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Eri corrió hacia Niall, se abalanzó sobre él y le echó los brazos al cuello. Él la cogió de la cintura y la alzó en el aire, riéndose, mientras ella arrimaba la nariz a su cuello e inhalaba su aroma, el aroma de Irlanda. Le encantaba su olor a despreocupación, cerveza, diversión, y campos esmeralda de hierba pura y fuerte. Nunca, jamás, perdía ese aroma suyo, y ella lo agradecía, porque le recordaba todo lo que había sido y se había abandonado hacía mucho tiempo.
Eri corrió hacia Niall, se abalanzó sobre él y le echó los brazos al cuello. Él la cogió de la cintura y la alzó en el aire, riéndose, mientras ella arrimaba la nariz a su cuello e inhalaba su aroma, el aroma de Irlanda. Le encantaba su olor a despreocupación, cerveza, diversión, y campos esmeralda de hierba pura y fuerte. Nunca, jamás, perdía ese aroma suyo, y ella lo agradecía, porque le recordaba todo lo que había sido y se había abandonado hacía mucho tiempo.
De los cinco, Niall
era el que más se parecía a su mejor versión: con la vitalidad de
un veinteañero, seguía comportándose y pensando como tal, lo que
hacía que todo el mundo se sintiera atraído por él. Además, el
tiempo se había olvidado de sus facciones, tan poco castigadas y
suaves como siempre.
Niall enterró la
cara en el pelo de ella, y también aspiró, probando el aroma a
frutas tropicales que manaba de su melena y a frambuesa que despedía
su piel en rayos de sol.
La besó en la
mejilla mientras ella lo abrazaba con fuerza, y le susurró al oído
“yo soy español, español, español”, en su perfecto castellano,
sin acento, lo que provocó que le acariciara la nuca y le devolviera
el beso.
Lo mejor era que
Niall le quitaba 20 años de un plumazo, y Eri volvía a sentirse
sana y llena de vitalidad, como la adolescente que había sido cuando
los conoció.
Louis dejó escapar
una risa jocosa que no pudo, y tampoco quiso, evitar. Le dio un
codazo a Zayn, que volvía a tener la lengua entre los dientes,
dibujando aquella sincera sonrisa que tantas pasiones había
levantado y casi ninguna había encontrado la oportunidad de
apaciguar.
-Tócate los
huevos, tío. Cómo saluda a los amigos. Se alegra más de ver al
puñetero irlandés que de verme a mí cuando vuelvo a casa del
trabajo.
-Es que a ti te
tengo muy visto.
-Vale, ¿eh? Vale.
Ya llorarás cuando me vaya con otra.
-Peor para ti,
Louis. Así me quedo yo con ella-Niall se echó a reír, y recibió
un beso como prenda de la dama de la que era caballero andante. Ésta,
que vestía vaqueros y algodón en lugar de sedas y volantes, tuvo
que ponerse de puntillas sobre sus pies descalzos para agradecer a su
soldado que marchase a la batalla por ella, para defender su honor.
-Coged las cosas
más importantes, haced las maletas e idos a la mierda-espetó Louis,
fingiéndose enfadado, tal vez por ser ajeno a aquel rollo medieval
que tanto divertía a los dos únicos extranjeros en su casa.
-Así tendrán
tiempo para ponerse al día... y lo que no es al día.
-Zayn, me cago en
la puta, ¿voy yo a tu casa a pinchar a tu mujer?
-Cada vez que
puedes.
-Bueno, pero eso
es... divertido. Además, que yo lo haga no quiere decir que
automáticamente lo tengas que hacer tú.
-Pero es que... es
divertido.
Los compañeros de
travesuras se midieron con la mirada, pero la tensión se disipó y
se sonrieron. Louis alzó las cejas mientras Zayn achinaba los ojos,
cambiaba el peso de su cuerpo de un pie a otro y miraba al suelo un
segundo, cada uno con una sonrisa en la boca.
Mientras tanto,
Erika se lamentaba por haber dejado que Niall cogiera un avión para,
encima, ayudarla a poner a punto su casa. Niall agitó la mano en el
aire.
-Es lo bueno que
tiene ser rico: haces lo que quieres, sin preocuparte por lo que los
demás más lo hacen.
En ese instante,
cuando la bolsa de Niall regresó a la captura de los dedos de su
dueño, Eleanor hizo la aparición estelar de un cometa: a pesar de
no querer atención, se encontró con todos los ojos fijos en ella, y
lo que iba a ser un trayecto discreto, silencioso y rápido se
convirtió en un paseo de horas, en la que el público apenas
respiraba por miedo a que el aliento hiciera perder algo importante.
-¿Adónde vas
tú?-quiso saber su padre, cruzándose de brazos y separando las
piernas, recuperando el aura de macho dominante que había tenido
siempre.
-He quedado con mi
novio-Eleanor se encogió de hombros, con el bolso colgado del brazo.
-Ah, no. Ni de
coña. Todavía eres joven para quedar a estas horas con tíos.
-El, no seas boba.
No hagas caso a tu padre, ve y diviértete.
-Eri...-recriminó
Louis.
Pero eso le bastó
a la muchacha para escabullirse con un escueto saludo a los dos
compañeros de banda del hombre a quien debía la vida. Sus falsos
tíos la saludaron con la mano o alzando la cabeza.
Niall y Zayn se
juntaron para sonreírse cuando Louis murmuró:
-Deberíamos estar
unidos en esto y no llevarnos la contraria.
-Vamos, Louis. Sólo
cayéndose aprenderá a levantarse-Niall asintió, Zayn se mordió el
labio ante tal exhibición de sabiduría materna.
-No me cae bien ese
novio que se ha echado-argumentó él ganándose una mueca de
incredulidad.
-Tú tampoco les
caías bien a los míos, y aun así, mira-abrió los brazos,
señalándolo todo, y luego se acercó a su marido y le acarició la
mejilla.
-No me imagino por
qué-contestó Zayn, provocando una carcajada explosiva recién
importada de Irlanda.
-Pero ellos se
equivocaban. Yo no.
Eri se echó a reír
y se separó de él, mirándolo a los ojos como el que tiene la
suerte de contemplar la historia haciéndose, a base de un baile de
entramados hilos, los cuales formarán el tapiz más importante del
legado humano. Con esa mirada decía tanto lo que ya estaba dicho
como lo que llevaba tiempo en silencio; todo lo sabía Louis, y todo
lo ignoraban el resto de criaturas que poblaban el mundo.
Niall y Zayn
apartaron la vista ante el poder de esa mirada, azotados por una
ventisca que les hizo sentirse extraños piratas en un mar en calma,
sin saber cuánto había de amor y gratitud a los cielos por lo que
tenía entre sus brazos, y cuánto una promesa deliciosa que dos
personas mantenían en celoso secreto.
En realidad, en los
ojos de la mujer se formaba un cosmos de emociones: toda una vida
compartida por la que estaba dispuesta a matar... y a dar su ser
hasta convertirse en menos que polvo. Eran promesas y gracias
desgastadas por el uso, sonrisas cómplices a 20 metros de distancia
en una fiesta, caricias en la nunca cuando hacían el amor y
mordiscos en el cuello cuando follaban, abrazos cuando la muralla se
agrietaba y amenazaba con desmoronarse y dejar desnudos los muros del
castillo del interior, reproches que no iban en serio y carcajadas
que partían el silencio de la noche.
Todo el
reconocimiento que merecía la roca que la sirena utilizaba para
abandonar las profundidades del mar, salir a la superficie y entonar
un hermoso cántico tan letal como vital.
Y Louis lo
comprendió, supo que le agradecía todo lo que había pasado hasta
entonces: que le hubiera sostenido la mirada con valentía en aquel
bar, que le hubiera ofrecido pasar el verano en Londres, que la
hubiera llevado a la cima y le diera la llave de las puertas de la
gloria, que la hubiera dejado acompañarlo cuando sus sueños pasaban
de ser fantasías nocturnas a realidades en la prensa, que la
transportase por las noches al paraíso terrenal desde que se puso el
sol en su decimosexto cumpleaños, que le hubiera dado su apellido y
la familia que deseaba...
Eso, y que le
hubiera dado un masaje, que la hubiera ungido en agua, jabón y
paciencia, y hubiera ido con ella a comprar los muebles que harían
del frío ático un hogar para la inminente americana.
Le agradecía tanto
lo que le había dado como lo que había sacrificado.
Se sentían solos
en el universo, pero no solitarios. Y aquella era la mejor sensación
del mundo.
-No sabes lo que te
quiero-decían los ojos de uno en un nanosegundo, a lo que los del
otro respondían con velocidad superior:
-Casi tanto como yo
a ti.
El falso rubio y el
moreno tanto de piel como de pelo se miraron un segundo, satisfechos
de saber qué era aquello: uno lo sentía todos los días, cada vez
que cruzaba la mirada con la de su mujer (especialmente cuando se
sentía dentro de ella), y el otro lo sentía cada noche, cuando otra
fémina accedía a hacerle compañía en el momento en que todos los
gatos eran prados, aquel espacio de tiempo que pertenecía, según
decían, a los poetas y a los locos.
-Detesto romper ese
vínculo casi espiritual, pero... no he venido para ver cómo os
contempláis-sonrió Niall. Eri y Louis los miraron, con la confusión
escrita en los ojos, lo que les confirmó que no recordaban que
estaban allí.
-Especialmente
teniendo en cuenta que todo el mundo sabe que yo soy más
guapo-asintió Zayn.
-Exactamente-Niall
señaló con el pulgar a su amigo-. Me parece una ofensa hacia ti,
Zayn.
-Debería
marcharme.
-Deberíamos irnos
y que se arreglen, tienes razón.
-Vámonos por ahí
de fiesta, Niall. Aunque sea de día.
-Las mejores
fiestas se alargan hasta estas horas.
Se pasaron los
brazos por los hombros y caminaron hacia la puerta, pero Eri los
retuvo con las risas huyendo de la cárcel que eran sus costillas.
-Chicos, sabéis
que os necesitamos. Yo os necesito-aseguró, poniendo las
manos en el pecho de cada uno y reteniéndolos allí. Por la boca de
Zayn hubo un amago de sonrisa, sonrisa que se manifestó finalmente
en los labios del irlandés, cuya boca era más fácil de alegrar y
más feliz en general.
Comenzaron a
repartirse las tareas con el fin de que, cuando llegase la esposa de
Zayn, todo estuviera preparado. Apenas estaban terminando de planear
su táctica de guerra, sonó el timbre de la puerta.
Por ella apareció
Sherezade, con el pelo negro azabache recogido en una coleta a medio
deshacer, y mechones enmarcándole el rostro cada día más perfecto.
La anfitriona se tocó el pelo, nerviosa, y su marido le susurró al
oído que estaba preciosa. Ella esbozó una sonrisa triste, sabiendo
que no iba a poder competir con semejante belleza tan fácilmente.
Sherezade le dio un
beso en los labios a su Zayn, quien la agarró de la cintura y le
acarició suavemente más abajo de la espalda, mientras se le
recompensaba con una sonrisa. Detrás llegaba todo el clan Malik: las
tres hijas, Sabrae, Shasha y Duna, y Scott, el mayor de todos ellos.
Niall y Eri se
miraron un segundo, constatando el gran parecido físico que tenían
sus hijos con sus padres: lejos de la variedad que había en la casa
Tomlinson, la casa Malik se caracterizaba por una homogeneidad que
parecía calculada al milímetro: ojos que reaccionaban a la luz
tiñéndose ligeramente de verde (en eso, los del mayor y la pequeña,
Scott y Duna, eran los especialistas, pareciéndose al verde pardo de
los de su madre), una piel color café que prometía evitar
quemaduras, y pelo negro como la noche, haciendo de marco a rostros
igual de parecidos, con los rasgos árabes de las familias de ambos
padres, aunque suavizados en mayor o menor medida, como si la mera
presencia en un país europeo consiguiese hacer mella en la genética
oriental.
Sabrae, la mayor de
las chicas, sonrió con timidez al ver a tanta gente contemplándolas,
y le dio un codazo a su hermana mediana, Shasha, que no apartaba la
vista del móvil. Shasha alzó la cabeza, asintió un segundo a modo
de saludo, y luego volvió a sus quehaceres más cotidianos,
consistentes en toquetear una pantalla y esperar respuesta con
impaciencia.
Y finalmente estaba
Duna, la más pequeña, de la misma edad que Astrid. Arrastraba
consigo un peluche de un oso canela que no parecía demasiado
emocionado por estar en aquella casa: seguramente la voluntad del
pobre animal de mentira era la de volver a su casa y disfrutar de una
agradable tarde de juegos en solitario con su dueña, disfrutando del
delicioso monopolio de su compañía.
Dan y Astrid
alzaron la cabeza y sonrieron cuando la vieron aparecer. Duna,
venciendo un poco a su timidez, se despegó de la mano de su hermano
y se acercó a ellos. Astrid le saludó dándole un abrazo, a lo que
Duna respondió quedándose anonadada. Al fin y al cabo, una era hija
de una española, y otra era hija de Zayn, que se abrumaba fácilmente
con las muestras de cariño de personas ajenas a su familia.
Sabrae alzó las
cejas y tiró de su hermana hacia el rincón donde estaban jugando
los niños, mientras Zayn se quedaba mirando a su único hijo mayor,
vestido con una camiseta de baloncesto roja y azul. Chicago Bulls,
pensó Erika con asco, y frunció la nariz. Seguramente tuviera la
dorsal del tan mítico como añorado Michael Jordan.
-¿Tommy ya se ha
despertado?
-¿Qué te apuestas
a que sí?-contestó el padre del mencionado. Scott se tocó la gorra
a modo de despedida, besó a su madre y corrió escaleras arriba.
-¿No nos ayuda la
juventud?-inquirió Niall. Todos negaron con la cabeza.-. Es una
pena, ¿sabéis? Son el futuro de este país, y... van a jugar a
baloncesto.
Ni siquiera vieron
a Tommy marchar: estaban demasiado ocupados pintando las paredes del
ático con una pintura extrarrápida (ventajas de vivir ya avanzado
el siglo XXI), que requería de una mano constantemente revolviéndola
con el objetivo de que no se secara. Hubo peleas por conseguir la
tarea más sencilla y agradable de todas... pero sólo entre los
hombres; las mujeres tenían muy claro que iban a pintar.
-Soy inmigrante. Y
voy a trabajar en este país como trabajaría en España-alegó
Erika, cogiendo un rodillo. Sherezade asintió con la cabeza y le dio
un toque al suyo.
-Mujeres al poder.
-¡Viva el
feminismo, hostia! Sabemos pintar, ¿verdad?
-Vaya que sí; no
sólo servimos para limpiar, también podemos hacer las tareas de
“hombres”-atacó Sherezade, haciendo las comillas con los dedos y
consiguiendo que su compañera de género se riera.
-Vale, chicas, no
nos comáis, ¿mm?-respondió Louis, negando con la cabeza-. Yo puedo
revolver, tengo los brazos fuertes.
-¿Eso es que tu
señora no te atiende, Louis?-se burló Niall.
-Eso es porque toda
la vida me he cuidado mas que vosotros, panda de vagos.
-Louis siempre tuvo
los bíceps más hinchados que vosotros, chicos. Deberíais asumirlo
ya-asintió Sherezade, y Louis abrió los brazos.
-¡Gracias, Malik!
-Lo siento si yo no
me hacía el chulito con las pesas, pero es que me aburrían-objetó
Zayn-. Además, llevo fumando más tiempo, así que me canso
enseguida. Me quedo sin aliento. Debería ser yo quien revolviera.
-Yo soy el más
bajo-espetó Louis, y Eri se volvió hacia él. Seguramente fuera la
primera vez en diez años que decía esa frase sin una pizca de
molestia.
-Y yo nací
cansado, y vivo para descansar. Y soy irlandés. Si no me dejáis
hacer lo que me dé la gana, seréis uno putos xenófobos de
mierda-ladró Niall, ya sentado al lado del cubo de pintura,
dispuesto a pasarse la mañana haciendo círculos en pintura blanca.
-¿Qué te ocurre
con la pintura blanca, Eri? ¿Qué especie de obsesión malsana
tienes con este color?
-El blanco es
precioso.
-El blanco es la
ausencia de color-replicó Louis, apoderándose de una brocha y
negando con la cabeza al ver la desgana con la que Niall hacía girar
la masa lechosa. Zayn se lo quedó mirando.
-Dibujo es la única
asignatura que aprobaste en el año que repetiste, ¿no es así?
-En realidad, fue
música-respondió él, encogiéndose de hombros.
-Pero, ¿no
estarían mejor dos colores? Tal vez el techo de blanco y las paredes
de azul celeste no lo hagan tan monótono...-comentó Sherezade, y la
anfitriona asintió, contemplándola-. Además, las paredes blancas
se ensucian muy rápido.
-Sí, pero... Diana
tiene el cuarto pintado de blanco. Y quiero que se parezca lo más
posible a su casa.
Sherezade chasqueó
la lengua mientras los hombres se miraban entre sí.
-¿Cómo sabes tú
cómo tiene la habitación la cría, nena?
-Vi el documental
de la línea de Noemí cuando salió. Por eso he elegido los muebles
que he elegido. En casa de Noemí, la mayoría de muebles son de su
línea.
-No sabía que
Noemí diseñase también muebles.
-Noemí diseña de
todo-contestó la española, llenándose ya de pintura y bufando
cuando una gota le pasó rozando la cara.
-Yo lo único que
sé es que cada vez que hay una entrega de premios importante, me
llega un traje con una nota que pone “como hayas engordado, te
mato”-murmuró Louis, pasando al otro extremo de la habitación y
encogiéndose, de paso, de hombros.
-A mí me llega
siempre. Amenazas incluidas-respondió Niall, deteniéndose un
momento.
-Noemí se toma el
curro en serio-respondió Zayn.
-No cómo tú, tío.
Zayn hizo una
mueca, y no contestó. Sin embargo, siguieron lanzándose pullas,
haciendo más entretenida la tarea. Un par de horas después, ya
estaba acabada, y los chicos comenzaron a pelearse por ver quién
pasaba por la ducha antes.
Las mujeres, por el
contrario, se encaminaron a la cocina con la intención de preparar
algo para sus hijos, que seguían jugando ajenos al trabajo que
llevaban a cabo sus padres.
-Dejadnos a
nosotros hacer nuestra comida-pidió el musulmán, con un coro de
asentimientos que no se hizo esperar.
-Pero, ¡qué
liberales sois, ¿eh?! Queréis hacerles la comida a vuestras
mujeres, porque eso de que cocinen ellas es tope machista-espetó
Sherezade, alzando una ceja. A pesar de su religión, la mujer era
muy crítica con las posturas que aún conservaba la sociedad, poco o
nada diferentes de las medievales, y no le había gustado ese tono de
favor que había escuchado en la voz de su marido. Sí, podían hacer
la comida ellos, sí, de hecho, iban a hacerla ellos, ya que
para algo se repartían las tareas. Eso no quería decir, con todo,
que fuera un favor personal que Zayn le hacía a ella o que Louis,
Niall y aquél les hicieran a Erika y a ella. Había un equilibrio en
los hogares que no debía romperse, y frases como aquella lo hacían.
O, por lo menos, lo alteraban.
-Es para follar
esta noche-espetó Louis, llamando a la calma como sólo sabía
hacerlo. Sherezade se obligó a no sonreír, pero fue incapaz de
mantener heladas ambas comisuras de su boca; una de ellas se alzó en
armas, clamando por la revolución.
-Yo follo esta
noche, haga lo que haga-replicó Niall, encogiéndose de hombros, y
apañándoselas para entrar en el baño antes de que los demás
siquiera pudieran gritar su nombre.
Mientras ellas se
encargaban de preparar sándwiches para sus retoños, ellos hacían
cosas más elaboradas para sí mismos. Los sándwiches estuvieron
listos en seguida, y la juventud se concentró alrededor de la mesa
de acero de la cocina como un ejército de fieles se concentra en una
iglesia cuando viene un arzobispo, o un papa.
Eri acompañó a
Sherezade una de las tumbonas del jardín. Aprovecharon el día
despejado y ligeramente cálido para reponer fuerzas, con sendas
bebidas al alcance de la mano.
-Gracias por venir
a echar una mano, corazón-susurró Eri, enfundándose unas gafas de
sol y estirándose cuan larga era. Sherezade hizo un gesto con la
mano, quitándole hierro al asunto.
-Aunque yo no fuera
parte de One Direction, ya que es verdad que llegué más tarde que
las demás, soy una de las chicas de la boyband, y eso me
obliga a ayudaros. Al margen de que es un placer ser útil.
-No eres la más
tardía. A última todavía se toma su tiempo en aparecer.
-De verdad que me
hubiera gustado mucho que lo de Niall y Vee funcionase-suspiró la de
piel aceitunada, y su interlocutora asintió.
Zayn y Louis se
miraron, contentos de que sus mujeres se llevasen tan bien como ellos
(o, por lo menos, así lo pareciera). También había comprensión en
sus ojos, pero sabían cómo era Niall: un espíritu libre que amaba
la vida por encima de todo. En ocasiones, vivir amando a una persona
era estar atado a ella, no ser libre, y para Niall aquello era
equivalente a no estar vivo del todo. Había amado con locura a la
madre de su hijo, pero la cosa no cuajó, y punto. Era ley de vida,
así lo entendían todos, y mejor se estaba solo que con alguien a
quien no querías. De modo que se repartieron las cosas que habían
conseguido juntos (no se habían llegado a casar, Niall era el único
soltero que quedaba en la banda, y aquello les recordaba a sus años
mozos, cuando estaban en la cúspide de su carrera), y, a partes
iguales, cuidaron del hijo de ambos, Chad, que, contra todo
pronóstico, había obtenido el apellido de su padre. Para su madre,
no hacían falta ningunos papeles que acreditaran que había sido la
mujer de Niall Horan durante una temporada: bastaba con lo que habían
vivido juntos, lo que habían sentido, y el bebé que había estado
entre sus brazos.
-¿Dónde está el
pequeño Horan, por cierto?-inquirió Louis, mientras sus manos
bailaban entre centenares de utensilios de cocina. Zayn se encogió
de hombros.
-El crío es como
él cuando éramos jóvenes.
-Aún somos
jóvenes, Zayn... y Niall no ha cambiado una mierda desde que tenía
13 años.
-Estará con Greg,
Denise y Theo, seguramente. Ya sabes cómo es el pequeño irlandés.
-A Chad le gusta
trabajar tanto como a mí-contestó Niall, entrando en la cocina,
destilando un aroma a jamón y agua fresca que haría que muchas
mujeres (más) cayeran rendidas a sus pies inmediatamente. Se subió
las mangas de la camiseta hasta los codos e inquirió-: Bien, ¿qué
puedo hacer?
-Encárgate de
esto-Zayn le tendió una cuchara de madera en la que estaba
revolviendo una salsa de color pálido. Niall alzó las cejas, pero
obedeció. Mientras se ocupaban de sus tareas, los chicos
permanecieron en silencio, escuchando la conversación de las
mujeres, que compartían consejos y opiniones de todas las cosas
habidas y por haber. Louis constató que nunca, jamás, había
escuchado a la Malik y la Tomlinson hablar tan de seguido y con tanta
confianza. Parecía que el trabajar unidas, contarreloj, y codo con
codo, había incrementado a niveles insospechados la relación que
ambas mantenían.
Llegaron a hablar
de cómo el coco podía ayudar en gran medida a la piel seca. Así
era como Sherezade mantenía unas manos y un rostro tan bonitos.
A lo largo de la
tarde, cuando ya había pasado lo peor y sólo tocaba subir los
muebles y colocarlos en los lugares que ambas iban indicando, los
cuerpos se iban resintiendo poco a poco; no así los ánimos. Lo
bueno de trabajar con tus mejores amigos, pensó Niall, era que el
trabajo se convertía en un juego y no te cansarías tanto como si lo
hicieses en solitario.
Curiosamente, ese
tipo de pensamientos eran los que le asaltaban en las giras, cuando
se veía echado en un sofá rodeado del equipo que preparaba el
siguiente concierto, y él simplemente se preocupaba de tener cerca
la guitarra y de hacer sonar unos acordes mientras Louis llenaba el
silencio con sus charlas que prometían carcajadas, Harry se sentaba
observando el móvil pero asintiendo a todo lo que le decían y
contestando, siempre alzando la cabeza y clavando los ojos en los de
su interlocutor, cuando se dirigían directamente a él; Zayn se
limitaba a sentarse y contemplar la televisión o garabatear algo en
sus infinitos cuadernos de notas, y Liam se dedicaba a escuchar con
atención lo que Louis contaba, y a reírle las gracias cuando estas
llegaban.
Podías sentirte en
casa sin necesidad de estar en una casa. Bastaba con la compañía,
con esperar que aquello se repitiera cada noche, y con disfrutar
cuando lo hacía.
Estaba orgulloso de
llamar a aquello un “hogar”, cuando mucha gente lo hubiera
encontrado caótico, pero, ¿cómo iban a entenderlo? No habían sido
parte de la banda más famosa del mundo. No podían entenderlo. Ni
siquiera los cinco afortunados que estaban dentro de aquella gran
maravilla lo entendían, así que era demasiado pedir que alguien
ajeno lo hiciera.
Acabados los
preparativos para la llegada de la americana, ya sólo quedaba
esperar, y eso debían hacerlo los Tomlinson a solas. Zayn y
Sherezade recogieron a sus pequeñas y se despidieron de ellos, Niall
esperó a que Eleanor regresara a casa después de una tarde muy
interesante, la abrazó, la besó y escuchó cómo la joven sollozaba
al tener allí a su tío favorito (ella jamás lo admitía, pero los
dos sabían que su conexión era más fuerte que las de los otros) y
rogarle que no se fuera, y Tommy y Scott volvieron cuando Niall
sacaba de nuevo a la chiquilla a dar una vuelta para que le contara
qué tal le iba la vida.
-Estaremos en el
cuarto de juegos-anunciaron los mayores de las siguientes
generaciones de aquellas familias tan famosas, tanto fuera como
dentro del país, a pesar de ser plebeyas, de sangre más roja que
los rubíes líquidos.
Con la ida de sus
amigos, Louis y Eri se vieron abrumados por la sensación de
cansancio agotador que les invadió. Se sintieron agotados, más de
lo que cabría esperar, pero había merecido la pena. Disfrutabas
mucho cuando estabas tan cansado pero no te dabas cuenta de ello
hasta que no era tarde. Así no había manera de que tu cansancio
influyese en ello.
Eri apoyó la
cabeza en le pecho de su marido, que le rodeó la cintura con el
brazo, y le besó el pelo.
-Todavía hay un
par de cosas que quiero ultimar.
-Muebles no, por
favor-suplicó él. Ella negó con la cabeza, lo besó y le agradeció
con los ojos todo lo que había hecho aquel día. Desde aguantar con
paciencia la intensa sesión de compras, hasta colocar cada mueble
donde ella le decía sin rechistar ni poner mala cara. La cama, cada
cuadro, cada mesilla y el pequeño puf en el que la modelo americana
podría sentarse a hacer lo que quisiera se habían depositado en los
lugares destinados a ello sin una palabra más alta que otra y sin
gran desencanto.
Louis había sido
increíblemente paciente ese día, y él nunca era paciente en
aquellos temas.
Deseó no estar tan
agotada como para verse incapaz de recompensarle por aquel día, pero
las cosas eran como eran.
-Le diré a Tommy
que prepare algo cuando se vaya Scott.
Ella asintió, y se
tumbaron en el sofá, con Astrid y Dan a cada lado. Louis miró a su
hijo varón más pequeño, y le revolvió el pelo, recordando cuando
los chiquillos salieron a jugar y sonrió, murmurando:
-Mirad. Contadlos.
¿Os recuerdan a alguien?
Nadie dijo nada.
-Lottie, Fizzy,
Daisy, y Phoebe. Y yo. Somos mis hermanas y yo.
Y era cierto, había
tantas chicas como había habido en el hogar en el que creció Louis,
y tantos chicos como había habido en aquella casa. La única
diferencia radicaba en que el chico no era, esta vez, el mayor.
La Luna avanzó en
su escalada por el firmamento, que llevaba teñido de negro más de
lo que le correspondería en un día de verano; no así en los días
otoñales de mediados de Noviembre, donde la noche mandaba más que
el día, fuese República o Imperio, con el gobierno intermitente e
omnipresente de su señora. Los niños, por su parte, iniciaron su
propio ascenso hacia sus habitaciones, mientras marido y mujer se
quedaban sentados en el sofá, hundiéndose a cada minuto un poco más
en los profundos cojines, pero no por ello alejándose el uno del
otro.
Louis miraba de vez
en cuando a Eri, que contemplaba la televisión mordiéndose el
labio, con gesto tan abstraído que a él le daba apuro preguntar qué
ocurría en las corrientes más profundas de su mente.
Apenas
intercambiaron palabra mientras veían la televisión; por mucho que
él quisiera hablar, siempre tenía la impresión de que iba a
molestarla, que no iba a poder hacer nada más ese día. Por cómo se
movía, cómo fruncía el ceño y la lentitud con la que parpadeaba,
sabía que no iba a poder cruzar más de dos sílabas. Si le
arrancaba tres, debía considerarse afortunado.
La película que
habían puesto y que ninguno de los dos estaba viendo avanzó
impasible, ajena a que nadie le hacía caso y que no estaba
cumpliendo con el cometido para el que la habían creado; esto era,
entretener. Desde que empezó y el silencio se instauró entre ellos,
apenas después de que los chiquillos abandonaran la estancia, Louis
había sentido que, por el mero hecho de respirar, estaba molestando
a su mujer. No sabría decir por qué, simplemente... lo sabía.
-Me voy a la
cama-acabó por anunciar, deseando que el silencio explotara. En
gritos, en susurros, en chasquidos de lengua, incluso en golpes y
cristales rompiéndose, pero que explotara, por favor, era lo único
que deseaba.
Erika lo miró un
momento, asintió despacio con la cabeza y se arrulló aún más en
el sofá, cubriéndose hasta la barbilla, y clavando los ojos
castaños en la televisión. Él se levantó esforzándose por no
hacer ruido, le besó la frente y subió las escaleras como alma en
pena.
La razón por la
que no podía cabrearse con ella era que la comprendía mejor de lo
que esperaba y podría desear hacerlo. Sentía el cansancio clavado
en los huesos, impidiendo que éstos se movieran y que él pudiera
olvidarse de que estaban allí, que tenía compuestos de calcio
dentro de su cuerpo, y no sólo músculos. Se dejó caer en la cama,
se las apañó para quitarse la camiseta, meterse debajo de la manta,
y se quedó dormido en el acto.
Se despertó entre
el frío de una noche que se colaba por la ventana cuya persiana
nadie se había molestado en bajar, y se preguntó por qué nadie
había prestado atención a aquello. Acarició la cama a su lado, la
cama vacía y plana, que se escondía debajo de las mantas
aterciopeladas... y se asombró de lo plana que aparecía.
-Nena-musitó, pero
no había nadie allí para responderle. Su vista se clavó en el
reloj, que marcaba en letras sangrantes la hora intempestiva en la
que nadie debería estar solo en su cama, y menos alguien que había
encontrado con quién compartirla hacía mucho tiempo.
Las tres de la
mañana.
Y el lado de ella
seguía imperturbable, como si nadie hubiera dormido realmente allí.
Constató que apenas se había movido, y que sus piernas hormigueaban
(había tenido la poca delicadeza de quedarse dormido con una pierna
debajo de la otra), pero ninguna de aquellas molestias le preguntó.
Se puso una
camiseta con la preocupación instalada en los pulmones del mismo
modo que se localizaba allí el alquitrán de los cigarrillos que
fumaba, siempre el último, siempre rompiendo la promesa de que lo
dejaría algún día, siempre apareciendo con ocasiones especiales
que no lo eran tanto.
Bajó las
escaleras, y una parte de él no se sorprendió al ver que la
televisión seguía encendida, con el volumen bajo. Cinco mujeres con
más silicona en el cuerpo que muchos juguetes infantiles hablaban de
posturas sexuales para “volverlos locos”, pero el sonido apenas
daba para distinguir las exclamaciones de asombro del público, que
parecía tan conservador como hacía años.
E, iluminada por
una estrella plana azulada, estaba ella. Con la cara apoyada en una
mano, la otra reposando cálidamente en el teclado; seguramente se
hubiera quedado dormida a mitad de una frase que había acabado
siendo más fuerte que ella.
Louis se inclinó
para mirar a qué se debían las búsquedas nocturnas de su chica, y
no le sorprendió una mierda descubrir que se trataba de la muchacha
consentida que vendría al día siguiente. No hizo falta más que un
vistazo a la página para constatar que en el buscador se había
afanado en descubrir cada detalle, hasta el más secreto, de Diana
Styles.
No iba a
despertarla. Sería una crueldad.
Así que suspiró,
musitó un:
-Joder, Eri, que ya
no tengo 20 años.
Y la alzó en
volandas como pudo. La llevó a la habitación y la dejó sobre las
mantas para después cubrirla con ellas, pensando que se merecía el
premio a marido del año, que poca gente se sacrificaba como él...
… y ella no se
despertó para poder agradecérselo.
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