respiró hondo, se aguantó el aire en los pulmones un momento, y lo soltó despacio, con la boca abierta. Casi parecía estar fumándose el aire.
Más lágrimas me corretearon por los ojos.
-No tienes que curar esas también si no qui...
-No, no-sacudió la cabeza-. Quiero hacerlo.
Tragué saliva, aguantándome los sollozos, tragándome de paso las lágrimas, y volví a mi silla. Observó los pantalones de pijama, hacía demasiado calor para llevar unos tan largos, pero dudaba que a los chicos (a él) les hiciera gracia enterarse por sus ojos, y no por sus oídos, de que mis cortes habían pasado a un nivel superior, desconocido.
-¿Están muy arriba?
Me bajé los pantalones despacio, los lancé lejos de un puntapié y clavé los dedos a ambos lados de la silla.
-Si no...
-Ay, Eri, ¿quieres dejar de tomarme por un debilucho?-un atisbo de sonrisa cruzó su boca, pero no sus ojos. Traté de devolvérsela, pero me salió rota, tal y como estaba yo por dentro. ¿Por qué tenía que ser tan subnormal de herirlo así?
Recordé una conversación de los chicos que había escuchado una noche de pura casualidad. Zayn le había preguntado a Louis por qué me tenía miedo, a lo que él respondió:
-Porque es la única que puede destrozarme con sólo proponérselo.
Y ahora lo estaba destrozando y ni siquiera me daba cuenta de ello.
-Puedo hacerlo, nena-me aseguró. Me tomó de la rodilla, estiró la pierna, la colocó sobre las suyas, me hizo cosquillas en el pie (con su correspondiente juramento deque se arrepentiría hasta el final de los tiempos por aquella osadía) y volvió al trabajo.
Cuando terminó, estaba pálido, pero se negó a decir nada. No quiso hablar más del tema, sólo me cogió las manos cuando me puse los pantalones, y me obligó a prometerle que no volvería a hacer aquello nunca jamás.
Jamás, ni en un millón de años.
Se lo prometí, al igual que me prometí a mí misma en silencio que si volvía a hacerle pasar por aquello me alejaría de él para siempre, y no precisamente cambiando de mundo, sino haciéndole ver que yo no me merecía su sufrimiento, ni a él. No me merecía nada de lo que tenía.
Abrí los brazos y lo metí entre ellos. Me besó el pelo.
-Debo de tener una pinta horrible.
-Nah. Sólo Gozilla recién levantado es más guapo que tú-replicó. Tuve que sonreír, porque al fin y al cabo era Louis, y podía ser muchas cosas, pero la principal era divertido. Él era el que te tendía una linterna cuando estabas en la completa oscuridad, sólo para recordarte que la vida era una comedia romántica, no una película de terror como Rec.
Lo apretujé tanto contra mí mientras me  reía que bien podría haberle desplazado una vértebra y dejarlo paralítico, pero los amores que mataban (o que dejaban sin sensibilidad o movimiento en alguna parte del cuerpo, lo mismo daba) eran los que más se buscaban.
Levanté la vista, con la barbilla en su pecho, y sonreí.
-¿Te puedo pedir un favor?
La suspicacia apareció en sus ojos. No se fiaba de mí una mierda, y hacía bien.
-Depende. ¿Tengo que moverme mucho?
-Tienes que moverte.
Puso los ojos en blanco.
-Pero es que estoy a gusto.
-¿Me haces el amor?
Se quedó pensativo.
-Tengo que moverme mucho-terminó respondiendo, poniendo los ojos en blanco.
-Louis...
-Cállate, me estoy haciendo de rogar. A los tíos nos ponen las tías estrechas, ¿sabes?-respondió-. Pero está claro que a vosotras no os van difíciles.
-¿Disculpa? Tú eres difícil-protesté, echándome a reír.
-¿Yo?-ahora en su voz lo único que se oía era la ofensa-. ¿Difícil? ¡Pero si me hechizaste! ¡Me lanzaste un hechizo nada más tenerme delante! ¡Parecía un jodido cordero siguiendo feliz y satisfecho de la vida a su pastor! ¡No me jodas, Eri!
-¿Sí o no?
-¿Cuándo te he dicho yo que no a algo?
-Cuando te pregunto si me odias.
Malicia. Ahora la malicia predominaba en su rostro.
-Ahí te miento descaradamente.
-Gilipollas-respondí.
-Boba.
-Imbécil.
-Estúpida.
-Cabrón.
-Zorra.
-Perro.
-Te quiero.
-Yo más.
-Mentirosa.
-Más quisieras.
Tenía que concederle algo: Louis nunca me decía que no a nada. Así que sí.
Me hizo el amor. Como sólo él sabía.

domingo, 18 de agosto de 2013

Dejará de quererte.

Quisiera o no, para bien o para mal, Louis me conocía. Así que, después de exhalar el humo de esa manera tan provocativa que sólo consiguió enfadarme aún más, cerró la puerta sin hacer apenas ruido para no atraer a los demás... o para no echar la última gota que colmaría el vaso si hacía un ruido que terminara haciendo que el tigre enjaulado que llevaba dentro encontrara la manera de pasar entre los barrotes.-¿Hogwarts Express?-preguntó con un hilo de voz, poniendo carra de cachorrito abandonado.
Habría funcionado de no ser totalmente fingida. Me enfadó que tratara de aplacarme jugando sucio casi tanto como que me hubiera mentido con respecto a lo que mis padres nos habían sugerido, y lo de los putos cigarrillos.
-Sí, Louis, el Hogwarts Express-repliqué, levantándome y caminando hacia él con los brazos cruzados. Dio un paso atrás para mantener las distancias, porque mi expresión gélida sería capaz de hacer dar media vuelta a un meteorito que viniera a toda velocidad decidido a destruir la tierra. Alcé los hombros y una ceja, incliné la cabeza hacia un lado-. ¿No sabes qué es? Pues es muy raro, dado que es la única explicación que le encuentro al hecho de que, de repente, te pongas a echar humo por la boca. A no ser...
Tragó saliva, en sus ojos había pánico, verdadero y absoluto pánico. No debía tenerme miedo, no iba a matarlo, pero sabía que tenía miedo a algo mucho mayor.
Yo todavía era inestable emocionalmente hablando.
Tenía miedo de que volviera a abrirme las muñecas por esto.
Porque me había mentido.
Porque odiaba que me mintieran.
Porque las mentiras eran, a mi modo de ver, lo peor que podía haber en este mundo.
Lo único que me había llevado a romper.
-...que hayas vuelto a fumar-dejé la frase en el aire, alcé las palmas-. Yo ahí lo dejo. Con todo lo que ello implica.
Puse los brazos en jarras y esperé. Me miraba fijamente, tenía la espalda totalmente pegada a la pared. Oh, definitivamente estaba disfrutando con eso, estaba disfrutando demasiado al ver cuánto poder tenía en él, que me superaba en todo.
Absolutamente todo.
Tragó saliva.
-Puedo expli...-volvió a la carga.
-Eso sin mencionar-repliqué yo, haciendo caso omiso de que intentaba a la desesperada hacer un dique para que el tsunami que aparecía por el horizonte, de varios kilómetros de altura y toneladas y toneladas de fuerza-, el hecho de que... ¡oh! ¡Ya eres tutor de alguien! ¡Y no de alguien cualquiera, sino de NOEMÍ!-ladré, pronunciando aquel nombre con asco.
Sin saber por qué, con la asociación de ideas que tan lejos llevaba al cerebro humano, indagué en cómo había pronunciado ese nombre, y descubrí que así me imaginaba exactamente la forma de decir la famosa palabra deplorable a la bruja blanca antes de destrozar el mundo del que procedía, para luego verse obligada a ir a por Narnia.
-¿VAS A DECIR ALGO O ME VAS A MIRAR ASÍ TODA LA NOCHE?-grité, pegándome a él y poniéndole un dedo acusador en el pecho. El corazón no le latía desbocado.
Aprovecha esta tranquilidad, porque te juro por dios que conseguiré que te dé un paro cardíaco como sigas tocándome los cojones de esta manera, Louis, le dije con los ojos.
-¡LOUIS!
-¿Qué quieres que te diga?-respondió, con calma fingida. En su tono de voz se notaba que estaba haciendo lo posible por no gritarme-. No me dejas explicarte nada, ni decirte que lo siento, ni...
-No te vas a disculpar porque en el fondo no lo sientes.
Se me quedó mirando y asintió despacio.
-Hombre, es que... es la verdad-se encogió de hombros-. No te ofendas, pero no eres nadie para decirme si puedo o no fumar. Ya soy mayorcito, ¿recuerdas?
-Sí, recuerdo-repliqué, cruzando los brazos y poniendo los ojos en blanco-. De hecho, recuerdo que tú eres el único mayor de edad de los 5, el único que puede hacerse cargo de un menor. Como yo. O como Noemí.
Suspiró.
-¿Acaso te estás oyendo, nena? Según tú, soy el demonio por no querer ser tu tutor. Tal vez tenga mis razones, ¿entiendes?-achinó los ojos. Pero yo no me iba a separar de él, a pesar de que las corrientes eléctricas saltaban de su cuerpo al mío debido a toda la tensión que había entre nosotros. Se avecinaba una tormenta,una de las grandes-. Y con lo del tabaco, lo mismo. Tal vez me haya enganchado y esté fuera de mi control, vale, pero lo cierto es que me gusta.
Abrí las manos e hice una mueca.
-Lo que tú digas.
-¿Sabes qué te pasa?-gruñó, cogiéndome del codo, con el pulgar sobre las venas que me atravesaban el brazo. No debería, pero empecé a excitarme-. Que tienes envidia. Envidia de que pudiera estar dos meses sin ti pero ahora no pueda dejar de fumar. En-vi-dia-silabeó.
-Totalmente-repliqué, zafándome de su mano.
-En el fondo te jode que necesite más cosas además de a ti. Te jode no ser la única droga a la que esté enganchado y la única que pueda destrozarme. Te encanta ese poder destructivo que tienes sobre mí. En el fondo sabes que me destrozarías con tal de no dejarme marchar.
Y le solté una bofetada.
Así, sin más.
Porque me estaba cabreando demasiado, empezaba a tocarme mucho los huevos, pero tampoco me atrevía a ponerme a gritarle, porque él me devolvería los gritos, y terminaríamos teniendo una bronca de las legendarias, esas que sólo teníamos nosotros, las que hacían temblar edificios enteros, tanto en el que estábamos como los de los alrededores.
Una sonrisa se extendió por su cara.
-¿Qué?-espeté, poniendo una mano en la cintura y chasqueando los dedos-. ¿Quieres otra?
-No soy perfecto, ¿sabes?-volvió a atacar-. Deberías dejar de pensar en mí como Louis Tomlinson, el de One Direction, tu banda favorita, y volver a pensar en mí como, simplemente, Louis. Tu Louis.
-Mi Louis no haría gilipolleces como las que estás haciendo tú.
-Tal vez tu Louis haya cambiado en algunos aspectos mientras dejó de ser tuyo, aunque fuera sólo temporalmente.
-Es que, ¿qué voy a hacer cuando te dé cáncer a los 40 años y te vayas? ¿Qué voy a hacer cuando me dejes sola, eh?
¿Tanto le costaba entenderlo? Si tenía las muñecas cerradas era por él, si seguía respirando era por él. El tabaco era la manera más fácil, aunque lenta, de alejarlo de mí. Era como ser los dos víctimas de un naufragio, y estar flotando cada uno en un trozo de manera, viendo cómo nos alejábamos poco a poco, arrastrados por corrientes diferentes, flotando en direcciones distintas, sin poder hacer otra cosa que seguir mirándonos, sin gritar, ni hacer nada, porque teníamos los pulmones llenos de agua.
-Estás pesada, ¿eh? Parece que tienes ganas de que me muera, y todo.
Y volví a cruzarle la cara. Era la mejor forma de no discutir, porque sabía que, por mucho que alardeara de que era capaz de repartir hostias si la situación lo requería, sin distinguir el sexo, a mí no me tocaría. Yo era sagrada de una manera físicamente superior a lo que lo era él para mí.
Yo no dejaría que a él le hicieran daño emocional.
Él no dejaría que nadie me tocara un pelo, incluyéndose a sí mismo el primero en la lista.
Ni siquiera me dio tiempo a asimilar qué le había hecho cuando me cogió por la cintura, me dio la vuelta y me pegó contra la pared. Se pegó a mi cuerpo, dejándome sin aliento, mientras devoraba mi boca con furia. Me mordió los labios, empujó mi lengua con la suya de un modo totalmente invasor, y me levantó sobre él.
El enfado se convirtió en algo que ardía aún más todavía.
Le pasé las piernas por la cintura y gemí cuando sentí lo duro que estaba. Sonrió en mi boca, me enmarañó el pelo. Me mordisqueó el cuello mientras yo luchaba por quitarle la camisa, que se negaba a dejar que los botones se desabrocharan. Me arrancó la camiseta de tirantes y la arrojó al suelo; yo, desesperada por sentirlo en mi interior, tiré como pude de sus pantalones hacia abajo.
-Te has puesto cinturón-le reñí.
-No sabes cómo sois las latinas, sois capaces de quitar calcetines sin necesidad de descalzarnos-replicó, pasando una mano por mi pierna, subiendo por mis glúteos y llegando hasta mis bragas. Dejé escapar un gemido cuando la mano llegó más adentro, aún más, un poquito más.
-Vas a perdonarme por seguir fumando-dijo tras capturarme el labio inferior con los dientes. Me tiré a su cuello, le mordí el lóbulo de la oreja y luego fui bajando poco a poco, hasta el punto donde su mandíbula se unía al cuello. Le besé despacio ese punto que tanto le gustaba, él gruñó y me pegó más contra la pared. Notaba cómo aumentaban sus ganas de poseerme a la misma velocidad que el bulto en su pantalón.
Le mordí, y no pudo soportarlo más. Me tiró en la cama, se echó encima de mí, y me arrancó el pantalón corto, bragas incluidas, dejándome sólo con el sujetador. Valiéndome de los pies, y con su ayuda, terminé de desnudarlo.
Me abrió las piernas y se dispuso a entrar en mí.
-Termina lo que has empezado, cabrón-le insté. Sonrió, deslizó las tiras de mi sujetador por mis hombros y tiró de él hacia arriba. Arqueé la espalda para facilitarle el trabajo, y él no desaprovechó este hecho. Me besó el pecho, deteniéndose un poco más de la cuenta en los senos, y luego empezó a morderme.
Juro por Dios que me corrí con el contacto de su boca, antes incluso de que entrara en mí, invasor. Parecía Hitler metiéndose en Polonia; como un rayo, sin preguntar si lo deseaba.
Louis podía ser muchas cosas, pero no era tonto, y sabía leer las señales. Especialmente mis señales.
Grité cuando entró en mí, me incorporé un poco y me enganché a su cuello. Jadeó, me besó en la boca y gimió cuando le arañé la espalda mientras nos movíamos al unísono. Adelante, atrás, adelante, atrás. Nadie nos marcaba el ritmo, pero no lo necesitábamos.
Noté cómo se derramaba en mi interior, lo que hizo que yo lo persiguiera también a la cima. No dejó de moverse hasta que yo terminé, y, cuando pensé que iba a detenerse, aumentó la velocidad. Un poco más deprisa, cada vez más y más rápido. Me dejé caer en la cama, cerré los ojos, me estiré, y volví a romperme.
Me mordió el hombro, siguió embistiéndome con ferocidad, decidido a batir un récord Guinness.
Clavé las uñas en su espalda la última vez, él se quedó quieto, cerró los ojos y se dejó caer sobre mí.
-¿Louis?
-Mmm-replicó, con la cabeza en mi pecho, escuchando los latidos frenéticos de mi corazón. No me hubiera extrañado una mierda que me reventara.
-Con pedir perdón bastaba.
Levantó la cabeza y me miró. Sus ojos en ese momento eran adorables, los de un niño que acaba de hacer una travesura.
-Pero esto es mejor.
Tragué saliva, asentí con la cabeza y me pasé una mano por el pelo. A pesar de ser tan corto, Louis había conseguido enmarañarlo de una forma demencial. Me costaría mucho desenredar los nudos que había hecho, pero esa era la menor de mis preocupaciones en aquel momento.
Se acurrucó a mi lado, aovillado, y me pasó un brazo por la cintura. Yo me incorporé y me tapé con la sábana de forma que no se me viera nada.
Lo dejé a él tapado como si estuviera metido en una tienda de campaña.
En cuanto salió de mí, noté una sensación de desapego desconocida. Era cierto que solía afectarme el perder el contacto después de hacerlo, pero nunca me había sentido tan vacía, no emocionalmente hablando. Me llevé las manos a las sienes y me las masajeé despacio. Louis me miró atentamente.
Doblé las piernas hasta tener las rodillas prácticamente clavadas en el pecho.
Miré los destrozos del pijama, tirados en el suelo, y, a pesar de tenerlo conmigo, me sentí igual que aquellas tiras de tela, abandonadas a su suerte.
-Me has roto el pijama, Louis.
-Ya te compraré uno, joder. Es que son todo inconvenientes-gruñó, dándose la vuelta en la cama, dándome a entender que al conversación se había acabado, y que estaba cansado, y quería dormir.
-Era mi favorito.
-Yo soy tu cosa favorita en el mundo-dijo. No pude evitar sonreír, asentir y besarlo, como si realmente necesitara confirmación. Pero la sensación de frío que se extendía por mi pecho no menguó cuando nos tocamos; simplemente se detuvo. En cuanto nos separásemos, sabía que volvería.
-Y también hemos roto un jarrón-dije, mirando indiferente los trozos de cristal esparcidos por el suelo. Había tenido media docena de lirios blancos, de centro anaranjado como el amanecer, alojados en su cuello estirado y fino. Ahora, los lirios estaban tirados por el suelo, ultrajados.
Se incorporó un poco y lo miró. Se frotó la frente.
-Que lo pague Modest!. Me tienen contento-contestó, dejándose caer en la cama. Lo miré con el ceño fruncido.
-¿Y eso?
-No aprobaban que volviéramos. Decían que yo vendía más estando soltero-puso los ojos en blanco-. Claro, estaba pensando en eso. Poner mi vida privada por detrás de cómo vendiera más o no.
-¿Y qué les dijiste?
-Que me la sudaba cómo vendía más. Ya me habías comprado tú.
Fingí una sonrisa, y me asusté. No debería tener que fingirla, no debería serme indiferente cómo se me estaba declarando.
Se encogió de hombros, dando por válido mi aborto de lo que un día podría ser lo que más lo animaba, y se dio la vuelta para dormir.
-Louis...-lo llamé con un hilo de voz. Escuchaba las voces de los demás intercambiando palabras detrás de la puerta de la habitación. Miré las ventanas; el cielo crepuscular mexicano se exhibió ante mí...
... y yo estaba completamente apática, no era capaz de sentir nada. No me conmovió en absoluto su belleza, los tintes dorados que el sol arrancaba a las nubes mientras se moría, las pinceladas anaranjadas con las que cubría el horizonte... nada.
No tuve que girarme para saber que tenía los ojos fijos en mí. Se había incorporado, y todo el sueño que parecía tener se fue de golpe. Me acarició los nudillos de la mano con la yema de los dedos.
-¿Qué te pasa?
-No me encuentro bien-murmuré, encarándome a él. Me llevé una mano al pelo, y me aparté un mechón detrás de la oreja. Me estaba destrozando. Louis había sido mi salvación, pero también era el que me hundía en el agua y no me dejaba respirar. Y tenía miedo ser capaz de considerar algo así.
-Quieres hablar-dijo, y, a pesar de que no era una pregunta, yo asentí.
-Tengo miedo de lo que va a pasarnos, Louis, porque, ¿sabes? Enterarme de que no quieres ser mi tutor porque ya lo eres de la persona a la que más asco le tengo en el mundo...
-Noemí no es la persona a la que más asco le tienes-replicó.
-Sí que lo es.
-Elton John.
Lo miré un segundo.
-Vale, pues una a las que más asco le tengo. Te concedo eso. No me lo dices, porque creo que en el fondo tú tampoco confías en mí, no confías en que yo sea fuerte y pueda manejar lo que tengas que decirme. Esa falta de información, o mentira, si prefieres llamarlo así, que creo que es como se llama, hace que pierda la confianza en ti. Confianza que, digamos, no está en su mejor racha.
-Lleva sin estar en su mejor racha demasiado tiempo, Eri-susurró con un hilo de voz, mirándose las palmas de las manos. Estaba entendiendo de sobra a dónde quería ir yo a parar.
-Te quiero, ¿vale?-dije, mordiéndome los labios-. Te quiero y necesito estar contigo, necesito que esto funcione, así que necesito volver a confiar en ti. No podemos volver a hacer lo que hemos hecho.
En sus ojos brilló el pánico un segundo, el único segundo en que lo pillé con la guardia baja.
-No me refiero a acostarnos, sino a... acostarnos para evitar una discusión.
Asintió con la cabeza.
-Necesito que hablemos cuando tengamos que hablar.
-¿Y si uno de los dos no quiere? Porque muchas veces yo también necesito hablar pero no te digo nada para no preocuparte-aseguró. Le creí, asentí con la cabeza.
-No sé, creo que... no sé, Louis, estoy hecha un puto lío, ¿sabes?-dije, tapándome la cara con las manos y dejándome caer en la cama. Me miró a los ojos, no me miró las tetas, a pesar de que la tentación era grande y no podría echarle la culpa de nada-. Sólo necesito que esto vuelva a ser como antes.
-Eri-murmuró, entrelazando mis dedos con los suyos-, creo que lo nuestro va a tardar muchísimo tiempo en volver a ser como antes.
Lo miré.
-Somos como un edificio al que han puesto una bomba en sus cimientos, ¿entiendes? Tenemos que tener mucho cuidado mientras restauramos esto, porque, de lo contrario, nos caeremos con todo el equipo, y será muy difícil volver a ser quienes éramos.
-¿Apuestas por nosotros?-pregunté. Esta vez fue él el que se mordió el labio inferior; bajó la cabeza y estudió la chapa que llevaba al cuello, y luego sus ojos bajaron un poco más. No quiso hacerlo, fue un acto reflejo, pero el caso es que lo hizo y yo lo vi.
Contempló mis cicatrices.
No, no apostaba por nosotros. Es más, era probable que no diera un sólo penique por nosotros.
-Somos luchadores, Eri. Si trabajamos juntos, podremos hacerlo.
Asentí con la cabeza, me incorporé y me pegué a su pecho. Él me besó el pelo, estrechándome entre sus brazos, expulsando el frío de mi interior.
Sin embargo, no pude quitarme de la cabeza el hecho de que había ignorado mi pregunta, o algo peor, que se negaba a contestarla porque su contestación, aunque comprensible, me dolería. Al fin y al cabo, ¿quién iba a apostar por nosotros si ni siquiera nosotros podíamos hacerlo?
Me froté la cara, le dije que quería estar un poco más despierta, y me vestí a duras penas. Él se quedó en la cama, mirándome con los ojos entrecerrados.
-¿Quieres que te acompañe?
-No, seguro que alguno de los chicos todavía está por ahí-me encogí de hombros, ajustando las tiras de mi sujetador y asegurándome de que encajaba a mi cuerpo a la perfección. Parecía ser lo único en ese instante que encajaba en mí sin que yo tuviera que forzarlo.
Asintió con la cabeza, se desplomó sobre la almohada y, antes de cerrar la puerta, ya escuché sus leves ronquidos. Se había abandonado al sueño con la típica rapidez que yo siempre envidiaba: en ocasiones, podía pasarme una hora dando vueltas en la cama, o quieta, si la compartía con él, antes de dormirme. Antes no hubiera pasado nada, de hecho, me encantaba hacerlo así revivía los momentos más especiales del día y los guardaba cuidadosamente en una cajita dorada de en mi memoria para no perderlos jamás.
Pero ahora que las sombras se cernían sobre mí y el negro me tragaba sin tener que cerrar los ojos, no tenía nada asegurado.
Me froté las palmas de las manos contra las piernas, limpiando el sudor, y miré la tele. Liam y Zayn veían un programa de baile de Estados Unidos. Me sonaba, pero en ese momento no recordaba el nombre.
-¿Quién va ganando?-inquirí, aunque aquello me importaba poco. Era la forma más rápida de entablar conversación, a pesar de que los que ganaban los concursos no eran siempre los que más éxito tenían.
Léase la edición de 2010 de The X Factor de Inglaterra.
-Sugar Crush-dijo Zayn, dando una larga calada de su cigarro y contemplando cómo un grupo de siete personas, cuatro chicos y tres chicas, se movían al ritmo de una canción editada que yo no había escuchado en la puñetera vida. Expulsó el humo fuera de su cuerpo y palmeó el hueco en el sofá que hizo Liam para que me sentara entre ellos. Lo hice. El moreno apartó el cigarrillo y expulsó el humo mirando de lado la televisión para no molestarnos ni a Liam ni a mí.
-Me recuerda a un juego que tengo instalado en la tableta.
-¿Candy Crush?-preguntó Liam, sonriendo con aquella sonrisa que tranquilizaría a un mastodonte histérico.
Asentí con la cabeza.
-Ese.
-Es una puta mierda-dijo Zayn, dando otra calada y tirando las cenizas del cigarro sobre el cenicero con un movimiento seco y preciso-. Llevo estancado en el nivel 33 por lo menos un mes. Estoy harto, no, lo siguiente. Igual lo quito-murmuró, pensativo. Los tres miramos la tele unos instantes en silencio.
El grupo terminó su actuación con una serie de piruetas encadenadas entre sí. Todo el público se puso de pie en cuanto se hizo el silencio.
El presentador anunció que se iban a publicidad. Liam protestó por lo bajo, cansado de vivir, y se deslizó lentamente por el sofá.
-Puedo pasarte el nivel si quieres, Zayn-me ofrecí yo. Llevaba atascada en el 65 más de dos meses; el tener que largarme de casa de Daphne cada vez que ella quería quedarse a solas con Louis, algo que no me hacía ni puñetera gracia pero contra lo que no podía luchar, y no poder salir con Max, era lo que tenía. Terminaba yendo al apartamento de las afueras de Louis, devorando un libro detrás de otro sin meterme realmente en la trama ni tratar de identificarme con algún personaje, o analizar su forma de actuar según su carácter; inflándome a dulces para luego sentirme mal por ello, o jugando a la consola hasta que me dolieran los ojos.
Era increíble la facilidad con la que adopté la silenciosa costumbre de no ver vídeos de los chicos en casa de Louis. Dado que la casa estaba impregnada con su aroma, era demasiado doloroso verlo reírse y escucharlo hablar mientras estaba sentada en su sofá, porque era realmente como si él estuviera allí. No dolía tanto en casa de Daphne, cuando la griega se iba a dormir y yo me ponía los auriculares para que pensara que seguía durmiendo.
Desde que lo había dejado con Louis, había pasado de dormir casi 10 horas diarias a felicitarme a mí misma si conseguía conciliar el sueño 4. 5 a lo sumo. Y siempre había rellenado esas noches jugando con todo lo que se me pusiera por delante.
-¿Podrás?-murmuró el musulmán, sacándome de mi ensimismamiento. Asentí con la cabeza enérgicamente; el fantasma de mis rizos hizo acto de presencia, recordándome que ya no había nada flotando alrededor de mi rostro como si de una aureola se tratara.
Me tendió el teléfono y, a los dos minutos, ya le había pasado el nivel. Zayn contempló la pantalla de su móvil sin poder creérselo. Me miró una vez, luego se inclinó hacia delante para mirar a Liam, que estaba comentando algo por Twitter y leyendo con una sonrisa en los labios los comentarios de las fans. La mitad le twitteaban en un inglés horripilante, pero eso a él no parecía importarle.
Vi bastantes tweets en mi idioma materno, casi todos haciéndole proposiciones indecentes. Me mordí el puño para contener una sonrisa. Liam se detenía en  aquellos tweets más de la cuenta, intentando descifrarlos, pero sus conocimientos del idioma de su novia no eran tan amplios como para saber qué significaba "felación".
-Liam-dijo Zayn, abriendo los ojos como platos, con sus larguísimas pestañas clavándose en sus cejas. Liam lo miró.
-¿Qué?
-Eri es una diosa.
Liam sonrió.
-¿Sabe Louis que la llamas así?
Me revolví en el asiento, incómoda por la punzada en el corazón que sentí al escuchar el nombre de mi novio, y bajé la vista a mis muñecas. Tal vez fuese inmortal, la mayoría de la gente no hubiese sobrevivido a lo que me atravesaba los brazos desde la muñeca hasta prácticamente el codo.
Inmortal, vale, diosa, no. Diosa implicaría tener poderes para arreglar todo lo que yo quisiera. Si esto fuera así, no necesitaría tener cuidado en lo que teníamos Lou y yo.
Zayn se encogió de hombros.
-Seguro que él también la llama así. ¡Ven, ven que te coma a besos! ¡Guapa!-celebró, sosteniéndome la cara entre las manos y plantándome mil besos-. ¡Gracias, joder! ¡Así tengas salud hasta los 125 años!
-¿Y si vivo 126?-algo que dudaba, pero todo era vivir año a año.
El rostro de Zayn se ensombreció.
-Entonces ese año de más, sufrirás por estar malgastando oxígeno. Déjaselo a las nuevas generaciones.
Me eché a reír, me acurruqué contra él, cuyo cuerpo desprendía un aroma a menta, cigarrillos y colonia de chico cara, de esas que hacían que te dieras la vuelta por la calle si alguno la utilizaba. Seguramente muchos chicos la compraban confiando en que la promesa de los anuncios sería cierta: nada más ponérsela, un millón de tías caerían rendidas a sus pies, y estarían dispuestas a hacer lo que fuera por poseer al que la llevaba.
La primera vez que olí la colonia en los chicos me extrañó esa idea. Al fin y al cabo eran Liam, Harry, Niall, Zayn y Louis; no necesitaban ninguna colonia, las chicas ya de por sí los deseaban más de lo que se solía desear a nadie. Si a aquello se le añadía la colonia, el resultado sería catastrófico.
Liam se tumbó sobre mí, Zayn hizo una mueca de mimos y le acarició la cara suavemente.
-¿Dónde está Alba?
-¿Para hacer una orgía? A mí con un trío me basta, Eri-replicó Zayn, echándose a reír. Liam lo imitó, yo puse los ojos en blanco y le golpeé el brazo. Era genial cómo estábamos juntos, como si no pasara nada realmente, como si mis muñecas siguieran planas o jamás hubiera fingido mi propia muerte para que pudieran seguir adelante.
Tuvo que ser duro para ellos creer que yo no estaba en este mundo y concentrarse en mirar hacia delante.
-Está en la cama; dijo que estaba cansada. Después de tanto examen...-Liam se encogió de hombros; deduje que no le hacía mucha gracia que estuviera con nosotros si todavía tenía exámenes que hacer. Yo, por suerte, no tenía que preocuparme por ellos, me había salido de ese mundo y probablemente tardara en volver.
-¿Cómo se le están dando?
-Bastante bien. Los de inglés son los mejores.
-Pero es que tiene una coartada para hacer bien los de inglés-terció Zayn, dando una rápida calada y tirando el cigarro en el cenicero. Miré cómo se consumía poco a poco, las llamas que nadie lograba ver devoraban sin pausa pero sin prisa el contenido del cigarro, acercándose cada vez más al filtro igual que la marea cuando está subiendo.
Liam se pasó una mano por el pelo, que le había crecido considerablemente desde la última vez que lo vi (no me importaría que el mío creciera a esa velocidad), y suspiró, cerrando los ojos.
-Ya-se limitó a decir.
-¿Cuándo vuelve a España? Aún no habrá terminado los exámenes.
-Creo que cuando vayamos a Nueva York, coge allí un vuelo-se encogió de hombros-. No me apetece hablar mucho del tema, Eri, perdona.
-No pasa nada-repliqué, acariciándole yo el pelo. Miró hacia arriba y sacó el labio inferior hacia afuera; parecía un cachorrito abandonado suplicando que le dejaras entrar en tu casa y le dieras todo el amor que tu corazón pudiera profesar.
Vimos acabar el programa mientras la Luna se alzaba por el cielo, cruzándolo a la velocidad de un súper héroe jubilado. Bostecé, y los chicos se apartaron de mí, interpretando que tenía sueño. Me acerqué a la pequeña nevera que había en un rincón de la suite, la abrí y saqué un sándwich de ensalada de cangrejo ya preparado. Me lo comí de pie, inclinada ligeramente para apoyar las rodillas en la parte trasera del sofá, mientras los créditos del programa desfilaban hacia arriba por la pantalla. La Mtv dio paso a un maratón de Jersey Shore. Liam gimió, negó con la cabeza y se levantó. Se estiró, me miró un segundo y me anunció que se iba a la cama.
-Despierta a Niall-le dijo Zayn sin poder apartar la vista de la televisión, que estaba ofreciendo en ese instante una panorámica de unas tetas kilométricas de una chica que no me llegaría ni por la cintura-. Me dijo que no quería perderse esto.
-Ya os vale-repliqué yo, poniendo los ojos en blanco y siguiendo a Liam por la suite. Me metí en el baño, dejé caer el agua, me aparté el poco pelo que podría molestarme de la cara para lavarme los dientes y escupí.
Mi estómago empezó a protestar cuando me enjuagué la boca, se contrajo y se relajó varias veces, queriendo expulsar la cena. Clavé los dedos en los bordes del lavamanos, obligándome a contener las arcadas, y miré el fregadero. Cerré los ojos con fuerza, intentando tranquilizarme para no vomitar. Si escupía el agua que alojaba en la boca, empezaría a vomitar. Si me la tragaba, empezaría a vomitar. Tenía que esperar a que aquello pasara; estaba acostumbrada, pues me pasaba lo mismo cuando iba al instituto y desayunaba y me lavaba los dientes demasiado rápido.
Me incliné despacio hacia el torrente de agua que corría a toda velocidad, abrí la boca y dejé que una poca entrara en ella. A continuación, la escupí toda, me limpié los bordes con el dorso de la mano y levanté la vista.
Ahogué un grito.
Eleanor estaba detrás de mí, con una ceja alzada y los brazos en jarras.
-Eri-gruñó. Llevaba mucho tiempo sin verla, desde antes de febrero, y eso que había vivido un tiempo en el que me visitaba prácticamente cada día.
-Eleanor-repliqué yo, temblando de pies a cabeza. Podía hacerme sufrir, no físicamente, pues necesitaba estar en perfectas condiciones para cumplir mi misión, pero la mente era otra historia.
Había tenido meses y meses para planear las torturas más duras, y sabía que no se iba a detener, ni mucho menos, en unas simples pesadillas en las que revivía lo que había hecho una tarde de febrero, antes de San Valentín, pero después de cumplir 7 meses junto a Louis.
-¿Qué coño te crees que estás haciendo?-espetó, mirándome fijamente, con los ojos achinados. Me estremecí.
-Lavarme los dientes-dije, intentando hacerme la graciosa. Me gané una bofetada, pero Eleanor no me la dio. Tal vez tuviera el día amable o simplemente no le apeteciera demasiado ponerse violenta; el caso es que no me cruzó la cara como debería.
-Me refiero a Louis y a ti. Yo te salvé para algo, y ese algo no es precisamente para que estés tocando los cojones ahora que habéis vuelto.
Me di la vuelta y la contemplé. Era preciosa, verdaderamente preciosa; con un pelo marrón chocolate, largo, ondulado, bien cuidado, ojos bonitos, sonrisa perfecta... seguramente jamás hubiera llevado brackets, seguramente su sonrisa hubiera sido así de verdad desde que le salieron los dientes.
-Creo que los dos hemos cambiado y...
-Sé que habéis cambiado, pero, créeme, nena; no has cambiado lo suficiente como para provocar que él te deje. Terminarás haciéndolo si no te detienes. Míralo un minuto, y pregúntate si realmente merece la pena cambiar y perderlo-sus ojos llamearon de pura ira-. Yo no me sacrifiqué para nada, Eri. Me sacrifiqué por lo que eras antes, pero ahora... todas... estáis cambiando demasiado. Al paso que vais, la única que se merecerá realmente, y terminará su cuento con el chico al que ama, será Alba.
Me eché a temblar. Hasta ese momento, había tenido relativamente asegurado el estar con Louis hasta el día de mi muerte, Eleanor era ese colchón que me aseguraba que estaría conmigo.
-¿A qué viene esto ahora?
-He visto algo que no me ha gustado una mierda. Sólo venía a advertirte de que no te voy a dar una segunda oportunidad. No la cagues, ¿quieres? No alejes de Louis de ti otra vez. Volverás al lugar del que procedes, puedo asegurártelo.
La miré, pensativa, mientras se daba la vuelta y miraba el reflejo borroso que ofrecían los azulejos del baño.
-Oh, y una cosa más... necesito que volváis a ser una piña. Las tres-se giró un poco, para mirarme por el rabillo del ojo-. No es fácil cuidar de cada una por separado, y créeme si te digo que Caroline quiere la cabeza de Noemí en bandeja de plata... y Danielle no tardará en reclamarla también.
Dicho esto, esperó a que parpadeara para desaparecer. Yo miré el hueco que acababa de dejar vacío con ojos como platos, sin poder creérmelo. Eleanor había vuelto después de tantísimo tiempo en la sombra. Había pasado de ser nada más que una bestia voladora planeando sobre mi cabeza, a la espera de que cometiera un error, muriera y poder bajar a sacarme los intestinos y darse un festín con ellos, a hartarse de esperar y avisarme de lo que haría si yo no espabilaba.
Me eché agua en la cara y me miré en el espejo. Tenía razón, había cambiado mucho. Mis ojos no brillaban con la misma felicidad de antes, me había cortado demasiado el pelo, había adoptado un estilo que no era el mío...
Y, en el fondo, seguía siendo yo. Solamente estaba escondida bajo la superficie, me había construido una fachada nueva, al estilo más moderno, sin importar que por dentro siguiera siendo una cabaña del siglo X. Seguía teniendo los mismos sentimientos, los mismos miedos, y el mismo asco a que me mintieran.
Si seguía teniendo esos sentimientos, debería luchar por Louis.
Salí del baño y me encaminé a mi habitación. Me permití echar un rápido vistazo hacia la tele; Niall y Zayn estaban sentados prácticamente al borde del sofá, con la boca abierta, tragándose la mayor mierda que había podido crear jamás Mtv. Negué con la cabeza, me despedí de ellos con un rápido "buenas noches", y me alejé en dirección a la habitación, que estaba a oscuras.
Louis levantó la cabeza cuando abrí la puerta, así que me permití encender la luz para no matarme durante el corto trayecto hacia mi lado de la cama. Esperó a que me acostara para apagarla él mismo. Me acurruqué contra él, dándole la espalda.
Estuve toda la noche esperando que me pasara la mano por la cintura, pero no lo hizo.
Le había cabreado como sólo yo podía hacerlo.


A la mañana siguiente, tras un par de besos contados, dados más por rutina que por necesidad, nos vestimos, desayunamos, y las chicas acompañamos a los chicos a un patio fuera del estadio. De tarde harían allí las pruebas de sonido, pero mientras tanto querían hacer ejercicio al aire libre.
Entrecerré los ojos, molesta por la luz del sol latino, y sentí la necesidad de taparme los oídos con las dos manos para evitar que las mexicanas me dejaran sorda. No había dormido nada esa noche, de modo que estaba de un humor de perros, y me había tirado en el baño más de media hora para solucionar el problema de los círculos púrpura que se habían instaurado en mis ojos. Las ojeras eran del tamaño de donuts gigantes.
Alba se sentó pegada a la pared, con las piernas estiradas, y los brazos con la cara interna vuelta al sol, decidida a ponerlos morenos. Cerró los ojos y ronroneó al sentir el calor del astro rey entrarle por los poros.
Noemí se sentó a la sombra e, ignorando los gritos de las mexicanas que le suplicaban que fuera a avisar a los chicos de que estaban allí esperando para verlos, abrió una revista y se dedicó a leer hasta los pies de página con los precios de las cosas más horribles que el ser humano podía inventar.
Yo no sabía muy bien qué hacer, así que me senté al lado de Alba. Me tendió un auricular, que yo acepté y rechacé. Estaba escuchando a Auryn, que eran bastante buenos, pero no eran mi estilo. En mi opinión, eran como nuestros chicos, pero en versión española. Y lo único que hacíamos mejor los españoles que el resto del mundo era la comida, de modo que la forma de cantar en inglés de aquellos chavales no me atraía en absoluto.
Los chicos salieron y se dedicaron a hacer ejercicio. Mientras Noemí pasaba olímpicamente de ellos, sumida en su lectura tan ultra interesante (si la celulitis de tal actriz de Hollywood o los líos amorosos de tal cantante de punk podían considerarse así), y Alba los miraba distraída, yo hacía lo posible por ignorar las súplicas desesperadas de las chicas para que los chicos dieran muestras de interés en ellas.
La forma en que suplicaban me recordaba tanto a mí cuando iba a los conciertos de los chicos, esperando que Louis posara sus ojos en mí...
Como si hubiera oído su nombre en mi mente, Louis se giró a mirarme. Sonreí, y me devolvió la sonrisa. Me apeteció salvar la distancia que nos separaba corriendo, brincando más bien, arrojarme a sus brazos y decir que nada ni nadie podría separarnos, que se lo perdonaba todo, que le quería, y que aquello era lo único que importaba... pero estaba demasiado ocupado compitiendo con Zayn por una cuestión absurda, y yo estaba demasiado ocupada pensando cómo solucionar nuestra situación.
Y entonces, sucedió.
Las mexicanas me llamaron a voces: sabían que por mi condición de Directioner, me apiadaría de su alma y haría lo posible por cumplir unos sueños idénticos a los míos si yo fuera una chica normal.
-Eri, ¿cómo has conseguido esas piernas?-preguntó una en la muchedumbre después de tantear el terreno y ver que yo me mostraba receptiva y solidaria con ellas.
-No queréis saberlo.
-Yo quiero tus piernas.
-Unas piernas como las mías no os van a hacer tener más posibilidades de tiraros a Louis-gruñí, molesta porque sabía de sobra por qué querían mis piernas. Y la respuesta sería "No, zorras. Es mío".
-No importa, son preciosas.
-¿Cómo?-preguntó otra.
-No os merece la pena. No hagáis dietas absurdas. Yo las tengo así porque dejé de comer-me encogí de hombros, y luego decidí soltarlo de sopetón-: Tengo anorexia.
Se quedaron calladas, mirándome un rato, intentando adivinar si estaba de broma o no. ¿Realmente había gente que bromeaba con estos temas?
-¿Y los chicos te ayudan con tu problema?-se atrevió a preguntar una, queriendo sacarme del atolladero. Supuse que a ellas les gustaba tan poco ese tema como a mí.
-Sí, me apoyan mucho, los cinco. De hecho, es probable que sean la razón por la que aún siga aquí.
-¿Y por qué? ¿A Louis le gustan delgadas?
-Nos prefiere con curvas, la verdad-confesé, porque había mucha diferencia entre cómo me miraba ahora y cómo me había mirado antes-. Pero, decidme, ¿vosotras seríais indiferentes sin rompieras con Louis? La mayoría dejaríais de comer por pura ansiedad y depresión, que es exactamente lo que me pasó a mí. No dejéis de comer, nenas. No merece la pena, creedme. Sólo nos sirve para disgustos y desgracias, y que él se preocupe por mí más de lo que debería, mucho más que por él mismo.
Asintieron con la  cabeza, y empezaron a lanzarme palabras de ánimo.
Me había sentado con las piernas cruzadas al lado de la valla. Me las palmeé y miré a los chicos, retorciéndome, un segundo, para ver qué hacían. Seguían haciendo ejercicio.
Se me ocurrió algo para que las mexicanas no se cabrearan conmigo por lo que había hecho con un par de ellas. Tal cual estaban las cosas en ese momento, parecería que las mexicanas me caían mal, cuando no podía decir nada de ellas, porque no las conocía, sólo había conocido a un par de subnormales que se creían mejores que nadie.
-Voy a pedirle a uno que venga; no puedo hacerlo con los cinco, necesitan relajarse. ¿Cuál es vuestra debilidad?
Un coro de voces superior a los demás se levantó bramando que Zayn era el elegido, seguramente por su piel morena. Harry y Niall competían por el segundo puesto, Louis no se quedaba atrás... y apenas un par de voces murmuraron el nombre de Liam.
-¡Liam!-llamé yo, girándome. Se mostraron sorprendidas.
-¿Por qué Liam? Ha ganado Zayn...
-Porque yo sé qué se siente al tener por debilidad a uno que no es al que más caso hacen. Duele mucho cuando tienes menos fotos, noticias, o cualquier cosa suya que de los demás.
Las Liam girls se mostraron agradecidas, yo les sonreí. Liam se acercó a nosotras, y saludó con su Hola, señoritas. 
Noemí levantó la vista de su lectura. Alba se había puesto tensa en cuanto vio a Liam cruzar el patio en dirección a las demás, pero no hizo nada. Estaba recordando el incidente con las seis mexicanas el día anterior, por lo que no le hacía demasiada gracia que Liam se acercara tanto a ellas.
Me alejé para darles intimidad y terminé yendo hacia la sombra, donde había estado Noemí. Tenía pensado meterme dentro del estadio y contemplar su inmensidad, pero ella me detuvo antes de que pudiera alejarme.
-No vas a conseguirlo.
Me quedé quieta y me giré para mirarla. Levantó la vista de su revista, la cerró, poniendo especial cuidado en no perder la página en la que estaba, gesto que quedaba totalmente ridículo si no se hacía con un libro, y se echó el pelo hacia atrás para verme mejor.
-¿Qué no voy a conseguir?-repliqué.
-Eri, detesto ser yo la que te diga esto, pero... te odian. Saben lo que le hiciste a Louis. Saben que sufrió. Todo el mundo lo sabe.
Me mordí el labio inferior.
-He vuelto para enmendar mi error.
-No. Has vuelto porque necesitas estar con él, pero tú en el fondo no quieres cerrar la herida que abriste. Conozco esa sensación; ¿recuerdas cuando Harry enfermó por mi culpa? En la superficie te sientes mal, casi toda tú se siente mal por el mal que causó, pero una parte de ti, la parte negra, la parte sincera, se alegra de ser capaz de infligir ese daño. Eso significa que somos importantes-se encogió de hombros, cerrando un ojo. A pesar de estar a la sombra, el sol le molestaba.
La contemplé, estupefacta.
-¿Y cómo puedo arreglar eso?-dije, girándome para mirar a Louis.
-No puedes. Tendrás que vivir sabiendo que le rompiste el corazón y seguiste como si nada. Lo que tienes que hacer ahora es fingir que no lo sabes, pensar que no puedes hacerle daño, y así, tal vez, las cosas sean como antes.
Tragué saliva, eché un último vistazo a los chicos, a la pequeña, y luego eché a correr por el estadio. Salí empujando una de las puertas laterales; nadie me detuvo. Tenía la tarjeta electrónica con la que se abría la puerta de la habitación aún en el bolsillo de los pantalones, de modo que no me sería difícil encontrar un refugio.
A pesar de que habíamos ido en coche hacia el estadio, no tardé en encontrar el camino al hotel y terminar llegando al gran edificio que arañaba, receloso, el cielo mexicano. Empujé la puerta giratoria con rabia, los ojos ahogándose en lágrimas, y me metí en el ascensor como un bólido, pasando al lado de una ancianita que salía de él. No quería ir acompañada, pero mi suerte se había limitado a no encontrarme a nadie que me reconociera por la calle. Esperé con impaciencia que todos los pasajeros se bajaran del ascensor y, una vez llegué al ático, pulsé el botón que abría las puertas antes de tiempo. Salí del ascensor, notando que me ahogaba.
Saqué la llave del bolsillo, pero las manos me temblaban, y se cayó al suelo. Gemí por lo bajo, me agaché a recogerla, y el mundo se nubló a mi alrededor. Me senté en la moqueta roja, imitando a los palacios de Europa, me hice un ovillo y me eché a llorar.
Sabía de sobra lo que iba a hacer allí dentro, no quería hacerlo, pero tampoco quería sentirme culpable y odiarme, porque en el fondo Noemí tenía razón.
Le había roto el corazón a Louis, y me odiaba por ello, pero sobre todo me odiaba porque me gustaba saber que podía romperle el corazón y seguir viviendo con ello.
Me limpié las lágrimas de los ojos, me incorporé tambaleándome y pasé la tarjeta por la puerta, que se abrió con un pitido. Entré dentro, me quité la chaqueta y la tiré al suelo. Dejé la tarjeta por ahí tirada, sin preocuparme de que después no pudiera encontrarla, y me metí en el baño.
Abrí los armarios que rodeaban al inmenso espejo, pero no había ninguna cuchilla de afeitar. Sollocé, me tapé la boca con la mano para contener el llanto, y empecé a pensar a la velocidad de la luz, con los ojos casi cerrados y las lágrimas sin dejarme ver nada.
El cristal del espejo.
Los primeros cortes.
Por cuestiones macabras superiores a mí, casi por la decisión del universo de que así lo hiciera, había guardado el trozo de cristal del espejo que había utilizado para intentar suicidarme la primera vez como si de un amuleto se tratara.
Me dirigí a la habitación; la cama estaba hecha, los lirios habían vuelto a su lugar de siempre, las cortinas estaban descorridas, por lo que el sol iluminaba la habitación con toda su potencia lumínica. Me incliné hacia mi mochila, saqué la cartera y abrí el compartimento para las monedas. En ese compartimento, había uno más pequeño, donde no cabían dos monedas juntas, pero sí un trozo de cristal.
Lo saqué con cuidado, pero fue inútil. Me corté las yemas de los dedos en ese proceso, y no me importó en absoluto. Lo que tenía pensado era peor, más doloroso y más placentero.
Respiré hondo con el cristal en la mano; las manchas de mi sangre de hacía meses seguían en su superficie. A ellas se sumaba la sangre de hacía escasos segundos.
Me aguanté las ganas de empezar mi operación de carnicera en la habitación, porque dejaría rastros muy difíciles, si no imposibles, de quitar. Cerré la cartera y fui al baño. Eché el pestillo, me acerqué al lavamanos y me contemplé en el espejo.
Sujeté el pequeño trozo de espejo con los dedos pulgar, índice y corazón sobre mi piel. Lo coloqué de forma que la presionara suavemente.
Le he roto el corazón a Louis y encima me gusta.
Con la mano temblorosa, arrastré despacio el espejo por la piel, que se abrió sin oponer resistencia, igual que el agua cuando pasan los barcos.
El dolor lacerante que me atacó fue ensordecedor. Cerré los ojos, me senté en la taza del váter y me aguanté las lágrimas. Sorbí por la nariz, mirando el pequeño reguero de sangre que se deslizaba por mi brazo hasta el suelo. De una patada, alejé de mí la alfombrilla blanca nívea del baño, justo en el instante en que una gota de sangre, la primera de todas, iba a impactar contra ella.
Voy a perderlo para siempre.
Repetí la operación, esta vez más rápido. Gemí de dolor, de dolor físico y emocional, pero sobre todo emocional. El físico todavía no era lo bastante fuerte para reemplazar el emocional.
Eres una inútil, no sirves ni para cortarte.
Mi brazo empezaba a teñirse por completo de rojo.
No te lo mereces.
-No-gemí, abriendo un corte enorme. Grité, ahora sí dolía, dolía mucho, las voces se estaban yendo, se iban, se iban, casi no las escuchaba...
Dejará de quererte.
-No-supliqué, cortándome más hondo. Si querían sangre, les daría sangre, si querían dolor, les daría dolor, pero, por favor, por favor, que me dejaran tranquila, por favor.
Dejará de quererte, repitieron las voces.
Seguí suplicando que se callaran, ellas siguieron hablándome mientras yo me abría más y más trazados en los brazos. Tiré el espejo al suelo, luego lo recogí, cambié de brazo.
Dejará de quererte, insistieron las voces cuando ya no me quedaba más espacio entre los brazos para cortarme, y siguieron, siguieron, más insistentes que nunca. Ya no te querrá, no te querrá nadie, y una carcajada sucia, cruel.
Casi sin pensar, me levanté y me desabroché los pantalones. Los bajé poco a poco, hasta la altura de la rodilla. Tomé aire varias veces. Las voces no se callaban.
Las voces eran yo.
Dejará de quererte.
Tracé una línea por la piel de mi pierna, y un dolor más intenso que los demás me atravesó el cuerpo. Me incliné hacia delante. Las voces seguían allí, pero eran mucho más débiles.
Al ver que bajaban el volumen cuando cambié de lugar, y que casi parecían callarse si me cortaba rápido, pasé de asumir el trabajo de un cirujano ocular al de un carnicero. Cambié precisión por velocidad.
Me dejé caer el suelo y me eché a llorar, con mi propia sangre, hecha charco, entrándome en la boca con cada sollozo. Cerré los ojos, las voces se habían ido, pero el dolor seguía ahí, y necesitaba que parara. En mi mente ahora se repetía un nuevo mantra.
Louis, lo siento, Louis, lo siento, Louis, lo siento.
Le había fallado a todo el mundo, le había fallado a él. Quería morirme y dejar de ser un estorbo, pero sabía por experiencia que aquellos cortes no eran lo bastante profundos.
Me incorporé, miré mi camiseta, que había pasado de ser blanca a ser roja, y me pasé una mano por la cara, limpiándome como pude la sangre. Me horrorizó la visión de mi propio brazo; se había convertido en una masa sanguinolenta que poco a poco iba cicatrizando.
Me limpié la nariz con el dorso de la mano, sin importar que tuviera la mano más sucia incluso que la nariz, me levanté y busqué una fregona y un cubo.
Cuando volví a entrar al baño, la sangre empezaba a coagularse. Llené el cubo de agua, pasé la fregona por el suelo, y vomité tres veces antes de terminar el trabajo. Cuando lo hice, busqué ropa limpia y me metí en la ducha. Sólo me froté la cara y los lugares donde no tenía heridas; temía poder abrirlas sin querer, y tener que repetir la operación.
Una vez salí de la ducha, me quedé quieta, esperando secarme, pues seguía con el mismo problema si se trataba de las toallas. Así que, transcurridos 45 minutos, salí del baño con las puntas del pelo húmedas, con el cuerpo hecho un asco, y yo fingiendo que no pasaba nada cuando estaba rota por dentro.
Me incliné hacia el móvil.
24 llamadas perdidas. 20 de Louis, las otras cuatro, una de cada chico.
12 mensajes de voz. Todos de Louis, que al principio me preguntaba dónde estaba, y su voz se volvía más y más nerviosa a medida que pasaba el tiempo.
15 sms, histéricos, de Louis.
Lo llamé, pero no me contestó. Me puse una chaqueta, busqué sin éxito la tarjeta y me pellizqué el puente de la nariz, haciendo memoria, con el teléfono pegado a la oreja.
-¿Eri?-preguntó Louis, su voz era la personificación de la desesperación. Me dio un vuelco el estómago, tuve ganas de encerrarme en el baño y cortarme la yugular por el simple hecho de que yo había causado esa desesperación.
-Soy yo-asentí con la cabeza, conteniendo las lágrimas. Me tapé la boca con la mano, apreté los párpados-. ¿Dónde estás? Se oye mucho ruido de fondo.
-No, ¿dónde estás tú? Estamos con las pruebas de sonido, ven ya.
-Ahora voy.
-¿Estás bien, nena?
Colgué el teléfono, porque no me apetecía mentirle por ahí. Me abroché la chaqueta, volví a echar un vistazo por el suelo, intentando encontrar la tarjeta, pero me rendí. Tenía que salir ya.
Rehíce el trayecto, mucho más despacio, pues en el fondo no tenía ganas de llegar, y me metí en el estadio por una de las puertas de atrás. En la principal la gente ya se estaba preparando para entrar.
Entré cuando los chicos cantaban She's not afraid. Noemí y Alba estaban sentadas  en la grada, y me llamaron para que fuera con ellas, pero las ignoré y me fui al otro extremo. No me apetecía decir dónde estaba.
Bajé la cabeza y me concentré en cantar mentalmente la siguiente canción.
Alcé la vista cuando escuché el solo de Louis en Over Again mucho más bajo, como si no estuviera en el escenario cantándolo y el micrófono no capturara toda su voz. Me esforcé por contar las figuras en el escenario: Liam, Niall, Harry, Zayn...
-Estoy aquí-dijo una voz a mi espalda. Louis se había sentado a mi derecha, un asiento por detrás. Apagó el micrófono con un gesto de la mano y pasó las piernas por los asientos. Se sentó a mi lado y me miró.
-¿Qué pasa?
-Dime que me quieres.
-¿Por qué?
-¡Dime que me quieres!-grité, echándome a llorar.
-Te quiero-dijo, estrechándome entre sus brazos. Amaba la manera en que dejaba que llorara en su hombro, amaba cómo me abrazaba y me hacía sentir que nada podía herirme, amaba cómo me comprendía...
Lo amaba más de lo que me amaba a mí misma, o amaba a las cuchillas que me alejaban del dolor por unos instantes. Lo amaba más de lo que odiaba a las cuchillas y a mis cicatrices.
Me daría igual que el mundo se acabara siempre y cuando no acabara con él.
-He vuelto a cortarme-confesé, y me abracé más a él. Se separó medio milímetro de mí, pero tiré de su camiseta para que no lo hiciera. Cuando por fin conseguí reunir el coraje suficiente para separarme de él, ni siquiera lo miré.
-¿Puedo verlas?
Lo miré a los ojos un segundo; no había odio, sólo amor. No había reproches, sólo preocupación.
Estiré los brazos y Louis me remangó la chaqueta. Los chicos lanzaban miradas curiosas desde el escenario, pero nunca, jamás, se callaron para tratar de escuchar.
Sí que notaba los ojos de las españolas en mí.
-Necesito que dejes de fumar, Louis... es... muy... importante-susurré.
-Dime que me quieres-replicó él, examinando los cortes. Quise apartarme, pero no me dejó.
-Te quiero.
-Yo necesito que dejes de cortarte.
-No puedo...-empecé, bajando la cabeza, pero él me tomó de la mandíbula con dos dedos y me obligó a mirarlo.
-Yo te ayudaré, Eri. Te ayudaré, mi amor. Escúchame-dijo, cogiéndome las manos, desnudando mis brazos, y haciendo el gesto más bonito que jamás hubiera hecho por mí, el que entregó le mi alma sin remedio, para siempre: me besó las heridas abiertas, algunas incluso aún brillaban, una en particular se negaba a secarse-. Yo no voy a hacer con nuestra relación lo que tú estás haciendo con tus muñecas, Eri. Amor, mataré a cualquiera que te haga daño, así que por favor, por favor, no me pidas que te mate.
Lo miré.
Todavía no sabía que terminaría pidiéndoselo.
-Ojalá pudiera pedirte que me perdonaras.
-El amor es perdonar, nena-sonrió, intentando animarme. Su sonrisa era contagiosa, como los bostezos.
-No quiero que me perdones, Louis.
-Ni yo que te cortes, así que tendremos que jodernos y aguantarnos los dos, ¿no te parece?
Lo abracé y lo besé en los labios.
-Eres la cosa más perfecta que ha pisado este mundo.
Se separó de mí negando con la cabeza.
-No, Eri. Soy la cosa más tuya que ha pisado este mundo. Creo que eso es mejor.