sábado, 30 de septiembre de 2017

Estrellas no tan fugaces.

Que la revelación de que Tommy, Diana y Layla formaban un triángulo insondable daría mucho que hablar no lo había dudado absolutamente nadie desde el momento en que Scott le dijo a Tommy que, en realidad, no tenía que elegir.
               Pero que nadie dudara de la relevancia de aquella confesión pública no significaba que alguien se esperara la reacción del público, que se dividió a los pies de mi hijo en cuanto éste puso un pie en Inglaterra, como si la nación fuera el Mar Rojo, y Tommy, Moisés liderando a su pueblo hacia la libertad.
               Estaban los que decían que Diana y Layla no eran más que el capricho último del típico niño rico y mimado al que nadie, jamás, le ha dicho que no. Que ellas eran estúpidas por consentirle ese tipo de comportamiento y que él tenía más cara que espalda. Eso eran lo que decían los más amables.
               Luego estaban los que creían que era cosa de ellos tres y sólo de ellos tres, y que si se querían y les hacía felices, nadie debería abrir la boca salvo para desearles suerte.
               Por desgracia, los que estaban de ese último bando eran muchos menos que los que estaban del primero. La sociedad inglesa se jactaba de lo abierta que era, pero a la hora de verdad, gustaba mucho de su tradición, amaba demasiado la costumbre, y se mostraba recelosa de los cambios, temiendo que siempre fueran a peor, sospechando de la destrucción de las cosas que apreciaban por encima de todo: sus valores, sus costumbres, sus festividades, su monarquía, la forma misma en la que se fundaba la familia. Nadie tenía familias en los que los padres fueran tres, ¿por qué iba a empezar ahora? ¿Cómo se atrevía ese hijo de una inmigrante, encima española, con lo vagos que éramos, que íbamos a quitarles los trabajos, a desafiar todo lo establecido?
               ¿Y por qué las chicas se querían tan poco como para acceder a algo tan ruin?
               Cuando me bajé del coche con la cola del vestido sujeta por Louis, mis ojos buscaron automáticamente entre los flashes cegadores a mis dos retoños, que ya debían estar por la alfombra roja, concediendo las primeras entrevistas de su vida y realizando sus primeros posados.
               A la primera a la que localicé fue a Eleanor, que asentía con la cabeza y movía los labios en una retahíla que yo no conseguía seguir. Era increíble lo que había crecido en apenas un par de meses, lo madura que se mostraba y la profesionalidad con la que manejaba las preguntas de los periodistas. Me había tomado los tres últimos días libres sólo para navegar por internet y ver cada vídeo en el que aparecía mi pequeña, sólo para descubrir que tenía un talento natural para llevar las entrevistas hacia donde a ella le interesaba, sin que los periodistas pudieran darse cuenta de que lo estaba haciendo.
               Había nacido para esto, mi pequeña estrella con alas.
               Louis me ofreció el brazo, sonriendo con calidez. Sus ojos zafiro, que gracias a dios habíamos conseguido que uno de nuestros hijos heredara, brillaron con cariño y orgullo.
               -¿Lista?-preguntó. Yo sonreí y asentí con la cabeza, rodeando su brazo con el mío y avanzando lentamente por la alfombra, haciendo el caso justo y necesario a los gritos de ¡Eri! ¡Louis! ¡Mamá y papá! que siempre nos acompañaban cada vez que íbamos a un evento social.
               Lo disfrutaba. Lo veía como oportunidades de hacer buenos negocios, arrastrar a inversores hacia mi terreno y conseguir importantes sumas de dinero que se irían derechas a las donaciones de la empresa, o a la inversión en algún tipo de infraestructura que le daría a la naturaleza un respiro un poco más holgado. Podía conocer gente interesante y empaparme de sus ideas, me lo pasaba bien.
               Y aprovechaba cada ocasión que se me presentaba tanto para fardar de marido como para hacerlo de hijos. “Eleanor está muy centrada, es muy decidida y sabe lo que quiere, todavía no puedo contaros el qué”, solía sonreír siempre que me preguntaban por las aspiraciones de mis hijos. “Tommy sigue sin decidirse, le interesan varias áreas, pero ya sabes cómo va esto: es joven y tiene toda la vida por delante, por suerte, no hay ninguna prisa en que se decida… oh, sí, es muy cariñoso, ha salido a mi rama de la familia”, asentía, y me echaba a reír.
               Fue entonces cuando le vi. Estaba un poco más allá de Eleanor, entre Diana, que vestía un traje plateado y llevaba el pelo imitando el look de recién salida de la ducha hacia atrás, y la mayor de mis dos hijas. Estaba guapísimo con el traje blanco que había pedido cuando le dijeron que iba a la final, a juego con el de Scott, que brillaba a su lado con luz propia.
               Tommy escuchaba atentamente algo que decía Scott, intentaba sonreír un poco, y lo conseguía a medias. Me abracé instintivamente a Louis y miré de reojo a los paparazzi, que ahora sacaban sus mejores cámaras para conseguir captar a la perfección cada poro de mi piel y cada arruga que me recorría la cara, buscando un gesto que me traicionara e hiciera ver que, en realidad, no me enorgullecía de todo lo que me había pasado, de las risas y los llantos que había tenido que soportar a lo largo de mi vida.
               Antes me gustaban este tipo de atenciones, me gustaba este tipo de gente, disfrutaba de las reuniones sociales.
               A partir de esa noche, ya no. Porque siempre se presentaría una oportunidad por alguien borracho o directamente maleducado que se acercara a mí y me preguntara por mi hijo, ya sabes, el polígamo, y lo dirían de una manera que me revolvería las tripas y que me haría saltar. Era mi niño. Mataría por él. Moriría por él. No quería que nadie le hiciera daño y no lo consentiría bajo ningún concepto.

martes, 26 de septiembre de 2017

Adiós a la Diosa.

-¡Uf!-exclamé, abriendo la puerta y lanzando las gafas de sol sobre la cómoda, justo al lado de la televisión apagada-, si vierais el día que me han hecho llevar, estoy agotadísima-me quejé, dejándome caer sobre la cama y soltando las bolsas de ropa recién comprada o regalada, cuyo contenido se desparramó aquí y allá-. Y encima creo que hemos perdido a Chad y Aiden-parloteé, descalzándome con el pie contrario-, se pasaron a ver cómo iba el reportaje y quisieron quedarse un rato conmigo, ¡Kiara incluso me pidió maquillarme y todo!-me volví y los miré-. ¡Y no sabéis lo genial que es esa chica maquillando, de verdad, me quiero casar con ella y…!
               Me quedé callada. Algo no encajaba, o, más bien, había encajado después de muchísimo tiempo sin hacerlo. Tommy y Layla me miraban, sonrientes, tapados hasta la cintura bajo las mantas. Él tenía el pecho descubierto, y ella, los hombros tapados por una camiseta de él, como ya venía siendo costumbre mientras dormíamos.
               Lo que empezó a activar mis alarmas no fue, sin embargo, que llevara puesta una camiseta de Tommy, sino que aquella camiseta la había estado usando nuestro inglés durante la mañana y gran parte de la tarde.
               Tommy apartó a un lado el iPad en el que estaban mirando algo en cuanto entré en la habitación, se sonrojó un poco y miró a Layla, por cuyo rostro se extendió una preciosa sonrisa, llena de satisfacción y pletórica de felicidad. Se pasó una mano por el pelo cuando me incorporé para mirarlos, jugando con su flequillo de paso y descubriéndome en sus ojos una chispa que antes no estaba allí.
               Miré los ojos de mi inglés, sólo para encontrarme con lo mismo. El mismo brillo en los ojos, la misma luz en el pelo, la misma tierna rojez en la piel del rostro.
               -¿De qué os reís?-pregunté, aún sin caer. Layla se mordió los labios y bajó la mirada, azorada, mientras Tommy respondía, con una sonrisa boba:
               -De nada.
               -¿Qué pasa?-insistí yo cuando Layla levantó la cabeza y le miró y su sonrisa se amplió un poco. La de Tommy la imitó.
               -De nada-respondió.
               Y entonces, lo entendí. Me puse en pie como un resorte, comprendiendo las señales y siguiendo el trayecto que indicaban. El brillo en los ojos, las sonrisas tontas, los cuerpos entrelazados, probablemente desnudos debajo de las mantas, la intimidad de su cercanía y el amor que ambos destilaban por cada poro, como si fueran un par de lámparas que pendían del techo y amenazaban la oscuridad de la noche.
               -Madre mía-dije, tapándome la boca con las manos. Layla se sonrojó-. ¡Madre mía! ¡Lo habéis hecho!-festejé, y por toda respuesta mi inglés miró a la inglesa y asintió con la cabeza imperceptiblemente-. ¿¡Verdad!?-chillé, como una niña pequeña en el día de Navidad-. ¡Os habéis acostado por fin!-no me di cuenta de que estaba dando saltos hasta que me detuve en ese momento, dando palmadas, entusiasmada. Levanté las manos al cielo y exhalé un jubiloso-: ¡Aleluya! ¡Esto tenemos que celebrarlo! ¡En cuanto vuelvan todos los demás, salimos de fiesta! ¡Me da igual si nos echan esta semana por no ensayar lo suficiente! ¡Es un día precioso!-celebré, tirándome sobre la cama y arrastrándome hacia ellos, a toda velocidad, cual lagarto de carreras.
               -Tranqui, Didi-sonrió Tommy.
               -¿Qué tal ha sido?-le pregunté a Layla, que se sonrió.
               -Genial. Mejor de lo que decías.

sábado, 23 de septiembre de 2017

Zaddy.

Algo cambia en casa. Un día, papá y mamá dejan de turnarse para desaparecer por la mañana. No es que mamá lo hiciera muy a menudo, pero a medida que va pasando el tiempo, ella va empezando a hacer cosas, a jugar a sus propios juegos, a los que yo no estoy invitada.
               Un día por la mañana, papá se queda conmigo. Que no es que me moleste, me encanta estar con papá.
               Pero mamá se marcha, me da un beso en la cabeza y dice que me verá a la hora de comer. Le da un beso en la boca a papá y se va sacudiendo la mano, y yo me pregunto si habré hecho algo mal. Pero papá me da mimos, me acaricia la tripa y juega conmigo, y pronto se me olvida que mamá se ha marchado. Hasta que vuelve, y me coge en brazos, y me mordisquea las mejillas y me pregunta si la he echado de menos, y yo agito las manos y le tiro del pelo e intento exclamar que sí, aunque de mi boca sólo brotan balbuceos incomprensibles.
               Y, al poco tiempo, todos los días se convierten en esos días especiales en los que papá no se va a ningún sitio, sino que se queda con nosotras. Scott sigue marchándose, cada día le acompañamos al colegio, ese sitio lleno de niños al que me muero por seguirle. Parece que se lo pasa bien, que es feliz. Y yo quiero verle ser feliz. No quiero que se vaya. Quiero que esté conmigo todo el día, también toda la noche. Me encanta cuando me despierto y él me da un beso de buenos días en la cabeza, me recoge y me acuna, saludándome, riéndose cuando yo me río.
               Pero, de momento, tengo que conformarme con papá.
               Y me encanta conformarme con papá.
               Mamá nos deja solos de vez en cuando. Se va a otro lugar, creo que de la propia casa (no sale por la puerta del exterior, que hace que no se oiga su voz ni responda cuando la llamamos, por eso lo deduzco) y se pasa horas y horas sola. Yo me pregunto qué hace cuando papá me acuna y me arrulla, en las pocas ocasiones en que me aburre el juego al que estamos jugando y quiero saber dónde está, por qué no viene a darme atención y mimos.
               Otras veces, ella se queda con nosotros, mirándonos, participando en nuestros juegos. Papá me lanza hacia el cielo y yo floto y creo que soy una especie de estrella, como los componentes de la Cosa Fascinante que giran sin llegar a tocar el suelo, ni a tocar mis dedos por mucho que yo los estire, cuando me meten en la cuna para tomarme una siesta. Y mamá protesta, dice su nombre, el nombre que Scott no usa para llamarle.
               -Zayn…
               -No voy a dejar que se caiga-responde siempre papá, pero mamá se revuelve, incómoda, y su corazón se detiene cuando papá vuelve a lanzarme hacia arriba. Vuelve a protestar. Vuelve a lanzarme. Nuevo lanzamiento, nueva protesta, hasta que yo me empiezo a reír, divertida por esta partida que no comparto con nadie más, y papá me señala. Mamá pone los ojos en blanco.
               -Como se te caiga…-advierte mamá, suspirando.
               -No se me va a caer-contesta papá, acercándome a él, sosteniéndome por debajo de los hombros, con unas manos fuertes en las que me siento protegida y a salvo-. ¿Verdad que no, princesita? ¿A que no voy a dejar que te caigas?
               Y yo me río y él me besa, y mamá sube los pies al sofá y niega con la cabeza y apoya el codo en el reposabrazos del sofá y no aparta los ojos de nosotros, hasta que yo me canso y dejo de reírme, hago que todo mi cuerpo se quede como muerto y, después, me dejo acunar. Pido de mamar y me lo dan, con papá mirándonos, siempre mirándonos, incluso cuando se supone que no debería estar en casa.
               Y, entonces, Scott deja de marcharse también. Un día, mete un montón de comida dentro de la mochila, en lugar de las pinturas y los libros y los juguetes. Y, aún no sé muy bien cómo funciona el tiempo, pero juraría que vamos a buscarle antes al cole. Él llora y se limpia las lágrimas con el dorso de la mano, se abraza a todo niño que se le pone a tiro y les pide que por favor no se olviden de él.
               -S, por favor, son tus amigos, les verás al final del verano-sonríe mamá, dándole la mano y limpiándole la cara, que tiene pegajosa.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Zona de guerra y paraíso.

La atmósfera de la ciudad, antigua como la arquitectura, hace que algo dentro de mí cambie. La primera tarde que pasamos allí produce una minúscula revolución en mi interior.
               Me doy cuenta de que ya no me escondo, no quiero esconderme. Me pego a Tommy instintivamente y celebro cómo él me recibe con entusiasmo. Me gusta estar cerca de él, sentir el calor de su cuerpo y la firmeza de éste a mi lado mientras contemplamos la ciudad, que se recorta contra el cielo naranja como si de un animal habitante de las tinieblas todavía no descubierto se tratara.
               Creo que nos afecta a todos, en realidad. Veo a Eleanor radiante de alegría. Veo a Scott, incapaz de separarse de ella. Veo a Chad y Aiden tan entusiasmados que se olvidan por un momento se soltarse las manos cuando entramos en la catedral, a pesar de que la Iglesia no aprueba que se quieran, como si no hubiera otras cosas más horribles de las que quejarse que el amor entre dos personas del mismo sexo, que se aman tanto que sus ojos relucen como dos estrellas apenas se ha puesto el sol.
               Veo a Diana apartarse un millón de veces el pelo de la cara a toda velocidad, leyendo su guía, con la nariz pegada a ella, alejándose de aquella chica que se ha bajado del avión esta misma tarde, abrazada a un peluche de un unicornio que Astrid le ha traído directamente desde su habitación, y, con las gafas de sol aún puestas, se pone a firmar autógrafos de la gente que ya chilla su nombre en la misma pista de aterrizaje.
               Y veo a Tommy.
               Sobre todo, veo a Tommy. Veo cómo mira en todas direcciones, empapándose de la cultura, cómo se acerca a las placas con información, cómo se aproxima disimuladamente a los grupos de turistas cuando escucha al guía hablar inglés o español para enterarse de algo que nos pueda contar a nosotras. Le veo examinar postales, llaveros, regalos para sus hermanos, su padre y su madre, le veo mirar a Scott, y veo a Scott mirarle a él, y les veo sonreírse en la distancia, como si no estuvieran acostumbrados a estar lejos del otro y tuvieran que comprobar que todo va bien para su hermano, aun estando de vacaciones, o algo así.
               Y veo lo que hace cuando se acerca a Diana y a mí. A Diana le abraza la cintura, se la aprieta con cariño, y a mí me coge la mano con discreción. Pero ya no mira en todas direcciones, buscando ojos indiscretos que puedan estropear nuestro momento íntimo. Me agarra la mano, me acaricia los nudillos con el pulgar, y no le importa que alguien pueda vernos. Puede que sea por la ciudad. O puede que sea porque, simplemente, está cansándose de esconderse.
               Yo estoy cansada, pero no quiero que él se exponga a todo lo que sé que sucederá en cuanto se descubra que en su corazón no hay una, sino dos.
               -¿Estás bien?-me pregunta mientras bajamos las escaleras, inmensas, de esas que necesitas dar varios pasos para descender un escalón. Asiento con la cabeza y acepto la mano que él me tiende, y el mundo a nuestro alrededor se desvanece por un instante. Mis rodillas tiemblan cuando me encuentro con sus ojos, e, irremediablemente, tropiezo con un adoquín irregular que no veo y estoy a punto de caerme al suelo.
               Por suerte, él me coge. Me agarra por los codos y evita que me dé el guarrazo de mi vida. Nos miramos un momento, cohibidos. Su boca está a centímetros de la mía. Sus ojos tienen un cariz oscuro, como de océano que no ha conocido los arrecifes de coral por ser demasiado profundo, que la noche incipiente ha puesto allí.
               Se moja los labios con la lengua, observando los míos. Se me acelera el corazón. Se inclina un poco hacia mí.
               -Tommy-advierte de repente Scott, rompiendo el hechizo. Tommy despierta de la ensoñación, me deja sin aliento cuando se gira hacia su mejor amigo, que hace un gesto con la cabeza en dirección a un grupo de chicas que se está haciendo una foto de grupo a escasos metros de nosotros. Vemos a la turista que sostiene la cámara, así que la cámara también nos ve a nosotros.
               Tommy asiente con la cabeza, resignado, y me ayuda a incorporarme.
               -Gracias-susurro con timidez, notando cómo mis mejillas arden. Probablemente esté roja como un tomate. Pienso que eso le gusta. Le suele gustar.
               -Lo siento-responde, sin embargo. Niego con la cabeza.
               -No te preocupes.
               -No, sí que me preocupo, princesa. Siento que todo tenga que ser así-se pasa una mano por el pelo y yo le acaricio el mentón en un segundo de distracción que le robo al mundo-. Estoy harto.
               -Sólo un par de semanas más-le recuerdo, y él me mira, cansado.
               -No quiero esperar más. Te quiero. Quiero que todo el mundo lo sepa. No estamos haciendo nada malo.

domingo, 17 de septiembre de 2017

El diablo visita Praga.

No recordaba haber dormido tan bien en mucho, mucho tiempo. Quizás la última vez que hubiera descansado tanto y disfrutando de un sueño de una calidad como el de esa noche, la primera que pasé con 18 años, había sido siendo un bebé, aún hijo único.
               La ligera presión a mi lado en el colchón me recordaba lo que nunca se me olvidaría: que ella estaba de nuevo a mi lado, su cuerpo robando calidez del mío y, a la vez, manteniéndolo cobijado, su cintura pegada a la mía, sus brazos alrededor de mi torso, su respiración, pausada y profunda, acariciándome el pecho; sus pestañas, haciéndome cosquillas en el hombro; y su boca, en mi brazo, rozando con los labios mi piel y enloqueciéndome.
               Su pelo estaba esparcido alrededor de la cama, jugueteando en ocasiones con el mío, pintando cuadros en mi cuerpo cuando ella se movía, arrastraba un poco la cabeza y lanzaba un suspiro de satisfacción y amor.
               El perfume que irradiaba su piel era el mejor que hubiera olido nunca, el más delicioso y exótico, un olor prohibido que me recordaba a los momentos más felices que había pasado en toda mi vida, también una cama, también en su compañía. Me desperté varias veces esa noche, sólo para levantar un poco la cabeza, ver su silueta recortarse en la penumbra bajo las sábanas, y tirar de ella para pegarla más a mí. Entonces, ella sonreía, mimosa.
               -Duerme, Scott.
               Yo le daba un beso en la frente y ella lanzaba un suspiro de satisfacción, anhelando descansar, y a la vez ser lo bastante fuerte como para abrir los ojos y repetir lo que habíamos empezado.
               Ni siquiera fuimos a cenar. La urgencia de nuestros besos fue en aumento a medida que pasaban los segundos y la idea de que volvíamos a estar juntos se asentaba. Fuimos a su habitación, que esa noche era solamente suya, y nos quitamos la ropa, venerando nuestros cuerpos como si fueran la mismísima encarnación de Dios. La observé desnuda de nuevo frente a mí, la tomé de la cintura y la besé y la besé hasta que estuvimos en la cama, ella debajo de mí, yo encima de ella, sus piernas alrededor de mis caderas, mi frente en la suya, mi aliento en el suyo, su boca en la mía, mi sexo en su interior, sus dientes mordiendo sus labios y gimiendo un dulce “oh, por favor, sí”.
               Conseguí mandarla al cielo tres veces, y las tres lo celebró estremeciéndose y susurrando mi nombre en mi oído, pidiéndome otra más, que no la abandonara, que no me diera por vencido. Yo estaba agotado y a la vez me sentía imparable, continuaba embistiéndola suavemente mientras Eleanor me miraba a los ojos y me acariciaba la espalda.
               -Eres el amor de mi vida-me dijo cuando terminó la segunda vez, un poco después que yo, con sus brazos en mi cuello y sus ojos en los míos, sus pechos acariciando mis antebrazos a medida que aquellos subían y bajaban, acompañando su respiración.
               -Eres lo que nunca he encontrado en nadie-le respondí, y ella sonrió, feliz, abriéndose un poco más como una preciosa flor que anuncia la llegada de la primavera. Llevaba mi semilla en su interior, como si yo fuera una audaz abejita que iba a probar el néctar de su precioso cuerpo y dejaba el polen de otra planta entre sus pétalos.
               Su esencia se colaba por mi nariz y no me abandonaba ni en sueños. Su pelo me hizo soñar con playas paradisíacas, playas que había visto en mi más tierna infancia, cuando en casa sólo éramos cuatro, o cinco, nunca seis; playas en las que no había nada más que arena blanca, suave como el terciopelo, un mar azul turquesa que apenas se agitaba por el influjo de las mareas, un sol al que no desafiaba ninguna nube, y ella. Eleanor, ataviada con un vestido blanco y una flor de hibisco en el pelo, de bordes del mismo color que la arena y su atuendo e interior naranja, como una puesta de sol, caminando despacio hacia mí, agitando las caderas sensualmente al andar, riéndose cuando yo corría hacia ella, la tomaba de la cintura, la pegaba a mí y la besaba, gimiendo cuando la desnudaba y la poseía sobre aquella arena, o sobre aquel mar.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Slay us, King T.

Me desperté cinco minutos antes de que sonara el despertador. No había dormido una mierda. Y, sin embargo, me notaba despejado y listo para entrar en el campo de batalla, sin armadura. No me pasaría nada. O eso creía yo. Me incorporé, harto de esperar, y sacudí a Tommy.
               -Tommy. Tommy. Tooooommyyyyyyyyyyyy-canturreé, meneando su brazo. Tommy exhaló un profundo suspiro.
               -¿Qué?
               -¿Crees que debería afeitarme?
               -¿Qué?
               -¿Me afeito, o no? A tu hermana le gustaba cuando tenía barba. Pero es que no me da tiempo a hacer que me crezca hasta dentro de dos horas. ¿Me quitaré la poca que tengo?
               -Te lo pido por favor, no me amargues la vida. Déjame dormir, Scott-se dio la vuelta y exhaló un nuevo suspiro, de satisfacción esta vez.
               Así que, cuando sonó la alarma del teléfono, salí disparado hacia el baño mucho antes de que Chad incluso terminara de abrir los ojos. Aporreó la puerta y le dije que pasara, que estaba en la ducha pero que no me importaba que usara el baño. Estudió cada rincón de mi cuerpo de una forma muy poco heterosexual.
               -No sé por qué Eleanor se te resiste tanto-soltó-. Mira qué culo tienes.
               Escuché a Tommy decirle que no pensaría lo mismo si hubiera visto el suyo. Layla asomó la cabeza por la puerta del baño.
               -¿Vas a afeitarte? Deberías afeitarte. Tu loción del afeitado huele genial, S.
               -Usa mis sales-animó Diana desde el otro lado de la pared-. Te relajarán la piel, se te abrirán los poros y brillarás con luz propia.
               Hice todo lo que me dijeron, me tomé mi buena media hora de aseo matutino cuando normalmente apenas tenía unos minutos: entrar y salir de la ducha y que pasara el siguiente mientras yo me secaba el pelo. Pero hoy, no. Hoy era un día especial.
               Hoy me tocaba el primer ensayo con Eleanor, y tenía pensado estar perfecto para que ella viera que estaba dispuesto a esforzarme, que iba a poner todo mi empeño en arreglar las cosas.
               Y todo empezaba poniéndome guapo para ella, igual que ella se lo había puesto para mí el fin de semana que pasamos juntos, o la tarde de aquel día en el que le había contado la verdad, todavía cargando con el peso del cansancio de mis pecados a mi espalda.
               Así que me lavé el pelo (casi le pongo acondicionador, pero Chad me disuadió para que no me produjera caspa), me convertí en una oveja cuya lana consiste en jabón con olor a manzana y me lavé los dientes, todo eso antes de desayunar.
               Me corté afeitándome. Nunca me cortaba, pero hoy me tocaba. Parece ser que la ley de Murphy había encontrado mi humilde persona en aquel maremágnum de humanidad.
               Me senté en calzoncillos a los pies de la cama mientras estiraba mis pantalones y Tommy se incorporó para olisquearme.
               -Hueles a granizado de manzana-sentenció por fin, después de un insistente olfateo que llegó a ponerme nervioso.
               -¿Y eso es bueno?
               -Me encantan los granizados de manzana. Te daría un puto bocado al hombro si no estuviera tan sobado-susurró, bostezando y frotándose la cara.
               -Por favor, no. Te canta el aliento que tira para atrás. Tendría que volver a ducharme.

lunes, 11 de septiembre de 2017

El elegido.

-He perdido a tu hermana-susurró Scott, luchando por encontrar el aliento, mientras veía cómo Jake y Eleanor desaparecían por las cortinas de los bastidores, en dirección a la sala en la que nos encontrábamos con las familias. Le acaricié la espalda y le lancé una mirada envenenada a Eleanor. Las palabras de Alec aún resonaban en nuestros oídos: arrástrate, revuélcate por el fango.
               Me di cuenta de que no iba hacer falta; Eleanor estaba más que dispuesta a hacer que Scott sufriera de lo lindo.
               Ignorando al resto del mundo, especialmente a las miradas indiscretas de los demás concursantes, que habían sospechado que Scott y Eleanor estaban juntos antes de irnos de vacaciones y no se explicaban muy bien lo que había sucedido en apenas una semana (por lo menos, Eleanor no le había ido con el cuento también a los chicos, de lo contrario habría sido cojonudo que no nos dejaran ni ensayar tranquilos), tiré de él para levantarlo y conducirlo hacia los bastidores, en pos de nuestras familias.
               Temí por un momento que los padres de Scott se mostraran fríos con él, especialmente Sherezade. Me había sorprendido la entereza con la que Sabrae encajó la noticia de que Scott le había sido infiel a mi hermana, hasta que caí en la cuenta de que, tal vez, estuviera tan acostumbrada a oír reproches sobre aquello que ni se molestó en fingir que le pillaba por sorpresa. Sabía la opinión que tendría Sherezade de todo aquello. Se pondría del lado de Eleanor, sin importar que Scott fuera su hijo.
               Me dio una grata sorpresa cuando corrió a abrazar a su primogénito y lo estrechó entre sus brazos como si hiciera siglos que no lo veía. Miré en dirección a mis padres, que en ese momento estaban ocupados charlando con mi hermana. Mamá le toqueteaba el pelo a Eleanor mientras papá le sonreía y le acariciaba la mejilla con el pulgar. Leí en sus labios un “espectacular”, y se me revolvió el estómago.
               Vale que fuera su hija, pero joder, que habían criado a Scott también. Podían… no sé. Como mínimo, no aplaudir que ella fuera una sádica.
               Scott hundió la cara en el pelo de su madre, momento que yo aproveché para darle un abrazo a Zayn y girar la cabeza repetidas veces, con disimulo, para que supiera que las cosas seguían mal, que mi hermana no quería ver más allá de lo que había sucedido y se negaba a atender a los meses de felicidad absoluta que Scott se había encargado personalmente de brindarle. Zayn asintió, asumiendo una verdad tan inmensa que era imposible no verla.
               Tampoco es que Zayn fuera imbécil. Vio de sobra lo que sucedía y lo entendió a la perfección. Eleanor había elegido la película que menos le gustaba a Scott, con el tío que menos le gustaba a Scott, acurrucada como no había hecho con él, concediéndole a otro el deseo más anhelado de su hijo.
               Sher le acarició la cara a Scott después de un larguísimo abrazo en el que incluso podría haberse disculpado por haber sido tan dura con él. No es que creyera que no se lo mereciera, pero, después de ver hasta qué extremos estaba dispuesta a llegar mi hermana para hacerle daño a Scott, seguramente se sintiera mal por no poder estar ahí, apoyándole y dándole mimos.
               Zayn abrazó a Scott mientras Sher hacía lo mismo conmigo, pasándome las manos por los hombros como si fuera una niña pequeña. Me acarició la nuca y yo sentí que, por un momento, salía disparado en dirección a la luna. Me dio un beso en la mejilla y sus ojos chispearon.
               -Habéis estado genial.
               -Gracias, Sher.
               -¿Cómo os va todo?
               -Nos va-susurré, viendo cómo Scott se separaba del abrazo de su padre y asentía, un poco incómodo. Por encima de su hombro observé a Eleanor, abrazándose a mamá y diciendo que se lo había pasado genial esa semana. Puta mentirosa.
               -Con Eleanor, ¿igual?-preguntó Zayn. Scott lo miró de arriba abajo, perdonándole la vida y aquella pregunta tan estúpida.
               -No lo sé, papá, ¿a ti qué te parece?

jueves, 7 de septiembre de 2017

El héroe que necesitábamos.

-Pues sí-sonrió Scott, pellizcándole la mejilla, aprovechando que ahora no se podía revolver-, la verdad es que ya te hemos visto más feo. Te sienta bien esa barba de vagabundo indigente que te estás dejando-comentó, dándole una pequeña torta en la cara. Alec puso los ojos en blanco.
               -Oye, Al…-susurré, temiendo preguntar-, ¿sientes algo?
               Alec alzó las cejas.
               -No lo sé, Thomas, si me estás haciendo una paja, lo cierto es que deberías mejorar la técnica.
               -No le llames Thomas-protestó Scott.
               -Estoy convaleciente-replicó Alec.
               -Me refiero a que si te puedes mover, coño-espeté-. Le tengo cariño a Sabrae, no me gustaría que se follara a un tetrapléjico.
               Alec soltó un sonido parecido a una carcajada contenida.
               -No he probado aún. La verdad es que me cuesta un poco…-tragó saliva. Parecía cansado de repente. No, por favor. No-. ¿Puedes… levantar la sábana? Voy a ver si puedo mover los pies.
               Todos nos quedamos muy quietos mientras yo tiraba de la sábana hacia arriba, descubriendo sus pies. Tenía cortes y una venda en el mismo lado del cuerpo en que le habían escayolado el brazo. Alec hundió la cabeza en la almohada y tragó saliva, cerrando los ojos.
               Me acerqué instintivamente, queriendo confirmar que había visto una mínima vibración en sus dedos…
               … y, de repente, su pie salió disparado y me dio una patada en la mandíbula.
               -¡YO TE MATO!-bramé, saltando hacia atrás, mientras Alec se descojonaba en el sitio, poniéndose la escayola sobre la tripa y riendo sin parar. Los demás también se reían, incluso Scott había esbozado una sonrisa que intentaba disimular por todos los medios, por eso de que yo era rencoroso y no le dejaría disfrutar de una convivencia tranquila-. ¡Gilipollas de mierda! ¡Voy a decirles a las enfermeras que te inyecten eutanasia!
               -Me echarías de menos a rabiar si me muriera-acusó Al. Arqueé las cejas.
               -Puedo vivir perfectamente sin ti, muchas gracias.
               -Ah, pero T-se incorporó un poco e hizo una mueca. Todos nos inclinamos hacia él, estirando un brazo, prestos a ayudarle-. Estoy bien. Joder. Tranquilos. Os va a hacer falta otro sicario para quitarme de en medio. Reclamadle lo que le pagasteis al del coche, está claro que era un principiante.
               -Nos merecieron la pena las 20 libras por verte esa ridícula perillita-respondió Max. Alec
 levantó el brazo izquierdo, y, recordando de repente que lo tenía escayolado, hizo una mueca y alzó el derecho. Se mesó la barba como haría Albus Dumbledore.
               -Aún no me acostumbro a esta mierda-comentó, señalándose el brazo con la cabeza-. Los diestros sois gente muy rara, lo sabíais, ¿verdad?-inquirió, mirándonos a todos.
               -Sí, Al. Nos lo habrás dicho unas dos mil veces desde que te has despertado-sonrió Bey, balanceando sus larguísimas y tonificadas piernas en la cama de al lado. Tam sonrió, toqueteándose las trenzas.
               -El caso es que me gusta el estilo que me están dejando en el hospital. Me han abierto en canal pero no me han tocado la cara.
               -Uy, sí, menos mal, ¿eh? Que te han tenido que extirpar partes de pulmón, pero te han dejado la cara como antes-protestó Karlie. Alec giró la cabeza y la miró.
               -Para que te sientes a gusto en ella, nena.
               Karlie puso los ojos en blanco y le hizo un corte de manga.
               -¿Te imaginas, Al?-le pinchó Scott-. Si fueras feo, ya no follarías. Nadie se interesaría por ti. Adiós a tus memorias y a tu posible carrera como personaje literario; nadie escribe historias sobre alguien feo. Suerte que aún sigues siendo medio guapo-volvió a toquetearle la cara-, aún puedes protagonizar capítulos y seguir hinchándote a follar.
               -Estás llamando superficial a tu hermana, y tu hermana sabe kick-boxing-advirtió Al-, es un camino por el que ni yo me metería.
               -¿Está Sabrae aquí? Fíjate, Al. Te quiero yo más que ella.
               -Más que Sabrae, sólo me quiere mi madre-zanjó él, chulito. Esbozó una sonrisa, su sonrisa, la sonrisa de Fuckboy® y meneó las cejas-. Pero ya sé lo que te preocupa, S. Tranqui. Te daré sobrinos guapos, para compensar el desastre de jeto que tiene su tío.
               Scott se irguió.
               -Me caías mejor cuando estabas en coma.

lunes, 4 de septiembre de 2017

Habitación 238.

Me separé del abrazo de papá, el más incómodo que me había dado en toda mi vida, y me fui con Scott al fondo de la sala después de darle a mamá un beso. Me fulminó con la mirada, negó para sí con la cabeza y se dio la vuelta también, al encuentro de su marido, mientras yo salvaba la distancia con mi mejor amigo.
               -¿Te han dicho algo?-preguntó Scott, apretando los labios. Ni siquiera se mordisqueaba el piercing, eso era señal de que las cosas estaban fatal. Negué despacio con la cabeza.
               -En casa, sí-susurré-. Me echaron la bronca por… eso. No por las drogas. Casi parece que les dé igual.
               -Se metieron tanta mierda a nuestra edad-Scott se cruzó de brazos-, que, a su lado, nosotros no hemos hecho más que pasarnos con las chucherías con pica-pica.
               -¿A ti? ¿Te dijeron algo?-inquirí, mirándolo. Chad se abrazaba a sus padres y prometía que les llamaría en cuanto terminara la gala. Hoy no iban a pasar a la parte de detrás del escenario, nadie podía pasar.
               Nuestra actuación sería una sorpresa a comentar la semana que viene.
               Scott se revolvió, incómodo. Cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro.
               -Creí que mi padre aprovecharía para echarme en cara… todos estos años. Las veces que yo se lo eché en cara a él-me giré-. No ha sido así. Ha estado súper comprensivo, conmigo. Mi madre no me dirige la palabra.
               -¿De veras?
               -Apenas me ha dado un beso. O sea, cuando llegué a casa… después de hablar… con ella-no se atrevía a decir el nombre de mi hermana, probablemente lo considerara indigno de su boca-, ella no sabía qué me ocurría. Papá se dio cuenta al instante. Fue él quien se lo dijo, después de que yo se lo confirmara. Y mamá…-se estremeció-. Me miró de una forma… jamás la había visto mirarme así. Puso la misma cara que pone cuando sale una noticia de un hombre que mata a su mujer y a sus hijos en la televisión.
               -¿Y?-le animé. Scott tragó saliva, se relamió los labios.
               -Me dijo: “bueno, ahora a ver qué motivo encuentras para machacar a tu padre las veinticuatro horas del día; lo mejor de todo esto es que ahora eres incluso peor de lo que le considerabas a él. No se puede echar en cara cosas a la gente tan a ligera, Scott. Debería darte vergüenza” y yo me puse colorado, y ella asintió con la cabeza, y dijo: “¿ves cómo te sientes ahora? Así llevas haciendo sentir a tu padre cada vez que sacas el temita durante años. Se te tendría que caer la puta cara de la vergüenza”.
               -Dios-susurré. Scott asintió.
               -Si te soy sincero, me esperaba que me dijera algo así, pero no que fuera tan… despiadada.
               -Yo también me imaginé que te saldría con lo de Zayn. Pero tampoco creí que fuera a ser así.
               -Y habría sido peor. Oh, dios, habría sido mucho peor de no haberle dicho papá que era suficiente, que me quedaban unas horas en casa y no le parecía bien malgastarlas discutiendo. Es un tío legal, mi padre.
               -A mí siempre me lo pareció, S.
               -Sí, bueno, pero ahora que se ha confirmado que soy igual que él, pues… supongo que es cuando me lo tiene que parecer-se mordisqueó la cara interna de la mejilla y no dijo nada. Seguimos mirando a Layla y Chad despedirse de sus familias. Su tono se endureció de repente cuando inquirió:- ¿Sabes dónde está?

viernes, 1 de septiembre de 2017

La caída de Scott Malik.

-Dime que tú te acuerdas de lo que pasó-me pegué tanto a Tommy que sentí el calor de su cuerpo contra el mío-. Dime que yo no hice nada. Que estaba… no sé. ¿Mirando?-me pasé una mano por el pelo, anticipando la catástrofe.
               Tommy sacudió la cabeza.
               -Tengo flashes-me informó-. Pero en todos tú estás haciendo cosas, Scott. Además… míranos. Dormimos en bolas. Los cuatro. ¿Qué ibas a hacer tú desnudo en la cama con dos chicas, si no es…?-dejó la frase en el aire, inacabada, temiendo pronunciar su veredicto-. ¿Crucigramas?-dijo por fin tras una pausa, quitándole hierro al asunto. Pero a mí me costaba respirar. Negué con la cabeza.
               -No puede ser. No puede ser, tío. Tiene que ser puta coña. Yo nunca le haría eso a tu hermana-volví a toquetearme el pelo, frustrado. Ojalá me arrancara la cabeza a mí mismo. Sería mejor que lidiar con esta maldita situación.
               Me dolía todo el cuerpo, en parte por el malestar y el dolor de haber traicionado a Eleanor de una forma tan vil, y en parte por las agujetas producidas por aquella traición. Tenía la suerte de no recordar absolutamente nada, así que sólo me torturaría durante el resto de mi vida intentando adivinar qué era lo que había hecho mal, lamentándome de una acción que mi cuerpo había registrado solamente en sus músculos.
               ¿Cómo podía haberle hecho esto a la persona a la que yo más quería en el mundo? Después de todo el daño que me habían hecho, de las noches llorando por Ashley, de las madrugadas despierto pensando en qué había fallado, por qué no había sido suficiente… ahora había sido lo bastante gilipollas como para dejar que un par de drogas y copas de más me convirtieran en ella.
               Eleanor no se merecía aquel sufrimiento. No se merecía quedarse despierta de madrugada, imaginándome haciendo cosas mucho peores de las que yo había hecho (o, al menos, eso esperaba). No se merecía llorar hasta quedarse sin lágrimas, dormir sin descansar por pesadillas que la acecharían en las que yo estaría en su cama, con Zoe, con Diana, con las dos a la vez.
               -No puedes decírselo-me dijo Tommy, negando con la cabeza. Me puso una mano en el hombro que me ardió. Tampoco me lo merecía a él. No me merecía a nadie. Me merecía que me echaran a los lobos y grabaran cómo me descuartizaban sin piedad-. La matarás.
               -Tengo que hacerlo, T. tengo que hacerlo, tiene que saberlo, no puedo fingir que todo está bien. No con ella. No así-negué con la cabeza, sintiendo cómo las lágrimas escalaban a mis ojos. Tommy me susurró un dulce “ven aquí”, me cogió de la nuca y me estrechó contra sus brazos. Me acarició la espalda y me dejó desahogarme, llorar como un niño pequeño, exactamente igual que lo habíamos hecho la vez que descubrimos lo que era la infidelidad.
               Descubrí que me sentía peor ahora de lo que me había sentido jamás. Me pregunté si Ashley se habría sentido mal en algún momento. Se lo pregunté a Tommy, que negó despacio con la cabeza.
               -Ella no te quería, no como tú quieres a mi hermana.
               Se cuidó de decir su nombre porque no quería hacerme más daño; ojalá me hubiera parecido que era porque no me lo merecía.
               Cuando consiguió tranquilizarme, me dolía el pecho de tanto sollozar. Tommy me pasó una mano por el pelo y me dio un beso en la frente.
               -Ven. Vamos a desayunar, y pensamos qué hacemos, ¿te parece bien, S?