sábado, 30 de noviembre de 2013

¿Qué significa Louis para ti? ¿Qué te transmite?

"Buf, es que Louis es muchísimas cosas, es como todo el universo concentrado en una persona, todo lo bueno metido en una piel y formando un sol que irradia felicidad y esperanza. Me transmite de todo, dependiendo de la foto que vea de él estoy contenta o estoy triste... por el simple hecho de estar él contento o triste.
Louis es como el mundo, pero muchísimo más grande. Para mí es el amor personificado (qué ñoño es esto, Dios), es la esperanza, es el ser constante y perseguir los sueños, es mirar a la cara del dolor y soltarle una carcajada, es sonreírle a los días de lluvia como si hiciera sol y estuvieras a punto de ir a la playa (con un buen cuerpo y sucedáneos), es como una hamburguesa del Burger King gigantesca, a la que te invitan, y te comes y te sacia, es como escuchar música con la lluvia de fondo. Es escribir. Es imaginar. Es soñar. Es querer, da igual cómo, a quién, y por qué. Simplemente es querer, y cuando quieres a alguien como yo le quiero a él, en el fondo te da igual que él a ti no te quiera, o ni siquiera te conozca; tú estás agradecida porque él ha aparecido en tu vida y te ha enseñado sentimientos de los que nunca nadie antes te ha hablado, ni podrían hablarte jamás, y él... bueno. Es precioso. Por dentro y por fuera. Lo fue y lo será. "



domingo, 24 de noviembre de 2013

Tonos de gris.

Louis siguió con sus visitas nocturnas, a pesar de que yo prefería que no lo hiciera. Tan sólo quería que no encontráramos en mis misiones, que estuviéramos un poco juntos, no lo bastante para que en la central, Puck se diera cuenta de que había apagado el comunicador que traía metido en el oído para escuchar las instrucciones que me daba, pero sí lo suficiente como para saber que estábamos bien, qué nos había pasado durante la ausencia del otro, y qué misiones tendríamos los días siguientes, tratando de cruzar nuestros caminos, esperando un nuevo encuentro que terminaba adelantándose.
A la mañana siguiente de su primera visita nocturna, cuando descubrí el poder de la pluma, algunos runners habían entrado en mi habitación después de que no contestara a las llamadas de nadie. Taylor había sido el encargado de echar abajo la puerta y zarandearme hasta que me espabilé lo suficiente como para ponerle un cuchillo a escasos centímetros de la garganta. Podría haberlo matado allí, y tal vez hubiera sido lo mejor. No me habrían juzgado si se me hubiera escapado la mano porque, al fin y al cabo, había entrado en mi habitación cuando estaba dormida, con la guardia baja, y tenía todo el derecho del mundo a defenderme tal y como me habían entrenado.
La rabia en sus ojos me hizo malinterpretar su gesto. Creí que sabía lo del ángel. Creí que venía a matarme, y después exhibiría mi cadáver en alto, cual trofeo de guerra, para demostrarles a los demás que no deberían pasarse de listos. La confianza era algo que se ganaba cada día, y se perdía en un escaso segundo, que no compensaba en absoluto el continuo pulso que echábamos los unos con los otros en aquella lucha por la supervivencia en la que estábamos sumidos. 
Ese día solamente pude tragar saliva, dejarme caer en la cama, con el cuchillo a mi lado, cerca, muy cerca de mi rostro, esperando que él me diera el golpe de gracia, que fuera rápido, que no me odiara lo suficiente como para poder deleitarse con una tortura más que merecida.
Sin embargo, su semblante se reblandeció un poco. Los dos aprendices que había traído consigo, seguramente para demostrarles qué hacer, y desde luego no por voluntad propia, parecieron suspirar. No iban a ver un asesinato de un runner a manos de otro. Al menos, no esa mañana.
-¿Qué pasa?
-Llegas tarde.
-Tarde, ¿a qué?-repliqué yo, incorporándome y pasándome el pelo a un lado del cuerpo, con el cuello a modo de barrera que impedía que se fuera a otro lugar. Escudriñé a los aprendices, los dos chicos, los dos con las neuronas revolucionadas, ya que no se molestaron en disimular el interés que mi cuerpo les inspiraba. Me incorporé, ignorando sus ojos clavados en mí, y molesta porque Taylor no hiciera otra cosa que imitarlos, en lugar de ponerlos en su sitio, y me fui a poner la ropa.
Para que vieran que no les tenía miedo, ni me daba vergüenza lo que pudieran pensar de mí, ni estaba incómoda en su presencia, me quité la camiseta y me quedé con los pechos al aire. 
Taylor no tardó ni dos segundos en interponerse entre los dos aprendices y yo, que se inclinaron cada uno a un lado del cuerpo de mi novio, demasiado hambrientos como para dejar pasar tal banquete con tal de eludir una pelea.
-Salid fuera-ordenó Taylor, girándose un momento, pero siempre con su pecho pegado al mío. Los aprendices refunfuñaron, pero obedecieron, cerrando la puerta tras de sí-. ¿Se puede saber qué te pasa?
Puse los ojos  en blanco y me aparté de él. Sin embargo, me tomó de la cintura y tiró de mí, colocando mi pecho contra el suyo. Pudo notar mi respiración agitada contra su clavícula, y yo noté los latidos desbocados de su corazón contra la mía.
Subió por mi espalda desnuda, recorriendo el camino que tantas veces había hecho. Suspiré, cerré los ojos y dejé que me besara. El ángel, sospechosamente, había abandonado mi mente, por lo que pude disfrutar de ese beso como si fuera inocente, y fiel a mi novio.
Cuando quise darme cuenta, estaba bajando mis manos hacia sus pantalones y desabrochándole el cinturón, que no llevaba demasiado holgado, aunque sí lo suficiente como para poder respirar con toda su capacidad pectoral.
-No podemos ahora, Cyn.
-Uno rápido-supliqué, bajándome las bragas con las que había dormido (¿me había vestido cuando vino el ángel? ¿O me lo había quitado estando él en la habitación? ¿O...?) y bajándole también sus pantalones. Sonreí al notar que, en el fondo, deseaba esto tanto como yo.
Me alzó sobre su cadera y me clavó contra él, sin permitirme saborearlo, disfrutar del momento. Grité en su boca y él gimió en la mía, mordiéndome, poseyéndome en la parte en la que más le deseaba y le sentía. Me moví a su ritmo, notando cómo me llenaba con cada embestida, persiguiendo a un enemigo imaginario en la carrera más importante de todas, por encima de las que hacía diariamente, más importante que la más importante y peligrosa de todas.
Sus manos bajaron hasta mis piernas y me acarició la cara interna de las ingles, volviéndome más loca aún. Nos tiró sobre la cama y siguió montándome, y yo a él, igual que hubiéramos hecho si lleváramos años sin vernos.
Noté cómo se derramaba en mi interior, y, al cabo de unos segundos, yo hacía lo mismo, chillando su nombre, dejando que me mordiera los pechos, clavando las uñas en la cama aún sin hacer, y que no se haría hasta la noche, según ya sabía.
Me dejó una buena marca en el hombro.
-Eres mía-gruñó.Yo sonreí como una boba, me vestí despacio, disfrutando de cada momento de desnudez y lo que producía en él, y gemí cuando se inclinó hacia mí y me devoró la boca, ansioso.
-Ahoraque llegamos tarde-dijo, pero el enfado matutino, ese que tenía todos los días y solamente mi cuerpo conseguía eliminar, había desaparecido sin dejar rastro.
-¿Qué pasa?
-Informe de misiones. Hay una nueva.
Asentí con la cabeza, me calcé las Converse (siempre llevábamos Converse, era lo que nos diferenciaba de los ángeles. Ellos también corrían, pero no tanto como nosotros, y necesitaban un calzado más ligero. Por eso llevaban Vans. Nosotros íbamos con Converse ya que sujetaban mejor el pie, era más fácil correr con ellas, y era más complicado que se nos salieran), y salí tras él. Los dos aprendices nos miramos con una sonrisa estúpida. Estuve por levantarme la camiseta y darles el gusto de dejar que me miraran bien antes de cruzarles la cara, pero no lo hice por respeto a Taylor. En aquel momento aún no había considerado la posibilidad de que, de hecho, ya le había puesto los cuernos con el ángel.
Varias veces.
Incluso en mi propia cama.
Aunque en mi defensa diré que el único en haber conseguido llevarme a la cama y hacer que separara las piernas con gusto fue él, mi novio oficial, no el chico al que podrías desplumar y rellenar por dentro para servirlo asado el día de Acción de Gracias, que seguía celebrándose sin sentido alguno. 
¿Gracias por qué? ¿Por permitir que nos sometieran como a esclavos y negarnos la libertad, el mayor de todos los derechos, el único derecho que era totalmente nuestro? ¿El único derecho que existía, en realidad? 
¿O dábamos gracias al Gobierno porque nos permitiera existir en la sombra, masacrándonos si cometíamos algún error?
Recorrí los pasillos como si en realidad fuera la ama del lugar, y aún no me hubieran quitado todo lo que tenía por cosas que no había hecho. No había traicionado a los míos, no iba a traicionarlos, simplemente iba a cuidar de ellos, conseguir que se hicieran un hueco en la sociedad. En el fondo no quería que mis hijos, si alguna vez era capaz de renunciar a simular que volaba de la azotea de un edificio al otro y cambiar toda esa libertad, el único vestigio que quedaba de lo que había tenido la sociedad hasta no hacía mucho, por una barriga que durante 9 meses no pararía de crecer, vivieran en la misma lucha continua que vivía yo. 
La guerra es honorable cuando la duchas tú.
La guerra es una mierda cuando tu familia está involucrada.
La guerra es un monstruo al que hay que detener cuando son tus propios hijos los que están al frente de eso.
Mamá me había enseñado todo eso antes de que me fuera de casa. Me había educado para que amara correr, pero también para que aborreciera la muerte. Ella entendía a nuestros enemigos de una manera nueva, que nunca antes nadie había concebido, y seguramente nadie volvería a concebir: eran personas como nosotros, y tan sólo querían sobrevivir, igual que nosotros. No hacía falta que corriera la sangre si nadie disparaba contra nadie.
El problema era que las cosas no eran como mi madre me las había explicado, y la gente como nosotros se mataba, porque en el  fondo comprendíamos que no había lugar para todos los que nacíamos, de modo que no íbamos a morir cuando nos tocara, envejecidos frente a un televisor que pondría programas buenos, en una nación que permitiría a sus habitantes saber qué ocurría a cada momento, sin una censura que dijera qué se podía decir y qué no. Alguien iba a matarnos antes de que pudiéramos vivir todo eso, incluso en el hipotético caso de que todas esas situaciones se dieran.
Sumida en mis pensamientos, seguí a Taylor y el resto de comitivas de runners, venidos de todos los puntos de la Base con una dirección común, un único destino: la Sala Maestra de Reuniones, la madre de todas las salas, que ocupaba casi la totalidad de un piso de ancho, y tres de alto. Tenía la capacidad justa para todos los runners, con derecho a asiento para el que acabara de llegar de una misión y estuviera demasiado cansado.  Nadie nos decía dónde nos podíamos colocar ni qué lugares debíamos ocupar, pero nosotros sabíamos cuáles eran nuestras posibilidades y a qué sitio debíamos ir. Los runners más experimentados iban delante, los mejores inmediatamente detrás, después los normales, luego los mediocres, y, en última instancia, los aprendices. Daba igual tu estado físico en ese instante: un lesionado, el mejor de su especialidad, podía colocarse en primera plana, incluso delante del mejor de los aprendices, algo que cabreaba soberanamente a todos los demás. 
A todos nos molestaba que un tullido de mierda que no podía hacer mucho por nosotros se colocara frente a nosotros, excepto cuando tú eras ese tullido.
Yo misma había tenido una mala caída hacía tiempo, y había estado un par de meses prácticamente inmovilizada, de modo que me había especializado en los análisis de planos y sistemas de seguridad de los lugares a los que había que entrar. Por eso se me permitía colocarme de las primeras, porque era la mejor de mi sección, una de las mejores de mi Base, y, además, había trabajado durante un tiempo informando al resto de la situación de sus carreras.
Me uní a la turba curiosa, convertida en una marea humana en la pequeña entrada del lugar. La idea era que fuera difícil el acceso y la salida, para evitar una huida masiva en el caso de que hubiera una invasión (los que habían construido y diseñado la base eran unos paranoicos), de modo que pelearíamos como fieras y, probablemente, ganaríamos.
Después de verme arrastrada, empujada, insultada, y de haber devuelto cada insulto, empujón y codazo, había conseguido atravesar el pequeño pasillo y entrar en aquel lugar, más parecido a un auditorio que a otra cosa. Sin vacilar, me encaminé hacia delante.
Puck me detuvo a medio camino, interponiéndose entre mi objetivo y yo.
-¿Qué haces?
Fruncí el ceño y abrí los brazos.
-¿Ir a mi puesto?
Negó con la cabeza y me señaló el fondo, donde los aprendices se apretujaban los unos contra los otros. De las cómodas butacas que ocupábamos los que habíamos conseguido "graduarnos" a los bancos sin respaldo en que se apelotonaban los nuevos había una gran diferencia. Diferencia que yo no estaba dispuesta a afrontar.
-¿Va en serio?
Asintió con la cabeza, con un gesto de fingido pesar que me hizo querer sacarle los intestinos a base de arañarle la piel del vientre con las uñas.
-Puck...-empecé a protestar, negando con la cabeza. Los demás runners hacían círculos alrededor de nosotros, demasiado ocupados en ir a colocarse rápidamente como para pararse a ver el patético espectáculo del que yo misma era la protagonista principal.
-Cállate, Kat, y haz lo que te digo. Vete atrás. Habrá gente que se ofenderá si ocupas tu puesto como si nada hubiera pasado.
Puse los ojos en blanco, le dediqué un dulce "que te jodan" y me giré en redondo, azotándolo con mi trenza rubí. Caminé muy digna, con la cabeza alta, hacia el fondo de la sala. Pero, conservando un poco de sentido común, y dejando ver que no iban a poder conmigo tan fácilmente, me apoyé en la pared del pequeño pasillo que conducía a la puerta y crucé los brazos, esperando a que apagaran las luces con una presentación de diapositivas, que solía ser para lo que nos llevaban allí. En el resto de ocasiones de necesidad, el boca a boca sería mucho más rápido.
Sin embargo, no se apagó ninguna luz. Puck y algunos de los controladores subieron al pequeño escenario, tan pequeño que resultaba ridículo frente al espacio dedicado al público, y empezó a hablar sin esperar a que los demás se sumieran en un silencio absoluto.
Me deslicé por la pared hasta quedarme sentada en el suelo, con las piernas cruzadas y los codos apoyados en las rodillas, aburrida de toda la charla insustancial que tendría que soportar... sola.
Después de casi media hora explicando los detalles de los resultados de las misiones (la mía fue, cómo no, la última, ya que era la más importante, además del fracaso más estrepitoso), y de muchísimas miradas condescendientes, o incluso de lástima cuando Puck hizo referencia a mí, el discurso llegó a unos tintes desconocidos hasta la fecha.
-Sabéis por qué estamos aquí. Sabéis por qué sobrevivimos aún. Los ángeles son muy pocos, y no tienen la fuerza que tenemos nosotros. No darán a basto para matarnos si nos mantenemos unidos, si no dejamos que nos hagan fallar. No podemos permitirnos el lujo de dormirnos, porque, chicos... cuando abramos los ojos, podrían estar delante de nosotros, esperando a ver nuestra expresión mientras nos dan el golpe de gracia. Debemos estar unidos.
¿A qué venía toda esa cháchara? ¿Al final resultaba que me había convertido en una traidora sin que nadie me hubiera juzgado? Qué guay. Bien. Genial. 
Lo mejor de todo era que ahora todo el mundo evitaba mirarme, nadie se atrevía a girar la cabeza, con la esperanza de que yo no notara que se me estaba insultando descaradamente. Podía ver mi cara en la mente de todos, como si de un retrato conjunto se tratara. 
No importaba nada de lo que había hecho por ellos, no importaba a cuántas personas, a veces incluso inocentes que representaban un peligro mínimo, pero peligro al fin y al cabo, había matado para que ellos pudieran vivir. Eso no importaba, ya nada lo hacía, lo que contaba en ese instante no era otra cosa que el hecho de que no había muerto a manos de un ángel.
Puck anunció que había unas nuevas misiones, mucho más complicadas, en marcha. Necesitarían a los mejores de los mejores, colaboraríamos distrito con distrito, sin importar las rivalidades económicas que teníamos entre nosotros. Nada de eso contaba, excepto una cosa: había que ir a por los ángeles, había que destruirlos, masacrarlos... antes de que convirtieran en traidores a más gente.
Apenas empezó a decir nombres, segura de que no me iba a mencionar, me levanté y salí fuera. Los pasillos estaban desiertos, todo el mundo estaba concentrado en la reunión, y nadie notaría mi ausencia. O, en el caso de que alguien se diera cuenta de que yo faltaba, puede que ese alguien llegara a alegrarse.
Con pensamientos venenosos en la cabeza, fantaseando con cerrar las puertas, prender fuego a la base y escapar de allí, ir a refugiarme en algún lugar en el que me dieran una oportunidad y escucharan lo que debía decir, subí a mi habitación, y me quedé encerrada todo el día, estudiando planos de la ciudad, reservando misiones para los próximos días, y preparando los simuladores en los que me metería.
Cuando el sol estaba poniéndose, y yo me estaba quedando dormida, acusando la falta de sueño, un ligero cambio en la luz que entraba del pasillo por debajo de la puerta me llamó la atención. Miré hacia la rendija por la que se colaba la luz en el momento en que alguien introducía un papel por debajo. El papel se quedó a pocos centímetros de la puerta, impulsado por una mano experta en lo que hacía. Después, la luz volvió a su brillo normal. El mensajero fantasma se había ido.
Me levanté y me incliné hacia el papel, recogiéndolo con desconfianza. Era un trozo arrancado de una libreta de hoja cuadriculada, de aquellas que ya solamente usábamos nosotros, pues hasta los niños más pobres tenían aparatos en los que escribir.
Estudié los bordes, ligeramente arrugados. No podía estar recién escrita; alguien se la había metido en el bolsillo, probablemente en el trasero, a juzgar por el estado en que se encontraba la hoja.
Tomé aire y me decidí a abrirla. Con mucho cuidado, temiendo que me fuera a morder o algo por el estilo, abrí los pliegues y los alisé.
En tinta azul, escrita apresuradamente, había una frase:
"Las cosas no siempre blancas o negras; a veces tienen sutiles tonos de gris".
Fruncí el ceño y me abalancé hacia la puerta, abriéndola en tromba. La transición que había por el pasillo no se vio alterada por mi comportamiento aunque, en realidad, debería haberlo hecho. La gente pasaba de mí.
Volví a mirar el papel, lo examiné, y terminé haciéndolo una bola. Lo lancé a la otra esquina de la habitación.
Y, cuando llegó Louis, al caer la noche y bajar el ritmo de actividad que había en la Base, cuando todo el mundo estaba durmiendo y los que estaban en misiones ya se encontraban lejos, le señalé el papel arrugado con el dedo.
Él lo desenvolvió mientras sus alas se escondían en su cuerpo. Se quitó la sudadera y se la volvió a colocar, haciéndose pasar por alguien normal, y sonrió.
-No le veo la gracia-dije.
-Yo sí. ¿No lo entiendes?
-¿Debería, pájaro? No estoy de humor para enigmas. Habla por el pico que nadie te ha dado.
-Esto-dijo, cogiendo el papel entre los dedos índice y corazón, como se haría con un cigarro-, es la señal de que no eres la única dispuesta a terminar con toda la mierda que hay entre nosotros.
Suspiré, frotándome la sien.
-Eres muy optimista. Para mí significa más bien "ten mucho cuidado, porque a la mínima de cambio puedes pasar de ser una traidora a una puta traidora. Ándate con ojo".
Se encogió de hombros, y yo me pregunté qué efecto hubiera tenido en sus alas de haberlas llevado desplegadas o, por lo menos, libres.
-¿Un mal día?
-Una mala vida, más bien.
Sonrió.
-¿Quieres que me vaya para no complicar las cosas?-señaló con el pulgar la puerta.
-No-sacudí la cabeza, toqueteándome la trenza, nerviosa-. Quiero que te quedes.
Así empezó nuestra tradición nocturna.
Y ahí empezaron a complicarse muchísimo más las cosas.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Héroes.

Me lo quedé mirando un instante en absoluto silencio, sin saber muy bien qué decir. A la luz de la luna parecía aún más guapo que cuando el sol era el encargado de bañar las facciones de su rostro; la luz celeste le daba un aspecto fantasmagórico, rayano en lo celestial, que era muy difícil de achacar a causas no mágicas.
Seguramente pudiera hacer magia, así que tal vez se estuviera hipnotizando esa noche, antes de decidir que ir hasta mi casa para tocarme los huevos un poco más de lo que ya había hecho, y de ahí procedía el brillo que, más que resbalar por su piel, casi parecía surgir de ella.
A continuación, miré la pluma. Con el astro nocturno como débil foco también parecía desprender un pequeño brillo, tal y como hacía su anterior dueño. Puede que todo aquello no fuera una coincidencia.
-¿Sirve para llamarte?
Asintió con la cabeza, estudiando mis facciones mientras yo continuaba observando el pequeño elemento de sus preciosas alas. Preciosas y, a la vez, mortíferas.
-¿Es magia?
Se encogió de hombros.
-Nunca me ha dado por preguntar, pero... no siento que me hables en la cabeza cuando te acercas la pluma a la boca. Simplemente siento que el que se la acerca y le habla me necesita, y me las arreglo para encontrar el camino. Es más instintivo que otra cosa.
-¿Las echas a conciencia?
Alzó las cejas.
-¿Qué te crees que soy? ¿Una fábrica de móviles andante? Claro que no las suelto a conciencia. Se me caen.
-¿Y se regeneran? ¿Son como pelo?
-Yo soy el primero de los míos que no necesita clavarse plumas nuevas cuando pierde las viejas. A mí se me regeneran, a los demás no.
Nos contemplamos en el más absoluto de los silencios un rato más.
-¿A qué has venido?
-¿Por qué me has llamado?-espetó, alzando las manos. Sus alas temblaron de puro placer al notar una ráfaga de viento más fuerte de lo común embistiéndonos. Procuré ignorar el escalofrío que me recorrió la espalda al notar lo helado que era el aire allí arriba. Él no podía estar así, en manga corta, sin percatarse de que seguramente estuviéramos incluso bajo cero.
Tragué saliva.
-Quería decirte una cosa.
Inclinó la cabeza hacia un lado y esbozó una sonrisa cínica, autosuficiente, que me hizo temblar por dentro.
-¿Que estás enamorada de mí?
-¡No!-grité a la noche, a él, a todo el mundo, tratando de convencerme de que simplemente estaba confusa. Me atraía porque era diferente, porque era algo prohibido que te ponen frente a las narices y a lo que no debes acercarte, por mucho que tu curiosidad pueda contigo. No me gustaba, simplemente me había... confundido.
-Necesito que me devuelvas los documentos que te robé.
-No voy a hacerlo, runner.
-Me lo debes, pajarraco. Créeme. Has hecho de mi vida un infierno en menos de tres días. Ahora todo el mundo me odia, y todo porque no me mataste cuando nos encontramos la primera vez.
Me examinó de arriba a abajo, sin pudor. Sacudió la cabeza y acabó silbando.
-Suelo tenerles aprecio a las cosas bonitas, y, bombón, tú estás muy buena.
Tomé aire y me llevé la mano a la frente.
-Mira, no puedo con esto, ¿vale? Se supone que somos rivales, y...
-... y me pides que te ayude a hacer trampas para inclinar la balanza a vuestro favor. ¿Dónde está la lógica, pequeña saltamontes?
Puse los ojos en blanco.
-Déjame hablar, por favor, Louis.
Sonrió.
-Dilo otra vez.
-¿Qué?
-Mi nombre. Que lo digas otra vez.
Negué con la cabeza.
-Devuélveme los planos. Me lo debes, ángel.
-Dilo.
Vacilé un segundo. Tampoco estaba tan mal, es decir, tenía un nombre relativamente bonito...
-Louis.
Esbozó una sonrisa tierna, que encajaba a la perfección con lo que llevaba a la espalda.
-Te juro por dios que me apetece darte mis alas cuando lo dices así.
Noté cómo me ruborizaba, algo que no sucedía muy a menudo. Afortunadamente, la noche hizo que él no lo notara.
-Si lo digo muchas veces, ¿me darás los planos?
Negó con la cabeza.
Me llevé las manos a la espalda y acaricié la pistola, fría, dura, pegada a mi cuerpo como si de los tatuajes que me adornaban brazos y espalda se trataran. La cogí por detrás.
-Escucha, ángel. Estás en territorio enemigo. Ahora mismo podría dar la voz de alarma, y no llegarías a casa. Te cogeríamos. Y no te mataríamos, lo sabes, porque vales más vivo que muerto. Créeme. Terminarás cayendo en alguna trampa, sobre todo si no dejas de estar por aquí. Quieres darme eso ahora antes de que te lo robemos de nuevo.
-No vas a venderme.
Me puse rígida, saqué la pistola y descorrí el seguro, pero esperé a que se explicara.
-Y eso, ¿por qué?
-No te has pasado toda la noche buscando mi nombre para traicionarme.
Pestañeé.
-¿En serio?
-Totalmente.
-Si crees esto, estás en tu derecho.
-Escucha, bombón-dijo, dando un paso hacia mí. Le mostré la pistola, encañonándolo. Podría disparar y matarlo, pero no iba a hacerlo. Tenía razón, valía mucho más vivo que muerto, y sería un trofeo que me ayudaría a volver a mi estatus en la cima de la sociedad en la que me movía.
Era mucho más valioso con las alas aún batientes que con ellas caídas, inertes, clavadas en su cuerpo.
-No vas a disparar. Lo sabes. No vas a hacerlo por la misma razón por la que no has dado ya la voz de alarma, y por la que te has pasado la noche en vela intentando saber mi nombre.
-Ilumíname, oh, pájaro.
-Te gusto. Mucho. En el fondo lo sabes, sabes que esto está mal, pero en realidad, podría ser divertido. Si tú lo permitieras, al menos, si te permitieras abandonar lo que crees que ya sabes y abrirte a nuevos horizontes, podría enseñarte cosas que no habrías visto nunca. Simplemente dejándome en paz.
-Yo sólo quiero los planos. Luego, podrás hacer lo que quieras con tu vida. Tendré que matarte si volvemos a encontrarnos, pero no será nada personal. Lo hago con todos, y tú también. Debes entenderlo.
-No, bombón, la que no lo entiende eres tú-dijo, pegándose a mi cuerpo y pasándome las manos por la cintura. Lo miré, me hundí en esos dos lagos cristalinos que tenía en la cara, preguntándome si tendrían fondo, esperando que dijera algo, lo que fuera-. Hay algo entre nosotros. Algo especial, que no se ha dado nunca, y que probablemente nunca vuelva a darse, porque nadie se atrevería a saltarse las reglas como lo hemos hecho nosotros ahora. Lo estamos haciendo en este momento. Te da igual, se ve en tus ojos (que, por cierto, son muy bonitos, runner), y a mí también. Supongo que se ve en los míos. Podemos hacer grandes cosas juntos, terminar con esta guerra que nos traemos entre manos, volvernos contra lo que de verdad importa, y pelear por algo nuevo que se está haciendo esperar, pero que podremos traer.
-¿A qué te refieres?-quise saber. Desearía haberme echado hacia atrás, no me gustaba que estuviera tan cerca de mí, me confundía y anulaba todas mis defensas, pero... la verdad era que era cálido, muy cálido.
No, Cyntia. Es un monstruo. No es natural, lo han fabricado para que te engañe, para que os engañe a todos. Que tenga apariencia de ángel no significa que no pueda ser el mismísimo demonio.
-Hay gente entre los míos que empieza a ver nuestra pelea eterna como algo absurdo. Y lo es, en el fondo. No deberíamos estar todo el rato matándonos, intercambiando disparos por el simple hecho de ser diferentes y competir en nuestros trabajos. Si nos uniéramos, podríamos hacer grandes cosas.
-Vosotros sois esclavos del Gobierno. Y os gusta, aunque no tengáis libertad. La libertad que yo represento nunca, jamás, debería unirse a lo que tú representas.
-Y eso, ¿qué es, si puede saberse?
-La represión. El miedo. Tus alas son el sistema que tanto asfixia a la ciudad, sin dejarle saber que está asfixiándola hasta que acaba matándola. No podemos unirnos.
Me separé de él y fui hacia la puerta. Con un poco de suerte, no entraría conmigo en el edificio y nadie nos vería. Nuestro encuentro se habría terminado allí, nuestra pequeña relación que jamás debería haber sucedido encontraría ahí su final.
Era una estúpida pidiéndole los documentos. Estaba claro que no iba a dármelos, porque, para empezar, no se lo permitían. A mí me matarían si me pillaban hablando con él, así que no podía imaginarme lo que le harían a él si descubrían que pasaba documentos secretos al enemigo. Tan secretos, que ni la gente que los robaba podía permitirse el lujo de saber su contenido.
Y, como ya me imaginaba, me siguió. Fue conmigo hasta la puerta, y puso el pie entre ella y el quicio para evitar que se cerrara. Saqué la cabeza.
-¿Qué haces? No pretenderás entrar aquí.
-Voy a entregarme.
-¿¡Qué!?-chillé, abriendo los ojos y empujándolo fuera-. ¿Por qué?
-Para explicároslo. No todos os matamos por gusto, ¿sabes?
Negué con la cabeza y lo empujé fuera de la puerta, de vuelta a la azotea, en el territorio donde más gusto debía sentirse, pues el aire silbaba sobre nuestras cabezas y nos revolvía el pelo con la furia de un huracán.
-No podrías. Te matarían en cuanto abrieras la boca para decir algo que a ellos no les interesa.
-¿Por qué te importa tanto, runner? Somos el enemigo, tú misma lo has dicho. Mis alas son... la "represión, el miedo". Estamos mejor erradicados que volando por ahí, controlando a la gente como si el Gobierno no controlara a sus ciudadanos, casi súbditos, suficiente.
Bajé la vista.
-Podrías... tener razón.
-Oh, nena, créeme. Yo tarde o temprano termino teniendo razón en lo que expongo, y esta noche no iba a ser una excepción a la regla. Y menos cuando me estoy creciendo delante de una tía.
-No creo que todos estén preparados para lo que tienes que decirles, pero... necesitaría un tiempo para hablar con ellos. Y necesitaría los detalles.
-¿Tienes habitación?-espetó de repente, sin dejarme terminar la frase. Alcé las manos, con las palmas vueltas al cielo apenas salpicado de débiles estrellas, enfermas por las luces que manaban de la ciudad, ascendiendo como el humo de una chimenea.
-Claro. ¿Por qué...?
-Te contaré qué hay en esos planos y las posibilidades que tienes de conseguirlos si me llevas.
-Estás como una maldita cabra. No, en serio, Louis, estás como una maldita cabra-aseguré, negando con la cabeza-. No pienso meterte en mi habitación. No voy a...
-Te diré exactamente cómo nos fabrican.
Vale, aquello sí que resultaba tentador. No era que el hecho de meterlo en mi habitación no lo fuera (demonios, lo era, vaya si lo era), pero seguía sin fiarme de él. Por mucho que pareciera tener buenas intenciones, que quisiera hacerse el honrado conmigo, seguía siendo un ángel. Nos matábamos mutuamente y nadie parecía percatarse de que hacíamos correr ríos de sangre cada vez que nos encontrábamos, lo cual nos mantenía a ambos grupos en constante tensión. Los ángeles eran muchos menos, por lo que tocaban a más asesinatos, y, sin embargo, ya habíamos conseguido que algunos cayeran cuando se cruzaban en nuestro camino.
Si intenta algo raro, lo mato, me prometí a mí misma, accediendo a su petición encogiéndome de hombros y haciéndome a un lado para que entrara. Aún con la pistola en la mano, lo conduje por los pasillos, asegurándome de que a esa hora no había nadie, mientras los primeros helicópteros se paseaban por la ciudad, despertando a quienes tuvieran el sueño ligero con su constante ronroneo, recordando quién mandaba y quién obedecía, el lugar que cada uno ocupaba en aquel lugar infernal pero con pinta de paraíso.
Abrí la puerta rápidamente y lo empujé dentro. Miré a ambos lados antes de cerrar. Eché el pestillo, suspiré y me solté el pelo, deshaciéndome la trenza. Abrí un poco la persiana justo en el instante en que el sol despuntaba por el horizonte, anunciando su llegada tiñendo el cielo de tonos rosáceos. Era un espectáculo digno de contemplar, que Taylor solía disfrutar en sus misiones matinales...
Taylor.
En cuanto su imagen pasó por mi mente, me sentí una absoluta traidora, y me convencí de que lo que estaba haciendo estaba mal, demasiado mal.
Miré al ángel, que estudiaba su entorno con sincera curiosidad.
¿Por qué el demonio tenía que ser tan guapo?
-Ya tienes lo que querías. Habla. Cuéntamelo todo. Qué hay en los planos. Cómo descodificarlos. Qué pretendéis con esos documentos. Por qué...
-De uno en uno, bombón. No soy ningún dios. No puedo acordarme de todo.
-Está bien. ¿Qué hay en los planos?
Sonrió, sentándose en la cama y cerrando las alas. Las plegó de tal manera que le desaparecieron en la espalda. Me obligué a controlar mi cara, porque las ganas de abrir la boca, sorprendida de que pudiera hacerse pasar por una persona normal con esa facilidad, eran demasiado fuertes para mí, y demostrarían que me tenía fascinada... cosa que intuía. Pasara lo que pasase, bajo ningún concepto debía permitir que el ángel conociera de mis sentimientos hacia él.
Que, de momento, eran solo curiosidad.
-No lo sé.
Lo contemplé estupefacta, sin poder entender lo que me decía.
-Perdona, ¿qué?
-Que no lo sé. Esa es la verdad. No sé qué hay en los planos.
-¿Va en serio?
-No se nos permite mentir.
-¿Estás de coña?
-No.
Me incliné hacia él. Me apoyé en sus rodillas y acerqué mi cara a la suya.
-Entonces, ¿por qué te has empeñado en bajar?
-Porque con tu cama cerca, es más fácil que consiga colarme entre tus piernas.
Me mordí el labio, estudiando su cuerpo. Me apetecía alargar la mano y acariciar sus plumas, conociendo por fin el tacto que tendrían todas juntas, cubriendo sus alas como una perfecta alfombra de hojas otoñal...
-Eso no va a pasar.
-Tú dame tiempo.
Sonreí, negué con la cabeza y me senté en un pequeño sofá que había conseguido que me colocaran en la habitación. Crucé las piernas y hundí los dedos entre mi pelo, meditando mi siguiente pregunta.
-¿Cómo descodificarlos?
-Con las hojas que robaste y yo recuperé.
Asentí.
-Deduzco, entonces, que si te pusiera ahora los documentos delante, no sabrías...
Sacudió la cabeza.
-De acuerdo entonces-dije, frotándome las piernas con las manos abiertas-. ¿Qué tienen esos documentos tan ultrasecretos cuyo contenido exacto no conoces?
-La forma de crearnos.
Abrí mucho los ojos.
-Perdona, ¿qué?
-La forma de crearnos. Por eso los queréis, porque nuestras alas son lo único que nos mantienen en ventaja. Si conseguís armaros con esto-dijo, tocándose la espalda y sonriendo-, nos superaréis. Sois más.
-Pero, ¿no os hacen de pequeños?
-Cuando tenemos cuatro o cinco años, a veces más jóvenes, se nos selecciona y se nos lleva a un hospital especializado en cirugía. Nos operan y nos implantan las alas, que han sido cultivadas como se cultivaban las células madre para combatir las enfermedades.
-¿Os dan a elegir?
-Normalmente las familias lo piden, casi todo el mundo quiere un ángel en su familia, pero a la mía nadie le preguntó. De hecho, me cogieron y me clavaron las alas sin que mi madre no parara de protestar. Ella no quería esta vida para mí-sonrió, mirando al suelo y negando levemente con la cabeza-. Es una vida muy dura. Más que la vuestra-alzó la mirada y me contempló un segundo.
Me incliné hacia él, descruzando las piernas y metiendo las manos entre ellas.
-¿Dolió?
-Muchas veces aún duele moverlas, pero el dolor se alivia cuando estás en el aire-susurró, arrugando la nariz.
-Yo daría lo que fuera por poder sentir que vuelo, aunque sea solo un minuto.
-Es la mejor sensación del mundo-asintió, dejando que la esperanza asomara en forma de sonrisa en su rostro.
Me levanté despacio y me coloqué a su lado en la cama. Le acaricié las alas, blancas, impolutas.
-¿Es por eso por lo que quieres ayudarnos a acabar con el sistema?
-A mí nadie me dio a elegir si quería esta vida. Antes tenías razón, Cyntia. Somos esclavos. Mis alas representan el miedo y la represión... yo soy ese miedo. En el fondo me gustáis los runners, porque podéis elegir qué camino tomar en cada momento. Yo estaré al servicio de esta mierda hasta que no pueda alzar el vuelo... o hasta que me matéis.
Estudié de nuevo sus ojos, que eran más bonitos de lo que jamás recordaba. Mi memoria nunca le hacía justicia, eso estaba claro.
Después, sin pensar, me incliné lentamente hacia él, que me puso una mano en la rodilla y tiró de mí levemente, acercando más nuestros cuerpos. Le acaricié la mejilla y dejé que mis labios se posaran en los suyos, una, dos, tres veces. La tercera fue más larga, fue un beso más cálido, más profundo, más tierno, mejor.
Sincero.
Sincero como pocos había dado en mi vida.
Seguramente el más sincero de todos.
Y se lo estaba dando a un ángel.
Tomé aire muy despacio y estudié su boca cuando nos separamos.
-Creía que os hacían sin corazón.
-A veces salimos con defectos de fabricación-se encogió de hombros, besándome de nuevo, y yo le dejé hacer.
Tragué saliva y me quedé mirando el suelo, nuestros pies estaban pegados, pero enfrentados, y sin tocarse. Parecían querer escenificar lo que yo sentía en mi interior, los lazos que me unían al ángel.
Estaba siendo una traidora, y no quería serlo.
Pero, ¿cómo no traicionar a los tuyos si al mínimo error te daban la espalda y, para colmo, hablaban de los adversarios como si fueran monstruos, cuando eran realmente gente como nosotros? Tenían corazón, tenían piedad, amaban, tenían familias, y tenían miedo. Los ángeles eran runners que no corrían, sino volaban, y, sin embargo, para nosotros no eran más que bestias asesinas, que surcaban los cielos buscando una presa fácil para acabar con ella, sin contemplaciones, sin miramientos. Sin sentimientos. Eran más máquinas de matar biológicas que otra cosa.
Me tocó la mano, volvió la palma hacia arriba y estudió los intrincados tatuajes que cubrían la cara interna de mi brazo. Aquellos eran más elaborados y pequeños, representaban el código de mi sociedad, los logros que había conseguido... y, dentro de poco, se me colocaría uno nuevo que indicaría que un ángel me había acechado y no había acabado conmigo, bien porque me había compinchado con él, o porque había sido más lista, o simplemente porque había tenido suerte.
Desde que vi a Louis, siempre creí que se debía más bien a lo segundo; había sido más lista que él (mi orgullo no me permitía admitir que me había derrotado en una batalla que ni siquiera habíamos llegado a librar), pero ahora, con cada minuto que pasaba, a medida que el reloj digital de mi mesilla de noche parpadeaba marcando los segundos que pasaban, me convencía más de que era lo primero, aquello que toda mi vida había aborrecido.
No había nada peor que vivir en la ignorancia y que alguien te contara la verdad; pocas cosas dolían más que tener los ojos vendados toda la vida y, de repente, un día, porque alguien había decidido que había llegado el momento, te despojaba de lo que te impedía ver, para mostrarte una luz cegadora aún peor que la más absoluta negrura.
-Esto que hacemos... está mal.
Él asintió con la cabeza.
-Si no quieres que vuelva, yo lo entenderé. Es más, intentaré no matarte en la medida de lo posible. Y cuidaré de que no te caigas.
-No quiero que me cuides-negué con la cabeza-. Mi vida es buena porque tiene riesgos, y si sé que vas a estar vigilando de que no me mate si algún día no alcanzo una cornisa, me habrás privado de eso.
Sonrió.
-La vida sin riesgos no es vida, ¿eh?
Negué con la cabeza, sonriendo. Él se encogió de hombros, se levantó, se apartó de mí y se acercó a la ventana.
-¿A dónde vas?
-A casa. Está saliendo el sol-dijo, entrecerrando los ojos al abrir la ventana y descubrir que, efectivamente, el astro rey se exhibía cada vez más, recortando la línea de la ciudad con perfección de cirujano, marcando en negro edificios que más tarde se volverían blancos bajo su luz.
Louis abrió la ventana, desplegó un poco sus alas, sacudió la espalda y cerró los ojos un momento. No sabría decir si estaba disfrutando del aire fresco que entraba por allí y le acariciaba la cara, o era una mueca del dolor silencioso que sus alas traían incorporado.
Se impulsó hacia arriba y se sentó en el quicio, preparado para saltar.
-¿Vas a volver?
Se giró para mirarme, confundido.
-¿Quieres que lo haga?
Me froté la cara.
-Me gustas, pajarraco. Ojalá no fuera así, pero... lo haces.
Esbozó una sonrisa torcida que me hizo querer agarrarlo y no dejar que se fuera nunca más.
-Tú a mí también me gustas, bombón.
-Quiero hacer lo que me propusiste.
-¿Acostarnos?
Puse los ojos en blanco.
-No. Lo otro.
-¿Salvar el mundo como los superhéroes de antaño?
-El mundo no lo salva una sola persona con capa. Lo salvamos entre muchos. Y... quiero participar.
Asintió con la cabeza.
-Estaremos en contacto.
Y saltó hacia afuera, lo cual causaba mucha impresión incluso a alguien acostumbrado a brincar entre edificios. La Base no estaba diseñada para que nadie saltara por la ventana con la esperanza de sobrevivir (de hecho, la forma estaba así pensada para que, en el caso de que nos invadieran y no hubiera más remedio que el suicidio, nadie sobreviviera a una caída desde los pisos de las residencias), por lo que el instinto de salir a mirar si estaba bien se sobrepuso a todo lo demás.
Apoyándome en la ventana, me asomé hacia el cielo rosáceo, sacando la cabeza y dejando que el viento se enmarañara a mi alrededor. Entrecerré los ojos justo para ver cómo, casi llegando al suelo, desplegaba las alas y levantaba el vuelo con la elegancia de un águila rastreando a sus presas. Tomó impulso varias veces y, después de perderse un par de segundos entre los edificios, apareció de nuevo subiendo subiendo escaleras invisibles en el aire.
Y, a pesar de que lo conocía de hacía dos días,ya sabía que contestaría a mi "no puedo hablar contigo si no tengo tu teléfono, o algo" con un:
-¿Para qué tienes mis plumas?
Miré el par de plumas blancas, como dardos níveos, depositados en el suelo. Sonreí.
Al final, ser una traidora iba a sentarme bien.

domingo, 10 de noviembre de 2013

¡Gracias!

¿Sabéis cuánto tiempo llevo con esto? ¿Con lo que muchas veces llamo "la puñetera novela de los cojones yisusfakincraist la fanfic de mierda esta voy a escribir un capítulo en el que estén en un avión y el avión se caiga y la palmen todos porque ESTOY HASTA LA PUTA ÑOCLA DE LA MIERDA DE NOVELA DE LOS COJONES"?
Llevo un año, cinco meses y cinco días (ole el número cinco, es un número especial) con todo esto. Y lo único que se me viene a la cabeza ahora es "gracias". Con esta novela me he sentido como una escritora profesional y, como todo buen escritor que se precie, no voy a dejar escapar la oportunidad de agradecerles a mis editores y mi equipo de la editorial que hayan permitido que se me entregue el Nobel de Literatura 2014.
Eso sí, lo que no han permitido es que mi retraso aumente.
Empezaré por mis padres. Papá, mamá, no os voy a dejar leer esto. Sé que a veces soy muy puñetera, sé que a veces me odiáis y yo os odio (os pasáis mucho conmigo, en serio, miraos eso) pero, ¿qué vamos a hacerle? Así es la vida. Sois mis padres y os quiero. Gracias por fabricarme.
Gracias a todas las personas que hayan hecho posible Internet. Gracias, señor creador de Internet, gracias señor creador de Blogger, gracias Movistar por librarme de fines de semana interminables sin esta marvillosa herramienta que conecta seres humanos de todos los sitios.
Gracias a Noemí y Alba. En serio, tías. Gracias. Si no me hubierais enseñado a los chicos, no hubiera podido soñar con ellos, y si no me hubierais dejado publicar mi sueño hace ya año y pico, no habría podido montar toda esta movida que me ha hecho subir visitas en el blog como si regalaran jamones. Nunca podré agradeceros el haberme enseñado a esos cinco subnormales.
Gracias a Ange, por dejar que la convierta en Directioner, por corregir las entradas del blog y aguantarme el día que me puse histérica al hacer estupideces aquí dentro. Ojalá fuéramos al tour juntas, gallega, pero no pasa nada. Algún día nos conoceremos y nos besaremos y amaremos eternamente.
Gracias a Laura, más conocida como la Rosi, Rosificación en mis momentos más lúcidos, por aguantarme cuando tengo feels de Louis. Me vuelvo literalmente insoportable cuando me pongo "Louis es tan precioso que BLABLABLABLABLABLA" y vomito ideas como una bulímica. Por todo eso y mucho más, sabes que te quiero.
Gracias a mis amigas de Twitter, sois muchas, pero sabéis quiénes sois: Lara, Celia, Sandra, Paula aka Kinder Bueno White, Vir, Clara aka Pollo del Supersol, Giuli, Celeste, María, Raquel, Mayte, Patri, Saloni... algunas no leéis mi novela, y seguramente no os pase esta entrada de agradecimientos, pero quiero deciros que todas las gilipolleces que me aguantáis se valoran, aunque cuando me pregunten por vosotras en Ask responda "putas todas". Os quiero, aunque no lo demuestre.
Gracias a Salo e Irene por crear la cuenta de ""fans"" y apoyarme cuando estoy triste. Vuestros "Tu novela es perfecta" "Erikina sigue escribiendo" y ese largo etcétera de cosas geniales que me decís son demasiado para mí. Me dan fuerzas.
Gracias también a los haters de mi instituto. ¡Hola! ¿Qué haces? ¿No deberías estar estudiando, gilipollas de mierda? ¿Qué haces cotilleando en mi blog, si te caigo mal? ¿Qué problema tienes? Que azuzo a mis seguidores y te echo a que te destruyan. JAJAJAJAJAJA. No, en serio, gracias por meteros conmigo, porque me habéis ayudado a comprender que prefiero que me critiquéis por hacer las cosas a mi manera y pasar de vosotros como de la mierda, a que lo hagáis porque os tenga miedo. Puede que antes os lo tuviera, pero os aseguro que ya no.
No puedo irme antes sin darle las gracias a gente que no va a ver esto en la vida. Simon Cowell... simplemente, trae a la madre que te parió. Alguien quiere aplaudir.
 
Gracias por esos cinco síes que les diste a esos subnormales. Sin ti, todo esto no sería posible. Seguiría amargada en un fandom casi muerto, esperando a que alguien que no sale de casa haga acto de presencia... y eso duele mucho.
Ahora ya vamos realmente a por los auténticos protagonistas de la novela. Harry, Zayn, Liam, Niall, Louis. Ojalá hubiera palabras  para daros las gracias por todas y cada una de las cosas que hacéis por mí (me está distrayendo el puto Louis aplaudiendo me cago en su puta madre, mismamente), y eso que lo hacéis sin saber. Os quiero muchísimo, creo que está claro. A Harry, por aguantar todo lo que le dicen con una sonrisa, seguir siendo ese pequeño bizcocho de más de metro ochenta tan mono. A Zayn, por tener una voz como pocas hay en la tierra, que me hace romper los cristales de mi casa cuando intento llegar a sus solos. A Liam, por esos falsettos que me dan la vida, por ser él mismo, por ser la criatura más buena que existe. A Niall por reírse en la cara de la vida y no dejar que nada le quite la sonrisa, por ser simplemente como es y no hacer caso de lo que digan los demás. También por ser el mayor fan de sí mismo que pueda existir.
A Louis. Ay, Louis, Louis, Louis, Louis. Mira qué has montado en un momento. Debería darte vergüenza. Sí, chiquillo, vergüenza con mayúsculas, porque por tu culpa ya tengo otro proyecto en mente, por tu culpa apenas tengo tiempo los fines de semana, y por tu culpa voy a morirme sola, hablando con mi microondas sobre lo gilipollas que eres y lo muchísimo que te quiero. En serio, pequeño, gracias por ser tú mismo las 24 horas del día. Gracias por tener cojones a poner a la gente en su sitio como se lo merecen. Gracias por esa voz de ángel que te han dado. Gracias por arrastrar ese culo tuyo a TXF.
Pero, sobre todo, gracias por elegirme para ser una de tus Louis girls. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, literalmente, y a quien esté leyendo esto pongo por testigo que algún día podré darte las gracias personalmente... eso si tú no me gritas primero "a ver zorra, te vas moviendo, hay más gente amándome que tú, no me monopolices".
De verdad, chicos, os quiero mucho, y esto que acaba de pasar es demasiado mágico.
Gracias a todas mis lectoras (creo que sois todas mujeres, me parece, lo siento si tengo algún lector ninja del que me olvide ahora mismo). Al principio empezasteis siendo 2, pero ahora habéis llegado a la friolera cifra de 144 personas (las de la lista de Twitter, si eres un lector ninja que se niega a identificarse, no es culpa mía, pero has de saber que te doy las gracias igual). Vuestras visitas, aunque parezca que no, vuestros comentarios, esos que no se dan casi nunca, me han dado fuerzas para seguir escribiendo. Por eso, creo que os debo algo. Es una tontería, pero quería compartirlo con vosotros:
-Así es como me imaginaba la boda de Noemí:

No quería detenerme mucho en ella, porque se alargaría un montón el capítulo y la novela, pero cuando vi en Tumblr esta foto, supe que necesitaba enseñárosla.
-Arena, el conejito de Alba:
Es un plagio total de este, aunque en mi defensa diré que, como con la boda de Noemí, encontré la foto después de introducir al bichito.
Vale, sí, te interesa una putísima mierda, pero, ¿sabes? Tengo una buena noticia que darte. Si te gusta cómo escribo, Its 1D bitches no será el final de nuestra travesía escritora-lector. Tengo  otra novela, Light Wings, que te invito a mirar ahora. Por favor, échale un vistazo, no me gustaría perder a alguien que me ha apoyado durante 130 capítulos porque no le he recordado bien que esto no es lo último que hay de mí.
Tenéis Eri para rato.
En lo bueno y en lo malo.
Espero que no os canséis de mí, porque vosotros sois algo muy importante en mi vida, aunque parezca que no es así.
Gracias por toda vuestra confianza y apoyo. Espero volver a veros pronto.

 ¡Os Quiero!

PD: acepto, y de hecho espero, comentarios, aquí o en el último capítulo, hablando de la novela.

Forever.

Tragué saliva y miré a Louis un segundo después de ver todo aquello desfilar por mi mente. Era imposible que tantos años de vida hubieran estado en mi cabeza tan solo unos segundos.
Él todavía miraba al vacío, a una parte del suelo cerca de mis pies. Esperé con impaciencia a que volviera.
Tomó aire rápidamente y se me quedó mirando un rato, sin comprender.
-¿Qué cojones...?-empezó, pero yo le corté. Le toqué el brazo, todos los tatuajes que faltaban en él ahora eran evidentes. No hacía más que quejarme de cómo se estaba poniendo el brazo de tatuajes, pero, después de haber echado un vistazo al futuro y haber visto ciertas cosas... casi apreciaba la cantidad de piel aún desnuda que le quedaba.
Él también bajó la vista y se examinó el brazo, y por un segundo, un mísero segundo, supe que seguía siendo aquel anciano con el que me había sentado en el porche a beber té, el que había hecho que me gustara, mientras observábamos a nuestros nietos corretear por el jardín de un lado a otro, riendo y jugando sin saber qué era el dolor, qué era la anorexia, qué era cortarse, el suicidio, el tabaco... solo corriendo, sabiendo qué era la luz del sol, y ni tan siquiera eso: sabían que era buena, y con eso les bastaba.
-Mira-dijo el Louis de mis recuerdos, un Louis que ya me costaba situar en el tiempo. ¿Me había pedido matrimonio ya? No llevaba alianza, así que aún no podíamos estar casados... Estiró el brazo y se remangó la camiseta, mostrándome así nuevos tatuajes que yo nunca había visto, y probablamente me cansara de ver a lo largo de la vida. Uno que tenía en la muñeca a modo de cuerda de marinero, rota justo en el punto donde yo tenía mi mayor cicatriz, la más mortal; el antiguo monigote con su skate; aquel Far Away.
Hice una mueca de disgusto contemplando el otro brazo, cada vez más ennegrecido. Dentro de poco, Louis podría solicitar la nacionalidad en Etiopía, de tanto que le estaban oscureciendo la piel los tatuajes.
-Te dije que no más.
-Te gustan. Lo he visto en tus ojos.
Le besé los nuevos tatuajes, dándoles la bienvenida y esperando acostumbrarme rápido a ellos, y él se estremeció.
-Me gustan, sí, pero no quiero que sigas pintándote como si fueras un lienzo.
Se inclinó hacia mi boca.
-Quítame la camiseta.
Alcé una ceja.
-¿De verdad estás intentando hacerme chantaje sexual para que no me disguste?
Suspiró. Fue él mismo quien se quitó la camiseta, a pesar de que yo no habría necesitado mucha más insistencia para acceder. Sobre la cadera, en el costado derecho, había una palabra.
Eri.
En el punto exacto donde yo me había hecho mi primer tatuaje, su inicial.
Se me empañó la visión, me acerqué a él y lo abracé.
-No tenías que hacerlo-susurré. Me tomó de la mandíbula y me obligó a mirarle.
-Quería que vieras hasta qué punto te quiero.
-Pero, ¿y si rompemos algún día?-tartamudeé. Ya lo habíamos hecho una vez. Podía darse una segunda.
No vaciló cuando contestó:
-Entonces querré recordarte para siempre, saber lo feliz que fui contigo, saber que te tuve... y recordarme cada día lo gilipollas que fui al dejarte marchar.
Lo besé.
-Te amo muchísimo. Más que a mí misma.
-Yo te amo hasta el punto de no querer ser feliz con otra que no seas tú.
Nos besamos lentamente, con los "te quieros" en las lenguas. Me acarició la cintura y me pegó contra él. Y yo suspiré, porque estaba viviendo una vida que ya no era mía, a pesar de pertenecerme como pocas cosas lo hacían. Suspiré porque, en el fondo, sabía que había pasado la prueba de fuego, y que estaría junto a él para siempre.
Y, por supuesto, porque si no existiera, habría que inventarlo.
Levantamos la vista a la vez, volviendo a nuestros yos más jóvenes.
-No.
-Louis.
-No vas a dejarme. Ya lo hiciste una vez. No voy a permitir que lo hagas dos veces.
-No tengo elección, Louis.
Se quedó callado, mirándome taciturno. En el fondo entendía mi decisión, no la compartía pero la entendía. No podía culparme por lo que estaba a punto de hacer.
-A Niall no le va a pasar nada-respondió, terco.
-Todo lo que hemos visto no se va a repetir, Louis-dije yo, cogiéndole la mano y colocándomela sobre la mejilla. Él frunció el ceño, pero no dijo nada-. No puedes darme sorpresas de cosas que ya sabemos cómo van a ser. Nuestros hijos no van a llegar nunca. Tienes que entenderlo.
Curvó sus dedos alrededor de mi rostro, dibujando a la perfección una careta manual. Apoyé la cabeza en su mano, consolándome por ese contacto, tan pequeño y a la vez tan puro, que daría lo que fuera por que se alargara hasta la eternidad.
Lo peor de todo era que no era lo suficientemente fuerte como para seguir luchando contra Louis de aquella manera. Prefería mil veces que intercambiáramos gritos a que discutiéramos así, en silencio, casi sin levantarnos la voz, porque en el fondo sabíamos que aquella sería una de nuestras últimas conversaciones, y algo tan bonito como lo nuestro no debía terminar con gritos, nunca.
-No puedo dejarte ir así, sin más.
-No me dejarás ir sin más. Me intercambiarás con Niall.
Miró al cielo un segundo, las nubes flotaban en silencio, zalameras, deleitándose en las vistas de aquella ciudad preciosa que de repente se había convertido en un infierno.
-Te quiero más que a Niall.
-Pero yo no soy más importante que Niall.
-Para mí, sí.
Gemí por lo bajo, él se volvió a mirarme. Sus ojos brillaban, pero no precisamente por la sequía que había en ellos.
-Louis, no...
-Lo sé, lo siento, ¿vale? Pero... no puedo creer que esté pasando esto. O sea, sé que he tenido muchísima suerte en la vida, pero... no me merezco esto. Y menos Niall.
Bajó su mano por mi cuello, tocando mis colgantes, luego mi brazo, deteniéndose en la D dibujada para siempre en la muñeca derecha, rodeada de cicatrices que no hacían más que resaltarla, dividirla hasta casi convertirla en una luna creciente y un palo.
-Tenemos que decírselo a los demás.
-¿No cabe la posibilidad  de que hagamos un intercambio y te mantenga aquí?
-Ojalá-repliqué, encogiéndome de hombros. Tiró de mí y me acarició la cintura.
-¿Seguro?
-No renunciaría a una vida contigo si hubiera otra manera de hacerlo. Cualquier otra cosa es mil veces mejor y preferible a esto.
Sonrió, se acercó a mí y me besó en la boca. Fue un beso genial, de esos que no olvidas, mejor que la mayoría de los que nos habíamos dado, porque ahora que sabíamos que teníamos fecha de caducidad, disfrutábamos de lo poco que teníamos del otro todo lo que podíamos.
Le cogí de la mano y lo guié a la habitación, haciendo que Karen y Jay fueran a por los chicos que faltaban. Harry y Noe entraron en la habitación de Liam, Noe con unos ríos negros cruzándole las mejillas, después de tanto llorar por su destino y la situación de su novio. Harry podía mantenerse en pie con relativa facilidad, pero cojeaba bastante de una pierna.
Se sentó en el sillón y esperó a que llegara Zayn con Perrie. A Zayn habían terminado dándole unas muletas, y no hacía más que mirar en todas direcciones, buscando algo que nadie conocía.
-¿Chicos?-saludó inclinando la cabeza y sentándose en el sofá-. No recuerdo nada, si me habéis mandado llamar por...
-Niall se muere-dije de repente, sin delicadeza ninguna. Me alegré de que Victoria no estuviera allí con nosotras; la situación ya era bastante dramática como para encima añadir mi falta de delicadeza en esos momentos.
Louis gimió cuando cambió de postura en el sillón que había en una esquina. Harry se me quedó mirando. Miró a Liam, intentando deducir si estaba de broma, si solo quería ser retrasada para hacer que se olvidaran de su situación normal, y se curaran más rápidamente.
Alba entró en tromba en la habitación, nos miró a todos un segundo, y luego se situó al lado de su chico.
-¿Dónde estabas?-preguntó Noemí, frunciendo el ceño y deteniendo un segundo la producción insdustrial de lágrimas-. Te he estado buscando por todas partes, y...
-Tenía que tranquilizarlas, y vosotras no habéis ayudado-dijo, haciendo un gesto hacia la puerta, refiriéndose a las fans que estaban en la calle, junto al hospital, como hacía escasos meses habían estado los ingleses más monárquicos, tratando de apoyar a su princesa en el parto del heredero a la corona.
-Ellas no son lo importante ahora, Alba-gruñó Liam por lo bajo. Lo miré en silencio, evitando alzar las cejas, incrédula, pues era él quien más en estima tenía a las fans y quien más solía preocuparse por ellas-. ¿Sabes lo de Niall?
-No.
-Está muriéndose-espeté yo por segunda vez, sin delicadeza ninguna. Perrie apretó el hombro de Zayn, que le puso la mano encima, en señal de apoyo. Alba me miró con la boca abierta, luego miró a su chico, esperando que fuera una broma macabra de una mente enferma. Ojalá fuera así.
-¿Por qué nos dices esto ahora, Eri?-preguntó Harry. Creí que Noe se lo había dicho pero, pensándolo mejor, no se le daba nada bien el lidiar con estos temas tan tristes, así que era normal que no hubiera abierto la boca.
-Tenemos una solución. Podemos pararlo, pero necesitamos el consentimiento de los cinco.
-Cuatro-me corrigió Louis, mordisqueándose el pulgar con la vista perdida en algún punto de la pared, como esperando que allí surgiera una solución mejor que hacer un intercambio de almas.
-Cuatro-asentí con la cabeza, sentándome en la cama libre y metiendo las manos unidas por las palmas entre las piernas. Me tomé un tiempo para pensar, aprovechando para analizar las caras de mis amigos.
La desesperación que había en ellas se manifestaba de diferentes maneras, pero no abandonaba a ninguno de los allí presentes. One Direction iba a ser algo eterno en sus corazones; no importaba que dejaran a un lado la música, siempre serían como hermanos los unos para los otros, y la sola idea de perder a un hermano era demasiado dolorosa como para poder soportarla... así que la situación por la que estaban pasando  era inimaginable para mí.
-Noe, Alba y yo podríamos entregarnos a cambio de que dejaran a Niall tranquilo-dije, rompiendo el silencio. Algunos bajaron la cabeza, otros me miraron sin comprender. Miré a Louis, que no se dignaba a levantar la vista y cruzar sus ojos con los míos-. Debéis recordar lo que os contamos hace casi un año.
-¿Danielle?-preguntó Liam. Asentí con la cabeza.
-El caso-empecé-, es que vosotros teníais una vida diferente antes de que nosotras llegáramos. No estábamos destinadas a estar en este lugar ni vivir esta vida, pero lo hemos hecho, y quien nos ha colocado aquí ha decidido que Niall es el precio a pagar.
Alba ni siquiera lloraba, no alzaba la cabeza, no hacía absolutamente nada más que mirar al suelo sin moverse, pensando en quién sabía qué, hablando consigo misma en imperturbable silencio. Noemí sollozaba con lágrimas ahogadas las unas sobre las otras, sin poder casi respirar, asfixiándose en sus propios gemidos.
Yo era el Louis de las españolas. Yo era la parte fuerte. El árbol al que la crecida del río no logra arrancar, la torre que no se desmorona en el terremoto. Yo era la encargada de contar todo lo que había que contar, porque yo había sido la elegida para ese lugar, no ellas. Sólo yo.
-Seguramente hayáis experimentado una sensación un tanto extraña, como si hubierais visto una vida idílica, preparada para vosotros, hace un poco.
Todos asintieron.
-Eso no va a pasar, chicos. Tenéis que sacrificarnos. Niall no va a despertarse.
-¿Quién lo dice?-espetó Alba. Noemí la miró.
-El futuro es así porque no sabes cómo va a ser. En cuanto le echas un vistazo, cambia. Si tú supieras que cuando salgas de esta habitación, dentro de dos minutos, alguien te apuñalaría y te mataría, ¿saldrías?
Alba negó con la cabeza.
-Eso es exactamente lo que nos va a pasar. No vamos a daros hijos. Ninguna va a casarse con ninguno de vosotros, por mucho que nos apresuremos a ello-murmuré, volviendo la vista a Louis, que tragó saliva y asintió despacio con la cabeza, mirando al suelo-. Niall no volverá si nosotras no nos vamos.
-Somos como una... especie de... sacrificio-explicó Noe, limpiándose las lágrimas con un pañuelo de papel que se teñía poco a poco de negro. Se estaba poniendo de luto por nuestra futura marcha, todos lo sabíamos.
-Pero, ¿qué hay que hacer para que Niall se ponga bien? ¿Qué tenéis que...?-Harry movió las manos en el aire, sin saber muy bien cuál era la pregunta, pues no quería escuchar la respuesta.
-Tienen que irse. Y no van a volver-contestó Louis antes de que yo tuviera tiempo de pensar. Le acaricié el hombro, él se inclinó instintivamente hacia mí, y quise quedarme, ser egoísta, ser una cobarde y no matarme para que Niall pudiera seguir viviendo.
Los chicos se miraron entre sí.
-¿No hay ninguna otra solución?
Noemí y yo negamos con la cabeza. Alba seguía callada, sumida en sus pensamientos. Casi parecía estar escuchando una canción que hablara de cosas de filosofía griega, y le costara mucho comprender el significado de la letra.
Zayn, Harry, Liam y Louis se miraron, indecisos.
-¿Queréis hacerlo?
-No os estamos pidiendo permiso-aseguró Noemí, poniéndose seria. Asentí con la cabeza, apoyándola-. Vamos a hacerlo. Necesitábamos decíroslo. ¿Nos apoyáis?
Los chicos volvieron a mirarse.
-Todo sea por Niall-dijo Zayn.
-Tal vez al final se os perdone-asintió Harry, mirando con tristeza a su pequeña. Iba a echar de menos el verlos a los dos juntos y sonreír por lo diferentes que eran entre sí. Él, el más alto, ella, la más baja, él, el de la voz más grave, ella, la de la voz de niña.
Alba tomó aire profundamente, alzando los hombros. Levantó la vista.
-Necesitamos ser las tres.
-¿Por qué?
-Porque no somos almas completas. Cuando saltamos nos rompimos. Cada una es un tercio de alma, y necesitamos estar las tres juntas para intercambiarnos con Niall.
Alba se mordió el labio, se volvió y contempló a Liam, que la observaba atentamente.
-Espero que puedas perdonarme-murmuró. Él asintió con la cabeza-. No quiero hacerlo, pero es la única salida... ¿no?
-Créeme, nena, yo no permitiría que me Eri me abandonara si no hubiera otra solución-espetó Louis, tensándose. Negué con la cabeza, pero él no se amedrentó. Siguió contemplándola con odio; la mera posibilidad de que hubiera otra salida y nos negáramos a tomarla por el simple hecho de ser algo más complicado, pero menos doloroso, bastaba para encender cada una de sus terminaciones nerviosas con una rabia justiciera jamás vista hasta la fecha.
Alba se levantó de la cama, se inclinó hacia Liam y le besó en los labios. Yo la imité, me levanté y me acerqué a Louis. Le di un beso en la mejilla, él me cogió la mano y estudió mis cicatrices.
-Vayas a donde vayas... no te las lleves.
Sonreí, volví a inclinarme hacia él y esta vez lo besé en los labios. Él se dejó hacer, y pude sentir cómo todos en la habitación se besaban con sus respectivas parejas.
No era nada justo que Perrie fuera a conservar a Zayn. Era la que menos había luchado por ellos.
-¿Qué hay que hacer?-preguntó Alba, mientras Noemí volví a estallar en un torrente de lágrimas.
-Ir con Niall-dije. Nadie me había dicho la respuesta, pero yo la conocía igual. Al fin y al cabo, si estábamos allí era culpa mía, de modo que alguien tenía que estar colocando las respuestas adecuadas en mi cabeza.
-¿Podemos llevar a Liam?-preguntó Zayn, incorporándose con ayuda de las muletas. Harry se levantó e hizo una mueca cuando apoyó el peso de su enorme cuerpo en la pierna más dolorida.
-¿Puedes moverte?
Liam negó con la cabeza.
-Id sin mí.
-No vamos a dejarte solo.
Contemplé a Zayn y Perrie.
-Volveremos a vernos, os lo prometo. Quedaos con ellos. Bajaremos Harry, Noe, Louis y yo.
Zayn asintió con la cabeza, nos dio un abrazo y un beso a cada una, y nos deseó suerte.
Cerramos la puerta con un nudo en el estómago. Louis iba detrás del todo, con las manos en los bolsillos, los hombros hundidos y la cabeza baja. Yo era la que dirigía la comitiva, con Harry y Noemí detrás. Harry le había pasado el brazo por la cintura a la pequeña, que luchaba por controlar sus lágrimas.
Antes de llegar a la puerta de la sala donde tenían a Niall, en la que sorprendentemente nos dejaban entrar, Noemí me detuvo y me llevó a un aparte.
-Quería decirte que lo siento. Todo esto es culpa mía.
Negué con la cabeza.
-Noe, los chicos han tenido un accidente, no es culpa de nadie...
-No-dijo, poniéndome una mano en la mano y haciéndome callar con una mirada llena de dolor-. Escucha, por favor. Caroline me dijo que estábamos compitiendo. Que no íbamos a estar las tres juntas para siempre, pero los chicos sí. Ganaría la mejor, y yo necesitaba ayuda. Sé que yo no iba a ganar. La cosa siempre ha estado entre Alba y tú, y, en el mejor de los casos, Alba podría haberte hecho competencia.
La escuché sin comprender muy bien a dónde quería ir con todo eso.
-Alba recibía ayuda de Danielle para mantenerse en su sitio. Sabía lo de la pelea desde el principio. Aquí no va a haber empate, y yo necesito a Harry, ¿sabes?-confesó, limpiándose los ojos con las mangas de la chaqueta que había cogido en España-. Le necesito como al aire que respiro, y no podría soportar haber estado aquí, haber tenido la oportunidad de tenerlo para siempre, y haberla desperdiciado, pero... tú eras la que ibas a ganar, porque te habían llamado a ti sola, y nosotras simplemente te veníamos a acompañar.
Tragué saliva.
-Noemí, ¿qué...?
-Caroline me aseguró que haría que desaparecieras del mapa. No llegarías a cumplir 17 años. Y, de hecho, no vas a cumplirlos... ni yo tampoco-agachó la cabeza, un par de lágrimas golpearon el suelo impoluto del hospital. Fruncí el ceño.
-¿De qué hablas, pequeña?
-Iba a matarte. Creí que te mataría, pero no pensé que con borrarte del mapa se referiría a esto-susurró, señalando la puerta del hospital con la cabeza. Se tapó la boca con la mano escondida en la manga de su sudadera-. Aunque supongo que está cumpliendo su promesa.
-¿Por qué le dejaste? Somos más fuertes que ellas. Ellas ni siquiera tienen cuerpo.
-Pero pueden torturar nuestras almas. A ti Eleanor nunca te ha hecho nada porque tú no le has robado nada. Pero Danielle ya torturó a Alba, y ahora Caroline no me dejaba tranquila.
-¿Seguirá con Harry?
Sacudió la cabeza.
-Taylor Swift estuvo un tiempo con Harry.
-¡No me jodas! ¿Taylor Swift? ¿La rubia? ¿Esa Taylor Swift?
Asintió con la cabeza.
-Nadie en el fandom la quería.
-Pero si es un amor.
-Se volvió una zorra.
Alcé las cejas.
-Bueno, se vuelve cabrona con todos sus ex, salvo con Taylor. Por eso me cae bien.
-El caso es que... yo tengo mucha competencia, mucha más de la que tenéis tú o Alba, y me harían la vida imposible, no me dejarían tranquila, a no ser que la que ganara fuese yo... y, entiéndeme, Eri, no puedo estar sometida siempre a lo que los demás digan de mí.
Le puse una mano en la mejilla.
-La culpa no es tuya.
-Ojalá no me hubiera dejado llevar.
-Eh, no pasa nada, ¿vale?-me encogí de hombros, mordiéndome la lengua-. Ya está. Se acabó. No podíamos estar jugando siempre. Tarde o temprano se acaban las cartas. Ahora lo importante es que aún tenemos una buena mano, y podemos jugárnosla.
Sorbió por la nariz, asintió con la cabeza y me abrazó.
-Gracias por haber hecho posible que esto pasara.
-Esto no es lo último que va a haber de las bitches-respondí. Se echó a reír entre lágrimas.
-¿Bitches? ¿En serio? ¿Has decidido llamarnos así?
-Todas las Directioners nos han llamado así tarde o temprano, así que... es el nombre que tenemos.
Sonrió.
-Suena bien.
-Ya lo creo, perra-respondí, consiguiendo sacarle una sonrisa. Nos giramos y miramos a Harry y Louis, que estaban hablando también en otro rincón, dándonos espacio y a la vez buscándolo. Harry levantó la vista, Louis se volvió.
-¿Ya?
Asentimos con la cabeza.
-Nosotros estamos acabando.
-Vais a tener una vida para hablar de ello, tíos-repliqué-. Tenemos que hacer esto antes de que me acojone oficialmente.
Louis alzó las manos.
-Tú mandas.
Empujamos la puerta y caminamos por el suelo en el más absoluto silencio. Ahora Louis y yo íbamos de la mano, y Harry y Noemí iban separados.
Nos detuvimos frente a la cama de Niall, y contemplamos un momento los monitores, que mostraban siempre la misma actividad. Niall tenía una pinta horrible, con cortes y moratones por todas partes de su cuerpo. Una larga herida se extendía desde su hombro hasta casi la cadera contraria, partiéndole el pecho en dos mitades asimétricas.
La garganta me ardió al verlo en ese estado.
-Niall-dijo Harry, acercándose a él y tomándole la mano. Louis tiró de mí; se negaba a soltarme, pero también se negaba a renunciar a tocar a su amigo.
-Todo pasará pronto, te lo prometo-dijo, acariciándole la frente. Pero Niall no se movió, siguió tal y como estaba, sin percatarse del contacto de sus amigos.
Tragué saliva, escuchando las voces en mi cabeza, totalmente desconocidas, que me indicaban qué debía hacer.
Dejé a los chicos un momento, y, en silencio, me escabullí por los pasillos del hospital. Encontré la sala que buscaba sin apenas preocuparme de orientarme, saqué lo que necesitaba y volví mis pasos, que no me había molestado en memorizar. Una fuerza superior me movía hacia mi destino, y me guiaba en la más absoluta ceguera, indicándome cada obstáculo que había en el camino.
Volví a la sala donde estaban los chicos. Louis me cogió del brazo y me arrastró lejos de la cama de Niall.
-¿Dónde coño estabas?
Le enseñé el largo cuchillo que había terminado yendo a buscar a la cocina, que estaba vacía. Lo observó con pánico.
-¿Qué?
-Tengo que derramar un poco de sangre sobre Niall-expliqué. Suspiró.
-¿Y ya está?
-En realidad, no. Luego es cuando entras tú en juego. También tienes que hacerte un corte.
-¿Vale en cualquier sitio?
-Sí. La palma de la mano está bien, por ejemplo-sugerí. Asintió con la cabeza.
-Vale, parece fácil.
Me quedé callada, me encogí de hombros y luego me acerqué a la cama donde reposaba Niall como la bella durmiente del cuento del mismo nombre. Le di un beso en la frente, y luego me incliné hacia su oído.
-Espero que puedas perdonarme por todo lo que te he hecho pasar.
Cogí el cuchillo, lo puse sobre mi piel y lo arrastré despacio por ella, rasgándola. Hice caso omiso del dolor lacerante que ya conocía demasiado bien. Volví la palma de la mano y esperé a que unas pequeñas gotas cayeran sobre su herida abierta.
Le pasé el utensilio a Louis.
-¿Tenemos que hacer eso nosotros también?-preguntó Noe, cogiendo un pequeño bisturí de una de las mesas de enfermeras de la sala.
-No, solo Louis y yo.
-¿Y por qué Louis también?
Miré a mi chico, que ya tenía un corte rubí en la mano, idéntico a la pupila de un felino, y contesté:
-Porque le pertenezco.
Louis levantó la cabeza, sonrió, triste, y volvió la mano, dejando su sangre caer como había hecho yo.
La nuez del cuello de Harry bailó arriba y abajo cuando tragó saliva.
-¿Ya está?-rompió el silencio tenso que se había formado entre nosotros. Y en ese momento volvieron a decirme qué debía hacer. No había cogido un cuchillo grande en lugar de un simple bisturí solamente para hacerme un corte.
-Clávamelo, Louis.
Lou se me quedó mirando.
-¿Que haga qué?
-Tienes que matarme para que podamos irnos de aquí.
Noemí miró el pequeño bisturí en su mano. Se exhibía a la perfección en la palma abierta pero, en realidad, no servía para lo que teníamos que hacer.
-Tenéis que matarnos. A las tres. Liam, Harry, y tú. Sólo así podremos irnos y solo así volverá Niall.
-Alba está lista-musitó Noemí, contemplándose las palmas de las manos.
-¡No vamos a haceros daño!-protestó Harry.
-¡No voy a matarte! ¡Ni de coña!
-¡Tienes que hacerlo, Louis! ¡Nosotras o él!
-¡Oye, una cosa es que te deje ir, y otra muy distinta es que sea yo quien te eche!-ladró Louis.
Era increíble que con el escándalo que estábamos montando no apareciera nadie para detenernos, pero la cosa es que nadie vino a ver qué ocurría. Era como si estuviéramos en una burbuja invisible e insonora, apartados del mundo, sin permitir que nadie nos viera ni ver nosotros a nadie.
-Yo no puedo hacerlo, Noe, ni aunque pudiera-le confesó Harry, abrazando a la pequeña, que cada vez lloraba más y más.
-Con que renuncies a ella basta. En cuanto yo me marche, ellas vendrán conmigo. Liam ya ha renunciado a Alba.
-¿Cómo lo sabes?
-Dio su permiso para que hiciera lo que tuviera que hacer.
Louis negó con la cabeza, pegándose a la pared.
-Prefiero cortarme el cuello yo mismo a hacer eso, nena-sacudía la cabeza tan rápidamente que casi parecía que se le saldría disparada de un momento a otro.
-Es la única manera-repliqué yo mientras Harry le susurraba algo al oído a Noe.
-No.
-Pero...
-No.
-Lo...
-No.
-...uis...
-No.
-Venga...
-No.
Suspiré, asentí con la cabeza y puse los brazos en jarras, mirando al techo. Fingiendo escuchar. Escuchando el silencio.
Reprimí una sonrisa cuando algo me cruzó la mente y asentí.
-Vale, hay otra manera...
-¿Cuál?
-No te la puedo decir aún, simplemente... me alegro de que no tengas que ser tú-dije, encogiéndome de hombros.
Había colocado el cuchillo detrás de su espalda. Si lo quería, tendría que darle la vuelta y...
Me acerqué a él.
-Con un beso.
-¿Un simple beso?
-Sí.
Torció la boca.
-Tarde o temprano te voy a terminar besando, así que...
Me dejó acercarme a él. Me dejó ponerme de puntillas, mirarle a los ojos, cerrarlos al unísono y unir nuestras bocas. Le eché los brazos al cuello y me pegué a él, mientras con una mano me agarraba la cintura y con la otra aún sostenía el cuchillo. Su lengua invadió mi boca, yo la empujé con rabia y me pegué un poco más a él. Clavó sus dedos en mi piel, tiré un poco de su pelo, sin llegar a hacerle daño, sintiendo cómo se volvía loco en su interior. Casi podía escuchar a la bestia que llevaba dentro rugiendo, pataleando y destrozando la jaula en la que la tenía encerrada con sus garras negras, afiladas, esperando poder hacerse cargo de mí.
Le bajé las manos por la espalda, suspiré y le acaricié los brazos, tan fuertes pero suaves, aquellos brazos que me encantaban, sobre todo cuando me rodeaban y me hacían sentir protegida. Nada podía herirme cuando sus brazos me rodeaban.
Seguí despacio hasta su muñeca, muy despacio, como si sus tatuajes estuvieran en braille y pudiera sentirlos a través de mis manos.
-Te quiero-susurré.
-Y yo a ti-respondió él sin dudarlo, dejando que le moviera la mano, sin sentir que lo estaba haciendo. Sonreí en su boca.
-Recuérdalo, ¿vale?
No iba a hacerlo, pero necesitaba pedírselo.
Con fuerza, con toda la fuerza de voluntad de mi ser, le agarré la muñeca, me coloqué la punta del cuchillo pegado a mi vientre, y tiré hacia mí.
Sentí una lágrima salada llegar a mi boca, pero no supe si era suya o mía.
Solo en el último momento, cuando la oscuridad me alcanzó, me di cuenta de que era mía. Lo último que me llevé de ese mundo fue el contacto de nuestros labios cuando, aterrorizado, gritó mi nombre.
Sólo y exclusivamente mi nombre.


Aterricé en una especie de prado lleno de flores de todos los colores, en un día despejado, de luz tan blanca que cegaba la vista. Miré alrededor, sin apenas reconocer las figuras que estaban a mi lado.
Una mano amiga apareció frente a mí; la acepté, y las corrientes eléctricas que esa mano siempre provocaba me recorrieron una vez más.
Louis me miró, disgustado, pero sonreía.
-Te odio-se limitó a decir. Yo le abracé. Las imágenes que me rodeaban fueron enfocándose poco a poco, hasta que pude distinguir a quienes estaban allí.
Alba y Liam, Niall y Victoria, Zayn y Perrie, Noemí y Harry.
Todos juntos y separados en parejas, hablando, sosteniéndose las manos y mirándose a los ojos con infinita tristeza.
-Ojalá nada de esto terminara así...-susurré, haciendo un barrido por el lugar-. Te odio, ¿sabes? Ibas a darme una vida perfecta. Y te odio muchísimo más porque ahora se la vas a dar a otra.
Suspiró, volvió a tirar de mí y me envolvió en un dulce abrazo. Ya nada sabía como antes, ahora todo tenía un sabor nuevo, mucho más intenso, y no estaba segura de si aquello me gustaba o no. Por una parte era genial, por otra, lo odiaba, porque sabía que era más intenso al ser lo último que quedaba de nosotros.
Lo empujé con fuerza hasta que conseguí tirarlo sobre la mullida hierba, y luego miré las nubes, que flotaban en silencio sobre aquel prado paradisíaco. Louis me tumbé sobre él y me besó la cabeza.
-¿Sabes qué es lo que más me jode de todo?-dije, dejando que me acariciara la cintura a gusto.
-¿Que me estás abandonando como a un perro el día que empiezan las vacaciones?
-Lo mucho que te voy a echar de menos.
Sonrió, y el prado pareció iluminarse como si dos soles más hubieran aparecido en el horizonte.
-Y, al margen de eso, ¿hay algo más que te joda?-inquirió, alzando las cejas y obligándome a recordar a mis pulmones cómo se respiraba. Asentí.
-Sí... nuestra boda. Fue genial, Louis.
Asintió con la cabeza, apoyando la  cabeza sobre su mano y cerrando los ojos un instante, dejándose llevar por aquellos recuerdos de algo que no había sucedido aún, y ya no iba a suceder más.
Le acaricié la mejilla y pude imaginarme cómo fue todo desde su punto de vista: levantarse por la mañana histérico, desayunar con las manos temblando, ir a ducharse, ponerse el traje sin poder creerse lo que estaba pasando, ir a la iglesia, corretear de un lado a otro esperando a que yo llegara, dirigirse al altar en cuanto le dijeron que ya había llegado, observar cómo entraba, ver mi vestido, verme preciosa, hacerme su mujer, hacernos las fotos y pasárnoslo bien como todas las veces que me habían permitido participar en una sesión de fotos con los chicos, donde las risas estaban garantizadas, luego ir al restaurante, aguantar las bromas de nuestros amigos y las lágrimas de nuestras madres, que no podían creerse lo que había terminado siendo de nosotros, que siempre habían tenido miedo de que no encontráramos a ese alguien que nos hiciera feliz, nuestros padres emborrachándose y hablando a voces, felices, sin entender lo que decían, luego el baile, los chicos de su instituto que, tutelados por él y bajo una sugerencia mía, inspirada en la serie Glee, que ya había terminado hacía tiempo y que tantos sentimientos opuestos me había provocado, cantaron en nuestra boda.
-Nuestra boda fue un plagio de Glee.
-Sabía que iba por eso.
-No, Louis, mi vida iba a ser perfecta. Era el plagio de la típica fanfic.
-Tu vida no es una fanfic. Las protagonistas no se cortan, ni tienen anorexia. Son imperfectamente perfectas, y tú eres perfectamente imperfecta.
Lo observé pensativa. Me encantaba cómo parecía almacenar a cientos de personas en su interior, y, a la vez, ser todas ellas. Podía decir la mayor tontería del mundo y luego componer la canción más bonita nunca antes escuchada, podía ser la persona más graciosa y a la vez la que más en serio se tomaba las cosas, podía ser el más despreocupado y el apoyo de todos los que lo necesitaban... lo tenía todo, joder.
-No puedo renunciar a ti.
-No lo hagas.
Me besó el pelo y aspiró su aroma, yo cerré los ojos, disfrutando de la sensación de estar piel con piel.
Llamados por una voz inaudible, nos levantamos y nos acercamos a los demás. Hicimos un círculo en el centro del prado y, lejos de cogernos de las manos como en los rituales místicos paganos, nos miramos los unos a los otros, tratando de memorizar nuestras caras, hasta la más mínima facción, grabando a fuego la imagen que teníamos delante en la memoria.
Alba fue la primera en moverse. Se volvió hacia Zayn, le dio un beso en la mejilla y dejó que él la envolviera en sus brazos. Noe y yo la imitamos; pasamos por los brazos de todos, Harry, Louis, Liam, Zayn, Perrie, Victoria... dejamos a Niall el último, que me miró a los ojos directamente, con las manos en los bolsillos.
-Siento que haya pasado esto por mi culpa.
Negué con la cabeza.
-Yo estoy agradecida de este año y pico que nos habéis soportado a las tres. Sobre todo a mí.
-Eso tiene mucho mérito, Erika-asintió Alba, apartándose el pelo de la cara.
Niall sonrió.
-¿Sabes? No sé si Louis te lo contó, pero ahora que os vais a ir, creo que es el momento perfecto. No me lo debería guardar más-se excusó, mirando a Victoria, que asintió con la cabeza y le animó a proseguir-: antes de que empezarais a salir, Louis y yo tuvimos una pequeña charla sobre ti.
Asentí con la cabeza.
-Terminamos acordando que sería él quien fuera contigo, al fin y al cabo, es tu favorito-se encogió de hombros-. Pero el caso es que cada vez que os miro, me doy cuenta de que no puedo buscar a alguien como yo. Necesito a alguien como Louis para reírle las gracias. Así que no te ofendas si, en el caso de que haya una próxima vez, sales conmigo en vez de con él, ¿vale?-se echó a reír, y todos lo imitamos.
-Sería un placer, Niall, de veras-dije, volviendo a sus brazos y abrazándolo con fuerza, exhalando un aroma que ya he olvidado.
-¿Volveremos a vernos?-preguntó Louis, mirando a lo demás, pero entrelazando mis dedos con los suyos. Me estremecí ante ese contacto, grabando en mi memoria las corrientes eléctricas que me recorrieron aquella última vez.
-Reza porque me toque algún M&G alguna vez, o te encuentre por la calle, Tommo-sonreí, sabiendo que la pregunta en realidad iba para mí. Volvimos a reírnos, la última carcajada compartida en grupo.
-No te olvidaré, pequeña-me susurró, y los demás tomaron esa señal como para despedirse definitivamente del resto.
-Lo haremos. Ambos. Y será lo mejor-comenté, aunque no estaba segura de ello. En esos momentos solo me apetecía echarme a llorar, todo era tan injusto... ¿no podía conservar en la memoria aquellas veces en las que me había tocado? No presumiría de ello con nadie, no lo comentaría con nadie, no intentaría repetirlo, simplemente quería guardarlo para mí, con el celo de quien custodia el mejor de los tesoros, sin enseñarle a nadie lo que estaba guardando, disfrutando de mi tarea de guardiana.
-Te he querido mucho-dijo él, inclinándose hacia mí.
-Yo te querré siempre.
Y así, con un gran vacío en el pecho, todo le prado empezó a deshacerse en una nube blanca, hasta casi expulsarnos a empujones de él. Atravesamos una hilera de árboles, permitiéndome el último vistazo al amor de mi vida, mi existencia y mis reencarnaciones, allí de pie, mirándome, con una sonrisa en los labios porque no quería que lo recordara triste, y dejé que el tronco del árbol lo tapara para siempre.
Cuando volví a mirar al prado, ni Louis, ni Harry, ni Perrie, ni Zayn, ni Niall, ni Victoria ni Liam estaban allí. Eran historia.
Eran mi historia.
Tragué saliva y miré a mis chicas, mis compañeras de viaje, las que no me habían abandonado. Noemí sonrió, mirando a su alrededor con tristeza. Alba todavía seguía contemplando aquel prado.
-Son preciosos.
-Me alegro de que existan-asintió Noe.
-Y de que lo hagan en varios universos-respondí yo.
-¿Qué hacemos ahora?
-Seguir adelante, ¿no?
Pero nos detuvimos cuando llegamos a la ribera de un río. Eleanor, Caroline y Danielle nos estaban esperando allí.
Caroline cogió a Noemí y se la llevó con ella. Danielle hizo lo propio con Alba. Me alegró ver que ninguna tuvo problemas con su respectiva fantasma. Las circunstancias habían arreglado algo, después de todo.
Eleanor estaba sentada en un banco colocado entre todo lo silvestre con tanta discreción que parecía parte del decorado. Era como estar en un gran parque en el que aún no han trazado los senderos, pero ya han pensando en tu descanso.
-Gracias por ponerlo a él delante de ti-sonrió, abriendo las piernas e inclinándose hacia delante. Al contrario de lo que su pinta de niña buena podía insinuar, se había sentado en el respaldo del banco, apoyando los pies enfundados en botas de tacón donde normalmente apoyas el culo. Tragué saliva.
-No podía dejarlo allí.
-Claro que no. Siento que esto haya terminado pasando. Se suponía que debía terminar cuidándote, pero...-negó con la cabeza, sus rizos chocolate bailaron a su alrededor. Miré a Danielle, que paseaba cogida del brazo de Alba y le señalaba el agua corriendo a toda velocidad, pero en absoluto silencio.
-No es nada-dije-, me basta con haberlo vivido una vez, aunque fueran solo unos segundos. Lo único por lo que lo siento es por mis hijos, y...
-Puedes mandar tu propia sustituta. Él es tuyo, ya no es mío.
-Nadie lo viviría como lo viviría yo, Eleanor.
-¿Ni siquiera tú misma?
Miré a los árboles.
-Eso ya no es posible.
-En realidad-se encogió de hombros, haciendo un gesto con la cabeza hacia su espalda-, este río no es un río cualquiera. Por aquí transitan las almas. De aquí salí yo. De aquí te saqué yo. Vuestra historia empezó al lado de un río no por casualidad-explicó, sonriéndome-. Puedes sacar una piedra y hacer que vaya al prado, cuando llegue, serás tú otra vez. Louis no recordará nada, nadie recordará nada, y lo del hospital nunca habrá pasado.
-¿En serio?
Asintió.
-Vas a hacerlo.
-¿Cómo lo sabes?-dije, mordiéndome el labio y seleccionando piedras del cauce del río.
-Porque has visto tu vida. Has visto lo que va a pasar igual que yo veía tu futuro.
-¿Y eso significa...?
-Que tu alma está preparada para irse a otro sitio, y que te dejan elegir el sitio. Eso sí, no serás tú la que lo viva. Será alguien idéntico a ti, pero nunca tendrás relación con él como creerías... o necesitarías.
-Necesito que sea feliz.
-Esa es la razón, querida, por la que vas a sacar una piedra.
Inspiré hondo y me incliné hacia el agua. Posé las rodillas en el borde del río y tragué saliva, escrudriñando el fondo cambiante. Me incliné hacia delante y hundí la mano en el agua, sacando una piedra redondeada, de varios  colores en formas desordenadas, brillante por el contacto continuo con el río.
-Déjala en el suelo. Cuando te vayas, ese trocito de alma del que tuve que cuidar podrá volver aquí, y entrar en ella.
-¿Pasa con todas las cosas? ¿Puedo hacer esto mismo con una hoja o...?
-Las piedras son los cuerpos de la gente que ha muerto. ¿Por qué crees, si no, que nos entierran cuando morimos? ¿Por qué sólo los hindúes echan sus cadáveres al agua? Porque los hindúes creen en la reencarnación, y si echan el cuerpo al río, el alma apenas tiene que hacer ningún esfuerzo para sumarse a la corriente.
Me senté sobre las piernas dobladas y miré el río.
-¿Voy a quedarme aquí para siempre?
-Tienes que entrar. Y volverás a tu casa.
Todavía tenía la boca de Louis sobre la mía, y la verdad era que no me apetecía olvidarla, como tampoco me apetecía seguir sintiendo sus labios en los míos, sus manos en mi cintura, su pelo en la yema de los dedos y su pecho contra el mío, sabiendo que ya no iba a recuperarlo jamás.
-Louis es mi casa.
-Louis también está en el sitio al que vas.
-Con eso basta-repliqué, incorporándome y preguntándome si tendría que coger aire para no asfixiarme.
-Espera-dijo, incorporándose un poco y tocándome el hombro-. Tengo que condenarte. No es elección mía, créeme, hay gente que me obliga a hacerlo.
-¿Por qué?
-Has roto una de las normas. Tienes que ser castigada, aunque lo hayas hecho por el motivo más noble que exista.
-Hazlo, Eleanor. Total, no voy a acordarme de nada de lo que me digas-susurré, alzando una ceja. Ella asintió con la cabeza.
-Te condeno a que seas tú la que más quiere esta vez.
Me quedé esperando.
-¿Ya está?
-Parece una tontería, pero cuando vuelvas al lugar al que perteneces, descubrirás cuánto duele quererlo. Sobre todo a él. Créeme, yo sé mucho de este tema-asintió con la cabeza, cruzándose de brazos.
-Pero, ¿no lo era ya?
-No. Era él. Él te quería demasiado para alejarse de ti. Te quiere lo suficiente como para soportar lo de Niall. Te querría lo bastante como para, si volviera a pasar lo de esta primavera-me señaló las muñecas, y las cicatrices empezaron a arderme como si hubieran vuelto a abrirse y alguien hubiera colocado un hierro candente en ellas-, mover cielo y tierra hasta encontrarte.
-Pero-continuó-, continuaréis volviendo el uno al otro. Puede que no como tú desearás, pero volverás a verlo una última vez en tu vida legítima. Vosotros tenéis esa conexión tan fuerte de la que tanto has leído, con tantos nombres diferentes, pero una esencia común: amor verdadero, puro, eterno.
Cientos de conceptos desfilaron por mi mente; algunos los conocía a la perfección, otros simplemente me sonaban. Imprimación, compañero inmortal, consorte, guardián, parabatai. Todos queriendo decir que aquel vínculo sería muy fuerte, que sus componentes siempre estarían juntos, superando todo lo que se les pusiera por delante.
-Louis siempre terminará encontrándote y volviendo a ti.
-¿Seremos los mismos?
-Ambos os habéis cambiado mutuamente. Puede que él vaya hacia ti con otro nombre y otra historia o apariencia, y viceversa. Pero, en el fondo, seguiréis siendo Eri y Louis, siempre.
Miré a las chicas, que continuaban hablando con las demás. Louis sí que me había cambiado, por él había hecho cosas que no se me habrían ocurrido jamás, cosas que ni sabía que existieran. Cosas malas, pero también buenas. Me había dado tanto, y yo se lo pagaba así...
Lo triste era que los dos queríamos seguir con lo nuestro. Ambos queríamos que todo aquello funcionara, que el cuento de hadas no se convirtiera en una pesadilla y nos arrebataran nuestro "vivieron felices y comieron perdices". Queríamos mantener el fuego, pero... estaba lloviendo.
-No me dijiste que fuera a doler tanto-murmuré, acariciándome el vientre tal y como él hacía cuando cantaba. Miré mi reflejo en el río, me parecía tan poco a la Erika que había cruzado hacía más de un año las puertas de aquel bar, que dudaba que mi alma pudiera volver a aquella vida.
-Si te lo hubiera dicho, ¿habrías tomado otra decisión?
Pensé un momento, y me alegró darme cuenta de que todo merecía la pena. Con una sola mirada de Louis se pagaba con creces la deuda contraída.
-No.
Eleanor asintió, se bajó del bando y se acercó a mí. Me tocó el hombro.
-No había por qué sufrir más.
-¿Va a estar bien?
-Tú has dado la vida, y es una vida bastante valiosa. Así que sí, va a estar bien, definitivamente bien. Al menos, todo lo bien que se puede estar cuando has perdido a tu alma gemela.
La miré a los ojos, contemplé la pequeña piedra. La cogí y me la guardé en el bolsillo.
Encontrarían a alguien más digno de Louis que una simple piedra animada. Alguien real. Alguien auténtico. Alguien que no lo abandonara a la primera de cambio.
Pero nunca ese alguien lo querría como lo había querido yo; no renunciaría a él si fuera lo mejor para su bienestar. Para eso me iba yo.
-Con eso me basta-dije, entrando en el agua. Me llegaba hasta las rodillas, pero no estaba fría. Al contrario, era una corriente cálida, como si acabaran de desbordar una bañera y el agua sobrepasara los bordes hasta salir por fuera y recorrer el baño en pequeños regueros de fuego líquido.
Alba y Noe me observaron desde la distancia. Eleanor se acercó al borde del río, procurando no tocar el agua con ningún centímetro de su piel.
-Siempre serás la mejor. Estoy orgullosa de haberte elegido a ti.
La miré a los ojos.
-Prométeme que le buscarás a una que se lo merezca y que le cuidará como nosotras lo hubiéramos hecho.
Sonrió, y comprendí por qué él se había enamorado una vez de ella. Tenía una sonrisa realmente preciosa.
-Te lo prometo.
-Te estaré vigilando, Calder. Siempre.
-¿Y a él también?
-Ya lo creo. Sobre todo a él.
Miró las piedras.
-Tal vez la que vuelva seré yo.
-Entonces cuídalo bien, porque te voy a estar vigilando-ella sopesó una respuesta-. Y créeme si te digo que seguiré siendo una zorra, aquí y en todas partes, y no dudaré en darte una patada en el culo para alejarte de él como le hagas sufrir.
Se echó a reír.
-Voy a ser capaz de quererlo, ¿verdad?
-Será lo mejor que hagas en la vida.
Asentí con la cabeza, dando un paso atrás y mojando la punta de los dedos en el río de almas.
-Pase lo que pase-sentencié, recordándolo-, dile que haré lo posible por conocerlo. Que lucharé por mis sueños y los cumpliré. Sobre todo me ha enseñado eso.
Asintió.
-Y que él es mi mundo. Y que me duele que miles de chicas le digan lo mismo que yo, pero... es la verdad. Díselo, ¿quieres? Dile que es mi mundo.
-Se lo diré.
Y así, me sumergí en el agua totalmente. Y olvidé.

Hasta hoy.
Me quedo mirando la pantalla, pensando en lo que pudo ser y al final terminó no siendo.
Y, ¿sabéis qué? No me arrepiento de nada.
Ahora empiezo a recordar que me dijeron que habría algo que podría despertar en mí mis recuerdos. Una cosa cualquiera, algo que para los demás pasaría desapercibido. Algo que todos compartimos, pero a lo que pocos damos importancia.
La noche del 4 al 5 de julio, algo me permitió recordar mediante un sueño. Decidí escribir ese sueño, decidí hacer de ese sueño esta historia, y ahora resulta que yo no la controlaba. Mis dedos, el teclado del ordenador, este blog, han sido el canal por el que han fluido mis recuerdos.
Eri prometió no olvidar. Yo lo hice, al menos durante un tiempo, pero ahora lo recuerdo todo. Lo recuerdo todo, y sé, y puedo deciros, que es precioso. No me arrepiento de nada.
One Direction no es sólo la mejor decisión de la vida de Simon Cowell. También lo es de la mía.
Lo es de aquella chica que olvidó y que fue recordando su propia historia al completo, terminando recordándolo todo con una cosa tan simple como dolorosa.
Un punto final.


FIN