lunes, 30 de septiembre de 2013

Las ventajas de ser un marginado.

Una vez en una hoja amarilla de papel con rayas verdes
escribió un poema
Y lo llamó "Chops"
porque así se llamaba su perro
Y de eso trataba todo
Y su profesor le puso un sobresaliente
y una estrella dorada
Y su madre lo colgó en la puerta de la cocina
y se lo leyó a sus tías
Ese fue el año en el que el Padre Tracy
llevó a todos los niños al zoo
Y les dejó cantar en el autobús
Y su hermana pequeña nació
con las uñas de los pies diminutas y sin pelo
Y su madre y su padre se besaban mucho
Y la niña de la vuelta de la esquina le envió una
tarjeta de San Valentín firmada con una fila de X
y él tuvo que preguntarle a su padre qué significaban las X
Y su padre lo arropaba en la cama por la noche
Y siempre estaba ahí para hacerlo

Una vez en una hoja blanca de papel con rayas azules
escribió un poema
Y lo llamó "Otoño"
porque así se llamaba la estación
Y de eso trataba todo
Y su profesor le puso un sobresaliente
y le pidió que escribiera con más claridad
Y su madre nunca lo colgó en la puerta de la cocina
porque estaba recién pintada
Y los niños le dijeron
que el Padre Tracy fumaba puros
Y dejaba colillas en los bancos de la iglesia
Y a veces las quemaduras hacían agujeros
Ese fue el año en que a su hermana le pusieron gafas
con cristales gruesos y montura negra
Y la niña de la vuelta de la esquina se rió
cuando él le pidió que fuera a ver a Papá Noel
Y los niños le dijeron por qué
su madre y su padre se besaban mucho
Y su padre nunca lo arropaba en la cama por la noche
Y su padre se enfadó
cuando se lo pidió llorando

Una vez en un papel arrancado de su cuaderno
escribió un poema
Y lo llamó "Inocencia: una duda"
porque esa duda tenía sobre su chica
Y de eso trataba todo
Y su profesor le puso un sobresaliente
y lo miró fijamente de forma extraña
Y su madre nunca lo colgó en la puerta de la cocina
porque él nunca se lo enseñó
Ese fue el año en el que murió el Padre Tracy
Y olvidó cómo
era el final del credo
Y sorprendió a su hermana
enrollándose con uno en el porche trasero
Y su madre y su padre nunca se besaban
ni siquiera se hablaban
Y la chica de la vuelta de la esquina
llevaba demasiado maquillaje
Que le hacía toser cuando la besaba
pero la besaba de todas formas
porque tenía que hacerlo
Y a las tres de la madrugada se metió él mismo en la cama
mientras su padre roncaba profundamente

Por eso en el dorso de una bolsa de papel marrón
intentó escribir otro poema
Y lo llamó "Absolutamente nada"
Porque de eso trataba todo en realidad
Y se dio a sí mismo un sobresaliente
y un corte en cada una de sus malditas muñecas
Y lo colgó en la puerta del baño
porque esta vez no creyó
que pudiera llegar a la cocina.

martes, 24 de septiembre de 2013

Broken; this is the beginning of the end.

Cuando todo tu mundo se rompe, no eres suficiente. Tus piernas no son lo bastante rápidas, tus reflejos no son los bastante veloces, ni tus pensamientos lo suficientemente lúcidos. Y todo porque lo único que quieres hacer, lo único que puedes y vas a hacer, será correr a tratar de unir lo que se ha roto, sin importar que lo que se ha roto puede arreglarse, pero lo arreglado siempre estará roto.
Eso es lo que hice yo.
Cuando escuché la voz de la chica, a la que más tarde reconocí como Lottie, llorando, contándome entre lágrimas qué había pasado, ni siquiera la dejé acabar.
Tiré el teléfono al suelo y simplemente eché a correr, y el mundo se deslizó bajo mis pies lentamente, riéndose de mi patética velocidad, que más bien sería no-velocidad.
Sin poder pensar, ni darme cuenta de que no iba a llegar a Inglaterra corriendo, ni mucho menos, corrí por mi pueblo hasta casi llegar a la carretera, donde mi hermano consiguió alcanzarme y meterme en el coche. No me puse el cinturón, e insistí en abrir la puerta. Simplemente quería salir de allí, y ocuparme de algo demasiado importante como para hacerlo esperar.
El motivo más egoísta era el que encabezaba la lista de prioridades: necesitaba ver a Louis y asegurarme de que estaba relativamente bien.
Mi hermano me colocó contra la pared, agarrándome de los hombros, y me ordenó que respirara. Estaba tan histérica, tan hecha una furia con el mundo, que a sus casi dos metros de estatura le constaron contener mi metro sesenta y dos.
-¿Qué pasa?
-Es Louis-dije con un hilo de voz, hundiendo mis ojos en los suyos. Él asintió con la cabeza y se fue al coche.
-Te llevaré al aeropuerto.
Fue la última frase que dije en España. Metí rápidamente lo estrictamente necesario en una mochila y salí corriendo, lanzándome al coche de mi hermano, abriendo la puerta a toda velocidad, y gimiendo cuando sentí un chasquido en mis piernas. Me dije que no importaba, que podía sacarme todos los huesos de sitio y conseguir llegar a Inglaterra.
Comprobé mil veces que tenía el pasaporte para poder ir al país de mi amado en la mochila, y nunca, jamás, el pasaporte me dio ningún susto. Su intelecto de objeto le había indicado que yo no estaba para bromas, de modo que, simplemente, se quedaba obedientemente colocado en su lugar.
Me había dejado el móvil tirado en el suelo de casa, pero no iba a dar la vuelta para recogerlo. Cogí el de mi hermano y compré un billete para el vuelo más próximo en el tiempo, que era en escasa media hora, y lo besé en la mejilla cuando llegamos al aeropuerto. Cerré la puerta de un portazo y desaparecí corriendo por la terminal, enloquecida. Ni me detuve a mirar las revistas, ni cogí el rutinario bocadillo para el viaje. Simplemente no podía.
Subí las escaleras mecánicas a saltos, y, cuando llegué a la parte superior, vi a Alba caminando de un lado a otro, totalmente desorientada, buscando un punto continuo en el que fijarse y al que abalanzarse. Noemí estaba sentada en una de las sillas del aeropuerto, negando con la cabeza y mirando al charco que sus lágrimas habían creado de la nada. Una azafata la miraba con el ceño fruncido.
En cuanto me vio, Alba se acercó a mí. Yo fui hasta la pequeña y le toqué el hombro. Ella me miró, se tapó la boca y terminó de romperse. Alba se desmoronó y se rindió a las lágrimas.
Yo no lloré.
La gente decía que yo era como Louis, yo era su doble femenino. Él nunca lloraba, aunque lo necesitara, aunque fuera vital, si los de su alrededor lo hacían. Él era el pilar fuerte, la columna que soportaba el terremoto, el edificio que sobresalía por encima de la inundación.
Se acercaron a mí y me rodearon con los brazos, mientras yo miraba el horizonte que esperaba cruzar varias veces en ese mismo día.
Empezaron las llamadas para los vuelos, la nuestra llegaba demasiado tarde, no llegaba, simplemente no llegaba, que nadie iba a Barajas, joder, que nadie iba a Mallorca, poned el puto avión a Londres ya...
-Señores pasajeros del vuelo-y una retahíla de números que ni me molesté en escuchar, mi corazón sabía que aquella era la llamada que yo estaba esperando- con destino Londres-recitó la voz, poniendo pausas en cada puta palabra-, embarquen por la puerta número 8.
Corrí a la puerta número 8, en la que aún no se había formado cola, y le tendí el pasaporte junto con el billete a la chica.
Me senté en la parte trasera del avión, porque era la que más posibilidades tenía de destruirse en un accidente, y, francamente, no me apetecía llegar a Inglaterra, tal era el terror que sentía a lo que me encontrara allí. Prefería morir carbonizada a llegar allí y que mi corazón se rompiera en mil pedazos, esta vez para siempre.
Noemí caminó entre los asientos, me miró un segundo, apoyada en los dos que tenía a cada lado, y después se sentó varias filas por delante, justo encima de las alas; en teoría, una de las zonas más estables del avión, justo después que el morro.
Alba caminó entre los asientos y se sentó al otro lado. Yo me incliné hacia atrás, subí los pies al asiento, doblé las piernas, conecté los auriculares al iPod sin saber aún qué me proponía, y me puse la capucha. Nivel de aislamiento del mundo:200%, me dije a mí misma, mirándome las uñas. Observé por el rabillo del ojo que Alba ponía el móvil en silencio, pero ni de lejos ponía el Modo avión del teléfono, y mucho menos lo apagaba.
Los dedos de Noemí aparecieron pegados a la ventana, acariciando algo que no sabía si íbamos a volver a ver.
-Tienes que apagar eso-dijo la azafata, señalando el iPod. Le quité los auriculares y la miré, ella suspiró-. Y las piernas. Bájalas, por favor.
Iba a contestarle algo, pero decidí callarme y obedecer. Podía subir las piernas cuando no me estuviera mirando. Como no era la de siempre, no le debía respeto, obediencia, ni cariño.
El avión arrancó, moviéndose con parsimonia por la pista, deleitándose con mi sufrimiento. Se escuchó por los altavoces cómo el piloto intercambiaba un par de opiniones con su copiloto. Los motores aceleraron, las ruedas no se movían, pero pronto fueron desbloqueadas y el aparato se abalanzó hacia delante, impulsándome hacia atrás.
¿Cuánto necesitaría para romperme las cervicales?
Cerré los ojos un segundo, justo en el momento en que el vehículo abandonaba la tierra. Más del 75% de los accidentes de aviación ocurrían justo en este punto. Había sido tan fácil en el accidente de Madrid de hacía unos años, en el que el avión simplemente no se levantó...
Miré por la ventanilla en el instante en que la pequeña meseta en la que se situaba el aeropuerto de Asturias se rompía, cayendo hacia abajo en un enorme acantilado, con una playa en su parte inferior. El avión giró rumbo norte; el mar ocupó todo mi campo de visión. Luego, unas pocas nubes valientes sufrieron las embestidas del aparato. Y, después, tras una neblina, el avión se estabilizó rumbo noreste, bajo un fino manto de nubes y un mar embravecido debajo. Alguien me entendía.
De nuevo por el rabillo del ojo, vi cómo Alba tecleaba desesperada en el móvil justo en el momento en que una azafata se le acercaba. Ésta le dijo algo que yo no alcancé a oír, y por la manera en que se movió, y la cara que puso mi amiga, deduje que no era algo demasiado agradable.
En ese instante, las luces que indicaban que debías mantener el cinturón abrochado obligatoriamente se apagaron. Por primera  vez en mi vida me lo quité, me coloqué en la posición fetal de antes de despegar, y encendí el iPod.
Fui automáticamente a la carpeta que Louis me había obligado a crear allí, puesto que a veces cogía mi reproductor y lo utilizaba él. Le parecía muy raro tener que estar escuchándose, así que había metido canciones de heavy metal, rock y demás géneros musicales que yo no soportaba. Para mí, todo aquello era ruido.
El rock no eran unos tíos dando gritos a un micrófono, joder. El rock era el que hacía el rey. La música de Elvis era rock, lo que había ahora era ruido. Lo que Louis escuchaba y tanto le gustaba era solo y exclusivamente ruido.
Y yo lo puse a todo volumen, deseando destrozarme el cerebro con las ondas de sonido.
Cerré los ojos, y mi mente empezó a traicionarme. Sentí en primera persona y vi en tercera todos y cada uno de los momentos que había pasado con Louis a la velocidad de la luz.
Cuando abrí los ojos, tenía la camiseta y la sudadera negra empapadas. Me había vestido totalmente de luto, e incluso había cogido sin darme cuenta las Vans de mi novio, que me quedaban enormes. Suspiré, rebusqué en la mochila y encontré las Converse. Mi subconsciente aún funcionaba, y había metido, sin saberlo, algo que podría utilizar.
Cuando el avión aterrizó y enfiló la pista, yo ya estaba preparada para lanzarme corriendo. Vi cómo Noemí se incorporaba y sacaba la cabeza por encima de los asientos, inspeccionando el entorno. En cuanto se apagó la luz de los cinturones, ambas nos lanzamos hacia delante, mientras Alba se tomaba su tiempo, prolongando en la medida de lo posible su estancia en aquel lugar cálido, luminoso y seguro.
Prácticamente saltando por encima de los asientos, sorteé a la marabunta de gente que se apelotonaba en el pasillo del avión. Salí zumbando la primera, empujando a una señora mayor que bien podía ser la doble de la reina de Inglaterra, y atravesé la pasarela de cristal a la velocidad del rayo, sin importarme dejar a las pocas personas que conocía atrás. Lo que me estaba esperando era más importante y urgente que Alba y Noemí, por mucho que me hiciera egoísta admitirlo ante mí misma. Me detuve en la terminal, perdida entre el murmullo de la gente, caras y caras borrosas que me rodeaban y me confundían en la masa. Me llevé la mano a la boca y miré a mi alrededor. En mi carrera enloquecida, había llegado a una parte del aeropuerto que no había pisado nunca.
Una chica de más o menos mi edad se detuvo un segundo y me miró. Llamó a sus padres, me señaló, intercambió unas palabras con ellos, y se acercó a mí.
-¿Eri?-dijo con un fuerte acento del norte, que me recordó muchísimo al de Louis. No, por favor, no.
-Sí-dije con un hilo de voz, y me llevé una mano a la garganta, abriendo mucho los ojos, sorprendida por lo que era capaz de hacer. ¿No sabía cómo estaba Louis, y era capaz de hablar con una extraña? ¿Había recorrido toda esa distancia con el corazón desbocado solo para contestar las preguntas absurdas de alguien a quien no había visto nunca y no volvería a ver, probablemente, en el resto de mi vida?
Los ojos de la chica brillaron, y me tocó el brazo caído. Yo lo doblé, pasando la mano por el codo del otro que aún me aferraba la garganta.
-¿Cómo están?
En sus ojos había algo reflejado. Mi propio rostro. Y lo que vi en él me asustó, me aterrorizo: el pánico de mi cara, las facciones duras, pulidas por el terror, totalmente frágiles, en contraste con el poder y la fuerza de mis dedos, aferrándose a mi cuello, negándose a soltar una palabra más.
-No lo sé-conseguí articular, separando los dedos uno por uno de la piel de mi garganta y dejando caer los brazos. Ella me dio una palmada en el hombro después de que sus padres le dijeran que me dejara en paz.
-Espero que estén bien. Suerte.
Se dio la vuelta y se fue con su familia, dejándome a mí sola con mi sensación de orfandad. Le cogió la mano a su madre, pero se giró y me gritó, por encima del murmullo constante de un aeropuerto de la categoría en el que me encontraba:
-¿Sabes? A mí también me han salvado-y se tocó crípticamente las muñecas.
Tragué saliva, y lancé mil plegarias, diez a cada dios habido y diez a cada dios por haber, con el fin de que alguien me hiciera caso. El karma me lo debía. El karma admitiría un sacrificio como pago de una deuda.
Llevaba pensando las maneras en las que cambiaría mi lugar con Louis si el peor de los casos que yo me atrevía a imaginar era, efectivamente, el verdadero.
Una mano amiga me tocó el hombro, y me giré. Alba.
-Acabo de hablar con Paul. Viene a buscarnos.
-No puedo esperarlo.
-Un taxi saldría demasiado caro-replicó Noemí, encogiéndose de hombros y mirando en derredor-. Y, además, dudo que te llevase hasta Londres. Está demasiado lejos, y hay demasiada gen...
-¡¡NO PUEDO ESPERAR!!-bramé, pasando entre ellas, de nuevo a la carrera, y cruzando como una bala el aeropuerto en dirección a la salida, la luz cegadora del sol, que era igual que la de un túnel.
Mis pies casi no tocaron el suelo en todo el trayecto.
Ya fuera, corrí hacia el carril en el que una manada de coches, con cientos de maletas a su alrededor, estaban esperando para marcharse. Me incliné hacia el último que había, que resultaba ser el más cercano, y justo el único vacío.
-¿A Londres?-pregunté, abriendo la puerta del copiloto europeo... la del conductor en Inglaterra.
El hombre, que estaba fumando un cigarrillo me miró, molesto.
-Coge los primeros.
-Están todos llenos. A Londres-espeté, cerrando la puerta y metiéndome dentro. El tío volvió a suspirar.
-Mira, guapa, no puedo llevarte a Londres. Debo esperar a que sea mi turno. No es justo para mis compañeros que me salte a la torera las normas y haga más carreras que ellos...
Le tiré dos billetes de 100 libras y lo miré.
-Gracias por lo de guapa, pero limítese a conducir. Deprisita.
Miró los billetes.
-¡Oh, venga, joder, cójalos! ¡Sé cómo va esto, ¿sabe?! Soy española, ¿entiende? Y en España vivimos sobornándonos los unos a los otros. O al menos los políticos hacen eso. A Londres. Tengo un asunto urgentísimo que tratar allí.
Los cogió con una mano tímida.
-Pero...
Le enseñé mis muñecas llenas de cicatrices que, a regañadientes, iban desapareciendo, camuflándose en la piel igual que un camaleón se camuflaba en la jungla.
-Sería una auténtica pena que me diera uno de mis ataques psicóticos, buscara algo punzante en el coche para cortarme, y destrozara la tapicería de su precioso Mercedes-dije, acariciándola despacio con las uñas. No me había dado cuenta de que me había metido en un taxi con asientos de piel, seguramente el que se utilizaba para las estrellas de cine en los estrenos, y todas esas gilipolleces en las que me negaba a pensar en un día como ese.
Se guardó los billetes en el bolsillo, bajó la ventanilla refunfuñando y tiró el cigarro al exterior. Subió la ventanilla, arrancó el coche y salió derrapando, sin mirar a sus compañeros, con los hombros alzados en un gesto de disculpa sincera. Yo me acurruqué en mi asiento, crucé las piernas y traté de controlar mi respiración.
-Te va a salir muy caro.
-El dinero no es problema.
-Con las 200 libras que me has dado no te va a bastar, guapa.
-Considérelo un plus a cobrarme por ir rápido. A todo lo que dé. Sé que los taxistas tienen trucos para eludir a los radares. Así que mueva el culo-gruñí, mirando por la ventanilla, deseando que la rotonda en la que estábamos entrando fuera en realidad una recta.
Tras practicar unos ejercicios de respiración, consiguiendo bajar mi desbocado ritmo cardíaco, me pareció una buena idea contemplar lo que había metido apresuradamente en la mochila. Trataba de echar la vista atrás, pero lo último que recordaba era descolgar el teléfono y escuchar la preciosa voz de Lottie dándome aquellas noticias tan horribles.
Corrí las cremalleras y agarré la mochila por su parte inferior, volcándola a un lado de mi cuerpo. Había metido un neceser con maquillaje, crema hidratante, un cepillo de dientes y un peine, mi kit de emergencia que nunca, jamás, deshacía cuando estaba en España; el cargador del iPhone, que seguramente seguiría en el suelo de mi casa, hecho añicos, y eso solo si mi perro no había decidido que era un buen juguete y que quería apuntarse a la era digital; las Vans de Louis que me había quitado en el avión, el iPod, unos auriculares, un conjunto de ropa interior limpio, una camiseta gris, una diadema para el pelo, horquillas, una goma del pelo (con la que me haría una coleta costándome Dios y ayuda), el pasaporte, chicles, una botella de agua, el estuche de unas gafas de sol, y la cartera. Miré el dinero que me quedaba, que no era poco. Casi 500 libras en metálico, sin contar las que ya había regalado porque me sentía generosa en el momento de entrar en el taxi... y decidí que sobreviviría. Tenía tarjetas de crédito, bonos de transporte, y...
Se me cayó el mundo encima cuando, en un rinconcito oculto de la cartera, encontré un envoltorio plateado con una palabra repetida hasta la saciedad en su dorso. Durex.
Un condón.
Mi cabeza voló automáticamente a los momentos que había pasado con Louis, que no eran pocos, ni para nada desechables. Cerré los ojos, notando la acidez de las lágrimas, y me repetí a mí misma mil veces que no debía llorar.
Pero es que también tenía el envoltorio del primer preservativo que habíamos utilizado Louis y yo. Me había empeñado en guardarlo de recuerdo, lo que había hecho que él me agarrara por la cintura y me besara los hombros, abrazándome por la espalda, diciendo que yo era su "niñita caprichosa, que todo quería recordarlo".
El nudo del estómago subió hasta mi garganta. Me puse rápidamente las gafas de sol, unas nuevas que había comprado en el viaje a Los Ángeles, y, tirando de la manga de mi sudadera, me tapé la boca, a modo de mordaza y pañuelo al mismo tiempo. Cerré los ojos y me dejé llevar, sin preocuparme de que ya faltara poco y debería ir recogiendo las cosas.
El taxista miró por el espejo retrovisor para incorporarse a otro carril, y lanzó una exclamación ahogada al verme.
-¿Estás bien?
Miré hacia delante, pues había olvidado por un momento que estaba acompañada. Carraspeé, tratando de aclararme la garganta, y asentí con la cabeza.
-Sí... eh... sí-titubeé-. ¿Cuánto falta?
-Ya casi hemos llegado, chica.
-Bien-repliqué yo, pasando el dedo índice por detrás de las gafas y capturando una lágrima, mientras mi cabeza les exigía a mis ojos que dejaran de creerse grifos. Recogí las cosas en cuanto entramos en el núcleo urbano.
-¿Dónde te dejo?
-En el Royal Mardsen Hospital-dije yo, y me odié a mí misma por no ser capaz de mantener el tono de voz sin romperse al llegar a la última palabra. El conductor asintió y no dijo nada más.
Recorrió las calles de la ciudad con mi sensación de desapego instaurada en la parte de atrás de su vehículo. Ya no sentía que Londres fuera mi casa. Me sentía como si no encajara en un lugar; era la pieza suelta de un puzzle que alguien había dejado a la mitad, y yo me había escurrido por una esquina hasta caer en el olvido. Enseguida comprendí por qué: Londres no era mi hogar.
Inglaterra no era mi hogar, ni tampoco España.
Mi hogar era Louis.
Le pertenecía a él y debía estar a su lado.
Si lo perdía, me convertiría en un alma en pena, sin ningún sitio al que ir, ninguna casa a la que regresar, solo yendo de acá para allá en continuo exilio, buscando un poco de felicidad en un mundo en el que se había extinguido.
Cuando llegamos al edificio con la fachada de color ladrillo, solté un taco en mi lengua materna. Era el mismo hospital en el que había dado a luz Kate Middleton a su hijo, el futuro rey de Inglaterra.  Era el mejor de todas las Islas Británicas, de modo que allí lucharían por las vidas de mi novio y mis amigos.
Abrí la puerta y salté fuera antes incluso de que el taxi se detuviera por completo. Abrí la puerta del copiloto.
-¿Cuánto...?
El hombre me tendió varias monedas.
-Ten el cambio.
-No lo entiendo.
-El viaje no ha costado 200 libras. Cógelo.
-Pero... yo...
-Vete a ver a tu novio-dijo-, no te preocupes por un viejo taxista cascarrabias, ¿quieres, guapa?
Lo miré un segundo.
-¿Sabe quién soy?
-Unos ojos extranjeros que han cantado en unas Olimpiadas no se olvidan tan fácilmente, guapa-replicó él-. Espero que la banda esté bien.
-Gracias. Esto... quédese el cambio-dije, cerrando la puerta-. Gracias-repetí-, por todo-añadí en un tono más íntimo, de disculpa. Él bajó la ventanilla y sacudió la cabeza.
-Suerte, aunque sé que tú eres afortunada.
-Necesitaré toda la que pueda reunir-repliqué con un hilo de voz, haciendo un gesto con la mano y echando a correr en dirección a la puerta. El taxi no había arrancado cuando lo hice desaparecer cruzando las puertas que me llevaron al vestíbulo.



Recorrí los pasillos lo más rápido que pude, sin hacer otra cosa que mirar a cada lado, buscando una cara conocida. Los chicos aún estaban en urgencias, donde les estaban haciendo el reconocmiento.
Vi cómo una anciana, con un rosario en la mano, se encaminaba lo más rápido que sus piernas le permitían a una pequeña capilla situada en una sala cuyas ventanas daban al este. Pasé de largo, preguntándome si sería capaz de rezar a alguien en quien no creía por la cura de los chicos, cualquiera de los cinco.
La respuesta era sí, y lo sabía.
Entré en una sala de paredes níveas, impecables, en la que descubrí a un grupo de gente ya conocida. Victoria y Lottie, de pelo de la misma medida, pero distinto color, así como los ojos, levantaron la mirada a la vez, esperando encontrar a alguien más. Lottie se levantó de un brinco y vino a abrazarme, dejando a Victoria sentada al lado de Maura, hecha un mar de lágrimas, y el padre de Liam.
Me separé despacio de mi cuñada y la miré a los ojos. Los tenía hinchados, con las bolsas características de su familia acosando el tono rubí que había sido capaz de alcanzar durante el tiempo que había pasado entre que había conocido las noticias de su hermano y los demás, y el instante en que yo la encontré.
Y, a pesar de que Louis se merecía cada lágrima del mundo, a pesar de que ni siquiera todos los océanos convertidos en lágrimas serían suficientes, permanecí seca como un sarmiento, igual que un desierto, porque Lottie así lo necesitaba. La sujeté por la parte interna de los brazos.
-¿Y tu madre?
-Está de camino. Trabajaba. La llamé antes que a ti. Espero que lo entiendas...-murmuró, bajando la vista un segundo, azorada, volviendo a levantarla cuando un doctor pasó apresuradamente a nuestro lado. Negué con la cabeza, y ella se limpió la nariz con la manga de la sudadera.
Yo misma la había llevado muchas veces por casa.
Era de las favoritas de Louis.
-Claro que lo entiendo, Lottie, es tu hermano, es su hijo, yo... no llevo su sangre en las venas como la llevas tú-dije-, al margen de que... apenas hace un año que nos conocemos... en persona, al menos-dije, sacudiendo las manos de un lado a otro, alzando las cejas. La miré-. ¿Tiene sentido?
Sonrió a través de su cortina de lágrimas.
-Lo tiene-dijo, volvió a abrazarme y me arrastró hasta el banco. Le di un abrazo a Victoria, intercambié un par de palabras con ella, preguntándole qué tal estaba, y demás. Luego crucé las piernas, posé las manos encima de ellas y me quedé muy quieta, pensativa.
Tenía que encontrar una solución a aquella situación. No podía esperar a saber si tendría secuelas, no podía hacer nada más que pensar en cómo hacer que el tiempo diera marcha atrás.
Al cabo de más de 45 minutos, Alba y Noemí llegaron, sofocadas, a la sala. Todos se levantaron para saludarlas y comunicarles la situación, todos salvo yo, que las observé en silencio, con la boca torcida en un gesto pensativo.
Noemí me miró un segundo, soltando la mano de Maura, que se había vuelto a echar a llorar. Intenté transmitirle todo lo que me estaba pasando por la cabeza, como hacía con Louis cuando nos mirábamos, pero con ella era mucho más difícil. Yo era un libro abierto con un código, código que sólo él conocía, de modo que tenía que esforzarme mucho para descodificarme  y permitir que los demás echaran un vistazo a mi contenido.
Visualicé con el mayor detalle posible lo que deseaba hacer, lo que necesitaba hacer y creía correcto, y ella estuvo a punto de pillarlo, pero algo rompió la débil conexión que habíamos conseguido establecer.
Karen entró en tromba en la sala justo en el momento en que una de las puertas balanceadoras se abría y una camilla salía. Alba se lanzó a la cama, seguida de cerca por su suegra. Las dos mujeres empezaron a hacer preguntas mientras Liam las contemplaba con ojos vidriosos, sin saber muy bien de qué estaban hablando. Todo el mundo se centró en el chico, pero yo estaba demasiado ocupada mordiéndome las uñas como para hacer caso de los demás y los estímulos que les molestaban. Cerré los ojos y lancé una plegaria silenciosa a quien quisiera escucharme. Noemí se sentó en el sitio que Geoff había dejado libre y estudió las caras de los presentes.
Poco después, llegó toda la familia de Zayn, que preguntaron por él, y a quienes informaron en la medida de lo posible. Estaba estable, no se encontraba grave, pero lo estaban examinando por posibles lesiones que, esperaban, no tuviera.
Yo no podía dejar de pensar en que normalmente salía primero el que mejor estaba, así que Louis no era el que mejor iba a estar, y...
Suspiré, dejé caer la cabeza entre las manos y miré el suelo. Me imaginé que una hormiga se paseaba tranquilamente por la superficie blanca, ajena al dolor al que se sometían los humanos.
Varias familias estaban allí, compartiendo el momento en que nos encontrábamos. Me froté la cara y miré a mi alrededor. Unas flores intentaban darle un poco de felicidad a aquel lugar tan horrible, un par de revistas que nadie quería tocar permanecían impolutas en la misma mesa de las flores...
La puerta se abrió y yo levanté la vista, conteniendo el aliento.
Lottie fue más rápida que yo, se levantó cuan larga era y se abalanzó hacia su hermano, que la recibió con los brazos abiertos. Los dos cerraron los ojos, disfrutando de contacto del otro. Lottie era un mar de lágrimas en brazos de Louis.
-Creí que...
-Te va a costar mucho más librarte de mí que un puñetero coche-replicó él, sonriendo y separándose de ella.
Las primeras lágrimas asomaron por mis ojos. Ya no tenía que aguantar nada, simplemente ser yo, ser suya, ser débil, llorar y dejar que me consolara.
Louis apartó un poco a Lottie y dejó que me acercara a él y lo estrechara entre mis brazos tan fuerte que podría haberle roto un par de costillas. Cerré los ojos, pegué la cara a su pecho y me eché a llorar.
-No vuelvas a hacerme esto, ¿quieres? Creí que te había perdido, y yo... no... lo soportaba-dije con un hilo de voz, cada vez más deshilachado y roto.
-No me iba a pasar nada que nos fuera a separar, mi amor-replicó él, devolviéndome el abrazo. Dejó escapar un gemido, que yo interpreté como dolor emocional, dado que no deshizo, ni mucho menos, su presa envolvente.
Estuvimos abrazados tanto como nos lo permitió el médico que lo había atendido. Carraspeó, aclarándose la garganta, después de informarle a Lottie de las observaciones que había hecho en su hermano.
-Tiene un par de costillas fracturadas; hemos podido arreglarlo sin operar, y le hemos administrado calmantes-informó el hombre, yo abrí los ojos y miré hacia arriba. Lou todavía seguía con la cabeza apoyada en mi hombro, los ojos cerrados, su nariz inspirando mi aroma-. Un esguince en la muñeca y un corte bastante profundo en la pierna, pero nada que no se vaya a curar con el tiempo...
Costilla fracturada, me recordó mi subconsciente, y me separé un poco de él, pero no lo suficiente.
-Louis...
-Me ha dolido más creer que no estarías cuando saliera que el hecho de estar roto por dentro, créeme-replicó él, tirando de mí y besándome despacio. Tenía una pequeña herida en el labio que yo no había notado. Mis labios volvieron a abrirla: los médicos habían considerado que era demasiado pequeña para cerrarla, de modo que probé el sabor metálico de su sangre. No era vampira, ni nada por el estilo, ni consideraba que la sangre supiera bien, pero el líquido unido en nuestras bocas, acariciando mi lengua y despertando mis papilas gustativas no me desagradó del todo.
Seguramente porque procedía de su cuerpo.
Nos separamos y le limpié con el pulgar el pequeño hilillo que le brillaba en la boca. Sonrió y me besó la frente.
-Marcada-murmuró.
-Tenemos que subirte a planta-dijo el médico, cansado de nuestro tonteo, pero, ¿qué podía hacer? Louis estaba bien, estaba muy bien, no tendría que sacrificarme por él, no tendría que buscar la manera de cambiar nuestras posiciones, simplemente estaba bien, conmigo, y eso era lo verdaderamente importante.
Nos despedimos de los demás y subimos a la planta. Nos metieron en una habitación vacía, en la que, en un principio, íbamos a quedarnos.
Ordenaron a Louis tumbarse en la cama, pero él sólo se sentó, descansando la pierna en la que tenía el corte.
-¿Y mis amigos?
-Liam ha salido de observación-dijo una enfermera joven, que se habría sacado la carrera de Medicina el día anterior, y que había ido al hospital más para ligar que para curar a la gente, o al menos eso indicaba su botón desabrochado, dejando entrever una parte de su generoso escote... que nada tenía que hacer contra el mío, si se me preguntaba, pero el simple hecho de que intentara levantarme el novio ya me daba ganas de arrastrarla por los pasillos impolutos del lugar en el que trabajaba y practicarle una lobotomía. Por golfa-. Los demás aún están en urgencias, pero no tardarán en salir, o al menos, eso espero-dijo, inclinándose hacia él y tomándole las constantes vitales, de paso que le ofrecía una perfecta panorámica de sus pechos.
Louis me miró y sonrió, divertido al ver cómo me hervía la sangre.
Voy a matarla, pensé con los ojos entrecerrados en actitud totalmente bélica. Él alzó las cejas.
No harás mucho, estamos en un hospital.
Suspiré. Charlotte nos observaba. La enfermera se excusó un momento, diciendo que iba a por más calmantes, pero que volvería antes de que la echáramos de menos... o sea, nunca.
-Tenéis que explicarme cómo coño hacéis eso-dijo Lottie en cuanto la mujer cerró la puerta, deslizando su contoneante cuerpo por el hueco entre ésta y la pared.
-¿El qué?
-Lo que acabáis de hacer. Casi podía sentir las palabras caminar tranquilamente de uno a otro, o más bien flotar-dijo, frunciendo el ceño y acercándose a la ventana.
-Quiero ver a Liam-dijo Louis, cruzándose de brazos y girándose para mirar por la ventana-. ¿Nos cambiarán de habitación si lo pedís?
-No voy a dejarte solo-contestamos su hermana y yo al unísono. Él alzó una ceja.
-Lo siento, Louis, pero he cogido un avión temiéndome lo peor, y no estoy como para que ahora vuelva a haber una pared entre nosotros-me excusé, alzando las manos por encima de la cabeza. Lottie gruñó.
-Y tú y yo somos hermanos, así que... no sería justo que yo, que soy los ojos y los oídos de mamá hasta que llegue, te abandone.
Louis se bajó lentamente de la cama.
-De acuerdo. Iré yo, entonces, dado que os habéis convertido las dos en un par de inútiles.
-¡Siéntate ahí!-exigí, incorporándome y empujándolo para que volviera a su sitio. Le toqué el hombro, creyendo que lo tenía intacto, sin dolor, pero él dio un brinco y ahogó un gemido. Me sumergí en sus ojos azules mientras él mantenía mi mirada, terco como una mula.
-Estoy bien.
-Deberías decir que también te duele el hombro.
-Harry y Zayn estaban peor que yo-contestó-, y Niall ya no...
Le puse el dedo índice en los labios y me incliné hacia él.
-Hoy ya he tenido mi sesión de sufrimiento. No quieres preocuparme-negó con la cabeza, aunque yo no necesitaba su confirmación-. No lo hagas.
Con la mano en su mejilla, uní nuestros labios. Fui lo bastante convincente para hacer que él volviera a su posición original; en lugar de apoyarse en la cama, se dejó caer con las piernas colgando. Suspiró, asintió con la cabeza y dejó que lo mimara mientras volvía la enfermera, que me miró con envidia venenosa escrita en la mirada.
-¿La habitación de Liam tiene alguna cama libre?
-No nos aconsejan poneros jun...
-Estoy seguro de que puedes hacer algo al respecto. Quiero estar con él. Saber que estará bien.
La chica suspiró.
-Escucha, el protocolo del hospital es muy estricto. No permitimos que...
-Nena, créeme: me odio cuando hago lo que estoy a punto de hacer, cada vez que lo hago me dan náuseas. Pero, joder, soy Louis Tomlinson-le recordó, haciendo que la chica se sonrojara. Lottie sonrió, yo me crucé de brazos, satisfecha. En cuanto Louis se ponía serio, conseguía lo que le daba la gana-. Estoy seguro de que puedo hundirle la vida al que me toque lo suficiente los huevos, así que, nena, me da igual lo que diga un trozo de papel. Los papeles se rompen. Las reglas se saltan-se encogió de hombros-. Tendréis que dormirme si queréis que permanezca en esta habitación.
-Vuelvo en un minuto-balbuceó la chica, desapareciendo a toda velocidad. Volvió acompañada de un hombre de mediana edad, que estudió a Louis por encima, sin detenerse demasiado.
-No creo que haga falta que...
-Puedo llegar a ser muy tocapelotas si me lo propongo-aseguró él, con los ojos entrecerrados. No se ponía a gritar como quisiera debido a su estado de salud. El accidente tenía que haberlo debilitado, pero incluso los leones enfermos terminales aún eran capaces de dar zarpazos mortíferos.
El hombre suspiró, asintió con la cabeza y nos pidió que lo siguiéramos. Pasó de largo varias puertas, y abrió una.
-Liam, te presento a tu nuevo compañero de habitación-dijo el hombre, dejando que Louis pasara y se sentara. Liam se incorporó, sonriente, y movió varias sondas que tenía colocadas en la piel, cuyos tubos le administraban toda clase de líquidos.
-¡Louis! Creía que te iban a dar el alta.
-Soy demasiado guapo para que me den el alta tan rápido, Payne-replicó él. Karen se echó a reír entre lágrimas e hipidos.
-Mamá, no llores-le pidió Liam, aunque más bien parecía una exigencia. Alba ya era un caso perdido, pero por lo menos no hacía tanto ruido como la señora Payne.
-¿Cómo pasó?-pregunté yo, sentándome en uno de los sillones que quedaban libres, y acomodándome para poder mirar fijamente, largo y tendido, a los dos chicos. Louis y Liam se miraron un segundo.
-Recuerdo muy pocas cosas-dijo Liam, arrugando la nariz y frunciendo el ceño de forma que sus cejas prácticamente se tocaron en el inicio de su frente. Louis asintió con la cabeza.
-Yo recuerdo que un camión se cruzó en nuestro camino, y había mucha agua-dijo Louis, rascándose la cabeza. Me envaré, miré a Alba, que seguía a lo suyo, sin inmutarse de nada.
-¿Agua?-repetí.
-Sí, agua-dijo Louis, como si fuera la cosa más normal del mundo-. Nos deslizamos por una especie de cuesta, y llegamos a un lago. Por suerte, no era muy profundo, o al menos eso creo.
-Creo que dimos con una roca antes de seguir avanzando-murmuró Liam, tocándose la cabeza-. Pero no estoy del todo seguro.
Louis asintió.
-Y no me acuerdo de más. No sé, por ejemplo, quién llamó a la ambulancia, cómo llegamos aquí, quién nos metió...-sacudió la cabeza, los ojos cerrados, la boca fruncida en un gesto triste.
De repente, Alba se levantó, se inclinó hacia la ventana y echó un vistazo fuera.
-Voy a que me dé el aire, ¿vale?-dijo, mirando a Liam. Él asintió con la cabeza.
-¿Quieres que te acompañe?-dije, pues me parecía la ocasión perfecta para contarle lo de mi mal presentimiento. Lo de que no me fiara del agua de su pueblo y que los chicos hubieran estado a punto de terminar en el fondo de un lago, con todo lo que ello implicaba, me ponía los pelos de punta. Alba negó la cabeza, a pesar de que yo ya me estaba levantando para ir con ella y contarle todo lo que sabía.
-No, necesito ir sola.
Louis se me quedó mirando, sin entender muy bien por qué antes no quería salir de la habitación y ahora, de repente, me apetecía largarme por ahí a dar una vuelta. Suspiré, asentí con la cabeza y crucé las piernas.
La sensación de desapego que me acompañó durante el resto del día vibró en el momento en que Jay entró en la habitación, hecha un manojo de nervios, temblando de pies a cabeza. Corrió a ver a su hijo, lo cubrió de besos mientras él protestaba su retahíla de "estoy bien, mamá, no ha sido nada, de verdad", pero lo cierto era que todos sabíamos era que él estaba lejos de estar bien.
Jay se me quedó mirando y me dio un par de besos, uno en cada mejilla, en cuanto me levanté, comprendiendo su mensaje. La acompañé fuera de la habitación, cerrando la puerta tras de mí. Ella se frotó rápidamente las manos, y miró en derredor, hecha un auténtico flan.
-¿Qué han dicho?
-Tiene varias costillas rotas, un esguince en la muñeca, y un corte en la pierna. Lo mantienen aquí para seguir haciéndole pruebas, pero creen que eso es todo-informé yo, recitando de memoria la información que había ido recopilando a lo largo del día, y agradeciendo que mi madre también fuera enfermera para poder entenderlo-. ¿Cómo estás, Jay?
Se puso rígida, mirándome un momento.
-¿Cómo he de estar? Aliviada de que mi hijo hable. Los accidentes de coche son muy traicioneros, y a veces incluso la muerte no es lo peor que te puede pasar-comentó. Yo asentí con la cabeza, tratando de apartar la imagen de un Louis completamente vegetal de mi mente. No podía haber cosa más horrible en el mundo que el tener al corazón latiendo y el cerebro trabajando, pero los dos por debajo del umbral considerado humano-. Gracias al cielo que está bien, o al menos eso parece.
-Sigue bromeando.
-Por favor, Eri-puso los ojos en blanco, quitándose años de encima y cambiándose de sexo durante un segundo, un único segundo en el que tuve a Louis delante-. Incluso siendo un fantasma seguiría haciendo bromas. Apuesto a que incluso le gustaría hacer sufrir a los demás para divertirse, aunque luego pidiera perdón.
Miré al suelo.
-¿Y tú, cómo estás?-inquirió, poniéndome una mano en el hombro. Levanté la vista y me hundí en aquellos dos mares, tan parecidos a los de su primogénito, tan turbios y rotos como los míos, que me entraron ganas de llorar.
-Bien-dije, tapándome la boca con la mano, controlando en el último momento un sollozo-. O al menos, eso creo. Yo... simplemente... me alegro de poder seguir teniéndolo-dije, y ya una lágrima desagradecida se lanzó en tromba por mi mejilla, negándose a ningún reconocimiento.
Jay asintió con la cabeza, tragando saliva despacio. Por una vez, yo no era el pilar al que todos se agarraban. Por una vez yo era la inundación de la que había que escapar.
-Sé que muy pocas veces te digo lo que siento por ti, querida, pero creo que sabes que mis sentimientos no pueden ser mejores. Nunca podré agradecerte todo lo que haces por mi hijo... lo buena que resultas para él. Para mí eres ya una hija, Eri-dijo, sonriendo y capturando una de mis lágrimas. Un sollozo me contrajo el estómago, yo no podía más que mirarla-, y me da igual lo que la ley diga de eso, sea natural o sea humana. Si a él le hubiera pasado algo esta mañana, que Dios me perdone por pensarlo, te consideraría y te trataría como a su dueña.
Me limpié las lágrimas de los ojos.
-Yo... Jay...
-Sé que habláis mucho del matrimonio, y todo eso, y creo que piensas que Louis te lo dice un poco para tenerte más enamorada, pero la verdad es que en mi vida he visto a mi hijo hablar más en serio cuando tocáis esos temas tú y él-me apretó la mano-. No hay nada que os pueda separar, eso está claro, y él está decidido a convertirte en alguien de la familia... y yo no podría estar más contenta de que te hubiera elegido precisamente a ti.
Hecha un manojo de lágrimas, alcancé a dar un par de pasos adelante y abrazar a mi suegra.
-Te quiero mucho, Jay.
Ella me devolvió el abrazo, acariciándome la espalda.
-Yo también, querida. No sabes lo que me arrepiento de lo que te dije la primera noche en que nos conocimos-sonrió, limpiándose una lágrima que, como un bandido, salía de sus ojos sin avisar, atrapada en la noche de su felicidad porque su hijo estaba bien.
-Está olvidado, Jay, de veras-dije-. Entremos.
Así lo hicimos, y Louis nos miró a las dos, alzando las cejas.
-¿Qué os pasa? ¿Han quitado vuestra telenovela favorita, o qué?-arrugó la nariz, sin comprender muy bien qué pasaba. Yo sonreí, Jay se acercó a él y le dio un beso en la mejilla.
-Oh, hijo mío-murmuró, revolviéndole el pelo.
Fue el último instante de felicidad que conocí, y fue demasiado efímero para poder disfrutarlo realmente.
Ya que, en ese instante, Victoria abrió corriendo la puerta de la habitación, con los ojos llenos de lágrimas.
-Eri-me llamó. Todos los ojos se posaron en ella, y no necesité nada más para saber que algo iba mal.
Terriblemente mal.
Corrí tras ella, deslizándome por los pasillos del hospital como una bala, sintiendo a Noemí a toda velocidad detrás de mí. Incluso ella había abandonado a Harry para ver qué ocurría con Niall.
Alba no aparecía por ninguna parte.
Niall había sido desplazado a una sala diferente, con apenas 6 camas, cuyo cabecero estaba pegado contra una pared de más de 20 metros de largo.
En una de ellas estaba el irlandés, tan pequeño en aquella cama tan grande que parecía un bebé. Maura le suplicaba que se despertara, que no podía dejarla así, que todo pasaría si él abría los ojos... pero él permanecía impasible, ajeno a lo que su madre le imploraba.
Me detuve en seco y me lo quedé mirando.
-¿Está...?
-No saben si está en coma, pero dicen que tiene el cerebro con lesiones y que sería difícil curarlo-comentó Maura-. Que está encharcado, sepa Dios qué significa eso.
Miré a Noemí, Noemí me miró a mí.
Encharcado.
Agua.
Niall se ahogaba dentro de su cabeza.
Salí de la sala, dejando a la irlandesa y la galesa llorando a un chico que a cada segundo que pasaba se alejaba más de nosotros.
-¿Por qué no intentamos invocar a Eleanor, Caroline y todas estas, para que lo arreglen?-dijo, tirándose del pelo para fomentar sus pensamientos.
-No creo que puedan hacer nada...
-¿Seguro?
La miré.
-Al menos con Niall.
-¿A qué te refieres?
-A que tengo una idea-dije, mirando las puertas que conducían a uno de los innumerables pasillos. Eché a andar y salí a la calle. Centenares de fans estaban sentadas a las puertas, dejando sitio en las escaleras y rampas para que el resto de la gente pudiera pasar.
-¿Cómo están?
-¿Ya no viene Alba? ¿Os vais turnando?
-¿Qué?-contesté yo, abriéndome paso entre ellas, que se levantaron con rapidez.
-Nos decía cómo estaban los chicos.
Por eso se había asomado a la ventana.
-Están bien. Idos a casa. Aquí no haréis nada-dije, llegando incluso a dar codazos a las que no me dejaban pasar. Suspiré cuando algunas protestaron, pero tenía cosas más importantes que hacer. Debía llegar a Convent Garden pasara lo que pasase.
Me detuve en un semáforo rojo, aprovechando para coger aire. Noemí se inclinó hacia delante, tomando todo el aliento que pudo.
-¿Qué vamos a hacer?
-Ver a la vidente. Ella sabrá cómo salir de este embrollo.
Noemí se envaró.
-¿Crees que funcionará?
-Ella consiguió que Eleanor y Danielle nos alcanzaran y pudieran comunicarse con nosotras. Nos explicó cómo iba esto. Y nos dijo que no éramos las únicas en esta situación, así que yo la considero una experta.
Noe asintió una única vez, con los ojos fijos en un punto en la distancia, mucho más allá de mi presencia física. El semáforo se puso en verde, comenzó la musiquita para que los ciegos supieran que podían cruzar la calle sin necesitar a ningún transeúnte amable que se ofreciera a echarles una mano. Nos lanzamos hacia delante y, en lo que a una persona le llevaría casi una hora a paso normal, a nosotras nos llevó apenas 20 minutos, corriendo como bólidos, alimentadas por una fuerza sobrenatural. Me alegró comprobar que Eleanor ponía algo de su parte para ayudarme, fuera lo que fuera lo que pudiese conseguir.
Llegamos al mercado y nos detuvimos un segundo, sin permitirnos admirar los alrededores. Noe identificó la calle por la que habíamos ido la primera vez, y rápidamente reanudamos la carrera. Aminoramos la marcha una vez estuvimos en la calle, y esta vez me tocó a mí recordar el número en el que se situaba la consulta de la vidente, tan parecida a un despacho de abogados que había comenzado a plantearme la idea de abandonar mis estudios de derecho, aquellos que ni siquiera había empezado, a pesar de que así haría que Louis hubiera mentido hacía tanto tiempo, cuando les había contado a los chicos qué era lo que quería estudiar:
-Vamos a tener un nivel en casa de la hostia-había comentado Louis entre risas, dando un sorbo de su cerveza, aquella que yo aún le permitía, aquella que aún se introducía en un cuerpo virgen en cuanto a tatuajes se refería-, entre medio ingeniero aeronáutico-señaló a Liam con la mirada-, y una abogada administrativa, no nos tose ni Dios.
Sin embargo, en ese instante, dejar o no a Louis como un mentiroso era la menor de mis preocupaciones.
La mujer ya nos estaba esperando, y esta vez vestía como una verdadera pitonisa. Nos detuvimos en seco, yo puse los ojos en blanco cuando nos miró, y sonrió con desdén.
-La última vez que estuvisteis aquí dijisteis que no volveríais... y erais 3.
-La última vez que estuvimos aquí yo no había estado embarazada-espetó Noemí.
-Eso, ella aún no era una zorra manipuladora ni yo una psicópata suicida con gusto por abrirme las venas y poner a prueba mi aguante estomacal, y usted no vestía como una de esas pitonisas de la tele, de las que echan las cartas por una millonada. Todas hemos cambiado, señora, sí-puse los ojos en blanco y me llevé una mano a la cabeza-, empezando yo misma, por mi propio pelo.
Se echó a reír.
-Hay cosas, esencias, que se mantienen como siempre.
-Lo que usted diga-repliqué. Me giré hacia Noemí-.Siento lo de zorra.
-Y somos dos porque una de nosotras no ha podido venir.
-Está demasiado ocupada escuchando al demonio y dejando que sus mentiras edulcoradas la engañen.
-Claro que sí-asentí con la cabeza, tragándome la respuesta condescendiente de turno. No teníamos tiempo que perder; tal vez pudiéramos dar marcha atrás, pero a un precio, y ese precio aumentaría a cada segundo que pasaba.
La mujer encendió un cigarro y le dio una larga calada. Di un taconazo en el suelo.
-¿Va a ayudarnos o no?
-Ah, ¿habéis venido a por ayuda?
-¿Acaso te piensas que me paso la vida de pitonisa en pitonisa, jodida cínica?-chillé, lanzándome a por ella, intentando romperle la cara. Noemí consiguió retenerme-. ¡Claro que necesito ayuda! ¡Y la necesito ahora! ¡No me toques más los huevos y dime qué podemos hacer mi amiga y yo para solucionar esta puñetera situación!
Ella sonrió.
-Rabia. Eso es lo que necesitas.
-Tiene de sobra-contestó Noemí, dando un paso hacia delante y poniéndose entre nosotras-. Estamos en un lío muy grande, y necesitamos que nos cuente cómo podemos solucionarlo.
Ella nos miró un momento, dio un paso atrás, empujando la puerta con ella, e hizo un gesto con la cabeza para invitarnos a pasar. Así lo hicimos, y la seguimos a su despacho, que había redecorado como una sala de espiritismo de manual. Suspiré, observando las calaveras.
-Por favor, no me digas que la última que te vino a pedir un favor es esta chica-señalé una calavera al azar, totalmente calva, y con los dientes colocados perfectamente en su sitio. La mujer espantó un gato con la mano, dio una calada a su cigarro y, sin sujetarlo con las manos, simplemente sosteniéndolo en la boca, exhaló el humo.
-En realidad tienes ante ti a su alteza real Lady Diana de Gales-replicó, encogiéndose de hombros y aplastando el cigarro contra un cenicero en forma de tarántula. Maravilloso. Volví a mirar la calavera.
-Pero los dientes...
La mujer se echó a reír, haciendo que Noe diera un brinco.
-¡Es coña! Iba a decirte que me costó una millonada, pero te lo habías creído demasiado rápido-hizo un gesto con la mano para que nos sentáramos a la pequeña mesa redonda, y así lo hicimos, bufidos y despotriques míos aparte. Se colocó bien el pañuelo que llevaba atado a la cabeza (cada vez me daba más grima esa mujer), extendió las manos y las cruzó sobre la mesa. Esbozó una sonrisa de profesional envenenada-. ¿Y bien? ¿En qué puedo ayudaros?
-Eres vidente. Deberías saberlo, no te jode-repliqué yo, cruzando las piernas. Noemí me dio un manotazo en el glúteo, pero yo no aparté los ojos de la mujer, que simplemente sonrió.
-Niall está en coma, y es muy probable que no despierte.
-En realidad, no va a hacerlo-espetó la mujer como quien habla del tiempo. Me dieron ganas de engancharla de los pelos y llevarla a las puertas del cielo, y estrangularla allí, para hace el intercambio con San Pedro. Ella no valía lo mismo que Niall, pero, si llevaba una de las cafeteras que tantas vidas le costaban a George Clooney, tal vez el intercambio se produjera.
-Venimos a por una solución. Niall no debería terminar así.
-La banda-corrigió Noe.
-Niall-repliqué yo, alzando las cejas.
-Los chicos también lo sufrirán.
-Te puedo decir qué poco me importan ahora mismo los demás, incluido el mío, comparado con lo de Niall-asentí con la cabeza. La mujer sonrió.
-Me alegro de que todos, sobre todo el tuyo, te importen poco.
-Yo no...
-De hecho, hay una manera de arreglar todo este asunto-se levantó de la silla y descorrió una cortina tupida como una alfombra. Alcé la mano para colocarla entre la luz y mis ojos, a modo de parasol, tratando de ver algo-. ¿Qué sabéis de las  reencarnaciones?
Solté una carcajada.
-No puede ir en serio. ¿Quieres que vayamos a por el cuerpo al que está destinada el alma de Niall y lo convenzamos de que aloje a otra alma?
-¿Eso puede hacerse?-inquirió Noe, sonando tan patéticamente esperanzada que me entraron ganas de abofetearla.
La pitonisa negó con la cabeza.
-Las cosas son mucho más complicadas que eso. Las reencarnaciones pueden producirse a mitad de una vida. Las almas se dividen. Todas las almas proceden de una alma antigua que inició su primera división con los humanos.
-¡Quiero entrara Gryffindor!-bramé, levantándome de la mesa-. ¡Si vamos a hablar de magia, debo estar preparada! ¡Quiero Gryffindor! ¡Slytherin no!
La mujer se me quedó mirando.
-Aquella alma-continuó, mirando a Noemí, que la escuchaba como si no la estuviera vacilando en absoluto- tenía todos los tipos de carácter que se pueden encontrar en una persona. Al dividirse, su carácter se rompió y se repartió entre sus pedazos. Es como una ameba, solo que con cosas en su interior, cosas que ella no puede reproducir, sino, simplemente, repartir.
-¿Por eso somos diferentes?
-Noemí-gruñí yo, sentándome y buscando al Sombrero Seleccionador de Hogwarts. Me negaba a tanta gilipollez, me negaba.
-Las reencarnaciones más comunes son las que hacen que el alma no sufra cambios. Sin embargo, las reencarnaciones más especiales se producen cuando el alma se divide.
-¿Eso duele?-preguntó la pequeña. La mujer negó con la cabeza.
-¿Recuerdas algún tipo de dolor? ¿Lo recordáis en algún momento de vuestra vida?
Yo negué con la cabeza.
-Pues claro, cuando me caí de pequeña, o...
-¿Sentiste dolor la mañana antes de conocer a los chicos?
La contemplé sin entender.
-Me estás vacilando-aseguré. Ella se echó a reír.
-Vuestras almas se rompieron para poder traeros aquí. Yo misma le expliqué a vuestra fantasma cómo hacerlo. Eleanor, de hecho, no es un fantasma. Es el retazo de alma que se ha quedado aquí para asegurarse de que el resto de sí misma puede cumplir su función, cosa que solo pasará si vosotras... tú... cumples la tuya-dijo, señalándome con el dedo.
-Nadie habló de que Niall no sobreviviría a estos años.
-¿Cómo estás tan segura de que Niall no morirá en todos los lugares posibles cuando llegue este día?-inquirió, cruzándose de brazos.
-Eleanor está asustada. No sabía que iba a pasar esto.
-Exacto.
-¿Se puede arreglar? ¿Podemos dividirnos y entregar una parte de nosotras a Niall para que pueda seguir... bien?
La mujer esbozó una sonrisa lobuna que me erizó el vello de todo el cuerpo.
-En realidad, sí. Vosotras sois las únicas que podéis hacerlo, pero también sois las únicas que desapareceréis  totalmente.
-¿Y eso por qué?
-Porque sois trozos de alma, no almas completas. Solo conseguiréis ser completas cuando muráis... o cuando tengáis hijos propios.
Miré a Noemí.
-Ella...
-No cuentan. No han nacido. No hubo alma en su cuerpo.
Suspiré.
-¿Qué hacemos?
-Tenéis que renunciar a vosotras mismas y lo que os está pasando.
Las españolas intercambiamos una mirada.
-¿Eso qué significa, exactamente?
-Desapareceréis de aquí. Volveréis al lugar que se os asignó. Con todo lo que eso implica. Ninguno de los chicos sabrá de vuestra existencia, al menos como sabe ahora.
-No sé si estoy preparada para cargar con la muerte de alguien sobre mi espalda-comentó Noe, meditabunda.
-¿Louis no...?-sacudí la cabeza, con las palabras atragantadas en mi garganta, que se negaban a salir. La pitonisa se me quedó mirando.
-De hecho, es él quien tiene que renunciar a ti, y no al revés. Él tiene que acceder a aceptar que ya no le correspondas, y él mismo ofrecería tu sangre y tu vida para poder ejecutar el sacrificio.
-Todo esto tiene un rollo paranormal que no me gusta nada.
-Las cosas son así-replicó ella, alzando los hombros.
-¿Tenemos que irnos las 3?
Asintió.
-Sois fragmentos de almas, y no almas cualquieras. Almas compañeras, así que habéis de iros juntas, ya que llegasteis juntas.
Cada vez me apetecía menos salvar a Niall, debía ser sincera. La idea de irme de aquel mundo y que Louis no me recordara en absoluto, teniendo que cargar con un amor tan grande como el que le profesaba, me asfixiaba con tan solo imaginarla, ya no hablar de pensar un plan para ejecutarla. Tal vez las cosas fueran mejor así, tal vez...
-Tenemos que hablarlo con los chicos-dijo Noemí, mirándome un segundo de soslayo. Asentí con la cabeza. La adivina/pitonisa/psicópata de almas había dicho que él era mi dueño, así que debía decidir él, no yo. Me estaría culpando durante toda la vida por aquello, sin importar el resultado, pero por lo menos podía escurrir el bulto y hacer que otro eligiera por mí.
-De acuerdo. Os diré lo que tenéis que hacer-y procedió a explicarnos durante media hora, o algo más, las pautas a seguir. No éramos las primeras en realizar ese intercambio, ni seríamos las últimas, así que el tiempo había hecho que la práctica mejorara, distando ya mucho de la teoría-. Ah, y una última cosa-dijo cuando ya salíamos de su consulta, casi tan rápido como el viento-. Los demás no sabrán qué decisión has tomado hasta el auténtico final de esta vida. Tal vez lo que veáis sea lo real, o tal vez no. Solo tú lo sabrás, Erika-dijo, y me estremecí al escuchar mi nombre completo, pues me daba la impresión de que hacía milenios de que nadie me llamaba así.
-O sea, que soy yo la que importa.
-Las demás saltaron por tu culpa. Es natural que seas tú la que decide-y cerró la puerta.
Llegamos al hospital, ignorando deliberadamente a las fans, y subimos a planta. Llevé a un aparte a Louis para explicarle todo el tema.
-No-gruñó por lo bajo-. No, ni de coña, no. Niall se pondrá bien; es absurdo que hagas una tontería tan grande solo porque creemos que está peor de lo que en realidad está-dijo, cogiéndome el brazo y pegándome a él, intentando que el calor de su cuerpo me pusiera de su lado. Yo ya lo estaba, lo estaba desde que lo miré a los ojos, lo estaba desde que entré en la misma habitación que él. Tenía el poder de, con solamente respirar, conseguir que hiciera lo que él quisiera. Cerré los ojos, inspirando su aroma, tan tranquilizador, y notando el calor de su cuerpo, levemente febril, arañar la superficie del mío.
Miré a Louis. Estaba perfectamente, apenas unos rasguños (comparado con la suerte de Niall, de repente todo me parecían rasguños; mis cicatrices, caricias en la piel), no le quedarían marcas, tal y como habían dicho los médicos, de aquello. Sobreviviría, los dos lo haríamos, sin duda. Saldríamos adelante, tendríamos hijos, cumpliría todos mis sueños junto a alguien a quien no me había atrevido ni a soñar por ser demasiado perfecto para mí, demasiado perfecto incluso para ser real.
La solución era obvia, al menos a mí me lo parecía. Sería criticada por muchos, por casi todos, por todos, pero a veces lo correcto no era lo más sencillo ni lo que todo el mundo haría. A veces, cuando no era sencillo, simplemente elegías el error, porque lo otro era demasiado complicado para hacerse.
A veces el buen camino se escondía tras los arbustos, pero... somos humanos, somos débiles, nos equivocamos, y... a veces simplemente ni siquiera veíamos los arbustos.

martes, 17 de septiembre de 2013

Y tú una zorra.

-No me voy a meter en la puñetera agua, Louis-gruñí, extiendo la toalla en la playa del pueblo de Alba. La premiére ya había quedado atrás, los chicos habían ido a Nueva York mientras yo visitaba a mi familia, Noemí a la suya (que, sorprendentemente, había dejado de repudiarla en cuanto se enteraron de que no iba a parir a ningún bebé de momento), y Alba a la suya, para, de paso, organizar la estancia de todos en su casa de nuevo. No habíamos ido a las fiestas de mi pueblo, lo que a mí me fastidiaba, porque había sido allí donde nos habíamos declarado por primera vez Louis y yo, así que tenía grandes esperanzas depositadas en el pueblo de mi amiga.
Louis hizo pucheros, intentando que lo acompañara a bañarse. 
Miré a Alba, que se quitaba la camiseta dando brincos sobre la arena.
-¿Te vas a bañar?
-No empecéis así otra vez-gruñó mi inglés favorito, molesto porque decidiera debatir con mi amiga en un idioma que él no dominaba en absoluto.
Alba me miró, se encogió de hombros.
-Supongo. Quiero refrescarme. ¿Tú?
-No lo sé. No me fío una mierda de Louis-dije, haciendo un gesto con la cabeza hacia él, que se acercó a mí y me agarró de la cintura.
-¿A que te meto en el agua sin que te cambies de ropa?
-Yo no me voy a bañar aún. Estoy haciendo la digestión-dijo Noemí, tirándose sobre la toalla, ya en bikini, y embadurnándose el cuerpo con la crema solar que yo no pensaba echarme.
Más vale cangrejo pelado que pingüino aceitoso.
Tal vez podría tumbarme a tomar el sol, ya que este año estaba particularmente pálida... pero ella atajó mis pensamientos pidiéndome el iPod.
-¿Lo has traído?
Asentí con la cabeza.
-¿Me lo dejas?
-Claro, cógelo.
Bien, ahora lo último que necesitaba era tener tiempo para pensar en todo. Llevaba varios días con malas sensaciones, presintiendo que algo malo se avecinaba, como los que han tenido heridas profundas saben que va a cambiar el tiempo porque les duele su herida ya curada. Me sentía como si estuviera escuchando truenos muy a lo lejos, pero cada vez más cerca, y no viera ninguna nube en el cielo despejado.
Y tenía la impresión de que esa nube negra, amenazante, se acercaba levitando sobre la superficie del mar.
Me quité la camiseta y suspiré, llevándome la mano al pecho. Miré a Louis, que contempló un segundo más de lo necesario el tatuaje que me había colocado justo encima del corazón.
Su nombre completo y su fecha de nacimiento en números romanos.
Sabía que ese tatuaje le encantaba, más que la pequeña L, pero no decía nada. No parecía querer aplaudir mi comportamiento pro-tatuajes, pero tampoco se esforzaba demasiado en hacerme creer que le disgustaba.
-¿Y bien?
-Voy-repliqué con un tono más cortante del que pretendía. Él sonrió y fue hasta la orilla, metiéndose en el agua rápidamente.
-¿Te espero?-preguntó Alba. 
Alcé los hombros, saliendo de mis pantalones cortos. La prima pequeña de Alba, Tania, y su hermano Diego ya había entrado en el agua y se pasaban un disco. Zayn jugaba con ellos, devolviéndoles el disco cuando lo lanzaban demasiado lejos como para ir a buscarlo. El hermano de Alba nadaba bastante bien, pero su madre le había ordenado que no se separara de la prima de ocho años bajo ningún concepto.
Alba caminó despacio hacia la orilla, dejando que yo la alcanzara justo cuando los restos de una pequeña ola le acariciaron la punta de los pies. Di un brinco y aterricé en el terreno mojado justo en el momento en que el agua se retiraba. No me mojé, así que di un par de pasos, persiguiendo al mar, y, cuando el mar decidió volver a por mí, chillé.
-¡ME CAGO EN DIOS!-bramé, corriendo hacia fuera otra vez- ¡ESTÁ HELADA!
Los chicos se echaron a reír, Liam y Louis vinieron a buscarnos.
-Tampoco es para tanto, nena-decía Louis.
-NO ME TOQUES-ladré, estirando las os brazos y poniendo la palma de las manos paralela a su cuerpo-.  ¡NO SE TE OCURRA TOCARME!
Cometí el error más grave de toda mi vida al darle ideas sobre lo que podía hacer para sacarme de quicio. Cuando mis manos tocaron su pecho, y yo solté un gemido, porque estaba tan congelado que me extrañaba mucho que no hubiera muerto por hipotermia.
-Dame un abrazo.
-¡No!-grité con toda la fuerza de mis pulmones. La prima pequeña de Alba sonrió.
-¡Jimmy protested!
Louis se la quedó mirando y le tiró un beso.
-Alba, dile a tu prima que me ayude a meter a Eri en el agua.
-¡Sabes que me pondré a repartir hostias sin distinguir entre ingleses subnormales de 21 años o niñas de 8!
-Tania, Louis quiere que lo ayudes a meter a Eri en el agua.
-Vale-baló la chiquilla, saliendo a buscarme.
Alcé las manos.
-¡Entraré yo! ¡A mi ritmo! ¡No me toquéis! ¡Alejaos de mí!-balé, bajando las manos-. Tania, tranquila, ya entro yo sola. Vete a jugar con Diego-la insté, y ella se dio la vuelta, obediente.
Alba ya tenía el agua por la cintura. Qué aguante tenía la puta de ella.
Louis se puso a mi lado. Sentía las gotas de agua resbalar por su cuerpo, y me entró una sensación de pánico increíble. Señalé el agua a varios pasos de mí.
-Ponte delante. No te quiero detrás.
-¿No te fías de mí?
-Louis.
-¡No te fías de mí!-negó con la cabeza, cogiéndome los brazos por los codos. Di un brinco hacia delante.
-¡Estate quieto!
-¿Por qué no te fías de mí?-se inclinó por detrás hacia mi oído, y yo me eché a temblar.
-Porque te conozco como si te pariera-murmuré yo-. No te quiero detrás de mí. Ponte delante-ordené. Él suspiró, me besó el hombro y obedeció.
Tenía que reconocer que los tatuajes combinados con el agua del mar le quedaban muy bien. Prácticamente brillaban con luz propia.
Me abracé la cintura, dando pasos lentos, vacilantes, en dirección a las profundidades del mal. Sentí cómo el pelo de la nuca se me erizaba a medida que me iba hundiendo más y más, dejando que el agua devorara mi cuerpo. Siempre con los ojos un par de pasos por delante de mis pies, y de vez en cuando levantándolos para estudiar las olas que se acercaban demasiado pagadas de sí mismas, dispuestas a mojarme más de lo necesario y demasiado rápido, fui dando pequeños pasos.
A Louis no le pareció suficiente.
-¿Puede ser antes del fin del mundo? Gracias-dijo, poniendo los ojos en blanco. Le lancé una mirada envenenada.
-¿A que no entro más?
Alzó las cejas.
-¿Es una amenaza?
A modo de respuesta, me giré y comencé a salir del agua. Ni siquiera me había mojado la braga del bikini.
Escuché cómo corría detrás de mí y, antes de que pudiera escapar, me agarró del a cintura y me arrastró mar adentro.
Empecé a retorcerme en sus brazos, elevando el agua que tenía a mi alcance y mojándome cada vez más y más. Salpiqué a todo el que se me puso por delante, porque no podía soportar la idea de quedarme quieta y dejar que el agua helada me congelara los pulmones... podría hacerlo. Estaba lo bastante fría como para congelarme.
Louis me cargó sobre un hombro como si de un saco me tratara y siguió avanzando hacia el mar, alejándose de la orilla, cada vez más y más adentro. Pasé de darle patadas en el estómago y arañarle la espalda a aferrarme a él con uñas y dientes. El agua casi me alcanzaba la cara, y los dedos de los pies ya eran acariciados por las olas más altas. Cerré los ojos y empecé a rezar porque no me muriera allí, en manos de Louis.
-Me las vas a pagar-dije, dándole un puñetazo en el culo y haciendo que gotas de agua se elevaran hacia mi rostro. Grité de frustración.
-¿De veras? ¿Cómo?-contestó mi novio, que dentro de poco dejaría de hacer pie. Cerré los ojos.
-Louis, no entres más, en serio, vuelve a llevarme a la orilla.
-No. Quiero que me hagas pagar por esto-replicó él, sonriendo. Abrió los brazos y quedé apoyada en su hombro sobre mi estómago, en perfecto equilibrio. Clavé las uñas más hondo en su piel. Me daba igual estar a nada de hacerle sangre. No iba a bañarme. Así de simple.
-¡AGÁRRAME!-grité, agarrándolo yo a él con todas mis fuerzas. Me hizo cosquillas en la cintura, yo me retorcí mientras unas carcajadas traidoras se apoderaban de mí-. ¡Louis! ¡¡¡Louis!!! No me hace gracia, ¿sabes? ¡Llévame a la orilla!
-Esta ola es buena-comentó él. Y me giré en el momento justo en que una ola gigante rompía encima de nosotros, arrastrándonos a los dos al fondo. Pataleé, buscando el aire y el calor. El frío se me metía por la piel, me atravesaba músculos y roía mi carne hasta clavarse en mis pulmones. Cuando llegué a la superficie, respirar me dolió tanto que por un momento pensé que estaba inhalando fuego.
Me aparté el pelo de la cara y lo busqué con la mirada. Louis todavía no había salido, pero Niall estaba cabalgando la ola en una tabla de body board que Diego le había prestado.
Louis surgió de la nada a un metro de mí.
-¡¿Se puede saber qué coño te pasa?!-bramé, pataleando hacia él y llegando a alcanzarlo. Me apoyé en su hombro, intentando recuperar el aliento. Él simplemente me miró con aquellos ojos que se camuflaban en el mar. Parecía que en ellos le había entrado agua, y que se movía al son de su cabeza. Era precioso.
Y era gilipollas.
-Tranquila, Eri, solo es agua. Relájate.
Lo miré con la boca abierta, aun a riesgo de que una ola entrara en mi boca.
-¿Que solo es agua? ¿QUE SOLO ES AGUA? ¡ESTÁ HELADA, JODER! ¡ESTÁ MÁS FRÍA QUE EL AGUA DEL ÁRTICO! ¿Cómo voy a relajarme?
Negué con la cabeza, pasándole las piernas por la cintura y echándome a temblar. Me daba igual que él interpretara ese gesto como que lo perdonaba; tenía demasiado frío como para preocuparme en lo que estuviera pensando él en ese momento.
-No está tan fría-replicó él, inclinándose hacia delante y nadando hasta los chicos, que estaban subiéndose a unas piedras y lanzándose desde ellas. Tendrían un metro y pico de altura, sin embargo, a mi me daban escalofríos sólo de pensar en tener que tirarme desde allí.
Harry se inclinó hacia delante, estudiando el terreno, luego se irguió cuan largo era y saltó hacia delante. Gemí, tapándome la cara con las manos intentando apartar el agua de mis ojos, que me ardían más que de costumbre.
-Mierda, tengo las lentillas puestas-murmuré, separándome de Louis y nadando hasta Alba, que se había agarrado a una roca con pinchos y esperaba a que Niall y Zayn se tiraran para salir del agua y seguirlos. Las rocas hacían una especie de pasillo en el que cabían dos personas, tres muy apretadas, por lo que ella prefería esperar en el agua.
Zayn se tiró de cabeza y salió varios metros más allá. Niall gritó, cogió toda la carrerilla que la pared del acantilado adyacente le permitía y se lanzó en bomba hacia el agua.
Liam empujó a Alba y luego la siguió hasta la roca.
-¿Te vas a tirar?-preguntó Louis, incorporándose a ellos. Negué con la cabeza, cogiéndole el pie.
-No te vayas aún. Todavía me estoy acostumbrando a la temperatura del agua.
Sonrió con picardía.
-Piensa en lo del cine, en lo que hicimos antes de entrar. Eso me ayudó a mí-murmuró, llevándose dos dedos cruzados a la boca y dándoles un beso. Los levantó al aire y luego caminó hasta el borde de la piedra. Yo lo miré.
-No-negué con la cabeza; no creía posible que le hubiera ayudado. Él abrió las manos al encogerse de hombros.
-No lo elegí yo. Además, Eri, cada vez que nos miramos saltan chispas, así que, ¿por qué no aprovecharlas?-sugirió, sonriendo con aquella cara de niño malo suplicando perdón. Puse los ojos en blanco cuando se tiró al agua, pero ya había despertado ese yo nostálgico que tan peligroso podía llegar a ser.
Me acerqué a él y lo besé en la boca nada más verlo; tanto público estudiando cada uno de nuestros movimientos encendió una chispa en mi interior, que intenté y conseguí controlar.
Él se fue a terminar de hacer un par de entrevistas mientras yo hablaba con Cher. Y vino a buscarme cuando entrábamos al cine. Deslizó su mano por mi cintura y me apretó contra él.
Gemí cuando su mano bajó un poco más, apretándome el culo. Con tanto lío de gente entrando, y todos con los pases en la mano o colgados del cuello, nadie se fijaría en nuestro coqueteo.
-Deberías haberte afeitado-le reñí, ya que él sabía de sobra cómo me ponía con barba. El besarnos y notar su barba arañando mi delicada piel, raspándome los labios, era una sensación demasiado intensa como para ponerla por palabras.
-¿Cómo tienes las bragas?-replicó él, burlón, sin evitar una sonrisa de chiquillo travieso; la misma con la que se lanzó al agua.
-Compruébalo tú mismo-le reté, deteniendo nuestra marcha y abriendo sutilmente las piernas a base de separar los pies. Puse los brazos en jarras y sonreí. Él se mordió el labio, se relamió, alzó las cejas y, tras asegurarse de que nadie nos seguía, fuimos a un rincón con relativa tranquilidad, al lado de la puerta de una sala que no se utilizaría en unas horas. El cine estaba colapsado con la premiére, sólo la sala en la que íbamos a estar estaría en funcionamiento; las demás esperarían impacientes a su público.
Empujé con la espalda la puerta balanceadora mientras indicaba con el dedo a Louis que me siguiera, enrollándolo y desenrollándolo. En la puerta estaban las típicas ventanas circulares, que tanto me recordaban a las cocinas. Si alguien se asomaba a mirar, nos vería.
Y eso era lo mejor de todo; el morbo de ser descubiertos.
Louis se pegó a mí; de su pecho surgió un sonido gutural hambriento, expectante.
Tiré de su camisa y uní nuestras bocas. Su mano se deslizó de mi rodilla hasta mis muslos, arriba, un poco más arriba, cada vez más arriba. Cerré los ojos y abrí la boca cuando llegó al lugar donde yo más lo deseaba.
-Dios, Eri, estás muy húmeda...
Esa última palabra me excitó aún más. Le tomé de la muñeca y presioné su mano contra mi piel más sensible.
-Haz que me corra-le susurré en un tono suplicante.
Sonrió, metió los dedos bajo mis bragas y tiró de ellas hacia abajo. Sacudí las caderas, y se cayeron al suelo.
-Sal-ordenó. Lo hice, las empujé con el pie, y Louis me acarició despacio, muy despacio, sin apartar los ojos de mí. Llevó sus dedos al punto exacto donde más lo deseaba, y sentí cómo se ponía duro mientras me acariciaba. Puse una mano en el bulto de su pantalón y yo también lo acaricié. Movió sus dedos en círculos, yo sacudí las caderas al rimo de sus caricias. Se atrevió a meter dos dedos por la puerta cuya llave él poseía, y tuve que morderme los labios para no gritar. Seguimos tocándonos hasta que me pidió que parara.
-Voy a correrme, Eri.
-Córrete para mí, mi amor-respondí yo, pasándole una mano por la nuca y besándolo, gimiendo en su boca cuando sentí cómo sus dedos alcanzaban un nuevo nivel de intimidad.
Lo hizo. Se corrió.
Yo también, y me sorprendió cuando se llevó las manos, húmedas de mi calor líquido, a la boca. Se chupó despacio los dedos, con los ojos siempre en los míos. No había mucho, pero sí lo suficiente como para ponerme a mil.
-Eres un guarro-dije con la voz ronca por la excitación. No me habría importado que el oírme así hiciera que no lo resistiera más, me pusiera contra la pared y me penetrara con fuerza, apenas levantándome el vestido.
-Y tú una zorra-sonrió. Sí, Louis, tu zorra. Tu única y mayor zorra, pensé-. Venga-me  tendió la mano-, tenemos una película que ver en primicia.
Acepté su mano y eché a andar.
-Eri...
-Louis...
-Te dejas las bragas.
Me salpicó cuando llegó hasta mí, sacándome de mi ensimismamiento. Alzó las cejas.
-¿Y bien? ¿Sigues con frío?
-¿Sabes cómo me puso que me llamaras "zorra"?-repuse yo, incrédula. Suspiró.
-No es mi palabra favorita para llamarte, pero es que allí fuiste muy...
-Me alegro de poder ser zorra, y sobre todo ser tu zorra-aseguré, comiéndole la boca-. Deberíamos repetir eso.
-Es una pena que no hubieras ido conmigo a Nueva York-repuso, agarrándome de la cintura y metiéndose entre mis piernas. Yo floté lentamente hasta unir nuestros sexos, separados por la tela de los bañadores-. Tal vez lo hubiéramos podido repetir.
-¿Podré ser una zorra acuática?
Louis alzó las cejas.
-¿Me estás retando?
Sonreí, acariciándole el pelo y deslizándome arriba y abajo por su cuerpo, restregándome como una auténtica zorra de campeonato.
-Puede.
-Te voy a follar aquí, nena, eso te lo aseguro-sus ojos se oscurecieron de excitación, o al menos durante un segundo alcanzaron un tono metálico. Echó un vistazo a la orilla y negó con la cabeza-. Pero no ahora. Quiero hacerte gritar, gritar mucho, a pleno pulmón, y no puedes gritar a pleno pulmón con la familia de Alba aquí.
-¿Quieres apostar?
Sonrió, pegándome contra la pared. Me separó las piernas colocando sus manos en mis ingles, y me mordisqueó el cuello.
-Te quiero. Y te deseo. Para mí solo.
-Pues anda que yo...-repliqué. Noté su sonrisa en mi piel. Le cogí la cara y lo separé de mí-. Va en serio, Louis. Como te busques a otra te mataré. Muy despacio. Primero a ella, por puta, y luego a ti, por cabrón.
-¿Para qué buscarme una hamburguesa de restaurante de comida rápida en la calle si en casa tengo el mejor bistec?
-Te haré tatuarte eso-contesté, sonriendo y besándolo. Sus manos pasaron a mis caderas-. ¿Cuándo?
-Cuando tengamos un rato para estar solos.
-Puedo llamar por teléfono y fingir que les ha tocado un premio, y nosotros nos quedaríamos vigilando la casa mientras todos los demás van a por él.
Alzó una ceja.
-No colaría.
-Soy una zorra muy convincente.
-Eso te lo concedo, pequeña.
Y, dicho esto, se sumergió, dejándome sola, y tomó impulso para alejarse de mí. Negué con la cabeza, apartándome mechones rebeldes de la cara, y nadé hasta él, que se tiró varias veces más de las rocas, y luego me acompañó fuera del agua.
Me sacudí el pelo mientras él se lo echaba hacia atrás, me dejé caer en la toalla, agotada. Estar en el agua cansaba bastante, pero estar temblando en el agua te cansaba más aún. Cerré los ojos, suspiré y me puse boca arriba mientras Louis se tumbaba a mi lado, en una toalla que no le pertenecía, con la espalda vuelta al sol. Le di un cabezazo amistoso en el codo, lo que le hizo sonreír. Después, una vez se hubo acomodado, con las manos debajo de la cara a modo de almohadas y los codos en cada extremo de la toalla, me miró un segundo y cerró los ojos.
-Si ves que me duermo, despiértame.
-Vale-contesté yo, desatándome los tirantes superiores del bikini para que no me quedaran marcas. Noemí me tendió un auricular.
-¿Quieres?
-No, no te preocupes-repliqué. La presencia de Louis ahuyentaba las malas sensaciones, el silencio en el que se había sumido Eleanor desde que fuimos a Estados Unidos se evaporó. Simplemente estaba con mis amigos, en una playa desierta, a la que solo iba la gente del pueblo de Alba, observando cómo se lo pasaban bien, tomándose unas muy merecidas vacaciones después de meses dándolo todo en su trabajo, entregando hasta la última gota de sudor que sus cuerpos pudieran fabricar.
Louis se dio la vuelta y se quedó sentado contemplando el horizonte. Diego y Tania llegaron en ese momento, cogieron un cubo, y el pelirrojo se vio obligado a acompañar a la pequeña a hacer castillos de arena.
Supe que los ojos de Louis estaban fijos en los niños incluso antes de abrir los míos y mirarlo.
-Te gusta la cría, ¿verdad?
Louis asintió con la cabeza.
-Es buena.
-A mí no me soporta.
Se me quedó mirando.
-Pues no sé por qué-replicó él con ironía, dándome a entender que tampoco lo hacía. Le di una patada suave en la rodilla, sin preocuparme de si era la mala o no. Juraría que no, pero no estaba segura-. Nos ha hecho un dibujo de bienvenida-espetó a modo de excusa, dando a entender que no tenía alma por no conectar con la chiquilla tanto como lo había hecho él. Pero la culpa no era mía, yo no adoraba a los niños pequeños como él lo hacía. No se me daba bien tratarlos, por lo que no les gustaba, y ellos terminaban no gustándome a mí. Fin del asunto.
Raras veces me llevaba bien con alguna criatura a la que superase en edad... sin incluir a mi perro, claro está, o a la gente de mi generación, o la generación anterior, como mucho.
Noemí se puso a tararear una canción de Justin Bieber. Me di la vuelta y me incliné hacia atrás, revolviendo en la bolsa que habíamos bajado a la playa en busca de mis gafas de sol. La sal del mar me molestaba bastante, pero más todavía si contábamos con que me dedicaba a fruncir el ceño debido a la luz del sol.
Encontré la funda de mis RayBan debajo de toda la ropa que nos habíamos quitado. Suspiré, las limpié de arena y la abrí.
-¿Sabes la óptima vista que tengo ahora mismo?-inquirió Louis, sonriendo cual chiquillo que acababa de hacer una travesura y al que todavía no habían pillado. Alcé las cejas, mirándolo sin comprender del todo. Se sacó la mano más cercana a mí de debajo de la cara y me acarició los glúteos despacio, subiendo luego por mi vientre hasta casi el pecho, donde lo detuve antes de que siguiera escalando. Yo no era el Everest; llegar a lo más alto de mí no iba a hacer que nadie le diera un premio... a no ser que excitarme fuera un premio. Porque entonces le daría el mayor de todos.
-Gilipollas-repliqué yo, desenterrando el codo de la arena y dejándome caer sobre ellos, mirando al horizonte con las gafas de sol ya puestas. Él abrió la boca y negó con la cabeza, fingiéndose ofendido.
-Encima que te piropeo, ¿todavía me insultas? Esta noche te quedas sin marcha.
-No te lo crees ni tú, Louis-repliqué yo, bajando la cabeza para estudiarlo por el hueco que dejaban mis gafas. Sonrió.
-Me conoces bien. Muy bien-murmuró, colocándose igual que yo y estudiando a los chicos, que ahora se divertían pasándose un balón de fútbol por encima de sus cabezas. El que lo dejara caer y lo mojara, perdía, algo muy subjetivo ya que lo apoyaban en su nuca, empapada, de modo que nadie sabía exactamente cuánto se estaba mojando el balón hasta que lo lanzaban.
Louis se incorporó, se limpió la arena de las piernas, manchándonos a Noemí y a mí con ella, y fue a unirse a los chicos cuando salieron a echar un partido de fútbol. Niall llamó al hermano de Alba y le pidió que jugara también con ellos, ya que eran impares. Diego aceptó y Alba fue a ocupar su puesto.
-He estado pensando-dijo Noemí, enrollando los auriculares de mi iPod alrededor de éste y observando a los chicos y nuestra amiga jugando, ajenos a mis malas vibraciones y la sensación de mal augurio que flotaba sobre mi cabeza-. Creo que toda esta rivalidad nuestra es una soberana tontería, Eri-empezó. Me ahorré poner los ojos en blanco: ella lo había empezado, y ahora parecía ser ella quien lo acabara. Yo no estaba tan segura de que me fuera a rendir rápido, sin oponer resistencia, porque me había hecho una serie de cosas que yo no podría perdonar ni aun siendo rencorosa, pero no me importó mucho en ese instante. Tendría que darle una oportunidad, aunque fuera simplemente por los chicos. Ese clima de pelea constante al que los habíamos sometido Noemí y yo durante meses no podría serles indiferente por mucho tiempo más-. Es decir, los chicos nos quieren, cada una tiene su novio, que no es debilidad ni la otra ni nada, así que, ¿por qué deberíamos estar todo el día con peleas absurdas que no nos van a llevar a ninguna parte? Yo quiero a Harry, tú quieres a Louis, yo quiero a Louis como amigo, y tú a Harry como amigo. Ellos son mejores amigos, así que estaremos mucho tiempo juntas, pase lo que pase, en el futuro. Si lo nuestro sale bien con ellos, claro-¿era un si no te suicidas antes lo que escuché en un recoveco de mi mente cuando ella me miró de soslayo, con cierta lástima? Porque, de no serlo, se le parecía mucho-. Y voy a poner todo por mi parte para que lo mío con Harry salga bien, así que... ¿tregua?-pidió, extendiéndome la mano abierta. Miré un momento en dirección a los chicos, tan unidos, que me dieron envidia. Por mucho que tuviera el amor de Louis,  por mucho que los chicos me consideraran la parte fantasma de la banda, había barreras que ni nosotros podíamos derribar. Siempre tendrían más confianza entre ellos que conmigo, porque a mí me conocían de hacía menos tiempo, y porque yo había llegado con su éxito, no había estado en los momentos duros, apoyándolos como los demás.
A Louis le haría feliz que firmara la paz con Noemí. A las dos nos haría bien, pero a los chicos les gustaría, sería un respiro, un soplo de aire fresco. Estábamos acabando con Alba; dentro de poco acabaríamos también con los cinco que me habían salvado de tantas formas diferentes que ya no podía ni contarlas.
Volví a mirar la mano de Noemí, luego la miré a los ojos. Parecían sinceros; no había el mismo rastro de estar ocultando algo que había habido siempre en ella los últimos meses. Terminé extendiendo la mano y cerrándola en torno a la suya. Sus dedos me imitaron, capturando la mía entre el pulgar y los demás.
-Tregua-respondí yo, y una pequeña sonrisa de alivio me escaló la cara.
En ese momento, cuando nos separamos, Alba y Tania se acercaron a nosotras.
-La peque tiene una pregunta, Eri.
-Dime-repliqué, sintiendo una punzada en el corazón puesto que la cría no se atrevía a venir a preguntarme nada sin acompañamiento ni nadie que hablara por ella.
-Eri-baló como un cordero, intentando aplacar la furia que albergaba en mi interior pero que nunca, jamás, sacaría a relucir con ella-, nosotras que llevamos gafas, ¿por qué no necesitamos dormirnos con ellas puestas para ver bien en sueños?
Me quedé a cuadros,  mirándola con la boca abierta, sin saber muy bien qué decir. Para ser sincera, apenas podía comprender la pregunta de lo enrevesada e inteligente que me parecía.
Noemí se echó a reír. Los chicos se giraron, su atención atraída por la risa de la más pequeña de los tres, pero en seguida perdieron el interés y volvieron a concentrarse en su partido, en el que Louis no dejaba de gritarle a Liam que moviera el culo, que iban perdiendo por su culpa, y bla bla bla.
 -Bueno, ¡vale ya!-se giró Liam, dejando que Zayn le robara la pelota y chutara, intentando pasarla entre las piernas de Harry. No pude evitar sonreír al darme cuenta de que se habían distribuido según quién salía con españolas y quién no-. ¡No todos somos profesionales como tú, ¿sabes?!-ladró, negando con la cabeza. Louis entrecerró los ojos.
-¿Va con segundas?
-¡Por supuesto que va con segundas!
-Mira que tú eres el peor de los cinco, y justo es el que ahora es futbolista profesional-replicó Niall, dándole toques al balón.
-¿Tengo que recordaros que es por una buena causa?
-¿Sabes que los Doncaster Rovers no van a subir de categoría este año por tu culpa?-se burló Harry, y Louis se tiró a por él, literalmente. Los demás tuvieron que ir a sujetarlo y, entre todos, lo metieron en el agua, hundiendo su cabeza debajo de las olas, esperando tranquilizarlo. Mientras los veía reírse y empujarse entre sí, derrochando testosterona, recordé cómo Louis se había quedado sentado, con la mirada perdida y la carta en las manos, después de recibirla. Le pasé los brazos por el cuello y le besé la mejilla.
-¿Qué es?
-Quieren ficharme-replicó él con un hilo de voz, apenas dos palabras que consiguieron romper las barreras de su boca. Sonreí.
-Eso es fantástico.
-¿Debería aceptar? No quiero que parezca que me estoy aprovechando de One Direction para cumplir otros sueños.
-Si no aceptases, creería que eres estúpido, Lou-repliqué, volviendo a besarlo y sentándome en su regazo. Cogí la carta y alcé las cejas, pidiendo permiso en silencio. Después, la leí. Y sólo asentí con la cabeza.
-Coge la dorsal 7, ¿quieres? Por nosotros-dije, tocándome el pecho, justo en el lugar en el que tenía el corazón. Él me acarició la nuca, en el punto exacto en el que tenía el pequeño tatuaje de Sept.
Alba gimió, y su sonido me sacó de mis recuerdos con un tirón del estómago. De repente, necesité ver la cabeza de Louis asomarse entre las olas. Necesité que los cinco salieran del agua.
-¿No deberíamos irnos ya?-pregunté, observando unas nubes que se adivinaban en el horizonte, retozando muy a lo lejos junto a la línea que separaba el mar del cielo. Alba miró en la misma dirección, frunció el ceño y se llevó la mano a la frente, a modo de visera, y asintió con la cabeza.
-Esta noche lloverá.
Noemí alzó la cabeza, mirando al cielo más superior, más inmediato. Levantó una mano con la palma vuelta hacia las nubes que aún no habían llegado, sin tan siquiera estirar el brazo, igual que habría hecho si estuviera lloviendo.
-Supongo que sí. ¿Qué haremos?
-Habrá que ir a la fiesta de todas formas-susurró, mirando a los chicos, que habían ido allí a divertirse, y sabía que una lluvia que no hacía más que perseguirlos por sus orígenes ingleses no les iba a echar para atrás. Suspiré.
-Louis se va a emborrachar esta noche-anuncié, levantándome y poniéndome la camiseta. Alba se acercó al agua y empezó a gritarles a los chicos que tenían que mover el culo. Nos costó lo suyo sacarlos del agua, y mucho más que se pusieran las chanclas para comenzar el costoso trayecto de subida, pero, una vez estuvieron en marcha, no hubo manera de detenerlos.
-¿Hay algo malo en que Louis se quiera emborrachar?-preguntó Noemí mientras recorríamos el pequeño camino de vuelta a casa de Alba. Me encogí de hombros, frotándome el codo con las uñas.
-Dijo que iba a dejarlo. Y está claro que no tiene intención de hacerlo. Además, tengo un mal presentimiento.
-¿También tú?-replicó ella, deteniéndose en seco. Di un par de pasos más, sin poder reaccionar, y por fin me detuve. Me giré y la miré.
-¿Qué sientes?
-No lo sé muy bien, pero... creo que tiene que ver con las nubes-dijo, haciendo un gesto con la cabeza hacia la columna gris que avanzaba lenta pero inexorablemente hacia nosotras. Tragué saliva.
-A mí me parece que tiene algo que ver con el agua.
Ninguna de las dos se equivocaba, desgraciadamente, pero no se nos ocurrió qué tenían que ver las nubes y el agua, al margen de que, claro estaba, las nubes eran agua evaporada, y el agua venía de la lluvia de esas masas esponjosas que iban del blanco más impoluto al más oscuro negro.
Llegamos a casa de Alba y echamos a suertes quién se ducharía primero, mientras los demás nos preparábamos para salir esa noche. A mí me tocó de las últimas, y a Louis, el primero.
Me froté contra él, intentando que me dejara entrar en la ducha, porque odiaba el tacto de mi pelo lleno de sal contra mis hombros. Me hacía más cosquillas que de costumbre, y me ponía de mal humor. Sin embargo, a Louis parecía hacerle gracia el hecho de estar cabreándome más y más. En el fondo le gustaba pincharme... demasiado.
Una vez tenía la ropa preparada, tendida en la cama, lista para ponérmela en cuanto me secara, fui con los chicos, que estaban gastando los pocos megas de Internet que a Alba le quedaban en su portátil. Como en su casa no había wifi, y los chicos no querían activar el de sus móviles, pues les saldría carísimo, estaban exprimiendo hasta la última gota de aquella tan preciada conexión.
Justo me acerqué a ver qué estaban haciendo, sin ninguna joya más que el anillo que ya llevaba casi un año adornando mi dedo, cuando la página que estaban viendo los chicos se detuvo. Todos exclamaron, frustrados, y decidieron que la culpa era mía. Me encerraron en la habitación en la que dormiríamos y se negaron a dejarme marchar.
Solamente cuando Louis vino a vestirse para irse a la fiesta se abrió la puerta y yo me pude escapar.
Me metí en el baño a toda velocidad y cerré la puerta, dejando que le peso de mi cuerpo la impulsara hasta dar a tope con el marco. Suspiré, coloqué la toalla encima de la lavadora y empecé a desvestirme. En ese momento, alguien la abrió de un empujón.
Si estuviera en mi casa no habría reaccionado saltando y tapándome con la cortina de la ducha, puesto que los chicos ya me habían visto casi desnuda muchas veces, y yo no era tan interesante ni tan egocéntrica como para creer que aquello les impresionaría.
Pero, claro; no estaba en mi casa. Estaba en casa de Alba, donde su madre, su hermano, su padre o cualquiera de su familia podría verme en pelotas si se lo proponía.
-Que soy yo, subnormal-dijo esa voz tan conocida, que yo tanto adoraba.
-Vete. Estoy enfadada contigo.
Louis se encogió de hombros, cogió la toalla y se sentó encima de la lavadora. Yo me tapé con mi camiseta, que no daba para mucho.
-¿Se puede saber qué haces?
-¿Se puede saber qué haces ?-replicó él, alzando una ceja- ¿Mm? Nena, no me prives de mi espectáculo favorito.
-Vete a ver el fútbol con los chicos. Me extraña que no te llame; se escuchan sus gritos desde aquí-espeté, poniendo los ojos en blanco cuando Niall llamó "cabrón" al árbitro. Harry le gritó si estaba ciego; aquello había sido una falta grande como el Big Ben.
-Eso no es lo que más me gusta ver. Además, es la liga americana. Y esos americanos juegan de pena-suspiró, pasándose una mano por el pelo. Me pregunté si lo habría hecho a posta, al fin y al cabo, sabía cómo me ponía que hiciera eso, pero la respuesta no se hizo esperar.
Claro, estúpida. Respira para provocarte.
Sonreí.
-Tengo que ducharme, Louis-dije, pero en mi voz no había rastro del tono duro que se suponía que debía estar usando para echarlo del baño. Además, ¿qué demonios? No iba a conseguir echarlo ni con una excavadora si a él se le metía entre ceja y ceja que quería quedarse allí. Y, efectivamente, se le había metido.
Se dejó caer de su asiento casi levitando y, muy despacio, caminó hacia mí. Me acarició el cuello y me quitó la camiseta. Me besó tan lentamente que creí derretirme entre sus brazos. Me posó la mano en la cintura y me acarició muy despacio la columna vertebral. Las corrientes eléctricas que sus dedos activaban en mí se volvían tan insoportables que me apetecía gritar... y empotrarlo contra la pared.
-Eres preciosa.
-Louis.
-Pre-cio-sa-silabeó, moviendo la lengua de una forma tan íntima que, a pesar de estar desnuda, sentí cómo me ardía cada poro de la piel.
-Tengo que ducharme.
-¿Y quién te lo impide?
-Tú.
-¿Por qué? Yo ya estoy limpio, puedes ducharte tranquila.
-No es la suciedad externa lo que me preocupa-repliqué, mirándome los pies. Tiré de él enganchando una de las tiras que sujetarían el cinturón que se negaba a ponerse y levanté la mirada. El hambre que había en sus ojos me impresionó.
-¿Pensamientos impuros?-sugirió, con su eterna sonrisa de niño travieso.
Lo besé.
-No lo sabes tú bien. Dúchate conmigo-le dije. No debería haber dejado que esas palabras se deslizaran por mi boca, pero lo hice. No era tan fuerte como debía. Abrí la boca y dejé que me invadiera con su lengua-. Por favor.
-Acabo de ducharme.
-Louis-repliqué, pasándome una de sus manos por la espalda y pegándome a él, todas mis curvas contra su cuerpo.
-Bueno, en Asturias hay mucha agua, ¿no?
-Tenemos de sobra-sonreí, metiéndome dentro y abriendo el grifo mientras él volvía a desnudarse.
Cuando acabamos, subimos a la sala de estar en la que los chicos estaban viendo un partido. Alba y Noemí se habían sentado en una de las camas de la habitación de esta, y tenían la vista fija en el ordenador. Cuando me acerqué, no pude evitar sonreír. Me vestí mientras los chicos del pasado, aquellos a los que aún no conocíamos, cantaban Use somebody en el tour de Up All Night.
Los chicos cambiaron de canal, e intercambiaron comentarios sobre el buen gusto cinematográfico que teníamos nosotras, a lo que yo me limité a responder, mientras Alba y Noemí daban palmas al son de una de las canciones.
-Veo que sabéis aplaudir.
Y todos me miraron, pusieron cara de interesantes y aplaudieron como verdaderos lores ingleses. Me eché a reír.
No pudimos ver cómo terminaba el DVD; la madre de Alba nos llamó para ir a cenar. Contuvimos a los chicos como buenamente pudimos y luego subimos directamente a la fiesta.
Cogimos dos mesas y las rodeamos de sillas; 10 personas (los típicos ocho más los dos niños) hablando a voces y riendo aún más fuerte. Al principio los chicos se dedicaron solo y exclusivamente a beber, pero después, cuando la orquesta que ni yo soportaba dio paso a un DJ que se anunció con la canción de intro del Rey León, la cosa cambió.
Efectivamente había empezado a llover a cántaros, y nadie podía salir de la carpa, de modo que el DJ hizo circular su número de teléfono para mandarle las peticiones por WhatsApp.
Me acerqué a Alba y le dije la canción que yo quería al oído, mirando de reojo a Zayn, que empezaba a acusar la cantidad de alcohol que se había metido en el cuerpo. Louis todavía estaba bien, pero Liam y Harry ya estaban como cubas, y ni siquiera era la una de la noche.
El musulmán levantó las manos y abrió los ojos y la boca como platos cuando, tras los timbrazos de un teléfono, la voz de su novia y sus tres compañeras de banda empezaron a entonar la canción que yo seguí, sentándome al lado de Zayn.
-Hey, how ya doin'? Sorry you can't get through...
-Why don't you leave your name and your number? I will get back to you!-bramaron los otros, con un Zayn que apenas se lo podía creer.
Ese fue el inicio para que entre los 8 empezáramos a pedir canciones, que el DJ no paró de pinchar, a razón de emocionar a los demás.
-¡ONE WAY OR ANOTHER!-bramamos los ocho cuando vimos que, a petición de nadie, el DJ puso la canción en la que empezaba Harry. Miré a Louis, él me miró a mí.
-Yo bailo si tú bailas-dije, sonriendo.
Se tocó el pecho, y luego, rápidamente, se puso en pie y me tendió la mano.
-Vamos, nena. Tienes un esqueleto que menear.
Probablemente si no estuviera medio borracho no hubiera dicho eso, pero lo cierto fue que terminamos saliendo todos a debajo de la lluvia y bailando la canción tal y como si el mundo se acabara esa noche.
Bailamos hasta que pudimos, y decidimos dejar a los chicos allí abandonados y volver a casa con los padres de Alba, que a las 3 decidieron irse. Mucho más tarde, casi cuando estaba saliendo el sol, Alba recibió una llamada de Liam. Los chicos estaban abajo, borrachos como cubas, sin poder tenerse en pie por sí mismos, apoyándose los unos en los otros para no caerse. Negué con la cabeza, observándolos desde la ventana, y me volví a la cama.
No supe que me había dormido hasta que algo frío y húmedo se me tiró encima y me despertó. Muy a mi pesar, pegué un grito, despertando a toda la casa.
-¡LOUIS! ¡ESTÁS EMPAPADO!
-Buenas noches-replicó él, tapándose con la manta. Yo suspiré, me incorporé e imité a Noe y Alba, que se habían levantado para, por lo menos, descalzar a los ingleses e irlandés, cuyos nombres propios no podían ni recordar.
Le quité a Louis la camiseta y él se empezó a reír en sueños.
-Oh, Eri, ¿quieres parar? Eres una máquina...
Recé en silencio para que nadie le hiciera caso y no se tuviera esto en cuenta, porque entonces me pondría roja durante muchos, muchos años.
La noche siguiente, sin embargo, fue muy diferente. Con la resaca remitiendo, apenas tenían ánimos para fiesta, así que nos acompañaron hacia abajo. Vimos una película juntos, y luego cada uno se fue a dormir a su cama.
Cuando se aseguró de que todo el mundo estaba dormido, Louis se pegó un poco a mí. Me besó el oído, despertándome de la duermevela que me mecía lentamente.
-Eri...-murmuró.
-Mm-repliqué yo, acurrucándome contra la almohada.
Sentí sus dedos pasearse por mi piel desnuda, debajo de la camiseta que utilizaba de pijama. Abrí un ojo y traté de encontrarlo en la absoluta oscuridad.
Su mano llegó al contorno de mi pecho, lo rodeó y siguió subiendo.
No me estaba acariciando.
Me estaba desnudando.
Bufé y me di la vuelta.
-Tengo sueño-dije en un murmullo...
...y su mano llegó hasta mi hombro, y empezó a bajar por el mismo recorrido. Esta vez sí que se detuvo en mi pecho, lo acarició un segundo y siguió bajando y bajando, hasta cruzar la frontera del elástico de mis bragas, aún más hondo...
Dios.
Me pegué contra el colchón, negándome a abandonar tan pronto, y él me reprendió mordisqueándome despacio la oreja.
-No quiero hacerlo con ellos aquí.
-Sí que quieres-replicó él.
-Sí, quiero, pero... no. Louis.
-Eh. Te dije que te debía un polvo en la playa. Y tú quieres un polvo. Pues vamos a la playa-dijo, y adiviné, más que vi, cómo se encogía de hombros.
Me sorprendí a mí misma poniéndome uno de los vestidos que había llevado para ir a la playa y saliendo con él a hurtadillas. Me calcé las chanclas, cogimos una linterna, y abandonamos la casa de Alba, escurriéndonos por la parte trasera y atravesando el prado que la rodeaba. Llegamos al camino y prácticamente echamos a correr hasta llegar al lugar donde se terminaba el cemento. Luego, con la linterna encendida, nos movimos con cuidado por el sendero que bajaba hasta la playa.
Le lancé la linterna encendida a Louis, que la pilló al vuelo. Reconoció la playa un momento mientras yo me acercaba a una zona con arena, y extendía una enorme toalla que había encontrado tendida en casa de mi amiga.
-¿Tienes el móvil?
Negó con la cabeza, recorriendo el terreno.
Me quité el vestido por la cabeza y las bragas. De un puntapié, las tiré sobre el vestido, y puse los brazos en jarras.
-Louis William Tomlinson-dije, haciendo que se girara y me enfocara. No me importaba mi pelo corto, que me daba un aspecto más masculino; no me importaban mis cicatrices, ni el pequeño rastro que había quedado de las estrías por mis piernas... simplemente me importaba que estábamos solos en una playa casi secreta, que no había nadie que pudiera escucharnos y, lo más importante, que no levaba ropa-. Creo que me debes algo.
Él bufó, se acercó a mí y me estudió con cautela, memorizando cada detalle de mi cuerpo.
-¿Te gusta lo que ves?
-"Gustar" es una palabra demasiado débil para lo que estoy sintiendo ahora mismo, mi querida Eri-replicó él, cogiéndome la mano y poniéndola encima de sus pantalones. Sonreí, sintiendo cómo me temblaban las rodillas por la anticipación.
Los malos presagios habían quedado atrás. Estábamos solos, él y yo, en todos los sentidos posibles.
-Pues es todo tuyo-repliqué, tirando de él y besándolo con pasión, dejando que el fuego de mi interior crepitara a través de ese beso.
Chasqueó la lengua en mi boca, haciendo que mi interior se retorciera de placer.  Me gustaba esa sensación.
-No te creas. No se puede decir que un castillo es tuyo hasta que no estás dentro.
-Tendrás que tomarlo.
-Mmm. ¿"Tomarlo"?
Tiré de él hasta sentarnos en la arena. Me senté a horcajadas sobre él y le quité la camiseta.
-Sí, tomarlo.
-Esa palabra sí que me gusta-replicó, ayudándome a quitarle la ropa. Luego, me tumbó en el suelo debajo de él, me besó el pecho, y me hizo separar las piernas.
Suspiré a la noche mientras me tomaba, porque, si había algo que se le daba mejor que cantar, mejor incluso que hacerme reír, era hacerme el amor.
Lo hicimos en la arena, lo hicimos en el agua, contra las rocas, disfrutando de que no nos cansábamos el uno del otro, porque éramos jóvenes y estábamos enamorados, hasta que la noche definitivamente pudo con nosotros, y nos dormimos en un lío de cuerpos imposible de separar.
Fueron los rayos del sol los que nos despertaron a la vez. Él me besó el pelo con los ojos brillantes de algo que yo compartía, y me tendió la mano para volver a bañarnos.
No nos preocupábamos de que podrían estar buscándonos, aunque Niall nos había oído marcharnos sin nosotros saberlo. No nos preocupábamos de que Liam, Harry, Zayn o el propio irlandés estuvieran llamando al móvil de Louis y él no contestara.
Simplemente nos preocupamos de estar lo más cerca posible el uno del otro, disfrutando del contacto de nuestra piel, del sabor de nuestros besos y la confianza de nuestras miradas.
De la felicidad que él me daba a mí en la misma medida que yo se la daba a él.
-¿Para siempre?-le dije, tendiéndole el dedo meñique. Sonrió, y enganchó el mío con el suyo.
-Para siempre.
-¿Lo prometes?
-A ver qué te parece esto: prometo hacer que lo de Edward y Bella, y todas esas parejas ñoñas a las que lees, sea odio comparado con lo que yo siento por ti, y sea efímero comparado con lo que va a durar. ¿Qué te parece?
-Que eres perfecto-repliqué, poniéndome de puntillas y besándolo en la boca, balanceándome con el agua.
Disfrutamos de esa noche juntos como si fuera la última.
En muchos sentidos, fue la más perfecta.
Y en muchos sentidos, también, fue la última.