martes, 30 de mayo de 2017

Lagunas de Willy Wonka.

Inglaterra era el centro del mundo en un mundo que se olvidaba de nosotros constantemente. Pero eso no significaba que no pudiéramos brillar.
               Papá lo había conseguido. Había puesto el foco de atención en nuestra pequeña isla.
               Y seguían pasándonos cosas aun incluso cuando nos manteníamos en silencio.
               Faltaban unas semanas para que estuviera con Kiara paseando por el centro. Unas semanas para recibir un mensaje de papá diciéndome que fuera a casa. Ya. Derechito. Nada de hacer el tonto. Tenía que regresar inmediatamente.
               Unas semanas para que me preocupara, pesando que había pasado algo. Unas semanas para que me despidiera de K con un beso. Le dijera que la llamaría. Y le contaría qué era aquello que requería mi atención tan urgente.
               Unas semanas para que llegara a casa, con las mejillas coloradas de correr. Abriera la puerta y me diera de bruces con papá. Y me lo quedara mirando un segundo, sin aliento.
               -¿Qué pasa?
               Él se giró, sin decir nada. Y pude ver el salón, lleno de gente.
               Nuestro salón no acostumbraba a estar tan lleno de gente.
               Aunque no fueran ente cualquiera. Cuando los identifiqué, me quedé helado un momento. Tommy, Layla, Diana y Scott se giraron y me miraron al unísono.
               Y lo único que pude decir fue:
               -Ay, dios, ¿se ha muerto alguien?
               Pero para eso faltaba aún.
               Al día siguiente de encontrarme con Aiden en el centro comercial e invitarlo a cenar, me levanté bien por la mañana. Apenas pegué ojo.
               No podía dejar de pensar en aquellos emoticonos. En Aiden mordiéndose el labio mientras escribía. Me gustaba tanto cuando hacía eso…
               Di vueltas y vueltas en la cama, conseguí conciliar un par de horas el sueño. Me desperté con un dolor de barriga tremendo. Los nervios.
               Estaba peor incluso que en nuestra primera cita.
               Hoy hacíamos un mes.
               Y no tenía ni idea de lo que íbamos a hacer. Le había preguntado a Aiden qué planes podríamos preparar. ¿Cine? ¿Ir a comer por ahí? ¿Dar una vuelta?
               ¿Acostarnos?
               Claro que eso último no se lo había dicho.
               Y seguramente hubiera dado igual. La respuesta de Aiden hubiera sido la misma:
               -Déjalo en mis manos, C-sonrió, y yo me derretí. Un poquito. Nada más.
               -Vale-balé. Porque, de verdad, valía todo lo que él dijera. Sus planes serían geniales. Incluso si me ofreciera ir a un laboratorio y contemplar el proceso de fotosíntesis de un protozoo durante varias horas, me seguiría pareciendo el mejor plan del mundo.
               Así que, harto de dar vueltas en la cama, me levanté por fin cuando mi teléfono marcaba las 8. Fui a desayunar. Tardé 45 minutos en tomar la primera cucharada de unos cereales ya reblandecidos. Y otros 15 minutos en tomar la segunda. Mamá se levantó. Vino a verme. Vio cómo estaba y me sugirió tomarme algo. Me preparó una tila. Que yo no me tomé. Me fui derecho a la ducha.
               Me pasé allí una hora.
               Y, cuando acabé, me senté delante del ordenador, el pelo aún húmedo. Me puse una serie al azar. No la había visto en mi vida, y era un capítulo de los de mitad de temporada. No me importó. Me enteré de lo mismo que me habría enterado si hubiera escogido alguna de las que seguía.
               O sea, de nada.
               Mi nerviosismo no me permitía concentrarme en nada que requiriera un mínimo de atención. Si me fijaba en la pantalla durante un segundo, siempre había algún chico en primer plano. De ojos marrones, la mayor parte del tiempo.
               Marrones como los de Aiden.
               Y yo me ponía fatal. Me echaba a temblar, esperando que mi móvil sonara. Recibir un mensaje de Aiden y que él me dijera que no podía quedar hoy. Que lo sentía. Que me lo compensaría.
               O peor: que todo había sido una coña. Una apuesta entre sus amigos. Que no quería romperme el corazón, que parecía buen chico. Pero el dinero era el dinero.
               Nada de esto sucedió.
               Ni sucedería nunca. Porque Aiden era un sol. Un dulce bizcocho en una tienda llena de artículos de dietética. Una barrita de chocolate entre un millón de barritas de arroz. Palomitas de maíz en la cola del cine.
               Las gotitas de un helado sabor fresa que se deslizaban por el cono hasta tus dedos en un día de verano.
               Mi móvil vibró y a mí me dio un vuelco el corazón. Lo levanté con mano temblorosa, tanto, que me costó leer el nombre del remitente.
               Kiara.
               -¿Me vas a mandar una foto de lo que tienes pensado ponerte, o te tengo que ir a ver?
               Me quedé mirando el teléfono, sin entender.
               Mierda. Mierda, mierda, mierda. Mierda. No había pensado qué me iba a poner.
               Me levanté de un brinco y abrí el armario. Lo vacié, literalmente. Saqué las camisas que tenía, y me descubrí revolviendo en busca de una en particular.
               Una que estaba en casa de papá.
               Y me entraron ganas de echarme a llorar.
               Mi móvil siguió vibrando. Kiara cambió de aplicación para hacer que sus mensajes hicieran ruido. Y que yo contestara. Y lo hice. Desbloqueé a la tercera vez, antes de que el teléfono se pusiera en modo “peligro”, y escribí como buenamente pude:
               -No tengo nada-y otro vuelco al estómago.
               -Menos mal que me tienes a mí-respondió, rauda y veloz-. Ven a abrirme.
               -¿Qué?
               -No quiero llamar al timbre, no sé si tu madre está durmiendo. Ven a abrirme-respondió, paciente. Corrí hacia la puerta de la calle. La abrí de par en par.
               Y Kiara me sonrió.
               No me la merecía. Jamás lo haría.

               -Me imaginé que estarías nervioso-explicó, entrando sin decir ni hola-, así que me apeteció venir a verte. ¿Cómo estás?
               -¿Cuántos adolescentes ha habido el pasado año muertos por infarto?
               -¿En Irlanda, o en el mundo?-preguntó, depositando su bolso en una de las mesillas del hall, guardando el móvil en este y caminando hacia mi habitación.
               -Kiara-supliqué.
               -Chico, tómate una pastilla o algo, ¿quieres? Te va a dar algo-urgió. Me la quedé mirando.
            -Eres una cabrona, ¿cómo puedes decirme eso? Se supone que eres mi mejor amiga. Deberías dame apoyo moral. Tendrías que decirme algo como “he venido a ayudarte, no te va a pasar nada, conseguiremos ponerte guapo”.
               -Es que he venido a reírme de ti-estiró el dedo índice, como contando-, sí que te va a pasar algo… y no voy a conseguir arreglar esa cara por mucho maquillaje que le ponga.
               Me la quedé mirando.
               -Eres estúpida.
               -Y tú eres imbécil. Pero, ¡eh! Puedes ser un imbécil muy bien vestido. Estaba planchando la colada y me he encontrado con ropa tuya-comentó como quien habla del tiempo-, así que pensé “oye, esto es una señal divina. Puede que Chad me necesite. Debería ir a verle”. Así que, ¡aquí estoy!-proclamó, alzando una bolsa de las típicas que te dan en las tintorerías cuando les llevas un traje. Me quedé mirando la percha que colgaba de sus dedos alzados, preguntándome qué habría dentro.
               Una sensación de premonición me embargó. Pero no podía ser. Kiara no podía saber que yo quería llevar esa camisa.
               ¿O sí?
               ¿No la estaría subestimando?
               K me dedicó una sonrisa divertida, llena de dientes. Era la dueña de la situación. Y lo sabía. Y le encantaba.
               -¿Y bien? ¿Es que no vas a preguntar qué te he traído?
               -No parece el mono de conejito rosa que nos pusimos para Halloween.
               -Ah, ah-sacudió la cabeza-. Aún estoy peleándome con el caramelo de los gofres. Algún día, conseguiré quitarlo-alzó el puño al aire.
               -Sabes que puedes traérmelo y me puedo poner yo con ello, ¿verdad?-inquirí.
               -Yo te tiré el caramelo, así que yo te lo quitaré. Bueno, ¿vas a abrir tu regalo, o qué?-protestó, tendiéndome la percha con la bolsa negra.
               La cogí con desconfianza. Kiara alzó las cejas, se puso los brazos en jarras.
               Y yo di un grito de felicidad cuando bajé la cremallera… y me encontré la camisa que había estado buscando.
               No, definitivamente no me merecía a Kiara.
               Paseé los dedos por la tela fina y suave. Acaricié la prenda verde esmeralda, de un tono tremendamente suave. Siempre que me la ponía, me llovían los piropos. Me resaltaba los ojos y hacía que mi piel pareciera más bronceada. Y me casaba bien con el pelo negro.
               Lo tenía todo cuando llevaba esa camisa.
               Y quería tenerlo todo para dárselo a Aiden.
               Estaba convencido de que hoy íbamos a hacerlo. No sabía cómo, ni de dónde me salía esa convicción. Sólo sabía que hoy me acostaría con mi novio. Y todo estaría bien. Me moría de ganas y a la vez de miedo.
               No podía dejar de pensar en cómo sería sentirlo encima de mí, o debajo de mí.
               Quería dejarlo sin aliento.
               Igual que dejé a Kiara cuando lancé la exclamación.
               -K, eres… la mejor entre las mejores.
               Kiara sonrió, abrió los brazos. Me metí entre ellos y un poco de mi nerviosismo se disipó cuando me estrujó. Un poco. No todo.
               -¿Cómo sabías que iba a querer llevar esto?-pregunté. Casi me eché a llorar. No me la merecía, de verdad que no.
               Me conocía como a la palma de su mano, mejor que a la palma de su mano. No podía hacer otra cosa que devolverle el favor dedicando mi vida a ella.
               -Siempre te la pones cuando quieres impresionar-explicó. Y lo dijo en un tono que hizo que la estrujara más. Me daba igual si le exprimía el alma con mi abrazo. Yo la cuidaría, la guardaría como el tesoro que ella. Kiara en sí era un diamante-, y sabía que hoy querrías impresionar a Aiden-añadió, dándome un beso en la mejilla.
               Nos separamos y se le inundaron los ojos al ver mi sonrisa.
               -Además-puntualizó-, estás muy guapo con ella. Para variar-puso los ojos en blanco. Nos echamos a reír.
               -Te quiero-le dije. Y ella asintió con la cabeza. Me apretó las manos, me acarició los nudillos-. Eres la mejor amiga que nadie podría desear.
               El nudo en mi estómago se debilitó un poco. Puede que por el tiempo, puede que por verme reflejado con mi camisa. Me sentaba tan bien el verde. Mamá siempre lo decía. Era mi color. El color de mi nación.
               Lo había heredado de papá.
               Al igual que la superstición.
               Él había llevado una camisa similar la primera vez que besó a mamá. Ella siempre bromeaba con que la había hipnotizado el verde. Era su color favorito, y “Niall tenía que saberlo, de lo contrario, no la habría llevado”, pero todo el mundo sabía que le gustaba que la hubiera llevado.
               Y no había sido el verde lo que la había hipnotizado. Había sido el color que adquirieron los ojos de papá aquel día en que yo empecé a formarme en un mundo más allá del nuestro. El mismo color de mar rodeado de bosque que ahora tenía yo.
               Mi camisa no era tan buena como la de él. No era de una marca cara, como las que había empezado a vestir cuando sucedió lo de la banda. La había encontrado con Kiara en un centro comercial, en la sección de rebajas. Y cada céntimo que me había gastado en ella había merecido la pena. K la descubrió, la rescató de entre las perchas. Me la colocó frente al pecho. Miramos mi reflejo en el espejo como estábamos haciendo ahora.
               Yo le conté lo de la camisa verde de mis padres y su primer beso.
               Y Kiara me dijo que era hora de empezar a apostar por la suerte.
               Y eso estábamos haciendo ahora. Apostar por la suerte.
               Kiara se sentó en mi cama mientras yo sacaba unos vaqueros. Me irían bien unos oscuros con la camisa verde menta, le dije. Y ella asintió con la cabeza. Fingió limpiarse una lágrima y me dijo que estaba orgullosa de todo lo que había aprendido. De mi bien educado sentido de la moda. Le dije que era un poco tonta. Kiara me tiró la almohada.
               Me preguntó qué íbamos a hacer mientras me cogía de nuevo las manos. Yo me encogí de hombros, le dije que ni idea. Y pensé por un momento que me moriría de los nervios. No podía esperar a que fuera la hora de salir de casa.
               Por suerte o por desgracia, Aiden me había dicho que iba a comer en su casa. La tenía libre todo el día. Sus padres no volverían de viaje hasta el día siguiente, bien entrada la tarde.
               Incluso había sugerido que dejara caer en casa que, quizá, no fuera a cenar. Y claro, ¿qué se suponía que íbamos a hacer toda la tarde nosotros dos solos? ¿En una casa vacía? ¿Algo que nos impidiera ir a cenar?
               No podía creerme lo que me estaba pasando. Me sentía como si estuviera equiparando la suerte de varias generaciones. Quién sabía cuántas familias estarían sufriendo en ese mismo instante. Las desgracias que se sucederían. Sólo porque yo iba a tener la suerte de estar toda la tarde con mi novio, el chico que me llevaba gustando desde que entré al instituto y le conocí. Y al que puede que viera desnudo hoy.
               Los grandes y expresivos ojos de Kiara se abrieron en su máxima extensión cuando me volví hacia ella.
               -Puede que sea buena idea, eso de tomarme algo para tranquilizarme un poco.
               Kiara se echó a reír. Me dijo que estaría bien.
               ¿Lo estaría?
               Es gracioso la concepción del tiempo. Cuando estás nervioso por algo, pasa como un caracol. Pero, cuando ese momento que tanto temes llega, te parece que todo lo que has estado esperando ha sido tiempo malgastado. Podrías haber hecho algo. Lavarte los dientes, volver a ducharte. Ponerte más colonia. Decidir mejor qué ropa llevar.
               No pude hacer ninguna de esas cosas. Cuando llegó la hora de irme de casa, me temblaban muchísimo las rodillas. Consideré seriamente la posibilidad de llamar a papá y hacer que me consiguiera un helicóptero. Mira, puede que pudiera llevar a Aiden de paseo por Dublín en sus alturas. Seguro que eso no lo había hecho con nadie.
               Kiara me quitó esa idea de la cabeza. Me empujó hacia la puerta y esperó pacientemente a que la atravesara para comenzar a cerrarla.
               -¿No me acompañas?-exclamé, varias octavas por encima de mi voz normal. Sí. Así de nervioso estaba. Esperaba que la voz de pito se me pasara antes de llegar a casa de Aiden. No creo que le hiciera gracia estar saliendo con alguien que hablaba en gallo.
               -Me quedo con tu madre, a hacerle compañía y criticarte-se echó a reír. Víbora, mala pécora, envidiosa. Mamá apareció por la puerta. Me dio un beso. Deslizó un billete de veinte euros en el bolsillo trasero de mi pantalón. No lo habría aceptado de ninguna otra manera.
               -Pásatelo bien, cariño.
               -Y toma precauciones-añadió Kiara. Quise matarla. Porque esas cosas no se dicen delante de una madre. Y porque me volvieron los retortijones.
               -No tengas prisa por volver. Disfruta-sonrió mamá. Era un sol. Papá era tonto por no luchar por ella cada aliento de su vida. Ni siquiera entendía cómo conseguía ver nada especial en las otras, conociéndola a ella-. Y avísame si te quedas a dormir-puntualizó. Yo asentí con la cabeza.
               Me puse rojo como un tomate. Me miré los pies y empecé a bajar las escaleras del edificio. Así que no vi cómo mamá se abrazaba a sí misma. En modo “madre orgullosa”, con los típicos pensamientos de “ay, crecen tan deprisa”.
               Tampoco la oí preguntarle a Kiara si le apetecía pato con salsa de queso y setas. Ni la respuesta de Kiara, diciendo que por supuesto.
               ¿A quién no le apetece pato con salsa de queso y setas?
               Me acerqué a la parada del bus. Inspeccioné los carteles de publicidad. Los nuevos, aún brillantes e intactos. Y los viejos, los ajados, y descoloridos por el sol. Me subí la cremallera del abrigo y me hundí en mi bufanda. Apareció un anuncio en el panel que informaba del tiempo que faltaba para que llegaran los buses. La línea 3 tenía una incidencia y llegaría tarde. No pasaba nada. No era la mía.
               Llegaron y se fueron varios buses. Varias personas se subieron y se bajaron. Ayudé a una ancianita a subirse con el carro de la compra.
               -Eres un cielo, tesoro. Tengo una nieta preciosa que seguro que sería buena novia para ti-me soltó. Las abuelas irlandesas son así.
               -Gracias, señora, pero tengo novio.
               Lo bueno de las abuelas irlandesas es que no son homófobas.
               -Pues es un chico con suerte-respondió sin inmutarse. Agitó la mano y se despidió de mí.
               El bus arrancó.
               Empecé a impacientarme cuando vi que el mío no llegaba. Miré el panel de incidencias. Nada nuevo. Me giré y contemplé el plano con todas las líneas de bus y sus paradas.
               Y, entonces, caí en la cuenta.
               Estaba tan nervioso que había ido a la parada de los buses para salir del centro de Dublín e ir a casa de papá.
               Y la casa de Aiden estaba en el otro extremo de la ciudad. En una zona por la que no pasaban los autobuses que sí que se detenían en la parada en la que estaba.
               Bufé, miré el reloj y eché a correr. Mala decisión, llegaría a casa de Aiden oliendo a sudor. Pero sería mejor llegar elegantemente tarde y oliendo regular que desastrosamente tarde a su casa, aunque oliendo a rosas.
               Llegué de chiripa al bus correcto. Si no lo hubiera cogido, habría tenido que esperar casi media hora al siguiente. El conductor del bus se rió de mi carrera desesperada. En realidad, gran parte de la hazaña de coger el bus había sido cosa suya.
               Me senté en el fondo, contra la marcha, frente a dos chicas de melenas teñidas de tonos atrevidos aunque preciosos. Me miraron con curiosidad. Si me reconocieron, no dijeron nada. No sé si me pusieron apellido. Habría pensado que estaban interesadas en mí de tanto escrutinio.
               Si no llevaran las manos entrelazadas y se acariciaran los nudillos con cariño, claro.
               Llegó mi parada. Después de lo que me pareció un millón de años. Me bajé del bus de un salto y la suerte quiso que cayera en un charco. ¿Por qué me pasaban a mí estas cosas? Era una buena persona. Quería echarme a llorar.
               Caminé intentando ignorar mis pies empapados y mis pantalones sucios en dirección a casa de Aiden. Probablemente me escuchara llegar a un kilómetro de distancia, con el chapoteo.
               Después de un calvario, llegué a su portal. Un anciano salía, así que no tuve que llamar al telefonillo. Sólo subir las escaleras después de sostenerle la puerta al hombre.
               Llamé al timbre. Y esperé. Esperé lo que me pareció una eternidad. Escuché pasos al otro lado de la puerta. Una mano agarrando el picaporte.
               La puerta abriéndose.
               El ceño de Aiden preguntándose quién será. Oh, dios mío, me he equivocado de día. Sus padres han vuelto hoy. No podemos hacer nada. Debería irme a mi casa.
               Y la sonrisa que hizo que mi interior se derritiera cuando me reconoció. Sus ojos también derritiéndose como el chocolate caliente. Le apareció un hoyuelo en la mejilla. Quise mordérselo. Todavía no sé cómo me resistí a hacerlo.
               -¡C!-sonrió. Y yo me puse colorado-. ¡Llegas pronto!
               -Es que… me equivoqué de parada de bus-expliqué. Aiden alzó las cejas, sorprendido de mi contestación. Fue entonces cuando me di cuenta de que aquella no era explicación lógica para que hubiera llegado pronto, no tarde. Él había dicho pronto. Joder, ¿cómo de pronto había llegado? ¿Cuándo era el cambio de hora? ¿Y si le molestaba en casa? ¿Sería mejor que me fuera a dar una vuelta y volviera dentro de un rato, cuando él estuviera listo?-. Puedo… volver más tarde-añadí en voz baja. Ni yo mismo me escuché. Me sorprendió que él lo hiciera.
               -¿Qué? ¡No! ¡Es sólo que…-se pasó una mano por el pelo. Me apeteció pasársela yo también-, bueno…! No he terminado de prepararme. Pensé que llamarías al telefonillo, eso es todo-se encogió de hombros.
               -Es que salía un ancianito. Así que me colé-dije, rascándome el brazo. Aiden asintió con la cabeza. Nos miramos un momento. Creo que el mundo estalló a mi alrededor, pero yo no me enteré. Avergonzado, bajé la mirada. No podía aguantar su manera de escrutarme.
               -Me alegro de que te colaras-dijo por fin. Y yo me eché a reír, nervioso. Se hizo a un lado y me pidió que pasara. Que pasara “por favor”.
               Ojalá me pidiera que me lo tirara. No hacía falta que me lo pidiera por favor.
               Cerró la puerta y se volvió hacia mí.
               -¿No te olvidas de algo?-preguntó. Yo negué con la cabeza y le tendí la bolsa en la que llevaba su regalo de aniversario. Aiden alzó las cejas, lo cogió y sonrió-. Bueno, yo… no me refería a esto.
               -¿A qué, entonces?-quise saber. Aiden clavó sus ojos en mí. Sus ojos chocolate, laguna de fábrica de Willy Wonka. Un millón de Oompa Loompas se pusieron a bailar claqué en mi estómago cuando Aiden se acercó a mí. Sus pies rozaron la punta de los míos. Me puso una mano en el costado y la otra en la cara.
               Y me besó.
               Despacio. Tanto que me pareció que me volvería loco. Cerré los ojos y entreabrí un poco la boca, invitándolo a entrar con su lengua en ella. Pero no lo hizo. Le gustaba que yo tomara la iniciativa.
               Así que eso hice.
               Lo cogí de la camiseta y lo atraje hacia mí. Abrí la boca como si le fuera a arrancar la cara de un bocado y metí mi lengua en la suya. Sonrió ante mi atrevimiento. Le hacía gracia mi recién adquirida audacia.
               Pero no me iba a dejar ganar. Me empujó contra la pared de su vestíbulo. Choqué contra un armario mientras me recorría el pecho con sus manos. Había una cierta experiencia en sus caricias, y, a la vez, una total timidez.
               La típica experiencia del chico que ha estado con un montón de chicas. Porque es el más guapo de todo el instituto.
               La típica timidez del chico que acaricia a su primer novio. Porque acaba de salir del armario.
               Y me gustaba. Me gustaba estar metidos en su casa y fuera del armario. Me gustaba estar solos y que nuestras manos se multiplicaran. Me gustaba que me mordiera, morderle yo a él. Me gustaba sentir cómo partes de mi cuerpo que normalmente estaban dormidas se despertaran.
               Y me gustaba sentir que a él le pasaba lo mismo.
               Todo a nuestro alrededor se desvaneció. Sólo existíamos nosotros dos.
               Nosotros dos, y el fuego que ardía entre nosotros.
               Fuego cuyo humo pudimos oler.
               Aiden se separó de mí una millonésima de segundo antes de que yo lo hiciera de él. Nos miramos, confundidos. La llama de nuestra pasión era inmensa, sí, pero metafórica.
               No podía producir humo. Tenía que venir de otro lugar.
               -Mierda-chasqueó Aiden. Echó a correr por el pasillo mientras yo me quedaba en el hall. No sabía muy bien qué hacer. ¿Seguirle? ¿Quedarme donde estaba y esperar a que volviera?
               Tras varias exclamaciones de frustración por su parte, me decidí. Cogí la bolsa que A había dejado en la mesilla de las llaves y caminé por el pasillo. Dubitativo. No conocía esa casa. Lo único que tenía para guiarme era el olor.
               Aparecí en la cocina justo en el momento en el que Aiden dejaba una fuente de cerámica marrón sobre la encimera. Bufó y se pasó una mano por la frente. El inmenso guante de cocina limpió el sudor de nervios que le había perlado su piel.
               Si quisiera quitarse el sudor, me lo podría pedir a mí. Se lo lamería gustoso.
               Aiden me miró con tristeza.
               -Creo que me he pasado horneando la verdura.
               -Puede que aún sea comestible-respondí. Me acerqué a él y eché un vistazo dentro de la fuente. Vale, no. No era comestible. ¿Tanto tiempo habíamos estado besándonos?
               Aiden se mordió el labio.
               -Joder, nunca se me ha quemado una lasaña, y justo tiene que pasarme hoy.
               -Está bien-le dije, poniéndole una mano en el brazo-. Podemos hacer otra cosa.
               Aiden torció la boca.
               -Supongo. No tienes hambre, ¿no?
               Negué con la cabeza, pero el traidor de mi estómago rugió. Aiden se echó a reír.
               -Me encanta que intentes hacerme sentir mejor a toda costa, C-me pellizcó la mejilla y me dio un beso allí. Y yo volví a bajar la vista. No estaría bien atolondrarse en la cocina.
               Gracias a mi timidez, pude echar un vistazo a sus pies. Le asomaban por debajo del pantalón de chándal, que llevaba puesto como un modelo un traje de Armani.
               Y se me secó la boca. No sabía que unos pies pudieran ser bonitos. Los de mamá eran monos. Los de Kiara eran “simpáticos”. Los míos, bueno. Pasables. Pies de chico.
               Pero los de Aiden…
               … madre mía.
               Nunca había sentido ningún tipo de fetichismo hacia los pies. También es verdad que nunca había visto a Aiden descalzo.
               -Tus pies-susurré. Aiden se los miró-. Están… son… tan…
               -¿Llenos de dedos?-sugirió Aiden. Nos echamos a reír.
               -Iba a decir “sexys”-admití. Sus mejillas se encendieron un poco. Oh, dios mío. Ahí venía mi erección.
               -Debería ir a calzarme-musitó con un hilo de voz. El deseo bailaba de nuevo entre sus cuerdas vocales.
               Y el deseo se manifestó en mi bajo vientre.
               -Por mí, no lo hagas.
               -¿Te gustan de verdad, Chad?-coqueteó. Asentí con la cabeza. Me acorraló contra la encimera y, por un momento, me pareció un buen sitio para echar nuestro primer polvo.
               -Me vuelven loco-mentí. Eran unos pies bonitos, vale, pero había partes de él que me gustaban más. Como, no sé, aquella boca que me moría por degustar. Aquellos ojos que me comían con la mirada.
               Aquel paquete ligeramente endurecido que notaba contra el mío.
               -¿Sabes qué me vuelve loco a mí?-quiso saber. Sus ojos eran todo pupila.
               -Yo-me jacté. Él se echó a reír. Asintió con la cabeza y me besó. Y continuamos besándonos así un pedazo. Hasta que dio un paso adelante, para pegarse más a mí y poder meterme la lengua hasta el esófago. Y se topó con la humedad de mis zapatos y la parte baja de mis vaqueros.
               -¿Qué te ha pasado?-preguntó, sorprendido. Me encogí de hombros.
               -No he mirado por dónde me bajaba, y salté derechito a un charco-chasqueé la lengua. Aiden torció el gesto.
               -Vas a coger un catarro. Ven, te prestaré algo-dijo. Me cogió de la mano y me condujo a su habitación. Y he de decir que Aiden coge muy bien de la mano.
               Es de las típicas personas que entrelazan sus dedos con los tuyos. De los que te acarician la yema con la yema mientras están haciéndolo. Los de las manos grandes y calentitas que te hacen sentir protegido.
               Fue por delante de mí. Porque, claro, no podía ir detrás. Les di las gracias a todos los dioses que pudieran escucharme por haberme hecho saltar en aquel charco. De no haber sucedido, él no me habría guiado por su casa como lo hacía: cogidos de las manos, haciendo que no me sintiera completamente imbécil.
               Y, de no haberme llevado así de la mano, no podría haber contemplado su culo todo lo que quise y más. Y déjame decirte que si sus pies son lo mejor, su culo te quita el sentido. Lo tenía redondito, respingón. Daban ganas de agarrarlo y no soltarlo. Estrujarlo bien. Amasarlo como si fuera un pan en potencia.
               Fotógrafos, pensé. Tienen que estar buenos para cuando les toque cambiar de posición con respecto a la cámara.
               Empujó una puerta con los nudillos y entramos en su habitación.
               Y era exactamente como yo la habría dibujado de habérmelo pedido alguien. Tenía una estantería abarrotada de cámaras de fotos, cada una diferente a las demás. Inmensas fotografías de paisajes, arquitectura y desnudos femeninos llenaban las paredes. No había un rincón de pared que Aiden hubiera dejado desnuda. Allá donde no había fines a los que aspirar, había medios alcanzados. Fotografías impresas a tamaño normal, de álbum, salpicaban su habitación como estrellas en el cielo nocturno.
               Tenía un cordón de luces de navidad blancas que parpadearon cuando le dio a un interruptor. Y un pequeño balcón que daba a la calle. Y me pareció genial. Luego me dijo que ese balcón no servía para nada, porque no podías pasar afuera, pero daba lo mismo. Podía imaginármelo apoyado en la barandilla negra, haciendo fotos a los transeúntes. O colocando un trípode en la ventana y posando él mismo frente a ésta, aprovechando la luz del sol.
               Se acercó a un armario negro, de enganches de acero, y lo abrió de par en par. Se dio la vuelta e hizo un gesto con la cabeza hacia él. Sírvete, decían sus ojos. Me acerqué y pasé la mano por sus vaqueros, sus camisas puestas en orden. Me detuve en unos parecidos a los míos. Tiré de la pernera y los desenganché de la percha. Me abracé a ellos y estudié a Aiden mientras buscaba una camisa para ponerse. Creí, sinceramente, que se iba a quedar así vestido. No me molestaba en absoluto poder pasarle las manos por el cuello. Quitarle la chaqueta entiendo las manos por debajo de ésta y palpar los músculos de aquellos brazos que habían hecho millones de fotografías.
               Me acerqué a las fotografías. Las colocaba de forma aleatoria, sin seguir un patrón claro. Un poco inclinadas, o rectas, como si hubieran sido puestas con esmero, casi a regla. Una en Pisa, pero de una mujer soplando en lugar de intentando sujetar la torre. Otra en París, tocando con el dedo la punta de la Torre Eiffel.
               Dublín. Por todas partes. Y en todos los estados. Vacía, llena, en fiestas, de luto. En época turística y cuando sólo éramos irlandeses los que poblábamos nuestra ciudad. En año nuevo, y San Patricio, nuestros días más importantes. En verano, con las chicas en shorts y melenas sueltas y los chicos paseándose sin camiseta. A veces, los unos se giraban para contemplar a las otras. A veces, las otras se reían mirando a los otros.
               En invierno, con manos alrededor de cafés. Bares abarrotados. Mejillas coloradas, por el frío y por las Guinness consumidas. Luces de Navidad. Lagos congelados sobre los que patinar. Patines abandonados en el suelo. Patines en pies. Figuras geométricas sin sentido esbozadas por las cuchillas.
               Lo sentí respirar detrás de mí cuando encontré una foto mía. La que me había hecho el primer día que salimos juntos, cuando yo no me la esperaba. Me brillaban los ojos, mis mejillas estaban encendidas, tenía una sonrisa tonta pero el ceño ligeramente fruncido.
               Aiden estiró el brazo y la quitó de la pared. De repente, un blanco impoluto, insultantemente vacío, ocupó el lugar de la fotografía. Me acercó la foto y la tomé entre mis manos. Desplazó los dedos por los pedazos de su vida capturados por la posteridad hasta encontrar la que buscaba. Me pregunté si sería capaz de vislumbrar cuándo se había quitado una de su sitio. Si se daría cuenta de que dos habían intercambiado su lugar.
               Sus dedos se dirigieron como leyendo un libro hacia su cama. Sólo ahí había un vacío que no se podía rellenar. Sospechaba que él no quería hacerlo.
               Y encontraron lo que buscaba.
               No puedo describir con palabras lo que sentí cuando vi a Aiden recoger una foto de nosotros dos besándonos del lado más cercano a su cabeza. Hasta la palabra “amor” se le quedaba corta. Un torrente de emociones me llevó por delante mientras la cogía con cuidado, como a un pajarito que te encuentras en el parque con el ala rota. Un verdadero tsunami me barrió. Un volcán estalló en mi interior.
               Me sentía como si fuera ciego. Lo había sido toda mi vida. Pero no había nacido enfermo, sino con una venda en los ojos. Y había vivido en la absoluta oscuridad durante 16 años. Y ahora, Aiden me había quitado la venda. Y descubrí el mundo. Un universo de colores. Una explosión de tonos diferentes de luz. Un mosaico que hizo que quisiera echarme a llorar.
               Todo el mundo entiende lo que son las estaciones cuando ha experimentado la primavera.
               De nada sirve explicarle a alguien qué es amar, si nunca se han sentido como un ciego al que le quitan la venda.
               Aiden dormía con esa foto de nosotros dos siendo la más cercana a él. Aiden se iba a la cama y la miraba hasta que Morfeo lo reclamara. Puede que incluso la besara.
               Yo merecía la pena. Mi invasión a su espacio seguro merecía la pena.
               Aquel era el mejor regalo que podía hacerme.
               Sostuvo la foto entre nosotros, mirándola con cariño. Sonrió un poco, los dientes mordiéndole lo justo el labio.
               -Me encanta esta foto-susurró en tono íntimo. Y yo me sentí como si acabara de confesarme su amor. Yo también la cogí. Había una magia en ella que te entraba por los poros. Le acaricié la mano. Con el pulgar, acaricié su pulgar.
               -A mí me encantamos nosotros-dije. Aiden levanto la vista. Me miró. Me miró con todas las estrellas del universo en sus ojos marrones. Me acerqué y le besé despacio. Una de sus manos pasó por mi costado. La otra, dejó la foto con cuidado sobre la cama.
               Quería ser suyo.
               Quería que él fuera mío.
               Ahí mismo. En ese instante. Y siempre.
               Le pasé las manos por el pelo. Él me acarició el cuello. Respiramos nuestras respiraciones. Nos mezclamos y nos mezclamos y nos mezclamos hasta que nos convertimos en uno.
               Íbamos a hacerlo hoy. Estaba seguro. Y me encantaban los retortijones en el estómago que me causaba la certeza de saber que íbamos a hacerlo hoy.
               -Tengo que vestirme-le dije después de un tiempo dándonos suaves mordisquitos. Estábamos en modo post-sexo sin siquiera haber tenido sexo. Aiden asintió con la cabeza. Se dio la vuelta y eligió su ropa. Procuró evitar mirarme mientras yo me quitaba los zapatos y los pantalones y me metía en los suyos.
               Y se lo agradecí.
               -Ahora, me cambio yo-anunció. Y había en su tono algo que me invitaba a marcharme. Y algo que me suplicaba que me quedara.
               Pero me fui. Quería que nuestra primera vez fuera genial. Quería tener el privilegio de desnudarle yo. No quería que él ya estuviera desnudo. Quería ser yo quien descubriera su cuerpo.
               No quería que me contaran la película, quería verla por mí mismo y juzgar si era tan buena como decían.
               Por eso me marché. Y me fui a la cocina. Porque no sabía dónde ir.
               Y me quedé de pie.
               Porque me di cuenta de que llevaba puesta la ropa de Aiden. Y quería disfrutar del roce de su ropa en mi piel. Me pasé las manos por las piernas. Me imaginé todas las cosas que él habría vivido con estos pantalones. Incluso creí distinguir el aroma de su cuerpo por encima de aquel del detergente.
               Aiden estaba en mi piel. En mi piel y dentro de ella. Su esencia se mezclaba con la mía mientras su ropa me cubría. Y tenía ganas de ponerme a saltar.
               Llevábamos un mes.
               ¿Cómo estaría si llegábamos al año?
               Sus pasos me trajeron de vuelta a una realidad que parecía más bien un sueño. Me volví para mirarlo. Sonrió, se pasó una mano por el pelo y abrió los brazos. Él también llevaba vaqueros. Y una camisa. Pero la suya era blanca, con dibujos azules.
               Y a mí se me olvidó respirar.
               -Estás guapísimo-dije. Y me anoté un tanto cuando sonrió, pasándose de nuevo la mano por su melena chocolate. Sus mejillas encendidas. Sus dientes en sus labios.
               -Y no me he calzado-bromeó. Nos echamos a reír. Yo tampoco me había calzado.
               Nos dimos nuestros regalos después de un momento de timidez. Él me había comprado un disco, y yo le había comprado un filtro para una cámara vieja. De esos que hacen el trabajo del Photoshop antes de que tomes la foto.
               Nos abrazamos. Nos besamos. Nos dijimos que nos encantaban nuestros regalos y nos felicitamos el mes. Pedimos una pizza, nos besamos mientras esperábamos a que llegara. Nos besamos después. La comimos tirados en el sofá, sentados uno al lado del otro, con la televisión haciendo ruido delante de nosotros. Yo no podía concentrarme en nada que no fuera Aiden.
               Y Aiden no podía concentrarse en nada que no fuera yo.
               Los pedazos de pizza eran impares. Él insistió en que me la terminara yo, porque era el invitado. Yo le dije que tenía que terminársela él, porque la había pagado. Él me dijo que era mayor, que debía obedecerle. Yo le dije que él estaba creciendo.
               Ese argumento le convenció. O eso pensé yo. Porque cogió el trozo de pizza, le dio la vuelta y se lo comió por el lado de la corteza. Me miró a los ojos mientras masticaba. Quise morderle la mandíbula. Pero me tuve que conformar con la pizza. Di un mordisco de la punta. Él dio otro bocado, y yo otro, y él, y yo, y él, y yo.
               Y, cuando nos quisimos dar cuenta, nuestros labios se habían rozado. Y se había desatado el caos. Nuestras bocas se mezclaban, nuestras lenguas se lamían. Probábamos el sabor de la pizza recién terminada de la boca del otro. Aiden se puso encima de mí. Seguimos comiéndonos, besándonos. Pasando restos de tomate y queso de unos labios a otros.
               Bajé las manos.
               Tenía la ligera impresión de que íbamos a hacerlo. De la misma manera que tienes la ligera impresión de que estás cayendo cuando el tren de la montaña rusa se precipita cuesta abajo.
               No es la verdad lo que percibes, sino las emociones. Y yo era una maraña de deseo, anhelo y anticipación. Me derretía con el calor de la lengua de Aiden. Se me llevaban los demonios con su boca.
               Y a él no le iba mucho mejor. Me dejó abrirle la camisa, se desabrochó los últimos botones. Gimió cuando le pasé las manos por los hombros y me mordió el labio.
               Estábamos duros.
               Los dos.
               Y no nos estábamos quietos.
               Y eso nos volvía locos.
               El roce de nuestra excitación hacía que cada vez nos fuera más difícil controlarnos. Nuestras respiraciones se volvieron irregulares. Aiden me mordió la oreja y yo gemí en la suya. Le pasé una pierna por las suyas. Eso fue un contacto increíble en nuestros paquetes.
               -Chad-gimió, hambriento. Le mordisqueé el cuello. No podía pensar, no podía respirar, no podía hacer nada que no fuera estar con él. Tiré de él para pegarlo más contra mí. Su corazón martilleaba contra mi pecho. Aiden se dio cuenta de que yo estaba todavía intacto. Y había que solucionarlo.
               Así que tiró de la camisa.
               Sí, sí. Literalmente, tiró de la camisa. Me saltó varios botones y me contempló con lujuria. Nos miramos a los ojos. Los dos los teníamos tan oscuros que parecíamos la reencarnación de la noche. Nuestras pupilas eran tan inmensas que habían devorado todo lo demás.
               -Vamos a tu cama-pedí. Exigí. A la mierda mi timidez. Tenía hambre. Tenía sed.
               Aiden era un festín.
               Aiden era una fuente.
               Se levantó de un brinco y me tendió la mano. La cogí y me levantó a la velocidad del rayo. Nuestras bocas volvieron a encajar en un beso. Y luego en otro. Y empezamos a andar. Nos chocamos contra todo. No hubo pared de su casa contra la que no nos golpeáramos.
               Y no me podía importar menos. Lo único que me importaba era la sensación de su erección contra la mía. Sus labios en mi boca. Sus manos en mi cuerpo.
               Aiden se peleó con la camisa. La hija de puta no se salía de sus brazos. Por fin, después de una eternidad, consiguió tirarla al suelo. Se afanó con la mía mientras yo le acariciaba el pecho. Tenía una pelusilla que activaba partes de mi cuerpo ya revolucionadas. Los clamores de un pueblo harto de su opresor se volvieron más fieros y ensordecedores con sus manos en mi culo y mis dedos en su pecho.
               Gemimos cuando nos frotamos el uno contra el otro. Llegamos hasta la cama. Por suerte, la foto ya no estaba allí. Volvía a estar en la pared, cerca de la cabeza de Aiden.
               No parecíamos los chicos de la foto.
               Ni siquiera parecíamos seres racionales.
               Envalentonado por el pelo en pecho de Aiden, que nunca me imaginé, me senté a horcajadas encima de él. Disfruté del roce de nuestros vaqueros.
               Y empecé a bajar por su pecho.
               -Chad-susurró.
               -Sí, por favor-asentí, deteniéndome en sus pectorales. Lo habían hecho los dioses. No, qué va. No lo habían hecho los dioses: Aiden era un dios-. Sigue diciendo mi nombre así.
               -Chad-repitió, en un gemido. Le acaricié con la mano el bulto de sus pantalones.
               Y empecé a desabrocharle el pantalón.
               -Chad-volvió a decir. Y yo me abalancé sobre su boca. Y no había nada más que me interesara que su cuerpo. Ojalá ser una mortaja para permanecer pegado a él por el resto de la eternidad.
               Me desabroché sus vaqueros. Salí de entre ellos y Aiden no tardó en seguirme. Nos acariciamos nuestros centros. Gemimos en la boca del otro.
               Intenté ponerme encima, pero Aiden no me dejó.
               Intenté que él se pusiera encima, pero Aiden tampoco lo hizo. Seguimos besándonos y besándonos. Hasta que yo no lo soporté más.
               Metí la mano por debajo de sus calzoncillos. Me maravillé por los rizos que lo rodeaban como el foso de un castillo. Aiden gimió en mi oreja.
               -Chad-susurró. Pero su tono era cansado. Derrotado. Casi abatido.
               -Quiero hacerte el amor-le dije. Aiden volvió a gemir.
               -Chad-repitió. Y escuché lo que no había oído bien antes. Lo escuché antes de que él lo dijera. Y por eso me detuve.
               Y por eso él lo dijo.
               Porque no quería que me sintiera rechazado.
               -Tengo miedo.
               Nos miramos un momento, en silencio. Nuestras respiraciones seguían agitadas. Esperé a que se normalizaran un poco para poder hablar con él.
               -¿Por qué?-inquirí, sin aliento. Aiden se mordió el labio. Tan fuerte que me sorprendió que no se hiciera sangre. Tan lejos que casi pudo tocarse la barbilla con los dientes. Se apartó un poco de mí.
               -Lo siento-susurró.
               -No hagas esto, A-le pedí. Se alejó otro poco más. Cerró los ojos y se hizo un ovillo. Sus piernas protegían su torso.
               Le protegían de mí.
               -Lo siento tantísimo, amor-se lamentó, con la voz rota. Me acerqué a él. Le puse una mano en el hombro. Se aovilló un poco más, pero por lo menos no se alejó de mí.
               -¿Qué pasa?
               -Tengo miedo-repitió.
               -¿De qué?
               Me miró por fin. A través de una cortina de lágrimas.
               Preferiría que no me hubiera mirado.
               -Nunca he estado con un chico-reconoció. Yo asentí con la cabeza.
               -Ya lo sé. No pasa nada. Todo el mundo tiene una primera vez-Aiden cerró los ojos, sacudió la cabeza-. Me alegro de ser la tuya.
               -No sé si puedo hacer esto.
               -¿Hacer el qué?
               -Pues… tener sexo. Contigo.
               Me quedé helado.
               -¿Qué? ¿Por qué?
               -No quiero que me duela-confesó. Parpadeé.
               -En algún momento…-carraspeé. Intenté ordenar mis pensamientos-. En algún momento tendremos que hacerlo, A.
               -No quiero que me duela-repitió.
               -No tiene por qué dolerte, amor-respondí, besándole la sien. Aiden negó con la cabeza.
               -Me lo dices para hacerlo, pero yo sé que duele.
               -No tiene por qué dolerte, si el activo eres tú-expliqué. Aiden me miró como si le acabara de sugerir que cazáramos un perro en el parque y nos comiéramos sus entrañas crudas.
               -¿Y hacerte daño a ti? Ni de coña. No me puedes pedir eso, C. No lo haré. No.
               -Es la mejor sensación del mundo-insistí. Me miró, confundido-. Y quiero estar contigo. De veras que sí. Quiero que hoy sea especial. ¿Tú no?
               -Necesito tiempo-pidió. Yo asentí con la cabeza-. Para ti es fácil-añadió-. Llevas toda la vida sabiendo que… bueno. Que eres así. Pero yo…
               -Espera, ¿qué?-repliqué-. ¿Qué estás insinuando?
               -Pues… ¡has tenido toda la vida para aceptarte, y yo… aún… no sé!
               Volvió a esconder la cabeza entre las rodillas.
               -Te da asco-dije. Aiden levantó la cabeza y me miró-. Te da asco hacerlo conmigo. Porque somos chicos.
               -No-dijo.
               -Te damos asco-constaté, herido. Y me entraron ganas de llorar. Pues claro que esto estaba pasando. Nadie tenía la suerte que hacía falta para que Aiden Fitzgerald saliera contigo. Y menos siendo tú un chico. Menos habiendo tenido él un millón de novias.
               Era un experimento. Uno fallido.
               Y lo peor de todo es que había sido mi corazón lo que estaba en juego.
               -Chad, no-dijo, pero yo no le escuché. Cogí la ropa, la hice una bola y me alejé de la cama. No miré atrás. Salí de la habitación-. Chad, ¿adónde vas? ¡Chad! ¡Vuelve!-me suplicó. Corrí por su casa, pero me perdí. Y, cuando llegué a la puerta de la calle, él estaba allí, en medio. Esperando. Impidiéndome marchar.
               -Chad, no te vayas-me pidió.
               -La comida ha estado genial. Te pagaré la mitad de la pizza.
               -Chad, no digas eso, por favor. Ven a la cama. Y lo hablamos. Por favor.
               Me lo quedé mirando.
               -No voy a ir a la cama-dije.
               -Chad-me pidió.
               -Acuéstate conmigo-exigí. Aiden me miró, roto. Y me eché a llorar. Dejé caer la ropa. Él se acercó a mí, y me envolvió con sus brazos. Me besó la cabeza mientras no paraba de llorar-. Acuéstate conmigo, Aiden-le pedí.
               -No quieres que lo hagamos, no así-respondió. Seguí llorando sobre su hombro desnudo.
               -Te deseo-confesé. Sus manos me reactivaron. Sus dedos pulsaron botones que nadie más podía pulsar-. Deséame tú a mí-supliqué. Aiden me estrujó.
               -Ya lo hago.
               -Es mentira-respondí.
               -No, Chad, en serio. Ya lo hago. Te deseo. Es sólo que… necesito más tiempo. Quiero saber.
               -Yo puedo enseñarte. Te puedo enseñar todo lo que sé. Seré bueno. Seré amable. No te dolerá. Te lo juro. No es nada diferente de estar con una chica.
               Aiden se separó de mí. Me agarró por los hombros.
               -Lo que tú me haces sentir, no lo he sentido con nadie, C. Ninguna chica me ha hecho lo que me estás haciendo tú.
               -Has tenido sexo con ellas-acusé, y él no lo negó. Se quedó allí. De pie. Esperando-. ¿Por qué conmigo no? ¿Qué hay de distinto en mí?
               -¿Es que no me has oído, amor?-respondió en tono suave-. Todo en ti es distinto. Todo en nosotros es diferente.
               Me miré los pies. Él me tomó de la mandíbula y me hizo levantar la vista.
               -Quédate conmigo. Hay más cosas que podemos hacer, al margen de follar.
               Hice un puchero.
               -¿O sólo me querías para eso? ¿Mm?-bromeó.
               -Te hice vudú para que te cambiaras de acera, porque lo de cambiarme de sexo para gustarte me parecía un poco fuerte-respondí. Aiden se echó a reír. Me acarició el cuello y a mí se me olvidó el disgusto.
               Y recordé que estábamos prácticamente desnudos uno frente al otro.
               Le di un beso. Él a mí, otro. Volvimos a besarnos, pero con tranquilidad. Recogimos mi ropa y volvimos a su habitación. Nos tiramos en la cama. No nos vestimos. Le dije que podía preguntarme lo que quisiera. Y lo hizo. Y nos besamos mientras le explicaba. Nos dejamos arrastrar por mis recuerdos. Volvimos a calentarnos.
               Y nos satisficimos el uno al otro.
               Yo acabé antes que él.
               De hecho, yo acabé. Él no pudo. Estábamos en pleno festival de caricias cuando la puerta de la calle se abrió. Y los dos nos incorporamos de un brinco.
               -Aiden-saludó una voz femenina.
               Y Aiden se puso pálido. Literalmente, como un muerto.
               -Mis padres-dijo en voz baja-. Vístete-ordenó. O más bien fue una orden para sí mismo. Se puso la ropa a toda velocidad, se abotonó la camisa como pudo. Y salió de su habitación-. ¡Mamá, papá! ¡No os esperaba!
               -Te echábamos de menos, cariño. Nos daba tanta pena, tenerte aquí, solo… ¿ya has estado comiendo basura otra vez?-acusó su madre. La señora Fitzgerald. Mi suegra.
               Empecé a marearme mientras me terminaba de abotonar la camisa.
               -Eh… intenté hacer una lasaña, pero no me salió bien. Así que pedí una pizza.
               -¿Y te la has comido tú solo?-escándalo en una voz masculina. El señor Fitzgerald. Mi suegro.
               -No, señor. Tengo, eh… visita.
               Dos alientos que se guardaban.
               -¿Es Abby?
               -¿Qué? ¡No! Mamá, Abby y yo lo dejamos. Ya te lo dije.
               -Como le sigues haciendo esas preciosas fotos tuyas…
               -No me gusta dejar el trabajo a medias-protestó Aiden.
               -Ya, ¿y dices que no es Abby? ¿Quién es, entonces? ¿Acaso intentas ponerla celosa?
               -No estoy intentando poner celoso a nadie, madre-espetó Aiden-. Abby y yo somos amigos. Y ya está.
               -Los amigos no se hacen fotos desnudos.
               Casi pude ver a Aiden parpadeando delante de mí. Buscando algo que responder. Yo no había dicho nada de las fotos del cuerpo desnudo de la chica con la que antes había estado Aiden. Sabía que Abby y él eran buenos amigos. Sabía que ella posaba para él a menudo. El instituto estaba lleno de fotografías de ella hechas por él. A ella le iba más la escultura. Pero era buena posando para una cámara. Sobre todo, para la de su ex novio.
               Así que, cuando me encontré con las fotos de ella sin ningún tipo de ropa en la pared de Aiden, no le di importancia. Era la musa, él el artista. Yo era la pareja del artista.
               Nacer de un artista y pretender ser uno te daba ese tipo de comprensión.
               -Es que Abby y yo somos buenos amigos.
               -Hablando de buenos amigos, muchacho-intervino de nuevo su padre-. ¿Nos presentas?
               -Sí, claro, ¡claro! ¿C? ¿Puedes venir?
               Me levanté. Temblando, salí de la habitación. Fui hecho un flan hacia los padres de Aiden.
               -Mamá-carraspeó Aiden-, papá. Él es Chad.
               -Es un placer-dije. Les estreché la mano. Aiden irradiaba tensión. Puede que incluso fuera radiactivo en ese momento.
               Los señores Fitzgerald me escanearon de arriba abajo.
               -Igualmente, cielo-respondió su madre-. Nos encanta conocer a los amigos de nuestro Aiden. Tiene tantos-su madre aleteó con las pestañas. Aiden se puso rojo como un tomate.
               -Sí, eh… bueno, si necesitáis algo… estaré en mi habitación. Con Chad.
               Volvimos a la habitación. Yo me lo quedé mirando. No cerró la puerta, como esperaba. Se pasó una mano por el pelo y bufó.
               -Qué mierda-gruñó.
               -Sí, ¿qué parte?-quise saber. Aiden me miró.
               -¿Cómo que qué parte?
               -¿Seguir en el armario o que no te pueda terminar de hacer la paja ahora que tus padres están en casa?-acusé. Y hasta a mí me escandalizó ese comentario.
               Pero es que Eleanor había tenido una semana de mierda. La Tomlinson no hacía más que escupir veneno últimamente. Y yo escuchaba sus peroratas. Y aprendía, al parecer.
               -¡Sh!-siseó Aiden, acercándose a taparme la boca-. ¿Quieres bajar la voz? ¡Mis padres están ahí al lado!
               -¡Oh, no creo que les importe! Los heteros están tan ciegos que podrían decir que somos muy buenos amigos si entraran ahora y te pillaran haciéndome una mamada, ¿sabes?
               Aiden frunció el ceño.
               -¿A qué viene esto, Chad?
               -¡Han dicho que soy tu amigo, y tú no les has corregido!
               Hundió los brazos.
               -Es que somos amigos.
               -Ah, o sea, ¿tengo que asumir que también les tocas la polla al resto de tus amigos? Porque, perdona que te diga, pero eso no es muy de hetero.
               Entrecerró los ojos.
               -¿Qué tendrá que ver cómo te llamen mis padres? Estás en mi casa. Si no saben lo que estábamos haciendo…
               -Ahí es donde quiero ir a parar, Aiden. No lo saben. Porque tú sigues en el armario. Puede que no contigo, ni con tus amigos, pero, ¿tus padres?-negué con la cabeza-. Por cómo me miraba, tu padre poco más y me saca una revista porno.
               Aiden se echó a reír.
               -Yo no le veo la gracia.
               -¿Te crees que son homófobos?
               -Tú no tendrías la culpa. No sé por qué te tienes que avergonzar. No estás haciendo nada malo. Pero ya te lo digo, Aiden. No voy a estar en el armario. Salí hace tiempo y no pienso…
               Sin decir nada más, Aiden me cogió de la mano, tiró de mí y me arrastró hasta el salón. Sus padres estaban apartando los restos de la comida de la mesa.
               Intenté no ponerme cachondo pensando en lo prohibido de haber estado a punto de enrollarnos en serio allí. Y ahora ellos estaban allí sentados, sin saber lo que su hijito había estado a punto de hacer.
               -Mamá-llamó, y los dos se volvieron-. Antes dijiste que te gustaba conocer a mis amigos, refiriéndote a Chad.
               -Sí-asintió su madre, cautelosa. Aiden me cogió de la mano, desafiante.
               -Bueno, es que… soy gay, mamá. Chad es mi novio.
               Los pobres casi explotan. Me miraron con los ojos abiertos como platos.
               -Llevamos un mes.
               -De hecho-añadí, tímido-… hoy es nuestro aniversario.
               Sus padres se miraron un momento. Y luego, se levantaron de un brinco.
               -¡Qué buena noticia!-festejó su madre, y los dos nos quedamos a cuadros, mirándola.
               Vale, no me esperaba eso, la verdad.
               Vino a darme un par de besos. Su padre me dio la mano con tanta efusividad que creí que se me saldría el brazo.
               Aiden lo estaba flipando más incluso que yo.
               -Nuestro pequeño llevaba unos días feliz como un cachorrito, ¡y resulta que es por ti!-celebró la señora Fitzgerald, achuchándome como a un osito de peluche-. ¡No sabes lo agradecida que estoy de que estés con mi hijo!
               -Mamá-pidió Aiden.
               -¿Quieres ver fotos suyas de bebé?
               -¡Mamá!-protestó Aiden. Yo lo miré y sonreí. Te vas a acordar de haberme rechazado, cabrón, pensé.
               -Por supuesto-sonreí.
               Me invitaron a cenar sólo para terminar de repasar el álbum de fotos infantil de Aiden. Él incluso amenazó con dejarme sólo para que dejara de echar un vistazo en su vida.
               Pero sus padres dijeron que podía ir por su casa cuando quisiera. Que no sólo era un Horan (“poco menos que Dios en esta isla”, en palabras de mi suegro), sino que encima era un cielo. Atento, educado y muy tierno. Que mi madre debería estar orgullosa.
               Mi madre lo estaba. Se moría de la risa cuando se lo conté de noche. Incluso llamó a papá de madrugada y le contó que mi cita había sido todo un éxito.
               -Pásame a mi hijo-ordenó papá. Pero mamá sólo se reía-. ¡Vee, pásame a mi hijo!
               Me puso el teléfono en la oreja.
               -Hol…-empecé.
               -¿CÓMO ES ESO DE QUE TU MADRE YA HA CONOCIDO A TU NOVIO Y YO NO? ¿QUIÉN TE DA TODOS LOS CAPRICHITOS, CHAD? ¿QUIÉN TE COMPRA LAS GUITARRAS CUANDO SE TE APETECEN, EH? ¿QUIÉN TE PAGA EL COLEGIO?-bramó. Mamá se reía como loca-. ¡MAÑANA LO TRAES A CASA! ¡Y ME LO PRESENTAS!
               -Mañana me toca estar con ma…
               -¡ME DA IGUAL CON QUIÉN TE TOQUE ESTAR! ¡COMO SI TE LLAMA BARACK OBAMA PARA IR A LA CASA BLANCA! ¡MAÑANA COMÉIS CONMIGO!
               Al día siguiente, comimos con papá. Aiden estaba nerviosísimo. Supongo que íbamos un poco rápido. En lo social, al menos. No le mencioné nada del sexo ni él sacó el tema. Con poner un pie en casa del “mismísimo Niall Horan” (palabras de él), tenía suficiente.
               Papá salió a recibirlo con los brazos abiertos. Le dio un abrazo de oso y le dijo que le alegraba conocerle, por fin. Que menos mal que le hacía caso, yo llevaba toda la vida detrás de él.
               -Papá-protesté. Pero Aiden se giró y sonrió.
               -¿Ah, sí? ¿Qué te contaba de mí, Niall?-le dio cuerda. La mano de papá reposaba sobre sus brazos.
               -Pues verás, conozco todo tu trabajo, porque en cuanto sacabas una foto, él la fotografiaba con su móvil y me la traía, y me la explicaba, y básicamente tengo un máster en fotografía gracias a las peroratas de Chad…
               -¡Papá!-bramé.
               Comimos. Aiden y papá se llevaron de cine durante el almuerzo.
               Pero luego, vinieron los problemas. Nos sentamos a ver la televisión. Yo le di un piquito a Aiden y, de repente, papá tenía cosas más importantes que hacer. Aiden lo miró mientras salía del salón. Como un cachorrito abandonado. Fuimos a la cocina, a por un vaso de agua. Papá se fue de allí. Le pregunté a Aiden si quería ver el estudio de nuestra casa.
               -Os dejaré solos para que lo veáis con más calma-dijo papá.
               Y, a cada habitación a la que íbamos después de aquel beso, papá salía de ella deliberadamente. Eso le desanimó un montón. A mí también, la verdad. Aiden se marchó por fin, sin quedarse a cenar. Papá asintió con la cabeza y lo despidió sin salir de casa. Creí que lo llevaríamos en coche, como habían hecho conmigo. Pero no. Sólo le dio dinero y le dio una palmada en la espalda.
               Estábamos haciendo ensalada en silencio cuando yo no lo soporté más. Papá cortaba unos tomates y yo lavaba una lechuga. La hice saltar entre mis dedos. La revolví.
               Hasta que llegó un punto en que no pude posponerlo más. Me volví hacia papá. Seguía con sus tomates, ajeno a que las hojas de lechuga estaban mareadas de tanto brinco.
               -Papá.
               -Mm.
               -¿A ti te molesta que yo tenga novio?
               Se quedó quieto. Levantó la cabeza. Clavó los ojos en mí. Los mismos ojos que los míos.
               -¿Qué?
               -¿Te molesta que me gusten los chicos?-insistí. Papá frunció el ceño. Dejó el cuchillo encima de la tabla. Ay, mi madre. Sí, le molestaba. Me eché a temblar.
               -Vamos a ver-dijo. Suspiró-. ¿Qué te ha… hecho deducir eso?
               -¿Te molesta o no?
               -Claro que no, Chad-espetó, envarándose-. Eres mi hijo. ¿Por qué habría de molestarme que seas gay?
               -Soy bisexual-gruñí. Papá exhaló.
               -Sí. Es verdad. Eso. Perdona. Eh…
               -No es lo mismo-bufé.
               -Ya sé que no es lo mismo, C. Yo… perdona-puse mala cara-. Pero, ¿por qué has pensado eso?
               -No has querido estar con Aiden y conmigo.
               Parpadeó.
               -Creí que necesitaríais espacio.
               -Papá-ladré-, si necesitáramos espacio, no vendríamos a casa. Aiden quería conocerte. Y yo quería que le conocieras. Durante la comida, todo fue bien, pero claro… conociéndote… todo está bien para ti si hay comida de por medio.
               Papá apartó los tomates, avergonzado.
               -Te escucho-invitó.
               -Pero cuando acabamos de comer… y fuimos al salón… empezaste a esquivarnos. ¿Es que te hace sentir incómodo? ¿Porque Aiden es chico? Porque con Kiara no te importa ni que comparta cama.
               -Claro que no me hace sentir incómodo, Chad. Por dios-sacudió la cabeza-. Yo sólo… quería daros espacio. No quiero ser el típico padre que está todo el rato encima de su hijo, agobiándole y esas cosas. Cuando empezasteis a besaros, sinceramente, pensé que ibais a pasar a mayores, y, bueno… no me pareció que fuera un lugar en el que debiera estar yo. Ahora que, si quieres que esté para animarte o algo… puedo ir a comprar dedos de espuma.
               Intenté no reírme. Me mordí el labio. Papá inclinó la cabeza.
               -Sabes que ha sido gracioso-me animó. Y yo dejé escapar la carcajada que me nació en el esófago.
               -Sí que lo ha sido-acepté.
               -No pretendía ofenderos. A ninguno de los dos.
               -Aiden se ha ido un poco disgustado. Cree que no le has caído bien.
               -Parece un buen chico. Ya le iré conociendo más-papá se encogió de hombros. Yo lo miré. Y luego, sacudí la cabeza. No entendía nada. Nunca lo hacía. No me extrañaba que mamá se hartara de él en algún momento de su vida.
               Yo no me hartaba de papá. Pero porque tenía paciencia. Porque le conocía. Porque había vivido así toda la vida. Y porque era mi padre.
               Un padre no debe hartarte nunca.
               No puedes permitirte ese lujo cuando tus padres están separados. Si están juntos, es otra historia. Si estás pasando por la edad del pavo, es otra historia. Pero yo no estaba pasando por esa edad, ni mis padres estaban juntos para ir a criticar a uno con el otro.
               Nos sentamos a cenar. Jugué con mi lechuga. Papá la devoró. Se me quedó mirando mientras paseaba un trozo de tomate de un lado a otro.
               Y se le encendió la bombilla.
               Para variar.
               -Oye, C, ¿y si invitas a Aiden a comer otra vez mañana? Así sabrá que me ha caído bien.
               Me levanté y le di un beso. Aunque al día siguiente me dieron ganas de matarlo. Porque no nos dejó tranquilos. Incluso metí a Aiden en mi habitación y papá se quedó a la puerta mientras le enseñaba mis cosas.
               Nos sentamos en la cama. Miré a papá. Y él malinterpretó mis señales y se metió en la habitación, con nosotros.
               -Papá-gemí, alargando la última letra. Hice un gesto con la cabeza en dirección a Aiden. Papá abrió los ojos y alzó las manos. Como si lo estuvieran deteniendo. Puede que fuera lo que le viniera bien. Pasarse un día en el calabozo.
               -A ti no hay quien te entienda, C, primero protestas porque os dejo a vuestra bola, y luego porque estoy con vosotros, la madre que me parió, quién me mandaría a mí darte tanta cancha cuando eras pequeño para que cogieras confianza...-se fue protestando por el pasillo. Aiden se rió. Volvimos a enrollarnos cuando anunció que se iba a jugar un poco al golf.
               Cuando me despedí de Aiden a la puerta de mi casa, sentí que el mundo se me venía encima. Me sentía purificado y a la vez sucio. Domesticado y salvaje. Oscuro e iluminado. Tenía que comentarlo con alguien.
               Con Kiara, por ejemplo. Y no paramos de hablar de eso desde que Aiden conoció a mis padres y yo a los suyos.
               Estábamos discutiendo cuándo debía decirle a Aiden que le quería, cuando papá me mandó el mensaje urgiéndome a ir a casa. Ipso facto.
               Quise matarlo cuando llegué a casa y me lo encontré sano y salvo. Quise matarlo, y a la vez no. Sentía que algo había pasado.
               Por eso, cuando me planté en el salón y todos los ojos se volvieron hacia mí, me quedé helado. Tommy y Scott se levantaron al unísono. Es lo que tiene hacerlo todo juntos: os convertís en gemelos y lo hacéis sin pretenderlo. Diana y Layla lo hicieron un poco después.
               -Ay, dios, ¿se ha muerto alguien?-fue todo lo que pude decir. Porque, por sus expresiones serias, era lo que parecía. Tommy y Scott se miraron.
               Que no fuera la madre de Tommy, por favor. Que no fuera Eri. Todos menos Eri.
               Nos quedamos de pie, mirándonos los unos a los otros. No teníamos propósito. No sabíamos qué hacer.
               Tommy y Scott miraron a papá. Yo también lo miré. Los ojos de las chicas estaban fijos en mí. No sabía que el futuro estuviera en mis manos, pero ellas sí.
               -Esto… voy a buscar algo de beber-dijo papá. Tommy y Scott asintieron. Y para papá fue suficiente.
               De repente tenía 20 años menos. Estaba en un aeropuerto. Louis y Zayn estaban con él. Él decía que tenía sed. Que iba a por un refresco. ¿Le daría tiempo antes de coger el avión?
               Sí, claro que le daría, le decían Zayn y Louis. Con un asentimiento de cabeza como el de sus hijos. Puedes irte.
               Se fue. Y nos dejó solos. A los cinco. El número mágico.
               Me sentía pequeñito bajo sus miradas escrutadoras.
               -Qué… sorpresa-dije por fin. Tommy y Scott volvieron a mirarse. Diana se mordió el labio y se miró los pies. Sólo Layla sonrió un poco-. No os esperaba por aquí. Eh… ¿estabais de excursión?
               Qué pregunta más tonta. ¿Estabais de excursión? ¿En serio, Chad? ¿En una puta isla diferente, en un país distinto?
               El ambiente estaba tan cargado que me extrañó que el aire no nos asfixiara. Papá volvió con botellines de cerveza. Seis. Una caja.
               -¿Por qué no os sentáis?
               Nadie se movió.
               -O nos podemos quedar de pie-asintió él, abriendo la caja. Lo miramos mientras sacaba una botella y trataba de quitarle la tapa. Pero falló. Diana dio un par de pasos, se la cogió de las manos temblorosas, le quitó el abridor y retiró la chapa. Papá asintió con la cabeza-. Gracias, Diana-miró a todos, menos a mí-. ¿Va todo bien? ¿Los demás están…?-los chicos asintieron-. ¿Vuestras madres?-volvieron a asentir-. Eh… coged. Coged cervezas, chicos.
               Lo hicieron. Mecánicamente. Layla sostuvo la suya entre sus dedos.
               -Niall-dijo con dulzura. Los ojos de Tommy se clavaron en ella. Los de Scott, en él-. ¿Te importaría dejarnos solos?
               Papá se la quedó mirando, como si de repente no entendiera el inglés.
               -Sí-me miró-. Sí, claro, ¡por supuesto! Yo… estaré en mi habitación. Si me necesitáis. ¿Vale?-se giró para irse-. Espera, ¿vuestros padres saben que… estáis aquí?
               -Los míos no-dijo Diana.
               -Ni los míos-aclaró Layla-. Y te agradecería que no les dijeras nada.
               -Si preguntan…
               -No les mientas-atajó-. Pero no les digas nada si ellos no preguntan.
               -De acuerdo-papá me dio una palmada en el hombro-. Pues eso, si me necesitáis…-no dijo nada más. Se marchó. Escuchamos sus pasos alejarse por el pasillo de la casa. Una puerta que se cerraba. Diana se relajó. Layla, no mucho.
               Tommy y Scott estaban rígidos como piedras.
               -¿Nos sentamos, chicos?-inquirió Layla, intentando romper un poco el hielo. Los dos la miraron. Asintieron con la cabeza y se sentaron. Yo también me senté. Diana le cogió la mano a Tommy, la palmeó un poco sobre la rodilla de Scott.
               Layla suspiró.
               -Chad-dijo, y todos los ojos volaron hacia ella-. Tommy y Scott quieren hablarte de una cosa.
               Abrí mucho los ojos y asentí. Tommy se volvió hacia Scott.
               -Explícaselo, S.
               -¿Que se lo explique? Es tu idea. Explícaselo tú-ordenó el otro. Tommy cerró los ojos y sacudió la cabeza.
               -Yo estoy convenciendo a todo el mundo. Te toca a ti.
               -Eh, yo no he sido el de la gran iluminación. Habla, mesías-bufó Scott. Y Tommy:
               -Lo vamos a hacer por ti.
               Y Scott:
               -¿Os lo he pedido yo, acaso?
               -¿Pedirnos qué?-quise saber. Diana puso los ojos en blanco.
               -Tommy y Scott quieren hacer una banda.
               Las mandíbulas de los chicos dieron contra el suelo. Layla se revolvió en su sitio, incómoda.
               -Pero… ¿cómo se lo sueltas así?-gritó Tommy. Scott puso los ojos en blanco.
               -Con una americana, te tenías que liar-gruñó. Diana lo escaneó de arriba abajo. Le decía que no se pasara.
               -Han expulsado a Scott del instituto-dijo una voz dulce a mi lado. Layla-. No tiene nada que hacer. Tommy debería empezar la universidad el año que viene. Pero no puede estar sin él. No pueden estar separados. Esto es lo único que pueden hacer para ganarse la vida. Se les da bien.
               Parpadeé.
               -Vale, bueno… pero, ¿qué tiene todo esto que ver conmigo?
               -Eres un Horan-constató Diana. Yo asentí con la cabeza.
               -Sí, ya, pero, ¿qué tiene…?
               -Yo soy una Styles-añadió. Me la quedé mirando, sin entender. Miré a Scott y a Tommy.
               -Malik-dijo Scott.
               -Tomlinson-dijo Tommy.
               Miré a Layla. Empecé a entender. No supe cómo. Ni por qué. Pero sí cuándo. En ese momento. Cuando Layla me miró con cansancio. Con agotamiento y tristeza.
               -Y yo una Payne.
               Dios mío. Horan. Styles. Malik, Tomlinson, Payne.
               -¿Me queréis en la banda?
               Aquello era surrealista. Yo no… ni siquiera… no había cantado nunca con ellos. No sabía si éramos compatibles.
               Asintieron con la cabeza.
               -Pero… ¿por qué?
               -Porque eres el Horan-explicó Tommy, mirándome como si me viera por primera vez.
               -¿Queréis… repetirlo?-inquirí.
               -A nuestros padres tampoco se les dio tan mal. No queremos volar tan alto como One Direction, pero sí repetir lo que…
               -No digáis esa palabra-insté-. No si no queréis que papá se plante aquí.
               -¿Por qué?-preguntó Diana. Cruzó sus largas piernas. Layla la miró. Los chicos clavaron los ojos en mí. Me erguí. Me aclaré la garganta.
               -Eres insegura-empecé. Y todos se pusieron tensos-. No sé por qué. Haces que todos giren la cabeza cuando entras por la puerta.
               -Chad-advirtió. Pero me quedé callado. Levanté la mano para pedir que se callaran. Alcé un dedo, el índice.
               Y lo escuchamos.
               Todo lo que yo escuchaba cada vez que decía algo que le recordaba a la banda.
               Madre mía, qué desgracia me tocaba vivir cuando la primera pregunta del test tenía como resultado la letra D.
               -Ser de la forma que tú eres es suficiente-e-eh-baló papá al otro lado de la casa.
               Se echaron a reír. Y yo también. Tenía su gracia, la verdad.
               -Todo el mundo puede verlo-cantó Diana, echándose el pelo a un lado-, todo el mundo salvo tú.
               Y papá le contestó abriendo la puerta.
               -¡Nena, iluminas mi mundo como nadie más!
               Volvimos a reírnos. Papá se acercó a nosotros. Se nos quedó mirando.
               -¿A qué viene esta fiesta? ¿Y por qué no estoy invitado? ¿He de recordaros que yo soy el único miembro original de One Direction que hay en esta casa?
               -Siéntate con nosotros, Niall-sonrió Tommy-. Te van a interesar los planes que tenemos para tu hijo.
               -¿Qué planes? ¿Queréis que nos lo llevemos de telonero en el siguiente tour?
               -Mejor-sonrió Scott-. Lo queremos en nuestra banda.
               Papá abrió los ojos como platos.
               -¿Vais a hacer una banda?
               Le pusieron al día. Papá les escuchaba con muchísima atención. Ni siquiera pestañeaba. Un par de veces me miró de reojo. Como asegurándose de que yo también estaba prestando atención.
               Sonrió cuando Tommy llegó a la parte en la que le sugería a Scott su idea. Alzó las cejas y se echó a reír.
               -¿One Direction 2?-preguntó. Y Tommy se puso colorado. Papá se pasó una mano por la mandíbula-. Apuntáis alto, ¿eh?
               -El que no arriesga no gana, Niall-defendió Scott. Papá alzó las dos manos.
               -No tengo nada que objetar. Bien sabe dios que no dejo que mi móvil se apague sólo por si alguno de vuestros padres me llama diciendo que le apetece sacar otro disco-todos sonreímos-. Continuad.
               Llegaron a la parte en la que Scott acababa convencido (“ah, S, no te preocupes, yo también tengo inclinación a concederle los caprichos a cierta mujer”, se burló papá, mirándome y viendo a mamá en mí). Asintió con la cabeza, complacido, cuando Diana dijo que sí a la primera. Y sopesó las dudas de Layla.
               -¿Tú ya has dicho que sí?-preguntó. Negué con la cabeza. Me daba la impresión de que iba a necesitar toda una vida para pensármelo. Absolutamente todo lo que me importaba y poseía estaba en Irlanda.
               Y, sin embargo, una fuerza mayor que ninguna que hubiera experimentado antes tiraba de mí con tesón. Quería decir que sí. Era un barco encallado en un arenal. Y la marea estaba subiendo.
               -Te preguntaría que a qué esperas, C-papá me dio una palmada en la rodilla. Yo tragué saliva-, pero la verdad es que lo entiendo-nos miró a todos-. Entiendo la postura de Layla. Algunos tenéis la vida prácticamente resuelta. Meterse en este lío…-papá se encogió de hombros. Tanto Scott como Tommy palidecieron un poco. Pero no se atrevieron a interrumpir. Puede que porque, simplemente, no le llevas la contraria a Niall Horan en materia de música-. Va a ser jodido. Si lo hacéis, va a ser muy jodido. Lo tendréis un poco más fácil porque os apellidáis como os apellidáis, y sois hijos de quienes sois… pero vais a tener que luchar igual. Y vais a echar de menos. Muchísimo. Vuestra vida va a cambiar. Nada de lo que habéis conocido hasta ahora será igual que antes del programa.
               -Si fracasamos, tampoco pasaría nada-intervino Diana. Papá la miró.
               -Créeme, Didi, fracasar no es una opción para vosotros. ¿Podrías vivir con los titulares diciendo que no eres tan buena como tu padre? ¿Podrían Scott y Tommy, que son iguales que sus padres? ¿Podría Layla?
               -Yo estoy orgullosa de mi padre-informó Layla. Papá asintió con la cabeza.
               -Lo que estoy intentando que entendáis es… vais a renunciar a muchísimas cosas. Vais a tener ventaja por ser quienes sois, y a la vez vais a trabajar mucho más que los demás para superar eso. Vuestro apellido es una ventaja, y a la vez es la piedra que os va a estar hundiendo constantemente-nos miró uno a uno, asegurándose de que habíamos entendido.
               No había visto a papá tan serio en su vida.
               -¿Crees que no deberíamos hacerlo?-preguntó Scott con un hilo de voz.
               -¿Es broma? One Direction ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Estoy donde estoy por ella. Tengo una familia por ella-papá me pasó un brazo por los hombros, y yo sonreí-. Sólo quiero que no nos toméis como modelo. Porque lo que me pasó a mí no se puede aplicar a vosotros. No vais a repetir lo que tuvimos. Nadie va a repetirlo nunca-constató. Tommy tragó saliva-. Ahora, que si la idea os atrae… mi recomendación es que lo hagáis. Será divertido. Os lo pasaréis genial. Seréis una familia, y las cosas que viváis juntos no las vais a olvidar. Los malos titulares, sí-papá sonrió.
               -¿Como cuando te caíste jugando al golf estando en directo en la televisión nacional?-pinchó Tommy.
               -O como cuando salió el vídeo de tu padre y el de Scott fumando marihuana, y se armó la de Dios es Cristo.
               Las chicas lanzaron una exclamación y se echaron a reír. Los chicos sólo se miraron un momento, confusos.
               Mi recomendación es que lo hagáis. Será divertido. Os lo pasaréis genial. Seréis una familia, y las cosas que viváis juntos no las vais a olvidar.
               Seréis una familia.
               Seréis una familia.
               Los miré uno a uno mientras se reían. Aquello era exactamente lo que había deseado toda mi vida. No estar tan solo. Tener una Kiara dentro de mi casa. Compartir con alguien mis amaneceres y mis atardeceres. Pelearme. Poder reñir a alguien y que me riñeran a mí también. Como hacían Scott y Tommy cada vez que el otro ponía los pies encima de la mesa de entre los sofás. Scott. Thomas. Y el aludido las bajaba y lanzaba una mirada de corderito degollado.
               Layla y Diana tenían los brazos entrelazados. Layla tenía dudas. Era la única que lo decía, por lo menos. Pero yo sabía que todos los demás estaban asustados. Yo también lo estaba.
               Podían decirnos que no.
               Pero, ¿y si nos decían que sí?
               ¿Y si teníamos la suerte que había sonreído a papá en su audición? ¿Y si alguien nos daba una oportunidad?
               ¿Y si alguien nos pedía que no le defraudásemos?
               -Estoy dentro-me escuché decir. Todos dejaron de reírse y se me quedaron mirando. No se creían las palabras que acababa de pronunciar.
               Y luego, el universo explotó. Tommy y Scott se levantaron (cómo no, al unísono) del sofá. Vinieron hacia mí. Tiraron de mí para levantarme. Y me atraparon en un abrazo. Y, cuando me quise dar cuenta, había un par de brazos femeninos rodeándonos. Y luego, otros más
               Me di cuenta de que aquella era la primera vez que estábamos todos juntos. La primera vez en nuestras vidas. Nos conocíamos todos, éramos casi familia. Pero aquel fue nuestro primer abrazo de grupo. Fue en mi casa en el primer lugar donde los cinco compartimos techo.
               Los cinco primogénitos. Los cinco originales. Los cinco que podían aumentar la leyenda.
               Alguien empezó a reírse. Luego, otro. Y luego, todos nos reíamos. Dimos saltitos. Giramos y bailamos. Íbamos a hacerlo. Íbamos a vivir un sueño.
               Papá dio una palmada para que nos separásemos cuando pareció que no lo haríamos jamás. Le brillaban los ojos.
               -Oh, Niall-se lamentó Layla, y le dio un abrazo. Luego, todos nos volcamos con papá. Nos dio palmadas en la espalda. Y por fin, habló:
               -Bueno, equipo, ¡es hora de ponerse a trabajar! ¡Venga, venga, tenéis un montón de cosas que hacer! ¡Quiero notas altas mejores que las de Little Mix, quiero coreografías dignas de las bandas coreanas!-nos echamos a reír.
               -¿Vamos a bailar? Nadie dijo nada de bailar, Thomas-bufó Scott, malhumorado.
               -Cariño, no pongas esa cara, que todavía no me has visto en acción. Cuando yo baile, nadie te mirará a ti, tranquilo-Diana sacudió las caderas. Con la confianza de quien es bonita y encima lo sabe. Y nos volvimos a reír.
               -Bien, el entrenamiento más duro empezará mañana. Espero que hayáis traído ropa cómoda. Especialmente vosotros dos-miró a Tommy y Scott-. No pienso dejaros mis polos de golf para que me los sudéis, y los pantalones de Chad son demasiado cortos para vosotros.
               -¿Es porque somos ingleses, Niall?-protestaron. Papá se echó a reír.
               -Quiero ver qué tal cantáis antes de daros la excusa de que estáis cansados para hacerlo mal. Voy a por la guitarra. Mientras tanto, vais pensando en el nombre que le queréis poner al grupo, la lista de canciones, con qué compositores vais a querer trabajar, el merchandising…
               Tommy puso los ojos en blanco.
               -Creo que mejor vamos echando el currículo al McDonald’s.
               -Allí no te cogen si no tienes carrera universitaria, ¿de qué coño te piensas que me van a poner a trabajar allí?-ladró Scott.
               -A fregar platos-sentenció Tommy.
               -Todo lo que se usa es de papel.
               -¡A ver, Scott, pon un poquito de tu parte, hijo mío, no voy a ser yo el que siempre tire por esta relación!-protestó T.
               Papá trajo una guitarra. Y altavoces para el móvil. Tocó piezas lentas para ver cómo nos defendíamos. Y debo decir que bastante bien. Ni que hubiéramos estado practicando antes. Papá estaba impresionado. Rasgó varios acordes de la guitarra mientras decidíamos qué más cantar.
               -Vais a cantar algo nuestro, ¿no?-quiso saber. Layla alzó una ceja.
               -¿Acaso tenemos elección?
               -¡Bueno, doña Cortes!-se rió Diana. Layla le dio un empujón, y las dos chicas se rieron. Scott sacó su móvil. Abrió una aplicación y miró a papá a los ojos. Se mordió el piercing mientras esperaba a que sonara.
               Todos reconocimos aquellos acordes.
               ¿Quién no había dado brincos y cantado a grito pelado Girl Almighty alguna vez?
               Papá soltó la guitarra y se frotó la cara.
               -La madre que os parió. Quién me mandaría a mí decir nada-bufó. Se inclinó hacia delante y cerró los ojos. Estaba intentando controlarse. Cosa que no hicimos los demás. Nos levantamos de un brinco y nos pusimos a saltar. A bailar. Y a fardar de voces. Cualquiera diría que aquello era una competición. Levantamos las manos cuando Layla empezó la canción. Aplaudimos con Diana.
               Hicieron como si tuvieran guitarras de aire entre los dedos cuando yo me impuse a papá. Que dijo en voz baja sus versos. Como no podía ser de otra manera.
               Tommy hizo reverencias cuando Scott se ocupó de la parte de Zayn. No había manera de distinguir al padre y al hijo.
               Nos volvimos literalmente locos con la canción.
               -Vale, retiro lo de One Direction 2-papá levantó las manos y nos echamos a reír.
               -Más, por favor-pidió Layla. Diana le dio un suave empujón con su cuerpo.
               -Al final, le vas a coger el gusto a esto, mi niña.
               Layla se puso colorada y se encogió de hombros.
               Pusimos Night Changes. Tommy fingió que se limpiaba una lágrima mientras Scott cantaba. Scott le dio un empujón. Layla cambió algunas notas. Diana cantó con bastante más dulzura de la que yo me esperaba. Tommy intentó como pudo esquivar a Scott, que le revolvía el pelo celebrando lo bien que lo estaba haciendo.
               Papá me robó el solo.
               Me pidió perdón con un beso. Y todos nos reímos. Y estábamos súper bien.
               Pedimos comida a domicilio para poder seguir cantando. Diana pidió ser la que saliera a recogerla. Dijo que, cuando la vio, el repartidor se había puesto pálido. Y luego rojo. Y luego se había puesto a balbucear algo ininteligible.
               -Le entiendo tan bien-suspiró Tommy. Diana sonrió y le dio un beso en la mejilla. Comimos. Comentamos cosas que teníamos que mejorar. Barajamos canciones. Ilustramos a la americana en el arte del canto. Había técnicas que ella no conocía. Por ejemplo, no sabía lo que era hacer una armonía. Papá fue a por su ordenador, abrió iTunes. Puso Kiss You, en una versión diferente. Sin las pistas de voz principales. Y escuchamos a los cinco cantando lo que no se oía normalmente. Diana alzó las cejas. Pusimos vídeos de otras bandas. Principalmente, de Little Mix.
               Scott se recostó sobre el sofá y alzó las manos cuando Perrie alcanzó alguna nota alta mientras sus compañeras la acompañaban a capella.
               ­-Eres hijo de tu padre, Scott-se burló papá.
               -Todavía estoy esperando a que nazca una mujer más perfecta que ella-sonrió el chico. Tommy le pellizcó la mejilla.
               -Le diré eso a mi hermana.
               -No vas a hacerlo, porque te encanta que seamos cuñados-sonrió Tommy.
               Pusimos más vídeos de Little Mix. Layla le preguntó a mi padre si tenía algún tipo de inclinación hacia aquel grupo que no quisiera admitir.
               -Jesy va a estar de jurado en el programa, si no he entendido mal.
               -¿Jesy Nelson?-grité. Era como, no sé. La mujer más preciosa en todo el mundo.
               -Alguien está enamorado-canturreó Layla, pellizcándome la mejilla.
               -Como para no-respondió Diana-. Jesy Nelson podría atropellarme con su coche, y probablemente le daría las gracias-soltó, y nos echamos a reír.
               Cantamos otro poco más. Era casi de noche cuando decidimos parar.
               Papá se frotó las manos.
               -Tenemos que ir pensando una canción para que grabéis y mandéis de audición-dijo. Asentimos con la cabeza-. Y un nombre-añadió. Y volvimos a asentir-. ¿Tenéis… algo en mente?
               Clavé los ojos en Tommy y Scott. Si ellos habían sido los de la idea, ellos podrían deducir un nombre. Pero negaron con la cabeza.
               -¿Qué os parece algo con nuestras iniciales?-sugirió Layla.
               -Nadie tiene un nombre que empiece por vocal-constaté. Ella asintió con la cabeza.
               -Tiene que tener algún número. Eso es evidente. Sólo si tienes un número en el nombre de la banda tienes un mínimo de éxito. Mira 1d. O Fifth Harmony-sugirió Scott.
               -5 Seconds of Summer-añadió Tommy.
               -30 seconds to Mars-aporté yo. Papá toqueteaba la guitarra.
               -Los números están bien para cuando quieres poner abreviaturas. Pero también es más original si conseguís un nombre sin número.
               -¿Qué os parece Free Y5? Escrito Y-5-sugirió Diana.
               -¿Has oído lo que nos ha dicho Niall, americana?-protestó Scott. Diana puso los ojos en blanco.
               -Tiene gancho. Y suena como “wifi”. Y somos 5. Creo que es perfecto. A todo el mundo le gusta el wifi-explicó.
               -¿Y a qué viene el free?-preguntó Layla. Diana se quedó pensando.
               -A que somos libres-espetó. Scott puso los ojos en blanco.
               -Es el nombre más estúpido que he oído en mi vida.
               Diana se volvió hacia él.
               -¿Quieres saber cuál es el más estúpido que he oído yo?
               -¿Cuál?-inquirió Tommy ante el silencio de Scott.
               -Scott Malik-respondió Diana. Todos nos pusimos a gritar “oooooh” mientras Scott ponía los ojos en blanco.
               -Que Dios la bendiga, está lanzando pullas, pero todas apestan-citó a Nicki Minaj.
               -¿Iruksa?-sugirió Layla.
               -¿De dónde sale eso, princesa?
               -Irlanda, Reino Unido, Estados Unidos. Iruksa.
               -Creo que deberíamos dejar las fusiones para las centrales nucleares, chicos-murmuró Scott.
               -Al menos estamos sugiriendo algo-pinchó Diana. Scott le hizo un corte de manga.
               -Podríamos probar con una combinación de nuestros nombres-musitó Tommy-. Puede que salga algo bueno de ahí.
               -Sí, Stypayhoranlikson-se burló Scott. Tommy le dio un manotazo en los huevos.
               -Gracias, Tommy-dijimos todos mientras Scott se retorcía de dolor.
               Cogimos un pedazo de papel. Escribimos cosas. Hicimos combinaciones raras.
               Pero nada.
               Nos giramos hacia papá, frustrados.
               -¿Cómo hicisteis para elegir el nombre de One Direction?-preguntó Layla. Papá se encogió de hombros.
               -Yo estaba jugando al fútbol con Louis. No sé cómo se les ocurrió. Simplemente llegaron y nos lo dijeron, y nos pareció bien. Supongo que no sirve de nada perseguir a la suerte. A veces, son las estrellas las que van detrás de ti.
               Nos quedamos callados, pensando. Dejamos que las palabras de mi padre calaran en nuestra conciencia.
               No sirve de nada perseguir a la suerte. A veces, las estrellas son las que van detrás de ti.
               No sirve de nada perseguir a las estrellas.
               Perseguir a las estrellas.
               Abrí los ojos.
               Perseguir a las estrellas.
               Di un brinco. Todos me miraron.
               -Lo tengo-anuncié. Nadie parecía demasiado emocionado. Pero sus expresiones cambiaron cuando lo dije-. Chasing the stars.
               Se quedaron callados un momento. Se miraron los unos a los otros.
               -Chasing the stars-empezaron a musitar. Paladearon la frase. Perseguir a las estrellas, ¡eso es!
               -Es… perfecto-concedió Layla. Diana asintió.
               -Precioso.
               -C-T-S-silabeó Tommy. Asintió con la cabeza.
               -Suena genial. Entero y separado.
               -¡Eres un genio, Chad!-festejó la americana, levantándose a darme un abrazo.
               Papá asintió con la cabeza.
               -Voy a pedirles a las fans que me hagan algunos diseños. Podemos alegrarle el día a alguien, y de paso encontrar un logo-comentó. Sacó el móvil y se fue a otra habitación, mientras nosotros nos abrazábamos.
               -¡Tiene todo el sentido del mundo, si lo pensáis!-celebré entre sus brazos. Nos reíamos. Éramos felices. Chasing the stars. Eso es lo que éramos-. ¡Porque es una metáfora! ¡De lo que somos nosotros! ¡Nuestros padres son estrellas! ¡Y estamos siguiendo sus pasos!
               -¡Estamos persiguiendo a las estrellas!-asintió Layla. Parecía la más feliz de los cinco. Nos abrazamos y volvimos a dar brincos. Como un donut gigante, emocionado.
               Solo que ahora, ya no coreábamos una canción.
               Coreábamos nuestro nombre. Como esperé que lo hiciera el público muy pronto.
               Chasing the stars. Chasing. The. Stars.
               ¡Chasing the stars!

El segundo capítulo de Sabrae ya está disponible, ¡entra a echarle un vistazo y apúntate para que te avise de cuando suba los siguientes capítulos! A más gente apuntada, antes subiré



Te recuerdo que puedes hacerte con una copia de Chasing the stars en papel (por cada libro que venda, plantaré un árbol, ¡cuidemos al planeta!🌍); si también me dejas una reseña en Goodreads, te estaré súper agradecida.😍

11 comentarios:

  1. "Y lo único que pude decir fue:
    -Ay, dios, ¿se ha muerto alguien?
    Pero para eso faltaba aún."
    ERIKA ME CAGO EN DIOS ME PUEDES EXPLICAR ESTO SO ZORRA

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    1. TRANQUILIDAD, con "para eso faltaba aún" Chad se refiere a encontrarse a los chicos en su casa, no a que nadie se muera
      Voy a matar a gente en la novela, pero al final del todo ;)

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  2. YA SABEMOS EL ORIGEN Y ME PARECE ESPECTACULAR!!! Jamás me pude haber imaginado que surgiera de algo como eso, de esa manera. Sí que ha sido sorprendente o que yo soy demasiado imbécil y apenas me da la cabeza para pensar.
    Aparte de eso quiero y necesito decir que el capítulo ha sido PRECIOSO, no creo que haya nada más tierno que Chad nervioso por su cita con Aiden y todos los pensamientos que estaban surgiendo por su cabeza
    Y CASI MATO A AIDEN CUSNDO RECHAZÓ AL PEQUEÑO BIZCOCHITO QUE ES CHAD, aunque entiendo su postura
    En definitiva que el capítulo y Chad son HERMOSOS Y VIVA CHASING THE STARS!!!

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    1. ASDFGHJKLÑ MIRA DE VERDAD QUÉ GANAS TENÍA DE QUE LO DESCUBRIERAIS, ojalá me comente más gente con sus impresiones porque quiero saber si lo veáis venir ☺
      UF yo es que a Aiden por una parte lo entiendo porque a ver, es su primera vez con un chico y creo que debe ser especial, aunque por otro lado le ha roto un poquito el corazón a Chad y eso NO.

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  3. He vuelto a 2012 con tommy y scott cantando al final casi lloro :(
    Aidien me caido muy mal por momentos pobrecito chad que cuqui es por diosssss
    Ha habido veces que si que me he imaginado que el nombre sería por algo relacionado con la banda pero como dijiste un día que no se te ocurrían nombres y tal pos me confudiste que hija de puta
    Precioso el capítulo crying

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    1. BARBARAAAAAAAAAAAAAAAAAAA has vuelto a comentar!!!!!! creí que hasta que no hicieras la PAU no ibas a leer ni nada, te eché de menos en el anterior capítulo, espero que vayas bien ☺
      Scommy cantando delante de un estadio pronto, sí a todo
      Aiden porfa es un cuqui, quiere mucho a Chad pero todavía no se ha aceptado a sí mismo en mi opinión (?) al margen de que tiene que experimentar todavía muchísimas cosas en fin
      ME CAGO EN TODO pero si lo que dije era que no se me ocurrían nombres para PROGRAMAS!!! llevo sabiendo que la banda se iba a llamar CTS desde que le puse el título, prácticamente
      Te beso y te beso ♥

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  4. SABÍA QUE CHASING THE STARS IBA A SER EL NOMBRE DE LA BANDA VIVA CHAD POR ESE NOMBRE TAN BONITO
    Y bueno viva Chad en general porque es muy adorable y me encanta, qué bonitos son él y Aiden ❤
    ME HE DESCOJONADO MUY FUERTE CUANDO EMPEZABAN A CATAR WMYB Y ENTRABA NIALL CONTANDOLA MALDITO IRLANDÉS SIEMPRE VA A SER EL MAYOR FAN DE 1D Y DE CHASING THE STARS QUE YA LES ESTÁ BUSCANDO HASTA LOGO
    Scott adorando a Perrie y Chad a Jesy son yo, Little Mix son unas diosas ❤
    Tengo muchísimas ganas de ver cómo avanza todo pero a la vez me da pena porque sé que va quedando menos para que acabe :(

    - Ana

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    1. ASDFGHJKLÑ tenía mucha curiosidad por ver si alguien lo había adivinado o algo ay!!!!!!!!
      Chad y Aiden son lo más cuqui del mundo (bueno, lo 2º, lo primero son Scommy)
      VOY A SUFRIR MUCHO ESCRIBIENDO A PARTIR DE AHORA PORQUE HOLA ESTAMOS LLEGANDO AL FINAL DE TODO menos mal que nos queda aún Sabrae para dirigirnos por estos caminos tan pedregosos, uf

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  5. Vale, se que llego tarde, lo se, pero es que he tenido que estudiar :(. Igualmente vayamos al fangirleo:
    VAMOS A VER, ESTOY MUY ALTERADA. AIDEN Y CHAD. CHAD Y AIDEN. CHAIDEN. HABER SI ME MUERO HOSTIA. CUANDO CASI SE VA A CHAD DE SU CASA HE LLORADO, LO JURO, HE SUFRIDO UN MONTON. LES AMO NECESITO MAS DE ELLOS. LO HE LEIDO 3 VECES YA Y NECESITO MAS.
    Si Chasing the stars existiese me haria fan, yo le se, tu lo sabes, todos los sabemos. Les amos, mis hijos bonitos :(.
    NECESITO FANGIRLEAR OTRA VEZ SOBRE AIDEN Y CHAD PORQUE NUNCA ES SUFICIENTE. Tambien he de decir que la actitud de Chad cuando Aiden le ha dicho que no estaba preparado para hacerlo no me ha gustado, tiene que entenderlo. Pero todo se ha arreglado después en la puerta jeejejejee. ENCIMA LOS PADRES DE AIDEN LOS PUTOS AMOS MIRA LLORO.
    ¡¡¡¡CHAIDEN FOR LIFE HERMANA!!!!

    Mira me voy ya que te vas a pensar que estoy loca. Me voy a poner a leerlo otra vez no te creas que me voy a estudiar jajajaja

    -Patricia (aka la fantasma)

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    1. No pasa nada Patri, lo que cuenta es que comentes ❤
      CHAIDEN POR FAVOR MIS HIJITOS HERMOSOS aunque tengo que decir que Chad presionando a Aiden para tener sexo con él no me ha molado y me alegro de que a ti tampoco, me parece un poco egoísta por su parte el haberle metido presión cuando él más que nadie debería saber lo que es estar con otra persona PERO BUENO YO NO DIGO NADA EL TÉ SE HA SERVIDO.
      Y bUF menudas ganas tenía de que averiguarais por qué CTS se llamaba así es que AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH necesitaba contarlo ya para que lo supierais madre mía ❤ ❤ ❤ ❤ ❤ ❤
      Suerte con tus exámenes, seguro que los haces genial ☺

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  6. CHAIDEN Y CTS

    PD: SÍ, PIENSO COMENTARTE EN CADA CAPÍTULO QUE ACABE UN SHIP, PORQUE SON MARAVILLOSOS TODOS

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