miércoles, 23 de agosto de 2017

Fuegos artificiales.

La primera vez que mamá me da uno de esos abrazos que te llenan la boca de leche, estamos en la bañera. Me ha dejado con mucho cuidado y mimo sobre una pequeña almohada que ha colocado dentro. Luego, se ha quitado la ropa y se ha metido ella. Me ha estrechado entre sus brazos y ha abierto el agua.
               Cruza las piernas para hacer con ellas una cuna y me deja en ella. Noto sus pies haciéndome cosquillas en la espalda. Suelto una carcajada cuando me las hace también con los dedos en la tripa; cosquillas en la espalda y la tripa a la vez es más de lo que yo puedo soportar.
               El agua me toca los pies, y yo lanzo una exclamación de sorpresa. Mamá sonríe, niega con la cabeza, frota nuestras narices y me da un beso en la mejilla.
               Es uno de nuestros “días de chicas”, en los que nos pasamos gran parte del tiempo solas, haciendo cosas juntas, cosas que me encantan: yo me tumbo encima de ella (bueno, ella me tumba, yo me dejo hacer) y ella me acaricia la espalda, la cabeza, me da besos, me hace cosquillas… me mima muchísimo, como compensando que papá y Scott se han marchado. Scott va a un sitio con muchos niños que gritan y alborotan. Su alboroto me gusta, pero odio que las puertas de colores de ese edificio se traguen a mi hermano cada mañana.
               Cuando mamá me mete en el carricoche y me anuncia que vamos a ir a buscar a Scott, es mi momento favorito del día.
               No sé a dónde va papá. Creo que es un sitio llamado liversidia o algo así. Pero no me gusta, porque llega más tarde que Scott. Así que tenemos que esperarle más.
               Hoy, sin embargo, no me importa esperarle. Mamá me achucha con cariño, compensando esa noche infernal que yo ya apenas recuerdo. Lo que no voy a olvidar es cómo se quedó al lado de mi cuna al día siguiente, la noche siguiente, cuidando de que no me pasara nada, arrullándome y acariciándome cuando yo me despertaba.
               Mamá se echa una cosa blanca que huele genial en las manos y me la pasa por el cuerpo, y yo me río.
               -¿Te gusta, mi pequeñita?-me dice, y yo me río y me agito y me río más, y mamá sonríe-. Claro que sí, mi amor, claro que te gusta.
               Mamá también se echa esa cosa, y luego coge un Aparato Misterioso que escupe agua de una forma en que no lo hace el grifo. Es como si fuera una nube portátil y de forma aburrida. También es fría y dura. Las nubes no parecen frías, y mucho menos duras.
               Claro que yo nunca he tocado una nube. Puede que las nubes no sean más que Aparatos Misteriosos que se han hecho amigos y se han escapado de sus casas… o que los Aparatos Misteriosos son trocitos de nubes que alguien ha recogido del suelo.
               Soy un bebé, todavía hay algunas cosas que no entiendo del todo bien. Pero estoy en ello.
               El Aparato Misterioso llueve sobre nosotras, limpiando la pequeña espuma de peluche de oveja efímera que cubre nuestros cuerpos. Alzo las manos, intentando alcanzar el Aparato Misterioso.
               -¿Quieres cogerla, mi amor?-pregunta mamá. Abro las manos y las cierro lo más rápido que puedo. Sí, sí, quiero coger el Aparato Misterioso-. Toma-me lo tiende y yo lo agarro. Pesa muchísimo. Las nubes no deben de pesar tanto. De lo contrario, no corretearían por el cielo. A no ser que tengan alas, claro. Nunca he visto una nube de cerca; puede que tengan alas, como los pajaritos a los que damos de comer en el parque, mientras Scott juega con sus amigos.
               El Aparato Misterioso expulsa agua. Luego, cierra una boca que yo no puedo ver. Lo chupo, porque soy un bebé, y es la forma que tenemos de descubrir cómo funcionan las cosas. Mamá me deja hacer. El Aparato Misterioso vuelve a escupir agua. Me lo enfoco a la cara; quiero verle la boca.
               Y, como es natural, me mojo.
               Cierro los ojos y lanzo una exclamación, soltando el Aparato Misterioso y llevándome las manos a la cara. El Aparato Misterioso se retuerce, como si fuera yo la que hubiera hecho algo mal, y no él, y estuviera protestando.
               Las lágrimas amenazan con desbordarse por mi cara, pero por suerte, mamá viene a mi rescate. Aparta el Aparato Misterioso, lo deja colgado de un sitio de la pared (¡castigado!, pienso con satisfacción) y me da besos, me muerde la tripa, consigue que me ría cuando quiero llorar.

               -Ay, jovencita, no se puede jugar con cosas que no entendemos-me da un toquecito en la nariz. Se vuelve para rebuscar en una caja de tela que ha colocado al otro lado de la barrera de la bañera. Saca una cosa amarilla y yo chillo de nuevo, esta vez de la emoción.
               Un Juguete Precioso Que Hace Ruido.
               Un patito de goma.
               Mamá me lo da y me deja que lo chupe, lo muerda, lo agite en el agua y lo deposite y lo deje flotando. Me dedico a menearlo mientras mamá me mira durante un rato; luego, se cansa de mí, porque se echa una especie de champú que no deja espuma como la de las ovejas de peluche en la piel, se reclina y deja escapar un suspiro. Cierra los ojos y estira las manos para evitar que me dé la vuelta y meta la cabeza debajo del agua.
               No es bueno meter la cabeza debajo del agua, porque no puedes respirar. Te entra un fuego por dentro y tienen que sacártelo rápidamente con golpes secos y firmes en la espalda. Y, a veces, esos golpes duelen.
               El caso es que estoy jugando con el patito y el agua, chapoteando y salpicando, preguntándome por enésima vez qué extraño animal será el agua (porque tiene voluntad propia: le das un golpe y vuelve a su sitio, pero también salpica, y, en cuanto le dejas sitio para escaparse, lo hace) cuando le doy un manotazo sin querer a mamá, que abre los ojos y se incorpora. Se toca el pecho en el que le he hecho daño y lanza un quejido suave.
               Yo paro inmediatamente. No era mi intención hacerle daño. Así se lo hago saber mirándola a los ojos, pero ella está demasiado ocupada examinando su anatomía.
               Se aprieta el pecho, como confirmando que es de verdad. Y se le escurre un poco de agua blanquecina, como si estuviera mezclada con el champú.
               Mamá sonríe.
               -Sabrae-dice, cogiéndome en brazos-. Sabrae-repite, como si no se creyera que mi nombre sea mi nombre. Estamos buenos, me lo puso ella-. Acércate-dice, y es ella la que me acerca. Me besa en la cabeza mientras coloca mi cara frente al pecho que he golpeado sin querer.
               No pienso en lo que hago. Es puro instinto. Me acomodo en sus brazos, abro la boca, busco el pezón…
               … y, ¡magia! Mamá me da esos abrazos que te llenan la boca de leche.
               Me gusta su leche. Me encanta. Es lo más delicioso que he probado nunca. Incluso que la de Eri. Mamá sonríe, llora, me acaricia la espalda, se queja pero continúa abrazándome y besándome y diciéndome que me quiere.
               -Ya verás cuando se lo enseñemos a tu padre-me dice mientras yo mamo, feliz y satisfecha de que por fin podamos hacer esto. Tenía muchas ganas de que mamá se decidiera a alimentarme-. Dios, nos va a matar por estar haciéndolo sin que él esté presente.
               Mamá se recuesta en la bañera, se hunde hasta que el agua casi nos engulle, cierra los ojos y se deja llevar por la sensación de que nuestras esencias se entremezclan. Nadie podrá romper lo que estamos construyendo. La noto dentro de mí, y ella me nota dentro de ella. Mamá nota cómo una parte de sí huye por sus senos y se cuela en mi interior, de donde nunca, jamás, saldrá.
               -Mi niña preciosa, mi tesorito más valioso… cómo te quiero, hija mía-susurra, acariciándome la espalda, besándome, en un torrente de emociones que la embargan y hacen que quiera llorar de felicidad.
               Ha echado de menos todo. El dolor, la presión, la conexión… todo.
               Siente que conmigo es más especial que con Scott. Que necesitábamos esto. No me ha llevado en sus entrañas como a él, pero no importa, porque ahora me está alimentando igual que lo alimentó a él. Me está dando parte de su cuerpo, de su vida.
               Ya era total y absolutamente suya desde el día que me encontró, y mamá se da cuenta ahora de que el problema no era que yo fuera o dejara de ser su hija: lo que le asustaba era no ser mi madre.
               Y ahora la estoy reclamando como mía con cada traguito que doy de su leche.
               Me separo de ella, satisfecha, feliz, eructo y bostezo. Mamá sonríe, me besa toda la cara. Incluidos los labios. Le gusta que allí hayamos sellado nuestra unión.
               -Nada podrá separarnos ahora, mi pequeña-me promete-. Nada.
               Le toqueteo la cara, le tiro del pelo, mamá se deja hacer. Lanzo una exclamación, le doy un beso (he aprendido hace poco) y me quedo dormida.
               Cuando me despierto, mamá me está metiendo en el carricoche. Me coloca una mantita por encima y me pellizca la mejilla cuando me ve con los ojos abiertos, clavados en ella, y anuncia:
               -Vamos a buscar a Scott al cole, ¿te parece bien, mi princesa?
               Yo agito las piernas en señal de entusiasmo y conformidad. Eso obliga a mamá a repetir su trabajo, pero no le importa, porque es un amor.
               El mundo se mueve a mi alrededor. Yo lo miro todo, pero, especialmente, a mamá, que me acicala y me mima cada vez que tiene una ocasión. Por fin, se escucha el sonido que hacen los niños cuando están juntos. Es como si reconocieran la presencia de los demás con gritos y risas. Mamá se acerca a Annie, que espera con paciencia a que su hijo salga del cole mientras mira su teléfono. Mimi se está intentando desatar los cordones de sus zapatitos.
               -Hola, chicas-saluda mamá, y Annie levanta la vista de su teléfono. Se lo guarda en el bolsillo del pantalón-. Hola, guapísima-sonríe mamá, y Mimi aparta la mirada, roja como un tomate, igual que su pelo.
               -Mimi, dile hola a Sher.
               -Hoa-responde Mimi, todavía temiendo mirar a mamá.
               -¿Hoy te ha tocado a ti?-pregunta mamá. Annie asiente con la cabeza.
               -Dylan está encerrado con unos planos. Está un poco agobiado, quizá le pida que se lleve a Alec y Aaron al parque. Estar con los niños le despeja.
               -¿Con los dos?
               -Bueno-reflexiona Annie-. Quizás no haga falta… puedo quedarme con Aaron en casa.
               -¿Sigue igual?
               -Echa de menos a su padre-Annie suena cansada, y parece triste cuando se asoma a verme. Me acaricia la barbilla, distraída-. No es que pueda culparle.
               -No digas eso, Annie. Tomaste la decisión correcta.
               -Para mí y para Mimi, sí. Para Alec, también. Para Aaron…-Annie se encoge de hombros-. Era bueno con él.
               -Un maltratador no puede ser un buen padre.
               -No me estoy echando atrás. Para nada. Simplemente… desearía que las cosas no fueran como son.
               -Si necesitas hablar-mamá le pone una mano en el hombro, le acaricia la espalda, mientras Mimi se estira para intentar echarme un vistazo-, ya sabes dónde vivo. Mi puerta está abierta siempre que me necesites. Incluso te puedes traer a los niños. Alec puede jugar con Scott, y a Sabrae no le vendría nada mal otra amiguita.
               -¿Qué dices, Mimi?-pregunta su madre, mirando a su hija-. ¿Quieres ser amiga de Sabrae?
               -Vae-responde la niña, mordisqueándose la mano, nerviosa. Ojalá yo pudiera responder.
               -Aquí vienen-comenta Annie, envarándose y esbozando una cálida sonrisa. Las puertas se han abierto y el edificio está escupiendo niños tan rápido como los engulló. Scott, Tommy, Alec y Jordan corren en nuestra dirección.
               -¡Mamá!-celebra Alec, agitando un papel en el aire-. ¡Mira lo que te he hecho!
               -Qué bonito, mi amor. Pero… ¿qué es?
               Jordan se abraza a las piernas de su madre, que se ha adelantado varios pasos, y empieza a contarle su día mientras Tommy y Scott se cuelgan de mi carricoche para saludarme. Me dan un beso, los dos a la vez, lo cual me atosiga un poco, pero sé que no lo hacen con mala intención.
               -Es nuestra casa de Grecia-explica Alec-. Por eso es azul el techo. Y luego, ese otro azul de ahí, es el cielo. ¿Ves que es más claro? Es porque la profe me dijo que el cielo tenía que ser más claro.
               -Es precioso, tesoro-Annie le da un beso en la cabeza a Alec, que se vuelve a estrujar a Mimi después de que ella llame su atención con un apremiante.
               -¡Ae!
               -Sabrae está más oscura-observa Jordan, que se ha colgado de mi carrito también para verme. Alec se vuelve, deja a Mimi en el suelo y empieza a escalar.
               Scott frunce el ceño, mirándome.
               -¿No le tocaba bañarse hoy, mamá?
               Mamá asiente con la cabeza.
               -Pues está más oscura, Jordan tiene razón.
               -Está oscurísima-responde Alec, estudiándome, estirando un dedo para tocarme la mejilla, que yo capturo en cuanto lo tengo a tiro. Cierro mi manita en torno a su dedo y me quedo mirando sus ojos castaños.
               Me gusta mucho mirar los ojos de Alec. Y me gusta mucho tocarlo. Y a él no le molesta. Es como Scott. No se cansa cuando le cojo una mano. Tommy, sí. A veces, Tommy me la da y se queda quieto unos minutos, pero enseguida se aburre, se suelta y va a hacer otra cosa. Alec, no.
               A Alec, tienen que separarlo de mí. Nunca le he visto hacer ningún movimiento para alejarse.
               -Claro, cariño-responde la madre de Jordan, Nattie, y todos la miran-. Los bebés se van oscureciendo con el tiempo.
               -Tú naciste del mismo color que Tommy, S-informa mamá. Scott mira a Tommy con el ceño fruncido.
               -¿Y él se va a oscurecer?
               -No, tesoro. Es demasiado mayor.
               -¿Y Eleanor?
               -Tampoco.
               -¿Y Mimi?
               -Lo dudo.
               -Nattie-Alec se vuelve hacia la madre de Jordan, todavía con su dedo en mi mano-. Si vosotros sois negros, ¿cómo os encontráis de noche?
               Todas las madres se echan a reír.
               -Nos llamamos. ¿Tú no llamas a tu madre cuando no la ves?
               -Sí.
               -Pues nosotros, igual.
               -Venga, señorito-Annie le da una palmada en el culo a Alec-. Tenemos que ir a por tu hermano al cole.
               Alec se despide de nosotros, se descuelga de mi carricoche tras soltar mi mano y sigue a su madre y a la de Jordan por las calles. Scott y Tommy se agarran a cada lado de mi carricoche y empezamos a andar.
               Bueno, ellos empiezan a andar. Yo me dejo llevar, que para algo voy sobre ruedas. Mamá les pregunta a Tommy y Scott qué han hecho hoy en el cole. Ellos informan de que han aprendido a contar hasta 20. Mamá parece entusiasmada, les pide que le hagan una demostración, y tanto Scott como Tommy son incapaces de ir más allá del 11.
               Claro que yo no les voy a juzgar. Ni siquiera sé contar. Ni siquiera sé lo que es contar, o lo que son los números.
               Tommy y Scott corren a abrir la verja del jardín de Tommy para que podamos pasar. Mamá me saca del carricoche y deja que los niños luchen por subirlo al porche. Llamamos a la puerta y, como si estuviera esperando esta señal, Eri la abre y aparece en ella, con la cara enrojecida y un moño alborotado. Tiene manchas de algo que huele bien en el hombro.
               -Cada día los días son más cortos-saluda, dejando que los niños entren, no sin antes exigirles que le den un beso. Eri hace amago de estirar los brazos para cogerme, pero mamá se aparta sutilmente.
               -No será necesario-dice, y sonríe. Eri alza las cejas, sorprendida, y sonríe.
               -¡No me digas que…!-empieza, y mamá asiente-. ¡Eso es fantástico, Sher! ¡Felicidades! Vaya, pequeña, parece que tú y yo ya no vamos a hacer ningún negocio más-Eri se inclina hacia mí y me da un toquecito en la nariz. Yo me río y ella también se ríe-. ¿Cuándo?
               -Mientras nos bañábamos. Me dio un golpe y yo noté que me dolía más que de costumbre. También la noté más hinchada, así que estrujé un poco la aureola del pezón, y, ¡milagro!-mamá me echa sobre su hombro y me da unas palmaditas en la espalda.
               -¿Se lo has dicho a Zayn?
               -Quiero sorprenderle. Por cierto, ¿Louis?
               -Ogh, tiene no sé qué de una rueda de prensa. Podría limitarse a poner un tweet diciendo que está preparando otro disco, pero no. Tiene que anunciarlo todo a bombo y platillo. Tener hijos mola, hasta que te tienes que ocupar de ellos.
               -Castígalo sin sexo, chica. A mí me funciona con Zayn.
               -También me estaría castigando a mí, y no queremos eso, Sher-Eri y mamá se echan a reír, y yo me revuelvo; quiero ver a mamá reírse, se pone muy guapa, achina los ojos, su boca se expande. Es preciosa.
               -¡Scott!-llama mamá, inclinándose hacia delante-. ¡Vamos, cariño!
               -¿Sabrae no tiene que comer?-pregunta Scott, que se ha tirado en el suelo y está desnudando a una Barbie.
               -Sabrae ya ha comido. Venga, tengo que terminar con la comida, papá estará al llegar, y supongo que tendrá hambre. ¿Tú no tienes hambre?
               -¡Me muero de hambre!-responde Scott, que se levanta como un resorte, le da un beso a Tommy, y corre a la cocina.
               -¿Adónde vas ahora?
               -¡A decirle adiós a Eleanor!-escuchamos ruido de sillas arrastrándose, platos moviéndose y cubiertos chocando contra platos. Una niña exhala un gritito de emoción-. ¡Adiós, Eleanor!-escuchamos decir a Scott.
               -¡Ni se te ocurra saltar de la silla!
               -¡Es tarde!
               -¡Scott! ¿Y si te caes?
               -¡Buah, Scott, ¿y si te caes y te rompes la cabeza?!-grita Tommy, entusiasmado-. ¡Así veremos qué hay dentro!
               -¡Qué va a haber dentro, so tonto! ¡Nada! ¿No ves que los oídos tienen agujeros? ¿Cómo va a haber nada dentro? ¡Se saldría por los oídos!
               -¡Tiene que haber algo dentro, si no, cuánto espacio desaprovechado! ¡Podríamos guardar juguetes ahí y así no nos los olvidaríamos cuando vamos a España!
               Scott medita eso un momento.
               -Mañana miramos.
               -¡Ah, no, de eso nada!-responde Eri. Tommy hunde los hombros, desanimado. Se acerca a Scott, y le dice en un susurro:
               -Mañana te abrimos la cabeza.
               -¡Thomas!-riñe Eri. Scott se pega más a Tommy.
               -Traeré el martillo verde, el que hace ruido. Parece el más resistente.
               -Me parece bien.
               -¡Tira!-ordena la madre de Tommy, señalando la cocina-. ¡Nada de abrirle la cabeza a Scott!
               -Vale, mamá-bala Tommy, y se gira hacia Scott y le dice en voz baja-: me la vas a tener que abrir tú a mí.
               Eri y mamá se miran un momento, niegan con la cabeza. Scott y Tommy hacen su numerito de todos los días de aferrarse el uno al otro y proclamar que no quieren dejarse solos, hasta que alguien les promete que se verán de tarde en el parque.
               -Venga ya, que parecéis siameses-bufa mamá, intentando separarlos. Es increíble la fuerza que podemos tener los niños. Scott y Tommy se sueltan, y Scott pasa zumbando al lado de mi carricoche olvidado, ofendidísimo, con los hombros cuadrados y los brazos cruzados, hinchando los mofletes.
               No sabe lo que son los siameses, pero parece algo muy ofensivo, así que yo también me escandalizo.
               Claro que se nos pasa pronto, lo bueno de los niños es lo rápido que sabemos perdonar.
               Scott, obediente, se acerca a mamá y le da la mano cuando cruzamos la calle. Es algo que hace siempre que pasamos de una acera a otra.
               -¿Has mirado a los lados, S?-le pregunta mamá, y él se lleva una mano a la boca, gira la cabeza de una forma muy graciosa, y empieza a tirar de su mano, y, por consiguiente, también de mí. Llegamos a casa, Scott corre a la puerta, mete las llaves, las gira y empuja para que podamos pasar. Mamá le da las gracias y Scott sonríe. Corretea, impaciente, alrededor de mi carrito mientras mamá se quita el abrigo. Escala para mirarme, me sonríe, y yo lanzo una exclamación. Cuánto le he echado de menos.
               Por fin, me sacan de mi improvisada, cómoda y calentita cárcel. Scott me coge en brazos y baila conmigo mientras yo balbuceo, llena de felicidad. Mamá sube a Scott al sofá, le dice que no nos mueva de ahí, y se encamina a la cocina.
               -¿Cuánto queda para comer, mamá?-se lamenta Scott después de que sus tripas rujan como lo hacen los leones naranjas y rojos de las películas que suele ver en la televisión.
               -Un poquito todavía, cariño. ¿Quieres comerte medio plátano mientras esperas?
               -Vale-cede Scott, que me deja sobre el sofá, me da un beso, y me dice que enseguida vuelve. Regresa con un cuenco blanco en el que mamá le ha puesto unas rodajitas de plátano y una cuchara con mango azul. Scott se sienta a mi lado, me coloca sobre su regazo, me mira, mira su cuchara, meditando. Estira los dedos para capturar un trocito de plátano y me lo acerca a la boca. Yo le observo con mucha atención. ¿Qué es lo que pretende?
               Scott, insistente, me lo pega a los labios. No puedo evitarlo: los abro y empiezo a chupar ese trocito amarillo que me ha puesto en la boca.
               Me gusta cómo sabe, pero, a la vez, no. Es como si estuviera probando algo cuando aún es pronto. Como si mamá no tuviera leche pero yo me acercara de todos modos a sus pechos para que me diera de mamar. No está bien. Aparto la cara y lanzo un gemido de advertencia. Scott me acerca de nuevo el plátano y yo gimo más fuerte, meneando las manos. No quiero eso, no me lo des, le estoy diciendo, pero Scott es terco como una mula y continúa con ese pequeño experimento.
               -Scott-llama mamá-, ¿qué hacéis?
               -Nada-responde Scott, que se mete el trozo de plátano en la boca y me acaricia la mejilla con la mano que no está corrupta. Scott se da por vencido, sabiendo que mamá ahora está atenta a lo que hagamos, y se come los trocitos de plátano con la cuchara, sin apartar los ojos de mí. Me deja en el sofá de nuevo, sola y se marcha a la cocina para dejar el bol. Se gira con disimulo para volver conmigo.
               -Señorito, ¿no se te olvida algo?-le reprende mamá mientras llena la casa con unos olores que me resultan familiares, pero tardaré mucho en asociar con otra sensación, u otra idea: la de comida. Scott se da la vuelta, sonríe, hace que el grifo de la cocina escupa agua sobre el bol, y corre conmigo. Se queda plantado frente a mí, sin llegar a subirse al sofá para hacerme compañía. Le miro y me remuevo, impaciente porque venga a darme mimos.
               Scott me desabrocha los botones del body y me observa la barriga. Me toquetea el ombligo y yo me río, me muero de cosquillas.
               -Mamá-llama Scott, y ella se asoma a la puerta de la cocina-. Sí que es verdad que Sabrae está más oscura.
               -Claro, cielo. ¿No te hemos dicho que los bebés oscurecen?
               -No, pero… está más oscura que yo-dice, poniéndome una mano de nuevo en la tripa y haciendo que me muera de la risa. Mamá se acerca, Scott escala por fin, me coge en brazos y me rodea por la cintura-. Mira.
               Mamá se inclina, nos mira a los dos, me toquetea la nariz y a él se la pellizca.
               -Es que tenéis tonos distintos. Tú eres como un caramelito, y ella es como un pequeño bombón.
               -Parece una tarta de cumpleaños-suelta Scott, y mamá alza las cejas, y se ríe-. ¿A que sí?
               -Pues sí.
               -Creo que es mi tarta de cumpleaños-nos confía mi hermano, achuchándome contra su pecho-. Porque vino cuando mi cumple, y me la quiero comer-Scott me da un mordisquito en la barriga desnuda y yo chillo una carcajada. Mamá se ríe, le besa la cabeza a Scott, le revuelve el pelo y dice que nos portemos bien.
               Estamos jugando (bueno, Scott juega conmigo, no es que yo pueda hacer cosas muy interesantes) cuando se escucha el ruido de lo que ya sé que es un coche. Mamá sale de la cocina, limpiándose las manos con una toalla pequeña, y sonríe.
               -Ya está aquí papá-dice, y va a la puerta. Scott espera con impaciencia a que la abra. Yo me muero de ganas de ver a papá: siempre tengo la sensación de que tarda una eternidad en volver, cada mañana que se marcha. Mamá abre la puerta y le da un beso a papá, que la toma de la cintura y prolonga el beso tanto que mamá se termina riendo apartándose de él-. Zayn, los niños…
               -¿Qué? ¿No quieres que vean lo que su padre quiere a su madre?-pregunta papá, volviendo a darle un beso. Me pregunto por qué a mí no me hace esas cosas. O a Scott. Creo que es porque mamá es guapa; sólo le he visto hacérselo a ella. Scott salta del sofá y corre hacia él-. ¡Hola, mi niño!-papá se inclina y lo recibe entre sus brazos. Scott se ríe mientras le levanta en volandas-. ¿Te lo has pasado bien en el cole? ¿Has aprendido mucho?
               -¡Sí, me han enseñado a contar hasta 20! Lo que pasa es que no me acuerdo-responde Scott cuando papá le deja en el suelo. Mamá viene a sentarse conmigo en el sofá. Me toma en brazos y me levanta para que papá me dé un beso y me salude como dios manda, dejando que le toquetee la barba y me ría cuando ésta me haga cosquillas en las manos.
               -¿Has ayudado a tu madre a poner la mesa, S?
               -No-confiesa Scott, moviendo un pie-. Ahora voy.
               -Ya está puesta. Y la comida está en la mesa también.
               Papá alza las cejas.
               -¿De verdad? Huele genial, ¿es…?
               -Cordero. Asado. Me apetecía-mamá sonríe.
               -¿Te ha dado tiempo?
               -Sí. No hemos estado mucho en casa de Louis.
               Papá frunce el ceño.
               -¿Y eso?
               Mamá sonríe. Papá se toca la mandíbula.
               -Estás muy sonriente.
               -Adivina-reta mamá, y su sonrisa se ensancha más. En los ojos de papá chispea una posibilidad. Se sienta a su lado. Scott se acerca a nosotros, sin entender.
               -¿Tienes leche?-pregunta papá, en un susurro, como si no se atreviera a decirlo en voz muy alta y arriesgarse a romper el hechizo. Scott frunce el ceño y se va a la cocina. Mamá, por toda respuesta, empieza a desabrocharse la blusa.
               Scott vuelve con dos rectángulos de cartón, con dibujos de animales que yo no he visto nunca en mi vida. Ni siquiera sé si se mueven. Ni siquiera sé si existen más allá de esos pequeños rectángulos que traemos de ese sitio en el que hay tantas cosas y los metemos en la nevera, que tan fascinada me tiene, porque, cuando le sacas algo de la boca, ese algo está frío.
               -Tenemos dos. Fuimos a comprar antes de ayer, papá, ¿no te acuerdas?-inquiere. Pero papá no le hace caso. Mamá termina de desabotonarse la blusa, se la quita, y se desabrocha el sujetador. Lo deja a un lado y me acerca a su pecho. Scott nos observa.
               -Me gustan las tetas de mamá-dice. Mamá y papá le miran y se ríen.
               -A mí también, hijo-responde papá.
               -¿Yo voy a tener tetas como las de mamá cuando sea mayor?
               -No, lo siento. Las tienen las mujeres.
               -He visto señores gordos que también las tienen.
               -Sí, pero… no son tan bonitas.
               -Bueno, yo quiero tetas-Scott se encoge de hombros-. Que sean bonitas o no, ya me da igual.
               -No voy a dejar que te infles a dulces para conseguirlas, S-se adelanta mamá. Papá le acaricia el cuello. Mamá me coloca en posición, me acerca a su pecho, y repetimos la operación, esta vez observadas por mi hermano y mi padre. Abro la boca, mamá me mete su pezón en ella, y empiezo a chupar.
               Siento la admiración y el amor que mana de mi padre y mi hermano mientras nos observan. Les gusta ver cómo mamá me alimenta. Me acaricia la espalda, me besa, me arrulla mientras yo mamo. Me encanta su leche, es lo más delicioso del mundo. Jamás me cansaré de ella. Mamá mira a papá, que le acaricia la cintura, atrapado en ese precioso cuadro que somos madre e hija unidas en la magia de la lactancia.
               -Eres tan hermosa-le dice papá, y mamá se sonroja un poco-, dándole el pecho a nuestra hija.
               -Te amo-responde mamá. Papá se inclina hacia ella, le da un beso en los labios, profundo y lento. Coge a Scott, se lo sienta en sus rodillas, y deja que me mire desde su perspectiva. Yo tengo los ojos cerrados: las cosas que se disfrutan, deben hacerse sin verse. Scott me coge un pie y yo los abro, le miro. Me gusta esta conexión, el sentir que toda mi familia me está tocando mientras me alimento de mamá, ella y yo terminamos de atar nuestros lazos.
               Mamá también mira a Scott, le da un beso en la cabeza y apoya la suya en el hombro de papá.
               -Si supieras la cantidad de canciones que tengo ahora mismo sonando a la vez en mi mente…-susurra papá, y mamá le mira.
               -Vete a escribirlas.
               -Ninguna sería tan bonita como lo que siento ahora.
               Ese día todos comen felices, porque yo por fin he podido comer con ellos. Deciden que estoy lista para viajar, ahora que puedo alejarme de Eri, porque todo lo que necesito, lo tiene mamá.
               Es hora de que me entere de que tengo tías, de que las conozca y ellas me conozcan a mí. Cuando nos metemos en el coche y mamá me pasa el cinturón por la cestita y hace lo mismo con Scott, yo tengo la sensación de que las piezas de mi mundo acaban de encajarse. He nacido para estar aquí, en este momento, en este coche, viajando con el sol a la espalda, mientras Scott canta las canciones que este mágico aparato, que cambia todo el mundo a tu alrededor, pidiéndote solo tiempo, nos lleva a otra dimensión.
               Nos bajamos del coche en un día en el que las nubes están llorando, y yo alzo las manos, intentando capturar alguna gotita de las que he visto correr por la ventanilla. Scott también las ha mirado, les ha puesto nombres, y ha ido relatando sus apresuradas carreras, como ve que hacen en la televisión. Papá y mamá no han parado de sonreír, aunque les ha puesto nerviosos que empezara a llover. ¿Será esto una señal?
               Sé que mamá no se lleva bien con la abuela Trisha. Algo les pasó antes de que yo llegara.
               Sólo espero que lo arreglen. No me gusta la tensión que mana de mamá cuando ella está cerca.
               Una puerta se abre. Entramos en casa con un barullo parecido al de la guardería. Alguien se acerca, exclama algo, mamá sonríe y deja el capazo en el que me han traído posado sobre un sofá.
               Tres caras se asoman a verme.
               Las tres son de chica. Y las tres me recuerdan vagamente a papá.
               -¡Es preciosa!-festeja una, la más pequeña, cogiéndome en brazos y sacándome de mi esfera de tranquilidad.
               Me convierto en la fiesta del año. ¿Qué digo del año? Del milenio. De repente todo son besos, sonrisas, cosquillas, mimos y atenciones, mientras las chicas se pelean por sostenerme y mordisquearme la mejilla como si fuera un bizcocho a devorar. La que me acaba de entregar a la siguiente recoge a Scott, que corre de un lado a otro, intentando escapar de ese festival de besos que ha llegado a agobiarle.
               -¡Qué bonita!
               -¡Qué buena es!
               -¡Ay, qué rica, es que me la como!
               Una niña espera cogida de la mano de otro hombre que no me recuerda a papá, medio escondida tras sus piernas. Se muerde una mano y mira a Scott. La mayor de las mujeres se yergue y asiente cuando el hombre carraspea, llamando su atención.
               -Z-dice, mirando a papá-, Sherezade, él es Yamza-la mujer parece nerviosa. Las dos chicas se ríen-. Y ella es la pequeña Jazmine-añade, ignorando las risas de las chicas-. Es su hija-explica. Papá se acerca hacia él, le tiende la mano y se la estrechan.
               Ahora, el que está tenso es papá.
               Jopé, espero que mamá y la abuela estén bien. Lo último que necesitamos Scott y yo es que mamá y papá se pongan de mal humor.
               -Yamza, él es Zayn. Mi hermano-informa, y el hombre asiente con la cabeza-. Ella es Sher, su…-mira a mamá, buscando una palabra para definirla.
               Puede usar “mamá”.
               A mí no me va a importar. Y a Scott, seguramente, tampoco.
               -La madre de sus hijos-se adelanta mamá, sonriendo y estrechándole la mano también.
               -Mi mujer-aclara papá, y mira a Doniya-. Te conté lo de Grecia, Doniya.
               -Sí, lo sé, pero… me niego a creer que mi hermanito pequeño es un hombre casado, y que no me invitó a la boda.
               -Ésta es Sabrae-dice mamá, cogiéndome en brazos y mostrándome con orgullo a Yamza, que se inclina y asiente con la cabeza, sonriendo. Me toca una mejilla-. Y él es Scott-Yamza alza las cejas-. Yo le quería poner Yasser-aclara mamá-, pero su padre tenía otros planes que se le olvidó contarle-le lanza una mirada envenenada a papá, medio en broma, medio en serio, y papá se ríe, se rasca la cabeza.
               Scott se acerca a la niña, que se esconde aún más tras las piernas de Yamza. Se aferra a sus rodillas.
               -Jazz…
               -Es tímida-explica una de las chicas-. Si vierais lo que nos ha costado que nos sonriera.
               -Es una pena que sea tan tímida-asiente la otra-, especialmente teniendo en cuenta la sonrisa tan bonita que tiene.
               La niña sonríe, se esconde un poco más.
               -Hola-se anima Scott. La niña le susurra un tímido “hola”. Scott me mira, pensando cómo puede romper el hielo-. ¿Quieres ver a mi hermanita?-ofrece. La niña me mira un momento, curiosa. Asiente rápido con la cabeza-. Vale, pero tenemos que ir al sofá-anuncia-, para poder sostenerla bien.
               La niña mira hacia arriba, hacia su padre, que asiente con la cabeza y le da un suave empujoncito, infundiéndole fuerzas. Scott espera pacientemente a que la pequeña salga de detrás de las piernas de su padre. Luego, me recoge de brazos de mamá, me lleva hasta el sofá pegada a su pecho, y escala por él, con la ayuda de las chicas, que le tiran de los pantalones para ayudarle a subirse.
               La niña sube de un brinco, se aferra a la falda de su vestido de flores y se inclina para mirarme la carita.
               Luego, mira a Scott.
               -Si tu papá es Zayn, y Zayn es el hermano de Doniya, y Doniya ahora es mi madre de fines de semana… ¿somos familia?
               -Familia de fines de semana.
               Jazz parpadea.
               -No creo que eso exista.
               -Claro que sí-responde Scott-. Yo tengo amigos que tienen familia de fines de semana.
               Todos los adultos están escuchando con atención la conversación de mi hermano y esta niña.
               -¿De veras?
               -Sí. Los abuelos de Jordan, por ejemplo. Sólo los ve los fines de semana. Así que es como si fueran sus abuelos sólo los fines de semana.
               -Nunca había tenido un primo de fin de semana-medita la niña. Scott se echa hacia atrás y se toca el corazón. Yo me balanceo peligrosamente, pero no temo por un segundo en caerme al suelo. Sé que él no dejará que me caiga-. ¿Qué pasa?
               -Yo nunca había tenido un primo.
               La niña sonríe, se tira del vestido y me mira un momento. Me señala con un dedo.
               -¿Me dejas que la coja?
               Scott parece reticente. Mira a mamá, que asiente con la cabeza.
               -Está bien-accede-. Pero tienes que sujetarle la cabeza, porque si no, se le cae. No dejes que se te caiga-advierte.
               -No lo haré.
               -Bien-constata Scott, en tono amenazante. Me pasa a los brazos de la niña, que no sabe muy bien cómo cogerme. Me la quedo mirando. Hay algo en ella que no me termina de gustar. Algo que la aparta de mí al igual que noto que la atrae hacia Scott. Me toca la nariz, me examina, me mira las manos, los pies, me separa las piernas para ver cuánto las doblo…
               -Jazz, la estás agobiando-advierte su padre. Las dos chicas están sentadas en el suelo, mirándonos embobadas.
               -Devuélvemela-exige Scott, cogiéndome un segundo antes de que me eche a llorar. No me gusta esta niña. No me gusta cómo me trata, como si fuera una especie de experimento o algo así. La niña me devuelve, un poco dolida, se queda sentada mirándonos, observa con envidia cómo me arrulla Scott. Una de las chicas me recoge y el festival de mimos regresa mientras los niños se quedan sentados mirándonos.
               -¿Quieres jugar con mis muñecas?-pregunta Jazz. Scott la mira.
               -Vale.
               Saltan del sofá y se olvidan ligeramente de mí. El mundo se centra en sí mismo, mis abuelos vienen a saludarme, los mayores se van a comer, y yo me quedo en una esquina de la mesa, al lado de mamá, que sonríe y asiente y parece más relajada que nunca teniendo a la abuela cerca.
               Scott y Jazz se van a jugar al jardín, dejándome sola con papá, mamá y mis tías, cuyos nombres he ido colocando y recolocando a lo largo de la comida. La mayor es Doniya, la mediana es Waliyha, la pequeña es Safaa. Me pregunto si tendrá relación que papá tenga tres hermanas y que mamá tenga tres hermanos, si eso tendrá algo que ver en que yo tenga a Scott y en que Scott me tenga a mí (porque el chico tiene una hermana, y la chica tiene un hermano). Mis tías se derriten conmigo, a pesar de que no hago nada más que mordisquearme los pies cuando noto que la atención se aleja de mí.
               Empiezo a llorar porque tengo hambre, y mamá lo entiende a la primera. Presiento a papá asomarse a la puerta de la cocina para ver cómo mamá me da el pecho, todavía maravillado con que podamos estar unidas hasta este punto.
               Y, cuando termino, y la familia pasa a hacer cosas y a olvidarse un poco de mí, la abuela Trisha le ofrece una taza con un líquido que huele horrible dentro a mamá. Si es una ofrenda de paz, es malísima.
               -Para que repongas fuerzas-le dice la abuela, sentándose con una taza a nuestro lado y tocándome un pie con amor-. Recuerdo que me agotaba darle el pecho a Waliyha. Aunque, claro, yo era mayor que tú cuando la tuve.
               Pero mamá es muy buena, acepta la taza y se la lleva a los labios. Me besa con un regusto amargo y ácido que no termina de convencerme, pero no me quejo, pues un beso de mamá bien merece un poco de disgusto.
               -Supongo que he tenido suerte-reflexiona mamá, acariciándome la tripa y arrancándome una carcajada-. Sólo me molesta un poco. Nada que no pueda soportar. Pero gracias. Está delicioso-sonríe, dando un nuevo sorbo. La abuela da otro sorbo también.
               -He estado pensando… -medita la abuela. Mamá la mira-, en lo que me contaste la última vez que nos vimos.
               Mamá se revuelve, incómoda. Me recoloca sobre su regazo, a la espera. La abuela Trisha da un sorbo de su café.
               -Me gustaría…
               -Antes de que digas nada-la corta mamá, aferrándose a mi tripa y acunándome, como pretendiendo que me duerma-, quiero decirte yo a ti algo-la abuela la mira, expectante. Mamá toma aire-. Lamento en el alma haber perdido a tu nieto. Créeme si te digo que ha sido la cosa más difícil por la que he tenido que pasar. Pero, si te puedo ser sincera… me alegro de que eso hubiera sucedido. De lo contrario, no tendría a este pequeño melocotoncito que tengo hoy aquí-reflexiona, y me mira, y me besa la mejilla, y yo suelto una risita. En la boca de la abuela titila una sonrisa-. He aprendido muchísimo con ella. Sobre niños, sobre mí, pero sobre todo, sobre maternidad. Soy su madre-sentencia-. Ella es mi hija. Lleva siéndolo desde que la encontré, solo que yo no podía verlo. Ahora lo veo. He pasado y he hecho cosas con ella que no se hacen con otro niño con el que tengas esta conexión tan especial que tenemos las madres con nuestros hijos. Quiero decirte que he abierto los ojos: no importa que no la haya llevado en mis entrañas, sé que Sabrae me pertenece y yo le pertenezco a ella. Me da igual quién venga reclamándola alegando alguna absurda relación con ella. Yo la recogí, y la cuidé, y estuve con ella cuando estaba enferma-ese fue el momento crítico, cuando mamá se da cuenta de que su presencia en mi vida era esencial-, y ahora por fin la estoy alimentando, y si intentan quitármela-su tono se volvió duro; su abrazo, más firme-, tendrán que arrancármela de mis frías y putrefactas manos. Porque hasta después de muerta seguiré peleando por nosotras dos. Igual que pelearé por Scott.
               Trisha sigue mirando a mamá, cuyas mejillas se encienden un poco ante su escrutinio. Me saca uno de sus dedos de la boca y me acomoda en su regazo.
               -¿Puedo?-pregunta la abuela. Mamá asiente y me entrega con cuidado. La abuela me mira, estudia mis facciones, como buscando un parecido que yo misma escrutaré toda mi vida. Algún lunar, un hoyuelo, una marca de nacimiento parecida… algo que me indique que mi sangre es sangre de Malik. Mamá toma otro sorbo de su café-. He tenido tiempo para pensar sobre lo que me contaste. Lamento que pasaras por ello y que no nos lo contaras. Debiste de sentirte muy sola.
               Mamá traga saliva.
               -Me perdí a mí misma. Fue una época muy dura. Tu hijo… tu hijo me salvó.
               -He sido injusta contigo. Desde el minuto 1, desde que te conocí. Pero… entiéndeme, Sherezade-mamá y Trisha se están mirando a los ojos-. Tú no tenías nada, mi hijo lo tenía todo. Lo había conseguido con el sudor de su espalda. Todo lo que ha conseguido le ha costado más de lo que admitiría ante nadie, ni siquiera ante mí. Y luego, de la noche a la mañana, tú estabas en su casa, decías que embarazada de él… lo peor de ti es que ni eres fea ni estúpida. Eres preciosa y muy inteligente. Más que él. Eso lo vi en cuanto te conocí. Eres más lista que él y podrías engañarle fácilmente si tú quisieras.
               -Yo jamás engañaría a Zayn.
               -No con otro. Ya me entiendes. Lamento haber pensado eso de ti. Cuando me contaste lo del bebé que perdisteis… no sé, me di cuenta de que estaba siendo injusta contigo. Estaba dejando que aquella primera impresión me cegara. Mi hijo te adora-dice la abuela, acunándome a un lado y a otro, suave pero mecánicamente-. Besa el suelo por donde tú pisas, y cuando un hombre siente eso por una mujer, la madre sólo puede sentirse feliz por su hijo y temerla a ella porque puede romperle el corazón. No seremos nunca amigas, Sherezade, pero no importa; soy tu suegra y la abuela de tus hijos, soy la madre del hombre con el que estás construyendo ahora tu vida y tu familia. Nos unen suficientes cosas como para intentar no odiarnos. Ya no digo tenernos cariño-Trisha sonríe. Por lo menos, no odiarnos.
               Mamá vuelve a tragar saliva, asiente despacio con la cabeza. Sus ojos brillan con los fantasmas de un futuro incierto, un futuro en el que Scott y yo estamos asegurados, somos lo único seguro.
               -Las dos somos mujeres de carácter, eso es evidente-Trisha sonríe-. No creo que nunca lleguemos a llevarnos del todo bien. Como he dicho, tú eres inteligente, y las personas inteligentes perdonan pero no olvidan, y cuando algo se perdona pero no se olvida, no termina de perdonarse del todo.
               -No voy a…
               -Sé que no me harás daño, ni a Zayn. Eres una buena persona. No puedes ser tan buena madre sin ser buena persona. Sólo digo que entiendo que no me perdones cosas que te he dicho y daños que te he hecho, igual que yo no te perdonaré nunca el no haber venido con mi hijo y decirme lo que había antes de que yo os pillara en vuestra casa de Londres-la abuela se encoge de hombros-. Hay cosas que no pueden empezarse de cero-me mira a los ojos, me sonríe-. Aunque por ellos merezca la pena.
               La luz se atenúa. Yo me quedo dormida escuchando a Scott reír y jugar. Para cuando me despierto, estamos de nuevo entrando en el coche. Me dan muchos besos, se diría que me llueven, como llueve agua de las nubes. Scott está empapado, han tenido que meter su ropa en la secadora y le han buscado ropa vieja de papá, de cuando él era un niño imposible de distinguir de mi hermano. Mamá apoya la cabeza en el cristal de la ventana, mirando los árboles, las casas, los coches pasar, pensando en nuestra casa, en las ganas que tiene de meterse en la cama con papá después de acostarnos a nosotros, acurrucarse contra él, puede que sentir su cuerpo sobre el de ella o debajo del suyo.
               Scott se queda dormido con un brazo sobre mi capazo en un gesto protector que a mí me encanta ahora y me encantará cuando crezca y me encantará siempre, un gesto que echaré de menos cuando nuestras vidas se separen porque cada uno forme su propia familia, quizá en países distintos, incluso en continentes diferentes. Pero ahora, tenemos el momento, ese instante en el que veo los dedos de Scott vibrando con el traqueteo del coche, escucho su respiración tranquilizándome aun sin pretenderlo él.
               -Estás muy callada-observa papá.
               -Ha sido un día largo.
               -¿De qué hablabais mi madre y tú?-inquiere, mordisqueándose el labio, mientras se mete en la autopista. Scott llegará a odiar que le comparen con papá, pero se pondrá un piercing en el mismo lugar en que papá ahora se mordisquea, y él también se mordisqueará ese puntito de su anatomía.
               Mamá sonríe.
               -De Sabrae y de Scott. De ti y de mí. Y de nosotras dos.
               Papá la mira.
               -¿Y bien?
               -Se alegra de que nos hayamos encontrado.
               Papá sonríe, le coge una mano, se la lleva a los labios.
               -Yo también, Sher. Yo también.
               A la semana siguiente, nos toca visita hacia otro lado. Esta vez, el sol se queda clavado a un lado del coche mientras nosotros nos alejamos en dirección a otro mar. Me reencuentro con mis otros abuelos y mis tíos. Scott juega con ellos, mamá les muestra, orgullosa, cómo me alimenta. Me besa la cabeza mientras lo hace.
               Es entonces cuando descubro el mar. Lo he visto otras veces, pero nunca he sido plenamente consciente de que estaba ahí. Como mamá creció en una pequeña villa costera, está acostumbrada a bajar a la playa.
               Ésa era su intención, precisamente, cuando fuimos a su casa: comer allí, dejarme dormir la siesta, y luego, hacerme descubrir esa maravilla en que agua y tierra se mezclan hasta hacerse indisolubles.
               Los tíos Abdel, Ihsan y Khaliq se turnan para llevarnos a mí y a Scott. El que no puede llevar a Scott de las manos, haciéndole saltar por el aire tan alto como volaría cualquier pájaro, empuja mi cochecito y me hace muecas para que me ría. Y yo me río, claro que me río. Son graciosísimos.
               Mamá y papá van de la mano, por delante de nosotros, haciéndose carantoñas y riéndose y besándose. Me pone tan feliz verles así. Siento la felicidad de mamá pasar por su pecho hasta contagiárseme al explotar en mi boca.
               Scott chilla y sale corriendo en dirección a la playa en cuanto llegamos a un paseo con farolas blancas. Mamá lo llama, pero él no hace caso, así que uno de mis tíos sale corriendo tras él, lo atrapa a mitad de camino y lo levanta sobre sus hombros, colgándolo de los pies, haciendo que Scott se ría a carcajadas.
               Me sacan del cochecito.
               Mamá me coge en brazos y me da un beso en la frente. Me pega bien a su pecho para que no note el frío que sopla del mar. Se quita los zapatos con los pies y camina por la arena, en dirección al arrullo del océano. El tío Ihsan hace volteretas e intenta enseñar a Scott, que se cae cada vez que lo intenta y se levanta como un resorte, dispuesto a intentarlo otra vez. Abdel y Khaliq se acercan a mamá mientras papá no se decide entre ir con su hija o con su hijo.
               -¿Vas a posarla?-pregunta Abdel. Mamá asiente, sonriendo.
               -Voy a posarla.
               -Esto hay que grabarlo. Khaliq-ordena. Khaliq se enfurruña.
               -Tú la conociste antes, ¿Por qué tengo que grabar yo? Me merezco estar sujetándola.
               -Eres el pequeño; calla y obedece.
               -No la vais a coger vosotros-dice mamá. Los dos hermanos se miran, confusos, y luego la miran a ella-. Lo va a hacer Zayn.
               -¡Qué! ¿Pero… por qué?
               -Porque es su padre.
               -Pero…
               -Va a ser Zayn-sentencia mamá, la voz de la autoridad. Se vuelve y espera a que él se acerque. Papá llama a mi hermano, que trota hacia nosotros.
               En silencio, mamá y papá me cogen y me sientan en la arena. Dejan que la investigue. Lanzo una exclamación de asombro al cogerla y ver que se me escapa. Jamás he visto nada igual. Esto sí que es un ser vivo, que quiere volver con su madre. Es como si la arena fuera un todo y a la vez una unión de cosas, como una familia, que es una unión de hijos y padres, hijos que quieren volver con sus padres en cuanto les separan. Manoseo la arena, Scott se sienta a mi lado, con las piernas cruzadas, me tira arena en las piernas y yo hago una mueca, ofendida.
               Me vuelvo hacia el mar.
               Siento que me está llamando.
               Ojalá pudiera moverme hacia él, satisfacer la vocación de mi interior. Vengo de ahí. Lo presiento. Tengo que volver, decir que estoy bien, que he encontrado una familia que me quiere y que me hace feliz. Estiro la mano, se me escapa más arena.
               Papá y mamá se miran. Papá me recoge, mamá coge a Scott, caminamos en dirección a la arena, que pasa de ser voluble y seca a compacta y húmeda, más oscura.
               Escucho los pasos de mis tíos por detrás de mí, pero no les hago caso. Estoy como en trance. Lo único que me importa ahora mismo es la línea del horizonte, azul oscuro en contraste con el gris pálido del cielo. No es un buen día, pero a mí me gusta, porque estoy con mis padres y con mi hermano.
               Papá se detiene, mamá hace lo mismo un par de pasos por delante. Deja a Scott en el suelo, le dice que se quite los zapatos y que se remangue los pantalones, y que ni se le ocurra (hace hincapié en esto) en meterse más allá de los tobillos en el agua. Como tenga que ir mamá a sacarlo, se va a acordar.
               Scott corre por el agua, chapotea, hace cabriolas, corre tras las olas y luego huye de ellas. Mamá se vuelve: su pelo tiene vida propia, danza a su alrededor, como si fuera la espuma de un baño cuando el grifo está encendido. Se lo aparta de la cara inútilmente: en cuanto su mano se suelta de su cabeza, su melena se rebela otra vez.
               Qué preciosa es.
               Qué calentito y cómodo es el pecho de papá.
               Papá se acerca ella. Me cogen entre los dos, se inclinan, y depositan mis pies en el suelo.
               -Uuuuuuh-exclamo, y los dos se echan a reír, mientras examino esa cosa nueva que jamás he visto y que me parece tan fascinante que…
               … entonces, sucede.
               Llega una ola.
               Me lame los pies, me los devora, me los enfría. Un escalofrío me recorre de la cabeza a los pies.
               -Ooooooooooooooooooooooooooooooooooooooh-articulo, y mis padres vuelven a reírse. Scott corre hacia mí, me toca los pies con los suyos, se ríe y me mordisquea la mejilla.
               -Es una playa, Sabrae. Una playa-me dice, como esperando que yo repita la palabra. La esperanza es lo último que se pierde, por mucho que yo tarde en hablar.
               Las playas son mágicas. Me encantan, me encantan, me encantan. La arena se reblandece y noto cómo me hundo ligeramente cuando el agua se retira, como diciendo “discúlpeme, señorita; es evidente que me he equivocado, ya me voy”. Me chupo las manos, emocionada, y miro a mis padres, que me observan desde arriba con la felicidad tatuada en los ojos. La arena debajo de mis pies se escapa, como persiguiendo al mar, queriendo decirle que no se ha equivocado, que me gusta esto.
               Los siguientes minutos, los dedico a chapotear. Mamá y papá me sujetan, pacientes, mientras yo hundo los pies en la arena, a la espera de que llegue una nueva ola y me descubra los dedos. Scott corre de un lado para otro, emocionado, mientras mis tíos lo persiguen y hacen que se ría.

               Ojalá fuera capaz de recordar todo esto cuando crezca, ojalá pudiera rememorar las primeras veces. Quizá nuestros primeros besos sean importantes y sean mágicos porque son los últimos retazos que tenemos de los fuegos artificiales que te recorren cuando descubres lo que es el primer baño, lo que es el jardín, lo que son las nubes, lo que es la arena y lo que es el mar.



Os recuerdo que podéis apuntaros para que os avise cada vez que subo capítulo (no tengáis vergüenza, cuantas más, mejor) dejándome un comentario con vuestro usuario de Twitter o dándole fav a este tweet. Animaos, ¡me encanta saber que hay alguien entrando al blog! Además, ahora que Chasing the Stars está en la recta final, me vendrá bien saber que habrá gente que me seguirá en esta nueva aventura.¡Nos vemos! 

10 comentarios:

  1. me ha encantado, SHER YA PUEDE ALIMENTAR A SABRAE !!!! QUÉ BONITO AAAAAAH !! Sabrae en la playa >>>>>
    todo lo demás
    Alec y sabrae 💓💓💓💓💓 cant wait a que se hagan más mayores qué bonito va a ser sabralec de verdad :' se me escapa la lagrimilla solo de pensarlo. Tommy y scott mira de verdad les quiero muchísimo pero en plan !!! i love esa familia 💗💖💘💕💓💞

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    1. GRITANDO DE VERDAD QUÉ ILUSIÓN LE HACÍA A SHEREZADE UF.
      Las playas van a ser tope relevantes en esta novela, cuidado conmigo que allá voy
      Sabralec ya desde los inicios siendo monísimos mira de verdad yo no firmé para esto porque me duelen los pulmones.

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  2. Me encanta la manera tan bonita e íntima con la que has descrito el momento en el que sher por fin puede alimentar a Sabrae. Me he echado a llorar porque soy una tía de lágrima fácil y tu no haces más que potenciar esa parte de mí. PERO HA SIDO PRECIOSOOOOO
    Ojala Sabrae no creciera nunca porque es TAN mona y TAN inocente. Me hace una gracia como comenta las cosas nuevas que se encuentra que no puedo evitar sonreír mientras leo cada línea que has escrito
    SABRALEC!!! DE VERDAD ES QUE SABRALEC ES MÁS REAL QUE TODA LA VÍA LÁCTEA!!!

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    1. ES QUE ME PARECÍA UN MOMENTO TAN PRECIOSO Y TAN ÍNTIMO COMO TÚ HAS DICHO QUE NO PODÍA SER DE OTRA MANERA!!!! ☺ son tan preciosas de verdad quiero protegerlas
      Por una parte yo tampoco quiero que Saab crezca pero a la vez quiero que veáis cómo va a ser de mayor, cómo se convertirá en la mujer que yo veo en mi cabeza y que hará orgullosa a su familia y uf, estoy dividida entre dos mundos

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  3. El momento de Sherezade alimentando a Sabrae ha sido precioso y me ha hecho llorar ❤
    TOMMY PLANEANDO ABRIRLE LA CABEZA A SCOTT QUÉ DOS XD
    Sabralec no puede ser más real
    SABRAE DESCUBRIENDO EL MAR POR PRIMERA VEZ QUÉ COSA MAS TIERNA Y PURA AI ❤

    "Quizá nuestros primeros besos sean importantes y sean mágicos porque son los últimos retazos que tenemos de los fuegos artificiales que te recorren cuando descubres lo que es el primer baño, lo que es el jardín, lo que son las nubes, lo que es la arena y lo que es el mar."

    - Ana

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    1. Necesitamos un nombre para Sabrae y Sherezade porque de verdad que lo más precioso del mundo no puede no tener nombre, son demasiado bonitas para ser de verdad
      Scommy liándola desde el minuto uno en fin no puedo culparlos porque son DOS PRECIOSURAS
      Sabralec manda y no tu banda
      UF SABRAE ES TAN BONITA NECESITO SEGUIR DESCUBRIENDO COSAS CON ELLA ES QUE AY, EL MUNDO ES PRECIOSO DESDE SUS OJOS

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  4. Tommy queriendo abrirle la cabeza a scott por dios que tontos son me encantan
    Sabrae es tan inocente y tan graciosa de pequeña que no quiero que crezca pero a la vez quiero que lo haga ya porque estoy deseandito de leer la historia de sabralec :((

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    1. Es que si te paras a pensarlo, tiene sentido que crean que en la cabeza no hay nada porque si no saldría por los oídos?????? mis hijos qué listos son *les acuna*
      Sabrae es tan preciosísima de verdad es que no hay palabras para describirla,quiero que sea un bebé y a la vez que crezca para formar parte de Sabralec ESTOY MUY DOLIDA AHORA MISMO

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  5. MADRE MIAAAAAAAA
    Vengo a comentar antes de leer el último de chasing the stars porque preveo que me va a dar un chungo cuando acabe... Sabrae es taaaan mágica, podría estar horas y horas leyendo que no me cansaría, cuando creo que no puede ser más bonita hace o dice otra cosa que hace que me derrita del todo... he amado totalmente la escena con Alec, de verdad que ganas de que se casen tía.
    Mientras leía el capítulo me he dado cuenta de que aunque me encante leer a Sab de bebé tengo muchísimas ganas de que se haga un poco más mayor para que nazcan Sasha y Duna y ver cómo reacciona ante ellas y como hace de hermana mayor y me han entrado unas ganas de leerlo que madre mía.
    TOMMY Y SCOTT QUERIENDO ABRIRSE LA CABEZA HOLA EL RETRASO LES VIENE DESDE PEQUEÑITOS ME MEO
    No he amado nada más en esta historia que a Sabrae estando en la playa y sintiendo el mar por primera vez, no hay nada más puro que esta niña y su familia...

    "Ojalá fuera capaz de recordar todo esto cuando crezca, ojalá pudiera rememorar las primeras veces. Quizá nuestros primeros besos sean importantes y sean mágicos porque son los últimos retazos que tenemos de los fuegos artificiales que te recorren cuando descubres lo que es el primer baño, lo que es el jardín, lo que son las nubes, lo que es la arena y lo que es el mar." Magia pura.

    -María 💜

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    Respuestas
    1. Has hecho bien comentando antes porque sospecho que me odiarás en cuanto pongas un pie en el siguiente capítulo JAJAJAJAJAJAJA
      Tú lo has dicho María, Sabrae es mágica, es que no hay nadie como ella, cuando me pongo en su lugar y veo el mundo a través de sus ojos me parece todo mucho más precioso y uf. Mi hijita se merece todo lo bueno de este mundo ❤
      La escena Alec era un poco extra pero ME LA SUDA SON MIS PADRES AUNQUE LOS DOS SEAN CRÍOS
      Me pasa igual que a vosotras????? por un lado no quiero que crezca porque es PURÍSIMA pero por otro quiero que sea ya mayor porque tiene una manera de ver el mundo única, su vida va a ser espectacular, digna de una novela, espero estar a la altura de los momentos importantes como cuando conozca a Shasha y Duna y crezca y se descubra a sí misma ay ❤ me he puesto sentimental
      SCOMMY LIÁNDOLA YA DE PEQUEÑOS ES QUE DE VERDAD QUÉ PACIENCIA TIENEN SHERIKA (sí, les acabo de poner nombre)
      Por favor el momento playa es importante, una pistita de lo que vamos a ver ☺

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