sábado, 11 de octubre de 2014

Half Direction.

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Eri corrió hacia Niall, se abalanzó sobre él y le echó los brazos al cuello. Él la cogió de la cintura y la alzó en el aire, riéndose, mientras ella arrimaba la nariz a su cuello e inhalaba su aroma, el aroma de Irlanda. Le encantaba su olor a despreocupación, cerveza, diversión, y campos esmeralda de hierba pura y fuerte. Nunca, jamás, perdía ese aroma suyo, y ella lo agradecía, porque le recordaba todo lo que había sido y se había abandonado hacía mucho tiempo.
De los cinco, Niall era el que más se parecía a su mejor versión: con la vitalidad de un veinteañero, seguía comportándose y pensando como tal, lo que hacía que todo el mundo se sintiera atraído por él. Además, el tiempo se había olvidado de sus facciones, tan poco castigadas y suaves como siempre.
Niall enterró la cara en el pelo de ella, y también aspiró, probando el aroma a frutas tropicales que manaba de su melena y a frambuesa que despedía su piel en rayos de sol.
La besó en la mejilla mientras ella lo abrazaba con fuerza, y le susurró al oído “yo soy español, español, español”, en su perfecto castellano, sin acento, lo que provocó que le acariciara la nuca y le devolviera el beso.
Lo mejor era que Niall le quitaba 20 años de un plumazo, y Eri volvía a sentirse sana y llena de vitalidad, como la adolescente que había sido cuando los conoció.
Louis dejó escapar una risa jocosa que no pudo, y tampoco quiso, evitar. Le dio un codazo a Zayn, que volvía a tener la lengua entre los dientes, dibujando aquella sincera sonrisa que tantas pasiones había levantado y casi ninguna había encontrado la oportunidad de apaciguar.
-Tócate los huevos, tío. Cómo saluda a los amigos. Se alegra más de ver al puñetero irlandés que de verme a mí cuando vuelvo a casa del trabajo.
-Es que a ti te tengo muy visto.
-Vale, ¿eh? Vale. Ya llorarás cuando me vaya con otra.
-Peor para ti, Louis. Así me quedo yo con ella-Niall se echó a reír, y recibió un beso como prenda de la dama de la que era caballero andante. Ésta, que vestía vaqueros y algodón en lugar de sedas y volantes, tuvo que ponerse de puntillas sobre sus pies descalzos para agradecer a su soldado que marchase a la batalla por ella, para defender su honor.
-Coged las cosas más importantes, haced las maletas e idos a la mierda-espetó Louis, fingiéndose enfadado, tal vez por ser ajeno a aquel rollo medieval que tanto divertía a los dos únicos extranjeros en su casa.
-Así tendrán tiempo para ponerse al día... y lo que no es al día.
-Zayn, me cago en la puta, ¿voy yo a tu casa a pinchar a tu mujer?
-Cada vez que puedes.
-Bueno, pero eso es... divertido. Además, que yo lo haga no quiere decir que automáticamente lo tengas que hacer tú.
-Pero es que... es divertido.
Los compañeros de travesuras se midieron con la mirada, pero la tensión se disipó y se sonrieron. Louis alzó las cejas mientras Zayn achinaba los ojos, cambiaba el peso de su cuerpo de un pie a otro y miraba al suelo un segundo, cada uno con una sonrisa en la boca.
Mientras tanto, Erika se lamentaba por haber dejado que Niall cogiera un avión para, encima, ayudarla a poner a punto su casa. Niall agitó la mano en el aire.
-Es lo bueno que tiene ser rico: haces lo que quieres, sin preocuparte por lo que los demás más lo hacen.
En ese instante, cuando la bolsa de Niall regresó a la captura de los dedos de su dueño, Eleanor hizo la aparición estelar de un cometa: a pesar de no querer atención, se encontró con todos los ojos fijos en ella, y lo que iba a ser un trayecto discreto, silencioso y rápido se convirtió en un paseo de horas, en la que el público apenas respiraba por miedo a que el aliento hiciera perder algo importante.
-¿Adónde vas tú?-quiso saber su padre, cruzándose de brazos y separando las piernas, recuperando el aura de macho dominante que había tenido siempre.
-He quedado con mi novio-Eleanor se encogió de hombros, con el bolso colgado del brazo.
-Ah, no. Ni de coña. Todavía eres joven para quedar a estas horas con tíos.
-El, no seas boba. No hagas caso a tu padre, ve y diviértete.
-Eri...-recriminó Louis.
Pero eso le bastó a la muchacha para escabullirse con un escueto saludo a los dos compañeros de banda del hombre a quien debía la vida. Sus falsos tíos la saludaron con la mano o alzando la cabeza.
Niall y Zayn se juntaron para sonreírse cuando Louis murmuró:
-Deberíamos estar unidos en esto y no llevarnos la contraria.
-Vamos, Louis. Sólo cayéndose aprenderá a levantarse-Niall asintió, Zayn se mordió el labio ante tal exhibición de sabiduría materna.
-No me cae bien ese novio que se ha echado-argumentó él ganándose una mueca de incredulidad.
-Tú tampoco les caías bien a los míos, y aun así, mira-abrió los brazos, señalándolo todo, y luego se acercó a su marido y le acarició la mejilla.
-No me imagino por qué-contestó Zayn, provocando una carcajada explosiva recién importada de Irlanda.
-Pero ellos se equivocaban. Yo no.
Eri se echó a reír y se separó de él, mirándolo a los ojos como el que tiene la suerte de contemplar la historia haciéndose, a base de un baile de entramados hilos, los cuales formarán el tapiz más importante del legado humano. Con esa mirada decía tanto lo que ya estaba dicho como lo que llevaba tiempo en silencio; todo lo sabía Louis, y todo lo ignoraban el resto de criaturas que poblaban el mundo.
Niall y Zayn apartaron la vista ante el poder de esa mirada, azotados por una ventisca que les hizo sentirse extraños piratas en un mar en calma, sin saber cuánto había de amor y gratitud a los cielos por lo que tenía entre sus brazos, y cuánto una promesa deliciosa que dos personas mantenían en celoso secreto.
En realidad, en los ojos de la mujer se formaba un cosmos de emociones: toda una vida compartida por la que estaba dispuesta a matar... y a dar su ser hasta convertirse en menos que polvo. Eran promesas y gracias desgastadas por el uso, sonrisas cómplices a 20 metros de distancia en una fiesta, caricias en la nunca cuando hacían el amor y mordiscos en el cuello cuando follaban, abrazos cuando la muralla se agrietaba y amenazaba con desmoronarse y dejar desnudos los muros del castillo del interior, reproches que no iban en serio y carcajadas que partían el silencio de la noche.
Todo el reconocimiento que merecía la roca que la sirena utilizaba para abandonar las profundidades del mar, salir a la superficie y entonar un hermoso cántico tan letal como vital.
Y Louis lo comprendió, supo que le agradecía todo lo que había pasado hasta entonces: que le hubiera sostenido la mirada con valentía en aquel bar, que le hubiera ofrecido pasar el verano en Londres, que la hubiera llevado a la cima y le diera la llave de las puertas de la gloria, que la hubiera dejado acompañarlo cuando sus sueños pasaban de ser fantasías nocturnas a realidades en la prensa, que la transportase por las noches al paraíso terrenal desde que se puso el sol en su decimosexto cumpleaños, que le hubiera dado su apellido y la familia que deseaba...
Eso, y que le hubiera dado un masaje, que la hubiera ungido en agua, jabón y paciencia, y hubiera ido con ella a comprar los muebles que harían del frío ático un hogar para la inminente americana.
Le agradecía tanto lo que le había dado como lo que había sacrificado.
Se sentían solos en el universo, pero no solitarios. Y aquella era la mejor sensación del mundo.
-No sabes lo que te quiero-decían los ojos de uno en un nanosegundo, a lo que los del otro respondían con velocidad superior:
-Casi tanto como yo a ti.
El falso rubio y el moreno tanto de piel como de pelo se miraron un segundo, satisfechos de saber qué era aquello: uno lo sentía todos los días, cada vez que cruzaba la mirada con la de su mujer (especialmente cuando se sentía dentro de ella), y el otro lo sentía cada noche, cuando otra fémina accedía a hacerle compañía en el momento en que todos los gatos eran prados, aquel espacio de tiempo que pertenecía, según decían, a los poetas y a los locos.
-Detesto romper ese vínculo casi espiritual, pero... no he venido para ver cómo os contempláis-sonrió Niall. Eri y Louis los miraron, con la confusión escrita en los ojos, lo que les confirmó que no recordaban que estaban allí.
-Especialmente teniendo en cuenta que todo el mundo sabe que yo soy más guapo-asintió Zayn.
-Exactamente-Niall señaló con el pulgar a su amigo-. Me parece una ofensa hacia ti, Zayn.
-Debería marcharme.
-Deberíamos irnos y que se arreglen, tienes razón.
-Vámonos por ahí de fiesta, Niall. Aunque sea de día.
-Las mejores fiestas se alargan hasta estas horas.
Se pasaron los brazos por los hombros y caminaron hacia la puerta, pero Eri los retuvo con las risas huyendo de la cárcel que eran sus costillas.
-Chicos, sabéis que os necesitamos. Yo os necesito-aseguró, poniendo las manos en el pecho de cada uno y reteniéndolos allí. Por la boca de Zayn hubo un amago de sonrisa, sonrisa que se manifestó finalmente en los labios del irlandés, cuya boca era más fácil de alegrar y más feliz en general.
Comenzaron a repartirse las tareas con el fin de que, cuando llegase la esposa de Zayn, todo estuviera preparado. Apenas estaban terminando de planear su táctica de guerra, sonó el timbre de la puerta.
Por ella apareció Sherezade, con el pelo negro azabache recogido en una coleta a medio deshacer, y mechones enmarcándole el rostro cada día más perfecto. La anfitriona se tocó el pelo, nerviosa, y su marido le susurró al oído que estaba preciosa. Ella esbozó una sonrisa triste, sabiendo que no iba a poder competir con semejante belleza tan fácilmente.
Sherezade le dio un beso en los labios a su Zayn, quien la agarró de la cintura y le acarició suavemente más abajo de la espalda, mientras se le recompensaba con una sonrisa. Detrás llegaba todo el clan Malik: las tres hijas, Sabrae, Shasha y Duna, y Scott, el mayor de todos ellos.
Niall y Eri se miraron un segundo, constatando el gran parecido físico que tenían sus hijos con sus padres: lejos de la variedad que había en la casa Tomlinson, la casa Malik se caracterizaba por una homogeneidad que parecía calculada al milímetro: ojos que reaccionaban a la luz tiñéndose ligeramente de verde (en eso, los del mayor y la pequeña, Scott y Duna, eran los especialistas, pareciéndose al verde pardo de los de su madre), una piel color café que prometía evitar quemaduras, y pelo negro como la noche, haciendo de marco a rostros igual de parecidos, con los rasgos árabes de las familias de ambos padres, aunque suavizados en mayor o menor medida, como si la mera presencia en un país europeo consiguiese hacer mella en la genética oriental.
Sabrae, la mayor de las chicas, sonrió con timidez al ver a tanta gente contemplándolas, y le dio un codazo a su hermana mediana, Shasha, que no apartaba la vista del móvil. Shasha alzó la cabeza, asintió un segundo a modo de saludo, y luego volvió a sus quehaceres más cotidianos, consistentes en toquetear una pantalla y esperar respuesta con impaciencia.
Y finalmente estaba Duna, la más pequeña, de la misma edad que Astrid. Arrastraba consigo un peluche de un oso canela que no parecía demasiado emocionado por estar en aquella casa: seguramente la voluntad del pobre animal de mentira era la de volver a su casa y disfrutar de una agradable tarde de juegos en solitario con su dueña, disfrutando del delicioso monopolio de su compañía.
Dan y Astrid alzaron la cabeza y sonrieron cuando la vieron aparecer. Duna, venciendo un poco a su timidez, se despegó de la mano de su hermano y se acercó a ellos. Astrid le saludó dándole un abrazo, a lo que Duna respondió quedándose anonadada. Al fin y al cabo, una era hija de una española, y otra era hija de Zayn, que se abrumaba fácilmente con las muestras de cariño de personas ajenas a su familia.
Sabrae alzó las cejas y tiró de su hermana hacia el rincón donde estaban jugando los niños, mientras Zayn se quedaba mirando a su único hijo mayor, vestido con una camiseta de baloncesto roja y azul. Chicago Bulls, pensó Erika con asco, y frunció la nariz. Seguramente tuviera la dorsal del tan mítico como añorado Michael Jordan.
-¿Tommy ya se ha despertado?
-¿Qué te apuestas a que sí?-contestó el padre del mencionado. Scott se tocó la gorra a modo de despedida, besó a su madre y corrió escaleras arriba.
-¿No nos ayuda la juventud?-inquirió Niall. Todos negaron con la cabeza.-. Es una pena, ¿sabéis? Son el futuro de este país, y... van a jugar a baloncesto.
Ni siquiera vieron a Tommy marchar: estaban demasiado ocupados pintando las paredes del ático con una pintura extrarrápida (ventajas de vivir ya avanzado el siglo XXI), que requería de una mano constantemente revolviéndola con el objetivo de que no se secara. Hubo peleas por conseguir la tarea más sencilla y agradable de todas... pero sólo entre los hombres; las mujeres tenían muy claro que iban a pintar.
-Soy inmigrante. Y voy a trabajar en este país como trabajaría en España-alegó Erika, cogiendo un rodillo. Sherezade asintió con la cabeza y le dio un toque al suyo.
-Mujeres al poder.
-¡Viva el feminismo, hostia! Sabemos pintar, ¿verdad?
-Vaya que sí; no sólo servimos para limpiar, también podemos hacer las tareas de “hombres”-atacó Sherezade, haciendo las comillas con los dedos y consiguiendo que su compañera de género se riera.
-Vale, chicas, no nos comáis, ¿mm?-respondió Louis, negando con la cabeza-. Yo puedo revolver, tengo los brazos fuertes.
-¿Eso es que tu señora no te atiende, Louis?-se burló Niall.
-Eso es porque toda la vida me he cuidado mas que vosotros, panda de vagos.
-Louis siempre tuvo los bíceps más hinchados que vosotros, chicos. Deberíais asumirlo ya-asintió Sherezade, y Louis abrió los brazos.
-¡Gracias, Malik!
-Lo siento si yo no me hacía el chulito con las pesas, pero es que me aburrían-objetó Zayn-. Además, llevo fumando más tiempo, así que me canso enseguida. Me quedo sin aliento. Debería ser yo quien revolviera.
-Yo soy el más bajo-espetó Louis, y Eri se volvió hacia él. Seguramente fuera la primera vez en diez años que decía esa frase sin una pizca de molestia.
-Y yo nací cansado, y vivo para descansar. Y soy irlandés. Si no me dejáis hacer lo que me dé la gana, seréis uno putos xenófobos de mierda-ladró Niall, ya sentado al lado del cubo de pintura, dispuesto a pasarse la mañana haciendo círculos en pintura blanca.
-¿Qué te ocurre con la pintura blanca, Eri? ¿Qué especie de obsesión malsana tienes con este color?
-El blanco es precioso.
-El blanco es la ausencia de color-replicó Louis, apoderándose de una brocha y negando con la cabeza al ver la desgana con la que Niall hacía girar la masa lechosa. Zayn se lo quedó mirando.
-Dibujo es la única asignatura que aprobaste en el año que repetiste, ¿no es así?
-En realidad, fue música-respondió él, encogiéndose de hombros.
-Pero, ¿no estarían mejor dos colores? Tal vez el techo de blanco y las paredes de azul celeste no lo hagan tan monótono...-comentó Sherezade, y la anfitriona asintió, contemplándola-. Además, las paredes blancas se ensucian muy rápido.
-Sí, pero... Diana tiene el cuarto pintado de blanco. Y quiero que se parezca lo más posible a su casa.
Sherezade chasqueó la lengua mientras los hombres se miraban entre sí.
-¿Cómo sabes tú cómo tiene la habitación la cría, nena?
-Vi el documental de la línea de Noemí cuando salió. Por eso he elegido los muebles que he elegido. En casa de Noemí, la mayoría de muebles son de su línea.
-No sabía que Noemí diseñase también muebles.
-Noemí diseña de todo-contestó la española, llenándose ya de pintura y bufando cuando una gota le pasó rozando la cara.
-Yo lo único que sé es que cada vez que hay una entrega de premios importante, me llega un traje con una nota que pone “como hayas engordado, te mato”-murmuró Louis, pasando al otro extremo de la habitación y encogiéndose, de paso, de hombros.
-A mí me llega siempre. Amenazas incluidas-respondió Niall, deteniéndose un momento.
-Noemí se toma el curro en serio-respondió Zayn.
-No cómo tú, tío.
Zayn hizo una mueca, y no contestó. Sin embargo, siguieron lanzándose pullas, haciendo más entretenida la tarea. Un par de horas después, ya estaba acabada, y los chicos comenzaron a pelearse por ver quién pasaba por la ducha antes.
Las mujeres, por el contrario, se encaminaron a la cocina con la intención de preparar algo para sus hijos, que seguían jugando ajenos al trabajo que llevaban a cabo sus padres.
-Dejadnos a nosotros hacer nuestra comida-pidió el musulmán, con un coro de asentimientos que no se hizo esperar.
-Pero, ¡qué liberales sois, ¿eh?! Queréis hacerles la comida a vuestras mujeres, porque eso de que cocinen ellas es tope machista-espetó Sherezade, alzando una ceja. A pesar de su religión, la mujer era muy crítica con las posturas que aún conservaba la sociedad, poco o nada diferentes de las medievales, y no le había gustado ese tono de favor que había escuchado en la voz de su marido. Sí, podían hacer la comida ellos, sí, de hecho, iban a hacerla ellos, ya que para algo se repartían las tareas. Eso no quería decir, con todo, que fuera un favor personal que Zayn le hacía a ella o que Louis, Niall y aquél les hicieran a Erika y a ella. Había un equilibrio en los hogares que no debía romperse, y frases como aquella lo hacían. O, por lo menos, lo alteraban.
-Es para follar esta noche-espetó Louis, llamando a la calma como sólo sabía hacerlo. Sherezade se obligó a no sonreír, pero fue incapaz de mantener heladas ambas comisuras de su boca; una de ellas se alzó en armas, clamando por la revolución.
-Yo follo esta noche, haga lo que haga-replicó Niall, encogiéndose de hombros, y apañándoselas para entrar en el baño antes de que los demás siquiera pudieran gritar su nombre.
Mientras ellas se encargaban de preparar sándwiches para sus retoños, ellos hacían cosas más elaboradas para sí mismos. Los sándwiches estuvieron listos en seguida, y la juventud se concentró alrededor de la mesa de acero de la cocina como un ejército de fieles se concentra en una iglesia cuando viene un arzobispo, o un papa.
Eri acompañó a Sherezade una de las tumbonas del jardín. Aprovecharon el día despejado y ligeramente cálido para reponer fuerzas, con sendas bebidas al alcance de la mano.
-Gracias por venir a echar una mano, corazón-susurró Eri, enfundándose unas gafas de sol y estirándose cuan larga era. Sherezade hizo un gesto con la mano, quitándole hierro al asunto.
-Aunque yo no fuera parte de One Direction, ya que es verdad que llegué más tarde que las demás, soy una de las chicas de la boyband, y eso me obliga a ayudaros. Al margen de que es un placer ser útil.
-No eres la más tardía. A última todavía se toma su tiempo en aparecer.
-De verdad que me hubiera gustado mucho que lo de Niall y Vee funcionase-suspiró la de piel aceitunada, y su interlocutora asintió.
Zayn y Louis se miraron, contentos de que sus mujeres se llevasen tan bien como ellos (o, por lo menos, así lo pareciera). También había comprensión en sus ojos, pero sabían cómo era Niall: un espíritu libre que amaba la vida por encima de todo. En ocasiones, vivir amando a una persona era estar atado a ella, no ser libre, y para Niall aquello era equivalente a no estar vivo del todo. Había amado con locura a la madre de su hijo, pero la cosa no cuajó, y punto. Era ley de vida, así lo entendían todos, y mejor se estaba solo que con alguien a quien no querías. De modo que se repartieron las cosas que habían conseguido juntos (no se habían llegado a casar, Niall era el único soltero que quedaba en la banda, y aquello les recordaba a sus años mozos, cuando estaban en la cúspide de su carrera), y, a partes iguales, cuidaron del hijo de ambos, Chad, que, contra todo pronóstico, había obtenido el apellido de su padre. Para su madre, no hacían falta ningunos papeles que acreditaran que había sido la mujer de Niall Horan durante una temporada: bastaba con lo que habían vivido juntos, lo que habían sentido, y el bebé que había estado entre sus brazos.
-¿Dónde está el pequeño Horan, por cierto?-inquirió Louis, mientras sus manos bailaban entre centenares de utensilios de cocina. Zayn se encogió de hombros.
-El crío es como él cuando éramos jóvenes.
-Aún somos jóvenes, Zayn... y Niall no ha cambiado una mierda desde que tenía 13 años.
-Estará con Greg, Denise y Theo, seguramente. Ya sabes cómo es el pequeño irlandés.
-A Chad le gusta trabajar tanto como a mí-contestó Niall, entrando en la cocina, destilando un aroma a jamón y agua fresca que haría que muchas mujeres (más) cayeran rendidas a sus pies inmediatamente. Se subió las mangas de la camiseta hasta los codos e inquirió-: Bien, ¿qué puedo hacer?
-Encárgate de esto-Zayn le tendió una cuchara de madera en la que estaba revolviendo una salsa de color pálido. Niall alzó las cejas, pero obedeció. Mientras se ocupaban de sus tareas, los chicos permanecieron en silencio, escuchando la conversación de las mujeres, que compartían consejos y opiniones de todas las cosas habidas y por haber. Louis constató que nunca, jamás, había escuchado a la Malik y la Tomlinson hablar tan de seguido y con tanta confianza. Parecía que el trabajar unidas, contarreloj, y codo con codo, había incrementado a niveles insospechados la relación que ambas mantenían.
Llegaron a hablar de cómo el coco podía ayudar en gran medida a la piel seca. Así era como Sherezade mantenía unas manos y un rostro tan bonitos.
A lo largo de la tarde, cuando ya había pasado lo peor y sólo tocaba subir los muebles y colocarlos en los lugares que ambas iban indicando, los cuerpos se iban resintiendo poco a poco; no así los ánimos. Lo bueno de trabajar con tus mejores amigos, pensó Niall, era que el trabajo se convertía en un juego y no te cansarías tanto como si lo hicieses en solitario.
Curiosamente, ese tipo de pensamientos eran los que le asaltaban en las giras, cuando se veía echado en un sofá rodeado del equipo que preparaba el siguiente concierto, y él simplemente se preocupaba de tener cerca la guitarra y de hacer sonar unos acordes mientras Louis llenaba el silencio con sus charlas que prometían carcajadas, Harry se sentaba observando el móvil pero asintiendo a todo lo que le decían y contestando, siempre alzando la cabeza y clavando los ojos en los de su interlocutor, cuando se dirigían directamente a él; Zayn se limitaba a sentarse y contemplar la televisión o garabatear algo en sus infinitos cuadernos de notas, y Liam se dedicaba a escuchar con atención lo que Louis contaba, y a reírle las gracias cuando estas llegaban.
Podías sentirte en casa sin necesidad de estar en una casa. Bastaba con la compañía, con esperar que aquello se repitiera cada noche, y con disfrutar cuando lo hacía.
Estaba orgulloso de llamar a aquello un “hogar”, cuando mucha gente lo hubiera encontrado caótico, pero, ¿cómo iban a entenderlo? No habían sido parte de la banda más famosa del mundo. No podían entenderlo. Ni siquiera los cinco afortunados que estaban dentro de aquella gran maravilla lo entendían, así que era demasiado pedir que alguien ajeno lo hiciera.
Acabados los preparativos para la llegada de la americana, ya sólo quedaba esperar, y eso debían hacerlo los Tomlinson a solas. Zayn y Sherezade recogieron a sus pequeñas y se despidieron de ellos, Niall esperó a que Eleanor regresara a casa después de una tarde muy interesante, la abrazó, la besó y escuchó cómo la joven sollozaba al tener allí a su tío favorito (ella jamás lo admitía, pero los dos sabían que su conexión era más fuerte que las de los otros) y rogarle que no se fuera, y Tommy y Scott volvieron cuando Niall sacaba de nuevo a la chiquilla a dar una vuelta para que le contara qué tal le iba la vida.
-Estaremos en el cuarto de juegos-anunciaron los mayores de las siguientes generaciones de aquellas familias tan famosas, tanto fuera como dentro del país, a pesar de ser plebeyas, de sangre más roja que los rubíes líquidos.
Con la ida de sus amigos, Louis y Eri se vieron abrumados por la sensación de cansancio agotador que les invadió. Se sintieron agotados, más de lo que cabría esperar, pero había merecido la pena. Disfrutabas mucho cuando estabas tan cansado pero no te dabas cuenta de ello hasta que no era tarde. Así no había manera de que tu cansancio influyese en ello.
Eri apoyó la cabeza en le pecho de su marido, que le rodeó la cintura con el brazo, y le besó el pelo.
-Todavía hay un par de cosas que quiero ultimar.
-Muebles no, por favor-suplicó él. Ella negó con la cabeza, lo besó y le agradeció con los ojos todo lo que había hecho aquel día. Desde aguantar con paciencia la intensa sesión de compras, hasta colocar cada mueble donde ella le decía sin rechistar ni poner mala cara. La cama, cada cuadro, cada mesilla y el pequeño puf en el que la modelo americana podría sentarse a hacer lo que quisiera se habían depositado en los lugares destinados a ello sin una palabra más alta que otra y sin gran desencanto.
Louis había sido increíblemente paciente ese día, y él nunca era paciente en aquellos temas.
Deseó no estar tan agotada como para verse incapaz de recompensarle por aquel día, pero las cosas eran como eran.
-Le diré a Tommy que prepare algo cuando se vaya Scott.
Ella asintió, y se tumbaron en el sofá, con Astrid y Dan a cada lado. Louis miró a su hijo varón más pequeño, y le revolvió el pelo, recordando cuando los chiquillos salieron a jugar y sonrió, murmurando:
-Mirad. Contadlos. ¿Os recuerdan a alguien?
Nadie dijo nada.
-Lottie, Fizzy, Daisy, y Phoebe. Y yo. Somos mis hermanas y yo.
Y era cierto, había tantas chicas como había habido en el hogar en el que creció Louis, y tantos chicos como había habido en aquella casa. La única diferencia radicaba en que el chico no era, esta vez, el mayor.
La Luna avanzó en su escalada por el firmamento, que llevaba teñido de negro más de lo que le correspondería en un día de verano; no así en los días otoñales de mediados de Noviembre, donde la noche mandaba más que el día, fuese República o Imperio, con el gobierno intermitente e omnipresente de su señora. Los niños, por su parte, iniciaron su propio ascenso hacia sus habitaciones, mientras marido y mujer se quedaban sentados en el sofá, hundiéndose a cada minuto un poco más en los profundos cojines, pero no por ello alejándose el uno del otro.
Louis miraba de vez en cuando a Eri, que contemplaba la televisión mordiéndose el labio, con gesto tan abstraído que a él le daba apuro preguntar qué ocurría en las corrientes más profundas de su mente.
Apenas intercambiaron palabra mientras veían la televisión; por mucho que él quisiera hablar, siempre tenía la impresión de que iba a molestarla, que no iba a poder hacer nada más ese día. Por cómo se movía, cómo fruncía el ceño y la lentitud con la que parpadeaba, sabía que no iba a poder cruzar más de dos sílabas. Si le arrancaba tres, debía considerarse afortunado.
La película que habían puesto y que ninguno de los dos estaba viendo avanzó impasible, ajena a que nadie le hacía caso y que no estaba cumpliendo con el cometido para el que la habían creado; esto era, entretener. Desde que empezó y el silencio se instauró entre ellos, apenas después de que los chiquillos abandonaran la estancia, Louis había sentido que, por el mero hecho de respirar, estaba molestando a su mujer. No sabría decir por qué, simplemente... lo sabía.
-Me voy a la cama-acabó por anunciar, deseando que el silencio explotara. En gritos, en susurros, en chasquidos de lengua, incluso en golpes y cristales rompiéndose, pero que explotara, por favor, era lo único que deseaba.
Erika lo miró un momento, asintió despacio con la cabeza y se arrulló aún más en el sofá, cubriéndose hasta la barbilla, y clavando los ojos castaños en la televisión. Él se levantó esforzándose por no hacer ruido, le besó la frente y subió las escaleras como alma en pena.
La razón por la que no podía cabrearse con ella era que la comprendía mejor de lo que esperaba y podría desear hacerlo. Sentía el cansancio clavado en los huesos, impidiendo que éstos se movieran y que él pudiera olvidarse de que estaban allí, que tenía compuestos de calcio dentro de su cuerpo, y no sólo músculos. Se dejó caer en la cama, se las apañó para quitarse la camiseta, meterse debajo de la manta, y se quedó dormido en el acto.
Se despertó entre el frío de una noche que se colaba por la ventana cuya persiana nadie se había molestado en bajar, y se preguntó por qué nadie había prestado atención a aquello. Acarició la cama a su lado, la cama vacía y plana, que se escondía debajo de las mantas aterciopeladas... y se asombró de lo plana que aparecía.
-Nena-musitó, pero no había nadie allí para responderle. Su vista se clavó en el reloj, que marcaba en letras sangrantes la hora intempestiva en la que nadie debería estar solo en su cama, y menos alguien que había encontrado con quién compartirla hacía mucho tiempo.
Las tres de la mañana.
Y el lado de ella seguía imperturbable, como si nadie hubiera dormido realmente allí. Constató que apenas se había movido, y que sus piernas hormigueaban (había tenido la poca delicadeza de quedarse dormido con una pierna debajo de la otra), pero ninguna de aquellas molestias le preguntó.
Se puso una camiseta con la preocupación instalada en los pulmones del mismo modo que se localizaba allí el alquitrán de los cigarrillos que fumaba, siempre el último, siempre rompiendo la promesa de que lo dejaría algún día, siempre apareciendo con ocasiones especiales que no lo eran tanto.
Bajó las escaleras, y una parte de él no se sorprendió al ver que la televisión seguía encendida, con el volumen bajo. Cinco mujeres con más silicona en el cuerpo que muchos juguetes infantiles hablaban de posturas sexuales para “volverlos locos”, pero el sonido apenas daba para distinguir las exclamaciones de asombro del público, que parecía tan conservador como hacía años.
E, iluminada por una estrella plana azulada, estaba ella. Con la cara apoyada en una mano, la otra reposando cálidamente en el teclado; seguramente se hubiera quedado dormida a mitad de una frase que había acabado siendo más fuerte que ella.
Louis se inclinó para mirar a qué se debían las búsquedas nocturnas de su chica, y no le sorprendió una mierda descubrir que se trataba de la muchacha consentida que vendría al día siguiente. No hizo falta más que un vistazo a la página para constatar que en el buscador se había afanado en descubrir cada detalle, hasta el más secreto, de Diana Styles.
No iba a despertarla. Sería una crueldad.
Así que suspiró, musitó un:
-Joder, Eri, que ya no tengo 20 años.
Y la alzó en volandas como pudo. La llevó a la habitación y la dejó sobre las mantas para después cubrirla con ellas, pensando que se merecía el premio a marido del año, que poca gente se sacrificaba como él...
… y ella no se despertó para poder agradecérselo.

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