jueves, 30 de junio de 2016

Accidentes premeditados.

Tú: Otra vez, la plasta de Erika con sus puñeteros mensajitos antes de la entrada, ¡cállate ya, cansina!
Sí, la verdad es que te imagino así, pero el mensaje que te traigo hoy es bastante diferente de los demás. No es feliz, más bien, un poco melancólico. Éste capítulo será el "último" durante cerca de 10 días. A partir de mañana, y aproximadamente hasta el día 8, no podré escribir nada, lo cual no implica que no te vaya a echar de menos igual que a mis chiquillos de Chasing the stars. Eso sí, espero tus comentarios con impaciencia  
Me tomaré un zumo de piña en tu honor, ¡feliz semanita de descanso de tanto salseo! 
Scott no ponía el modo avión como yo en el móvil cuando se acostaba, porque le daba igual que el teléfono emitiera señales electromagnéticas que, a la fuerza, te tenían que terminar dejando tonto.
               No estaba comprobado científicamente, pero entre arriesgarme a lesiones cerebrales y que encima la batería del teléfono me durase menos, o dormir tranquila, con el móvil descansando y gastando apenas un 1% de batería, elegía lo último.
               Él, no.
               Era un temerario, le gustaba vivir al límite.
               Eso sí, no había día que no se acostara sin poner el modo “no molestar”. La luna siempre terminaba apareciendo cuando se acostaba, igual que lo hacía la de verdad.
               -Steve Jobs me ha dedicado esta mierda-le decía a Tommy cada vez que mi hermano le dijera que quitara los datos, las llamadas, en fin, toda conexión con el mundo exterior, en referencia al símbolo de su religión-, no lo voy a dejar en la estacada así como así.
               -Steve Jobs murió antes de que apareciera ese modo-gruñía Tommy, y, si estaban compartiendo cama, tiraba de la manta hasta destapar a Scott y ganarse una patada.
               -Que me comas los cojones, Thomas.
               Pero su luna no bloqueaba las llamadas de los contactos que tenía en favoritos: su padre, su madre, y mi hermano. Es curioso cómo no guardaba a ninguna de sus hermanas con una estrella al lado de su nombre; probablemente no se fiaba de que no lo llamasen en medio de clase sólo para conseguir que lo echaran. Sí, tenía que ser eso.
               Marcaba siempre el número de Tommy de memoria, casi sin mirar, y mi hermano hacía lo mismo, pero se mantenían el uno al otro con la estrellita precisamente para enterarse de si se necesitaban.
               Es por eso que la pantalla del teléfono se encendió un segundo antes de que comenzara a sonar. Yo suspiré, me incorporé un poco mientras él bufaba, se daba la vuelta y cogía el teléfono sin mirar quién le llamaba. Sólo podían ser tres personas; las reconocería por la voz.
               -¿Sí?-preguntó, y mi hermano empezó a chillar al otro lado de la línea-. Joder, Tommy, me cago en dios, son las tres de la madrugada, ¿qué cojones quieres?
               Encendí la luz y me senté sobre las piernas cruzadas. Me dejó sin aliento verlo desnudo a mi lado, con el pelo alborotado, los ojos entrecerrados y el ceño fruncido intentando descifrar los gritos de Tommy.
               -¡… TRAICIONAR MI CONFIANZA DE MANERA SEMEJANTE, DESPUÉS DE TODO LO QUE HE HECHO POR TI, DESPUÉS DE TODOS LOS RECURSOS QUE TE HE MANDADO, TENÍAMOS UNA RELACIÓN ESPECIAL Y TÚ LA HAS JODIDO POR CULPA DE TU AVARICIA! ¡CÓMO COJONES TE AREVES A DECLARARME LA GUERRA E INVADIR MI ALDEA, ESTO ES LA PUTÍSIMA GUERRA, PREPÁRATE PARA SUFRIR, MALIK!
               Y colgó sin darle tiempo a responder mientras el monstruo de mi interior, al que Scott alimentaba, pasaba sus zarpas por los barrotes de su jaula. Quería follármelo pero estaba demasiado cansada. Además, ya lo habíamos hecho de noche muchas más veces. Sabía cómo era.
               En cambio, todavía tenía cosas que investigar del sexo de día.
               Juraría que el sol nos espabilaba más.
               Se tumbó sobre su vientre y su expresión concentrada brilló con luz propia cuando apagué la luz y me volví a tumbar. Le di la espalda, pero tiró de mí para tener nuestros cuerpos en continuo contacto. Le acaricié una pierna y lo visualicé sonriendo.
               -¿Qué haces?-murmuré, con los ojos cerrados, arrebujándome bajo las mantas, metiendo las manos debajo de la almohada y suspirando de satisfacción al sentir el calor que manaba de su cuerpo.
               Los hombres son estufas.
               Está comprobado científicamente.
               -Tengo una posición estratégica, ni de coña ese hijo de puta va a darle la vuelta a la situación.
               -Da la luz, te vas a quedar ciego mirando eso-aconsejé, deslizándome un poco más por las mantas, tapándome hasta la nariz. Le bajó el brillo a la pantalla-. Scott, me cago en mi puta madre.
               -Vale, joder-replicó, estirándose y encendiendo su lámpara.
               Mm, sí. Estáis cabreados los dos. Podríais probar a follar enfadados. Seguro que echa unos polvos de rabia estupendos.
               Como si los demás no lo fueran.
               -Apaga esa mierda, Scott-ordené después de aguantar más de 10 minutos la luz que se colaba por mis párpados.
               -El hijo de puta ha conseguido un dragón y no me lo dice, se va a cagar, me voy a cargar a su reina y sus hijos, a ver qué cojones hace cuando se vea sin descendencia, seguro que provoco una guerra civil-y se echó a reír con malicia.
               -Scott.
               -Vale, vale, ya voy.
               Siguió sin hacerme caso.
               -¡Scott!-bramé.
               -Que ya voy, hostia.
               Uf, mira qué enfadados estáis.
               Le acaricié una pierna muy, muy despacio.
               -¿Qué tengo que hacer para que pares?
               -Ponerte cariñosa-contestó sin pensar, de manera automática, igual que me había dicho que esperaba que mi maquillaje no fuera lo único que se corría la noche en que nos enrollamos por primera vez.
               Me encantaba que fuera tan impulsivo, que soltara la lengua antes de pensar. Me hacía valorar más todo lo que me decía. Que me follaría muy fuerte, que me quería como no había querido a nadie, que yo se lo hacía como no se lo había hecho otra, que era la cosa más bonita con la que se había cruzado… sabía que le salía de dentro, que era su alma la que hablaba y su lengua realizaba una traducción simultánea del idioma que todo el mundo habla pero que nadie sabe poner por palabras, al que utilizamos para comunicarnos.
               Tenía que darle 10 hijos. A poder ser, todos chicos. A poder ser, copias de él. Tenía que conseguir una carrera en la que escudarme para obligarle a hacer de nuestros retoños clones suyos, copias a su imagen y semejanza, que fueran igual de chulos y tiernos como él.
               Me volví, le acaricié la espalda, le besé el hombro y fui subiendo por el cuello. Vi de reojo cómo intentaba repeler a las hordas de Tommy.
               -Le estás haciendo caso al Tomlinson equivocado-susurré.
               Tomó aire y lo soltó muy despacio.
               -Di mi nombre, Eleanor.
               -Scott-susurré en su oído, acariciándole el lóbulo de la oreja con mis labios.
               -Dios, por esa boca, me desinstalaría el juego-respondió-. Y eso que tengo un imperio comparable al de mis ancestros-informó-. Al Andalus 2.0, perra.
               -Scott-Andalus, quizás.
               -Sí, algo así-respondió, apagando la pantalla del teléfono y dejándolo encima de la mesilla de noche. Senté a horcajadas encima de él.
               -Estás cansada-susurró.
               -Tú también-acusé.
               -Vamos a palmarla de agotamiento.
               -Inshallah-dije yo, la única palabra en árabe que había aprendido a lo largo de mi vida. Sonrió debajo de mí. Me pasó las manos por las rodillas, subiendo por mis muslos, deteniéndose en mis caderas.

lunes, 27 de junio de 2016

Cachalotes tramposos intergalácticos.

¡Hola! Vuelvo a daros el coñazo con un mensaje antes del capítulo en sí, pero es que, si no lo digo, reviento. Muchísimas gracias  por los casi 60 comentarios de la anterior entrada, no sabéis lo feliz que me habéis hecho por la ilusión que me hacía que al menos un capítulo superara los 100 comentarios (contando mis respuestas, evidentemente). Fui un poco imbécil no dándome cuenta de que muchas estaríais celebrando San Juan, y si soy sincera me cabreé un poco pensando que no ibais a poder leerlo, pero habéis sido más listas y buenas de lo que yo me merezco. Casi me pongo a gritar cuando me meto al día siguiente y veo 41 comentarios, y 44, y 47, y subiendo...
En resumen: gracias por reaccionar tan bien a esta novela, por dedicarme unos minutos de vuestro tiempo extras contándome qué os parece. Yo construyo Chasing the stars, pero sois vosotras (+Guillermo) las que la hacéis grande.
Y dicho esto... disfrutad del capítulo más explícito de toda a novela (al menos, hasta la fecha). Con bombona de oxígeno cerca, a poder ser.


Viernes por la tarde.
               Me quedé tumbada, recobrando el aliento, mientras él se incorporaba un poco y me observaba con orgullo. Había hecho que me estremeciera, gritara su nombre, me rompiera y me recompusiera con una facilidad increíble.
               No había sentido eso con ningún otro chico; a los demás les había costado dios y ayuda hacerme llegar a la mitad del camino, pero Scott lo hacía todo tan fácil…
               Nos miramos el uno al otro; el sol se acababa de poner, pero todavía quedaban en el cielo los recuerdos de su existencia. De ser un cadáver, aún estaría caliente.
               -¿Qué?-susurré, con las mejillas sonrosadas, el pelo alborotado (¡y las medias de color!... es broma, soy una Tomlinson, ser gilipollas me viene de familia) y los ojos brillantes por el sexo… y por estar mirando al chico con el que quería pasar el resto de mi vida, el chico con el que había pasado toda mi vida.
               -Nada-respondió, se mordió el labio y algo en mi interior, que estando él cerca espabilaba rápidamente, se desperezó. Me moriría de agotamiento, pero no de ganas de tenerlo dentro de mí-, es sólo que…
               -¿Qué?-murmuré, y sabía que venía algo bonito, porque Scott me tenía acostumbrada a ello. Cuando Tommy se pasaba conmigo, él me defendía. Cuando yo quería un juguete, él me lo cedía.
               Cuando había empezado a tontear con él, lejos de ponerme en mi sitio y rechazarme de plano para que yo no le tomara la delantera, él me había correspondido…
               … pero porque llevaba queriéndome, en secreto y en silencio, sin darse cuenta ni siquiera él, desde que nací.
               -… eres preciosa, El, pero… cuando estás en la cama, después de acostarnos… lo eres más todavía. Eres como una diosa, pero sin el “como”-se encogió de hombros-, y…
               -… ¿y?
               -Y no puedo creer la suerte que tengo de ser yo el que te devuelva tu inmortalidad.
               Boom. El Big Bang en mi interior, la primavera arrasando las nieves, instando a las nubes a que se lleven todo el frío del invierno y lloviendo vida sobre los campos inertes. Las carcajadas de los niños jugando de nuevo en el parque, el primer plato de ensaladilla rusa, el primer ramo de rosas que florece en el jardín.
               -Algún día conseguiré decirte algo la mitad de bonito de lo que me dices tú a mí-le prometí, acariciándole la mejilla.
               -Ya lo haces. Cada vez que me llamas.
               -Scott-susurré, y él se inclinó y me besó, y en su beso pude sentir lo satisfecho que estaba, pero también las ganas incipientes de volver a estar dentro de mí. Me acarició el costado, yo hundí las manos en su pelo y arqueé un poco la espalda, pegando mi cuerpo más al suyo, y le acaricié la mandíbula, y…
               -¡¡Scott!!-bramé, y él dio un brinco.
               -¿Qué pasa?
               -¿¡Te estás dejando barba!?
               Se pasó la mano por la barbilla.
               -¿No me dijiste que querías…?    
               -¡Pero no pensé que lo hicieras en serio! ¡Dios, muchas gracias! Ven aquí, caliéntame otro poco y lo volvemos a hacer, te lo has ganado-susurré, tirando de él y volviendo a pegarnos. Él se rió, se tumbó encima de mí, yo nos hice rodar y me puse encima.

jueves, 23 de junio de 2016

Inshallah.

¿Sabes cuando estás un tiempo con ganas de comer tu plato favorito, y finalmente llegas a casa y tus padres lo han preparado, y resulta que es mejor de lo que recordabas? ¿Bastante mejor de lo que esperabas?
               Así era estar con Scott.
               Estaba acostumbrada a tenerles envidia a las demás. Celos porque podían presumir d él, aunque a él le importaran una mierda y no recordara sus nombres al día siguiente (pero lo hacía, no por obligación, sino porque era un verdadero sol). Aunque sólo les prestara atención cinco o diez minutos; lo que tardaran en correrse para él.
               Yo había tenido toda la vida atención de su parte para dar y regalar, pero no era la que yo quería. La que yo quería era la que él repartía en pequeñas dosis; así es como se da lo bueno.
               Ellas podían fardar todo lo que quisieran, con quien quisieran. Me he follado a Scott Malik. Me la ha metido Scott Malik. Se la he chupado, o me lo ha comido, Scott Malik.
               Yo también presumiría si tuviera la oportunidad de cómo me haría cualquier cosa, pero había una diferencia: presumiría de Scott. No de Scott Malik.
               La envidia seguía estando ahí aun cuando él ni siquiera las miraba. Podría tocarlas si quisiera. Si quisiera morir, quiero decir. Por muy Scott que fuera, no le iba a pasar ni media.
               Pero no lo hacía.
               No le apetecía, y tampoco podía.
               Y eso me mataba. Me mataba no poder presumir; mira, zorra, dijiste que jamás me miraría y ahora me lo hace en su cama.
               Eso era cuando no estaba con él, porque cuando lo miraba a los ojos y veía cómo me miraba él, se me olvidaban las demás. Le dejaba acariciarme y me olvidaba de que yo misma existía; bien podía ser una planta a la que están regando en un día de sol.
               Por lo menos, me quedaban mis amigas. Me sentía muy afortunada de poder ir a un sitio fijo en el recreo, sentarme en una mesa con gente a la que conocía y a la que prácticamente podía dar por sentado. Las mismas chicas que me habían apoyado cuando lo veía con otra y me moría por dentro, aun estando con otro. Más chupitos, más bailar. Menos tristeza, menos Scott.
               Casi se alegraban más que yo de estar con él, igual que se alegraron más que yo de que le diera una oportunidad a un chico que no me disgustaba cuando me enteré de que iba detrás de mí… como podía. El pobre era demasiado tímido.
               Había sido una buena idea. Me había olvidado de Scott estando con él, incluso había llegado a quererlo. Era una persona preciosa, y me trataba genial. Pero se acabó, como todas las historias. No era plan de ir sacando secuelas hasta que los actores originales se murieran, y cambiaran el elenco y se hiciera como si no hubiera pasado nada. Venga, por Dios, ¡la Hermione original era blanca! ¡¿En serio nadie ha notado que la del escenario es negra?!
               Además, aun en el caso de que no se alegraran por mí porque por fin el chico del que llevaba enamorada toda mi vida, incluso antes de saber que aquello era amor y que no estaba confundida porque le quería de una forma diferente a lo que hacía con mi hermano (Tommy y Scott podían decir misa; ellos serían como hermanos, pero yo a Scott no lo veía con ese vínculo en mi dirección, y él, está claro que tampoco), lo hacían porque tenían algo con que martirizarme.
               La noche en que Sabrae salió con nosotras y se dio a conocer en la discoteca, una semana después de que yo alcanzara la gloria, Claude se empeñó en jugar al “yo nunca”, decisión que apoyaron las demás con aplausos y miradas maliciosas en mi dirección.

lunes, 20 de junio de 2016

Donuts del monstruo de las galletas.

Diana suspiró cuando llamé a la puerta. Era oficial: íbamos a casa de Scott para que no estuviera tanto tiempo él solo, lamentándose de su vida. No podía quejarse, en realidad: me había pasado el día anterior con ella, incluso la había acompañado al centro y había esperado pacientemente a que terminara de entrenar a base de inspeccionar en librerías y grandes almacenes un regalo de navidad para mi hermana y mi mejor amigo.
               También me había preguntado si debería hacerle uno a ella, pero dado que se iba a marchar nada más empezar las vacaciones, no tuvo mucho sentido.
               Las cosas eran un poco raras con Diana: me la tiraba y me gustaba mucho, y ella se acostaba conmigo y se notaba que yo también le atraía, pero no nos dedicábamos ni una sola muestra de cariño estando en público, y tampoco pensábamos en un futuro no demasiado lejano, como por ejemplo, los regalos de navidad.
               -¿Qué quieres que te regale?-le había dicho la tarde anterior, después de un polvo como pocos había echado en mi vida, aquellos que sólo ella podía darme.
               -No voy a estar aquí el 25-respondió. Se incorporó y me miró con aquellas selvas amazónicas, el pulmón del planeta, en los ojos-. ¿Por qué?
               Me encogí de hombros.
               -No sé qué regalarle a alguien que lo tiene todo-le acaricié el costado, ella sonrió y se inclinó a besarme.
               -Otro orgasmo.
               -¿Adelantado?-sugerí.
               -¿Por qué no?-contestó, y se me puso encima.
               Shasha abrió la puerta, su melena negra recogida en una trenza de raíz como las que se hacía su hermana.
               -Señoras-saludó, inclinando la cabeza en dirección a Eleanor y Diana-. Tommy-reconoció, inclinándola también en mi dirección.
               -Venimos a ver a Scott.
               -Apuesto a que sí-susurró, y sus ojos se deslizaron por los tres. Una sonrisa divertida le cruzó la boca, pensando en la prohibición muy expresa de su madre de que Scott me abriera la puerta de su casa. Técnicamente, no lo estaba haciendo. Veríamos si Sherezade me dejaba quedarme.
               Había tenido que cabrearla mucho, para que nos dejara sin nuestra mutua compañía. Mamá lo había hecho un par de veces conmigo; una de ellas, durante una semana.
               Fue la semana más larga de toda mi puta existencia. Por lo menos podíamos abrazarnos y lamentarnos de nuestra suerte en los recreos.
               Había sido hacía un par de años. Los dos ya teníamos unas cuantas responsabilidades en las que escudarnos y pasar el rato.  Megan había pasado un par de tardes conmigo, jugando a videojuegos y metiéndonos mano, en aquella época en la que todavía no nos habíamos acostado.
               Cuando Scott todavía la tragaba, y a mí no me dolía pensar en ella como me seguía doliendo.
               Y, aun así, incluso con la distracción de su cuerpo sobre el mío, su boca en la mía y sus susurros en mi oído sobre lo que le gustaría que le hiciera (ya me daba instrucciones incluso antes de dejar que me metiera en sus bragas), cuando me dejaba solo, me volvía a morir del asco. Pensaba en ella y en el calentón con el que me había dejado.
               Pensaba en ella y en lo que diría Scott cuando se lo contara, y luego, en qué estaría haciendo Scott, y luego, si estaría bien y no habría empezado a comerse la cabeza otra vez (por aquella época fue cuando lo dejó con Ashley, mi madre es jodidamente oportuna con sus castigos).
               Él había estado bien. Más o menos, me dijo. Lo cual quería decir que había estado muy jodido y que casi no había dormido nada, pero no se le pasó por la cabeza ninguna tontería. Lo peor había pasado.
               Evidentemente, ya no tenía miedo por Scott. Estaba genial, el cabrón (incluso mejor que yo), pero seguía sintiendo un malestar interior cuando sólo lo veía en el instituto.
               Ya podíamos buscarnos unas mujeres que se llevaran bien, porque nos veía a los dos con nietos, una barba blanca larguísima a lo Albus Dumbledore, unas calvas inmensas (mayor la suya que la mía), contemplándolos corretear por casa y criticando a nuestros hermanos menores.
               -¿Queréis que lo llame?-quiso saber Shasha, cerrando la puerta tras nosotros.
               -Por favor, Shash-asentí yo.
               -Vale-dijo la chiquilla, se dio la vuelta, cogió aire y bramó:- ¡¡¡¡¡SCOTT!!!!! ¡ES PARA TI!
               Seguro que nos esperaba. Entramos al salón, saludamos a Sabrae, que se comía una tarrina de helado viendo un reality, y ni miró a su hermano cuando bajó las escaleras, todo digno. Con esa actitud, le pegaba más un traje y una corbata y que los fotógrafos que perseguían a Diana y le hacían un millón de fotos desde distintos ángulos mientras ella trabajaba lo hicieran también con él.
               -Vaya, vaya, vaya-susurró él-, ¿a quién tenemos aquí? Pero si es el traidor, abandona amigos, con su señora y su hermana. Hola, señoritas-dijo, saltando el último escalón y plantándose en el suelo, tocándose la frente como si llevara un sombrero y se quisiera descubrir a modo de saludo y muestra de respeto hacia las chicas-. ¿Qué pasa, Tommy? ¿Diana se ha cansado de ti? ¿Por eso vuelves a por mí? Pues no quiero recibirte, ahora el que está demasiado ocupado para atenderte soy yo. Te vas a arrepentir de haberme dejado toda la tarde de ayer esperando a que llegaras para estudiar juntos; como si suspendo todos los exámenes, no pienso estar en la misma habitación que tú. Te tendría que dar vergüenza, después de todo lo que hemos pasado… ¡Estoy harto de que me abandones a la primera de cambio! ¡¿Qué ha sido de lo de bros before hoes y todas esas gilipolleces que nos juramos el uno al otro cuando estamos borrachos, eh?! ¡Pero la culpa es mía! ¡Con la cantidad de veces que traicionas mi confianza, yo sigo abriéndote las puertas de mi casa y te acojo en ella como fuera la tuya….!

viernes, 17 de junio de 2016

To kill a mockingbitch.

En el último capítulo, os pasaba un enlace de cómo me imaginaba a Scott. Ni corta ni perezosa, he terminado haciendo una colección de fotos de cómo me imagino más o menos a los personajes de la novela. Podéis acceder a ella pinchando aquí.
Ah, y, si os apetece, podéis seguir el twitter del blog (vaya, la cuenta en la que hice la colección), si queréis ganar un seguidor gratis y enteraros cuando subo los capítulos con una notificación en el móvil (dándole a lo de "activar notificaciones" y tal). No voy a dejar de avisaros por Twitter a quienes tengo en la lista, no os preocupéis☺.
Por cierto, estoy recibiendo un montón de comentarios (AY MADRE MÍA, OS COMO LOS MOFLETINOS); más comentarios que gente tengo en la lista de Twitter para avisarla según publico, así que, si alguien quiere que le mencione cada vez que suba un capítulo, que me lo diga bien por twitter, o bien dejándome su user aquí abajo en un comentario.
Muchísimas gracias por vuestro amor y apoyo; sois la razón de que quiera subir tan seguido y me haga mucha ilusión entrar en el blog. No me enrollo más; disfrutad de la lectura. 


En cuanto le dije que había venido Layla, una chica, a pasar una semana en mi casa, Kiara se empeñó en que quería ir a conocerla. La culpa era mía, en realidad. Sabía cómo se ponía cuando tenía visita. Siempre quería conocerlos.
               -Así aumentaré mi red de contactos. Ya sabes. Para comer, y eso, cuando nos independicemos.
               Siempre habíamos hablado de que, cuando fuéramos a la universidad, nos iríamos a vivir juntos a un piso. A poder ser, pequeño. Yo quería una vida normal. Kiara quería sentir que por fin tenía una oportunidad en la vida. Que su familia no iba a ser una carga siempre. Que podía volar, a pesar de sus orígenes.
               A ninguno de los dos se nos había ocurrido que el otro tal vez fuera a una universidad distinta. Éramos nosotros. Podíamos estar separados todo el verano y juntarnos de nuevo y sería como si nada hubiera pasado. Un curso entero era otra cosa.
               En realidad, insistía porque le gustaba conocer a la gente de mi entorno. Le fascinaba toda la vida de papá. Supongo que se debía a que eran muy diferentes.
               Oh, y también era muy protectora conmigo.
               -Eres un pobre melocotón-me solía decir-, y se acerca el verano, ¿y qué pasa en verano?
               -¿Helados de melocotón?-preguntaba yo, aunque estuviéramos en invierno.
               -¡Exactamente! No consentiré que ninguna fulana te coja y te chupe y te reduzca a cuatro gotitas en el suelo-era su contestación. Y yo sonreía.
               -Estás en contra del sexo oral, lo hemos captado, K-y ella negaba con la cabeza.
               -Como bisexual consagrada…
               -Eres lesbiana, Kiara-le corregía yo.
               -… tengo que decir que la penetración está sobrevalorada.
               En invierno, se metía delicadamente un trozo de galleta en la boca, mordido con unos dientes que brillaban con luz propia. En primavera, recogía una flor de algún jardín y se la ponía en el pelo (a ver cómo se las apañaría este año, con las trenzas). En verano, removía un poco su batido con la pajita y daba un sorbo. En otoño, arrancaba la hoja más oscura del árbol más cercano. Lo de otoño era un acto de caridad.
               Todo ese afán por protegerme hacía que fuera desconfiada con la gente nueva a la que conocíamos. Sabía que yo me encariñaba muy rápido, y me costaba perder el cariño cogido. Ella era al revés. Éramos como un perro y un gato; el perro te adora enseguida y le cuesta olvidarte. El gato, por el contrario, tiene que tenerte alrededor mucho tiempo hasta empezar a tolerarte, pero cuando sales de su vida, se olvida de ti.
               O eso quería decir ella. Porque la verdad era que se había emborrachado varias veces para olvidar a su última ex. Creo que por fin estábamos haciendo progresos. Los dos chicos con los que se enrolló los hicimos, quiero decir.
               Por eso, me sorprendió mucho lo rápido que conectó con Layla. Kiara no era borde, ni mucho menos. Pero le costaba abrirse a otras personas. Puede que fuera algo que sintió en Layla. Tal vez notara lo rota que estaba por dentro.
               El caso es que llevaban media hora de amistad cuando Kiara le dio un consejo sobre rupturas. Para nada era años menor que ella.
               -Cámbiate el corte de pelo-sugirió-. Yo me puse las trenzas para olvidar a mi última ex.
               -Sí, y mira lo bien que le ha salido: la otra semana lloró de nuevo por ella, y encima está más fea que de costumbre.
               -Cómeme el rabo, Chad-bramó.
               -Cómeme tú el coño, Kiara.
               Nos intercambiábamos las gónadas cuando nos queríamos ofender porque éramos amigos y lo compartíamos todo. Hasta los genitales del otro.
               -Le estaba dando vueltas, ¿sabes? Diana también me lo sugirió.
               -Novio nuevo, pelo nuevo. Es mi lema.
               -Querrás decir "novia".
               -Me agotas la paciencia, Chad.
               Pero la cosa no se detuvo ahí. Oh, no. Kiara le lavó el pelo y se lo cortó como Layla se lo pidió.
               -Con esa cara preciosa que tienes, seguro que te va bien el flequillo hacia delante-meditó mi amiga, tijera en mano.

martes, 14 de junio de 2016

Galaxias en sus ojos.

En el último capítulo, alguien me dijo que se imaginaba a Scott muy parecido a Zayn. Aquí tenéis una foto de Scott tal cual me lo imagino con 20 años.
No os preocupéis. Yo también me quiero suicidar. Pero VAMO A CALMARNO.
Y VAMO A LEER.


No me sorprendió en absoluto que me dijeran que se iban a cenar otra vez, porque, seamos sinceros, ¿para qué se iban a quedar en casa si sabían que yo no tendría huevos a salir aun si me daban la oportunidad de hacerlo?
               Hasta yo lo haría, para qué mentir. Decidí que tendría por lo menos 4 hijos (uno bastante mayor que los demás) para poder salir a pasármelo bien y que el mayor se comiera el marrón de cuidar a los pequeños, exactamente igual que hacían mis padres cuando les apetecía.
               -Nada de traerse la fiesta a casa-ordenó la sargento, a la que conocíamos con el nombre de “mamá”.
               -Las crías están aquí-respondí, porque ni de coña se me ocurriría llamar a mis amigos y montar una juerga con mis hermanas en casa. Seguro que los chicos intentarían emborrachar a Duna y yo les tendría que partir la cara a modo de respuesta.
               -Las reglas de la semana pasada se aplican a hoy también.
               -Deduzco que no hay pizza pedida.
               Papá frunció el ceño.
               -No sé, Scott, ¿a ti te parece que te mereces que te hagamos la cena?
               -Hombre, pues no, si tenemos en cuenta mi comportamiento, pero sí, si tenemos en cuenta lo guapo y buena persona que soy.
               Mamá puso los ojos en blanco.
               -Cúrrate ese comportamiento y hablaremos.
               Asentí, les di un beso de despedida a cada uno y les dije que se lo pasaran bien. Vi cómo el coche se alejaba por el camino hacia la calle marcha atrás, y cerré la puerta y le di varias vueltas a la llave cuando mamá, que era la que conducía, giró y se incorporó a la circulación con agilidad. Era lo bueno de que no hubiera nadie por la calle, que podías hacer maniobras más cómoda.
               Nos habían dejado comida preparada. Ya no era digno de confianza ni entre los fogones, manda huevos.
               Y, encima, eran verduras.
               Shasha puso mala cara y aplaudió mi orden de coger un cuenco de metal, echar la comida en él y ponerlo en la acera para que lo comieran los gatos callejeros que tuvieran a bien.
               -Llama al japonés, si quieres-ofrecí con desgana, y se puso a chillar de emoción, y le dije que como siguiera con esos gritos no le abriríamos la puerta al repartidor.
               -¿Quién lo dice? ¿Tú? Podría cogerte la llave.
               -¿En serio?-repliqué, metiéndomela dentro de los calzoncillos y asegurándome de que lo viera. Se estremeció y se quedó callada, asintió con la cabeza y fue a buscar a Sabrae para pedirle su cena.
               -¿Nosotros qué vamos a cenar, Scott?-quiso saber Duna, con ojos como platos, de cordero degollado. A mí no me daba más la comida japonesa, pero la pequeña no la soportaba.
               -Sorpréndeme, chef.
               Abrió la nevera, un cajón, y sacó una bolsa de salchichas listas para comer; sólo había que meterlas en el microondas. Me tendió dos paquetes: uno, de salchichas con queso por dentro, y otro, de salchichas puras. Cogí los dos y ella se abrazó a mi pierna como un koala y no me soltó hasta que me la sacudí para que me dejara tranquilo.
               Llevaba desde el lunes sin salir de casa, era viernes, y estaba considerando seriamente hacerme gay. Mira que me gustaban las mujeres, pero me estaba quedando hasta los cojones de todo el sexo femenino de tanto tener que aguantarlas a ellas. Primero, pasaban de mí como de la mierda, y ahora no me dejaban tranquilo, justo cuando yo necesitaba (más bien quería) un poco de intimidad.
               A las chicas las han hecho guapas para joderme y que yo las quiera joder a ellas también.
               Pero mis hermanas tenían como único propósito en la vida amargarme la existencia. Cada día lo tenía más claro.
               -He pedido nachos-Sabrae entró en escena con un cinturón reciclado en falda y una camiseta vieja que era sospechosamente mía tapándole casi hasta donde le empezaba la falda. Bufé mientras sacaba paquetes de pan de perrito, todos caducados.
               -Vamos a hacerlo en baguette-le dije a Duna, y la chiquilla aplaudió, abriendo el horno y metiendo unas barras precocinadas dentro.
               -¿Tenéis pasta?-quiso saber Shasha, reuniéndose con nosotros-, yo no tengo un penique.
               -Pero sí un morro que te lo pisas-le recriminó Sabrae, y empezaron a insultarse, pero Shasha no atacó porque Sabrae con falda se nos crecía todavía más.
               -Todo el mundo a poner dinero, venga-ordené, y sacaron sus carteras. Duna salió corriendo en dirección a su habitación, volvió con su hucha, la sacudió en medio de la mesa de la cocina y contó el dinero.
               -Dos libras y treinta y ocho peniques.
               Shasha lo recogió todo.
               -Debería darte vergüenza, aprovecharte así de los ahorros de tu hermana pequeña, a la que todavía no le dan paga.
               -Y a ti te tendría que dar vergüenza salir con esa falda. Se te ve medio culo gordo.
               -Es para follarme a tu hombre mejor.
               Shasha se la quedó mirando.
               -A Alec no le van las putas, lo sabías, ¿verdad?
               -A Alec le irá lo que a mí me salga del santo coño, puta niña. Vete a darle lecciones de sexo a alguien que tenga menos experiencia que tú; o sea, por ejemplo, una lechuga.
               Y volvieron a empezar a insultarse.
               -Nenas, nenas, eh, ¡eh! Vale ya. No me vais a amargar esta noche.
               -Dile a Shasha que no soy ninguna puta por llevar falda corta.
               -¿La palabra “puta” no era empoderante?-se burló Shasha.
               -Empoderante va a ser la hostia que te voy a meter. Vas a aterrizar en Júpiter. Estás avisada.
               -Pídele perdón.
               -Siento que pienses que te vas a tirar a Alec esta noche.
               -Ésta, y las que a mí me dé la gana, que conste.
               -No te vas a tirar a Alec, Sabrae-gruñí yo.
               -¿Quieres apostar?
               -¿Tú quieres perder?
               Me dio por perdido poniendo los ojos en blanco y sacudiendo la cabeza. Sus trenzas bailaron.

sábado, 11 de junio de 2016

Mi pequeña selkie.

A papá le ponía nervioso recibir visitas.
               Pero más cuando las visitas eran los hijos de sus compañeros de banda.
               Él no quería decírmelo, pero yo sé que se auto convencía de que iba a hacer algo mal.
               Porque él era uno, y el resto siempre eran dos.
               Era el único del grupo que había sacado a un hijo adelante estando solo. Bueno, más o menos. Y se comía un montón la cabeza con cada decisión que tenía que tomar con respecto a mí. Ya no digamos cuando era el único en decidir; por lo menos, cuando tenía que consultar con mamá, sabía que tenía el apoyo de haber hablado con alguien y contrastado opiniones.
               Sinceramente, yo creo que hizo un trabajo muy bueno conmigo. Bastante mejor de lo que él pensaba. Tan bueno como yo podría esperar de él. Y mamá. A mamá también le parecía que entre los dos me habían convertido en una persona decente.
               Pero yo también tenía unos límites. Y que dejara vagar sus pensamientos mientras conducía por la autopista, acercando el coche demasiado a la línea del arcén porque sólo sujetaba el volante con una mano, estaba más allá de ellos.
               Con la otra mano, se mordía las uñas. Estaba rememorando todas y cada una de las meteduras de pata que había tenido conmigo. No podía permitírselas con Layla. Con la hija de Liam, no.
               -Papá-susurré yo, y él me miró un segundo. Suspiré, acerqué la mano al volante y corregí un poco el rumbo. Mejor que hubiera dos manos de dos personas controlando el coche a que las ruedas pisaran las plantas que crecían más allá del asfalto.
               Un poco de culpa la tenía yo. Para empezar, había pedido permiso para no ir al instituto esa mañana (cosa que yo nunca hacía, y él se lo tomó como que no me fiaba de que consiguiera completar la misión con éxito). Lo había arreglado un poco preguntando:
               -¿O crees que debería ir?
               -Eres un Horan-respondió. Nuestro apellido era el apellido de un rey en Irlanda, al parecer. No había cosa que los irlandeses amaran con más pasión que a sí mismos, salvo una excepción: Niall Horan-. No me extrañaría que cuando cumplieras los 20 te convirtieran en el presidente de este país... sin tener que presentarte a las elecciones.
               En nuestro idioma, quería decir algo así como: “¿es broma?, prácticamente eres tú el que debería darles clase a tus profesores, y no al revés”.
               Y luego, estaba su intento de llevar una camiseta de tirantes blanca que cualquiera que hubiera seguido a la banda en su segunda gira conocía muy bien.
               -Quítate eso-le dije nada más verlo.
               -¿Por qué?-me preguntó.
               -Porque no vas a llevar una camiseta relacionada con One Direction a recoger a Layla.
               -Pero si no trae nuestra foto, ni nada por el estilo.
               -¡Papá!-protesté yo-, ¡no vas a llevar la puñetera camiseta de Crazy Mofos a recoger a Layla!
               -¿Por qué?
               -¡Porque me muero de vergüenza!
               Me miró muy serio, ofendido y dolido en lo más profundo de su ser. Y ahí llegó la amenaza:
               -Voy a escribir una canción de 10 minutos que lleve tu nombre en la que daré cuenta de todas las tonterías que me decías cuando eras pequeño y que aún me dices. La sacaré en un disco en solitario y también en uno con los demás. Cuando gane un Brit, te lo dedicaré, y así te morirás de vergüenza por algo.
               Se marchó balbuceando algo del “puñetero crío, quién se ha creído que es, decirme a mí lo que tengo que llevar o no, si es que se te ha subido a las barbas, Niall, la culpa es tuya por no ponerte firme cuando le pintó el bigote de Hitler a la figura de Obama del jardín, vale que fue gracioso, pero deberías haberlo castigado; ahí te tomó la delantera y ahora te acaba de doblar”.

jueves, 9 de junio de 2016

¿Qué somos? ¡Wildcats!

Se me pasaron 3 cosas por la cabeza cuando la vi cruzar la calle sosteniendo con firmeza el paraguas, saltando un charco a pesar de que lleva botas de agua que le permitirían hundir las piernas hasta la rodilla en un lago para recoger flores de loto.
               La primera: es preciosa.
               La segunda: qué suerte tengo.
               La tercera: estoy loco por ella.
               ¿Qué me está pasando?, me pregunté mientras esperaba en una esquina de mi calle. Era de enamorarme hasta las trancas, vale, pero no tan rápido. No llevábamos ni dos semanas y, si me pedía la Luna, yo no le diría que era imposible. Le aseguraría que en 24 horas sería suya. Me rompería la cabeza, me deslomaría, pero se la conseguiría.
               Estáis casadísimos, canturrearon los chicos en mi cabeza. Sonreí un poco por escucharlos, pero sobre todo por verla llegar.
               -Vas a coger frío-fue su saludo.
               -Ahora ya no-repliqué, escaneándola de arriba abajo y de abajo arriba. Se había puesto unos leggins negros que se le pegaban como una segunda piel. Se echó a reír, porque le encantaba cuando me ponía chulo (así me había puesto antes de entrar por primera vez en ella, y había sido la mejor decisión de mi vida, el no controlarme), me puso una mano en la nuca y me besó en los labios. Seguía sabiendo a cereza.
               Me tendió el paraguas, porque era más alto que ella y lo lógico sería que lo llevase yo. Me acarició el brazo con los dedos cuando se colgó de él, haciendo que las gotas de lluvia que se precipitaban del cielo y habían ido a aterrizar en ellos se deslizaran por mi piel.
               Me apetecía deslizarme por ella igual que lo hacía la lluvia.
               -¿Qué tal el partido?
               -Perdimos-susurré, encogiéndome de hombros-. Tommy no estaba a lo que hay que estar.
               Había metido 5 triples, vale, pero eso no nos bastó.
               -Getcha head in the game, Troy!-recordó ella, sonriendo y negando con la cabeza.
               -Pero yo metí un triple-anuncié, orgulloso. Sonrió, se puso de puntillas, y volvió a besarme.
               -Ojalá no fuese lo único que vas a meter hoy.
               ¿Alá? ¿Estás ahí? Espero que no estés ocupado, quería darte las gracias por reciclar el molde que usaste conmigo para hacerla también a ella.
               -No me hagas esto, mi niña-repliqué, pasándole el brazo por la cintura. Ella hizo lo mismo con sus manos en mi nuca, y yo lo mandé todo a la mierda, dejé caer el paraguas a un lado, consiguiendo que dijera mi nombre entre risas, como mejor sonaba, la atraje hacia mí y la besé.
               Tommy no me quería cerca de ella.
               Iba a darle razones de sobra para que me matara. No podía pedirme que me alejara de mi planeta si yo era un satélite, me moriría si no la tenía cerca.
               Le aparté el pelo de la cara, y se quedó allí tieso, dócil. Le cayó una gota de lluvia en las pestañas, porque era una ninfa y yo era el mortal al que estaba a punto de arrastrar hacia las profundidades de su bosque para devorarle el alma… y, como el resto de los mortales que seguían a las ninfas, yo no podía esperar a que me destrozara la vida.
               -Estamos empapadas.
               -¿Como tus bragas cuando yo estoy cerca?-sugerí. BOOM.
               Superad eso, cabrones.
               Se echó a reír, con ganas, de verdad.
               -Dime que…-empezó.
               -Te quiero-la adelanté.
               -…te iba a decir que me dijeras que tenías algún sitio en mente donde poder hacerlo, pero… tendré que conformarme con eso.
               -Si no tuviera prisa, buscaría un banco y te lo haría allí.
               Nadie nos vería gracias al mal tiempo. Y si lo hacían, no me podía importar menos. Me apetecía de verdad estar con ella, me daba igual que se me fuera a caer más o menos el pelo por llegar tan tarde a casa, me daba lo mismo los gritos que me estaba ganando a pulso a medida que retrasaba mi llegada… quería estar con ella, quería estar en ella.
               -Hace tanto que no te veo desnuda-reflexioné, sin venir a cuento. Se mordió un poco el labio, ofreciéndome una fruta prohibida.
               -Busquemos un arbusto.
               -Nos pondríamos perdidos.
               Eso de tener que ser el sensato de los dos era una mierda. Se le daba mejor a ella. Tenía que saber decirme que no. A mí me costaba horrores.
               -Lo dices como si fuera un problema.
               -Va en serio, El, para-repliqué yo, después de mi turno de reírme-. ¿Qué te pasa hoy?
               Se encogió de hombros.
               -Mamá está cabreadísima. Va a tener a Tommy encerrado en casa una semana. Pero él tiene a Diana, y a ti seguramente te toque algo parecido…-recogí el paraguas y seguimos andando, porque si no llegaba pronto a casa, mi condena aumentaría-. ¿Cuánto nos va a costar?

lunes, 6 de junio de 2016

Gold star.

¡Hola! Vuelvo a darte la tabarra con un mensaje antes de la historia en sí. Como tal vez sepas ya, quiero hacer lo posible por que Scott se declare el día 25, lo que me va a obligar a publicar como una loca porque faltan varios capítulos antes de que tan ansiado momento llegue. Y ahí es donde entras tú. En la cajita de los comentarios, puedes decirme qué día quieres que vuelva a subir; sé que hay gente que está con la Selectividad (🍀¡suerte!🍀), otra con los finales (🍀¡suerte!🍀), y tampoco quiero bombardearos con capítulos si no los podéis leer. Prefiero esperar un poco y que vayamos todos a la vez a que se me vaya descolgando gente por el camino.
Eso es todo, creo.
¡No! ¡Espera! GRACIAS otra vez por tu reacción en el capítulo anterior, ¡tenemos nuevo récord de comentarios! ¿No es como... mega ultra emocionante? TE DOY UN BESO. 
Vale, dicho eso... Dale caña, Didi.



Me dejé caer sobre la esterilla de yoga y me pasé la mano por la frente. Después de las sesiones de entrenamiento en grupo, en las que Kayla nos daba caña como nunca nos la habían dado hasta entonces, tocaba ocuparse de las novatas, las que se suponía que estábamos más verdes.
               -Levántate, Diana.
               -No puedo con la vida-respondí.
               -Vas a levantarte y vas a volver a hacer 25 flexiones-hizo caso omiso de mi súplica de parar, porque para eso le pagaban. Para eso, para ponernos en forma, y para hacer de nosotras una familia, como si necesitáramos una familia o como si no lo fuéramos ya.
               Habíamos pasado una hora y media metidas en una habitación sin paredes de un ático sin ninguna división, con el suelo de parqué y paredes con espejos, para que nos viéramos sufrir desde todos los ángulos. Las veteranas me miraron con pena; yo era la más joven del grupo y esperaban que me costara seguir el ritmo. Me odié a mí misma por darles la razón después de empezar con muchas ganas obedeciendo las órdenes de Kayla, a quien habían fichado como nuestra entrenadora “personal” (todo lo personal que puede ser compartir órdenes con otras 45 mujeres) después de conseguir coronarse como la reina del fitness en Instagram.
               Después de la peor hora y media de toda mi vida, finalmente hizo que nos sentáramos en círculo, con las piernas dobladas y la mente despejada. Nos quedamos en absoluto silencio durante diez minutos, meditando (o, al menos, intentándolo, la cabeza me daba muchísimas vueltas y me era imposible decir en qué fecha estábamos, qué día de la semana era o cómo se llamaban mis padres), para después romper a aplaudir y, como siempre, presentarnos.
               Empezaron por mí, porque hay que putear a la pequeña en la medida de lo posible. La parisina que tenía al lado se puso roja al darse cuenta de que la siguiente sería ella.
               -Diana. Styles-dije, mis compañeras sonrieron. Kayla se paseaba por la estancia como una leona que busca elegir su próxima presa-. Os conozco a todas, evidentemente-nunca estaba de más hacerles la pelota a las mayores, quién sabe cuál iba a quedarse embarazada porque le apetecía disfrutar de una versión más parecida a ella de lo que tú representabas-, y he trabajado con bastantes-la mayoría, en realidad. Todas las novatas y más o menos un tercio de las veteranas, los ángeles oficiales-. Ah, y os quiero pedir perdón por adelantado por la colección que viene de mi madre. Noemí Styles, ya sabéis. La Chanel de Nueva York. Seguro que estará muy triste porque haya venido a Inglaterra y se le cortará la vena creativa-se echaron a reír-. Intentaré que no nos haga llevar ropa demasiado horrible la siguiente temporada.
               Las chicas aplaudieron y le tocó el turno a la parisina. Terminó presentándose Kayla, dándonos un discurso súper motivador de por qué estábamos allí (“no estoy aquí para poneros en forma, me pagan por haceros alcanzar vuestra perfección particular, y es lo que vamos a hacer entre todas; conseguiremos que el mundo deje de respirar para poder concentrar hasta la última célula de su tiempo en admiraros, porque sois unas diosas y os merecéis que os pongan en un altar”), sentándose en el centro y girando sobre sí misma para contemplarnos.
               Aún sudorosas y exhaustas, costaría muchísimo encontrar a alguien que no estuviera dispuesto a vender su alma al diablo por un beso nuestro.
               -Muy bien, chicas, ¿quién de aquí tiene novio?
               Las veteranas levantaron la mano; todas menos una. Un par de jóvenes, también. Yo no me moví.
               -¿Y novia?
               La veterana que no levantó la mano lo hizo esta vez. También otra chica que había desfilado el año anterior, de piel negra como el carbón. La Nueva Naomi, la llamaban.
               -¿Nos hemos perdido algo, Gloria?-la pinchó una de las modelos, de rasgos escandinavos. La tal Gloria se encogió de hombros.
               -Siempre me han ido las mujeres, chicas. Por eso conseguí colarme aquí. Ya veréis qué bien me lo voy a pasar esta noche rememorando esta sesión.
               Nuestras carcajadas llenaron el ático, incluidas las de Kayla.
               -¿Qué hay de aquel chico de California?
               -La tenía tan minúscula que es imposible que me dejéis de considerar una lesbiana gold star.
               La parisina que tenía al lado se sonrojó a pesar de compartir las risas de las demás.
               -Vale, chicas, y de aquí, ¿quién tiene sexo de forma regular?
               -Define “regular”-le pedí. Kayla se encogió de hombros.
               -Levantad la mano las que os hayáis acostado con alguien en la última semana.
               ¿La última semana? Podría levantarla incluso si preguntaras por la última hora.
               Sorprendentemente, sólo tres de las veteranas alzaron la mano. Una, la que tenía novia, y no novio. Bastantes de las novatas las levantamos. Kayla sonrió.
               -Tened cuidado, ángeles, las nuevas os quitarán las alas como os despistéis. Vale, escuchad-se dio una palmada en los muslos y se levantó-. Estoy segura de que ninguna aquí es virgen. En caso contrario, podemos arreglarlo-risas coreando su proposición-. Es broma. No pasa nada porque no hayáis tenido ese tipo de relaciones interpersonales con nadie, ¿vale? En fin, el caso es que el sexo es un deporte que todo el mundo adora practicar. Pero-se llevó las manos unidas en forma de pistola a los labios- eso no le quita todos los buenos efectos secundarios que buscamos para vosotras. Os abre los poros. Hace que os brille el pelo. Os relaja. Rendís más. En todo. Practicadlo todo lo que podáis… sin haceros un bombo ni pillar nada raro, por favor. Me echarán si alguna de vosotras se coge la baja por un consejo mal dado por mi parte-más risas-. No reprimáis vuestros instintos más básicos.
               -¿Y si no lo hacemos?-provocó Gloria.
               -Seguid en esa línea. Os voy a someter a muchísima presión y no quiero que terminéis pegándome. Hacédselo a vuestros hombres o vuestras mujeres si eso es lo que os va. Aquí venís a sudar, a pagar con sangre… pero no es en el único sitio en que os recomiendo que paguéis, ¿os queda claro?
               Asentimos.
               -Vale. Sé que queda lejos, pero el día del desfile… que esto quede entre nosotras… procurad que os lo hagan bien. Si hay lenguas involucradas, tanto mejor. Los labios horizontales y los verticales casan muy bien, chicas. Creedme.
               -Lo sabes de primera mano, ¿eh, K?-dijo una veterana, sacudiéndose la melena negra como la noche.
               -¿Y tú? ¿O te tengo que recordar lo del año pasado?-se rió nuestra entrenadora.
               Kayla chasqueó los dedos frente a mí. Me cogió del brazo y tiró hasta conseguir levantarme.
               -Venga, venga, venga. Mueve ese culo, tenemos que terminar de darle forma.
               -Mi culo es precioso-ataqué.
               -Vaya que si lo es, corazón, pero aún podemos hacerlo todavía más bonito. Venga, al suelo. 25 flexiones y acabamos. Te lo prometo.
               Hice lo que me pedía y me dejé caer sobre la esterilla de nuevo. Esta vez, boca abajo.
               -Ahora, arriba. 5 minutos de cardio saltando a la comba.
               -¿¡Qué!?-chillé; ella se echó a reír.
               Siguió torturándome media hora extra, con lo que me tuvo 2 horas en exclusiva para jugar conmigo a sus juegos sádicos. Por fin, me dejó sentarme y me pasó una botella de agua.
               -¿Qué tal vas con la alimentación?
               -Esta noche imprimiré el menú que me habéis hecho.
               -Genial, ¿tendrás problemas cocinando?
               -A Erika no le pareció mal cuando le pregunté si podría hacer eso.
               -Estupendo. Y, ¿cómo te encuentras?
               -Quiero morirme-susurré, terminándome la botella de agua y pasándome la mano por la boca.
               -No digo ahora, mujer. Digo en Londres. Cambiar de aires puede ser complicado a veces. A mí me sigue costando volver de Australia en cuanto os escogen para prepararos, y mira que han pasado años.
               -Me he aclimatado bien.
               Kayla alzó las cejas.
               -Sí, me he dado cuenta. Me fijo especialmente en las nuevas cuando hago preguntas, ¿sabes?
               -¿Te refieres a lo del estilista? Porque ya he hablado con mi agente y mañana me vuelvo a teñir el pelo, estas raíces son insostenibles.
               -Lo dije más bien por el sexo.
               Sonreí y me abracé las piernas.
               -Te sorprendería en qué aspectos ha mejorado mi vida desde que estoy aquí.
               -¿Iba en serio?
               -Claro que sí, Kayla.
               -Mira, Diana, aquí no tienes que mantener ninguna fachada de dura. No pasa nada si se te hace complicado hacerte a tu situación. Podemos ayudarte. De hecho, nos juntamos para ayudarnos las unas a las otras.
               -Estoy bien, Kayla, en serio. Mi fama de chula no impide que sea sincera.
               -Te lo preguntaré otra vez, sólo para asegurarnos-yo asentí-. ¿Mantienes relaciones?
               -Evidentemente. Estoy exiliada, no muerta.
               -¿Cuántas veces?
               -Una. Si hay suerte, dos. Depende.
               -¿A la semana?
               -¿Estás de guasa? Al día, Kayla.
               Kayla abrió muchísimo sus ojos castaños. Yo asentí con la cabeza.
               -Tiene que estar encantado.
               -Uf, lo está. Hasta cuando me vuelvo insoportable a propósito se muere por estar conmigo.
               Creo que eso es lo que me  encanta de él. Que puede gritarme como no lo hacen los demás, que me trata como a una igual pero me adora a la vez como no lo ha hecho ningún otro.
               Y el sexo, uf. El sexo.
               Dos palabras.
               Sí, señor.

sábado, 4 de junio de 2016

Duelo de tortillas.

Lo siento si os molestan los mensajes que pongo antes de las entradas, pero es que tengo que decir algo importante o, de lo contrario, me va a reventar un pulmón: gracias por vuestra reacción al anterior capítulo, de verdad, g r a c i a s. No creo que se pueda repetir lo que sentí cuando me metí en el blog a las 11 y pico de la noche para ver si había algún comentario nuevo y me encontré con 27 así, sin más, sin haber respondido yo aún. Y cómo sonreí cuando volví a meterme y vi que habían subido a 30, y 32, y 36... Se nota que me encanta esta historia, pero ni de coña me lo pasaría tan bien escribiéndola ni querría mejorarla tanto de no ser por vosotros, porque sé que hay alguien detrás de una pantalla diferente de la mía a la que parece entusiasmarle tanto como a mí. Os mordía los mofletes a dos carillos y cuatro velocidades.
 Y ahora, antes de que empieces a leer toda/o ilusionada/o, tengo que advertirte de que en este capítulo he puesto de forma consciente (no como cuando escribo “pota”, por ejemplo, sin saber que esa palabra en castellano no existe o no significa lo que significa en Asturias) una palabra en bable. La he puesto porque no hay equivalente en el castellano y porque me he imaginado realmente a Eleanor diciéndosela a su hermano, y quería mantenerme fiel.
Y porque esTOY CANSADA DE QUE SE DIGA QUE EL BABLE ES UN DIALECTO DEL CASTELLANO ME CAGO EN MI VIDA, DIALECTO TÚ, EL ASTURIANO ES MÁS ANTIGUO Y MÁS CERCANO AL LATÍN QUE EL PUÑETERO ESPAÑOL PUXA ASTURIES PUXA SPORTING QUE ES DE PRIMERA bueno ya está, fin de las reivindicaciones, disfruta del capítulo :D




Al principio, no recordaba dónde estaba ni quién me acompañaba en la cama. Cuando me incorporé un poco, apartándome de la cara de la chica (porque era una chica, de eso estaba seguro, sus curvas y su pelo no podían engañarme ni aunque estuviera a oscuras) para coger perspectiva y poder contemplarla gracias a la luz que entraba por la parte inferior de la puerta, lo primero que se me vino a la mente fue: “¿Desde cuándo tiene Diana el pelo castaño?”.
               Los rizos coincidían. Pero el color, no.
               Seguía con la mano en su cintura, así que por fuerza tenía que conocerla y quererla. Tampoco es que me hubiera quedado a dormir en casa de muchas chicas a las que no les tuviera cariño, pero me conocía lo suficiente como para saber que, después del sexo, empezaba a odiarme a mí mismo (como si fuera un traidor, o algo) y no me apetecía volver a tocarlas de la misma forma. Y poner la mano en la cintura de una chica que no era de tu familia sólo podía hacerse de una forma.
               A mi mente acudieron un millar de ideas en tropel, que se atascaron un momento, apretujándose las unas a las otras, para conseguir pasar. Es Layla. Estás durmiendo con Layla.
               La madre que te parió, la madre que te parió, ¡la madre que te parió!
               ¡La madre que te parió!
               ¡ESTÁS DURMIENDO CON LAYLA!
               Me levanté un poco más, apoyándome en los codos. Ella se revolvió en sueños, suspiró y continuó dormida. Yo no sabía el esfuerzo que le supondría mantenerse tranquila en su cama, con su ex, pero conmigo era tan fácil como respirar.
               Terminé de incorporarme, me aseguré de que siguiera tapada, y me incliné para coger el móvil. La una y media. Y no le había dicho nada a mamá de que iba a tardar en llegar a casa, que me quedaría durmiendo en el centro.
               Y eso que ella estaba cabreadísima.
               No lo hay más gilipollas que yo en todo Londres.
               Salí de la cama, me puse la camiseta y entonces, lo recordé.
               Nota mental: decirle a Scott que me rompa las costillas. Porque ayer besé a Layla.
               Algún día dejaré de decepcionarme a mí mismo, o eso espero. Pero ese día va a tardar bastante en llegar.
               -¿T?-susurró ella, con la voz un poco ronca de sueño. Se frotó la cara y se incorporó un poco-. ¿Qué hora es?
               -Pronto. Sigue durmiendo, princesa.
               Se dejó caer y me miró con un ojo medio entrecerrado.
               -Tengo que llamar a mis padres, decirles que estoy bien.
               Me vinieron a la mente imágenes inconexas. Ella, acercándose a besarme en los labios, ella, intentando quitarse la camisa que yo le había prestado con manos temblorosas, ella, mirándome a los ojos y leyendo en mi alma todos y cada uno de mis pensamientos, aquellos que recodaba y los que había olvidado también…
               … entreabriendo los labios, y yo dándome cuenta de lo carnosos que eran, y pensar “joder, por una vez que los pruebe, seguro que no pasa nada”.
               Además, le gustaba que yo la besase. Se estremecía cada vez que posaba la boca en alguno de sus moratones, y no era para mal. Suspiraba con cada beso.
               Menos mal que aún me quedaba un poco de conciencia para no aprovecharme de que estaba cansada, la tenía desnuda delante de mí y bastante dispuesta, porque tirarme a una amiga a la que han violado esa misma noche no es de ser mínimamente decente.
               Sentí de nuevo sus manos en mi cuello cuando la besé despacio. Me acarició la nuca como lo hacía Megan cuando empezamos a salir, y por Dios que no supe cómo no implosioné en ese mismo momento.
               Y su torso desnudo. Lleno de moratones y mordiscos. Pero seguía siendo preciosa de una forma romántica, nada sana… pero preciosa.
               Deja de ser un puto chimpancé en celo por dos segundos, ¿crees que podrás?, me recriminé.
               Y vuelta a sentir en mi piel la suya, en mi boca, su beso; en mis ojos, su mirada.

miércoles, 1 de junio de 2016

Tempestad y mar en calma.

Se me hizo evidente que no tendríamos que haberlas dejado subir solas, encargarse de ese cabrón solas… en fin, estar solas.
               Jamás se me hubiera ocurrido que pudieran llegar al extremo de recrear alguna de las escenas más impactantes de las películas de mafiosos más famosas del mundo, pero eso no me eximía de culpa de haber dejado que subieran solas. Puede que incluso hubiera sido mejor que las acompañásemos; Scott y yo nos encargaríamos de aquella basura mientras ellas recogían las cosas de Layla. Seguro que conseguiríamos terminar antes de que llegase la poli, a la que habría llamado el dependiente del que se había hecho amigo Scott.
               En el caso de que no fuera así, las cosas seguirían saliendo bien: no sería la primera noche que pasaríamos en comisaría, y a ellas no podrían hacerles nada. Layla era la dueña de la casa, las había invitado a entrar, nos había invitado a los cinco. Nosotros cargaríamos con las culpas, con todas las culpas, porque para algo éramos los mayores. Ellas se irían y nosotros nos quedaríamos.
               Pero eso… este espectáculo, esta sátira de lo que habían sido, ese paso que habían terminado por dar sus mentes de “se acabó, no podemos más, se acabó”, atravesando la delgadísima línea entre el júbilo y la histeria… era culpa nuestra.
               Era culpa mía, por no haber dejado a Scott atrás y haberle ordenado que viniera al piso de Layla en cuanto terminara con su ligue.
               Era culpa mía por no haber insistido en subir.
               Era culpa mía que él la hubiera violado también esa tarde, si no, ¿por qué me habría llamado Layla, suplicándole como nunca pensé que fuera capaz de hacerlo? ¿Por qué había pasado de no oírse ni un solo grito a escucharlas chillar y ver cómo lo sacaban por la ventana, no decididas a tirarlo pero con la idea demasiado presente en la mente?
               Tenía que haber intentado hacerle algo mientras nosotros estábamos abajo. De lo contrario, Eleanor no me habría mentido, diciéndome que estaba intentando separarlas y volver a meterlo en la casa cuando, en realidad, intentaba asegurarse de que ese saco de mierda andante no pudiera volver a violar a ninguna otra chica, jamás.
               Scott fue a coger a Sabrae, la agarró por la cintura y tiró de ella con un brazo, mientras con el otro le tapaba la boca. La dejó en el suelo de la cocina, con la mano tapando sus constantes gritos. Finalmente, la separó para darle un tortazo.
               Sabrae se tocó la mejilla en la que la había golpeado y lo miró con ojos como platos. Después, lo abrazó, se colgó de él como la hermana pequeña que era, y él su hermano mayor, se apretó a su cuello y se echó a llorar. Scott le acarició la espalda, le susurró que ya estaba, ya había pasado todo, ahora estaba a salvo, ahora él volvería a cuidar de ella y no al revés.
               Diana era la que mejor estaba de las cuatro. Se incorporó, temblorosa, y me ayudó a apartar a Eleanor de su juguete humano. Le quitó el cuchillo y lo tiró por la ventana, porque no podía soportar estar un segundo en la misma habitación que ese objeto.
               Eleanor pataleó mientras yo la agarraba, chilló, me maldijo en inglés y en español, me insultó en los dos idiomas, intentó alcanzarme la cara con las uñas mientras con los pies trataba de darle otra ronda de patadas al casi-cadáver del suelo.
               -¡DÉJAME VENGARME, TOMMY, DEJA QUE HAGA QUE PAGUE POR ESTO!             
               Se escurrió entre mis dedos, y observé con impotencia cómo se arrastraba hacia él y se ensañaba a puñetazo limpio con su cuerpo. Ella también se echó a llorar. A mí, empezaron a picarme los ojos.
               La tenía delante. Scott me había descrito la escena con la claridad y detalle suficiente como para permitirme estar delante. Imaginármela entre los brazos de un cabrón cuya cara cambiaba con cada parpadeo imaginario que daba; verla empujarla con todas sus fuerzas y que éste no se moviera… verla verme. Susurrar mi nombre. El mío, y no el de Scott.
               En un mundo paralelo, sería yo quien la encontrase en el baño. Megan no entraría en la discoteca y yo podría ir a buscar a Diana. En un mundo paralelo, Simon estaría muerto. Yo lo mataría. Me daría igual que Eleanor se pusiera entre él y yo y lo defendiese. Acabaría matándolo pasara lo que pasase; si tenía que dejarla a ella inconsciente para hacerlo, lo haría. Nadie le hacía daño a mi hermana pequeña.
               Y allí estaba yo, de pie, mirando sin hacer nada cómo se ensañaba con él.
               Si podemos llamar “ensañarse” a darle golpes cada vez más débiles, con los ojos cada vez más nublados y el pecho con movimientos cada vez más irregulares.
               -Eleanor, para.
               Dio otro puñetazo.
               -Eleanor, basta.
               Era Layla la que hablaba por mi boca. Layla y no yo. Pero eran mis labios los que se movían.
               Diana volvió a recogerla, esta vez no se resistió. Se dejó arrastrar hasta la esquina opuesta de la cocina, y yo me deslicé por la pared, quedándome sentado a su lado. Le cogí la cabeza y se la besé. Ella se echó a llorar contra mi pecho, y yo empecé a llorar con la nuca pegada a la pared y las manos en la espalda de mi pequeña. ¿Cuánto daño habían tenido que hacerle para que llegara hasta ese punto?
               Diana se limpió un par de lágrimas que se le escaparon de los ojos. Sonrió con tristeza cuando la miré, seguro que los neoyorquinos no lloraban tan abiertamente como lo hacíamos los ingleses.
               Bueno, normalmente no lloraba. Pero hoy era un día especial.
               Layla se arrastró hacia mí y le acarició la espalda también a Eleanor. Apoyó su cabeza en mi hombro y le susurró algo que yo no pude entender, mientras Sabrae se separaba de Scott, se reía de algo que él le decía, y asentía despacio, con las manos de él en sus mejillas.
               -No llores, mi niña, estás más guapa pateando culos.
               Sabrae volvió a reírse.