jueves, 30 de julio de 2015

Purpurina.

            Lo único que impedía que aquel momento fuera perfecto eran las esposas lamiéndome la piel de las muñecas.
            Por lo demás, nada importaba: ni los cientos de ojos de los ángeles fijos en Perk y en mí (y, sorprendentemente, más en mí, como si supieran que había conseguido mi puesto como futura presa en secreto con más facilidad que él); ni las armas que nos apuntaban y que no vacilarían en escupir nuestra muerte, que volaría hacia nosotros tan rápido como la luz, ni el hecho de que siguiera encarcelada y que aquella libertad no fuera más que un oasis, una ilusión, el pequeño paracaídas que sabes que no funciona pero que aun así hace que te sientas seguro y te permite tirarte al abismo, abrazando tu destino.
            Mientras recorría bajo la atenta mirada del sol (¡el auténtico sol!) los peldaños que nos llevarían hacia las azoteas por las que correríamos y probaríamos nuestras no tan recién adquiridas alas, mi mente vagabundeó por el pasado. No era la primera vez que estaba allí, ni la primera que me apoyaba en aquella barandilla para darme impulso; claro que, la primera vez en que lo había hecho, me había guarecido en las sombras del amanecer, y me había asegurado de no quedarme al alcance de ninguna cámara de vídeo. Había escaneado el lugar, tanto en planos como en versión verídica, hasta la saciedad; me había aprendido de memoria cada escondrijo y cada atajo, cada esquina en la que despistar a un perseguidor, y había conseguido salir de allí y cumplir la misión con éxito.
            Pero luego había llegado Louis, y todo se había complicado, hasta hacer que la, supuestamente, única vez que pasaría por aquel lugar se convirtiera en la primera. Louis había sido el que me había conferido una segunda oportunidad de pisar aquellas escaleras de metal, y, aun así, en mi pecho florecía un sentimiento de gratitud casi equivalente a cuando me permitieron entrar a los runners para vengar a mi hermana y luchar por un mundo mejor, por el mundo que habíamos tenido anteriormente, y que nos habían arrebatado en mitad de la noche, con tanto sigilo que ni siquiera nos habíamos dado cuenta de su ausencia hasta que sus captores ya estaban demasiado lejos, a galaxias de distancia, mucho más allá de la última frontera que podíamos alcanzar.
            Perk iba delante de mí, medio arrastrado medio ayudado por el tal Blackfire; a mí me había tocado un guardián un poco más agradable, que no aprovechaba cada resquicio para empujarme y hacerme daño en cualquier parte del cuerpo. Perk aguantaba esas pequeñas pullas con la elegancia del prisionero que se sabe indisponible. Éramos poco menos que imprescindibles, y una herida demasiado profunda, una caída de un lugar demasiado alto o una bala demasiado certera serían suficientes para acabar con nosotros.
            Me gustaba pensar que éramos los huéspedes más indeseados y a la vez codiciados de los pájaros, y así me lo había hecho saber mi ángel de la guarda cuando regresó de aquella sala, casi una hora después, con el pelo enmarañado y la expresión de un cachorro abandonado en los ojos.
            Sin embargo, a mí no me dio pena, ni mucho menos rabia.
            -Tenía que hacerlo-se excusó, como si el sexo con una de sus jefas no fuera algo que yo hubiera barajado en mi mente más de una docena de veces. Era único en su especie; era normal que todas las mujeres alrededor de él quisieran tener un pedacito de él para ellas solas. Incluida yo.
            No podía quejarme cuando yo misma había jugado a dos bandas, literal y metafóricamente.
            -No me importa lo que hayas hecho para conseguir esto, sino lo que hemos conseguido-repliqué. Él alzó las cejas, con una sorpresa garabateada en el rostro.
            -¿En serio?
            Mi trenza bailó en mi pecho cuando asentí con la cabeza y lo atraje hacia mí, decidida a borrar hasta la última huella de aquella zorra de su cuerpo y reclamarlo como mío.
            ¿Realmente no se daba cuenta de que, el lema en el que se había escudado el gobierno para destruir la esencia de la ciudad, era el mismo que defendíamos nosotros? El fin justificaba los medios, sin duda. Todas aquellas muertes de policías, los asesinatos, los cristales de tiendas rotos, los runners caídos, las conspiraciones y las luchas, todo, había sido por un bien superior: el de recuperar la ciudad perdía, sucia y peligrosa, pero vital y extraordinaria.
            Por fin, llegamos a nuestro destino: un impresionante campo sin plantas, de un blanco que peleaba con las alas de Louis. Él se situó a mi lado, del lado contrario al brazo de los tatuajes, y me dedicó una mirada profunda, la del maestro que lee su libro un momento antes de disponerse a empezar la lección de sus pupilos.
            Arrastraron a Perk a mi lado, que se irguió cuan largo era y le dedicó una mirada desafiante a los que nos rodeaban. Hicieron un círculo con nosotros como centro, como si de un par de soles en un sistema solar extraño se tratase, y esperaron.
            Y nosotros, con ellos.
            Cambié el peso de mi cuerpo de un pie a otro; Perk tragó saliva. Mientras tanto, los ángeles permanecían impasibles, algunos con una sonrisa en los labios, como si el saber a qué estábamos esperando fuera algo de lo que enorgullecerse, o como si saber por qué esperábamos les hiciera superiores a nosotros.
            Se escuchó el crujido de una puerta y el mecanismo de un ascensor ponerse en funcionamiento mientras subía. Deseé, para mi tristeza, que fuera lo que fuera que estuviéramos esperando, viniera allí dentro.
            Así fue: con el típico silbido que emitían los ascensores una vez llegaban a su destino, unas puertas plateadas se abrieron en una esquina del edificio (esquina en la que yo no me había fijado, pero Perk sí), dejando paso a la misma con la que nos habíamos topado el día anterior.
            El sol recién salido arrancaba destellos de fuego de aquel pelo ígneo, cuyo color era imposible que fuera natural. Destacaba en su cara blanca y su ropa más blanca aún como lo haría una nube en el cielo, o como lo hacíamos los dos runners que estábamos allí, con nuestros pantalones y camiseta negros, nuestros guantes que nos cubrían hasta medio dedo y los cinturones prestados en que nos habían metido la bolita plateada, la perla de hielo.
            Sus tacones dispararon sonidos acompasados con los pasos en el suelo de la azotea a medida que se acercó a nosotros. No fue hasta que atravesó el círculo, que se abrió para recibirla como se abrían las amebas para fagocitar a algún pobre microbio, cuando me percaté de la presencia de su coro mudo a su espalda. El coro no llegó a atravesar el círculo; parecía ser un privilegio exclusivo de nuestra señora del pelo de fuego.
            Se acercó a nosotros y ni siquiera se molestó en escupir un saludo: me cogió por la mandíbula y me hizo alzar la cabeza, buscando algo que nunca supe qué era. Luego, le tocó el turno a Perk, que se resistió un poco al principio, hasta que uno de los ángeles dio un paso al frente toqueteando el arma con más rabia que intención de advertencia.
            Bryce se limitó a sonreír ante ese patético intento de marcar territorio.
            -¿Seguro que los tenéis bien entrenados?
            -No se fía de ti-intercedió Angelica antes de que Perk pudiera abrir la boca y hacer que nos frieran a tíos a los dos. Era buen runner, pero un completo gilipollas cuando lo capturaban, se podía ver a leguas de distancia.
            No decía nada bueno de nosotros.
            -Hace bien-respondió, sonriendo de manera aún más amplia y soltándolo por fin. Lo rodeó y le tiró la cabeza hacia delante-. Una lástima. Si fuera obediente, podría ser el primero de su calaña.
            Los ángeles no corearon aquella declaración con sonrisas, sino con escasísimos gestos de asentimiento entre los hombres más leales. Otros se revolvieron en su lugar, incómodos ante la perspectiva de tener ante ellos a los nuevos ángeles, los 3.0 (asumí que el 2.0 era uno, y único).
            Y un par de ellos, un glorioso par de ellos, intercambiaron miradas de incredulidad para luego poner los ojos en blanco.
            Al fin y al cabo, la reina no tenía del todo contentos a todos sus súbditos. Podríamos usar eso.
            Bryce ni siquiera se molestó en comprobar mi espalda, lo cual decía más de lo que quería: yo no sobreviviría a todo lo que estaba por pasar. No me daría una segunda oportunidad.
            Y tampoco le gustaba la competencia sexual.
            -¿La sincronización es completa?
            -En las simulaciones, lo era-asintió Louis, dando un paso al frente e ignorando deliberadamente los intentos de amenaza de Blackfire, que le quitó el seguro a su pistola. Bryce sólo parpadeó al escuchar el ruido.
            -Blackfire, por favor. Es Louis. Estamos entre amigos. Eso no va a ser necesario.
            -Lo siento, Bryce.
            De haber tenido rabo, se lo habría metido entre las piernas. De haber tenido orejas, las habría agachado en un gesto sumiso. Pero era mitad hombre, mitad buitre, no un perro.
            No podría librarme de él corriendo a todo lo que daba, escalando un muro, ni mucho menos de una patada en el hocico. Aunque el gusto que me daría sería superior al de las patadas de los perros de la policía.
            La pelirroja se volvió hacia sus vasallos, y les dedicó una radiante sonrisa. Todo estaba controlado: si éramos útiles, viviríamos; si no, nos mataría sin más dilación. Y punto.
            -Hoy, comprobaremos si una alianza entre antiguos enemigos por el bien de nuestra ciudad es posible. Hoy veremos si las alas y las piernas rápidas son una buena combinación. Estamos viendo cómo se hace historia; estamos a un paso del futuro-nos señaló con la mano abierta, la palma vuelta hacia arriba, como saludando al sol que se iba desperezando-. Ellos nos ayudarán a desvelar los entresijos de lo que nos depara el destino: si necesitaremos ser clones, o con ser dioses nos basta.
            Alzaron sus armas y sus voces al cielo en un rugido atronador que ni Angelica, ni Jack ni Louis corearon. Entre las filas de los de Bryce había ángeles que se habían pasado a nuestro bando, pero no era momento de demostrarlo. Podrían matarnos a todos, y la esperanza de la antigua ciudad resurgiendo de nuevo desaparecería con nosotros.
            Bryce saboreó los gritos como el catador que se permite contemplar el vino, cómo resplandece, y olfatearlo, para captar su aroma, antes de probarlo finalmente.
            Con un gesto de la mano, acalló las voces de la misma manera que las despertó.
            Después de permitirse un par de segundos más de degustación, finalmente ordenó con un hilo de voz, lo suficientemente débil como para perderse en el susurro del viento, pero no lo bastante para que a ninguno se nos escapara:
            -Dejadlos libres.
            Pero, claro, no iban a renunciar a nosotros fan fácilmente. De manera ceremoniosa, dos ángeles nuevos se acercaron a nosotros y nos liberaron de las esposas, que se esfumaron en el aire para dejar paso a cilindros plateados fácilmente transportables.
            Bryce se echó a un lado, haciendo un gesto con la mano por encima de la cabeza para que sus súbditos la siguieran.
            -Louis irá con ella; Angelica, con él. Quiero a su guardia a una distancia prudencial para dejarles libertad… pero no lo suficiente como para que la intenten tomar.
            Fue de esa forma como se rompió el círculo que había a nuestro alrededor. Pasaron de ser barreras a simples puertas que se abrían con parsimonia, pero que se abrían. Perk y yo nos miramos un momento, dimos un par de pasos vacilantes, con las manos chocando continuamente entre sí, y sus tatuajes rozándome la piel del brazo que tenía libre. Estudié los míos, el gato contemplando la duda, adivinándose a duras penas entre las complicadas líneas y figuras que daban información de quién era y qué hacía, además de a quién pertenecía, a quien supiera leerla.
            Me pregunté si servirían de algo si alguien nos pillaba entrenando con los ángeles de buena gana y decidía ir a por nosotros, superándonos en número.
            Más confiados, nos echamos un último vistazo, luego estudiamos el entorno por encima del hombro, asegurándonos de que las armas que nos apuntaban disminuían en gran medida, hasta casi desaparecer…
            … y echamos a correr como hacía mucho tiempo que no lo hacíamos.
            Escuché el zumbido de los ángeles despegando del suelo para seguirnos de cerca, como libélulas gigantes persiguiendo zapateros, un segundo antes de llegar al final de la azotea y lanzarme más allá. Perk, por otro lado, optó por dejarse caer hasta un saliente e impulsarse por él para salvar la distancia que había entre el edificio en el que se nos había concedido el 2º grado y el siguiente.
            Escuché murmullos de admiración cuando mis pies tocaron con gracilidad el borde de aquel edificio que Perk había considerado imposible alcanzar, se giraron sobre sus talones y me impulsaron hacia abajo: estaba dispuesta a olvidar mi entrenamiento y ayudar a Perk a que siguiéramos corriendo. Era mejor darles falsas esperanzas a los ángeles, hacerles pensar que en el campo éramos diferentes a en los entrenamientos, y que no nos importaba nuestra supervivencia, sino la de nuestro compañero, y que estaríamos dispuestos a volver a por ellos. Tal vez pudiéramos infundir dudas en algún ángel que no hubiera salido demasiado de su Central y que no tuviera experiencia persiguiéndonos.
            Perk aceptó mi mano de buena gana, con una sonrisa radiante que celebraba el cambio de escenario, y se lanzó en una carrera precipitada en la que su fluidez venía de esquivar los obstáculos; yo los aceptaba, jugaba con ellos y usaba los anteriores para salvar mejor los posteriores.
            Fueron los diez minutos más gloriosos de mi vida, hasta que llegamos al límite que nos tenían permitido y dos figuras negras nos detuvieron en seco.
            -Estamos aquí para probar vuestras alas, no para daros un paseo-sentenció una de muy malas pulgas, con el ceño fruncido, y cuyo corte de pelo me recordaba al de Blueberry.
            Perk musitó algo entre dientes y se lanzó a por ellos, pero yo fui más rápida y lo empujé hacia un saliente. Rompiendo una ventana, aparecimos en unas oficinas. Decidí ignorar el hecho de que había sido así como había empezado todo este lío.
            -Sigue haciendo el gilipollas y conseguirás que nos maten, y todo esto no habrá valido para absolutamente nada.
            Mi compañero gruñó una respuesta, y me acompañó en mi búsqueda de una salida a cielo abierto. No tardamos en dar con un ascensor, pero, confiándose más y más con cada paso que daba, Perk le dio una patada al panel de mandos y me lanzó una mirada inquisitiva mientras sostenía los cables que por ella pasaban.
            -¿Subimos el nivel de la aventura?
            Echaba de menos escalar, escalar en condiciones, escalar como yo sólo sabía, y él lo sabía. Lo veía en mis ojos, igual que había visto mi expresión cuando nos enfrentamos a los conductos de ventilación del Cristal.
            -Veo que tienes tus ventajas, ¿eh, Perk?-le guiñé un ojo, le di un codazo y lo aparté yo misma. Arranqué los cables con las manos (me llevé de premio un par de quemaduras por hacer fuerza, pero no me importó), y le ayudé a abrir con nuestras propias manos la puerta del ascensor.
            Dimos con un conducto rectangular de metros y metros de profundidad, iluminado cada dos o tres por un fluorescente que le daba un aspecto un tanto siniestro.
            -Te diría que fueras tú primero, pero no suelo ser tan caballeroso.
            -Ni falta que te hace-repliqué, pasando de un brinco a la pared contraria, agarrándome a una tubería muy convenientemente colocada y comenzando el ascenso a la velocidad de la luz. La única manera que tenía de ser más rápida era con balas amenazando mi integridad física, pero claro, nadie era perfecto, y yo no podía llamar a mi adrenalina a conciencia. Bastante tenía con la visión de runner, que me permitía, si me concentraba, visualizar las cosas más rápido de lo que pasaban (había escuchado a Wolf jurar una vez que, en uno de esos trances, se había concentrado tanto que había sido capaz de ver pasar las balas claramente a su alrededor), y debía dar gracias por saber controlarla tan bien como lo hacía; algunos no tenían esa suerte.
            Di un puñetazo al techo, que se abrió con un sonoro plop, y la luz solar naciente volvió a invadir la zona.
            Apenas había sacado medio cuerpo del hueco del ascensor, cuando otros dos ángeles se plantaron ante nosotros.
            Eran Louis y Angelica.
            -Dejaos de hacer el imbécil y dadles lo que quieren; cuanto menos tiempo estéis fuera, mejor.
            Vi siluetas grisáceas recortarse contra el suelo mientras me ponía en pie, pero les di poca importancia. Por su tono casi imperceptible y sus formas difuminadas, supe que estaban demasiado lejos como para oírnos.
            -Esto está bien, ¿no lo veis? Podríamos llegar lejos si les mostrásemos de qué somos capaces.
            Angelica le lanzó una mirada envenenada a Perk cuando salió a la superficie.
            -Te dice que nada de exhibiciones. Probar las alas, demostrar que eres útil, y volver a la Central.
            -No te preocupes por mí, tesoro, sé cuidar de mí mismo.
            Angelica frunció el ceño, pero no dijo nada. Perk echó a correr en dirección contraria, y yo hice lo propio.
            Lo alcancé al minuto, después de un salto particularmente largo que casi no superó. Por un pelo hubiera tenido que recurrir a la llamada de su perla y acabar la partida antes de tiempo.
            -¿Qué es eso de “tesoro”? ¿Desde cuándo te permites vacilar a Angelica?
            -Desde que me la tiro.
            Abrí la boca, incrédula.
            -¿Perdona? ¿Después de las charas del síndrome de Estocolmo? Tú no estás bien de la cabeza, Perk-empecé a botar sobre los tobillos, negándome a que el calor que había en mis extremidades me abandonara.
            -Cambié de idea. Me he vuelto hedonista estando aquí. Además, no te confundas, y no te rías de esa manera. Sólo me la follo; no siento nada por ella, ni ella por mí. Así será más fácil pegarle un tiro si las cosas no terminan saliendo como queremos. Piensa en ello, Kat-me adelantó, se dio la vuelta y trotó hacia atrás-. Estamos en guerra, siempre estaremos en guerra, y no está bien cogerle cariño al que tienes al otro lado de la pistola. Hace que el gatillo se vuelva duro, y un gatillo duro es mil veces peor que uno fácil.
            Y salió disparado, fuera de mi alcance, antes de que pudiera abalanzarme sobre él.
            Justo cuando creía que no iban a tener manera de obligarnos a abrir las alas y acabar con ese recreo que no habíamos tenido en años, me encontré al borde de un edificio que ni siquiera yo podía ignorar.
            Se trataba de uno de los edificios que se alzaban inmediatamente en la orilla del río, que, canalizado, serpenteaba por entre la ciudad, haciendo las veces de columna vertebral como de barrera arquitectónica que impedía la fluidez de nuestro grupo.
            Perk se sentó al borde, con los pies colgando. Habría comido una manzana y habría tirado el corazón al río de tenerla a mano.
            -¿Cuánto crees que duraríamos si tuviéramos alas en la Base?-espetó de repente.
            Me giré en redondo para ver si había ángeles cerca, pero los más próximos eran de fiar.
            -Mucho más de lo que hacemos. Seríamos eternos.
            Alzó la mirada.
            -No, Kat, digo… cuánto duraríamos nosotros con alas en la Base. Cuánto tardarían en matarnos. Cuánto tardarían en dejarse convencer por lo que parece que somos.
            -Y, ¿qué parece que somos?
            -Unos traidores.
            Miré un momento el río, recordando aquel momento en el que toda mi vida dio un giro de 180 grados.
            Y, entonces, lo vi claro.
            Yo no había traicionado a nadie. No tenía de qué avergonzarme.
            El traidor era Louis.
            Yo defendía un fin; él, en teoría, defendía otro. Pero, al acercarse a mí, había cambiado sus intenciones.
            Había cambiado sus fines, y sus medios dejaban de tener sentido.
            -Podemos defender la esencia de los runners con alas a la espalda. Lo que defendemos está lejos de excluir a nadie; de eso se encarga el Gobierno.
            -No van a verlo así.
            -Me da igual cómo lo vean, Perk. Estoy cansada de avanzar a saltos. Un saltamontes va rápido, sí, pero no tiene nada que hacer contra un abismo. Una libélula, en cambio, tiene todas las de ganar. Los dos son bichos, los dos son insignificantes, pero uno huye de las tormentas y la otra, las aprovecha. Se avecina tormenta, y yo no quiero seguir escondiéndome.
            Caminé hacia el borde hasta estar en el filo: el más ligero movimiento me decantaría hacia un lado o hacia otro; la muerte o la vida, el cielo o el infierno, el asfalto o el techo, el río o la tierra.
            -Elige, Perk. No debería serte difícil. Puedes ser un traidor útil o un héroe mártir. De uno se habla por siempre; al otro lo olvidan… pero porque su sacrificio lo permite.
            Y me balanceé hacia delante, confiando en que se abrieran mis alas.
            Escuché el zumbido de Louis siguiéndome de cerca, preparado para cogerme en cuanto algo saliera mal.
            Lo último que vi antes de entrar en pánico, y así conseguir abrir las alas, fue a Perk negando con la cabeza, y finalmente empujándose hacia delante con sus brazos.
            Y una cabellera sorprendentemente rubia más allá del río, en la otra orilla, contemplando cómo caía con la incredulidad grabada en el rostro de Blondie con tanta perfección que la distinguía a pesar de no ser más que una mota de polvo, un trocito de purpurina dorada en un mar de algodón.

domingo, 26 de julio de 2015

Sí, talla grande, ¿y?






Os echáis las manos a la cabeza en cuanto veis a una modelo llevando una 44 porque la catalogan como talla grande, pero luego bien que insistís en que el peso no importa, que lo que cuenta es el interior, que una mujer con curvas puede ser más guapa que una cuyos muslos no se toquen. Entonces, ¿por qué coño os escandalizan las tallas grandes? ¿Se han comido a alguien? ¿O es que una 44 en realidad no es mayor que una 36, sino más pequeña, y son las tiendas las que están equivocadas? Decís que “gorda” no es sinónimo de fea, ni “delgada” de guapa, pero luego bien que os alegráis cuando alguien dice que habéis adelgazado, os parece mal que os digan que habéis cogido preso, preferís que os llamen feas a gordas, y gilipollas a que os llamen feas.
Pero oye, lo que cuenta es el interior, y luchar porque las tiendas representen a las “mujeres reales”. Como si Cara Delevingne y todas estas fueran putos robots. Sí, usan Photoshop para “perfeccionarlas”, ¿y? ¿Acaso las tiendas de ropa no están llenas de prendas con las tallas que ellas usan? Dudo mucho que los empresarios que están al mando de dichas tiendas pongan las prendas porque sí; no les va tirar el dinero. Lo hacen, más bien, porque hay gente que usa esas tallas, gente que, photoshoppeada o no, puede meterse en esos pantalones tan pequeños. Y, sorprendentemente, existe otra gente que lleva una 40, o una 42, o una 44 con orgullo, porque por muchas camisetas o pantalones que saquen de tallas cada vez menores (cosa por la que protestó todo el mundo cuando se anunció que se sacaría una 34, porque “fomentaba la anorexia”), ellos y ellas están a gusto llevando eso. No ven nada de censurable en llevar una “talla grande”, les alegra que tengan por fin representación y que no todas las modelos del mundo se metan en pantalones más o menos minúsculos, y ni sueñen con ponerse la tela que ellos compran porque les quedaría como un saco, más que como una camiseta, o como un vestido que tiene un gemelo siamés, y no como un pantalón. Entonces, ¿por qué tú sí? ¿Qué hay de vergonzoso, o censurable, o criticable, en que haya tallas grandes? ¿Tanto te molesta que se catalogue a las modelos por sus cuerpos, porque ya no todas son ese arquetipo de mujer con piernas como palitos y brazos como alambres, sino que ahora la representación es más amplia, más GRANDE? ¿Por qué te ofende el enterarte de que Marilyn Monroe ahora sería una "talla grande"? ¿Acaso la estamos insultando? ¿La estamos denigrando? ¿Tan horroroso es pensar que ella, icono de la belleza durante décadas, ahora estaría "rellenita", o "gorda", o como lo quieras llamar?
Ya no estamos en los tiempos de Cleopatra; ahora la belleza debería sudártela, porque ni se van a empezar guerras por lo guapa que seas, ni van a escribirse historias hablando de tu belleza legendaria. Ahora de quienes se escriben libros son de gente como Marie Curie o Margaret Keane: mujeres a las que nadie le importa si fueron guapas o feas, si llevaban tallas grandes” o tallas “pequeñas”, porque dejan un legado un poco más importante que quejas porque una modelo que usa una talla mayor de lo que se suele mostrar sea calificada de “talla grande”. Un legado de inteligencia y creatividad, de arte; eso que proclamáis por encima de todo pero que pocos adoráis en público.



miércoles, 22 de julio de 2015

La constelación de un bolígrafo.

La mejor tinta del boli bic es la que sale días antes de que se termine. Azul oscura, casi negra, la tinta son las últimas palabras de un mensajero que te ha acompañado a lo largo de cientos de metamorfosis de neblina mental a frases concisas, exactas, y a la vez inexactas. Las palabras son magia, pero magia subjetiva.
Una simple conjunción de sonidos puede dar lugar a muchas manifiestaciones incorpóreas, dependiendo del sujeto. Puede, incluso, no dar lugar a ninguna, porque la persona no sepa qué quiere decir esa conjunción. Como una maraña de estrellas en el firmamento, la constelación está en los ojos de quien la ve, no en la inmensidad del universo.
De la misma manera que un anciano no es igual que otro. Uno puede ahogarse en sus recuerdos, otro perderlos, y un tercero navegar por los dos mares que son el ayer y el hoy, distinguiendo sus aguas. Azul, azul oscuro, y blanco. 
Y es, precisamente, en esta edad donde se debería ser más feliz. Aunque el cuerpo no acompaña, si la mente está bien, si la mete recibe y entiende, no deberíamos por qué estar tristes. Tenemos un mar de recuerdos en el que sumergirnos cada vez que algo no nos gusta, un sinfín de conocimientos que nos ayudan a entender el mundo, y, ¿por qué no?, a veces incluso nos permiten predecir el futuro.
Pero todo eso dura poco, y el cénit de nuestro saber se termina disipando mucho más rápido de lo que lo adquirimos: es como si una tormenta apagara en un minuto una hoguera que nos llevó horas y horas conseguir encender y mantener.
Todo es tan efímero como el último suspiro que exhalamos en nuestra vida.
Azul, azul oscuro, blanco.
Exactamente lo que escupe el boli.
Exactamente lo que terminamos por ser.

domingo, 19 de julio de 2015

Tiranosaurio.

            Los carraspeos parecieron despertar a la tal Bryce y recordarle que estaba en una reunión en la que, seguramente, tuviera que decidir de qué manera nos mataban. Parpadeando un par de segundos repetidas veces, como si sus ojos quisieran entregarle a Louis todos los aleteos posibles, aquellos que estaban previstos para él, se irguió cuan alta era en su asiento, y nos dedicó una sonrisa gélida, divertida, la clase de sonrisa que te encuentras en un policía antes de que uno de sus colegas te coloque el cañón de su pistola en la nuca.
            -¿Qué tenemos aquí? Nuestros dos huéspedes más queridos-se echó a un lado, apoyando un brazo teatralmente en su asiento, y sonrió-. Bienvenidos, ¡bienvenidos a nuestra sala! Seguramente no hayáis oído hablar de mí-dejó la afirmación, disfrazada pregunta, en el aire.
            Perk y yo le sostuvimos la mirada con gesto desafiante. En mis entrañas ardía algo que llevaba muerto, o dormitando, desde que entré en el Cristal. No había sentido ese tipo de adrenalina en mucho, mucho tiempo.
            Su sonrisa cínica se hizo más amplia, y, mientras Louis y Angelica se paseaban por el círculo central y se colocaban frente a frente, flanqueándonos, murmuró:
            -No me esperaba menos de mis dos mejores ángeles-Louis sonrió y alzó la cabeza, pero Angelica, lejos de ser tan buena actriz como era él (o eso deseaba, que estuviera actuando), bajó la mirada, se mordió el labio y se agarró el codo, incómoda. Quise abofetearla por arruinar la actuación tan brillante de Louis-. La discreción es una de nuestras armas, aunque, ¿qué os voy a decir a vosotros? Sois maestros en cuanto a esconderse se trata. Desde aquí, y en nombre de toda la ciudad, os aplaudo, y os felicito por la facilidad que tenéis para desaparecer incluso en los lugares más insospechados.
            Y la puta dio varias palmadas, que fueron coreadas por su coro de rostros mudos, todos ellos duros, todos ellos indescifrables, todos ellos observándonos con fijeza.
            Perk se echó hacia atrás en su asiento: todo eso le hacía gracia. Lo miré de soslayo durante un segundo que me pareció eterno.
            -Y, sin embargo, os hemos podido cazar con las manos en la masa. Y no puedo por más que preguntarme-la tía se levantó, y comenzó a bajar las escaleras que conectaban su nivel olímpico con el nuestro, tristemente mortal, deleitándose con cada paso que daba-, ¿cómo lo hemos hecho? ¿Qué ha sido diferente? ¿Acaso sois vosotros? ¿No he comprobado yo misma, siempre, Blackfire-se volvió hacia el que nos custodiaba, que asintió con la cabeza antes de la pregunta; bien podría estar asintiendo a su sentencia de muerte-, que se siguieran paso a paso los pasos que trazamos para intentar darles caza a los runners? ¿No se hizo siempre así?
            -Sí-asintió Louis, con una voz que retumbó por toda la estancia. Bryce fingió no oírlo.
            -¿Acaso no nos mantenemos como siempre nos hemos mantenido, iguales y orgullosos en la cima de este minúsculo mundo que es nuestra inmensa ciudad? Entonces, ¡habéis sido vosotros los que habéis cambiado! Decidme, ¿qué es diferente en vosotros?
            Algo en mi interior me urgió a hablar y desafiar a la princesa pájara que no tenía alas, pero conseguí acallarlo. Si ese algo había estado callado desde que caí del Cristal, bien podía mantener su silencio un rato más, y sobrepasarme  cuando mi vida no dependiera de ello.
            Pero Perk, el imbécil impulsivo de Perk, no fue capaz de mantener la boca cerrada.
            -Que nos habéis mantenido encerrados, lejos de los nuestros, sin un entrenamiento que nos mantuviera en forma, durante meses. Que nos habéis hecho prisioneros a pesar de ser lo único que queremos evitar cuando entrenamos-rugió entre dientes.
            Y alardeó de más gilipollez cuando se levantó de un salto y corrió hacia ella, con el brazo estirado y la mano en forma de garra, directo a su cuello como una flecha de carne que quiere impactar contra un objetivo de madera.
            Yo ni siquiera moví un músculo para intentar detenerlo: sabía que si lo hacía, nos matarían a los dos, y seríamos poco más que motitas de polvo en una ciudad llena de suciedad, condenados al olvido y a que los nuestros creyeran que nos habían convertido, que les habíamos traicionado y nos habíamos ido a algún lugar en el que pudiéramos empezar una nueva vida con alas a la espalda. Todos los intentos de entrenamiento, todas esas sesiones en las que me rompía huesos que se curaban al instante, habrían sido  para nada. Seríamos los primeros, y únicos, runners en toda la historia en hacernos con unas alas que pudiéramos considerar nuestras, en domesticarlas, dominar sus secretos… y ni siquiera podríamos pasarle nuestra sabiduría a otros.
            La revolución sería aplastada antes incluso de comenzar.
            Y, con ella, toda esperanza de volver a la ciudad que nos había creado en su último estertor, suplicando una clemencia que llevaba años extinta.
            La verdad es que no hizo falta que me moviera: antes de que la alcanzara, cuando estaba a escasos dos metros, cuando uno de mis saltos pudiera haberlo catapultado hacia la garganta de la chica, uno de los ángeles que había guardado la entrada descendió del cielo, sin proyectar sombra, y lo estrelló contra el suelo. Perk no sangró, pero supe en su mirada que prefería haberse reventado la cabeza en el cemento del suelo a dejarse levantar como lo levantaron, cual muñeco, y volverse a sentar en aquella especie de trona infantil.
            -Creo que nuestros amigos están un poco incómodos. Encárgate de acomodarlos, por favor, Harry. Son nuestros invitados.
            Un ángel de pelo castaño, mucho más alto que Louis, se plantó delante de nosotros. Nos cogió las manos, nos las plantó encima de la mesa unidas y, justo en el momento en que su piel dejó de tocar la nuestra, un abrazo del metal más duro y frío que había tocado nunca rodeó nuestras muñecas.
            Le dirigí a Perk una mirada envenenada. Ni siquiera iba a morir cómoda… o a ser condenada entre gritos y arañazos, todo gracias a su estupidez.
            Decidido a ignorar el momento bochornoso que me había hecho pasar, tiró todo lo que pudo de sus esposas y volvió a recostarse en la silla. Yo hice lo propio, pero como no era tan alta como él, tuve que incorporarme y tirar de mi silla hacia delante con los pies.
            Cuando me quise dar cuenta, un par de pistolas me apuntaban directamente a la sien, así como una ametralladora, y todos los ojos de la sala, incluidos los de Louis, y los de Angelica, los últimos aterrorizados, los primeros intrigados y amenazantes. No hagas ninguna gilipollez como él, podías leer en aquellos mares infinitos.
            Habría asentido con la cabeza de no creer que ese era un gesto demasiado conspiratorio como para permitírmelo con balas listas para atravesarme el cráneo.
            -Seré una runner y sabré esconderme, pero todavía no he aprendido a lanzar cosas con las piernas, joder.
            Bryce sonrió ante ese pequeño triunfo; o, mejor dicho, su sonrisa se ensanchó un poco más. Le había parecido simplemente cómico el aborto de ataque que había protagonizado Perk, y la película sólo podía ponerse mejor si la runner hembra decidía atacar al lado de su compañero, vengando su honor y su orgullo heridos.
            Pero yo no era ningún caballero andante, y me importaban tres cojones los sentimientos de Perk en ese momento. Acababa de vendernos a todos, de decirles exactamente cómo podían destruirnos; lo único peor que podríamos hacer sería que yo confesara los escalofríos que me recorrían la espina dorsal por el simple hecho de sentir el contacto de aquellas esposas amorfas besándome la piel hasta no dejarla escapar.
            Me senté lentamente, dejando claro que yo no era una amenaza, cuando lo cierto era que sabía lanzar cosas con los pies, aunque en esa postura me resultaría difícil, y volví a mirar al a mujer con gesto desafiante. La curiosidad ya tendría cabida luego, cuando se perdiera en aquellos océanos de hielo blanquecino que me observaban con tanta curiosidad.
            -Vaya, ¿eres tú la lista de la pareja?
            -Yo no era la que creaba las estrategias, si te refieres a eso-me eché la trenza a un lado; azotó mi espalda, y la silla, con un chasquido escalofriante. Decidí reservarme eso de que había sido yo la que había trazado los planes de salida y huida que nunca habíamos llevado a cabo Perk y yo, al igual que me callé que llevaba semanas dándole vueltas al golpe de Estado que se cocía a fuego lento (demasiado) dentro de los muros de aquel hogar suyo que, seguramente, presumía de gobernar como una diosa omnipresente.
            -Y, sin embargo, pareces la más sensata de los dos. Tal vez tú sepas qué ha cambiado para que os podamos pillar.
            -¿Que estamos más cerca?-espeté sin pensar. Pero lo cierto era que, en ese momento, podía haber algún runner metido en algún conducto de ventilación, escuchando esa conversación desde las sombras, y podría hasta tenerla a tiro, estar analizando el lugar para volver y sacarnos de allí porque aún había esperanza… pero, claro, todo eso eran especulaciones, y no podía gritar ayuda en una habitación en la que la única persona que podía ayudarme abiertamente acababa de dejarse en ridículo.
            -Yo creo que tiene más que ver con que ahora os tenemos vigilados. Y con que usáis nuestros aparatos. Pero, sí, tal vez tengas razón-sonrió y terminó de bajar los escalones que nos separaban con delicadeza, para acercarse a nosotros lo más posible-. Todo eso al final viene porque os tenemos cerca, porque sois nuestros-saboreó la palabra mientras la escupía, como si fuera de esas palabras que te llenan la boca, del estilo de “goloso” o “mierda”, que rebotan en tu cabeza y en tu lengua antes de salir.
            -Vaya, creía que Estados Unidos había desaparecido y que Texas abolió la esclavitud antes de finales del siglo pasado. Ese concepto de “nuestros” no me termina de gustar. Seré una runner, pero también soy una persona, ¿sabes? No un mueble en el que puedas sentar ese culo que pide a gritos ser pateado.
            Iban a condenarme, iban a matarnos, así que había que solucionar el error de Perk. Reinstauraría el honor de los runners aunque me costase una tortura y una muerte lenta y dolorosa. Moriría como una mártir, sería una heroína secreta que nadie iba a recordar, pero moriría sabiéndolo, y eso sería morir feliz.
            -Hablas de tiempos pasados y de una libertad peligrosa, querida-se apoyó en la mesa, acercó su rostro al mío de tal forma que mis ojos no pudieran escapar de los suyos, pues las rutas de huida eran nulas-, pero te has olvidado de algo: estabas usando un instrumento, una bolita minúscula a la que llamamos “perla de hielo”… algo que les pertenece a los ángeles, porque les da alas, exactamente lo que te daba a ti.
            Vi cómo la mandíbula de Louis se endurecía.
            -¿Tienes algo que decir en tu defensa?
            Fruncí el ceño.
            -De todos los científicos que tenéis aquí, y de todos los nombres que se les podían ocurrir, ¿llamáis a la bola “perla de hielo”?-solté una carcajada que le arrancó una sonrisa a Perk, robada del rostro de mi interlocutora, que se ensombreció-. No me extraña que os superemos en astucia, la verdad. Es fácil esconderse de un gato si el gato es completamente imbécil.
            -Ríe lo que quieras, runner, pero hay algo que no puedes negar. Alguien te dio esa bola.
            Y se volvió hacia Louis.
            Sentí la sonrisa satisfecha de Blackfire, hija de años y años siendo el segundón, clavárseme en la espalda en su explosión como una estrella masiva. Toda la sangre de mi cuerpo se me heló en las venas, Perk dejó caer un segundo la mandíbula, Angelica se puso pálida, y Louis alzó una ceja.
            Ya no sólo iban a matarnos a nosotros; lo sabían. Lo sabían. Y Louis no luchaba por negarlo contra viento y marea. Es más, parecía hasta divertirle el hecho de que el tiranosaurio que amenazaba con comernos a mí y a Perk hubiera cambiado de idea en el último momento y hubiera decidido que él era una presa mejor, más apetitosa y nutritiva.
            -¿Tienes algo que decir, Louis?-ronroneó Bryce, que parecía estar disfrutando con todo eso a pesar de los previos aleteos de pestañas. Perk me miró de reojo, sabiendo lo nuestro, pero yo me limité a mantener la mirada clavada en la escena, demasiado asustada para moverme, demasiado asustada para respirar.
            Se me estaba formando un nudo en la garganta, y el gilipollas de Perk sólo me miraba porque ahora una tía se estaba acercando peligrosamente a mi ángel. Pues se podía ir a la mierda.
            Louis se pasó la mano por la mandíbula, acariciándose la barba como yo solía hacer con cada tío con el que mantenía una relación. Una sonrisa amaneció en sus labios, sonrisa que ni siquiera trató de esconder. Nos iban a matar a todos y la situación le hacía gracia.
            No había esperanza para la ciudad, y la situación le hacía gracia.
            Me cago en la puta.
            -Se lo he dado yo-admitió, encogiéndose de hombros, como si fueran cosas de críos y dos padres estuvieran peleándose por algo nimio.
            -Louis-espetamos Angelica y yo al unísono; ella casi dio un grito, lo mío fue un susurro que se perdió en el aire conquistado por la voz del semicisne.
            Bryce alzó una mano.
            -No, Angelica, déjalo hablar.
            Louis miró a Angelica un segundo, un único segundo, pero fue tiempo suficiente para que Angelica recobrara la compostura y volviera a ser la perra que había sido siempre con nosotros, esa criatura prepotente y chula que nos había encerrado con el mayor de los gustos. Cruzó los brazos y asintió despacio, como diciéndole: “venga, explícate, a ver cómo sales de ésta tú solo”.
            Louis descruzó las manos y salvó la distancia que había entre él y Bryce. Le puso las manos en el hombro y le dedicó una cálida sonrisa, la típica de no haber roto un plato, la que me había enseñado varias veces cuando lo conocí. Un pánico helado me recorrió las entrañas: ¿y si sabía lo que había pasado antes de que Perk y yo llegásemos a la Central? ¿Y si se había enterado de todo?
            Peor: ¿y si él, después de todo, había conseguido engañarme y había dejado que me relajara y que practicara como una runner para así conocer los movimientos y nuestra manera de proceder?
            Bajé la mirada, sopesando las ideas. La verdad era que todos los momentos juntos, hasta los peores, habían parecido sinceros, pero uno nunca podía terminar de fiarse de un ángel, por sinceros que parecieran sus ojos… ellos podían echar a volar, lejos de una conversación, lejos de una pelea, lejos de todo. Y nosotros no.
            Pero, entonces, ¿cómo se explicaba lo de mis alas virtuales?
            -¿Cuántas veces te he fallado, Bryce?-inclinó la cabeza a un lado; no esperó respuesta-. Exactamente. Ninguna. Es por eso que te pido que confíes en mí, una vez más, o que sigas haciéndolo como hasta ahora. Sé lo que me hago.
            Ella se liberó de sus manos y pasó a su lado, en dirección a las escaleras. Volvía a su trono; debía ser la reina quien dictara sentencia de muerte, y no otro, alguien débil e influenciable.
            -Nunca antes habíamos tenido runners en nuestra custodia. Entiéndeme, Louis. No podemos correr riesgos.
            -Al contrario: es precisamente ahora cuando tenemos que correrlos. Hay rumores de una revuelta.
            Las venas de Perk se mostraron sobre sus brazos; estaba haciendo fuerza para liberarse. Angelica nos dirigió una rápida mirada, y yo me puse pálida, viendo cómo todo se caía encima de nosotros. El mundo se derrumbaba a mi alrededor y no iba a poder gritar, porque los que me importaban estaban demasiado lejos para escucharme, y aunque me oyeran, no me harían caso.
            Todo había sido un juego, todo. Todo, todo, todo.
            -Ellos son la pieza clave para acabar con ella.
            Los brazos de Perk dejaron de tirar, Angelica inclinó la cabeza mientras observaba con renovada curiosidad y tranquilidad a Louis. Y yo fruncí el ceño. Las llamas y el hielo de mi interior dejaron de luchar; las piedras se detuvieron en el aire en plena caída, los gritos de silencio desaparecieron tal y como habían aparecido, y el corazón se me detuvo después de dar un latido, sólo uno, como si temiera hacer ruido y romper el hechizo.
            -Les hemos dado alas porque es lo único que nos mantiene por encima de los runners, así que, ¿qué pasaría si creásemos una nueva raza de agentes para el Gobierno? ¿Cómo nos recompensaría si acabásemos con la única y reticente resistencia que aún queda en la ciudad, oponiéndose a todo avance y complicando las misiones?
            Bryce tamborileó el bolígrafo contra sus labios sonrosados, y un atisbo de sonrisa robó su elasticidad. Su coro silencioso intercambió miradas interrogantes.
            -Continúa-invitó.
            -El plan era sencillo: trabajar con ellos para ver si las alas eran compatibles. Y lo son. Podríamos usarlos como armas. Todavía no hemos trazado bien el plan, ¿eh, Angie, Jack?-se volvió hacia sus compañeros, que asintieron rápidamente. Podrían arruinar su actuación de no tener Louis una magia hipnótica que hacía que no pudieras apartar la vista de él cuando él requería tu atención-. Tenemos todo cogido con alfileres, pero poco a poco esclareceremos los detalles.
            -¿Y por qué no nos lo dijiste?-intervino Blackfire. Bryce frunció el ceño ante esa pregunta sin permiso, pero lo indicó con la mano para que Louis le respondiera. Él apenas giró la cara para explicar:
            -No sabíamos cómo iba a funcionar, ni si la falta de entrenamiento sería un problema. No queríamos haceros perder el tiempo, y si no resultasen útiles, los habríamos matado nosotros mismos. Sólo cooperan con nosotros en lo relativo al vuelo, con lo demás, son herméticos-nos echó un vistazo a Perk y a mí. En sus ojos había una calma infinita, la de un océano que no tiene mareas-. Tampoco es que importe demasiado. Sabemos de sobra por nuestra cuenta, y hemos podido estudiar sus puntos débiles con cada entrenamiento… en definitiva, Blackfire-se volvió por primera vez hacia él-: son útiles. Han demostrado que pueden ayudarnos, así que por eso no los hemos matado, pero había que averiguar hasta qué punto podían ayudar. Y el descubrimiento es sorprendente-abrió los brazos, mirando a Bryce-: las perlas los aceptan, es… como si fueran de los nuestros. Y los hemos convertido en uno de los nuestros.
            -Ya, y, ¿qué sacan ellos?
            -Salir vivos de ésta-respondió él-. Hay cierta gloria en ser la última pareja de una raza extinta. Podríamos llegar a hablar bien de los suyos.
            -Y también volar-metió baza Angelica, adelantándose hacia el estrado. Sus alas níveas barrieron el suelo-. Todo el mundo quiere volar, incluidos los runners. Les salvaría de muchas cosas. Les haría inmortales, en cierta medida. Lo único que los mata, aparte de las balas que les disparamos, son las caídas que sufren. Teniendo alas, el problema desaparece.
            Bryce cruzó las piernas y paseó sus ojos de Perk a mí, de mí a Perk.
            -Tendré que pensar qué hago.
            -Vamos, Bryce-esta vez le tocó ronronear a Louis, que se inclinó hacia delante-. Hazme ese favor. Sé que te encantaría que te debiera algo.
            Se mostró complacida ante ese coqueteo desvergonzado; una humillación más de alguien que tenía alas ante alguien que no las tenía.
            -Sabes que siempre has sido mi favorito, hijo mío.
            Louis le sonrió.
            -Tenía esa impresión.
            Angelica se dio la vuelta y volvió a su sitio con una risita tiñéndole la cara. Perk y yo la miramos sin terminar de comprender, o sin querer hacerlo.
            -Está bien. Pueden conservar sus alas. Pero tenemos que comprobar que de verdad se han sincronizado con ellas.
            -De acuerdo, mañana los sacaremos a la Cúpula…
            -No-cortó ella-. Al aire libre. Sacadlos al amanecer. Así podrán probar que están con nosotros. La única manera de ver si un animal te pertenece es sacarlo de su jaula y esperar a ver si vuelve contigo. Sólo así podremos confiar en ellos.
            Jack y Angelica compartieron una sonrisa complacida, luego nos miraron a nosotros.
            Yo miré a Perk, cuyos ojos brillaban con una emoción que no había visto nunca antes.
            -Vamos a salir, Kat. Vamos a ver el sol de nuevo. Vamos a sentir el aire. Tenemos un pie fuera.
            Asentí, sintiendo cómo aquel sol que nos esperaba en una cuenta atrás florecía en mí. Dejé que me quitaran las esposas como en un sueño, observé cómo el coro de silencio se levantaba y desaparecía por sendas puertas ocultas, dejé que Jack me cogiera del brazo para sacarme de allí, ante la furia de Blackfire, que en un primer momento pareció querer negarse a hacerse a un lado… y casi sin verlo, sin darme cuenta, constaté que Louis se quedaba en la sala, con una Bryce que había bajado las escaleras que lo separaban de él carcajeándose mientras le tocaba el hombro… pero poco importaba aquello. Si era su concubina, que así fuera. Acababa de comprar mi libertad.

jueves, 16 de julio de 2015

Terivision: Ahora o nunca.

¡Hola, startie! Como ya viene siendo natural, te traigo la reseña de una película que vi ayer mismo en el cine (vivan los días en que está a 4€):

Ahora o nunca es una película española que, sorprendentemente, consigue evitar la típica trama que gira en torno a la Guerra Civil; parece que el cine va levantando cabeza, sin prisa, y esperemos que sin pausa.
En ella, unos enamorados María Valverde y Dani Rovira se las ven y se las desean para juntarse en el pequeño pueblo de Inglaterra en el que empezaron a salir, con el único objetivo de casarse. Pero, claro, todo es bastante más fácil cuando estás pensando en ello que cuando estás ejecutando el plan: desde una huelga de controladores aéreos a un intercambio de maletas, pasando por unos cuernos, la pareja tendrá que luchar (en ocasiones, hasta literalmente) para poder unirse en sagrado matrimonio.
Si estás esperando un Ocho apellidos vascos 2, te aconsejo que esperes sentado. Aunque Dani y Clara comparten cartel, su relación es prácticamente inexistente debido a la "sustituta" de Clara, María, que, aunque forma una pareja más o menos mona con Dani, no tiene la química ni da tanto juego como podrían dar el andaluz y la vasca.
Sin embargo, la película tiene sus momentos de risa, especialmente cuando se trata de los planos de Dani o, ¿por qué no? con las apariciones de Melody (a quien yo no me esperaba), que interpreta a la salada hermana del novio. El elenco tampoco tiene demasiado tiempo a lucirse, debido a que el metraje se concentra casi en su totalidad en los dos protagonistas, con sus respectivos secundarios, en su carrera por que el "mejor día de su vida" sea perfecto. Eso, unido a los cambios de idioma (que no están subtitulados, cosa que me parece un error debido a que no todo el mundo en este país domina el inglés lo suficiente como para plantarse a ver una película cuya piedra angular sea este idioma, y que se disfrutaría más si se supieran los problemas a los que se van enfrentando los personajes de primera mano), y algunas escenas totalmente surrealistas ayudan a construir una película que te hace pasar un buen rato... aunque su trasfondo filosófico es prácticamente nulo.
Lo mejor: la aparición del Recio con lo mejor del Recio y lo peor mandado a la mierda: ya no hay guarrillas pelirrojas, ni putitas, ni esas mierdas que tanto parecen gustarle a Telecirco.
Lo peor: Ahora o nunca intenta ser un Ocho apellidos vascos pero con más amor todavía. ¡Ale, venga, dalo todo! Love is in the air! ¡Lo podemos todo juntos!
Erika ha vomitado.
La molécula efervescente: SPOILER A PARTIR DE AQUÍ (más o menos, selecciona el texto para leerlo) la escena de los brownies en Ámsterdam. Chapó a Dani Rovira, oye. La señora que estaba en nuestra fila en el cine se quedó traumatizada, y no es para menos: el chaval la borda, hay que decirlo.
Grado cósmico: Planeta {3/5}
¿Y tú? ¿La has visto? Si es así, puedes contarme qué te pareció.
Y si no, pues... puedes contarme qué te ha parecido mi reseña en general, si te han dado ganas de verla o si se te han quitado.
Ya sabes, al igual que me gusta escribir, también me gusta leer ;)

sábado, 11 de julio de 2015

Daenerys de la Tormenta.

Si lo prefieres, puedes leer este capítulo en Wattpad haciendo clic aquí.

           Tenía la misma mirada de su tía, aunque el color era el de su padre, y los ojos, los de su madre.
            Pero sin duda la dureza y el cinismo, la armadura que había era de Gemma.
            Inclinó la cabeza a un lado cuando terminé de hablarle, sopesando mi respuesta y decidiendo si debía tenerla en cuenta, aceptarla, o si acaso se le aplicaba a ella. Pero yo ya había aprendido, hacía mucho tiempo, mucho antes incluso de que ella fuera un proyecto, que todo se le aplicaba a todo el mundo; de una manera o de otra, pero se les aplicaba.
            -Por muchos genes que tenga, sigue siendo inglés. Los ingleses sois unos estirados-se defendió, dando un sorbo del vaso que le había colocado frente a ella y vigilándome por encima del borde de éste, como si esperase un ataque por mi parte por haber insultado a todo mi país, a todos mis compatriotas, y sobre todo por haber ido a por mi hijo.
            Podían ofenderme muchas cosas, pero la verdad no era una de ellas.
            -¿Y yo te parezco un estirado?-me cachondeé. Me miró de arriba abajo, y luego se encogió de hombros.
            -No mucho-cedió, volviendo a beber y toqueteando el vaso como aquel personaje de Mujeres desesperadas cada vez que tenía una buena mano al póker-. Tu forma de ser es más americana que otra cosa. Creo que eso influye en que te prefiera a ti a los demás.
            -Así que me comporto como lo hacéis en las Colonias-dije, inclinándome hacia delante. Ella suspiró.
            -Podéis llamarnos así, pero seguimos siendo mil veces más que vosotros en todo. Más fuertes, más, más poderosos… tal vez nos hicierais, pero el alumno ha terminado superando al maestro.
            -Y yo no he dicho lo contrario. Un país que tiene varias franjas horarias se merece el respeto del mundo. Es por eso que Rusia está donde está.
            Se le borró la sonrisa de la boca. Puede que sus padres fueran europeos, que su padre fuera inglés y su madre española y no estuvieran metidos en esos líos que había entre las grandes potencias del mundo, que todavía conservaban sus tronos a pesar de que China e India peleaban por ellos, pero seguía siendo hija de su patria, de las típicas que celebraba el 4 de Julio a lo grande, que se sentaba en el porche a ver los fuegos artificiales y que se ponía la mano en el pecho cuando sonaba el himno nacional, incluso viéndolo por televisión.
            -No hay ninguna Nueva York en Rusia.
            -Grecia no tiene ningún rascacielos en el top 100 del mundo, y aun así tuvo el mayor imperio de toda la historia de la humanidad.
            -Mamá dice que en España hubo momentos en que nunca se ponía el sol.
            Alcé las cejas, sorprendido.
            -Así que Noemí que te habla de España.
            -Unos genes son de ahí; tengo que conocerlos. Que no hable ni una palabra del idioma no quiere decir que no sepa que puedo venir de conquistadores, y de reyes incas, y de ancestros que fueron dioses. Eso explicaría muchas cosas.
            -Y aun así te sientes atrapada en una jaula de cristal, a pesar de que puedes tener sangre inmortal en las venas.
            -Sé que la tengo-aseguró-. Nosotros lo somos; hemos hecho cosas con las que muchos ni se atreven a soñar. Eso ya nos deja un sitio en la humanidad que será imposible de borrar; no hasta que nos extingamos, o que nos pase algo que haga que todo lo que somos, esa “curiosidad” que supone nuestra esencia, se evapore como el agua de un lago en verano. Pero eso no quiere decir que a los dioses les guste estar encerrados en iglesias, ni que las estatuas que se hacen de ellos sean suficientes para representarlos en lo infinitos que son.
            Estudié sus facciones, seguras de sí mismas, con mucho cuidado.
            -Parece que no necesitas a nadie más.
            -Y no lo hago, pero estar sola a veces es muy… solitario. El aburrimiento hace de una vida cortísima una espera insufrible. Y yo no soporto esperar.
            Un destello de algo se asomó en sus ojos; los cruzó a toda velocidad, sin dejarme adivinar qué era. Pero supe que era algo malo: tal vez tristeza, tal vez rabia, puede que rencor. Las cosas no deberían ser así, una chiquilla de su edad no debería hablar de esa manera, por muy famosa que fuera ni por muy hija de quien era.
            Precisamente el hecho de que fuera hija de Harry y de Noe hacía que las piezas se volvieran incluso más difíciles de encajar. Los delirios de grandeza siempre habían sido de mi mujer, no de ellos.
            ¿Era por eso por lo que la habían enviado aquí? Mientras seguía picoteando de su plato, asegurándose de que no dejaba nada, me asaltó una sospecha como un gato salta sobre un ratón: puede que nos la enviasen porque habían visto en ella a la Eri de su edad, puede que supieran que, si no la juntaban con gente había estado en su misma situación, se convirtiera en una supernova y más tarde en un agujero negro, en lugar del sistema solar al que aspiraba todo aquel que tenía un hijo.
            Y, con todo, algo no terminaba de cuadrar. Eri nunca había hablado así; siempre había dependido de alguien para sentirse inmortal, infinita, como una diosa, y ese alguien había sido yo.
            Nadie se sentía de esa manera hasta que encontraba a alguien con quien sabía que debía pasar el resto de su vida.
            Entonces, ¿por qué estaba aquí?
            ¿Era por su facilidad para recuperarse de las cosas que le hacían daño?
            -¿Alguna vez has hablado de esto con tus padres?
            -¿De Tommy?-inquirió, jugueteando con su tenedor-. Apenas lo conocía.
            -No, de esto que me estás contando ahora a mí.
            Frunció los labios, el ceño y los ojos.
            -No… tampoco me han preguntado. No suelo ponerme a reflexionar porque sí. Me gusta que me ajusten los vestidos, ¿sabes? Pero nunca me vas a ver ir derecha a una talla que sé que no es la mía. Está bien que busques que las cosas encajen, pero no tienes por qué ir específicamente a por algo que  sabes que te va a dar problemas.
            Me di cuenta de que eran las 4 de la mañana y estaba teniendo una de las conversaciones más extrañas de mi vida con una chica extranjera que ni siquiera tenía la edad de mi hijo mayor.
            -¿Quieres más?
            -No, gracias-apartó el plato despacio, esperando a que alguien se lo recogiera. Ni siquiera me dirigió una mirada cuando se levantó y regresó al salón.
            Yo no era la criada de nadie, así que el plato se quedaría allí hasta que volviera a la cocina y lo pusiera en su lugar.
            Se sentó en el sofá, se pasó una manta por encima de las piernas y encendió la tele, aunque tuvo el cuidado de ponerla con el volumen lo bastante bajo como para que tuvieras que hacer un esfuerzo para poder escucharla. Yo me senté a su lado, en el otro extremo del sofá, con el ordenador en el regazo y las páginas y páginas de apuntes rodeándome cual cinturón de asteroides rodeando a un planeta que todavía se está formando.
            Aunque mis dedos me obedecían con una agilidad que pocas veces conseguía alcanzar, las palabras se rebelaban contra mí: luchaba por encontrar las rimas más sencillas, se me ahogaban las expresiones apenas las pescaba en el cerebro, y en mi cabeza no escuchaba la melodía que solía embargarme de noche, sino el barullo de una ciudad en hora punta, aquel que resulta tan horrible a quien lo experimenta de resaca.
            Harto de pelear conmigo mismo y sintiendo el fantasma del sueño sobrevolando mi cabeza, suspiré, cerré la tapa del ordenador y miré la tele sin llegar a ver lo que en ella sucedía.
            -Deberías dormir, Diana-murmuré por fin. Ella se volvió para estudiarme con unos ojos que estaban de acuerdo, pero una expresión desafiante: si por ella fuera, no dormiría ni un ápice en mi casa. Era su cruzada personal para demostrar que quería irse de allí.
            … Aunque no todo su ser.
            Había una parte de ella que podría disfrutar su estancia allí, si la dejaba tomar el control.
            -No tengo sueño-se atrevió a espetar. Y yo me tuve que echar a reír.
            -Ya, claro. En ese caso-murmuré, quitándomelo todo de encima y poniendo el ordenador a una distancia prudencial de ella, que tendría que estirar el brazo para recuperarlo-, nos vemos mañana por la mañana, cuando me vaya a trabajar.
            -¿Por qué haces todo eso? ¿Madrugar y tal? Eres millonario. Tú y Liam habéis sido los que mejor os lo habéis montado de los cinco, así que, ¿por qué aguantar críos?
            -Me gustan los críos. De lo contrario, no habría tenido 4. Y, por cierto, Zayn trabaja conmigo. Él enseña literatura, y yo, música.
            -Ya, papá me lo dijo. Y también me dijo que Zayn siempre era el que más sabía de libros.
            -Eri lee muchísimo, pero lo de Zayn es estar a otro nivel. No he conocido nunca a nadie que controle tanto, ¿sabes? Aunque, claro, teniendo el máster en literatura inglesa, no veo por qué debería saber él más que mi mujer.
            -Aun así, ¿por qué? Erais buenos.
            -Aún lo somos.
            -Sabes a qué me refiero. Podríais seguir viviendo de ello hasta que os retiraseis, con, no sé…
            -¿40 años?-sonreí, negando con la cabeza y colocando un cojín en su lugar.
            -En realidad, iba a decir… con más dinero del que estáis haciendo a base de aguantar a una panda de anormales.
            -Te sorprendería lo gratificante que es ver cómo una panda de anormales se convierte en gente con dos dedos de frente, con cabeza y con unos ideales que has ayudado a encontrar tú. Si no fuera por eso, la música no sería tan especial.
            -¿Porque la haces a las 3 de la mañana, cuando terminas de corregir exámenes?
            -Porque no dejo que se convierta en una rutina, sino en un lujo, y porque no tengo un horario fijo, sino que dejo que fluya a través de mí cuando me viene la inspiración.
            Echó un último vistazo a la tele, y se destapó y la apagó cuando yo estaba a medio camino de las escaleras. Me alcanzó de varias zancadas con esas piernas kilométricas que tanto le habían gustado a Tommy (el chaval no era tonto, después de todo).
            Fue entonces cuando me fijé más detenidamente en la sudadera que llevaba puesta.
            -¿Vas a dormir con eso?
            Se echó un vistazo al torso, y vi que se ponía colorada.
            -Perdón, yo… tenía frío, y la vi ahí, y…
            -No pasa nada. En realidad, soy el que menos se pone mi ropa últimamente. Esas son las ventajas de tener una familia-se mordió el labio-. Pero así ya sé que no tienes novio.
            -¿Por qué?-abrió mucho los ojos, y no fue a Gemma a quien tuve delante en ese instante, sino a su madre.
            -Porque si no, te habrías traído su sudadera de Nueva York.
            Me giré en redondo para irme, pero su siseo me detuvo.
            -¿No quieres que te la devuelva?-dijo, haciendo un gesto hacia las letras negras escritas como a lápiz sobre el fondo gris del pecho. Negué con la cabeza.
            -Es más de Eri que mía. Tendrás que pedirle a ella permiso para ponértela, no a mí. Créeme, no me molesta que la uses. Si mi hija pequeña no la lleva también, es porque apenas es más alta que uno de los brazos.
            Asintió con la confusión grabada en el rostro, se giró y escaló las escaleras que llevaban a su improvisada (o no tan improvisada) habitación. Yo suspiré y me metí en la mía, en la que una lámpara encendida me indicó que Eri sabía que me había levantado antes de tiempo.
            Me senté en mi lado de la cama y contemplé la ventana, deseando poder abrirla y estudiar las constelaciones que me habían vigilado a mí y a mis hijos, y que vigilarían a los hijos de los hijos de sus hijos durante todas sus vidas, muchos años después de que yo me hubiera convertido en poco más que un recuerdo, tal y como habían hecho ya con mis antepasados.
            -¿Dónde estabas?-preguntó una voz somnolienta detrás de mí, y un brazo me rodeó la cintura y una nariz me acarició la espalda-. Te he echado de menos.
            -Haciéndole la cena a Diana. Tenía hambre.
            Y supe que había metido la pata en cuanto lo dije.
            -¿Qué le preparaste?
            -El pollo a la Louis.
            Se incorporó sonriendo.
            -Te adoro. Larry es súper real.
            -Sí, mi vida, lo que tú digas-repliqué, metiéndome debajo de las sábanas y tumbándome.
            -Buenas noches-dijo, dándome un beso en la nariz-. Te voy a soñar teniendo sexo duro con Harry.
            Tuve que echarme a reír, otra vez.
            -Nos vemos en tus sueños, entonces.
            -Yo ya vivo en uno.
            La miré; estaba sonriendo.
            -Eres tonta.
            Se pegó un poco más a mí, me volvió a rodear la cintura y se acurrucó contra mí.
            -¿Estaba bien Diana?
            -Está muy jodida, Eri.
            Sus ojos encontraron los míos.
            -¿Cómo de jodida? ¿Cómo tú cuando se cargaron a Jon Nieve?
            -Joder-espeté, apartándola un poco de mí-. Fue un momento trágico para toda la humanidad que tiene corazón.
            -Gracias.
            Solté una risa sarcástica, incorporándome, y ella se levantó conmigo ¿íbamos a pelearnos en serio otra vez por la puñetera Daenerys a las 4 de la mañana?
            -No entiendo por qué te gusta.
            Sí, íbamos a tenerla.
            -Ni yo por qué a ti no te gusta.
            -Representaba una amenaza para el trono de Dany.
            -Hizo votos.
            -Los votos se rompen.
            -Yo no tengo pensado romper los míos, ¿y tú?
            -Ya me entiendes, Louis, joder, por una corona evidentemente mandarías a la mierda a la gente que te convierte en escudo humano. Además-se echó el pelo hacia atrás en ese gesto de “ven a por mí si tienes huevos”-, era un bastardo. Hijo de lobos y nieto de lobos. Un dragón no debería juntarse con esa clase de criaturas-arrugó la nariz.
            -Pues Dany se sentó con otro en el trono.
            -Ya, pero Tyrion era medio león. El león está por encima del lobo. Eso se le perdona; es como tú y como yo-sonrió-, somos un dragón y un león; estamos juntos, pero uno está por encima del otro. Lo sabemos, y lo aceptamos. En la diversidad está la riqueza.
            Le sostuve la mirada por más de medio minuto.
            -¿Qué?
            -Que nos estamos yendo del tema.
            -Es verdad. Diana. Vale, ¿qué le pasa?
            -Está como…
            Y entonces recordé qué había visto en sus ojos: exactamente el mismo chispazo que cuando Eri regresó a España antes de tiempo después de pelearse conmigo… y casi no volvió.
            -¿Como…?
            -Como tú antes de abrirte las muñecas.
            -Pero tiene los brazos limpios-murmuró con toda naturalidad-. Es en lo primero que me he fijado en cuanto he entrado por la puerta.
            -¿Y se ha dado cuenta?
            -Lo dudo. Soy buena.
            -Mm.
            Se hizo el silencio entre nosotros, uno de esos pocos silencios incómodos que a veces nos tocaba compartir.
            -Astrid me ha preguntado por qué me las hice.
            Este momento siempre llegaba, y era, sin duda, el más difícil de criar a nuestros hijos. Comparado con esto, la explicación de dónde venían los niños no era nada.
            -¿Y qué le respondiste?
            -Que no siempre había sido fuerte… y que había habido un tiempo en que tampoco había sido tuya, ni estado a tu lado, lo cual me daba fuerzas, compensaba mis defectos y debilidades…
            Se dio la vuelta en la cama, dándome la espalda. Me pegué a ella y le acaricié la mejilla.
            -No pude decirle que no fue porque no me quisieras, sino porque no me quería yo.
            -Basta, pequeña. Ese tiempo ha quedado atrás y no volverá.
            -Lo sé, pero… no deberían crecer viendo esto. Tus hijos no se merecen a una madre con brazos llenos de cicatrices; tú no te mereces….
            -¿A ti? Lo sé. Pero he tenido la suerte de conseguirte-le di la vuelta y la besé en la frente, ella me dedicó una sonrisa triste, que me partió el alma y me dio esperanzas a la vez.
            -Louis…-hasta se oía su sonrisa en su voz.
            -Eres lo mejor. Para ellos y para mí. Estas cicatrices casi invisibles son la mara de tu mortalidad. Gracias a ellas sé que no eres una diosa. Y eso es justo lo que necesitamos ahora, tanto nosotros como Diana: recordarle que es una humana, no una diosa, y que no está sola. Noemí no te la habría enviado si no creyera que la podrías ayudar. Y esto-pasé los dedos por aquellos brazos en suave relieve- no es más que una prueba de que, no importa lo duras que se pongan las cosas y lo mucho que luchemos por irnos, al final siempre se encuentra el camino, siempre hay esperanza, y siempre volvemos a casa. Vas a ser tú la que envíe a Diana a casa.
            -Ni siquiera sabemos qué le pasa, ni por qué nos la han enviado.

           -Mañana podremos averiguarlo, ¿no? De poco te sirve un mapa con una x si no sabes que estás buscando un tesoro.