jueves, 22 de septiembre de 2016

Querida Laura Gallego,

Domingo, 18 de Septiembre de 2016.



               Te escribo estas líneas un minuto después de terminar de releer Memorias de Idhún. Y, a pesar de que no soy de las que se emocionan con facilidad ni con películas (a no ser que se muera algún perro) ni con libros (a no ser que Dumbledore se precipite por la torre de Astronomía), has conseguido humedecerme los ojos, arrancarme lágrimas, como si la diosa de los mares que ha hecho acto de presencia en tu historia se hubiera manifestado en mí.
               Lo siento, pero tengo que robarte unos minutos de tu tiempo, porque necesito sacarme esto del pecho. Leí Memorias de Idhún siendo muy pequeña; no recuerdo la edad que tenía. Nací en 1996, y me recuerdo siempre siendo capaz de leer, algo por lo que siempre estaré agradecida a mis padres. Y, con todo, ya desde muy pequeña fui perfectamente consciente de la cantidad de libros que hay en el mundo y del minúsculo espacio de tiempo que tenemos para poder leer aunque sólo sea una muestra diminuta, así que no está en mi naturaleza releer obras que ya sé cómo terminan.
               Rompí esta “máxima”, por así llamarla, mía, hace dos años, cuando pedí para Reyes los libros de Harry Potter en su versión original. Pero, en el fondo, podía autoconvencerme de que no estaba siendo infiel a lo que me había prometido durante tanto tiempo: al fin y al cabo, no los estaba releyendo en el sentido estricto de la palabra, pues nunca los había leído en inglés.
               Este verano he vuelto a romperla, y lo he hecho a lo grande, sólo para descubrir una cosa: a pesar de que recordaba retazos más o menos nítidos (siempre evocaré con qué escándalo leí la primera vez que Victoria besaba a Kirtash, o cómo me encantó la forma en que Jack le pedía a Victoria dormir con ella por primera vez), en realidad, estaba leyendo tus libros por primera vez, porque había, hay, infinidad de cosas que no recordaba, de las que no tenía ni idea. Supongo que es lo que sucede cuando eres pequeña y te empeñas en leer un libro de 900 páginas en tres días: a la fuerza tienes que perderte cosas, por narices tienes que pasar por alto una millonada de detalles que son, al fin y al cabo, los que terminan haciendo una historia, y no la trama en sí.
               Es curioso cómo, en las dos ocasiones en que he releído un libro que había leído hacía mucho tiempo, he sentido cómo me trasladaba a mi infancia, pero con tu obra ha sido aún más emotivo. Cumplí 20 años el 8 de septiembre (fiesta, además, en mi preciosa Asturias), pero no ha sido hasta que terminé de leer tus palabras cuando sentí que, realmente, le decía a dios a mi niñez, ya para siempre… o, al menos, hasta que vuelva a Limbhad.
               Debo confesarte algo, la razón de por qué volví a este universo, por qué me animé a armarme de valor y volver a abrir el libro de nuevo: estoy escribiendo una novela. Sí, otra fan más que te manda una carta para hablarte de su novela. Pero no te preocupes; no quiero pedirte que la leas, y entiendo perfectamente que, aunque te lo pidiera, tú no lo hicieras. No tendrías tiempo, de todas formas.
               El caso es que ya tengo dos historias a mis espaldas. Nada serio, la verdad. Las he subido a mi blog, han recibido más o menos visitas, y me he sentido muy feliz mientras las escribía, pero esta… ésta es diferente. Quiero hacer las cosas lo mejor posible con ella.
               Volví a Memorias de Idhún por un triángulo, pero no uno astral: amoroso. Uno de mis personajes se embarca en una relación con dos chicas a la vez, y quería documentarme, hacerlo a fondo, y recordaba con claridad cómo habías retratado una relación entre tres personas sin ningún tipo de prejuicio. Esta historia mía es muy especial para mí, Laura. Mentiría si te dijera que no me muero por encontrar a quienes me la publiquen, porque sí, lo hago.
               No para ganar dinero de ella.
               No para que nadie me la quite y se enriquezca a mi costa.
               No para que nadie la coja y la modifique.
               Me encantaría que me la publicaran porque así podría tenerla protegida, saber que nadie puede tocar a mis personajes, saber que los he metido en una cajita de cristal para que todos los contemplen en su máximo esplendor (porque, por Dios, ni siquiera sé cómo he conseguido crearlos, por qué me han elegido las musas a mí para darles vida, meterlos en mi cabeza y que yo los exteriorice como buenamente pueda) sin poder echarles el guante, ni hacer que su luz varíe, ni aunque sea titilar un mínimo. Así que, Laura, antes de entrar al verdadero objetivo de esta carta; ¿tienes algún consejo que puedas darme, para poder cuidar a unos personajes a los que yo quiero como a los hijos que no voy a tener, como tú cuidas de los tuyos? Sé que entiendes lo que siento; se ve que hay un infinito cariño en cada uno de los personajes que has creado. O, por lo menos, yo lo veo.
               El caso, Laura, es que regresé a un cielo con tres soles y tres lunas para investigar un poco sobre el poliamor. No me gusta meterme en internet, ni cómo enfocan hoy en día las redes sociales algunos temas de información, casi criminalizándote por no estar versado en los temas que ellos tratan, y, sinceramente, no sabía por dónde empezar. Hasta que recordé a Victoria, Jack, y Christian.
               Regresé a un cielo con tres soles y tres lunas esperando ver un triple plenilunio, pero lo que no recordaba era la infinidad de constelaciones que había una vez las tres esferas de fuego se ocultaban tras el horizonte. La primera vez que leí tus libros, era demasiado pequeña para darme cuenta de lo que estaba leyendo, pero ahora, he podido apreciar todo lo que hace grande a Memorias de Idhún: el amor libre, el feminismo de Gerde al no comprender que los terráqueos valoren más a una mujer que a un hombre, la transexualidad de la que habla Domivat (“he conocido a dragones que se sentían hembras, y a la inversa”), las imposiciones de género… incluso la terquedad de las personas por ocultar sus emociones y no ir con la verdad por delante. Un millón de cosas que antes se me habían escapado se me manifestaban ante mis ojos con tanta claridad que resultaba incluso insultante, y cosas que tenía muy claras (mi posicionamiento con Jack y mi odio hacia el shek, por ejemplo) ya no parecían estar tan claros. La primera vez que leí Memorias de Idhún, sólo había dos posibilidades: lunas llenas o lunas nuevas. Y, ahora, los astros adoptaban diversas formas, podían ser crecientes o menguantes; había muchos tonos de gris, no blancos o negros exclusivamente.
               Así que, aquí llega la palabra sobre la que construyo esta carta: gracias. Gracias, Laura, gracias por ocuparte de estos temas en libros para jóvenes, por hacer que los aceptáramos incluso cuando no nos dábamos cuenta de que había cosas que estaban mal vistas y que tú estabas criticando. Gracias por encender un foco sobre las cosas que debemos solucionar antes incluso de que nos diéramos cuenta de que estábamos oscuras. Gracias por abanderar la tolerancia, por hacernos creer y soñar.
               Gracias por escribir esta historia, por hacerme decir por primera vez que me encantaría ver a alguien, algún día, leyendo a mis personajes, y saber que los he hecho lo mejor que he podido, y que están protegidos, y que les he querido con todo mi corazón, y que los he cuidado mientras crecían.
               Gracias, en definitiva, por crear Idhún, por hacer que me enamore de tu novela… y, también, de una manera u otra, bien anotando frases, bien poniendo marcadores en historias lo bastante largas, o bien, simplemente, volviendo las páginas para ver en qué punto del continente se encuentren los personajes, hacer que me enamore un poco más de la literatura, que me guste más escribir.
               Gracias por hacerme llorar, tanto finalizando tu novela, como escribiendo esta carta, de tristeza, porque nuestros personajes no existen, y bien que se lo merecen, y de alegría porque, por lo menos, están vivos mientras los escribimos, y resucitan mientras alguien los lee.
               Gracias por dejarme ver que, aunque quiero dedicarme a otra rama de las artes (concretamente, a la séptima), eso no me pide ser también una diosa creadora con la única fuente de magia que todavía conservamos los humanos: la palabra.
               Muchísimas gracias, de verdad.
               Un cariñoso abrazo,

               Erika.

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