martes, 27 de octubre de 2015

Tú serás el Louvre, pero yo soy el Vaticano.

Déjame decirte que es muy probable que, si me recomiendas una canción con intención de hacer que mis gustos cambien, no me voy a tomar la molestia de recordar qué canción era, ni quién el artista, pasados cinco minutos de que me lo menciones.
Decirte que, cuando insistas en que tome un sorbo de tu café, porque es el mejor capuccino que has probado en tu vida, es fácil que no lo haga, porque no me gusta el café, y no soporto cómo huele.
Decirte que te acompañaré hasta un bar si quieres, pero no pienso tomar una Pepsi si no me apetece.
Decirte que tal vez le eche un vistazo a ese libro del que hablas, si consigues romper la conexión que he hecho entre ése que tanto asco me dio, y el que me sugieres.
Decirte que no puedes estar más equivocado cuando te ríes de mí porque me gusta DiCaprio: sé que lo haces porque piensas que sólo veo sus películas porque es guapo, cuando, en realidad, las veo por lo que ese hombre le aporta el cine.
Decirte que eres gracioso cuando dices que odio a Katharine Hepburn porque Meryl nunca conseguirá sus Oscars. Porque, para empezar, Meryl no comparte ningún Oscar con nadie; a estas alturas, Katharine ya tenía “sólo” la mitad de uno. Porque, para seguir, Meryl aún está viva y puede superarla. Y porque, para terminar, Meryl no necesita meterse con la manera de actuar de otra persona (otra mujer, diciendo luchar por el respeto ecuánime entre los actores y las actrices) para destacar por encima de los demás, o negarse a aparecer en galas y tratar de boicotearlas desde dentro, porque siempre las luchas más eficaces han sido las que se iniciaban una vez se había cerrado la puerta.
Decirte que no me dejo arrastrar por la gente que me gusta, y que si una película de Angelina Jolie me desagrada, no voy a soportarla una hora.
Decirte que no le voy a dar una oportunidad a esa serie sólo porque a ti te parezca una obra maestra. Si a mí me parece una puta mierda, la dejo a los dos capítulos, y punto. No te debo nada, y no soy la cría estúpida y terca que peleó con sus arcadas un verano entero mientras veía Gossip Girl.
Decirte que no me importa que te dé asco que le dé besos a mi perro y que te ofenda que le rasque la barriga hasta encontrarle las cosquillas, sencillamente porque tú eres más de gatos.
Decirte que no voy a dejar que me lleves en coche a la universidad, existiendo los autobuses y, oh, sí. El cambio climático.
Decirte que no vas a conseguir que me esconda para hacer las cosas que me gustan, cariño. Yo ya tuve 14 años una vez, hace un lustro. ¿Te lo puedes creer?
Déjame decirte, aunque creo que ya lo sabes, el por qué: me quieres robar tiempo, me estás robando tiempo; te estás proyectando sobre mí, como si tú fueras la Mona Lisa y yo el lienzo blanco de un estudiante de arte.
Corazón, puede que tú seas la Mona Lisa, pero yo soy la puta Capilla Sixtina.

sábado, 24 de octubre de 2015

Hogwarts no existe y, a la vez, Hogwarts eres tú.

Cada cosa que vives es una parte de ti; cada cosa que absorbes entra a formar parte de tu alma y no la abandona jamás.
Por ejemplo: ¿el mundo de Harry Potter no es real?
El patronus es lo que invocas cuando defiendes a alguien que lo está pasando mal de la persona que se aprovecha de ella.
Gryffindor es eso que te hace defenderla.
Hufflepuff es lo que te hace querer defenderla.
Ravenclaw es lo que te hace abrir un libro, o coger una peli, y empezarla.
Slytherin es lo que te hace estudiar para conseguir lo que deseas.
Hufflepuff es lo que te hace abrazar muy, muy fuerte a un amigo después de mucho tiempo sin verlo.
Gryffindor es lo que te hace ser lo suficientemente cabezota como para no dejar de hacer algo hasta que te salga bien.
Slytherin es lo que te hace ponerte una meta y no parar hasta conseguirla.
Ravenclaw es lo que te hace pinchar en un enlace para descubrir qué esconde.
Ravenclaw es lo que te hace levantar la vista por las noches y preguntarte qué nombre tendrán las constelaciones que, seguro, están ahí, sólo que tú no puedes verlas.
Hufflepuff es lo que te empuja a sonreírle a una persona que está sola e invitarla a entrar en tu grupo.
Gryffindor es lo que hace que enloquezcas cuando alguien se mete con alguien a quien quieres.
Slytherin es esa vocecita en tu cabeza que te obliga a esforzarte por ser la mejor versión de ti mismo.
Hufflepuff es esa vocecita que habla a través de tu boca cuando alguien es demasiado exigente.
El felix felicis es reírte por la calle sin importar que el resto de la gente te mire, porque estás con tus amigos, o con ese alguien especial.
Ejecutas bien el wingardium leviosa cada vez que lanzas tus calcetines al aire para recogerlos con la mano con los pies.
El pensadero no tiene agua, propiamente dicha, sino palabras: la fuente más inagotable de magia; es el diario que escondes en el último cajón, por miedo a que alguien lo encuentre.
La recordadora son los post its en la puerta, intentando decirte que no te olvides de coger el paraguas.
El espejo de Oesed son esas imágenes que tu cerebro imprime detrás de tus párpados cuando vas a soplar las velas de tu cumpleaños, o una pestaña, o cuando simplemente cierras los ojos ante las 11:11.
Los dementores son esos días negros en los que no te apetece hacer nada más que meterte en la cama y olvidarte del mundo y que él se olvide de ti, que siga su curso y te deje allí.
Puede que las fotos no se muevan, pero sí cobran vida cuando las miras: en tu cabeza, los sonidos y los olores de aquel lugar y de aquellas personas resuenan como si volvieras a estar allí.
Y tu cama va a estar ahí siempre, para darte la bienvenida a tu casa.
Puede que nadie de más de dos metros haya echado abajo la puerta de tu casa y te haya dicho que eres un mago, o que no te haya llegado ninguna carta convocándote a tu educación mágica, pero, ¿por qué tiene que significar eso que no tengas magia en las venas? ¿Por qué no puedes hacer magia con sólo cerrar los ojos?

Por supuesto que tenemos alma, y es probable que ésta nunca vaya al cielo, pero, ¿qué tiene de malo que muchas cosas pasen dentro de ella? Por supuesto que tienen que pasar dentro de ella, pero, ¿por qué demonios no debería significar eso, que no son reales?

domingo, 18 de octubre de 2015

Sobrevivir está sobrevalorado.

Tienes todo el derecho del mundo a sentirte encerrado en tu propio cuerpo, a cometer errores, a querer mejorar tu vida. Es precisamente eso lo que hace que todos avancemos, que el mundo evolucione.
¡Por supuesto que puedes ponerte en forma! No dejes que nadie te diga lo contrario, ni que nadie te imponga un amor hipotético que tú ni siquiera sientes, porque, en el fondo, sabes que puedes mejorar todo lo que quieras de ti. Nadie es perfecto ni necesita sentírselo, así que, ¿por qué dejar que los demás te obliguen a tratarte como si lo fueras?
¡Claro que puedes remodelar tu habitación! Es tu espacio, es donde duermes, es donde tu cuerpo desconecta y recarga las pilas. ¿Qué menos que permitirte el lujo de abrir los ojos cada día y ver algo que te gusta? ¿Qué menos que dormirte con el olor a frutas que tanto te encanta, y despertarte con ese mismo olor? ¿Por qué no ibas a poder tener un espacio para bailar, o sentarte en el suelo, o simplemente estar quieto, disfrutando de un lugar en el que te puedes mover libremente?
¡Claro que te mereces un cambio en tu vida! No necesitas esperar a que esos pantalones se desgasten demasiado, o a que esa camiseta termine cedida por los miles de lavados. Date un capricho de vez en cuando, mímate, sabe que eres especial.
Quiérete hasta donde tú creas conveniente, cambia lo que creas que necesites cambiar… porque si piensas que, por ejemplo, teniendo el vientre un poco más plano, el pelo un poco más largo o tus redes sociales un poco más abandonadas, serás más feliz, es porque seguramente sea así. La única persona que te puede imponer algo eres tú mismo.
Haz dieta, si crees que debes.
Haz ejercicio, si crees que debes.
Aprende más idiomas, si crees que debes.
Estudia más, si crees que debes.
Vete un poco más de fiesta, si crees que debes.
Es probable que ni siquiera vivas un siglo en este planeta, el único planeta que sepas que tiene vida. Y te ha tocado ser tú. De los 7 mil millones de personas que hay en esta bolita que flota en el espacio, has tenido que ser precisamente tú. “Tú eres buena. Tú eres lista. Tú eres importante”.
Te mereces disfrutar de este siglo que te han regalado, y no hay mejor manera de disfrutar que sentir que estás haciendo todo lo que has podido por ser feliz. No hay mejor sensación que estar sentada en el jardín de tu casa, mirando correr a tu perro, y pensar, de repente y sin más, en lo agradecida que estás de estar viva. Yo lo hice ayer.
Permítete hacerlo tú algún día.

jueves, 15 de octubre de 2015

Tus hipotéticas bombas atómicas.

¿Tiene derecho la hoja a echarle la culpa al viento que la arranca de su árbol en otoño y la envía lejos a explorar el mundo?
¿Tiene derecho la casa de madera a reclamarle el huracán que se lleve el tejado a su paso?
¿Tiene derecho la flor a protestarle a la nube que le tape el sol?
¿Tiene derecho la manzana a reñirle al pájaro que va a picotearla?
¿Tiene derecho la gacela a enfadarse con el guepardo por cazarla para comérsela?
¿Puede decirle algo la Tierra a la Luna por interponerse entre ella y el sol?
¿Acaso pueden las auroras boreales quejarse de la radiación solar?
¿Puedes tú decir que no te quieres debido a los medios de comunicación y la imagen de belleza que te “están imponiendo tranquilamente”?
Seguro que has querido cambiar la respuesta, que has escalado por las preguntas y has pensado “oye, pues, en realidad, ”, sólo para justificarte ante algo que ya sabes: si no te quieres, es por ti, no es por los demás. Porque dejas que la gente piense por ti, que te diga qué ha de gustarte, que te diga a qué aspirar.
Pero, claro, ese bombardeo es continuo, y uno termina cediendo, y acaba pasando lo que pasa, ¿no es así?
Seguramente yo haya vivido en otro planeta, sola, durante mis 19 años de existencia. Puede que por eso sea inmune a lo que la publicidad intenta hacerme creer, ver, pensar. Puede que por eso valore mis ideas de lo hermoso y lo feo por encima de lo que una corporativa intenta implantarme en la cabeza.
Tal vez por eso yo me dé cuenta de que puedes absorber algo hasta llegar a entenderlo, sin necesidad de compartirlo.
Quizás yo, en el fondo, sea un búnker, y tú nada más que una diana.
O… ¿no serás un búnker, con la puerta abierta?

domingo, 11 de octubre de 2015

Carpe Dianam.

Si lo prefieres, puedes leer este capítulo en Wattpad haciendo clic aquí.

               Creo que nunca, en mi vida, agradecería tanto el haber tenido una hermana más pequeña que yo, como el momento en que me encontré a Diana llorando en el sofá. Estaba dispuesto a consolarla, a apretarla entre mis brazos y decirle que todo estaría bien y que no debía preocuparse, a ofrecerme a partirle las piernas al hijo de puta que le hubiera hecho sentirse así… incluso si fuera yo. Pero no hizo falta; con la habilidad de quien esconde sus debilidades porque sabe que son lo primero que atacarán, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y se me quedó mirando con el desafío en la mirada, deseando que le preguntara qué le pasaba para poder contestarme como seguramente me merecía.
               Pregúntame por qué estaba llorando, porque los dos sabemos que mis ojos rojos no son por la consola.
               -La comida está lista, ¿tienes hambre?-inquirí, después de que su mirada se me hiciera insoportable. Asintió despacio-. Pues venga, americana.
               Tenía experiencia tendiendo la mano. Detestaba pensarlo, pero al único al que no había tenido que levantar nunca en ninguna ocasión de mi familia era a mi padre. Nunca se había roto delante de mí, y se lo agradecía, pero todos los demás habían necesitado que los ayudara a levantarse y seguir caminando.
               Incluida mamá.
               Incluido Scott.
               Y, seguramente suene como un hijo de puta diciendo esto, pero no sé cuál de los dos me dolió más.
               Scott, sentado en el suelo del baño, con los ojos rojos y las piernas clavadas en el pecho, negándose a moverse después de enterarse de que le habían puesto los cuernos.
               Mi madre, tirada en el suelo del baño, suplicándome que la dejara donde estaba y que esperase a que llegara papá, que él tenía que encargarse de ella, que tampoco era tan grave, que yo no podía levantarla porque era antinatural. No tenía cáncer, sus piernas respondían (todavía, añadió, y fue eso precisamente lo que me hizo tirar de ella), así que no debía levantarla.
               Desobedecí, inmediatamente, aunque uno no mediara palabra, sino que me lo dijera con la rigidez de su cuerpo, y la otra llorase con más fuerza por tener que suplicar que no la ayudaran, o por dejarse ver así.
               Pero noté algo diferente en cómo se levantó Diana: me acarició la mano con los dedos mientras se aseguraba en mi muñeca, como si ella me agradeciera lo que estuviera haciendo aunque detestase que lo hiciese. Scott había protestado con gruñidos, se había negado a ayudarme a pasarle el brazo por encima de mi cuello, y mamá… bueno, pensé que le tendría que cruzar la cara, pero al final no hizo falta. Sólo tuve que tirar de ella.
               La caricia hizo que algo dentro de mí se estremeciera, pero no dejé que lo notara. Si agradecías que te salvaran era porque estabas al borde de no poder ser salvado, aunque tú es no podías saberlo.
               Y Diana, estaba claro, no iba a dejar que ese pensamiento se formara en su cabeza.
               -No necesitarás que te lleve a cuestas, ¿verdad? No deben de servirte de mucho, esas piernuchas.
               Ella se rió; era justo lo que yo quería. El precipicio se alejaba.
               -No creo que pudieras llevarme con esos brazos de mierda que tienes-susurró, frotándose los ojos y apoyando su peso en mí. La verdad era que sí, podría cargarla a ella y a otra como ella, pero dejé que se creyera la ganadora en ese momento. Se estaba recomponiendo, y yo no tenía ningún derecho a hacer que volviera a romperse.
               Se volvió un momento, justo cuando estábamos cruzando la puerta, y murmuró:
               -No hemos apagado el juego.
               -No pasa nada-repliqué.
               No fue hasta que terminamos de subir las escaleras y aparecimos en la parte trasera del salón que me di cuenta de que todavía seguía dándole la mano. Ella también lo notó en ese instante, contempló nuestros dedos entrelazados con gesto de estupefacción, como si le hubiera brotado un ojo en la mano y hubiera comenzado a ver a través de él.
               Se separó de mí, y una parte de mí la odió por ello. Carraspeó sonoramente, se echó el pelo a un lado y echó a andar por mi casa con gesto gráciles, los de quien se gana la vida literalmente paseando.
               Joder, T escuché reírse en mi cabeza a Scott cuando se me fueron los ojos a su culo. Debería intentar excusarme, decir que estaba en pleno campo de visión y que la culpa no podía ser mía, que ningún jurado me condenaría, pero, ¿qué cojones? La verdad es que quise mirar, y no lo lamenté.
               De hecho, me ayudó a entender por qué había conseguido tantas portadas.
               -Apaga la tele, Tommy-espetó mi madre, poniendo los ojos en blanco y colocando los platos con la comida en la mesa. Diana miró en todas direcciones, decidiendo en qué huequecito esconderse: era la primera vez que estaba con toda mi familia en la misma habitación.
               -Déjala, Eri. Quiero ruido de fondo para interrogar a Diana-se cachondeó papá. Mamá le dirigió una mirada envenenada.
               -No saques el agua, ya lo hago yo.
               -Acabo de venir de trabajar-protestó él, alzando las manos.
               Toda la cocina se quedó en silencio, observando a mi madre. Sabíamos de sobra lo que venía, y la americana parecía sospecharlo.
               -Papá…-llegó a decir Eleanor, estupefacta.
               -¿Sabes cuánto tiempo aguanté tener a tus putos hijos dentro? ¿Lo sabes?
               -No, nena-respondió él, aunque lo sabía de sobra. Era una operación sencilla, incluso Astrid sabía ya hacerlo. Cuatro, multiplicado por nueve, era igual a…
               -¡36 MESES! ¿CUÁNTO TIEMPO ES ESO?
               Treinta y seis, dividido entre 12, era igual a…
               -¡TRES JODIDÍSIMOS AÑOS! ¡ENTEROS! ¡ARRASTRANDO A GENTE DENTRO DE MÍ! ¡Y TODAVÍA LE ERA ÚTIL A LA SOCIEDAD! ¡A ESTA CASA! ¡A TI!
               Diana no podía creerse el espectáculo al que estaba asistiendo. Parecía al borde de un ataque de risa histérica. Me puse a su lado y la pellizqué. No te rías ahora le dije con los ojos, o vendrá a por todos nosotros, y bien sabe Dios que os habríais rendido a los casacas rojas si mi madre hubiera puesto un pie en vuestro continente.
               -¡Y LOS PARTOS!
               Astrid y Dan se miraron, divertidísimos. Cualquier día se empezaban a descojonar, y yo me quedaría sin hermanos del mismo sexo que el mío.
               -¡¿CUÁNTOS HAS AGUANTADO TÚ, EH?! ¿CUÁNTOS?
               -Ninguno, nena-cedió papá, levantándose.
               -¡PUES NO ME TOQUES LOS HUEVOS! ¡NO TENGAS LOS COJONAZOS TAN INMENSOS COMO PARA DECIRME QUE ESTÁS TAN CANSADO DE HABLAR, COSA QUE TE ENCANTA, COMO PARA NO IR A LA PUTÍSIMA NEVERA Y COGER EL AGUA!
               Papá colocó despacio la botella de agua encima de la mesa. Astrid la alcanzó.
               -Perdón.
               -¡GRACIAS, OH DIOS TODOPODEROSO!-mamá alzó las manos al cielo-. ¡MI MARIDO NO SE HA QUEDADO PARALÍTICO DEL ESFUERZO! ¡NO TENDREMOS QUE VIVIR DE NINGUNA PENSIÓN DEL GOBIERNO! ¡GRANDE ES TU GLORIA Y BUENO TU CORAZÓN!
               Vale, eso era una añadidura a la que no estábamos preparados. Eleanor se volvió hacia mí con los ojos cerrados; se estaba mordiendo los labios.
               -¿A QUE NO HA SIDO TAN DIFÍCIL?
               Papá no respondió, sólo se la quedó mirando.
               -¿Cuánto tiempo vas a estar montándome estos pollos?
               El descojone incipiente de Eleanor y mío murió antes de nacer. Nos giramos a mirar a mamá.

sábado, 10 de octubre de 2015

Terivision: Mr. Mercedes.

¡Hola, Startie! Después de un parón inmenso con los Terivision de libros, hoy, sorprendentemente, no te traigo una película, ni serie. Te traigo un libro, que me regalaron por mi cumpleaños, y se trata de:


¡Mr. Mercedes, de Stephen King! Es del año 2014, pero como la traducción es un trabajo lento, costoso, pero agradecido, en España no se publicó en castellano hasta 2015.
Tengo que advertirte de que Mr. Mercedes no es el típico libro gore de King (recordemos que empezó con Carrie, y terror, lo que se dice terror, no debe de ser, dado que he sido capaz de ver la película) y que se basa más en desmembrar a personajes que en hacernos pasar miedo (aunque con It también quiso salirse un poco de su línea). Mr. Mercedes trata, pues, de un asesinato cometido en una pequeña ciudad, pero no un asesinato cualquiera: antes de que salga el sol, un Mercedes (qué ironía, ¿no? Bien podía ser un Ferrari, sobre todo teniendo en cuenta el título) arremete contra varias docenas de personas que hacen cola para entrar a la Feria del Empleo municipal. Deja varios muertos y heridos, y el conductor, sorprendentemente, desaparece sin dar ningunas pistas de su identidad.
Un año después, el Inspector Hodges, ya retirado, recibe una carta de un individuo que dice ser el “asesino del Mercedes”, como lo llaman en la prensa… y Hodges tiene una razón para dejar de meterse la pistola de su padre en la boca e imaginar qué se sentiría al pegarse un tiro.
Si dijera que no me ha gustado el libro por separarse más o menos de lo que es Stephen King, estaría mintiendo. Es cierto que no tengo mucha base de novelas policíacas, pero, a pesar de que los movimientos son muy predecibles (estoy segura de que él no quiere que lo veas venir, pero es como un tren que intenta no hacer ruido; tarde o temprano vas a terminar escuchándolo y te vas a girar y verás la locomotora), el libro se deja leer y disfrutar. King ahonda en el trasfondo psicológico de los personajes, y esboza una personalidad de psicópata con tanta destreza que no puedes ni sentir lástima por Brady, el otro protagonista, ni tampoco rabia: él es así, él ve el mundo de esta manera, él se justifica, él es cínico, y tú llegas a entenderlo. No lo excusas, pero viendo su entorno a través de la lente cínica que es su cabeza, comprendes cada paso que da… aunque tú no lo hicieras, ni de coña.
Eso sí, este libro no es It. No te da miedo, no te sientes vacía cuando acaba (de hecho, sientes que este libro acaba, y no me explico cómo pretende este hombre hacer una trilogía de él), no te entristece el final, sea bueno o malo. Está bien para pasar un fin de semana, y lo disfrutarás, pero no es ni de coña una obra maestra.
Lo mejor: ver la historia desde dos perspectivas: la del inspector y la del asesino. Ver cómo se cruzan, ver cómo se adelanta el uno a los pasos del otro.
Lo peor: el final pretende ser abierto para dar paso a una secuela, pero no sé de dónde va a sacar la chica para seguir con esta historia. Los dos hilos conductores de este libro son lo que ha matado a sus posibles hijos.
La molécula efervescente: la portada, con un paraguas azul claro destacando sobre los demás, oscuros, en una metáfora de lo que te vas a encontrar dentro (porque, adelanto, los dos protagonistas interactúan sin llegar a conocerse).
Grado cósmico: Planeta [3/5].

¿Y tú? ¿Tienes algo que decir?
Pues ya sabes qué hacer. ᵔᵕᵔ