Domingo, 18 de Septiembre de 2016.
Te
escribo estas líneas un minuto después de terminar de releer Memorias de Idhún. Y, a pesar de que no
soy de las que se emocionan con facilidad ni con películas (a no ser que se
muera algún perro) ni con libros (a no ser que Dumbledore se precipite por la
torre de Astronomía), has conseguido humedecerme los ojos, arrancarme lágrimas,
como si la diosa de los mares que ha hecho acto de presencia en tu historia se
hubiera manifestado en mí.
Lo
siento, pero tengo que robarte unos minutos de tu tiempo, porque necesito
sacarme esto del pecho. Leí Memorias de
Idhún siendo muy pequeña; no recuerdo la edad que tenía. Nací en 1996, y me
recuerdo siempre siendo capaz de leer, algo por lo que siempre estaré
agradecida a mis padres. Y, con todo, ya desde muy pequeña fui perfectamente
consciente de la cantidad de libros que hay en el mundo y del minúsculo espacio
de tiempo que tenemos para poder leer aunque sólo sea una muestra diminuta, así
que no está en mi naturaleza releer obras que ya sé cómo terminan.
Rompí
esta “máxima”, por así llamarla, mía, hace dos años, cuando pedí para Reyes los
libros de Harry Potter en su versión
original. Pero, en el fondo, podía autoconvencerme de que no estaba siendo
infiel a lo que me había prometido durante tanto tiempo: al fin y al cabo, no
los estaba releyendo en el sentido estricto de la palabra, pues nunca los había
leído en inglés.
Este
verano he vuelto a romperla, y lo he hecho a lo grande, sólo para descubrir una
cosa: a pesar de que recordaba retazos más o menos nítidos (siempre evocaré con
qué escándalo leí la primera vez que Victoria besaba a Kirtash, o cómo me
encantó la forma en que Jack le pedía a Victoria dormir con ella por primera
vez), en realidad, estaba leyendo tus libros por primera vez, porque había,
hay, infinidad de cosas que no recordaba, de las que no tenía ni idea. Supongo
que es lo que sucede cuando eres pequeña y te empeñas en leer un libro de 900
páginas en tres días: a la fuerza tienes que perderte cosas, por narices tienes
que pasar por alto una millonada de detalles que son, al fin y al cabo, los que
terminan haciendo una historia, y no la trama en sí.
Es curioso
cómo, en las dos ocasiones en que he releído un libro que había leído hacía
mucho tiempo, he sentido cómo me trasladaba a mi infancia, pero con tu obra ha
sido aún más emotivo. Cumplí 20 años el 8 de septiembre (fiesta, además, en mi
preciosa Asturias), pero no ha sido hasta que terminé de leer tus palabras cuando
sentí que, realmente, le decía a dios a mi niñez, ya para siempre… o, al menos,
hasta que vuelva a Limbhad.
Debo
confesarte algo, la razón de por qué volví a este universo, por qué me animé a
armarme de valor y volver a abrir el libro de nuevo: estoy escribiendo una
novela. Sí, otra fan más que te manda una carta para hablarte de su novela.
Pero no te preocupes; no quiero pedirte que la leas, y entiendo perfectamente
que, aunque te lo pidiera, tú no lo hicieras. No tendrías tiempo, de todas
formas.
El
caso es que ya tengo dos historias a mis espaldas. Nada serio, la verdad. Las
he subido a mi blog, han recibido más o menos visitas, y me he sentido muy
feliz mientras las escribía, pero esta… ésta es diferente. Quiero hacer las
cosas lo mejor posible con ella.
Volví
a Memorias de Idhún por un triángulo,
pero no uno astral: amoroso. Uno de mis personajes se embarca en una relación
con dos chicas a la vez, y quería documentarme, hacerlo a fondo, y recordaba
con claridad cómo habías retratado una relación entre tres personas sin ningún
tipo de prejuicio. Esta historia mía es muy especial para mí, Laura. Mentiría
si te dijera que no me muero por encontrar a quienes me la publiquen, porque
sí, lo hago.
No
para ganar dinero de ella.
No
para que nadie me la quite y se enriquezca a mi costa.
No
para que nadie la coja y la modifique.
Me
encantaría que me la publicaran porque así podría tenerla protegida, saber que
nadie puede tocar a mis personajes, saber que los he metido en una cajita de
cristal para que todos los contemplen en su máximo esplendor (porque, por Dios,
ni siquiera sé cómo he conseguido crearlos, por qué me han elegido las musas a
mí para darles vida, meterlos en mi cabeza y que yo los exteriorice como
buenamente pueda) sin poder echarles el guante, ni hacer que su luz varíe, ni
aunque sea titilar un mínimo. Así que, Laura, antes de entrar al verdadero
objetivo de esta carta; ¿tienes algún consejo que puedas darme, para poder
cuidar a unos personajes a los que yo quiero como a los hijos que no voy a
tener, como tú cuidas de los tuyos? Sé que entiendes lo que siento; se ve que
hay un infinito cariño en cada uno de los personajes que has creado. O, por lo
menos, yo lo veo.
El
caso, Laura, es que regresé a un cielo con tres soles y tres lunas para
investigar un poco sobre el poliamor. No me gusta meterme en internet, ni cómo
enfocan hoy en día las redes sociales algunos temas de información, casi
criminalizándote por no estar versado en los temas que ellos tratan, y,
sinceramente, no sabía por dónde empezar. Hasta que recordé a Victoria, Jack, y
Christian.
Regresé
a un cielo con tres soles y tres lunas esperando ver un triple plenilunio, pero
lo que no recordaba era la infinidad de constelaciones que había una vez las
tres esferas de fuego se ocultaban tras el horizonte. La primera vez que leí
tus libros, era demasiado pequeña para darme cuenta de lo que estaba leyendo,
pero ahora, he podido apreciar todo lo que hace grande a Memorias de Idhún: el amor libre, el feminismo de Gerde al no
comprender que los terráqueos valoren más a una mujer que a un hombre, la
transexualidad de la que habla Domivat (“he conocido a dragones que se sentían
hembras, y a la inversa”), las imposiciones de género… incluso la terquedad de
las personas por ocultar sus emociones y no ir con la verdad por delante. Un millón
de cosas que antes se me habían escapado se me manifestaban ante mis ojos con
tanta claridad que resultaba incluso insultante, y cosas que tenía muy claras
(mi posicionamiento con Jack y mi odio hacia el shek, por ejemplo) ya no
parecían estar tan claros. La primera vez que leí Memorias de Idhún, sólo había dos posibilidades: lunas llenas o
lunas nuevas. Y, ahora, los astros adoptaban diversas formas, podían ser
crecientes o menguantes; había muchos tonos de gris, no blancos o negros
exclusivamente.
Así
que, aquí llega la palabra sobre la que construyo esta carta: gracias. Gracias,
Laura, gracias por ocuparte de estos temas en libros para jóvenes, por
hacer que los aceptáramos incluso cuando no nos dábamos cuenta de que había
cosas que estaban mal vistas y que tú estabas criticando. Gracias por encender
un foco sobre las cosas que debemos solucionar antes incluso de que nos
diéramos cuenta de que estábamos oscuras. Gracias por abanderar la tolerancia,
por hacernos creer y soñar.
Gracias
por escribir esta historia, por hacerme decir por primera vez que me encantaría
ver a alguien, algún día, leyendo a mis personajes, y saber que los he hecho lo
mejor que he podido, y que están protegidos, y que les he querido con todo mi
corazón, y que los he cuidado mientras crecían.
Gracias,
en definitiva, por crear Idhún, por hacer que me enamore de tu novela… y,
también, de una manera u otra, bien anotando frases, bien poniendo marcadores
en historias lo bastante largas, o bien, simplemente, volviendo las páginas
para ver en qué punto del continente se encuentren los personajes, hacer que me
enamore un poco más de la literatura, que me guste más escribir.
Gracias
por hacerme llorar, tanto finalizando tu novela, como escribiendo esta carta,
de tristeza, porque nuestros personajes no existen, y bien que se lo merecen, y
de alegría porque, por lo menos, están vivos mientras los escribimos, y
resucitan mientras alguien los lee.
Gracias
por dejarme ver que, aunque quiero dedicarme a otra rama de las artes
(concretamente, a la séptima), eso no me pide ser también una diosa creadora
con la única fuente de magia que todavía conservamos los humanos: la palabra.
Muchísimas
gracias, de verdad.
Un
cariñoso abrazo,
Erika.
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