Empujé a un lado el trozo de queso que me quedaba y
continué escarbando, concentrada en la comida y en conseguir todos los ánimos
posibles para decirles lo que me llevaba rondando un tiempo la cabeza a mis
padres. Mamá y papá charlaban sobre un juicio que ella tenía y la intervención
del inicio del procedimiento, con la que papá siempre la ayudaba, mientras
Scott escondía disimuladamente el móvil debajo de la mesa para continuar
mandándose mensajes con su novia o sus amigos y Shasha se reía con los pobres
intentos de Duna de evitar a toda costa los trozos de espárrago repartidos de
forma estratégica por la ensalada.
-Es
que me parece que esa retórica es demasiado fuerte para esta jueza,
Zayn…-comentó mamá, metiéndose un trozo de queso en la boca.
-Nena,
si a ti te encanta ir a por todas. No entiendo qué tiene de malo que pongas tus
cartas sobre la mesa desde el minuto uno.
-Estoy
sola contra un equipo entero de abogados expertos en emisiones de gases
contaminantes.
-Tú
también eres experta en emisión de gases contaminantes.
-Yo
no tengo un equipo de químicos en plantilla como tienen ellos.
-Es
verdad; por eso será más excitante el momento en el que los pisotees-papá
esbozó una sonrisa y mamá dejó los cubiertos sobre el plato con un tintineo.
Scott dio un disimulado brinco y, del susto, casi tira el móvil al suelo.
-Zayn-contestó
mamá en el tono más parecido a un gimoteo que podía reproducir con nosotros
delante. Papá sonrió.
-Vale,
Sher. Si te pones así… puedo echarle otro vistazo al diccionario.
Mamá
le cogió la mano y le acarició los nudillos.
-Gracias,
amor-le plantó un beso en la mejilla y volvió a coger sus cubiertos mientras
papá sonreía para sí mismo, susurrando mentalmente un cariñoso lo que necesites.
Es el momento, Sabrae, me dije, sabedora
de que no encontraría un instante mejor. Así que decidí soltarlo sin más.
-Quiero
apuntarme a GAP.
Toda
mi familia se volvió para mirarme, y yo me descubrí agradeciendo a los dioses
los pigmentos de mi piel que escondían con más facilidad mi sonrojo. Aunque
dudo que a nadie se le escapara la forma en que mis mejillas comenzaron a arder
ante su escrutinio.
Scott
frunció el ceño, mordisqueándose el piercing; Shasha se me quedó mirando sin
entender; mis padres me observaron como si trataran de descifrar los
intrincados procesos mentales que me habían llevado a tomar esa decisión, y
Duna… bueno, Duna estaba masticando pan.
-¿Qué
es eso?-quiso saber, más agradecida de que alguien sacara a nuestros padres de
sus aburridas conversaciones profesionales que curiosa.
-No
hables con la boca llena, reina-instó mamá.
-Ejercicios
de alta intensidad-explicó Scott, que había visto a gente haciéndolos en el
gimnasio, mientras entraba con sus amigos a la cancha de baloncesto que tenían
reservada lunes, miércoles y jueves, de seis a siete.
Duna
estiró la cara y no dijo nada más, aburrida también de esta conversación que ni
siquiera había llegado a empezar.
-¿No
eres muy pequeñita para eso?-preguntó papá, y mamá se volvió hacia él.
-¡Zayn!-protestó,
preocupada de que me ofendiera o, incluso, entristeciera, el hecho de que yo me
había estancado en mi crecimiento y que Shasha ya midiera un centímetro más que
yo, a sus tiernos diez años y mis rebeldes doce.
-Sólo
lo digo-papá se encogió de hombros-. Es sin ánimo de ofender, ya lo sabe.
-Lo
sé-asentí, elocuente.
-Es
pequeña-reiteró papá, y mamá puso los ojos en blanco, y papá chasqueó la
lengua, molesto-, quiero decir, ¡Sherezade! Yo la miro y me dan ganas de
metérmela en los bolsillos de la camisa y llevármela a trabajar. Nos ha salido
en formato viaje en avión igual que Shasha nos ha salido respondona.
-¡Yo
no soy respondona! ¿Por qué siempre tenéis que meterme en las movidas con
Sabrae?
Ah,
sí. Se me había olvidado comentar que el umbral de estatura que Shasha había
traspasado y al que yo me había quedado a las puertas era también el umbral de
estatura en el que los Malik nos volvíamos gilipollas. Yo no iba a pasar la
edad del pavo; a cambio, a Shasha se le estaba adelantando.
-Sí
que eres respondona-se burló Scott-. Y una picada.
-Tú
sí que eres un picado, ¿cuántas veces te has salido esta semana del grupo con
tus amigos?
-Sólo
seis-informó Scott, inalterable, pinchando un trozo de espárrago.
-Estamos
a lunes-le recordó Shasha.
-Es
que lo estoy dejando-Scott le dedicó una amplia sonrisa.
-Sólo
quería informaros-comenté, encogiéndome de hombros y pinchando un trozo de
queso de cabra, rebañándolo en vinagre de Módena y acercándomelo a la boca-.
Para que no os preocupéis cuando empiece a salir por las tardes en un horario
no lectivo, pero sí de clases extraescolares.
Mis
padres se miraron.
-Ya
habla…-empezó mamá.
-No-sentenció
papá, y yo me lo quedé mirando, con la boca abierta. ¿Qué? ¿Cómo que no? Pero
si era el deporte que más me convenía. Era el pensado específicamente para lo
que yo necesitaba en estos momentos, y parecía tener beneficios en un período
muy corto de tiempo, ¡eran todo ventajas!
-Pero…
-He
dicho que no, y ya está-zanjó él, y yo me puse de morros automáticamente.
-¿Ni
siquiera me vas a dar una razón?
-¿Qué
te crees que es esto, señorita? ¿Un juicio? Yo no soy tu madre y tú no eres un
juez; no tengo por qué darte explicaciones. No vas a hacer GAP, y punto.
-¡Menuda
dictadura!
-Mucho
has tardado en darte cuenta.
-¡No
tienes derecho!-me rebelé.
-¡Tengo
todo el derecho del mundo, Sabrae! ¡Yo soy tu padre!-ladró papá, y yo pegué la
espalda en el asiento con un firme golpe. Estaba a punto de contestar alguna
bordería que me granjearía, seguro, un castigo, cuando Duna espetó:
-Como
Anakin Skywalker.
Scott
se echó a reír y me dieron ganas de arrancarle el piercing a bofetadas. Estaba
convencida de que había usado esa frase de Duna como excusa para reírse de que
no me hubieran concedido mi deseo.
Le
lancé una mirada envenenada y él comenzó a reírse más fuerte y con más ganas.
Shasha también sonrió, pero fue lo bastante lista como para no hacer nada más.
Sí, tú ríete, pensé,
fulminando con la mirada a Scott, a ver
si te hace la misma gracia cuando les cuente a papá y mamá que aprovechas las
noches que salen de noche para venir a casa con Ashley y sobarle las tetas en
el sofá.
-Así
me estoy poniendo, si no me dejáis hacer deporte-espeté-, gorda como una
ballena.
-Las
ballenas molan-contestó Duna.
-Llevas
gorda toda la vida, Sabrae-soltó Scott, y mamá lo atravesó con sus ojos
verdosos.
-Ya
me parecía a mí-replicó papá, mirando a mi hermano-, que aquella vez en que te
me caíste de los brazos tenía que dejarte secuelas cerebrales.
Scott
se quedó callado de repente.
-Pídele
perdón a tu hermana-ordenó mamá.
-Estar
gorda no es algo malo; tú misma lo dices.
-¡Por
faltarle al respeto!
-¡¿Qué
coño os pasa hoy?!-estalló nuestro padre, y Scott, Shasha, Duna y yo dimos un
brinco-. ¿Con qué autoridad os creéis para hablarnos así?
-Lo
siento, Saab-susurró Scott, y la sinceridad de sus ojos denotó que lo decía de
corazón.
-Perdón-balé
yo, y mis padres asintieron con la cabeza. Terminamos la comida en silencio y
cada uno se fue a su habitación. Escuché pasos en dirección a la mía, dos pies
se detuvieron a la puerta, así que me apresuré a cerrar las ventanas con vídeos
e imágenes en movimiento de entrenamientos de GAP caseros antes de asentir
entre dientes a la tímida llamada con los nudillos en mi puerta.
Mamá
asomó la cabeza por ella y me miró.
-¿Puedo
pasar?-por toda respuesta, cerré la tapa del portátil y me froté los ojos
mientras se acercaba a mí y se sentaba al borde de la cama-. ¿Qué ha sido lo de
antes?
Me
encogí de hombros, avergonzada. Mentiría si dijera que mi trabajo de
investigación apresurado me había sido útil. Apenas había podido concentrarme
en los artículos y los vídeos habían servido de banda sonora desenfocada para
mi repaso mental de la conversación. Sí que me había pasado con mis padres, me
había pasado bastante, más de lo que
estaba dispuesta a admitir en voz alta.
-Papá
ha estado muy borde conmigo-dije, sin embargo, porque era una Malik pero, sobre
todo, estaba entrando en la adolescencia y mi orgullo crecía a cada segundo que
pasaba.
Mamá
alzó las cejas, sorprendida y quizás un poco decepcionada con mi salida en
banda.
-Tú
tampoco es que hayas sido un ejemplo de diplomacia, Sabrae.
-Pero,
¡es que no me ha dado opción a explicarme!-me crucé de brazos y fruncí el ceño.
-Sabrae,
a ver…que vengas a decirnos qué quieres hacer una cosa, y que sólo nos “estás
informando”-hizo el gesto de las comillas con los dedos, e incluso puso los
ojos en blanco un microsegundo-, nada más, es bastante prepotente y no deberías
hacerlo.
Procuré
evitar mirarla, pero la presión de sus ojos sobre mi cara hizo que levantara la
cabeza, a pesar de que sabía que me dolería la expresión que me encontraría en
su rostro.
-No
lo has hecho bien.
-Lo
sé.
-Tenemos
confianza con vosotros para que no dudéis un segundo en pedirnos ayuda cuando
lo necesitéis y en compartir todo lo que os apetezca y más. Papá y yo creemos
que es mejor así-se apartó un mechón de pelo detrás de la oreja y miró el dedo
con el que lo había hecho-, que mejor que estemos unidos para ser más felices.
Pero… que tengamos confianza no significa que no nos debáis respeto. Tú, Scott,
Shasha y Duna. Sigo siendo tu madre, Sabrae-me recordó en tono de regañina.
-Lo
sé-respondí.
-Lo
cual hace que tengas que tener unas consideraciones cuando tratas conmigo que
no tienes con tus amigas, aunque estemos hablando de lo mismo.
-Sí-cedí,
y mamá me cogió la mano.
-Vale,
ahora que hemos aclarado esto… ¿quieres que hablemos de algo?
Me
encogí de hombros, notando un nudo en el estómago y en la garganta que subía la
temperatura de mis entrañas como si en mi interior se estuviera creando un
volcán.
-Simplemente
quiero…-me quedé callada, pero mamá comprendió. Suspiró, se acomodó en la cama
y asintió con la cabeza.
-Temía
que llegara este día-murmuró.
-Necesito
hacer ejercicio.
-Eso
no es verdad, Sabrae.
-Mamá,
me estoy poniendo gordita.
-No
estás gordita-respondió ella, negando
con la cabeza-, ¡estás genial! ¿Por qué dices eso?
Me
limpié una lágrima que estaba abriendo el camino por mis mejillas para las
demás y me incliné hacia mi móvil. No se me escapó la mueca que hizo mamá
cuando lo desbloqueé y me metí en Instagram, tecleé el nombre de usuario de
Hugo y le mostré una foto que había subido la semana pasada durante una
escapada de fin de semana que habían hecho sus padres.
No
conocía a esa chica, sólo sabía que le tenía mucha envidia no sólo porque estaba
con él y por la sonrisa que ponía en su cara, sino por la forma en que sus
piernas se separaban por los muslos, lo bien que le quedaban los pantalones
cortos en la campiña italiana y la forma en que el top que llevaba puesto no se
le ceñía a la piel y le hacía parecer un chorizo, sino, más bien, una muñequita
de edición limitada, Barbie se va a
Italia.
Le
entregué el teléfono a mamá, que examinó la pantalla en silencio, sin atreverse
a decir nada. Finalmente, cuando vio que yo no abría la boca, se animó a
preguntar:
-¿Es
su nueva…?
Me
encogí de hombros, al borde del llanto. No lo sabía. No sabía qué me había
pasado con Hugo, sólo sabía que, de la noche a la mañana, había dejado que mis
dudas se interpusieran entre nosotros y lo habíamos dejado en buenos términos.
Se suponía que las cosas seguirían como hasta entonces, que seríamos amigos.
Pero
dolía. Dolía porque le echaba de menos, y las suposiciones se habían convertido
en mentira. Hacía más de cinco días que no hablaba con él cuando subió aquella
foto.
Nuestra
única interacción había sido el doble toque que había dado sobre la imagen
acompañado de un tercero, encima del corazón, para que a él le saliera la
notificación de que me había gustado la imagen y pensara que me alegrara por
él, pero sin tener la fotografía en la sección de “publicaciones que te han
gustado”.
-No
me habías dicho nada-comentó en tono dulce, consolador. Me entregó el teléfono
y yo lo dejé sobre el colchón, a mi lado-. Cariño…
-Estoy
bien. Fui yo la que cortó-me limpié las lágrimas y me aparté el pelo de la
cara-. Y ahora me arrepiento, pero está claro que estando con ella-señalé el teléfono-, no va a querer
nada conmigo.
-Mi
niña, esto no es una competición-mamá me acarició el hombro-. Además, tú nunca
ganarás nada-me confió, y yo la miré, estupefacta. ¿Se suponía que eso era lo
que nos decían las madres en estas ocasiones? Yo pensaba que tenía que decirme
que era mil veces mejor que esa chica, que conseguiría al chico que quisiera y
que nadie me quitaría…-, porque cada mujer tiene su cuerpo, y su forma, y si te
estás comparando con las demás constantemente para verte guapa, jamás te darás
cuenta de lo preciosa que eres.
-Pero…
es que… mis piernas…
-Tus
piernas están bien. Son preciosas. Las de una señorita-me acarició la rodilla.
-Mis
muslos… se rozan.
-Tus
muslos se rozan porque son muy amigos y no pueden vivir el uno sin el
otro-respondió mamá, elocuente-. Como Scott y Tommy. Es un poco así.
-Pero
mamá… es que… que me digas esto tú…
-¿Qué?
-Que
tú eres perfecta. O sea… mírate. Mira tu cintura-la señalé y mamá se llevó las
manos a ella, acariciándosela.
-Yo
tengo mi cintura, sí, ¿y qué? ¿Sabes lo que habría dado a tu edad por tener los
pechos y el culo respingón que tienes tú? Tienes que quererte, Sabrae. No
tienes otro cuerpo, más te vale empezar a vivir a gusto en él.
-Ahí
te equivocas, mamá-contesté-. Tengo ese derecho, pero si no me gusta mi cuerpo,
¿no tengo derecho a cambiarlo, igual que cambio el fondo de pantalla del
teléfono cuando me canso de él?
Mamá
esbozó una débil sonrisa, orgullosa de que fuera capaz de rebatirla aun cuando
trataba de consolarme. La estoy enseñando
bien, pensó, si se cuestiona y
reflexiona sobre todo lo que le dicen, incluso sobre lo que le digo yo.
-Si
cambias el fondo porque te cansas, no te arrepentirás-respondió-; pero si lo
haces por gustarle a alguien, vas a estar todo el rato echándolo de menos.
Puse
los ojos en blanco y me mordí la lengua, en un clarísimo sí, claro, no verbal.
-Mira,
mi amor-mamá me tomó de la mandíbula para obligarme a mirarla-. Respeto
totalmente que quieras mejorarte, pero permíteme un consejo: hazlo por gustarte
a ti y no a los demás. Chicos hay a patadas, y no necesitas cambiar para ser
perfecta y encajar con uno cuando puedes
ser tú misma y ser genial para muchos otros. ¿Lo entiendes, mi amor?
-Sí-susurré.
-Hacer
deporte es muy sano, no sólo para tu cuerpo, sino también para tu mente. Me
parece genial que quieras empezar a hacer ejercicio, pero no lo hagas por un
chico, por Hugo, o por quien sea… porque si empiezas por otra persona,
terminarás dejándolo, y eso no está bien. Hay que ser constante con las cosas
que nos hacen bien, ¿vale?
-Vale.
Pero… ¿por qué GAP no?
-Es
demasiado duro.
-Pero
a mí me gusta, mamá-rezongué, y mamá puso los ojos en blanco.
-Será
malo para ti; aún no estás del todo desarrollada.
Volví
a poner los ojos en blanco mientras mamá meditaba.
-¿Qué
te parece yoga?
-No
me gusta yoga. Es demasiado aburrido.
Mamá
se mordió el labio, pensativa.
-Y
lento-añadí-. Tardas mucho en hacer progresos. Y yo sólo quiero gustarle.
Mamá
clavó los ojos en mí.
-Si
no lo recupero, ¡me moriré, mamá!
-Sabrae
Gugulethu Malik-escupió mamá, poniendo la espalda rígida-. Se acabó ver Keeping up with the Kardashians. ¿Te he
criado yo para que seas así de melodramática y digas esas tonterías?
-No…-me
miré las manos.
-Si
vas a preocuparte por recuperar algo, preocúpate por el leopardo de las
nieves-se cruzó de brazos-. Hombres hay a montones; son, literalmente, una
plaga. Y te lo digo con conocimiento de causa, que me he casado con uno y he
parido a otro-puso los ojos en blanco y yo me eché a reír-. ¿Son importantes?
No como el leopardo de las nieves. De esos hay menos de 500. Hombres hay como…
3 mil millones. Echa cuentas.
Me
eché a reír y ella esbozó una sonrisa.
-¿Por
qué se terminó?
-Ni
yo lo sé, mami. Le dejé yo, pues… no sé muy bien por qué. No teníamos la magia
que tenéis tú o papá o ese brillito especial de las pelis o los libros.
-Que
no tengas amor como el de los libros u otras personas no significa que eso no
sea amor, Saab-respondió mamá, acariciándome el mentón-. Además, no deberías
hacer lo contrario de lo que deseas. Si quieres que alguien haga algo por ti,
se lo pides. Si quieres que se quede a tu lado, se lo pides. No debes apararlo,
mi niña. Tienes que decir qué es lo que quieres, la gente no está dentro de tu
cabecita para saber que cuando dices A en realidad quieres decir B-me dio un
beso en la frente-. Si no quieres que te decepcionen y luego sentirte mal tú,
tienes que ser sincera. En eso se basa en una relación, en tenerla confianza
suficiente como para ser sincera y que no pase absolutamente nada.
-Me
va a mandar a la mierda si ahora le digo que quiero volver.
-El
no ya lo tienes, nena.
-No
quiero que Hugo me mande a la mierda-confesé, abatida-. Sólo espero que esto
sea un bache, que… podamos volver a ser amigos. Necesitamos tiempo para que las
cosas se enfríen.
-Eso,
lo comprendo-sonrió con dulzura y eso desató recuerdos en mí. Su dulzura era la
misma que la de Hugo cuando quedábamos y yo aparecía cinco minutos antes, sólo
para ver que él había llegado diez antes de la hora a la que habíamos quedado.
Me
acarició el pelo de la misma forma en que lo hacía él cuando nos deteníamos y
nos quedábamos mirando, hundiendo los dedos en mis rizos, paseando su piel por
mi melena y sonriendo al decirme que el pelo me olía a vainilla, que le
encantaba la vainilla (y por eso yo le había regalado velas de vainilla el día
que cumplimos un mes, que siempre encendía cuando yo iba a su casa y nos poníamos
a ver una película), que le encantaba mi forma de sonreír igual que a mí me
encantaba su forma de sonreír y la forma de sonreír de mi madre, su mirada
distraída mientras pensaba en su juventud y en la intensidad con la que había
sentido sus primeras veces, deseando que las mías fueran igual de importantes y
hermosas.
-Es
que… me da mucho miedo que las cosas entre nosotros cambien, mamá-me lamenté,
recordando los nervios en el estómago cuando quedaba con él, esa ilusión que ya
no sentía cuando se acercaba el fin de semana porque eso supondría poder
vernos, cogernos de las manos mientras íbamos a algún sitio o simplemente ir al
parque a darnos besos hasta separarnos por lo mucho que se nos aceleraba la
respiración. No entendía por qué había renunciado a todo eso, aunque una parte
de mí sabía que lo estaba glorificando como se hace con todo el pasado. Al
igual que la infancia es siempre más bonita y feliz una vez ya no eres un niño,
el primer amor es más inocente y perfecto cuando te han roto el corazón y sabes
hasta qué punto puede llegar a doler-. Pero le echo tanto de menos…-gemí, y
noté cómo mis ojos volvían a desbordarse como las presas en primavera, cuando
la nieve de las montañas comienza a derretirse.
Mamá
sonrió, se acercó a mí y me acunó contra su pecho, dejándome un instante de
seguridad y un rayo de esperanza atravesando los nubarrones de la tormenta.
-Lo
sé, cariño.
-Y
echo de menos las cosas que hacía conmigo-añadí-, los mimos que me daba...
-Te
los damos también en casa, mi nena-respondió ella, acariciándome el pelo de esa
manera tan única en la que sólo puede hacerlo tu madre.
-Sí,
bueno-me limpié una lágrima con el dorso de la mano-. Algunos no me los podéis
dar.
Escuché
la sonrisa de mamá en la forma en que expulsó el aire de sus pulmones.
-Pero
esos te los puedes dar tú-contestó, y yo ni siquiera pensé en la trascendencia
de sus palabras, simplemente respondí como una leona que defiende a sus
cachorros:
-Es
que no es lo mismo.
-¿En
qué sentido?
Me
encogí de hombros. Lo había intentado; no a lo que mi madre se refería, pero sí
había cerrado los ojos alguna noche y había recorrido mi cuerpo, respetando
aquel espacio de intimidad que siempre guardaba Hugo, de la misma manera en que
había hecho él. Había bajado la mano desde mi boca a mis pechos, la había
pasado por la cintura e incluso me había cogido el culo, pero no dejaba de
sentir la presión de mi cuerpo en mis manos en lugar de sentir las caricias de
mis manos en mi piel.
-No
me gustan igual. Él me tocaba de una manera…
Volví
a encogerme de hombros, pero mamá no me hizo sentir estúpida por no saber
explicarme.
-Sé a
qué te refieres. Yo también echo de menos a papá cuando estamos muchos días
separados.
-Es
como si… echara de menos… cómo era yo cuando estaba con él.
-Añoras
sentirte querida, mi amor. Es lo más normal del mundo. A veces necesitamos que
otra persona nos toque para darnos cuenta de que tenemos cuerpo.
Asentí
con la cabeza, de repente terriblemente mimosa, y me pegué un poco más a mamá,
que me abrazó con más fuerza y me acarició la espalda con los pulgares mientras
yo respiraba el aroma de su melena.
-Te
diré lo que haremos-dijo por fin, después de unos cuantos latidos de corazón en
silencio que me supieron a gloria, tanto física como emocionalmente-. Mañana,
me cojo la tarde libre en el despacho, y nos vamos a los gimnasios de la zona,
y vemos qué te interesa, ¿te parece bien?
Me
asomé por entre sus brazos y las puntas
de su pelo.
-Sí-balé,
y ella me dio un beso en la cabeza.
-Ahora
tengo que ir a trabajar, nena. ¿Por qué no bajas a ver la televisión en el
salón?
Asentí,
leyendo entre líneas. Mamá quería que bajara a hacer las paces con papá, y eso
haría.
Me lo
encontré tirado de mala manera en el sofá, con una sudadera ancha y pantalones
de chándal, de esos que se ponía cuando había decidido que no haría
absolutamente nada más relacionado con su trabajo en el instituto. Se dedicaría
a holgazanear toda la tarde, quizás compusiera, quizás leyera, quizás dibujara
en la pared libre de la habitación de los grafitis… o quizás se pasaría la
tarde mirando la televisión sin verla realmente, a la espera de que llegara la
hora de preparar la cena y luego meterse en la cama al lado del cuerpo cálido
de mamá.
Sus
ojos se desviaron hacia mí un segundo antes de volver de nuevo hacia la
televisión. Estaban dando una noticia sobre una raza de cetáceos que se
mantenía al borde de la extinción desde mediados del siglo pasado, pero cuya
población, había comenzado a crecer con los programas de protección del
gobierno mexicano puestos en marcha en 2018.
-Me
hacen gracia sus nombres-comenté, intentando romper el hielo, observando la
cara de las vaquitas rescatadas y llevadas a un centro de conservación y
reproducción cercano a la frontera con Estados Unidos. Papá asintió con un bufido
y no dijo nada. Me senté a su lado en el sofá y me acurruqué contra él.
-Estoy
enfadado contigo, Sabrae-informó en tono de reproche al ver mis intentos de
entablar sesión de carantoñas. Respondí acercándome todavía más a su cuerpo. Me
abracé a su cintura y él se revolvió.
Si
papá fuera un superhéroe (y, cuando abría la boca en algún concierto, eso te
parecía), tendría cinco puntos débiles claramente definidos: mamá, Scott,
Shasha, Duna, y yo.
Aunque
yo era la kriptonita más potente.
-Perdón-ronroneé,
apoyando la cabeza en su hombro y pasándole el brazo por la tripa. No se
revolvió. Cómo se notaba que yo era su punto más débil.
Le di
un beso en la mejilla y él me miró.
-Perdón,
¿qué?
-Perdón,
papá-me hice de rogar e hinché los carrillos, a lo que él respondió riéndose
entre dientes, negando con la cabeza y suspirando, volviendo la vista de nuevo
a la televisión.
Le
cogí la cara y le obligué a mirarme.
-Porfa,
papi-volví a ronronear, melosa, y él
se rió, asintió con la cabeza, me pasó una mano por la cintura y me acercó
todavía más, si cabe, a él.
-Ahora
sí-asintió, satisfecho.
-Yas, Zaddy-contesté, sacándole la
lengua, y él alzó las cejas.
-¡Pero
bueno! ¡A ver si te tengo que mandar a las fans para que te domestiquen!
Solté
una risita entre dientes y le mordisqueé la mejilla para finalizar con un buen
lametón. Papá puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
-El
día que tengas hijos, los pobres no van a dejar que se les acerque nadie.
-¿Por
qué?
-Atosigas
a la gente, Sabrae.
-A ti
te gusta-respondí, y él no dijo nada. Sólo sonrió. Así que le volví a dar otro
lengüetazo, hasta que él se echó a reír y se limpió con la manga de la
sudadera.
-Vamos
a obviar este comportamiento tuyo delante de tu madre, ¿eh?
-¿Por
qué? ¿Le da asco?
-¿Asco?
Ella hace cosas peores-papá esbozó una sonrisa siniestra-. No, sólo se pone
celosa.
Nos
quedamos juntos toda la tarde, como si necesitáramos reequilibrar nuestra
relación después de la discusión. Llegó la hora de preparar la cena y mamá bajó
las escaleras, pero sonrió y dio la vuelta cuando nos vio a los dos acurrucados
aún en el sofá, levantó la mano por encima de su cabeza, agitándola, y preguntó
si hoy la preparábamos nosotros, parejita.
Fue
cenando cuando mamá expuso a los demás nuestros planes, y Scott, que se había
pasado la tarde encerrado en su habitación, hablando con Tommy por Skype y con
su novia por teléfono, decidió que yo era de su incumbencia y mi físico tenía
que entrar en la esfera de sus preocupaciones con un:
-¿Y
por qué no te apuntas a baile?
-Porque
quiero hacer deporte.
-Querrás
hacer actividad física, no un
deporte-Scott se encogió de hombros, y yo estaba a punto de responderle que se
hiciera el listillo conmigo cuando mamá me atajó:
-¿Le
habrías dicho eso a tu hermana si fuera un chico, Scott? Porque nos lo dejó
bastante claro por la mañana.
-Clarísimo-bufó
Shasha.
-Sólo
digo que Eleanor y Mary están muy contentas.
-Eleanor
no hace más que quejarse de sus pies.
-Eleanor
tiene unos pies muy bonitos-espetó Scott, y todos nos lo quedamos mirando-.
Quiero decir… no es que se los mire, ni nada. Pero los tiene bonitos.
-Ya-contestó
mamá.
-Me
recuerdan a los de una geisha.
-Que
sabrás tú de cómo tienen los pies las geishas, Scott.
-Señora-se
revolvió Scott-, un respeto, que vi Memorias
de una geisha.
-Tommy dice que te dormiste a
los diez minutos-respondió Shasha.
-Tommy
cree que soy capaz de dormir con los ojos abiertos. La mitad de las veces que
me “duermo” viendo una película, tengo catarro y él piensa que estoy roncando.
-Me
refiero-intervine yo-, a que les duelen los pies.
-No
hablo de baile en el sentido de que te pongas a dar saltitos sobre la punta de
tus pies-Scott negó con la cabeza-. Bey y Tam van a baile y no hacen esas
cosas. Te pegaría ir con ellas a baile contemporáneo. Podrías pasártelo bien en
baile, ir con Amoke…
-Amoke
está que no vive con Nathan-respondí, hiriente, y un poco molesta por el hecho
de que Amoke quedara con casi tres semanas de antelación con su novio, de
manera que era imposible salir con ella sin llevarlo a él enganchado de su
brazo, como si fuera un bolso.
Siempre
me aseguraba que podía cancelar sus planes con él si me apetecía pasar una
tarde de chicas, pero yo me sentiría fatal si lo hiciera. Así que nos tocaba
mordernos un poco la lengua y disimular lo cohibidas que nos sentíamos cuando
él venía con nosotras, porque por mucho que fuera su novio, seguía siendo
alguien de fuera de nuestro círculo.
No me
apetecía que, encima, me viera sudando y roja por el esfuerzo. Por ahí ya no
iba a pasar.
-Mira,
como tu hermano con Ashley-se burló papá, y Scott le lanzó una mirada
envenenada-. ¿Acaso es mentira, chaval?
-Para
dos chicos que hay en esta casa, y siempre tenéis que estar como el perro y el
gato-rió mamá.
-Los
que se pelean se desean-cacareó Duna, escondiendo una sonrisa tras su manita.
Scott sonrió también.
-Sí,
Dun, yo me duermo todas las noches pensando en papá.
-No
me extraña, con lo espectacular que es mi cara-papá se encogió de hombros y
todos nos echamos a reír.
Me
pasé nerviosa toda la mañana siguiente, como anticipando lo que sabía que al
final iba a suceder. Les hablé de mis amigas de mis intenciones de ir con mi
madre visitando los gimnasios de la zona, comparando precios, instalaciones y
programas de ejercicio, sólo para encontrarme con cejas arqueadas que ya sabían
lo que se nos venía encima.
Taïssa
dijo que a ella también le interesaba empezar a hacer ejercicio, pero todavía
no había encontrado nada que le llamara la atención. Insistió en que nos
apuntáramos a zumba o algo por el estilo pero yo me negué en redondo; no quería
música, no quería sentir que tenía un hobby, sino que verdaderamente estaba ejercitándome. Mamá había hablado de esa
calma mental que te da el saber que estás esforzándote para llegar a un
objetivo, y yo quería experimentar la misma sensación de triunfo que saboreaba
ella cuando por fin perfeccionaba una postura de yoga particularmente difícil
que le había llevado varios meses pulir.
No
quería apuntarme a nada que tuviera que ver con baile por la sencilla razón de
que no supondría un reto para mí. Y puede que a mi hermano le gustara ser bueno
en algo sin necesidad de aplicarse, pero yo necesitaba tener algo con lo que
romperme la cabeza, un muro que escalar, no una puerta que abrir.
La
tarde fue muy frustrante, y casi me dieron ganas de tirar la toalla. Cuando
llegamos a casa, nos encontramos con tortilla de zanahoria y champiñones que
devoré con ganas a pesar de mi nudo en el estómago. Decidida a que me tomaran
más en serio de lo que se suele tomar a una niña de doce años, me puse unos
leggings, los playeros de hacer gimnasia en el instituto, una camiseta de
tirantes bajo una sudadera azul claro y me recogí el pelo en una coleta alta.
Era
una guerrera que se preparaba para salir al campo de batalla, y sabía que el
ritual en el que te pintas y te reúnes con tu equipo antes de ir a la guerra
era tan importante, o incluso más, que la forma en que te desenvolvías.
Sin
saberlo, estaba pasando una prueba. Cuando bajé las escaleras y me encontré a
mamá con un atuendo parecido al mío, el pelo recogido en una trenza y sin una
gota de maquillaje, como si ella estuviera dispuesta también a probar las
instalaciones, me sonrió con aprobación y yo sentí que el nudo de mi estómago
se aflojaba.
Todo
para que luego empezara a enredarse más y más.
Había
sacado de internet una lista con siete gimnasios que parecían interesantes,
todos diferentes pero con algo en común: ofrecían un programa de GAP al que yo
podría apuntarme en secreto (no había renunciado a mis ambiciones del todo)
cuando mamá me ayudara a escoger el elegido.
El
problema era que todos tenían pegas tan gordas que ni siquiera yo podía
convencerme de que merecería la pena. Desde programas muy estrictos que no eran
compatibles con mi horario a instalaciones hechas un asco, pasando por gente
que nos miraba de arriba abajo (a mí, pensando qué hace aquí esta mocosa; a mamá, sopesando los años que podrían
caerles si trataban de forzarla y decidiendo si les compensaba), no había ninguno en el que me apeteciera pasarme
siquiera cinco minutos cada dos meses.
Y
quería hacer tres horas de ejercicio a la semana.
Cuando
salimos del último yo caminaba arrastrando los pies, y sentía la espalda de la
camiseta mojada y pegada a mi piel de una forma muy incómoda que me frustró
todavía más. Precisamente de eso quería
librarme, de no aguantar prácticamente nada sin sudar por culpa de mi pésima
forma física. No era por mi cuerpo (que también, aunque, francamente, podría
estar muchísimo peor de lo que estaba), sino por mi poco aguante, que tan
humillante llegaba a resultarme.
Iba
arrastrando los pies, con una mueca en la boca, los ojos fijos en mis playeros
de colores mientras mamá caminaba a mi lado, examinando su teléfono, en el que
había puesto un filtro de gimnasios disponibles por la zona.
-Puedes
ir a caminar por el vecindario con tus amigas.
-Caminar
es aburrido-respondí, dándole una patada a un guijarro que se me puso a tiro-.
¿Qué tal correr?
-No
vas a ir a correr. Puedes lesionarte.
Chasqueé
la lengua, aunque mi oferta no iba en serio. En el fondo, correr me parecía
casi tan aburrido como caminar; la diferencia estaba en que, por lo menos,
cuando corrías parecía que estabas haciendo algo y no tenías pinta de lerdo.
-Pues
tengo que hacer algo, mamá. Mira, si apenas aguanto un paseíto de nada-señalé
mis axilas y mi espalda, y mamá chasqueó la lengua.
-Llevamos
horas yendo de un lado para otro, Sabrae, ¿crees que yo no me he cansado?
-No
tanto como yo-contesté, desanimada.
-Quizás
lo mejor sea que lo dejemos para otro día-meditó mi madre, y yo suspiré y
asentí con la cabeza. No abrí la boca más. No hasta que nos cruzamos con un
grupo de chicos que llevaban un balón de baloncesto entre todos, compartiendo
su posesión con pases rápidos y ágiles, llenando la calle de gritos y risas y
pullas cuando a alguno de los componentes del equipo se le pasaba. Mamá se
detuvo un momento, se tocó la barbilla, pensativa, y se volvió hacia mí.
-¿Y
qué te parece el gimnasio de tu hermano?-preguntó, ajena totalmente a la razón
de que yo no lo hubiera incluido en nuestro itinerario.
Simplemente,
no podía ir al mismo gimnasio que Scott si quería hacer GAP. Las posibilidades
de que mi hermano me pillara y se lo contara a nuestros padres eran demasiado
altas, y yo no podía arriesgarme.
Pero,
a estas alturas de la película, yo estaba tan triste que, si me hubiera dicho
de ir a jugar al baloncesto con Scott, a pesar de mi estatura y de que sus
amigos me caían mal (no todos –bueno, vale, sólo Alec, pero Alec siempre estaba
en las partidas–), le habría dicho que sí.
-Está
bien-cedí, dócil como un corderito y tratando de convencer a mi alicaído
espíritu de que ir con Scott al gimnasio tampoco estaría tan mal, así podría
acompañarme cuando se hiciera de noche.
Atravesamos
las puertas automáticas y nos dirigimos a recepción. Una chica de brazos
tonificados y pierdas estilizadas pero musculosas rodeó la media luna que hacía las veces de barrera para los foráneos
y se sentó en el sillón de oficina, que exhaló un suave “puf” al hundirse por
el peso de su cuerpo.
-Bienvenidas,
¿venís a haceros socias?-preguntó con una sonrisa blanca como la nieve. En
serio, aquella sonrisa era blanquísima. Seguro que se ahorraba muchísimo en las
facturas de la luz. Emitía luz propia. Podría leer en una noche nublada con
sólo mostrarle sus dientes al libro.
-Estamos
buscando algo para ella-explicó mamá, señalándome con la cabeza. La chica se
volvió hacia mí y disimuló a la perfección su ceño de sorpresa.
-¿Qué
edad tienes, corazón?
-Doce-intenté
no empequeñecerme al reconocerlo, pero no me salió del todo bien.
-De
acuerdo, pues mira…-sacó un folleto de dios sabía dónde, lo desdobló y nos lo
tendió-. Tenemos actividades infantiles que son muy interesan…
-No
quiero actividades infantiles-la corté-. Tengo doce años, no seis.
-En
las actividades infantiles la franja de edad llega a los catorce-explicó la
chica. Torcí la boca y ella se lo tomó como un rechazo de pleno-. De acuerdo,
nada de juegos y esas cosas. Bien, podrías apuntarte a natación, entras en la
edad del grupo de competición…
-Tampoco
quiero natación.
-Es
mucha lata-comentó mamá-. Tiene mucho pelo.
-Así
es-contesté, cogiéndome la coleta y mostrándole la forma en que me caían los
rizos por la espalda. La chica pestañeó.
-Ya,
bueno, en realidad, tampoco tenemos mucho más que ofrecerte a estas alturas.
Todos los equipos están cerrados, si quisieras pasar a baloncesto, o voleibol,
tendrías que esperar hasta el año que viene. No obstante, tenemos un grupo de fitness en el que te lo podrías pasar
genial. Hacen aeróbic con step los
martes y zumba los jueves.
-¿Sherezade?-preguntó
alguien a nuestro costado, y mamá y yo nos volvimos como resortes.
Delante
de nosotros se materializó el tío más cachas que había visto en toda mi vida.
Tenía unos brazos que bien podrían partirme el cráneo como si fueran un
cascanueces. Era totalmente intimidante salvo por una cosa: la calidez que
desprendían sus ojos azul claro, encuadrados en unas pestañas tan largas que,
si aleteara deprisa, podría echar a volar.
Me
fliparon sus pestañas. Mira que estaba acostumbrada a hombres con pestañas
larguísimas, pero las de éste eran otro nivel.
-Ya
me ocupo yo, Alexis.
-Todas
tuyas, Sergei-contestó la chica, alzando las manos y sonriendo con calidez, más
contenta de que nos fuéramos y pasáramos a ser el problema de otro de lo que le
habría gustado admitir y me hubiera apetecido darme cuenta a mí.
Mamá
le sonrió con calidez, y por la conversación que entablaron sospeché que ya se
conocían de antes. Algún juicio, tal vez. La verdad es que no le di demasiada
importancia; lo único en lo que podía fijarme era la manera en que los músculos
de ese mastodonte se contraían y se relajaban con cada paso que daba. Nos abrió
las barreras y nos invitó a pasar al interior del gimnasio, nos llevó por la piscina,
por las salas de zumba, por el salón de yoga y las canchas de deportes en
equipo.
Incluso,
a petición mía, nos llevó a la parte de gimnasio donde se hacían los
entrenamientos con máquinas; un puñado de chicos casi tan mazados como nuestro
guía se afanaban en empapar de sudor sus minúsculas camisetas en las cintas de
correr o levantando pesas.
Mi
estómago empezó a retorcerse de un modo horrible. Yo no quería cambiar tanto,
no quería esforzarme de esa manera; ¿para qué podría yo necesitar levantar el doble
de mi peso o correr 40 kilómetros al día, y para colmo en un espacio cerrado?
Mamá
me observaba con atención, estudiando cada detalle cambiante en mi cara. La
miré y alzó las cejas, pero yo negué con la cabeza.
-Gracias
por todo, Sergei-mamá le puso una mano en el hombro y el chico asintió con la
cabeza.
-No
hay de qué, Sherezade. Si necesitas algo…
-Vendremos
con lo que sea; no te preocupes.
-Si
me disculpáis…-el chico alzó el pulgar por encima de sus hombros, y mamá
asintió con un gesto de la mano, haciéndole ver que podía marcharse.
Intercambiamos una mirada.
-Volvamos
a casa, por favor-susurré con un hilo de voz, a lo que mamá respondió con una
sonrisa triste y un beso en la frente. Me agarró de la cintura y me acarició
con los dedos mientras me conducía a la salida. Tuvimos que bajar por unas
escaleras de mármol blanco con una barandilla de metal y luces en sus extremos,
como las del cine, lo que me hizo sospechar que muchísima más gente de la que
yo creía en un principio utilizaba este
gimnasio.
Sinceramente,
creía que seguía abierto gracias a que mi hermano y sus amigotes venían cada
dos días.
Me
quedé mirando las canchas de techos altísimos que se separaban del resto del
gimnasio precisamente por esas escaleras. Observé con hastío cómo un grupo de
niñas daba saltos por detrás de una red mientras aporreaban con el puño cerrado
un balón blanco que su entrenadora les lanzaba.
Y, de
repente, hubo un estallido de color. Fue un mero instante, pero suficiente. Lo
vi prácticamente de reojo, igual que se ve una estrella fugaz.
La
diferencia estaba en que a las estrellas fugaces les pedías deseos, y este rayo
de color, era un deseo en sí.
Me
giré como un resorte mientras pasábamos al lado del segundo piso del gimnasio,
con la mano de mamá aún en mi cintura, dándome unos ánimos que yo dejé de
necesitar en cuanto la vi.
Había
una chica al otro lado del cristal, con unos pequeños guantes de boxeo color
claro, un top de deportes de colores, leggings negros y unas deportivas rosa
fosforito el gris, precisamente los colores que yo había visto en el cristal.
Me
detuve en seco, al igual que el tiempo, cuando la chica se echó con un
movimiento de cabeza la coleta hacia la espalda, lanzó un gancho de derechas a
unas manos con unos guantes acolchados que la esperaban y…
… sin
previo aviso, dio un salto, estiró la pierna, y una de sus deportivas ocupó el
lugar que antes había tenido su mano enguantada.
Se
mantuvo en el aire varios latidos de corazón, lo que no debería haberme
sorprendido tanto por la forma en que todo mi cuerpo se aceleró al verla.
Su
entrenador dio un brinco hacia atrás, recogiendo toda la fuerza de aquel
impacto, y la chica aterrizó en el suelo con elegancia y experiencia,
apoyándose primero en la punta de sus pies, absorbiendo la fuerza con un nuevo
saltito que hizo bailar su coleta rubia, y esbozando una sonrisa de suficiencia
un segundo antes de volver a ponerse en guardia.
Yo no
podía dejar de verla flotando en el aire como una diosa de la guerra en mallas
y zapatillas.
Era
la cosa más bonita que hubiera visto en mi vida.
Me
giré hacia mamá con una súplica en los ojos que no me hizo tanta falta. Mamá
también se había quedado mirando a la chica y había cierta admiración en ella;
desde luego, no tanta como la mía, pero sí la suficiente como para que yo diera
la victoria por asegurada.
-Bueno-reflexionó,
buscando una excusa-… no está mal que sepas defenderte. Por si lo necesitas.
Di un
brinco y me colgué de su cuello, feliz. No sabía que acababa de sentar un
precedente y que las hermanas Malik aprenderíamos defensa personal cuando
entráramos en nuestra pubertad, para que nadie dudara de que nuestro “no” no
significaba nada más que “no”.
Terminamos
de bajar las escaleras y, en lugar de atravesar las puertas automáticas, nos
dirigimos al mostrador.
La
tal Alexis comprobaba algo en la pantalla de su ordenador con Sergei, y ambos
levantaron la mirada cuando me apoyé en el mostrador y espeté:
-He
encontrado algo.
La
solución era tan obvia que incluso me daría vergüenza más adelante admitir qué
decisión había tomado. Era activa, un torrente de energía, obstinada y muy
reivindicativa.
-Quiero
hacer kick-boxing.
Se estaba acercando de nuevo el verano y, contra todo
pronóstico, eso me estaba poniendo más y más triste. Pronto dejaría de tener a
las chicas para mí todos los días. Dejaríamos las faldas y las camisetas del
uniforme, pero al precio de no poder vernos más que por las tardes.
Además,
estaba el gimnasio. Con el calor tan agobiante de la calle, a Taïssa y a mí no
nos apetecía ir a entrenar. Golpear un saco de boxeo con tus puños y tus pies
cuando fuera hace unos agobiantes y húmedos 27º grados acaba con cualquiera.
Y
había algo más. Yo lo sabía, lo sabía en lo más profundo de mi ser, y me negaba
a admitirlo.
El
día que se acabaran las clases, dejaría de ver a Hugo.
Y eso
me dolía más de lo que jamás pensé que me dolería nada.
Le
echaba de menos. Le echaba de menos y lamentaba no haberle pedido una segunda
oportunidad cuando todavía era posible, echaba de menos la forma en que me miraba
y yo le miraba a él y nos reíamos porque estábamos pensando lo mismo aunque no
necesitáramos confirmación.
Me
arrepentía mucho de no haberle pedido volver antes de que se enamorara de su
actual novia. O, por lo menos, me arrepentía de haberme dado cuenta de que yo
estaba enamorada de él.
El
deporte me había ayudado en un principio. Me había hecho ganar confianza
mientras perdía peso, para después ganar orgullo cuando la báscula se detuvo y
mi cuerpo empezó a cambiar, adquiriendo una firmeza que yo no creía posible.
Los cambios habían sido evidentes y enseguida todo el mundo nos había venido a
preguntar a Taïssa y a mí qué era lo que hacíamos. Eso engrandeció mi ya de por
sí inmenso ego, que se mezclaba con las endorfinas del ejercicio.
Pero
ahora estaba triste, sabía que todo eso se terminaría pronto, que me cansaría
de ir y que los cambios ya no resultarían tan evidentes…
Y la
sensación de euforia desaparecería también.
No me
malinterpretes: el kick-boxing merecía
la pena y me había dado un montón de cosas.
Simplemente
no habían sido todas las que yo quería.
-Saab-sonrió
Amoke, acariciándome la mano. Me volví hacia ella.
-Perdón,
¿qué?
-Hoy
es jueves; traen nuevos libros a la librería. Estábamos pensando en que estaría
bien ir.
-Hoy
no tenemos kick-recordó Taïssa,
sonriente, y yo me encogí de hombros.
-No
sé si iré, chicas. No me apetece demasiado.
-¿No
estás católica para hundir la naricita en un buen libro, o qué?-se carcajeó
Kendra, y yo la miré y esbocé una sonrisa cansada.
-No,
yo no suelo estar católica nunca, Ken-nos echamos a reír, yo alargué la
carcajada un poco más de lo que me habría salido con naturalidad, y, cuando
noté los ojos de mis amigas en mí, me mordí el labio y miré a los niños que
jugaban en el césped del parque.
-¿Qué
ocurre, Saab?-Amoke se colgó de mis hombros y me dio un beso en la mejilla.
-Nada-susurré,
y noté cómo se me rompía la voz. Las chicas esperaron a que mi muralla se me
resquebrajara, como efectivamente hizo-. Es sólo que… pronto será
verano-susurré-. Y ya no nos vamos a ver tanto.
Cuando
era pequeña, no entendía esa obsesión enfermiza de Scott por estar con Tommy.
Había llegado a pensar que eran adictos el uno al otro, e incluso había sentido
celos de lo que ellos tenían a pesar de que no me parecía nada sano: Scott no
enfermaría (literalmente) por no estar conmigo, pero por estar lejos de Tommy,
le cambiaba el carácter, se volvía arisco, una persona totalmente diferente… y
luego, empezaba la fiebre.
Ojalá
fuera mentira, pero mi hermano se ponía enfermo de verdad cuando pasaba demasiado tiempo lejos de su mejor amigo.
El
crecer me había dado cierta perspectiva; ahora sabía lo importantes que eran
los amigos. Y también añoraba a las chicas cuando me marchaba. No enfermaba, no
llegaba a esos niveles, pero sí que sentía una ligera presión en el corazón
cuando iba a algún sitio con mi familia y yo me giraba buscando la sonrisa
emocionada de Amoke y no me encontraba nada más que a otro grupo de turistas
como nosotros. Ni rastro de Amoke y su emoción, ni de Kendra y sus chistes
malos, o de Taïssa y sus siseos para que nos callásemos con nuestras risitas y
nuestros comentarios porque quería escuchar al guía.
Incluso
el instituto me gustaba, cuando todo el mundo en internet decía que era un
infierno del que se morían por salir. Yo me moría por seguir allí con 30, 40,
50 años, ser una señora entrada en años riéndome de las tonterías que dibujaban
mis amigas en mi cuaderno o que yo dibujaba en el suyo.
Y eso
se estaba acabando.
-Ooooh-gimieron
ellas, abalanzándose sobre mí a cubrirme de besos y abrazos. Me dejé mimar,
bien sabía Dios que lo necesitaba.
-¿Y
no será, además…-Kendra sonrió-, que vas a dejar de ver a cierto caballero de
piel de leche y ojos de menta?
-¡Kendra!-riñó
Amoke, dándole un codazo, pero yo me encogí de hombros.
-Lo
tengo superado-mentí, quitándole importancia.
Las
tres roncaron una risa.
-Sí,
seguro.
-Es
cierto. He estado reflexionando-expliqué-. Y he llegado a la conclusión de que…
-Es
hora de que me presentes a Tommy Tomlinson oficialmente-soltó Kendra, y Taïssa
le dio un empujón.
-¡Mira
que eres lerda! Sabrae está intentando sincerarse con nosotras y tú…
-Yo
me quiero sincerar con Tommy-replicó Kendra-. Pero quedaría muy raro que me
acercara a él y le ofreciera amablemente mi virginidad-soltó como si tal cosa,
y Amoke se echó a reír.
-Estás
loca.
-Es
que… qué ojos tiene. Y menudos brazos.
-Tiene
novia-le recordé.
-No
soy celosa-respondió Kendra.
-Pero
sí una bocazas y una salida-cortó Taïssa-. ¿Qué decías, Saab?
-He
estado pensando y he llegado a la conclusión de que sólo estoy de luto por cómo
me sentía cuando estaba con él. Era realmente especial-asentí-, pero eso debo
sentírmelo yo sola, no debería necesitar a nadie.
-Es
normal que necesitemos de alguien que nos haga sentir especial-meditó Amoke-.
No hay nada malo en ello, Saab-me puso una mano en la rodilla y me la acarició
con el pulgar, pero yo me encogí de hombros.
-Aun
así-tiré de unas briznas de hierba-. Quizá le esté idealizando un pelín.
-Eras
feliz con él-meditó Taïssa.
-Sí,
es normal que le eches de menos y estés algo triste.
-Es
que…-otra vez las lágrimas, por dios-. Le echo mucho de menos, y me odio por
haber sido tan estúpida de decirme que necesitaba un tiempo, cuando lo que
necesitaba era un tiempo con él-jadeé en busca de aire y Taïssa me abrazó.
-Todo
se solucionará, mi vida, no te preocupes-depositó un beso en mi sien.
-Es
que…-gemí y negué con la cabeza-. No sabéis lo que es, estar aquí, echarle de
menos, y ver cómo él sigue como si tal cosa, cuando estuvo tan mal, estuvimos
los dos tan mal, y no luchó ni…-volví a sacudir la cabeza y acepté el pañuelo
que Taïssa me ofreció.
-¿Sabes
qué ocurre? Que no sólo es que le veas, sino también que le ves con ella, y
piensas en lo que hacen-Amoke me acarició la mano-. Pero que sepas que ella no
le hace sentir lo que le hacías sentir tú, Saab. Yo he estado con ellos y,
aunque a trata bien, no la quiere como te quería a ti.
-Lo
dices porque eres mi amiga-rebatí aunque me pareció un hermoso detalle que
Amoke se pusiera de mi lado. En parte, estaba mal porque Amoke había empezado a
salir con los amigos de Nathan, e irremediablemente se encontraba también con
la nueva novia de Hugo.
Y una
parte de mí temía, por absurdo que fuera, que Amoke me cambiara por ella. Sabía
que no estaba siendo nada justa y que eso era una soberana tontería, pero no
podía evitar dejar de pensarlo.
-Echas
de menos tantas cosas-Amoke me acarició la cabeza-. No sólo a él. También lo
bien que lo pasabais, ¿a que sí?
Me
sonrojé y asentí con la cabeza. Procuré no mirar a Kendra, que ya sonreía con
suficiencia, sabiendo hacia dónde iba la conversación.
-Pero
lo puedes pasar bien con nosotras-consoló Taïssa, y Kendra soltó una risita.
-No
se refiere a pasarlo bien del tipo ir al cine o cosas así, Taïs.
Taïssa
se me quedó mirando y las dos nos pusimos rojas.
-Ah.
-Vale,
bueno, me daba gustito cuando nos besábamos, sí-asentí con la cabeza.
-Pero
has besado a otros chicos-replicó Kendra.
-Pero
no es lo mismo, Ken.
-Tú
lo que quieres-Kendra se tiró encima de mí-, es un macho que te toquetee como
lo hacía Hugo-soltó, metiéndome mano.
-¡Quítate
de encima, tía!-me eché a reír mientras ella me hacía cosquillas y Taïssa y
Amoke reían.
-Te
encontraremos un buen sobador, no te preocupes-prometió, y yo la aparté entre
risas.
-Me
daba gustito cuando Hugo me lo hacía, pero creo que era por él-admití.
-¿El
qué te hacía?-ronroneó Kendra.
-¿Ves
como estás salida?
-Es
que si no me dejáis desfogar con Tommy Tomlinson, pues normal que me suba por
las paredes.
-Deja
de llamarle Tommy Tomlinson-pedí-. Suena raro, no parece que estés hablando de
Tommy.
-¡Disculpa,
Sabrae, pero yo no estoy tan familiarizada con él como tú! ¡Y me parece un poco
temprano llamarle “esposo mío” aún!
-No
era por él-contestó Taïssa, y yo la miré.
-¿Qué?
-No
te gustaba por él. Te gustaba porque te tiene que gustar. Y punto.
Las
tres nos volvimos como resortes hacia nuestra amiga.
-¿Qué
insinúas, Taïssa?
Taïssa
se puso colorada.
-Yo
sólo digo que hay… maneras… de hacerte disfrutar a ti misma cuando estás sola
como puede hacerlo un chico.
-¿Qué
quieres decir?-dije sin aliento.
-Ay,
Sabrae-Taïssa se irguió-. Hija. Maneras. No sé.
-¿Pero
qué pasa?-ladré yo-. ¿Acaso es secreto de estado?
-Chica,
es que me da apuro contarte cómo me meto los dedos, no sé-Taïssa puso los ojos
en blanco-. Llámame loca.
-¿Qué?-soltaron Amoke y Kendra a la vez,
pero yo les hice un movimiento con la mano.
-Nada
de slut shaming en este grupo-recordé,
y ellas asintieron. Lo cual no evitó que las tres miráramos a Taïssa como si de
repente le hubieran salido alas y escamas y se hubiera puesto a escupir fuego.
-¿Y
no te da miedo dejar de ser virgen?-preguntó Kendra, reverencial. Taïssa se
encogió de hombros.
-No
es importante.
-A mí
sí me importaría con quién pierdo la virginidad.
-Kendra,
tía, es que, por esa regla de tres, cuando te pones un tampón estás perdiendo
la virginidad.
-No,
porque el tampón no me lo meto por vicio-discutió nuestra amiga-. Y es más
pequeño que… bueno, eso de los chicos.
-¿Ahora
te da miedo decir polla?-se burló
Amoke.
-Tengo
que cuidar mi vocabulario, no vaya a pasar Tommy y me oiga.
-Qué
pesada.
-Me
voy a casar con él.
-¿Y
eso él lo sabe?
-No,
pero no importa; un día lo secuestraré y yo llevaré con una tribu que hay en el
Himalaya en que hay un matriarcado. Allí la única palabra que valdrá será la
mía.
-Fijo
que le encanta que te lo lleves a un sitio con tanto frío.
-Así
me puedo acurrucar contra él-rió Kendra, y las demás la seguimos, aunque yo
continuaba rumiando lo que acababa de decirme Taïssa. Ay, Sabrae, hija, maneras, no sé.
Maneras.
¿Pero cuáles?, inquirí para
mi fuero interno.
La
pregunta seguía rondándome cuando llegué a casa, un poco antes de la hora de la
cena. Ese día le tocaba hacerla a mamá, lo que interpreté como una señal divina
para que me pusiera a explorar encerrada en mi habitación. Me quedé sentada en
la cama un momento, con los pies colgando, meditando sobre lo que había dicho
Taïssa.
Con
una resolución que había sentido pocas veces en mi vida, me levanté y coloqué
una silla en la puerta de mi habitación, de forma que estuviera atrancada y no
pudiera abrirse desde fuera. Supuse (correctamente) que necesitaría intimidad.
Lo
que no supuse es que sería tan raro lo que iba a hacer a continuación. Me quité
los pantalones, me metí debajo de las mantas y esperé unos minutos a armarme de
valor. Cerré los ojos (así lo hacían en
las escenas de sexo de las películas) y me metí una mano por dentro de las
bragas.
Tenía
las manos heladas.
Empezábamos
bastante mal, la verdad. No me sentía como cuando estaba con Hugo y él me metía
mano (nunca había llegado a hacer eso que había dicho Taïssa de meterme los
dedos, pero sí que de vez en cuando me había pasado la mano por entre los
muslos y a mí me había vuelto loca), pero supuse que eso se debía a que estaba
sola y no con él. Me faltaba práctica.
Lentamente
fui bajando por mi anatomía, explorando por mis pliegues. Introduje un dedo
como me imaginé que se suponía que tenía que hacer, pero no sentí absolutamente
nada.
O más
bien, sí: una presión bastante incómoda que alivié rápidamente saliendo de mi
interior. Me quedé mirando el techo, con la boca torcida en una mueca,
intentando dilucidar cuál sería mi siguiente movimiento. Me mordí el labio.
Recordé
lo que había dicho Kendra. Un tampón es más pequeño que una polla, y un dedo,
lógicamente, también.
Además,
si los hombres estaban tan obsesionados con el tamaño de sus miembros, sería
por algo, ¿verdad?
Quizás
no lo había hecho con la suficiente profundidad.
Volví
a intentarlo.
Y
salió incluso un poco peor. Moví el dedo dentro de mí, quizás habría una
especie de interruptor escondido al que yo no tenía acceso. De lo contrario, no
tenía ningún sentido que a mis padres les encantara tanto hacer el amor.
Si
mamá sentía esto que estaba sintiendo yo cuando estaba con papá, debía de
quererle mucho para soportarlo a cambio de darle placer a él.
Lo
intenté durante unos minutos más, sólo para ir frustrándome a cada segundo que
pasaba y disfrutando menos y menos, si acaso a lo que estaba haciendo se le
podía llamar disfrutar. Me di por vencida finalmente con un jadeo de
frustración.
Me miré
las manos, en las que las diferencias saltaban a la vista. La que había dejado
tranquila estaba con su color habitual, su forma de siempre; la otra, la
invasora, como decidí llamarla, estaba un poco enrojecida (por el calor que había
entre mis piernas) y un poco arrugada.
Me levanté,
me puse los pantalones del pijama, fui a lavarme las manos y me senté en el
borde de mi cama de nuevo. Cogí el teléfono y marqué el número de Amoke, que me
respondió a los dos timbrazos.
-Hola,
Saab.
-Hola.
¿Alguna vez has intentado lo que ha dicho Taïssa?-pregunté, y Amoke se quedó en
silencio un momento.
-¿Cómo?
-Sí,
mira, es que… acabo de intentarlo yo y… no me ha gustado. Nada. O sea, es peor
que ponerse el primer tampón. Molesta incluso más.
Amoke
retomó su silencio un instante.
-Es
que Nathan… a mí no… a ver, que me acaricia, e incluso un par de veces me ha
metido mano, ya sabes, pero… pues que no le dejo que se meta ahí, ¿entiendes? Es
mi rinconcito privado. Aparte, ¿te imaginas que me baja la regla cuando estemos
en plan… así? Me moriría de la vergüenza.
-Pues
no lo hagas cuando estés con él-rezongué.
-No
sé, es que… jo, Saab. Lo siento mucho, pero yo no puedo ayudarte con esto, y
mira que me encantaría. Sabes lo que te quiero, pero es que yo no lo he hecho
nunca, y Nathan no…
-No
te preocupes-respondí-. Es igual.
-Lo
lamento de verdad.
-No
importa, Momo, de veras. Mañana te veo y te cuento cómo…
-¿Has
probado a preguntar en casa?
Ahora
la del silencio fui yo.
-¿Sabrae?-preguntó
Amoke-. ¿Hola?
-Sí,
eh… sigo aquí. ¿Que pregunte?
-Sí. Igual
lo estás haciendo mal. Igual hay que hacer algo antes. ¿Qué has hecho?
-Pues,
no sé. Probar, Amoke. Y ya está.
-A mí
no me gusta que Nathan me sobe antes de darme un par de besos. Tengo que estar…
juguetona.
-Ya.
-Igual
es lo que tú necesitas.
-¿Y
puedo ponerme juguetona yo sola?
-No
sé, Sabrae. Yo nunca lo he intentado. Pero seguro que tu madre lo sabe. Deberías
ir a preguntarle. Con lo enrollada que es…
-Tienes
razón-me incorporé de un brinco-. Te dejo, voy a ver si…
-Suerte-me
deseó.
-Gracias,
amor.
Colgué
el teléfono y abrí la puerta de mi habitación. Me di de bruces con Scott, que
acababa de llegar de dar una vuelta con su novia, a juzgar por su chaqueta.
-¿Dónde
está el fuego, cría?-preguntó, pero yo no le hice caso. Bajé a toda velocidad
las escaleras y entré en la cocina. Mamá se volvió un momento para mirarme.
-Hola,
mi niña. ¿Tienes hambre? A la cena todavía le falta un poco.
-Estoy
bien. He comido un gofre con las chicas.
-Estupendo-mamá
sonrió y continuó revolviendo en una olla de la que manaba un delicioso aroma que
hizo que se me hiciera la boca agua.
-¿Mamá?
-¿Mm?
-¿Te
puedo hacer una pregunta?
-Eh,
si es de física cuántica… no sé si te la sabré responder, Sabrae-bromeó,
sacando la cuchara de madera de la olla y dando un sorbo del caldo.
-No
es de física cuántica.
-Entonces,
creo que vamos bien.
-¿Qué
tengo que hacer para darme placer?-espeté sin rodeos. Ahora o nunca.
Mamá se
detuvo en seco y me miró. Entrelacé las manos por delante de mis piernas.
-Quiero
decir… no está mal, ¿verdad?
-No-respondió-.
No, ¡claro que no!
-Es
que… como te has puesto así.
-Me
ha sorprendido, eso es todo. A ver si lo he entendido, ¿quieres que te explique
cómo masturbarte?
Asentí,
roja como un tomate.
-Vale-mamá
asintió, se limpió las manos a los bolsillos traseros del pantalón y asintió
con la cabeza-. Vale. Sí. Claro.
-Si
no estás ocupada.
-No,
mujer-tiró de una de las sillas de la barra americana y me indicó que me
sentara. Tapó la olla y se sentó frente a mí, entrelazando los dedos-. Vale, lo
primero que tienes que saber es que es muy importante que conozcas tu cuerpo, y…
-No,
si ya lo conozco-respondí-. Es sólo que lo he intentado y no me… ha gustado,
nada más.
Mamá entrecerró
los ojos.
-Es
normal que al principio, si no estás excitada, no disfrutes mucho, pero
normalmente suele ir a mejor.
-A mí
me ha pasado al revés-contesté. Y mamá frunció el ceño.
-¿Qué?
-¿A
ti te duele cuando lo haces con papá?-espeté.
-¿Eh?-mamá
abrió los ojos-. Sabrae, ¿cómo te va a doler… pero qué has intentado, hija de
mi vida?
Me puse
roja como un tomate cuando musité con un hilo de voz:
-Meterme
un dedo.
Mamá se
me quedó mirando, estupefacta.
-Es
que… como el sexo es así… pues pensé que…
-No.
O sea, sí, un poco, pero… no tiene por qué. Quiero decir, a mí me gusta, pero después
de hacer otras cosas.
-¿Como
cuáles?-pregunté, y mamá se levantó, fue a por un papel y un lápiz y se dedicó
a hacer unos garabatos en un papel, concentrada. Meneó los labios y negó con la
cabeza. Le dio la vuelta al folio y lo acercó a mí.
-¿Sabes
qué es esto?
Me quedé
mirando las líneas entrelazadas, más propias de un cuadro abstracto que de lo que
supuse había de ser una especie de esquema.
-N…
no.
-Yo
no soy la artista de la casa-mamá suspiró, abrió la puerta de la cocina y pidió-:
Zayn, ¿vienes un momento?
Papá entró
en la cocina y nos miró a las dos, suspicaz.
-Qué
caras, ¿qué os pasa?
Mamá le
dio la vuelta al folio y le tendió el lápiz.
-Dibuja
un coño-dijo, y papá y yo nos la quedamos mirando.
-¿Que
dibuje un qué?
-Un
coño, Zayn, ¿o es que nunca has visto uno?
Papá dejó
escapar una risa socarrona.
-Que
nunca he… será por coños, mujer-espetó, se sentó al lado de mamá y empezó a
hacer líneas con mucho más sentido que las de mamá, a pesar de ser mucho más
abundantes. Paseó los dedos por encima, difuminando unas cuantas, y se
mordisqueó el labio exactamente en el punto donde Scott se mordería el
piercing.
-No
tenemos todo el día, ¿sabes?
-Te
casaste con un perfeccionista, Sherezade; si tanto te jodía que yo sea así,
haberte tirado a Louis.
-Louis
es incluso más perfeccionista que tú.
-Hombre,
es que con esa cara, como no saque música decente, no tiene forma de vivir.
-Ponle
pelos, al menos-ordenó mamá.
-Si
tan mal lo hago yo, ¿por qué no lo dibujas tú, pava?
-Porque
tú eres más de realismo y yo soy más de Van Gogh.
Papá puso
los ojos en blanco y negó con la cabeza. Giró el folio y lo plantó delante de
mí.
-¿Le
has puesto el clítoris?-inquirió mamá.
-No, Sherezade;
soy imbécil y no sé lo que es un clítoris.
-Eso
explicaría muchas cosas.
-¿Qué
cojones se supone que significa eso?
-Mira,
tesoro-mamá se inclinó hacia delante y señaló un pequeño bultito redondeado en
el inicio de la separación de los labios que papá había dibujado-. La razón de
que no te haya gustado lo que has hecho es que no has estimulado esta zona de
aquí.
-Pero,
¿tan importante es?
-Es
la única zona, en realidad, que necesitas estimular para sentir placer. Si no
estás lo suficientemente excitada porque no te han tocado bien, no disfrutarás
luego con el coito.
-Pero…
es que yo no quiero hacerlo aún.
-Ni
falta que te hace-soltó papá.
-¡Zayn!
-Seguirá
siendo mi niña aunque tenga 70 años-respondió papá-, demasiado pura para este
mundo, por mucho que a ti te moleste, Sherezade.
-Es
una mujer en ciernes.
-No
durante mi guardia-sonrió papá, y se volvió hacia mí-. Es broma, cariño.
-No
del todo-recriminó mamá.
-No,
no del todo-asintió papá, encogiéndose de hombros.
Mamá pasó
entonces a darme una lección magistral sobre anatomía femenina en la que a mí
me dieron ganas de tomar notas. Me encantaba el entusiasmo con el que hablaba
y, a la vez, la tranquilidad que transmitía, haciendo que un tema tabú y
tremendamente incómodo en casa de mis amigas fuera un asunto sobre el que investigar
a fondo.
Para cuando
terminó, yo estaba eufórica, sentía que podría hacer cualquier cosa y que tenía
la llave para el fin de todos mis disgustos, que ahora todo podría solucionarse
simplemente relajándome en mi cama y acariciando lentamente ese rinconcito tan
especial de mi cuerpo en el que se concentraban tantas terminaciones nerviosas
(muchas más que en el sexo masculino, lo cual era un punto a favor d las
mujeres, la prueba de que éramos más perfectas que ellos, a lo que papá
respondió con un “no podría estar más de acuerdo, amor”).
Lo
único que me detuvo fue la frase con la que terminó su clase mi madre, con un
tajante:
-Pero
incluso aunque ahora sepas cómo tienes que hacerlo, de poco te servirá si no lo
haces en el momento adecuado, cariño. Esto no es un botón que puedas apretar
para disfrutar y ya está. Necesitas estar excitada.
Me quedé
mirando el dibujo, curiosa. Asentí con la cabeza y me mordí el labio.
-¿Te
ha quedado claro?
-Sí.
-Si
necesitas algo más, estamos aquí. Que no te dé vergüenza venir a preguntarnos,
¿vale?-mamá me dedicó una cálida sonrisa que hizo que me tranquilizara
internamente. Quizás la solución todavía no estuviera ante mí, pero desde
luego, la ecuación estaba bien planteada.
Preparé
la mesa para cenar y comí con mi familia con energías renovadas. No sabía que las
cosas eran un poco más complicadas de lo que en un principio parecían, y que me
frustraría en varias ocasiones hasta el punto de creer que el sexo, aunque
fuera con uno mismo, estaba muy sobrevalorado y tenía la importancia que tenía
en la sociedad más por ser un ritual de iniciación que por el mero placer que podía
proporcionarte.
Varias
veces lo intentaría y no me lo pasaría bien, y muchas otras disfrutaría pero no
excesivamente, hasta el punto de llegar a acercarme a mi madre y preguntarle
con un deje de timidez:
-Mamá,
¿cómo son los orgasmos?
Mamá esbozaría
una sonrisa, cerraría el pliego que estaría examinando y levantaría la cabeza.
-No
quiero arruinarte la sorpresa, Saab.
-Es
que… no sé si he tenido alguno-medité-, y quiero confirmación.
-Si
no sabes cómo es-sonrió mamá-, es que nunca lo has tenido, pequeña.
Asentí
con la cabeza y cerré la puerta de su despacho para dejarla trabajar tranquila.
No sabía si quería mantener la intriga o si debería investigar por mi cuenta. Había
estado varias veces sola, pasándomelo genial, pero siempre había habido algo
que me había interrumpido, y para cuando la interrupción se había terminado, yo
ni de lejos estaba tan cerca de aquel placer que tenía entre las piernas como antes.
Así que había llegado a la conclusión de que, quizás, en lugar de ser la cima
de una montaña, los orgasmos eran como una amplia meseta de paredes elevadas que,
una vez escalabas, te permitían ver las estrellas desde mucho más cerca…
…
pero sin llegar a tocarlas.
Creía
que eso eran metáforas, como aquellos amores de las películas y los libros por
los que había renunciado tan tontamente a Hugo.
Hasta
que una persona me tendió una escalera para que yo pudiera escalar hacia el
cielo.
La última
persona de la que yo me habría esperado un impulso como aquel.
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤
WHAT a maravilla de capitulo!!!!
ResponderEliminarVamos a empezar con que Sabrae ha estado muy cerca de que le de el bofetón de su vida y menos mal que tenemos a la diosa sherezade para dejarle claro que hay que amarse con el cuerpo que tiene porque ufff...me estaba poniendo enferma...sobretodo por el hecho de que quisiera verse bien para el Hugo y no por ella misma. Uff uff
LA MANERA EN LA QUE SABRAE DESCRIBE COMO FUE ENCONTRARSE CON EL KICK BOXING HA SIDO PRECIOSA, SE ME HA PUESTO LA PIEL DE GALLINA Y NO SÉ POR QUÉ...
ZAYN DIBUJA UN COÑO ¿DE QUE ME SONARA ESO? JAJAJAJAJAJAJA Y la otra pidiendo que le pusiera pelos, yo vivo enamorada de estos dos de verdad...
QUE POCO LE DURA A ZAYN LOS ENFADOS CON SABRAE, DE VERDAD QUE EM ENCANTA! Es que esta niña es una cachorra, sí lo digoo
S-A-B-R-A-L-E-C
Chillando con esta maravilla de capítulo. Entre Zayn que no puede ser más buenazo, Scott materializado en chaval adolescente al que metería dos hostias, el momento del coño y la charla de Sherezade y los inicios de Sabrae en Kick me tienen living. No puedo esperar a leer el próximo capítulo, de verdad. No he tenido tantas ganas de leer algo (aka el inicio de Sabralec) desde cuándo nos dijiste en que capítulo Scott le diría a Eleanor que estaba enamorado de ella (POR CIERTO GRITANDO CON EL GUIÑO A SCELEANOR)
ResponderEliminarEn fin, que te quiero Erika. Te quiero, te adoro y te compro un loro. ❤
EL MOMENTO DE SABRAE DESCUBRIENDO EL KICKBOXING HA SIDO MARAVILLOSO POR FAVOR ME MUERO Y LUEGO ZAYN NO PUDIENDO ESTAR ENFADADO CON SABRAE NI DOS SEGUNDOS QUE TERNURITA ME DA
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el momento de sabrae diciendo que quiere hacer deporte para gustarle a un chico porque me ha parecido super real y cosas tan simples como esas son las que al final acaban haciendo que la novela no sea tan ficticia como en realidad es
YA SÉ QUE SABRAE NO PIERDE LA VIRGINDAD CON ALEC PERO QUIERO CREER QUE EL QUE LE TIENDE ESA ESCALERA ES ÉL AAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHH
"Cada mujer tiene su cuerpo, y su forma, y si te estás comparando con las demás constantemente para verte guapa, jamás te darás cuenta de lo preciosa que eres." / "Respeto totalmente que quieras mejorarte, pero permíteme un consejo: hazlo por gustarte a ti y no a los demás." Gracias por tanto Sher ❤
ResponderEliminarZADDY PERO SABRAE POR FAVOR ME MEO
Cuando llaman a Zayn para que pinte un coño momentazo
Y el momento en que Sabrae descubre el kick boxing ha sido una maravilla ❤
- Ana