jueves, 18 de mayo de 2017

Cocoa King.

-¿Cuándo vemos a Zoe?-preguntó una voz infantil en el piso de abajo. Me revolví en la cama. ¿Qué hora era? ¿Cómo había llegado hasta allí? Oh, dios, me dolía muchísimo la cabeza. Y la tripa. ¿Estaba enferma?
               -Yo ya la he visto-replicó otra voz, una que había escuchado todos los días desde mi mudanza. Astrid. Descodificar una voz me sirvió para identificar la otra: Duna.
               -¿Habla gracioso? ¿Como Diana?
               -No hables así de Diana-se quejó Ash-, que es mi hermana legal.
               -Se dice “política”, Ash-corrigió su madre, cuya voz se vio encuadrada por unos pasos que se alejaban.
               -Eso también. Pues eso, que no te metas con Diana. La pobre no tiene la culpa de ser americana.
               -Yaaaaa, pero, ¿Zoe habla como ella?
               -Zoe es muy graciosa. Y tiene muchas, muchas pecas. Como… ¡así de pecas!
               -¡Hala! Son un montón.
               -Pues sí. ¿Se las intentamos contar?
               -¡Vale!
               Las niñas empezaron a saltar debajo de nosotras. Consiguieron enganchar la cuerda de la trampilla y tiraron con todas sus fuerzas hasta que la puerta se abrió y un haz de dolorosa luz penetró en la habitación. Zoe se encogió a mi lado, y yo me pegué instintivamente a ella.
               Duna escaló antes que Astrid, gateó despacio y en silencio hasta el borde de la cama y levantó la colcha. Se había equivocado, estaba de mi lado. Chasqueó la lengua y le hizo señas a Ash para que fuera por el otro lado. Mientras Astrid se acercaba a Zoe, Duna me tapó la cara y me acarició la cabeza como lo haría con un perrito, o con un bebé al que no quiere que le dé un constipado. Astrid tropezó con algo de ropa que habíamos dejado por ahí tirada, pisó unos pendientes y se oyó un crujido.
               Zoe abrió los ojos, sorprendida, y me miró con la alarma pintada en ellos. Yo parpadeé y me llevé el índice a los labios. Frunció el ceño un segundo y aguzó el oído.
               -Las pequeñas-expliqué en silencio, volviendo a vocalizar. Zoe alzó las cejas, comprendiendo, y asintió despacio con la cabeza. Esperó pacientemente a que las niñas llegaran a nuestro lado. Astrid agarró con la mano la colcha, y antes de que pudiera hacer ningún otro movimiento, Zoe se abalanzó sobre ella y le lanzó la colcha encima, encerrándola en un saco mientras yo me lanzaba a por Duna, la agarraba de la cintura y tiraba para meterla en el mismo sitio que Ash. Las dos niñas se pusieron a chillar; ayudé a Zoe a levantar el inmenso bulto gritón y tembloroso en que se habían convertido y las depositamos sobre la cama. Metimos las manos en los huecos de la manta y nos dispusimos a hacerles cosquillas a las niñas, que pasaron de gritar que las soltáramos a que parásemos, y a reírse a carcajadas.
               Era tal el escándalo que montamos, que los hermanos mayores vinieron a salvar a las pequeñas. Tommy fue el primero en asomar la cabeza, con su glorioso pecho al descubierto, el pelo revuelto y los ojos aún brillantes de sueño. Mm, me apetecía hacerle una visita a su habitación.
               Pero oh, mierda, estaba con la regla. Y, encima, Zoe estaba aquí. No podía desperdiciar su tiempo en Inglaterra montando a mi inglés.
               -Hola-saludé sin aliento, apartándome la melena de la cara y mirándolo. Tommy asintió con la cabeza, impresionado de que hubiéramos cazado a las niñas con las manos en la masa. No dijo nada: eso le tocó a Scott, que apareció medio minuto después que él, colocándose una camiseta al revés.
               -¿Qué les estáis haciendo?
               -¡Scott! ¡Socorro!-pidió Duna, pero una dosis de cosquillas de mi mejor amiga la dejó KO antes de que pudiera seguir delatando su posición. Tommy se cruzó de brazos y se volvió hacia él.
               -¿De dónde vienes tú?
               Scott le dedicó su mejor sonrisa de Seductor™.
               -¿Y esa traición?-gruñó Tommy-. Me voy a poner celoso, habíamos quedado en que, cuando vinieras a dormir a mi casa por mí, dormirías conmigo, no con ella.
               -No te piques, T, sabes que mi corazón es sólo tuyo-Scott le plantó un beso en la mejilla, pero Tommy no se ablandó.
               -No me toques, Judas.
               -Claro, como ahora tienes a Diana para consolarte... Menos mal que yo puedo apoyarme en Eleanor.
               -Y lo que no es apoyarte-añadí, guiñando un ojo.
               -Como veo que no me necesitáis aquí, voy a volver a su habitación. Mi chica me espera-le dio una palmada a Tommy en el omóplato y se giró sobre sus talones, ya dispuesto a volver con Eleanor.
               -¿Quiere a alguien a quien querer? ¿Que la abrace?
               Scott se volvió hacia él con la mirada ennegrecida.
               -¿Qué acabas de decir?
               -She wants somebody to love in the right way-empezó a cantar Tommy, y Scott lo empujó y salieron corriendo escaleras abajo, Tommy cantando She, de Zayn, y Scott detrás intentando zurrarle para que se callara.
               Zoe dejó tranquilas a las niñas y se puso a escuchar a T cantando. Sonrió, oyendo cómo entonaba aun a pesar de que tenía que reservar fuerzas y capacidad pulmonar para su huida.
               Duna se la quedó mirando, insegura de cómo proceder a contarle las pecas. Ash la cogió de la mano y negó con la cabeza: éramos demasiado duras de roer como para ir de frente, lo mejor sería ir por sorpresa. Les pedí un beso de buenos días, me lo dieron, le dieron a Zoe otro, porque les dijo que se ponía celosa, y se marcharon.
               -Qué ricas-comentó.
               -¿Como sus hermanos?-la piqué. Zoe me dio un empujón y se echó a reír, se me puso encima antes de que yo pudiera escaparme.

               -Por lo que he visto hasta ahora, sus hermanos están buenos, pero no me importaría probarlos y comprobar si además están ricos-se frotó contra mí sensualmente.
               -Buena suerte con eso, zorrita.
               -Qué mojigata eres, ¿ya no me dejas jugar con tus juguetes?
               Me eché a reír.
               -Va más bien por Scott.
               -Sí, y porque Tommy no es un juguete para ti, ¿a que no?
               -Me lo paso bien jugando con él, especialmente a juegos que no son de niños-esta vez fui yo la que me froté contra ella, quien se echó a reír y me dejó incorporarme. Me vestí y me la quedé mirando; estaba tumbada en la cama, sonriendo como una tonta, mirando al techo y frotándose la cara-. ¿Pensando en cierto inglés?-inquirí, y ella se echó a reír.
               -Amo este país. ¿Por qué nos independizaríamos?
               -Nos tenían esclavizados.
               -Ojalá ser su esclava sexual-se lamentó con voz lastimera, y yo me eché a reír.
               -¿Qué tal te lo pasaste ayer?
               -Genial, la verdad. Sus amigos son gente muy enrollada. Esa tal Karlie… es súper graciosa. Y la bebida está mejor aquí, ¿no te parece?
               -Sí, claro, será la bebida lo que te ha influido-repliqué, empujándola con la cadera. Se apartó el pelo de la cara y alzó las cejas.
               -No tengo ni idea de lo que me hablas.
               Puse los ojos en blanco.
               -De los chicos de aquí, Z-sonreí, y me acurruqué contra ella, y ella hizo lo mismo. Pegué la cara a la suya, saqué la lengua y le toqué la punta de la nariz. Zoe se echó a reír y lanzó un profundo suspiro-. ¿Qué opinión te merecen los ingleses?
               -Son simpáticos-dijo, y yo me la quedé mirando, a la espera de que dijera algo más. Z volvió a suspirar, como diciendo “eres imposible”, y continuó-: y… hacen que me sienta bien. Son divertidos, y saben mantener una conversación, y son súper respetuosos, y súper altos, y saben dónde están los límites y cuándo no tienen que traspasarlos… sonríen muy bien.
               -¿Que sonríen muy bien?-me burlé.
               -Sí, tienen una sonrisa preciosa. Súper blanca. Y llena de dientes.
               -Es lo que tienen las sonrisas, Z: suelen tener dientes.
               Zoe se sonrojó un poco y se echó a reír.
               -Bueno, tú me entiendes. Me encanta cómo hablan. Me encanta su acento. Parece que te están haciendo el amor con las palabras todo el rato-se abanicó, y yo asentí y sonreí. Sí, era exactamente como me sentía cuando me quedaba hablando con Tommy y era él quien tomaba las riendas de la conversación. Me gustaba que no usara las mismas palabras que yo y me gustaba que pronunciara distinto a mí las palabras que compartíamos. Los sonidos que emitía su boca eran música para mis oídos, y todo lo que me decía salía de sus labios en forma de caricia que me recorría entera hasta un punto que sólo le pertenecía a él.
               -Y su pelo. Guau. Y su piel, la tienen súper suave…-dejé que siguiera diciéndome cosas que le encantaban de los ingleses (más bien de un inglés en particular) hasta que terminó y se me quedó mirando.
               -Vale, y ahora, ¿podrías decirme tu impresión sobre los ingleses como conjunto, y no representados por Jordan?
               -No estaba hablando de Jordan-protestó, sonrojándose tanto que su pelo pareció conquistar toda su cara.
               -¡Ajá! Así que estabas hablando de Tommy.
               -Tommy está tremendamente bien-concedió, frotándose contra mí.
               -Qué lástima que seas una guarra y que por lo tanto no te merezcas que lo comparta contigo, ¿eh?
               -A ti lo que te da miedo es que le guste cómo follo más de cómo lo haces tú y te deje plantada por mí.
               -Bueno, siempre me queda tirarme a Jordan como venganza-respondí, y ella me pegó con la almohada en la cara, lo que me confirmó mis sospechas: el inglés de piel oscura le importaba, más de lo que se atrevía a dejar entrever, y desde luego más de lo que estaba dispuesta a admitir, incluso para sí misma. ¡Hola! ¡Que le gustaba hasta su forma de sonreír! Si eso no era que se estaba pillando por él, no sabría decir qué lo sería.
               Para cuando bajamos a desayunar, los chicos ya estaban casi terminando y los platos llenos a rebosar con un montón de comida estaban mediados. Las niñas nos miraron con lástima, seguro que les habían dicho algo para que no se acercaran a nosotras y volvieran a invadir nuestra intimidad.
               Dan se puso rojo como un tomate cuando llegó y nos vio juntas. Se sentó en una esquina, lo más alejado posible, y se acercó para sentarse a nuestro lado con la cabeza gacha cuando le dijimos que viniera con nosotras. Se puso más y más rojo al hacerle un hueco entre Z y yo y poner su silla entre las dos. Se echó cereales y los comió como buenamente pudo, mientras Tommy lo miraba con diversión, apoyado en la encimera.
               -¿Te gusta Zoe, Dan?-le provocó, y el niño se puso todavía más rojo (en cualquier momento estallaría) y se metió en la boca una cucharada inexistente de cereales-. Dan-sonrió Tommy, y su hermano asintió despacio con la cabeza.
               -Sí-dijo con un hilo de voz-. Es guapa. Su pelo-añadió, tímido, mirándola de reojo-. Me gusta.
               -Va a ser genético, lo tuyo con las pelirrojas-intervino Scott, y Tommy se echó a reír. Zoe le hizo el año al niño cuando lo cogió y lo sentó en su regazo. Dan no sabía dónde meterse, lo cual nos pareció graciosísimo a todos los demás.
               -En un par de años, cuando crezcas un poco, me invitas a salir, ¿vale?
               -Vale-susurró. Zoe le dio un beso en la mejilla, y el pobrecito casi se desmaya. Duna observaba a la pareja con muchísima atención, una cortina impenetrable en sus ojos castaños.
               -Le puedes cocinar algo, que así conquisté yo a Diana, ¿qué te parece, Dan?-sugirió su hermano. Dan asintió despacio con la cabeza.
               -¿Sabes cocinar?-exclamó Zoe.
               -Sí.
               Pobre chiquillo, lo estaba pasando fatal.
               -¡Qué bien! Yo no sé. ¿Podrías enseñarme?
               -Que te enseñe Tommy. Él cocina mejor que yo.
               -Yo a tu edad no sabía hacer la mitad de las cosas que tú, Dan.
               -Bueno-Dan suspiró, muy tenso. Zoe lo dejó en su silla y permitió que se terminara los cereales y se marchara. Su atención se centró en las niñas, que habían salido al jardín a jugar. Scott estaba con ellas, pero pronto se les unió Tommy, le tiró un palo de fregona a Scott y empezaron a pelearse como si sus mangos fueran espadas. Astrid y Duna empezaron a cantar la canción del entrenamiento de Mulán y a animar a su respectivo hermano.
               Zoe estaba tan encantada mirándolos como lo había estado yo la primera vez que los vi jugar con las pequeñas. Apoyó la cabeza en su mano y sonrió mientras las niñas se reían a carcajadas cuando los chicos las cogieron por sorpresa y empezaron a hacerles cosquillas, tirados en el suelo con ellas encima, pero sin embargo llevando las riendas de la situación.
               -No es justo-susurró, y yo la miré-. Que ellas tengan tres hermanos, y nosotras no tengamos ninguno.
               -Nos tenemos la una a la otra.
               -Ya lo sé-admitió-. Pero no es lo mismo. Siempre he querido saber lo que se sentía teniendo un hermano mayor.
               -Hacen que parezca fácil-asentí.
               -Ahora ya sé por qué tenías tantas ganas de volver. Ni siquiera sé cómo voy a hacer para volver a mi casa y meterme en el ático yo sola después de estar en una casa llena de gente, que encima tiene jardín-se lamentó, y se le empañaron los ojos.
               -Zoe…-susurré.
               -No vas a volver a Nueva York, ¿a que no? Lo supe en cuanto te vi hablar de Tommy la primera vez que te pregunté por él en casa. Bueno… lo sospeché. Y por eso quería venir. Quería saber qué te daba él que yo no era capaz de darte. Al margen del sexo, claro-sonrió, y yo le acaricié la mano-. Pero ahora… ahora ni siquiera entiendo cómo pudiste volver a casa en Navidad.
               -Tú estabas allí.
               Sonrió con tristeza.
               -Si yo te lo pidiera…
               -Volvería. Claro que sí. Te conozco desde que tengo uso de razón, Z. Eres mi familia. Tommy…
               -… no es sólo un chico.
               -Bueno… podrían pasarnos un montón de cosas.
               -Te echo muchísimo de menos.
               -Y yo a ti-le cogí las manos-.Todos los días. Pero ahora no puedo volver. Mis padres no me lo permitirían.
               -No, las cosas están demasiado revueltas. Todavía es pronto-miró al jardín, donde los chicos se habían levantado y sostenían a la hermana del otro para que no se mojara más los pies: Eri les estaba echando la bronca del siglo, porque el prado estaba mojado y no era buena época para arriesgarse a un resfriado-. Además, está él.
               -Sí-asentí-, además, está él.
               Debería haber aprovechado para preguntarle qué le parecía, si creía que era bueno para mí, pero no me atreví. Y, cuando estaba terminando de reunir el valor necesario, los chicos volvieron con nosotras.
               Esa tarde, fuimos a con ellos a echar el partido de baloncesto de rigor, y sorprendimos a los ingleses demostrando que las americanas, aunque fuéramos más bajas, sabíamos cómo encestar.
               Zoe decidió que no podía arriesgarse a cambiar de hogar como lo había hecho yo, y a dejar otro trocito de su corazón en Inglaterra con Jordan, y trató de mantener las distancias con él. Por lo menos, ésa era su intención, hasta que lo vio esperando en la cancha de baloncesto, echando unas canastas, totalmente solo.
               Por mucha fuerza de voluntad que mi amiga tuviera, las ganas que aquel inglés le producían eran muy superiores, y ya habíamos salido cinco minutos antes de lo previsto para que “le enseñáramos el barrio”, lo cual era una excusa bastante triste, en mi opinión, para poder llegar antes y disfrutar de su inglés. Se quedó hablando con él mientras los demás llegaban, y sonrió y se puso colorada cuando Alec apareció, solo (no acostumbraba a hacerlo así) y se encaró a Jordan.
               -¿Qué coño, tío? ¡Estuve llamándote diez minutos! ¿Tanto te costaba llamar a mi puerta y decirme que ibas a salir antes?
               -Estuve liado, haciendo cosas por el centro.
               -Sí, claro, ¿esas cosas incluían venir corriendo para estar más tiempo con tu americana?
               Scott y Tommy se miraron un momento y sonrieron; las chicas hicieron lo mismo. Zoe miró al suelo y luego me miró a mí, se apartó el pelo de la cara y se mordió el labio cuando Jordan la miró, ignorando a Alec.
               -Es que estoy hasta los cojones de tu puta manía de llegar tarde-gruñó Jordan.
               -Tío, ayer me dijiste que querías llegar a la hora, y tenía pensado llegar a la hora. Cenicienta no espera al príncipe, así que éste se apresura, ¿eh, Jor?-se burló, cogiéndole la mejilla y dándole un par de palmaditas en la otra. Jordan le dio un empujón para librarse de él y dijo que había que jugar.
               Me quedé sentada en las gradas con Logan y Karlie, mirándolos jugar. La verdad es que Z iba sobrada con mates y canastas, incluso le hacía la competencia a Tommy, y de 10 veces que pasaba el balón a alguien, 11 ese alguien era Jordan.
               Alec se acercó a nosotros y cogió una botella de agua.
               -Tenemos que juntar estos dos-me dijo.
               -¿Me lo dices, o me lo cuentas?
               -Jordan no se ha puesto así por una chica en su vida-dio un sorbo de la botella de agua.
               -Zoe tampoco.
               Alec me sonrió.
               -Puede que sea hora de que demos una vuelta tú y yo, Diana.
               -Ya pensé que no me lo pedirías, Alec-me recliné hacia atrás y me eché a reír. Sabía que Al no intentaría nada conmigo: era novia de uno de sus amigos y eso era sagrado para él (y para los demás). Así que decidimos que, al día siguiente, nos llevaríamos a Zoe al centro para seguir con nuestro turismo y que nos encontraríamos “por accidente” a Jordan y Alec.
               Así lo hicimos.
               Lo cual les vino perfecto a Tommy y Scott para ir a hablar con Layla sobre aquel plan que se traían entre manos.
               Para cuando nos reencontramos con Scott y Tommy en la boca del metro, Zoe ya estaba más convencida que nunca de que no iba a poder marcharse de Inglaterra sin dejar atrás más de lo que había traído. Incluso puede que se hubiera quedado si yo se lo hubiera pedido, pero sabía que no podía ser, que no se renuncia a toda una vida y a toda una ciudad por una simple tarde dando una vuelta por una de las múltiples ferias de Londres en la que el chico que te gustaba te había conseguido un peluche.
               Esas cosas sólo pasaban en las películas, donde no había obligaciones, ni familias, ni un montón de cosas a las que renunciar y que no podías dejar atrás.
               Además, nuestras posiciones eran diferentes: yo había perdido a Nueva York en el momento en que me subí al avión, con independencia de que fuera a encontrarme más tarde con Tommy o no. Pero Zoe todavía tenía a nuestra ciudad, y vivir añorando algo que no tienes es menos glorioso que morirte de pena por todo lo que has dejado atrás.
               No volver a tu tierra cuando todos los puentes se mantienen en pie requiere un tipo de valor y fuerza que los que no teníamos manera de acceder a la isla que nos vio nacer no teníamos. Y no quería poner a Zoe en ese apuro.
               Pero le pregunté por él, por lo que habían hecho y de lo que habían hablado, y me regodeé en lo feliz que parecía mi amiga, y me entristecí con ella porque no habían pasado más que de un tonteo bastante tímido, al que ninguna de las dos estaba acostumbrada. Los chicos en Nueva York no eran tanto como Jordan, sino más bien como Alec, y se apresuraban a meterse en tus bragas lo más rápido que pudieran. No te regalaban nada ni te enseñaban sus locales a no ser que hubiera una puerta trasera en la que tú fueras a dejarte meter mano.
               Y eso frustraba a Zoe, que no había escuchado al mejor amigo de Jordan decir que éste no se había puesto así por ninguna chica.
               -Es una tontería-dijo después de media noche comentando nuestro día-. Pasado mañana me marcho, y no vamos a hacer nada. Dudo que le guste de esa manera.
               -Yo creo que sí, pelirroja-dije, acariciándole el pelo, pero Zoe suspiró.
               -Si fuera así, ya me lo habría dicho, o habría intentado algo, pero… seguimos en las mismas. Además… creo que así es mejor.
               -¿A qué te refieres?
               Se encogió de hombros.
               -No sé si quiero probar algo de lo que no voy a volver a disfrutar en mi vida, ¿sabes, Didi? Creo que es mejor así. Que no hagamos nada, y yo me marche y no tenga nada que echar de menos. A ti te dolió que la primera vez que Tommy te dijera que te quería fue justo antes de subirte al avión.
               -Me habría dolido más si no lo hubiera hecho, Z.
               Volvió a encogerse de hombros y se hundió en la cama. Me dijo que deberíamos pasar a hablar de otra cosa, pues nos estábamos comportando como las tías de las películas a las que odiábamos, las que abrían la boca sólo para hablar de algún chico.
               -Pero es que, qué chico, ¿eh, mi niña?-me reí, acariciándole la melena. Zoe asintió.
               -Sí-sonrió-. Qué chico.
               Se acurrucó contra mí y pasó a preguntarme por mi entrenamiento y mis incipientes alas, y seguimos charlando y charlando hasta que el cansancio, el sueño y el jet lag terminaron ganando la batalla, y Z se quedó dormida entre mis brazos. La abracé, le di un beso en la mejilla con todo mi amor, y cerré los ojos, pensando en lo diferente que Z era conmigo a como lo era con los demás: le había preguntado a Scott qué le parecía mi amiga mientras ella hablaba con Tommy, sin tener ni idea de que él la llevaba derecha a encontrarse con los otros.
               -Es más sinvergüenza que tú-había sonreído Scott, y yo inquirí:
               -¿A Tommy le gusta?
               -Zoe le dijo que, como te rompa el corazón, lo mata, y él contestó que se fía de ella porque tiene suficiente experiencia con pelirrojas.
               Sonreí. Conociendo a Tommy, eso significaba que sí.
               El penúltimo día de Zoe en Inglaterra fue exclusivo de chicas. Scott la llevó a buscarnos al instituto y allí le presentó a Sabrae, que se unía a nuestra comitiva de paseo por Londres.
               Las chicas se miraron de arriba abajo, inspeccionándose mutuamente, decidiendo qué había visto Alec en la otra y si podrían competir con ello.
               Pero había un problema, o más bien dos: Zoe no quería competir por Alec, y Sabrae no necesitaba competir por Alec. Una estaba interesada en un chico por primera vez en su vida, y la otra tenía al susodicho comiendo de la palma de su mano.
               Se miraron a los ojos, midiéndose.
               Y Sabrae fue la que rompió el hielo:
               -Chica, veo que Alec tiene buen gusto.
               Zoe se echó a reír y la abrazó.
               -Supongo que va empeorando.
               -¿Bromeas? ¡Mira qué pecas! ¡Son preciosas!
               -¿Hablas de pecas? ¡Mira qué piel tienes, chica, ya la quisiera yo para mí!
               -¿Te gusta mi piel? Espera a verme los rizos, eso que se merece envidia, nena-sonrió Sabrae, y comenzó a deshacerse la coleta. Antes de que Eleanor y yo nos diéramos cuenta, Zoe y Sabrae ya iban cogidas del brazo y metiéndose con Alec porque claramente la otra era más de su tipo.
               Incluso bromearon con la posibilidad de que Zoe lo secuestrara.
               -Todo tuyo, chica-Sabrae agitó la melena y Zoe la observó un momento antes de centrar la atención de su cara.
               -¿Tú crees? Porque me ha dicho un pajarito que está bastante pillado por ti, y que buscaría la manera de escaparse y volver contigo en cuanto pudiera.
               -¿Es un pajarito rubio?-se volvieron y me miraron.
               -Así es.
               -Es gracioso, porque ese mismo pajarito me ha dicho que estás más interesada en cierto rey del ébano.
               -Parece que este pajarito es más bien una lagarta, de la lengua tan larga que tiene-volvieron a mirarme y las cuatro nos echamos a reír. Eleanor y Sabrae la llevaron a sitios que sus hermanos no conocían y que le gustaron incluso más: pequeñas cafeterías, jardines ocultos y rincones escondidos que se abarrotaban en los aniversarios de cada pareja.
               Zoe se iba enamorando poco a poco de la ciudad, a medida que veía que era similar en sus tesoros a los que nuestro hogar escondía. Disfrutó como una niña pequeña de una pastelería a la que las chicas nos llevaron bien entrada la tarde, suplicó hasta que consiguió que nos subiéramos al London Eye (yo también tenía bastantes ganas, y me escandalizó enterarme de que ni El ni Saab se habían montado nunca, ¡era como no haber visitado jamás la azotea del Empire State!), se hartó a hacer fotos y llenar su Instagram con instantáneas de la que llamaban la Capital del Mundo y consiguió acostumbrarse, a horas de su vuelta, a mirar al lado equivocado de la calle a la hora de cruzar; el correcto en Londres.
               -Estoy por volver con Max, sólo por tener a alguien a quien traer a uno de estos sitios-dijo mientras nos comíamos una galleta rellena de crema de avellanas en uno de aquellos rincones en los que el bosque salpicaba la ciudad. Le di un manotazo.
               -Eso ni en broma.
               -Tráete a Jordan-la picó Sabrae, y Zoe se puso colorada antes de responder:
               -Solo si tú te traes a Alec.            
               Eleanor se echó a reír.
               -Saab es demasiado orgullosa como para darle la razón.
               -Tú tampoco se la darías, si supieras cómo es.
               -¿Cómo es?-quise saber.
               -La hostia en verso-soltó Zoe, y nos echamos a reír.
               -Un gallito.
               -Scott también es un gallito-recordó Eleanor.
               -Sí, pero no es lo mismo cuando el gallito es tu hermano que cuando lo es tu novio.
               -¿Alec es tu novio?-coreamos todas, y Sabrae puso los ojos en blanco.
               -Ya me entendéis. Tengo que ponerle en su sitio. Está demasiado acostumbrado a hacer lo que le da la gana y no lidiar con las consecuencias.

               -A Annie le encantaría que hicieras eso-intervino Eleanor, jugando con su colgante del avión de papel y mirando de reojo a Sabrae-. Mimi dice que lo tiene acuchillado, y que cada vez que va a salir de casa, se pone a chillarle: “¿Dónde coño vas? ¡Vete a pedirle perdón a Sabrae!”.
               -Debería escuchar a su madre, y dejar de ser un gilipollas.
               -Ya, nena, pero no lo va a dejar porque le compensa serlo-respondí, encogiéndome de hombros, y Zoe asintió. Las dos habíamos estado en la misma posición que Alec: nos interesaba más el sexo que los sentimientos, así que no íbamos a reprimirnos por gente a la que no le debíamos nada.
               La cuestión era: ¿Alec no le debía nada a Sabrae?
               -Claro, y mientras tú se lo consientas…-añadió Eleanor.
               -¡Pero, ¿qué caza de brujas es ésta?! ¡Estábamos criticando a Alec, no a mí!
               -Admite que te sale rentable que sea gilipollas-espetó Eleanor.
               -A ver-Sabrae se apartó los rizos del hombro, ganando tiempo-, es evidente, así no tengo que andar con él cuando no me apetece…
               -Ah, ¿qué esos momentos existen?-se rió mi cuñada, cada día me caía mejor, cada segundo que pasaba iba prefiriéndola más y más a su hermano. Sabrae la ignoró y continuó hablando por encima de ella.
               -… y además, así tengo una excusa para distanciarme, al margen de que no me voy a ir muy lejos porque, ¡hola! ¿Has visto qué puta cara tiene? Se la arrancaría de un mordisco.
               -Y no nos olvidemos de su polla-intervino Zoe, sonriendo y cruzándose de brazos. Perra mala.
               -Dios mío-asintió Sabrae-, tengo 14 años y ya sé que no me van a follar así de bien en mi vida, si es que me tiene atrapada-lanzó un suspiro.
               -Consérvalo, chica-le aconsejó Z-, que yo tengo mundo y te puedo decir que no hay muchos chicos que lo hagan como lo hace él.
               -Es que yo no sé qué coño les dan-protesté-, parece que en clase de sexología les explican qué tienen que hacernos en lugar de decirles que en Planet Parenthood tienen condones gratis-me lamenté, jugando con la pajita de mi bebida.
               -Bueno, nenas, tampoco vamos a competir, ¿eh? Que yo a Scott puede ponerlo en su sitio y no es que folle precisamente mal.
               -Puede-sonrió Sabrae-, pero no folla como Alec.
               -Mira, tía-Eleanor se volvió hacia ella-, si quieres te lo presto y me comparas.
               -No me voy a tirar a mi hermano, Eleanor-protestó Sabrae.
               -Qué bien te viene la excusa de que sea tu hermano para no poder confirmar nunca que estás equivocada.
               -Yo me ofrezco voluntaria-Zoe alzó las manos-, sacrificándome por el bien común, a tirarme a Scott y haceros una comparativa de sus aptitudes como amantes. Puede que incluso os ponga diagramas.
               -O que Eleanor se tire a Alec-sonrió Sabrae-, que él va por detrás de mi hermano en su competición de machitos rompecorazones.
               Eleanor le cogió la cara.
               -Dirás que estás hasta el coño de él, pero en el fondo te tiene loquita, ay-le apretó los mofletes-, mi Malik mentirosa. Cómo te gusta que te pida perdón como sólo él hace, ¿eh?-se burló, críptica, y Sabrae se libró de su prisión y agitó la melena.
               -No vamos a entrar en ese terreno.
               -¿Qué terreno?-pregunté.
               -Los mensajes-respondió Eleanor.
               -¿Te quieres callar, Tomlinson?-ladró Sabrae, y Eleanor se echó a reír. Era la primera vez que las escuchaba llamarse por su apellido, como hacían en coña Scott y Tommy.
               -¿Qué pasa con sus mensajes?-insistí.
               -Digamos que sabe cómo tiene que usar la lengua con una chica, incluso cuando no es la lengua lo que no está usando-respondió Zoe.
               -¡Amén, hermana!-chocaron los cinco y se echaron a reír. Supongo que la conexión que se forma entre dos chicas que se han tirado al mismo chico era así de fuerte, tremendamente intensa. Eso explicaría gran parte de la confianza que tenía con Zoe: habían sido incontables las noches en que habíamos compartido ligues.
               Puede que por eso me sintiera tan bien cerca de Layla, porque, aunque todavía no hubiera degustado a Tommy como yo me hartaba de saborearlo, desde luego lo que latía en su interior por el mismo chico era también de la misma naturaleza. Habíamos quedado para cenar con Layla después de que ésta saliera de unas prácticas. Llevaba el pelo en un semirrecogido con una coleta de caballo que le mantenía los mechones más rebeldes a raya, mientras sus rizos caían en cascada por su espalda y el flequillo le enmarcaba unos ojos que, poco a poco, iban recuperando su brillo.
               -Compórtate-le pedí a Zoe, porque sabía que toda la amabilidad que había desplegado con Sabrae no era de esperar para Layla. La veía como competencia, como si ella me hubiera quitado algo mío, cuando muchas veces me había quedado pensando que había sido yo la que me había metido entre Tommy y ella.
               A fin de cuentas, yo era la extranjera, la sorpresa, la que se suponía que no debía estar allí.
               Pero, si ya era difícil sentir eso estando con Tommy, creerme una intrusa era imposible cuando Layla estaba cerca. Su esencia emanaba tal bondad que era contagiosa, como una hoguera en un bosque a la que todos los animales salvajes quieren ir para probar la carne que tan bien huele, preparada por la flor roja danzante que los humanos han comenzado a domar.
               Layla me estrechó entre sus brazos y hundió la nariz en mi melena mientras yo la pegaba a mí. Le di un beso en la mejilla y la noté suspirar una sonrisa.
               -Estás preciosa-le dije, jugando con su pelo.
               -Mira quién fue a hablar.
               Zoe la miraba de arriba abajo, no sabiendo si fiarse de ella y preparar la artillería o sacar sus garras. La tomé de la cintura y la acerqué a Layla.
               -Z, esta es mi buena amiga Layla. Me ayudó un montón cuando llegué aquí. Tiene un oído increíble, se le da genial escuchar-aludí, y Zoe me miró.
               ¿Lo sabe?, preguntaban sus ojos.
               Lo sabe, confirmaban los míos.
               Automáticamente, Z recuperó la amabilidad y el colegueo que había mantenido con Eleanor y Sabrae. Le dio dos besos mientras yo se la presentaba a Layla: ésta es mi mejor amiga, la mayor perra de todo Nueva York, la más golfa de Estados Unidos y la mejor persona que te puedas encontrar en este planeta.
               Nos sentamos en el piso superior de un restaurante al que Layla ya había ido más veces con sus amigas, cerca de las ventanas, sólo para que Zoe pudiera disfrutar de las vistas a la calle. A pesar de que ya había aprendido cómo moverse por Londres sin poner en peligro su vida, le seguía chocando la manía que tenían los ingleses de hacerlo todo al revés. En una población en que los diestros seguían dominando, ¿por qué pondrían la misteriosa caja de cambios del lado del que estaba su mano más independiente? No tenía sentido.
               Y como eso, un montón de cosas más.
               -¿Has hablado con los chicos?-preguntó Layla mientras jugaba con las sobras de su postre, y en su tono preocupado escuché los ecos de toda la conversación que habíamos mantenido durante toda la cena. Me la quedé mirando.
               -¿Sobre…?-empecé, y me quedé callada. Aún no le había dicho nada a Zoe; ni siquiera yo podía creerme cómo había sido tan tonta de decirle a Tommy que sí a aquel puñetero plan sin haberle pedido por lo menos unos días para sopesar las consecuencias. Toda mi vida cambiaría si al final seguíamos adelante.
               El problema era que sólo podía verlo cuando no tenía a mi inglés cerca. Los ojos de Tommy me atontaban, y lo veía todo desfragmentado, como si observara una isla a la que quería acercarme desde debajo de la superficie del agua, en mi condición de sirena. Los rayos de sol bailaban en un mundo en el que hasta tu pelo tenía vida propia.
               Todo mi ser me decía que iba a cometer una locura. ¿Realmente necesitaba eso?
               Mi conciencia, no obstante, se callaba cuando mi inglés andaba cerca. Y me alarmaba al pensar en que pudiera decirle que no. Él es tu casa ahora, ya has estado exiliada una vez.
               -¿Cómo los has visto?-pregunté, transmitiéndole a Layla que ya hablaríamos de eso en otra ocasión. Todos los ojos se volvieron hacia la chica del corazón roto y el alma desvencijada.
               -Recuperándose-dijo por fin, después de jugar un poco más con la cucharilla. Yo asentí con la cabeza: sí, exacto, estaban recuperándose. No podíamos decirles que no. Yo no podría decirle que no.
               Además, Tommy me dejaría atrás. Sin mí malviviría, pero sin Scott no conseguiría sobrevivir.
               Y seguramente tuviera a Layla.
               Y yo quería seguirle.
               ¿Cuál es el problema?, me recriminé mientras asentí con la cabeza y me terminé mi postre.
               El problema es que es una mierda ser una de dos. El problema es que es una mierda ser la segunda opción. El problema es que es una mierda no ser la persona a la que más quiere la persona a la que tú más quieres.
               El problema es que toda mi vida he sido la primera, la última, la única, y ahora no tengo manera de volver a atrás.
               La plata era una mierda, pero era mejor que nada.
               Y yo no cantaría como mi padre, pero, por lo menos, tendría a los demás conmigo.
               Se hizo el silencio, que finalmente la mayor de todas nosotras rompió.
               -Si no te lo pregunto, reviento, Didi. ¿Qué les dijiste?
               Me miré las manos. Ella habría dicho que sí a la primera, claro, porque se merecía Tommy más que yo y porque le vendría bien un cambio de aires. Seguramente diera por sentado que yo me habría hecho la dura, y puede que se propusiera convencerme.
               -Les dije que sí.
               Los ojos de Layla se abrieron, sus pestañas mezclándose con su flequillo.
               -Vaya-exclamó-. Guau. ¿Así, sin más?
               -Estaba con Tommy-me excusé-. ¿Tú…?
               -Dije que tenía que pensármelo-confesó, y las dos nos miramos las manos. Zoe nos miró la una a la otra mientras Eleanor le enseñaba algo a Sabrae en su móvil. Mi mejor amiga frunció el ceño, pero no dijo nada. Esperaría a que yo le informara-. Es que estaba con Tommy, y Scott.
               Sonreímos, mordiéndonos los labios.
               -¿Te han dicho lo del fin de semana?-preguntó después de un rato. Asentí con la cabeza. Quedaba la última parte del plan: convencer a Chad de que se uniera. Todos para uno, y uno para todos, había dicho Tommy, levantando la mano al aire como si fuera un mosquetero.
               Así que iríamos todos juntos a ver al irlandés.
               -No sé, yo no las tengo todas conmigo-confesó Lay, masajeándose la nuca-. Tengo la carrera, y mis amigas, y… soy una chica. Ya sabes lo que nos hacen a las chicas en esa industria. Es un poco menos exagerado que en el cine, pero…
               -Eh-le cogí la mano-. No pasa nada, Lay. De verdad. Nadie nos va a convertir en un objeto de consumo. Y, si después de que vayamos a Irlanda tú sigues con tus dudas, bueno… yo tampoco iré con ellos. Pueden ir solos, ya son mayorcitos, ¿no te parece?
               Layla sonrió.
               -¿Harías eso, Didi?
               -Pues claro. Somos las chicas de Tommy, vamos en pack. Si tú no vas, yo tampoco. Así podremos ir a dar brincos a la primera fila, yo seguiría desfilando y tú salvarías vidas-Layla sonrió.
               -Suena a plan.
               Conseguí tranquilizarla, algo por lo que Tommy me daría las gracias como si no fuera a hacerlo por ella. Nos despedimos de las chicas y me volví hacia Zoe. Su última noche en Inglaterra sería sólo para mí.
               Me agarró del brazo y señaló la ciudad iluminada ante nosotras.
               -Llévame a un sitio con bebida de la cara en la que me pueda ir de la lengua-me dijo, y yo lo hice. Había estado buscando en internet los lugares más exclusivos de la ciudad, y había terminado encontrándome con un bar con vistas al Támesis donde tuve que dar mi nombre completo para conseguir entradas para la fiesta que se celebraba allí esa noche. Resultaba ser la presentación de una nueva colección de arte de un artista en ciernes, en la que el propio edificio era parte de la exposición.
               Conseguí que mis amigos diseñadores me prestaran vestidos con los que ir a la fiesta y me aseguré de que llevaran nuestra ropa y el paquete de dulces con el que Z se había hecho a nuestra casa. Entramos en el edificio muy dignas, con la cabeza bien alta y las manos entrelazadas.
               No tardamos ni cinco minutos en encontrar un lugar tranquilo en uno de los balcones de la casa. Las enredaderas se estaban cubriendo de escarcha, pero no nos podía importar menos. Nos arrebujamos en el sofá más cómodo que habíamos visto nunca, nos tapamos hasta el cuello con los abrigos también prestados, cruzamos las piernas y pedimos lo de siempre: Cosmopolitan y Sex on the beach.
               Acerqué mis labios a la copa y probé la bebida. No estaba mal. Nada como los Cosmos de Nueva York, evidentemente, pero… no estaba mal. Meneé la copa para disfrutar de los destellos del líquido mientras Zoe observaba a una pareja de novias que no dejaban de meterse mano.
               -Ésas podríamos ser tú y yo, Didi.
               -Emborráchame-repliqué, y nos echamos a reír, chocamos nuestras copas y observamos la luna, dominante en un cielo de estrellas ahogadas por las luces terrenales.
               -¿De qué iba la conversación de antes con Layla?-tenía pensado llamarla “la puta que te intenta robar al novio”, pero desde que le había echado la bronca antes de Navidad por aquel comentario, había decidido contenerse. Y, cuando la conoció, se dejó embaucar por la dulzura de mi amiga.
               -Tommy-expliqué, y ella alzó una ceja, como diciendo “evidentemente”-. Me ha propuesto hacer una banda.
               Se me quedó mirando.
               -¿Y qué le has dicho?
               -Le he dicho que sí-murmuré, dejando la copa en la mesilla de delante de nuestros sofás y paseando la mirada por entre la gente. No me atrevía a mirarla.
               -¿Y qué te preocupa?
               -No ser lo bastante buena.
               -Lo harás bien-respondió, sincera y a la vez paciente, como un maestro Jedi que tiene que enseñar a su joven aprendiz a dominar la Fuerza antes de que ésta le domine a él.
               -Estar equivocándome.
               -Un error nos ha traído aquí-respondió, abriendo los brazos. La miré. Y lo dije.
               Lo dije porque tenía que decirlo en voz alta para comprender que no era una locura.
               Lo dije porque Zoe hacía que lo descubriera.
               Y lo dije porque Zoe no se merecía menos que la verdad.
               -Estar cegada por un chico al que conozco de hace dos meses, y echar a perder toda mi carrera por tenerlo a él contento.
               -Tienes miedo de dejar de ser tú-observó, y yo asentí, y sentí cómo se me llenaba los ojos de lágrimas. No debería sentirme así, no debería pensar así, quería a Tommy y haría lo que fuera por él. Lo que fuera. O eso decía cuando estaba con él, cuando sus ojos me cautivaban.
               ¿Cuando estaba sola?
               Ya no lo tenía tan claro. Sólo sabía que le echaba de menos, que me gustaba su cuerpo, la sensación de calidez durmiendo a su lado, o el aroma de su colonia cuando lo tenía cerca, la manera en que mi piel se despertaba cuando rozaba la suya, la forma en que nuestros cuerpos se unían…
               No me parecía justo, que me atrajera lo bueno de una persona y me alejara lo malo. Necesitaba espacio. Necesitaba ser yo. Necesitaba encontrar mi Nueva York en Londres.
               -Pero mi niña-Zoe dejó también su copa y se acercó a mí. Me cogió la cara y me limpió las lágrimas-. Tú siempre vas a ser Diana Styles, la Diosa de Nueva York.
               -¿Y si no estoy a la altura?
               -Tú no te has oído cantar. Yo sí. Él, también. Hay una inmortalidad en ti esperando a ser invocada-sonrió, mirándome.
               -Lo tengo todo-respondí.
               -Puedes tener más.
               -Es egoísta.
               -Es humano-se encogió de hombros-. Es neoyorquino-añadió, y sonreí-. Ya me imagino los titulares, todo el mundo hablando de lo mismo. El New York Times con tu foto en la portada, en tus conciertos: Nuestra diosa también canta.
               Me eché a reír. Era increíble mi suerte. Mi suerte de tener a Tommy, mi suerte de tener mi vida, mi suerte de tener mi cuerpo, mi suerte de tener mi voz. Mi suerte de tener a Zoe.
               -Te quiero un montón, Z.
               -Ojalá fuera la mitad de lo que yo a ti-me dio un beso en la frente-. Te he dejado marca de pintalabios; ahora todo el mundo sabrá que eres mía.
               Me eché a reír.
               -Z.
               -Didi.
               -¿Qué opinas de él?
               Cogió su copa, dio un sorbo y me miró.
               -¿Quieres que me explaye?
               -¿Acaso tengo otra opción?-sonreí, y Zoe se echó a reír. Meneó su copa para que el líquido lanzara hasta besar los bordes en numerosas ocasiones. Yo cogí la mía, me la terminé, ansiosa porque empezara, y contuve la respiración cuando Z la dejó en la mesa.
               -Me gusta cómo hablaba. Su acento hace que se despierten cosas en mí que en Nueva York están muertas. Me gusta que sea educado. Casi me tiro encima de él cuando me quitó el abrigo el día que llegué. Se nota que yo le caigo bien, en cómo me toca, me mira, me sonríe o me habla. Es buena persona, eso está claro: no hay más que ver cómo trata a sus amigos, a su madre o a sus hermanos pequeños. Adoro que se lleve bien con Scott; eso nos podría abrir muchas puertas en un futuro-ronroneó, y yo sonreí. Se apartó la melena caoba de la cara, se miró las puntas y clavó sus ojos en mí-. Pero eso no es lo mejor de él.
               -¿Qué es? ¿Lo guapo?-quise saber. Si Zoe consideraba que estaba a mi altura físicamente hablando, Tommy tendría media batalla ganada.
               -No. O sea, sí. A ver. Lógicamente, el muchacho está de muy buen ver. De toma pan y moja. Menudos pectorales tiene. Y qué brazos, ay-se abanicó y yo me eché a reír-. Ojalá ser una naranja para que me espachurrara con esos brazos y exprimiera hasta la última gota de mi jugo. Nunca has tenido mal gusto con los tíos-sonrió-. Pero no, tampoco es que sea guapo. Es cómo te trata. No creo que pueda encontrar a alguien que trate tan bien a una persona como él a ti. Te adora, Didi. Se ve hasta en la forma en que te mira. Cuando habla contigo, aunque sea de cualquier gilipollez, me da la sensación de que te está cantando una balada de amor, la más preciosa que han compuesto. Cuando os besáis, no puedo apartar la vista. No porque me ponga cachonda la forma en que lo hacéis (que también), sino porque… bueno, te degusta. Es como si fueras su plato preferido y él llevara un mes sin probar ni siquiera un trozo de pan. Me encanta cómo te toca, los mimos que te da… me encanta por cómo te quiere. Y por cómo le quieres tú a él. Tú no lo notas, pero yo veo cuando estás pensando en él. No puedes evitar sonreír, se te encienden las mejillas, como si estuvierais juntos haciendo algo prohibido, o te estuviera susurrando al oído todo lo que te hará esta noche, cuando volváis a estar solos. Sé que te lo imaginas contigo muchas veces, porque te muerdes el labio-me lo estaba volviendo en ese instante, y Zoe sonrió. Me cogió las manos-. Te veo bien. Te veo tan bien, Diana… que ni siquiera me importa que sea inglés. Ni siquiera me importa que, por su culpa, yo esté sola. Merece la pena, con tal de verte así. Adoro verte enamorada, y de un chico que lo está de ti, que te merece, que es bueno, listo, atento, guapo…-suspiró-. Quiero a Tommy para mí. Lo quiero para mí y no me importa en absoluto que lo tengas tú, es que adoro que lo tengas tú. Te lo mereces tanto, Didi… te mereces tanto encontrar a alguien a quien echar de menos… Te mereces tanto tener a alguien a quien consideres mejor que Nueva York.
               Me eché a llorar, y ella me abrazó.
               -Z. No sabes cuánto significa para mí… que él te guste. De verdad.
               Estábamos a salvo. Estábamos bien. A Zoe le gustaba Tommy, le gustaba para mí, le gustaba lo que me hacía. Era la chica con más suerte del mundo.
               -¿Bromeas? Es imposible que no me gustara. Incluso cuando no le ponía cara, ya me gustaba. Me lleva gustando desde que follasteis en el sofá por primera vez.
               -Hicimos el amor-la corregí, y ella se echó a reír.
               -Precisamente por eso me gusta. ¿Cuántos chicos nos han hecho el amor a ninguna de las dos?-preguntó, pellizcándome la mejilla-. Te envidio, zorrita.
               -Te quiero tantísimo, Zoe-sollocé, volviendo a buscar su abrazo.
               -Y yo a ti, mi reina-respondió, acariciándome el pelo.
               -¿Me lo ibas a decir, si yo no te lo hubiera preguntado?
               -Supongo que sí. Para eso querías que viniera, ¿no?
               -¡Eres estúpida! ¿Sabes lo mal que lo pasé la noche anterior a que llegaras, pensando en que te podía caer mal?
               -¡Será coña! Didi, si ya me caía bien antes de conocerlo. Lo único que me ha aportado este viaje ha sido poder olerle.
               Me eché a reír.
               -¿Y qué tal?
               -Uf-se abanicó, y las dos nos reímos-. Olvida todo lo que te he dicho antes. Huele bien. Punto. Casaos ya.
               Cogí otra copa de la bandeja de un camarero.
               -No te voy a decir que no me ha apetecido varias veces.
               -Con esos ojos, a mí también me apetecería.
               -No son los ojos, es cómo me mira.
               -También son los ojos.
               -Bueno, sí. Tiene unos ojos preciosos.
               -Son como los de su padre. Pero mejores.
               -Quién lo iba a decir, ¿eh? Que un inglés que no me conoce de nada me iba a mirar mejor que todos los americanos a los que conocemos. Que él iba a ver a Didi donde los demás ven a Diana Styles.
               -Las personas que encuentran al trocito de dios en cada ser humano son las que merecen la pena, mi amor.
               Sonreí, y le acaricié la barbilla.
               -Yo debo de merecerla muchísimo, Z, porque cada vez que te miro lo único que puedo ver es lo buena que eres.
               Z sonrió, se le empañaron los ojos, se recogió las lágrimas.
               -Dios mío, te odio. Sabes lo que me fastidiar llorar en público-protestó, riéndose.
               -Me gusta hacerte de rabiar, Z-respondí. Hundí las manos en su pelo, se lo aparté de la cara y le planté un beso en la nariz, lo cual hizo que comenzara a llorar con más fuerza. Llegó un momento en que nuestras lágrimas amenazaron con congelarse en nuestros ojos, el frío de la noche ganando la batalla a nuestros abrigos. Nos terminamos nuestras copas, nos tambaleamos sobre unos tacones más difíciles de llevar de lo que recordábamos, y nos encaminamos hacia la puerta. El artista local había vendido varias de sus obras, y ya consideraba la gala todo un éxito a pesar de que, en Nueva York, si en dos horas no conseguías que dos clientes empezaran a pujar por un lote de cuadros, ibas bastante mal.
               Pero supongo que en Nueva York las cosas funcionaban diferente a como lo hacían en Londres. Yo, desde luego, me sentía totalmente diferente.
               Z y yo nos acurrucamos en la parte trasera de un taxi que se paseó por un Londres que cambiaba de piel igual que lo haría un camaleón: tan pronto pasábamos por una calle abarrotada de chicas con minifaldas cortísimas y chicos con chaquetas ajustadas, como nos deslizábamos sin detenernos por callejones en las que no se veía un alma. Londres era a la vez centro neurálgico y ciudad fantasma.
               Nueva York nunca dejaría que una guerra le arrebatara la vitalidad de sus calles.
               Salimos del centro de la ciudad, la tranquilidad se volvió la norma, y unas tímidas estrellas comenzaron a aparecer por el cielo a medida que nos alejábamos de la contaminación lumínica de la capital inglesa. Nueva York no permitía eso.
               Me pregunté qué opinaría Tommy de que no vieras ninguna estrella por encima del cielo de mi ciudad, si le gustaría que las noches sólo tuvieran una protagonista.
               A cada vuelta de las ruedas y giro de esquinas, el cansancio me iba venciendo y mis ganas de llegar a casa aumentaban. Zoe hacía fotos a la silueta londinense, tal y como hacían todos los extranjeros que no podían permitirse dormir en nuestra ciudad y aprovechaban las vistas desde el otro lado del puente de Brooklyn a nuestro imperio brillante.
               El coche se detuvo, le tendimos sendos billetes al conductor, nos peleamos por ver cuál sería la que pagaría (finalmente, fui yo) y se nos encendieron las mejillas cuando abandonamos la comodidad y calidez del vehículo. Saqué las llaves del bolso, empujé la puerta de nuestra casa y colgamos los abrigos prestados del perchero donde esperaba el que se había quitado Zoe nada más llegar. Los paquetes con nuestra ropa estaban en el hall, y el salón estaba iluminado por una tenue penumbra de colores cambiantes.
               Nos asomamos en silencio, con los tacones en las manos. Podría ser Louis escribiendo, podría ser Eri viendo alguna entrega de premios (no tenía ni idea de cuándo eran los Oscar; todo lo que estuviera relacionado con Los Ángeles pasaba a un segundo plano para mí), o Eleanor comiendo helado mientras veía alguna película romántica después de acostarse con Scott.
               O Scott y Tommy.
               La sensación de amor que me embargó al verlos fue tan sobrecogedora que tuve que apoyarme en Zoe para no caerme. Bonitos, fue lo que pensé mientras mis ojos descifraban las sombras que formaban contra la luz de la televisión. Quise comérmelos a besos, a los dos.
               A Scott, por quedarse con Tommy para que él no estuviera solo, en lugar de pasar la noche con Eleanor y disfrutar de aquella libertad recién adquirida.
               Y a Tommy, pues… por ser Tommy.
               Se habían quedado dormidos esperándonos, los cuerpos enmarañados como una tela de araña que impacta contra otra, arrastrada por el viento. Tommy le había pasado un brazo por los hombros a Scott, que dormía con la cabeza apoyada en el hombro de éste, y había dejado reposar su nuca sobre el sofá. Sólo cinco minutos, casi podía oírle pensar. Una cabezadita, y ya está. Ninguno de los dos se percató de que empezaba la teletienda, de que la luna avanzaba por el cielo o de que Zoe y yo no terminábamos de aparecer.
               Lo bonito de esperar que tu chica regrese de fiesta es estar despierto cuando lo haga, jactarte del esfuerzo, pero me conmovió tanto que hubieran tenido el detalle de no subir a la cama hasta que nosotras llegáramos que me entraron ganas de llorar.
               Zoe simplemente sonreía, con la estabilidad que te produce el no ser un revoltijo de hormonas revolucionadas.
               Nos acercamos en silencio a los chicos, que permanecieron impasibles a nuestro acecho. Le aparté un mechón de pelo de la frente a Tommy que, percibiendo la amenaza, acercó a Scott contra sí. Y Scott lo acercó a él. Se pegaron un poco más el uno al otro, negándose a que nadie los separara, como supuse que llevaban haciendo desde que eran bebés.
               Cómo odié a mis padres por haberme criado en una ciudad que no dormía, porque ver a la gente que te importa disfrutar del sueño es de las cosas más hermosas que puedes experimentar.
               Deposité un suave beso en la frente de mi chico, que se revolvió en sueños, seguramente como llevaba haciendo, también, desde que era un bebé. No, mamá, Sherezade, cinco minutitos más.
               Zoe se apoyó en el sofá, observándonos a los tres. Quería quedarse, y yo que lo hiciera, lo deseábamos con tanta fuerza… ¿y si se lo pedía? ¿Y si nos volvíamos inglesas? Yo era medio inglesa; ella era buena imitando acentos. Podría adoptar el de aquel diminuto país.
               Volví a darle a Tommy un suave beso, esta vez, en los labios. Abrió los ojos y me miró.
               -Diana-susurró, y yo sonreí y le di otro piquito, muy del tipo Spiderman. Sus labios intentaron responder a tiempo, pero yo estaba lejos cuando consiguió hacer el amago de devolverme el beso-. Habéis vuelto, chicas.
               -No teníais que esperarnos-respondí, acariciándole el hombro libre.
               -Pero queríamos hacerlo-respondió con voz ronca, tremendamente sexy y tremendamente dulce a la vez.
               -Mi inglés-fue todo lo que respondí, dándole otro beso. Tommy se giró y sacudió a Scott.
               -S-dijo-. S, las chicas ya están en casa. S, despierta-le pellizcó la cara-. Scott-pidió, pero Scott no se movía. Tommy suspiró y empezó a toquetearle el piercing. Le tiró del labio y buscó la manera de sacárselo de la boca, a lo que Scott respondió con un manotazo.
               -Déjame-pidió. Tommy se rió, Scott intentó darle un mordisco, pero ambos fracasaron en su intentona de hacer de rabiar al otro. Scott se dio la vuelta y se apoyó en el sofá. Tommy le pellizcó la cintura y Scott le soltó una bofetada-. Que me dejes.
               -Las chicas ya están en casa.
               -Mi más sincera enhorabuena.
               -¿No nos llevas a nuestra habitación, Scott?-le picó Zoe. Él abrió los ojos y la miró, se cruzó de brazos.
               -¿Qué pasa, neoyorquina? ¿Tienes miedo a perderte?-se burló el chico, y ella se echó a reír.
               -Sólo en tus ojos, inglés-respondió. Scott sonrió, espabilándose.
               -La madre que me parió-se frotó la cara y dejó escapar una risa entre dientes-. Está bien, dejemos a los tortolitos un poco de intimidad-se levantó y le tiró un cojín a Tommy, que no pudo responder a tiempo, antes de que éste impactara contra él-. Tira. Delante de mí-exigió, señalando las escaleras. Zoe levantó las manos.
               -Ah, no, nada de “las damas primero”. Eres el anfitrión. Guíame.
               Scott suspiró, asintió con la cabeza y echó a andar delante de mi amiga. Tommy los miró con ojos entreabiertos. Se me estaba quedando dormido, pobrecito.
               -Menudo culo tienes-espetó Zoe, subiendo las escaleras tras Scott. Por eso lo había hecho, la muy cabrona-. ¿Haces sentadillas?
               -Me cuido-Scott se encogió de hombros.
               -Y mucho, por lo que veo-insistió Zoe, que estaba esperando la oportunidad perfecta para pedirle sentarse en su cara. O para tirarse encima de él. O las dos cosas a la vez.
               -Para un cuerpo que tengo, habrá que mimarlo, ¿no?
               -Ah, ya lo creo que sí-Zoe asintió con la cabeza-. Y menudo cuerpo.
               Los dos chicos se echaron a reír mientras yo ponía los ojos en blanco.
               -¿Tengo que contárselo a Jordan?-quise saber, pero Zoe hizo un gesto con la mano, quitándole importancia al asunto.
               -Voy a ver a Eleanor, Tommy-informó Scott.
               -Déjala dormir-exigió T.
               -¿Qué pasa, S? ¿Te he puesto travieso con mis comentarios?
               -No le he dado a mi novia un besito de buenas noches.
               -Qué romántico, ¿aquí sois todos así? Parecéis príncipes de cuentos de hadas, y a mí me encantan los cuentos de hadas-ronroneó Z, y estuvo a punto de restregarse contra Scott, lo supe nada más mirarla. Por suerte, no lo hizo. Los dos desaparecieron por el piso de arriba, ella aún teniendo que escalar a lo más alto de la torre mientras él se enfrentaba al dragón.
               Tommy lanzó un profundo suspiro, apagó la tele y se tapó con una manta. Ahora que Scott no estaba para darle calor, debía protegerse del frío.
               Se me ocurrió que podría sustituir a Scott. Me senté a su lado, subí las piernas al sofá y pegué la cabeza a su hombro, el contrario del que se había convertido en una almohada. Tommy me besó la cabeza.
               -¿Puedes quedarte aquí, un ratito, conmigo?-preguntó, y yo sonreí, le acaricié la mejilla y le di un beso en los labios.
               -Claro que sí, mi inglés.
               Intentó taparme con la manta, pero y me levanté, me quité el vestido, le regalé un vistazo de mi cuerpo desnudo quitándome el sujetador también (más por mí que por él) y me puse una sudadera olvidada en el sofá. No sabía de cuál de los dos era, pero daba lo mismo: lo único que Tommy y Scott no compartían eran sus chicas. Por lo demás, lo que era de uno también le pertenecía al otro, así que había esperanzas de que la piel de Tommy hubiera rozado esa sudadera con la que ahora me vestía yo.
               Me metí debajo de la manta y me pegué contra él, que me cogió de las piernas para tenerme bien protegida, envuelta en posición fetal sobre su cuerpo. Hundí la cara en su cuello e inhalé el aroma que desprendía su piel, compartiendo con Tommy tanto aire como pensamientos, mientras sus dedos me acariciaban la piel desnuda de los glúteos.
               -Adoro estar contigo, Diana-susurró, dándome un beso en la punta de la nariz. No podíamos ser más monos. Por toda respuesta, yo sonreí y me pegué aún más a él. Le regalé un beso a su mandíbula, y disfruté del efecto que eso tenía en él.
               Podíamos ser monos, pero también éramos imanes.
               La más atrevida de sus manos escaló por mi anatomía.
               -Te voy a manchar-advertí.
               -Me da igual-respondió.
               -Tommy.
               -Sólo es sangre.
               Suspiré y él se detuvo. No estaba de humor; no para tanto. Sabía que no llegaríamos a su habitación si nos poníamos en plan, sabía que no encontraríamos toallas a tiempo, y no quería dejarle la casa hecha unos zorros.
               Además, pronto tendría que volver con Zoe.
               Pero es que estaba tan a gusto, acunada por sus brazos…
               -¿Cuándo se te quita?-quiso saber.
               -Para cuando vayamos a Irlanda-informé, y él dejó escapar una risita entre dientes, como diciendo “por supuesto, justo cuando estemos en el único sitio en el que no podemos follar, vuelve a sernos posible”.
               -O sea, que para mediados de mes, estás totalmente disponible-bromeó. Asentí con la cabeza.
               -¿Qué pasa a mediados de mes?
               Se quedó callado un momento.
               -Voy a fingir que no acabas de decir eso.
               -¿Qué pasa?-me eché a reír, y alzó las cejas mientras sus preciosos ojos chispeaban.
               -Diana. Hola. ¿El 14 de febrero?
               Me mordí el labio, porque como no lo hiciera empezaría a sonreír tanto que parecería tonta.
               Mi primer San Valentín con novio. Mi primer San Valentín en Inglaterra. Zoe y yo solíamos darnos muchísimos mimos ese día, compensando que ninguna de las dos tenía un chico con el que mereciera la pena pasarlo. Habíamos convertido el día de los enamorados en el de las mejores amigas, pero ahora… ahora yo tenía novio, Zoe estaba en otro continente, las cosas eran completamente distintas…
               … y a mí me apetecía celebrarlo con otra persona que no fuera Zoe. Aunque sólo fuera darle un beso y decirle que le quería. No necesitaba más. Tommy era más que suficiente.
               -Creo que tendré que entrenar-lo piqué, y él bufó.
               -La madre que me parió, para un año en el que iba a esforzarme más que los demás…
               -¿Por mí?-le mordisqueé la mejilla.
               -No, porque Scott tiene novia este año también.
               -Y eso, ¿qué tiene que ver?
               -Pues que, si no te mimo más de lo que él va a mimar a Eleanor, mi reputación se verá muy dañada-explicó. Yo me eché a reír.
               -Vale, así que, básicamente, Scott y tú vais a competir por ver quién es mejor novio, ¿no?
               -Lo llevamos haciendo toda nuestra vida. Bueno, desde que nos echamos novia por primera vez-se encogió de hombros.
               -No voy a poder, T-respondí-. El desfile está a la vuelta de la esquina, van a empezar a meternos caña…
               Mi chico hizo un puchero.
               -¿Y no te lo puedes saltar?-negué con la cabeza-. ¿Y yo no puedo ir?
               -Bueno, si quieres aprender a caminar en tacones con 20 kilos de alas a la espalda, yo estaría encantada de ayudarte… en cualquier otra época del año.
               Puso los ojos en blanco.
               -No entiendo por qué me torturas tanto.
               Yo tampoco lo entendía, pero era mi corazón y mi alma lo que estaba hablando allí, no mi cerebro. Todo lo bueno que había en mi interior llevaba ahora las riendas, manejaba el timón. Había alguien que necesitaba estar con Tommy más que yo ese día. Había alguien a quien le haría incluso más ilusión que a mí.
               Alguien que lo echaba de menos tanto como lo había hecho yo, encerrada en mi torre de cristal a 5.000 km de distancia, y cuya añoranza se escuchaba como un canto de sirena cada vez que pronunciaba su nombre.
               -Quiero que lo pases con Layla.
               Tommy se apartó de mí, sorprendido, para poder mirarme. No sabía si se lo estaba diciendo en serio o iba de broma. La verdad es que una parte de mí también flipó bastante.
               -¿Va en serio?
               -Yo te tengo todas las noches-expliqué, arrebujándome la manta-, creo que es justo que ella te tenga ese día.
               Sus ojos chispearon, la luna estaba haciendo que la tendencia de las mareas cambiase.
               -Eso te honra un montón, Didi-dijo, cogiéndome una mano y besándomela. Y yo, puede, quizás, tal vez, exploté por dentro, me convertí en una ameba que viviría totalmente feliz dentro de sus pulmones, sin volver a ver la luz del sol. Porque él era mi sol-. Ojalá no tuviera que ser así-comentó en tono triste, negando con la cabeza-. No te mereces tenerme a medias.
               -Te tengo entero, pero te aprovecho por turnos. Además-volví a pegarme a su pecho-, imagínate lo que me harías si te tuviera siempre para mí. Con tener que pedir cita es más que de sobra-me burlé, y él se rió. Nos quedamos callados un momento, sólo escuchando el sonido de nuestra respiración. Puede que le cocinara algo, le pediría ayuda a su madre, seguro que se moría de la ilusión-. Díselo cuando vayamos a Irlanda. Te echa de menos.
               -Y yo a ella-aseguró.
               -Lo sé. Pero, Tommy, en serio, díselo. Creo que tiene miedo de que vosotros… de que se acabe si estamos los tres juntos. Que elijas, y no sea a ella. Y también tiene miedo de que, si te dice que no, te lo tomes como que te dice que no a todo.
               -Eso no tiene…
               -Le dije que, si se negaba a hacer la banda, yo tampoco participaría en ella.
               Se quedó en silencio, mirándome.
               -Vaya, gracias por esa presión.
               -No creo que fuera justo que nosotros dos nos fuéramos y ella se quedara atrás. Te necesita. Y yo no quiero hacerlo sin ella. No quiero ser la única chica.
               Se frotó la barbilla, un poco de barba asomando por su piel. Madre mía. Me apeteció pasarle la lengua.
               -Me sorprende.
               -¿Y eso? Layla no es la competencia.
               -Ya, pero… bueno, yo pensé que harías lo posible por estar más conmigo de lo que está ella.
               -Ya estoy más contigo de lo que está ella, y no hago nada para meterme entre vosotros, ¿por qué iba a ser diferente ahora?-protesté, enfurruñándome, pero el cabreo me duró poco, aproximadamente los dos segundos que tardó en darme un beso en la mejilla y otro en la frente-. ¿Por quién me tomas?
               -Por mi chica. Alguien que no se conforma. Un poco egoísta, como yo. Si te soy sincero, yo lo aprovecharía-se encogió de hombros-. Lo cual ya me demuestra que no os merezco.
               -No te mereces a Layla-respondí-. La pobre es una tierna galletita, y tú te mueres por darle un mordisco-le di una palmada en el hombro y él se rió. Dios, tenía la risa más bonita del mundo.
               -Tengo pensado aprovecharos a tope hasta que abráis los ojos, créeme.
               -¿Más?-me reí, y se me quedó mirando.
               -Joder, Diana, recuérdame por qué hubo una época en la que sólo te soportaba cuando te tenía encima.
               -Todavía no te tenía engañado-explique, encogiéndome de hombros. Nos besamos un ratito y luego nos quedamos acurrucados, sin decir nada. Sólo respirando al lado del otro.
               Hay una intimidad en los silencios compartidos y las respiraciones acompasadas que supera con creces a la que te otorga la desnudez.
               -Deberíamos ir subiendo-dijo después de un rato.
               -Sí.
               No nos movimos.
               -Scott se preguntará si piensas volver.
               -Igual que Zoe.
               -Mm.
               Seguimos en nuestro sofá. Me encantaban los sofás, definitivamente estaban infravalorados.
               -No quiero que se vaya-dijo, y me lo quedé mirando-. Es que te veo tan feliz con ella aquí…
               Y no pude más. Di un brinco y le comí la boca como si llevara milenios ayudando. En cierto modo, sentía que así había sido. Le cogí la cara para que no se me escapara y bebí de él como si fuera un oasis y yo una chica perdida en el desierto que lo había encontrado por casualidad. En cierto modo, así había sido también.
               Degusté su sonrisa, acaricié su lengua, sonreí con su boca en la mía y me apreté todo lo que pude a su cuerpo. Si Zoe pudiera vernos, si Zoe supiera lo consciente que era ahora de cada célula de mi ser encendiéndose para él, después de todo lo que me había dicho de mi inglés, después de obtener su bendición…
               -Didi-me pidió-, Didi, por favor, tenemos que parar, yo…-gimió. Lo notaba durísimo contra mí. Y descubrí que lo necesitaba. No sabía hasta qué punto, sí sabía que hasta volverme loca. Quería volver a ser uno con él-. Diana-gimió, y yo me detuve, borracha del sonido de mi nombre saliendo de sus labios. Nos miramos a los ojos durante una eternidad, marineros estudiando una carta de navegación, averiguando qué ruta les librará de los piratas y los reunirá con sus mujeres lo más rápido posible-. ¿A qué ha…?
               -Le gustas. Para mí-festejé, y me miró como había mirado a Scott cuando éste le dijo que estaba dispuesto a hacer la banda, me miró como me había mirado a mí cuando le dije que sí, que me apuntaba, me miró como miraría a Chad cuando éste accediera y como miraría a Layla cuando finalmente se subiera al barco.
               Me miró como, esperaba, un día me miraría al decirle que estaba embarazada de él.
               Joder, Zoe, ¿cómo no te va a gustar para mí, si es el padre de mis hijos?
               -¿Es… en serio?-dijo, y yo asentí con la cabeza, riéndome. Volvió a besarme, festejando, leyendo en mi cuerpo poemas de amor en braille.
               Nadie tiene derecho a ser tan feliz.
               Nadie debería tener que soportar ser tan feliz. Sentía que en cualquier momento explotaría y me convertiría en un ente incorpóreo, carente de masa, diluido en el universo.
               -Joder, Diana, yo…-se pasó una mano por el pelo-. No sabes lo importante que… ¿me ha dado su bendición?-inquirió, incrédulo.
               -Bueno, ha sido un poco ambigua. Sólo quiere que la nombre dama de honor principal, o algo así-me encogí de hombros y nos echamos a reír.
               -La adoro. En serio. No me extraña que estuvieras de tan mal humor cuando volviste. Es Scott-dijo, y tenía que contárselo a Zoe, pues Tommy no decía eso de nadie. Mi chico sacudió la cabeza, apartando las ideas que le molestaban para seguir hablando-. Literalmente, es Scott en chica, y con el pelo rojizo, pero por lo demás… es tu Scott.
               -¿Seguro que a Scott no le molestará tener un sustituto?
               -Que se aguante-sentenció-. Pero… de verdad, niña, no sé cómo has podido sobrevivir tanto tiempo sin ella.
               -Encontré pronto a mi Eleanor-respondí, acariciándole la nariz. Me lamió los labios.
               -No puedo creerme que me acabes de comparar con mi hermana.
               -Tienes razón, ella es más guapa.
               Me abracé a él como un koala y decidí que me quedaría a vivir en sus brazos. Las lágrimas inundaron mis ojos, y no pude contenerlas esta vez. Eran la crecida del Nilo, y yo, los cultivos de la orilla.
               Me acarició la espalda, hundió los dedos en mi melena y la peinó con sus manos mientras yo lloraba en su hombro.
               -Espero que estas lágrimas no sean de arrepentimiento porque te has liado con el Tomlinson equivocado.
               Me reí.
               -Es que… todavía está aquí, pero yo ya la echo de menos.
               -Es normal, habéis estado mucho tiempo separadas. A mí me pasa con Scott-explicó-. Esta semana, a veces, incluso, me despertaba de noche y tenía que encender la luz y asegurarme de que era él quien dormía a mi lado, y no otra persona. Y estuve dos semanas sin hablarle. No sé cómo sería tantos meses.
               -Somos diferentes.
               -Supongo.
               -Pero eso no cambia que el tiempo haya pasado tan rápido… no es justo. Parece que llegó hace cinco minutos, ¿y se supone que mañana le tengo que decir adiós? Me voy a morir de pena.
               -Yo te consolaré-me besó los párpados y enredó sus dedos con los míos.
               -Perdona, es que…
               -No pasa nada.
               -Es que-suspiré-. Es increíble lo rapidísimo que se me ha pasado el tiempo que ha estado aquí. Han sido como unas vacaciones.
               Sonrió.
               -Mira, igual que mi vida desde que tú llegaste a casa.
               Ahí fue cuando descubrí que a Tommy le gustaba hacerme llorar. Le gustaba envidiar a mis lágrimas de felicidad según se deslizaban por mi rostro, fantasear con ser ellas, cogerlas con los labios y aprovechar para darme un beso.
               -Me gustas con la regla-bromeó-. Lo vives todo al 110%.
               -Eres tonto-respondí, limpiándome los ojos y riéndome, sonrojándome por su expresión de amor, sintiendo que sus ojos desnudaban mi alma. Finalmente conseguimos levantarnos y, de la mano, subimos las escaleras en silencio. Me tendió el vestido y me miró con ojos oscuros, mares nocturnos, cuando llegamos a mi trampilla.
               -Quiero pasar la noche contigo-dijo, y yo asentí con la cabeza. Poco nos quedaba de noche, pero por escasa que fuera, quería regalársela a él.
               Pero no podía, era un regalo muy valioso, algo irrepetible que ya tenía dueño.
               -Y yo también-susurré, acariciándole los brazos, aquellos malditos brazos que nos habían arrastrado hasta ese momento. Con qué felicidad volvería a perderme en ellos sólo por descubrir el corazón que protegían-. ¿Mañana?
               La sonrisa que le cruzó el rostro bien valdría un millón de dólares, mi carrera entera, las alas que aún no me habían dado. Qué suerte tenía de que a él le gustara mi vida, con cuánta facilidad me quedaría a vivir en su boca si él me lo pidiera.
               -Mandaré a Scott a casa para tener dónde escoger-bromeó. Me eché a reír, y ocurrieron dos cosas: Zoe encendió la luz de la habitación y se asomó a la trampilla. Scott abrió la puerta de la habitación de Tommy y alzó las cejas.
               -¿Vais a follar ahí?-espetó Scott, sonriendo, al vernos acaramelados.
               -¿Os importa que miremos?-añadió Zoe, sonriendo más que Scott. Tommy puso los ojos en blanco.
               -¿Me echas de menos, bribón?
               -Tengo toda la cama para mí solo-respondió Scott-. No tardes mucho, que me toca ser la cuchara grande.
               Tommy se echó a reír, me dio un beso en los labios y me dijo que nos veíamos mañana.
               Lo que yo no sospechaba era que ya estaba planeando la manera en que me despertaría al día siguiente: apartaría las mantas y comenzaría a besarme, empezando por la punta de los dedos de los pies y subiendo por mis piernas, depositando pequeños besos por mi piel, ligeros como el batir de alas de una mariposa. Le noté sonreír por mi espalda.
               -Tienes diez segundos para despertarlas, o iré a por unas cacerolas y lo haré yo-advirtió una voz en mi cabeza y en el exterior de ésta.
               -Eres un aguafiestas-se rió Tommy en mi piel. Me armé de valor para abrir los ojos y me lo encontré besándome el hombro-. Buenos días, bella durmiente.
               -Creía que eso sólo me lo decías a mí-protestó Scott, y Tommy lo ignoró, me dio un beso en los labios y una palmada en el culo. Zoe se giró en la cama y los miró a ambos, ronroneó unas sonrisa y algo indecente dirigido a Scott (o a Tommy, si él decidía responderle) y se abrazó a mí. Y yo a ella.
               Hoy se iba.
               Se había acabado.
               Habían sido los mejores días de mi vida, y ahora se suponía que debía decirles adiós, sin más.
               -Os hemos hecho el desayuno-anunció Scott con orgullo cuando vio que estábamos a punto de ponernos sentimentales.
               -Bajad cuando queráis-añadió Tommy, empujándolo escaleras abajo y cerrando la trampilla tras de sí. Me pegué aún más a Zoe, y ella aún más a mí, y nuestras pieles se mezclaron hasta convertirse en una sola, y de repente éramos dos chicas en el cuerpo de una única mujer. Cerramos los ojos, nos acariciamos las melenas, las espaldas desnudas y los brazos, inhalamos el aroma que desprendían nuestros cuerpos como si fuera el humo de un cigarro que nos moríamos por probar.
               -No quiero que te vayas-protesté, y nos echamos a llorar cuando ella contestó:
               -Yo tampoco quiero irme-gimió. Nos deshicimos en lágrimas en los brazos de la otra, como habíamos hecho en incontables ocasiones, pero nunca por un motivo tan fuerte como éste. Nos limpiamos la una a la otra, nos arreglamos el pelo y la cara y nos dijimos que estábamos preciosas. Bajamos a la cocina y nos encontramos a los chicos esperándonos, quienes nos explicaron los planes del día mientras degustábamos unas deliciosas tortitas con chocolate y frutos rojos.
               Scott debió de interrumpir a Tommy un millón de veces para preguntar si el chocolate nos gustaba: resultó que lo había derretido él.
               Finalmente, con las tripas llenas, nos pusimos unos vaqueros y una camiseta de la otra, compartiendo nuestra esencia, y dejamos que los chicos nos llevaran a dar una vuelta por los sitios más bonitos del barrio. Nos llevaron a un parque y nos localizaron momentos importantes de su vida, nos llevaron a una pista de patinaje con múltiples cuestas y obstáculos y rememoraron cada caída que habían sufrido con el skate, pasamos por delante de bares cerrados a esa hora y recordaron las borracheras pilladas dentro.
               Era una despedida en toda regla, una oda a la vida que Z y yo podríamos haber vivido de haber nacido en Inglaterra, pero de la que ya nunca disfrutaríamos. Nos hartamos de escuchar el acento de nuestros chicos, derretidas como estábamos por su manera de pronunciar palabras tan simplonas como cotidianas.
               Los ingleses no hablan; los ingleses recitan poemas que te llegan directamente al alma.
               Y te hacen creer en un mundo mejor.
               Se acercaba la hora de comer, y teníamos que ir a nuestra última cita social antes del despegue del avión de Zoe.
               -Nos quedan cosas por ver, pero supongo que así ya tienes una excusa para volver, ¿no?-sonrió Tommy.
               -Eso, y que me enseñes a cocinar esos platos de los que Diana no para de hablar.
               -Mira, mis lecciones y mi cumpleaños-sonrió mi inglés-, más que una excusa para volver, ya tienes una obligación.
               Nos llevaron al restaurante al que habíamos ido la primera vez que salí con ellos, aquel bar estilo hamburguesería americana de los años 60. Resultó que sus amigos nos estaban esperando allí, con dos asientos libres al lado de la ventana, los mejores de todo el local, para que admirásemos la estancia.
               -Me encanta este sitio-sonrió Zoe, mirando en todas direcciones, disfrutando de aquel pedacito de nuestro hogar en tierra extranjera. Contempló las fotografías, las guitarras, la extravagante barra que tanto me había parecido en un principio.
               Se quedó mirando, igual que había hecho yo, el fantasma que perseguía a todo neoyorquino. Una fotografía del World Trade Center. Por lo menos, no era de aquellos de tan mal gusto en los que ya se veía humo saliendo de una de las torres como si fuera una chimenea.
               Jordan no podía dejar de mirar a mi amiga, era como si la estuviera memorizando. Incluso sentada a su lado como estaba, ocupando el sitio que debería haber sido para ella, podía sentir la tormenta de emociones en su interior. Alec no había conseguido que le dijera nada de lo que sentía, ¿para qué, si iba a irse?
               Pero Z no podía irse sin saber que era correspondida. Ni una sospecha sería suficiente, y eso que ella ni siquiera tenía sospechas.
               -¿Perdiste a alguien ahí?-inquirió Logan, señalando la fotografía que tenía hipnotizada a Z. Mi niña lo miró a los ojos, rompiendo el hechizo.
               -Mi abuelo-respondió. Todos asintieron con la cabeza, incluso llegaron a murmurar pésames, a pesar de que había pasado hacía tantísimo tiempo, y los padres de Z ni siquiera se conocían por aquel entonces.
               Pero nos dolía mirar las torres, igual que nos enorgullecía mirar la que ahora las sustituía, más alta, más orgullosa, más fuerte y mejor.
               Se metieron con nosotras, nos dijeron que Bush había hecho el 11 de septiembre y se picaron cuando nosotras les dimos argumentos sólidos que apoyaban el papel de nuestro presidente.
               Zanjamos nuestras diferencias hartándonos a hamburguesa, patatas fritas y un montón de comida basura que me costaría dios y ayuda quemar. Menos mal que tenía una entrenadora personal que me haría aprovechar hasta la última luz del día y un novio que me tendría sudando toda la noche.
               -Jordan y yo vamos a ir con vosotros al aeropuerto-anunció Alec mientras esperaba a que los demás nos termináramos nuestra comida.
               -¿Ah, sí?-inquirió Jordan, y Alec le soltó un manotazo por debajo de la mesa, muy cerca de los huevos-. ¡Au! ¡Ah, sí! Sí, es verdad, T, no te importa, ¿verdad?
               -¿A qué?
               -A la tienda de baloncesto-explicó Alec-. Han salido unas camisetas geniales de…
               -Las de Oxford Street también las tien…-empezó Scott, pero Alec le dio una patada que le hizo cerrar la boca.
               -Inglaterra es un país libre, no como las colonias-sonrió Tommy, y estaba a punto de soltarle una bordería cuando una llamarada pelirroja atravesando la puerta captó mi atención. Me volví hacia ese lugar a la vez que lo hacían todos.
               Scott se mordió el piercing y Tommy incluso se puso pálido. Luego, se volvió hacia la mesa y continuó comiendo, ajeno a todo lo demás. O intentando hacérselo, lo cual no le salió muy bien, pues enseguida Megan se acercó a nuestra mesa y le toqueteó con esas sucias zarpas de zorra.
               -Qué bonito, reunión familiar-ronroneó-. Aunque me duele un poco que no me hayáis invitado.
               -Cuando Diana necesite un saco de boxeo, ya te llamamos, Megan-intervino Tam, y todos la aplaudieron. Megan esbozó una sonrisa cínica, mirándonos a todos, contándonos… y dándonos cuenta de que teníamos una nueva adquisición.
               -Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? Ya veo que necesitas a dos para sustituirme, Tommy-sonrió, manoseándole los hombros a mi inglés. La mataría.
               -Tal es mi trauma-respondió mi chico, y Scott dio un trago de su bebida para no empezar a reírse como loco.
               Las dos pelirrojas se miraron a los ojos, midiéndose.
               -¿Cómo se llama el nuevo juguetito?
               -No te mereces saber el nombre del juguetito-sonrió Z, presumiendo de fuerza-, pero tampoco lo necesitas para darme las gracias por no haber estado aquí. De lo contrario, aún serías virgen.
               -Au contraire-replicó Megan-, así lo sería Diana. Después de estar contigo, volvería a mí.
               -¿Tantas ganas tienes de bulla, Megan?
               -Vaya, Scott, no te había reconocido, ¿qué te ha pasado en el pelo?
               -Me he metido en una secta, y me piden que sacrifique una cabra para la ceremonia de iniciación. En una escala de uno a diez, ¿cuánto te apasiona vivir?
               -¿En este momento?-masajeó los hombros de Tommy, que se puso tenso-. Nueve y medio.
               -Quítale las manos de encima.
               -¿O qué, Scott?
               -O te mato, Megan.
               Megan sonrió, lobuna.
               -¿Esa es la educación que te da Sherezade?
               -Para hablar de Sherezade, te lavas la boca-urgí yo, pero Scott habló por encima de mí.
               -Mi madre me habla de que trate bien a las mujeres, pero del limbo en el que entráis las perras como tú no me ha dicho nada aún.
               Megan soltó una risita entre dientes.
               -No te tengo miedo, Scott.
               -Otro síntoma más de que eres gilipollas. Y yo que pensaba que no podrías superar el haber roto con Tommy-se metió Max. Megan se llevó dos dedos a la frente y se despidió de nosotros sin decir una palabra más. Zoe se la quedó mirando hasta que desapareció por la puerta, cargando con una bolsa de plástico.
               -Estaba borracho-explicó Tommy, y Z lo miró.
               -¿Qué?
               -Cuando me la tiré, estando con Diana. Estaba borracho. Eso explica muchas cosas, ¿no?
               -Lo que yo no me explico es cómo has podido resistirte a mí estos días, cuando claramente soy más guapa. Y más pelirroja. Y tengo mejores tetas.
               -Sí, la verdad es que tus tetas son mejores que las de Megan-asintió Tommy, y yo le tiré un nugget.
               -¡Oye!
               -¡A ver, Diana, no puedes pretender metérmela en casa y que yo no la mire! Si no queríais que viera cómo era, haberle puesto un burka.
               Nos echamos a reír, risas que se convirtieron en lágrimas cuando nos tocó despedirnos de los demás. Me pregunté si me ofrecerían volver y quedarme en sus casas como lo estaban haciendo con Zoe si yo también me marchaba algún día.
               Regresamos a casa, más lágrimas, conseguí mantenerme estoica mientras los padres y hermanos de Tommy se despedían de Z entre sollozos, aunque no la hubieran disfrutado como nosotros. Regresamos a la terminal y Eleanor y Scott se las apañaron para desaparecer hacia sabía dios dónde. Empujamos a Zoe y Jordan a una tienda y nos las arreglamos para dejarlos solos, de lo cual no se enteraron, demasiado ocupados probándose camisetas y gorras como estaban. Alec los observaba desde la distancia, fingiendo interés en unas cajas de color rosado.
               -¿Qué esperas?-pregunté, señalando lo que sostenía en las manos. Me miró un momento y luego miró la caja. Un test de embarazo.
               -Gemelos-respondió, y nos echamos a reír.
               -No te rindes nunca, ¿eh, Al?-dije, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la pareja.
               -No suelo, Didi.
               -Siento que las cosas con Sabrae no estén bien por culpa de Zoe. Si hubiera sabido que ibais a tener problemas, le diría que no se acercara a ti.
               -Las cosas con Sabrae vuelven a estar bien.
               Alcé las cejas.
               -¿Le has pedido perdón ya? Qué rápidos sois los ingleses, no pensé que…
               -Yo no me disculpo por las cosas de las que no me arrepiento, y con tu amiga me lo pasé muy bien. Sólo que… no tan bien como con otras.
               -¿Con otras?-hice énfasis en el plural.
               -Bueno, vale, con otra-admitió, pasándose una mano por el pelo. Sonreí.
               -¿Os podéis creer-se acercó a nosotros Tommy- que en los aeropuertos hay tabletas de chocolate de un kilo? Pero, ¡si no puedes meterla en el avión!-se nos quedó mirando-. ¿Qué pasa? ¿De qué os reís?-miró a Jordan y a Zoe-. Ah, ya. ¿A qué están esperando? ¿Y si alquilamos un zeppelín que ponga “bésala” para que Jordan se lance de una puta vez? Me tiene de sus lloriqueos en el grupo hasta los huevos.
               -Tú estabas igual con Diana, cierra la boca-exigió Alec.
               -Es que las americanas tienen algo que no tienen las de aquí, tío.
               Scott y Eleanor reaparecieron en el momento justo de la despedida. Zoe se colgó del cuello de Scott como un escalador de la cima de su montaña, hundió la nariz en su cuello e hizo que Eleanor le prometiera que, si necesitaba una chica que la ayudara a domesticar a Scott, que la llamara inmediatamente. Tenía una American Express Platino y no dudaría en utilizarla.
               Le tocó el turno a Alec, a quien le dio un beso en la mejilla y le susurró algo al oído.
               -El placer ha sido mío, pelirroja-aseguró el inglés, y Zoe sonrió. Se quedó con Tommy.
               -Gracias por cuidar de mi niña en esta tierra en la que todos habláis cantando.
               -Gracias por prestarme a tu niña para que pudiera conocerla y cuidarla como se merece.
               Se abrazaron con fuerza, como amigos de toda la vida que se despedían con un “hasta que volvamos a vernos”. Volverían a verse, estaban seguros, pero no sabían cuándo.
               -Llevo toda la vida diciendo que no había nacido un chico que se mereciera a Didi, qué equivocada estaba. Nació antes que ella.
               Tommy sonrió, le acarició las mejillas.
               -Vuelve pronto, ¿vale? Mi americana ya te echa de menos. Y tienes un montón de platos que aprender.
               -Dale bien de comer. De día, y de noche-Z le guiñó un ojo y Tommy se echó a reír.
               -Así lo haré, Z.
               Zoe se volvió hacia Jordan, que tragó saliva.
               -Bueno-susurró, balanceándose sobre sus pies.
               -Esto… ya te vas.
               Zoe asintió con la cabeza.
               -Ha sido… genial conocerte.
               -Igualmente, Jordan.
               -Cuando vuelvas… bueno, Tommy nos avisará, así que no hará falta que lo hagas tú. Pero estaría bien volver a dar una vuelta.
               -Sí-asintió Z, totalmente desinflada-. Estaría bien dar una vuelta. Y que me explicaras cómo funcionan las luces de la discoteca.
               -Bueno, no tienen mucho misterio; hay un programa en el ordenador que las controla. Es pirata. Te lo puedes descargar, si quieres, para… las luces de tu habitación. Puedo enviarte el link.
               -Ah-asintió Z. Se mordió el labio-. Eso… suena bien. Bueno, yo… tengo que coger un avión-señaló la terminal de salida-. Nos vemos.
               -Sí. Buen viaje-la abrazó, Zoe cerró los ojos, deseando que ese momento se alargara hasta la eternidad. Jordan también. Fue ella la que se separó de él. Él no la habría dejado marchar, se habrían quedado juntos horas, hasta que ella perdiera el avión y no tuviera más remedio que quedarse allí, con nosotros.
               Pero Zoe se separó y Jordan se separó, y antes de que ninguno de los dos se diera cuenta, estábamos cruzando los controles de seguridad, mostrando los billetes que acreditaban que iba a volar. Conseguí entrar sin autorización porque, hola, soy Diana Styles. Tengo fans por el mundo y soy guapa, un segurata no es problema.
               Nos sentamos en la terminal, a la espera de que anunciaran la puerta de su vuelo. Estaba taciturna, mirando a la gente pasar sin ver a nadie realmente.
               -Z…
               -Ni se te ocurra. No puedo despedirme de ti. De ti, no, Diana. Otra vez, no-sacudió la cabeza y empezó a llorar. La abracé y acuné su rostro contra mi pecho.
               -¿Por qué no le besaste?
               -¿Por qué no me besó él a mí?-gimió-. Maldita mi suerte, Didi. Mi mejor amiga está en Inglaterra, y el único chico que me encuentro que no es un capullo de los pies a la cabeza, resulta ser inglés. Y, ¿sabes qué es lo peor de todo, zorrita?-sollozó-. Que jamás voy a saber a qué sabe.
               Le acaricié la espalda, le dije que no pasaba nada, que ya encontraría a otro, que siempre había otro a la vuelta de la esquina…
               … porque el último no te iba a dejar marchar…
               … igual que Tommy no me había dejado marchar a mí…
               … o igual que mi padre no había dejado marchar a mi madre, aquella noche en que le pidió matrimonio después de que los padres de Layla se casaran…
               … o igual que Sabrae no dejaba que las gilipolleces que Alec hacía menospreciaran las cosas de las que hablaban por la noche…
               … o igual que Scott tiraba de Eleanor cuando ella se despedía de él y trataba de marcharse, sólo un beso más, mi amor.
               Lo jodido de la vida era saber cuándo el chico era tu Alec, tu Harry, tu Scott, tu Tommy.
               Aunque, si eran el que esperabas, normalmente se hacían notar.
               Como se hizo notar Jordan.
               Yo fui la primera en verlo entre la multitud. De puntillas, buscaba entre las caras a una conocida. Se ilusionaba al ver una melena caoba y se le caía el mundo a los pies cuando no era la de mi Zoe. Sus rastas bailaban alrededor de él a medida que se iba girando, en busca de algo que no lograba encontrar.
               Hasta que sintió mis ojos sobre él y se volvió para clavarlos en mí.
               Avanzó a trompicones entre la gente, abriéndose paso y tropezando con maletas. Yo no me moví, sólo esperé a que nos alcanzara.
               Zoe me miró, vio mi expresión, dejó de llorar y levantó la vista en el momento justo en que Jordan nos alcanzaba, su piel oscura brillando con la luz del sol que se colaba por las ventanas del techo.
               -Jordan-sonrió, y él también, y en ese instante sentí que sobraba y a la vez que estaba justamente donde yo quería-, ¿cómo has llegado hasta aquí?
               -He comprado un billete-explicó, mirando el trozo de papel arrugado que traía en la mano-. Parece que me voy a Escocia dentro de diez minutos-se volvió y miró su reloj.
               Zoe se levantó.
               -¿Por qué… has hecho eso?
               Jordan se volvió para mirarla. Sus ojos rebosaban amor. Me derretí al verlos. Porque en ellos vi a Alec mirando a Sabrae, a Scott mirando a Eleanor, a mi padre mirando a mi madre, y a Tommy mirándome a mí.
               -Porque me iba a arrepentir toda la vida de no coger ese avión-respondió, y la tomó de la cintura, sus dos manos en su cuerpo, y se inclinó para besarla. Zoe al principio, no reaccionó.
               Pero cuando se dio cuenta de que el único chico que no era un capullo integral que resultaba ser inglés la estaba besando, cerró los ojos y se dejó llevar. Le pasó las manos por el pelo y le acarició las rastas mientras él la pegaba contra ella. No la iba a dejar marchar (pero la dejó marchar), no pensaba moverse de allí (pero se movió), no necesitarían de los mensajes porque se podría quedar en su casa (pero los necesitaron).
               No iban a vivir en países separados por un océano (pero vivieron).
               Me apetecía saltar, lanzar fuegos artificiales mientras se besaban y se prometían que no se iban a olvidar de ese momento (joder, ni yo me iba a olvidar, imagínate ellos).
               -No podías haber hecho esto hace unos días, rey del cacao-se rió mi amiga, volviendo a juntar sus labios.
               -Vuelve pronto-fue todo lo que le pidió Jordan cuando llamaron a los pasajeros de su vuelo y tuvo que marcharse. Apuró hasta el último minuto, hasta el último beso, antes de correr en dirección al tren que la llevaría al lugar del que partiría su avión.
               Su último abrazo fue para mí. Porque chicos había muchos, pero mejores amigas, sólo una.
               Cuando volvimos con los demás, los chicos aplaudieron a Jordan, que le dio las gracias a Alec por obligarle a comprar un billete y correr a buscar a Zoe. Pasé la noche con Tommy y Eleanor la pasó con Scott. Y, según tengo entendido, Sabrae también la pasó con Alec. Layla no tuvo pesadillas, y Chad no sabía la que se le venía encima.
               Y, cuando Zoe llegó a casa, se encontró a Max esperándola con un ramo de flores recién comprado en el aeropuerto, un puñado d excusas baratas y un saco de promesas que ya venían rotas.
               Pero mi chica no se detuvo delante de él, a pesar de que intercambiaron una mirada nada más bajarse del avión. Pasó de largo, continuó su camino, se prometió que no volvería a llamarlo (y no lo incumplió) y se metió en un taxi.
               Las dos nos acostamos, a horas distintas, con la misma convicción. La mejor decisión de nuestras vidas había sido tan sencilla como involuntaria: enamorarnos de un inglés.


El primer capítulo de Sabrae ya está disponible, ¡entra a echarle un vistazo y apúntate para que te avise de cuando suba los siguientes capítulos! El día 23, tendréis el segundo, ¡no seáis tímidas y apuntaos para que os avise! 



Te recuerdo que puedes hacerte con una copia de Chasing the stars en papel (por cada libro que venda, plantaré un árbol, ¡cuidemos al planeta!🌍); si también me dejas una reseña en Goodreads, te estaré súper agradecida.😍

10 comentarios:

  1. TANTO CUESTA QUE ALGO DE EDTA NOVELS PASE EN MI PUTA VIDA? No puedo tener un novio como Scott o Tommy y tampoco puedo tener una amistad como Zoé y Diana...YO NO SE QUE SENTIFO TIENE ESTA VIDA SI NO TENGO NI NADA DE ESO...universo acaba con esto ya...
    Ahora enserio, NUNCA haces un puto CAPÍTULO que defraude y este es maravilloso porque lo tiene todo: amor, dulzura, diversión, amistad, SCOMMY...YO NO NECESITO MÁS, CON QUE POCO ME CONFORMO DE VERDAD
    Y JORDAN AL FINAL DIOS MÍO, ME HA SUBIDO EL NIVEL DE AZÚCAR A 3000 POR LO MENOS!!!!!!
    ZORDAN OTP

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    1. MIRA DE VERDAD YO CON QUE LOS CHICOS EXISTAN ME DOY CON UN CANTO EN LOS DIENTES ES QUE NO QUIERO NI TENER NOVIOS COMO ELLOS, CON VERLOS DELANTE DE MÍ UN DÍA ME BASTA.
      Dios Ari de verdad, me alegro tantísimo de que te gusten mis capítulos es que tE BESO.
      Atención con Jordan porque es un príncipe en la sombra que si quiere te roba a tu chica y tú sólo vas a poder darle las gracias, ea

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  2. MADRE DEL AMOR HERMOSO. HE DEJADO HASTA DE ESTUDIAR PARA LEERLO ¿VALE?
    Como puede ser que cada vez que escribes algo consigas que quiera un poco más a los personajes (si es que es eso posible claro). Es que esto es peor que la droga, acabo de terminar de leerlo y ya quiero más.
    El momento del girl squad me ha podido vale, han sido tan bonitas que quiero casarme con todas (CON SABRAE SOBRE TODO). ESO SI EN EL MOMENTO EN EL QUE JORDAN HA IDO POR FIN A DARLE UN BESO A ZOE HE CHILLADO COMO NUNCA ANTES AKDNSONDK OJALA VUELVA PRONTO POR FAVOR AODNWODNOSNDOWNDOW.
    Otra cosa, o dices ya porque mandaron a Diana a Inglaterra o lo dices. Sí, es una amenaza ����.
    Atte: tú lectora fantasma ��

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    1. AY MADRE ESPERO QUE TE FUERA BIEN EN LOS ESTUDIOS, SI SUSPENDIERAS ME SENTIRÍA FATAL JAJAJAJAJAJAJA
      Creo que la clave está en que quiero muchísimo a los personajes y los escribo para que sean más tangibles y así poder volcar todo mi amor (?). Varias amigas me han dicho que se nota muchísimo que les tengo cariño, es que no sé, son como mis hijitos.
      Por favor apreciemos lo importantes que son las chicas de mi novela, es que les dan mil vueltas a los chicos, se apoyan las unas a las otras y se quieren y se dan mimos y ay, estoy triste.
      ZORDAN VA A TRAER COLA EN LA NOVELA, YA VERÉIS.
      Se siente, todavía no estáis preparadas para saber por qué Diana está en Inglaterra. Ven a por mí (ง'̀-‘́)ง
      aquí te espero
      (ง'̀-‘́)ง
      No, venga, ahora en serio. Muchísimas gracias por animarte por fin a comentar, jo, no sabes la ilusión que me hace cuando dedicáis unos minutos de vuestra vida a hacerme saber que estáis ahí. Sois muy cuquis, os como la carita ( ˘͈ ᵕ ˘͈♡)

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  3. TODO EL CAPITULLO LORANDO, LITERAL. QUÉ AMISTAD TAN BONITA LA DE DIANA Y ZOE DE VERDAD ME ENCANTA EL VÍNCULO TAN ESPECIAL QUE COMPARTEN ❤️
    Vivan las chicas de esta novela, en la vida me voy a cansar de decir lo geniales que son todas, quién pudiera formar parte de ese maravilloso grupo.
    NO ME ESPERABA LO DE JORDAN, MÁS CUQUI Y NO NACE, OTRO QUE SE MERECE TODO LO BUENO DE ESTE MUNDO MIRA VAN A ACABAR TODOS CONMIGO

    - Ana.

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    1. ZOEANA (tengo que buscarles un nombre decente dios mío) MIS HIJAS NO SÉ QUIÉNES SON ELEANOR Y ASTRID.
      Las chicas son las mejores, no sé qué harían ellos sin ellas, es que cortan el bacalao como las diosísimas que son. Me las quiero comer.
      APRECIEMOS A LOS AMIGOS DE TOMMY Y SCOTT POR FAVOR, DE LOS CREADORES DE ALEC WHITELAW LLEGA LA NUEVA OBRA EN 3D Y DOLBY SURROUND: JORDAN BELFORT
      (no se me ocurría qué apellido ponerle vale)

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  4. CAPITULAZO, no he podido parar de llorar.
    Erica nose que voy a hacer con mi vida el día que termine esta novela.
    Muchos besitossss

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    1. Awwwwwww muchas gracias Angela, la verdad esque yo tampoco lo sé :(
      Besitos ♥
      PD: mi nombre es con K ☺

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  5. qué bonito joder qué bonito can't wait al siguiente capítulo ( que por cierto espero que salgan mis hijos Chad y Aiden ), MARAVILLOSO NUNCA PARES DE ESCRIBIR THANK YOU Y QUE TE VAYA BIEN

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    1. DE HECHO VAN A SER EL ARGUMENTO PRINCIPAL GRACIAS POR PREGUNTAR
      Mira te beso los morros de verdad gracias por tu comentario AY ❤ a ver si hoy ya puedo subiros el siguiente ☺

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