martes, 23 de enero de 2018

Kriptonita.

Empujé a un lado el trozo de queso que me quedaba y continué escarbando, concentrada en la comida y en conseguir todos los ánimos posibles para decirles lo que me llevaba rondando un tiempo la cabeza a mis padres. Mamá y papá charlaban sobre un juicio que ella tenía y la intervención del inicio del procedimiento, con la que papá siempre la ayudaba, mientras Scott escondía disimuladamente el móvil debajo de la mesa para continuar mandándose mensajes con su novia o sus amigos y Shasha se reía con los pobres intentos de Duna de evitar a toda costa los trozos de espárrago repartidos de forma estratégica por la ensalada. 
               -Es que me parece que esa retórica es demasiado fuerte para esta jueza, Zayn…-comentó mamá, metiéndose un trozo de queso en la boca.
               -Nena, si a ti te encanta ir a por todas. No entiendo qué tiene de malo que pongas tus cartas sobre la mesa desde el minuto uno.
               -Estoy sola contra un equipo entero de abogados expertos en emisiones de gases contaminantes.
               -Tú también eres experta en emisión de gases contaminantes.
               -Yo no tengo un equipo de químicos en plantilla como tienen ellos.
               -Es verdad; por eso será más excitante el momento en el que los pisotees-papá esbozó una sonrisa y mamá dejó los cubiertos sobre el plato con un tintineo. Scott dio un disimulado brinco y, del susto, casi tira el móvil al suelo.
               -Zayn-contestó mamá en el tono más parecido a un gimoteo que podía reproducir con nosotros delante. Papá sonrió.
               -Vale, Sher. Si te pones así… puedo echarle otro vistazo al diccionario.
               Mamá le cogió la mano y le acarició los nudillos.
               -Gracias, amor-le plantó un beso en la mejilla y volvió a coger sus cubiertos mientras papá sonreía para sí mismo, susurrando mentalmente un cariñoso lo que necesites.
               Es el momento, Sabrae, me dije, sabedora de que no encontraría un instante mejor. Así que decidí soltarlo sin más.
               -Quiero apuntarme a GAP.
               Toda mi familia se volvió para mirarme, y yo me descubrí agradeciendo a los dioses los pigmentos de mi piel que escondían con más facilidad mi sonrojo. Aunque dudo que a nadie se le escapara la forma en que mis mejillas comenzaron a arder ante su escrutinio.
               Scott frunció el ceño, mordisqueándose el piercing; Shasha se me quedó mirando sin entender; mis padres me observaron como si trataran de descifrar los intrincados procesos mentales que me habían llevado a tomar esa decisión, y Duna… bueno, Duna estaba masticando pan.
               -¿Qué es eso?-quiso saber, más agradecida de que alguien sacara a nuestros padres de sus aburridas conversaciones profesionales que curiosa.
               -No hables con la boca llena, reina-instó mamá.
               -Ejercicios de alta intensidad-explicó Scott, que había visto a gente haciéndolos en el gimnasio, mientras entraba con sus amigos a la cancha de baloncesto que tenían reservada lunes, miércoles y jueves, de seis a siete.
               Duna estiró la cara y no dijo nada más, aburrida también de esta conversación que ni siquiera había llegado a empezar.
               -¿No eres muy pequeñita para eso?-preguntó papá, y mamá se volvió hacia él.
               -¡Zayn!-protestó, preocupada de que me ofendiera o, incluso, entristeciera, el hecho de que yo me había estancado en mi crecimiento y que Shasha ya midiera un centímetro más que yo, a sus tiernos diez años y mis rebeldes doce.
               -Sólo lo digo-papá se encogió de hombros-. Es sin ánimo de ofender, ya lo sabe.
               -Lo sé-asentí, elocuente.
               -Es pequeña-reiteró papá, y mamá puso los ojos en blanco, y papá chasqueó la lengua, molesto-, quiero decir, ¡Sherezade! Yo la miro y me dan ganas de metérmela en los bolsillos de la camisa y llevármela a trabajar. Nos ha salido en formato viaje en avión igual que Shasha nos ha salido respondona.
               -¡Yo no soy respondona! ¿Por qué siempre tenéis que meterme en las movidas con Sabrae?
               Ah, sí. Se me había olvidado comentar que el umbral de estatura que Shasha había traspasado y al que yo me había quedado a las puertas era también el umbral de estatura en el que los Malik nos volvíamos gilipollas. Yo no iba a pasar la edad del pavo; a cambio, a Shasha se le estaba adelantando.
               -Sí que eres respondona-se burló Scott-. Y una picada.
               -Tú sí que eres un picado, ¿cuántas veces te has salido esta semana del grupo con tus amigos?
               -Sólo seis-informó Scott, inalterable, pinchando un trozo de espárrago.
               -Estamos a lunes-le recordó Shasha.
               -Es que lo estoy dejando-Scott le dedicó una amplia sonrisa.
               -Sólo quería informaros-comenté, encogiéndome de hombros y pinchando un trozo de queso de cabra, rebañándolo en vinagre de Módena y acercándomelo a la boca-. Para que no os preocupéis cuando empiece a salir por las tardes en un horario no lectivo, pero sí de clases extraescolares.
               Mis padres se miraron.
               -Ya habla…-empezó mamá.
               -No-sentenció papá, y yo me lo quedé mirando, con la boca abierta. ¿Qué? ¿Cómo que no? Pero si era el deporte que más me convenía. Era el pensado específicamente para lo que yo necesitaba en estos momentos, y parecía tener beneficios en un período muy corto de tiempo, ¡eran todo ventajas!
               -Pero…
               -He dicho que no, y ya está-zanjó él, y yo me puse de morros automáticamente.
               -¿Ni siquiera me vas a dar una razón?
               -¿Qué te crees que es esto, señorita? ¿Un juicio? Yo no soy tu madre y tú no eres un juez; no tengo por qué darte explicaciones. No vas a hacer GAP, y punto.
               -¡Menuda dictadura!
               -Mucho has tardado en darte cuenta.
               -¡No tienes derecho!-me rebelé.
               -¡Tengo todo el derecho del mundo, Sabrae! ¡Yo soy tu padre!-ladró papá, y yo pegué la espalda en el asiento con un firme golpe. Estaba a punto de contestar alguna bordería que me granjearía, seguro, un castigo, cuando Duna espetó:
               -Como Anakin Skywalker.
               Scott se echó a reír y me dieron ganas de arrancarle el piercing a bofetadas. Estaba convencida de que había usado esa frase de Duna como excusa para reírse de que no me hubieran concedido mi deseo.
               Le lancé una mirada envenenada y él comenzó a reírse más fuerte y con más ganas. Shasha también sonrió, pero fue lo bastante lista como para no hacer nada más.
               Sí, tú ríete, pensé, fulminando con la mirada a Scott, a ver si te hace la misma gracia cuando les cuente a papá y mamá que aprovechas las noches que salen de noche para venir a casa con Ashley y sobarle las tetas en el sofá.
               -Así me estoy poniendo, si no me dejáis hacer deporte-espeté-, gorda como una ballena.
               -Las ballenas molan-contestó Duna.
               -Llevas gorda toda la vida, Sabrae-soltó Scott, y mamá lo atravesó con sus ojos verdosos.
               -Ya me parecía a mí-replicó papá, mirando a mi hermano-, que aquella vez en que te me caíste de los brazos tenía que dejarte secuelas cerebrales.
               Scott se quedó callado de repente.
               -Pídele perdón a tu hermana-ordenó mamá.
               -Estar gorda no es algo malo; tú misma lo dices.
               -¡Por faltarle al respeto!
               -¡¿Qué coño os pasa hoy?!-estalló nuestro padre, y Scott, Shasha, Duna y yo dimos un brinco-. ¿Con qué autoridad os creéis para hablarnos así?
               -Lo siento, Saab-susurró Scott, y la sinceridad de sus ojos denotó que lo decía de corazón.
               -Perdón-balé yo, y mis padres asintieron con la cabeza. Terminamos la comida en silencio y cada uno se fue a su habitación. Escuché pasos en dirección a la mía, dos pies se detuvieron a la puerta, así que me apresuré a cerrar las ventanas con vídeos e imágenes en movimiento de entrenamientos de GAP caseros antes de asentir entre dientes a la tímida llamada con los nudillos en mi puerta.
               Mamá asomó la cabeza por ella y me miró.
               -¿Puedo pasar?-por toda respuesta, cerré la tapa del portátil y me froté los ojos mientras se acercaba a mí y se sentaba al borde de la cama-. ¿Qué ha sido lo de antes?
               Me encogí de hombros, avergonzada. Mentiría si dijera que mi trabajo de investigación apresurado me había sido útil. Apenas había podido concentrarme en los artículos y los vídeos habían servido de banda sonora desenfocada para mi repaso mental de la conversación. Sí que me había pasado con mis padres, me había pasado bastante, más de lo que estaba dispuesta a admitir en voz alta.
               -Papá ha estado muy borde conmigo-dije, sin embargo, porque era una Malik pero, sobre todo, estaba entrando en la adolescencia y mi orgullo crecía a cada segundo que pasaba.
               Mamá alzó las cejas, sorprendida y quizás un poco decepcionada con mi salida en banda.
               -Tú tampoco es que hayas sido un ejemplo de diplomacia, Sabrae.
               -Pero, ¡es que no me ha dado opción a explicarme!-me crucé de brazos y fruncí el ceño.
               -Sabrae, a ver…que vengas a decirnos qué quieres hacer una cosa, y que sólo nos “estás informando”-hizo el gesto de las comillas con los dedos, e incluso puso los ojos en blanco un microsegundo-, nada más, es bastante prepotente y no deberías hacerlo.
               Procuré evitar mirarla, pero la presión de sus ojos sobre mi cara hizo que levantara la cabeza, a pesar de que sabía que me dolería la expresión que me encontraría en su rostro.
               -No lo has hecho bien.
               -Lo sé.
               -Tenemos confianza con vosotros para que no dudéis un segundo en pedirnos ayuda cuando lo necesitéis y en compartir todo lo que os apetezca y más. Papá y yo creemos que es mejor así-se apartó un mechón de pelo detrás de la oreja y miró el dedo con el que lo había hecho-, que mejor que estemos unidos para ser más felices. Pero… que tengamos confianza no significa que no nos debáis respeto. Tú, Scott, Shasha y Duna. Sigo siendo tu madre, Sabrae-me recordó en tono de regañina.
               -Lo sé-respondí.
               -Lo cual hace que tengas que tener unas consideraciones cuando tratas conmigo que no tienes con tus amigas, aunque estemos hablando de lo mismo.
               -Sí-cedí, y mamá me cogió la mano.
               -Vale, ahora que hemos aclarado esto… ¿quieres que hablemos de algo?
               Me encogí de hombros, notando un nudo en el estómago y en la garganta que subía la temperatura de mis entrañas como si en mi interior se estuviera creando un volcán.
               -Simplemente quiero…-me quedé callada, pero mamá comprendió. Suspiró, se acomodó en la cama y asintió con la cabeza.
               -Temía que llegara este día-murmuró.
               -Necesito hacer ejercicio.
               -Eso no es verdad, Sabrae.
               -Mamá, me estoy poniendo gordita.
               -No estás gordita-respondió ella, negando con la cabeza-, ¡estás genial! ¿Por qué dices eso?
               Me limpié una lágrima que estaba abriendo el camino por mis mejillas para las demás y me incliné hacia mi móvil. No se me escapó la mueca que hizo mamá cuando lo desbloqueé y me metí en Instagram, tecleé el nombre de usuario de Hugo y le mostré una foto que había subido la semana pasada durante una escapada de fin de semana que habían hecho sus padres.
               No conocía a esa chica, sólo sabía que le tenía mucha envidia no sólo porque estaba con él y por la sonrisa que ponía en su cara, sino por la forma en que sus piernas se separaban por los muslos, lo bien que le quedaban los pantalones cortos en la campiña italiana y la forma en que el top que llevaba puesto no se le ceñía a la piel y le hacía parecer un chorizo, sino, más bien, una muñequita de edición limitada, Barbie se va a Italia.
               Le entregué el teléfono a mamá, que examinó la pantalla en silencio, sin atreverse a decir nada. Finalmente, cuando vio que yo no abría la boca, se animó a preguntar:
               -¿Es su nueva…?
               Me encogí de hombros, al borde del llanto. No lo sabía. No sabía qué me había pasado con Hugo, sólo sabía que, de la noche a la mañana, había dejado que mis dudas se interpusieran entre nosotros y lo habíamos dejado en buenos términos. Se suponía que las cosas seguirían como hasta entonces, que seríamos amigos.
               Pero dolía. Dolía porque le echaba de menos, y las suposiciones se habían convertido en mentira. Hacía más de cinco días que no hablaba con él cuando subió aquella foto.
               Nuestra única interacción había sido el doble toque que había dado sobre la imagen acompañado de un tercero, encima del corazón, para que a él le saliera la notificación de que me había gustado la imagen y pensara que me alegrara por él, pero sin tener la fotografía en la sección de “publicaciones que te han gustado”.
               -No me habías dicho nada-comentó en tono dulce, consolador. Me entregó el teléfono y yo lo dejé sobre el colchón, a mi lado-. Cariño…
               -Estoy bien. Fui yo la que cortó-me limpié las lágrimas y me aparté el pelo de la cara-. Y ahora me arrepiento, pero está claro que estando con ella-señalé el teléfono-, no va a querer nada conmigo.
               -Mi niña, esto no es una competición-mamá me acarició el hombro-. Además, tú nunca ganarás nada-me confió, y yo la miré, estupefacta. ¿Se suponía que eso era lo que nos decían las madres en estas ocasiones? Yo pensaba que tenía que decirme que era mil veces mejor que esa chica, que conseguiría al chico que quisiera y que nadie me quitaría…-, porque cada mujer tiene su cuerpo, y su forma, y si te estás comparando con las demás constantemente para verte guapa, jamás te darás cuenta de lo preciosa que eres.
               -Pero… es que… mis piernas…
               -Tus piernas están bien. Son preciosas. Las de una señorita-me acarició la rodilla.
               -Mis muslos… se rozan.
               -Tus muslos se rozan porque son muy amigos y no pueden vivir el uno sin el otro-respondió mamá, elocuente-. Como Scott y Tommy. Es un poco así.
               -Pero mamá… es que… que me digas esto tú…
               -¿Qué?
               -Que tú eres perfecta. O sea… mírate. Mira tu cintura-la señalé y mamá se llevó las manos a ella, acariciándosela.
               -Yo tengo mi cintura, sí, ¿y qué? ¿Sabes lo que habría dado a tu edad por tener los pechos y el culo respingón que tienes tú? Tienes que quererte, Sabrae. No tienes otro cuerpo, más te vale empezar a vivir a gusto en él.
               -Ahí te equivocas, mamá-contesté-. Tengo ese derecho, pero si no me gusta mi cuerpo, ¿no tengo derecho a cambiarlo, igual que cambio el fondo de pantalla del teléfono cuando me canso de él?
               Mamá esbozó una débil sonrisa, orgullosa de que fuera capaz de rebatirla aun cuando trataba de consolarme. La estoy enseñando bien, pensó, si se cuestiona y reflexiona sobre todo lo que le dicen, incluso sobre lo que le digo yo.
               -Si cambias el fondo porque te cansas, no te arrepentirás-respondió-; pero si lo haces por gustarle a alguien, vas a estar todo el rato echándolo de menos.
               Puse los ojos en blanco y me mordí la lengua, en un clarísimo sí, claro, no verbal.
               -Mira, mi amor-mamá me tomó de la mandíbula para obligarme a mirarla-. Respeto totalmente que quieras mejorarte, pero permíteme un consejo: hazlo por gustarte a ti y no a los demás. Chicos hay a patadas, y no necesitas cambiar para ser perfecta y  encajar con uno cuando puedes ser tú misma y ser genial para muchos otros. ¿Lo entiendes, mi amor?
               -Sí-susurré.
               -Hacer deporte es muy sano, no sólo para tu cuerpo, sino también para tu mente. Me parece genial que quieras empezar a hacer ejercicio, pero no lo hagas por un chico, por Hugo, o por quien sea… porque si empiezas por otra persona, terminarás dejándolo, y eso no está bien. Hay que ser constante con las cosas que nos hacen bien, ¿vale?
               -Vale. Pero… ¿por qué GAP no?
               -Es demasiado duro.
               -Pero a mí me gusta, mamá-rezongué, y mamá puso los ojos en blanco.
               -Será malo para ti; aún no estás del todo desarrollada.
               Volví a poner los ojos en blanco mientras mamá meditaba.
               -¿Qué te parece yoga?
               -No me gusta yoga. Es demasiado aburrido.
               Mamá se mordió el labio, pensativa.
               -Y lento-añadí-. Tardas mucho en hacer progresos. Y yo sólo quiero gustarle.
               Mamá clavó los ojos en mí.
               -Si no lo recupero, ¡me moriré, mamá!
               -Sabrae Gugulethu Malik-escupió mamá, poniendo la espalda rígida-. Se acabó ver Keeping up with the Kardashians. ¿Te he criado yo para que seas así de melodramática y digas esas tonterías?
               -No…-me miré las manos.
               -Si vas a preocuparte por recuperar algo, preocúpate por el leopardo de las nieves-se cruzó de brazos-. Hombres hay a montones; son, literalmente, una plaga. Y te lo digo con conocimiento de causa, que me he casado con uno y he parido a otro-puso los ojos en blanco y yo me eché a reír-. ¿Son importantes? No como el leopardo de las nieves. De esos hay menos de 500. Hombres hay como… 3 mil millones. Echa cuentas.
               Me eché a reír y ella esbozó una sonrisa.
               -¿Por qué se terminó?
               -Ni yo lo sé, mami. Le dejé yo, pues… no sé muy bien por qué. No teníamos la magia que tenéis tú o papá o ese brillito especial de las pelis o los libros.
               -Que no tengas amor como el de los libros u otras personas no significa que eso no sea amor, Saab-respondió mamá, acariciándome el mentón-. Además, no deberías hacer lo contrario de lo que deseas. Si quieres que alguien haga algo por ti, se lo pides. Si quieres que se quede a tu lado, se lo pides. No debes apararlo, mi niña. Tienes que decir qué es lo que quieres, la gente no está dentro de tu cabecita para saber que cuando dices A en realidad quieres decir B-me dio un beso en la frente-. Si no quieres que te decepcionen y luego sentirte mal tú, tienes que ser sincera. En eso se basa en una relación, en tenerla confianza suficiente como para ser sincera y que no pase absolutamente nada.
               -Me va a mandar a la mierda si ahora le digo que quiero volver.
               -El no ya lo tienes, nena.
               -No quiero que Hugo me mande a la mierda-confesé, abatida-. Sólo espero que esto sea un bache, que… podamos volver a ser amigos. Necesitamos tiempo para que las cosas se enfríen.
               -Eso, lo comprendo-sonrió con dulzura y eso desató recuerdos en mí. Su dulzura era la misma que la de Hugo cuando quedábamos y yo aparecía cinco minutos antes, sólo para ver que él había llegado diez antes de la hora a la que habíamos quedado.
               Me acarició el pelo de la misma forma en que lo hacía él cuando nos deteníamos y nos quedábamos mirando, hundiendo los dedos en mis rizos, paseando su piel por mi melena y sonriendo al decirme que el pelo me olía a vainilla, que le encantaba la vainilla (y por eso yo le había regalado velas de vainilla el día que cumplimos un mes, que siempre encendía cuando yo iba a su casa y nos poníamos a ver una película), que le encantaba mi forma de sonreír igual que a mí me encantaba su forma de sonreír y la forma de sonreír de mi madre, su mirada distraída mientras pensaba en su juventud y en la intensidad con la que había sentido sus primeras veces, deseando que las mías fueran igual de importantes y hermosas.
               -Es que… me da mucho miedo que las cosas entre nosotros cambien, mamá-me lamenté, recordando los nervios en el estómago cuando quedaba con él, esa ilusión que ya no sentía cuando se acercaba el fin de semana porque eso supondría poder vernos, cogernos de las manos mientras íbamos a algún sitio o simplemente ir al parque a darnos besos hasta separarnos por lo mucho que se nos aceleraba la respiración. No entendía por qué había renunciado a todo eso, aunque una parte de mí sabía que lo estaba glorificando como se hace con todo el pasado. Al igual que la infancia es siempre más bonita y feliz una vez ya no eres un niño, el primer amor es más inocente y perfecto cuando te han roto el corazón y sabes hasta qué punto puede llegar a doler-. Pero le echo tanto de menos…-gemí, y noté cómo mis ojos volvían a desbordarse como las presas en primavera, cuando la nieve de las montañas comienza a derretirse.
               Mamá sonrió, se acercó a mí y me acunó contra su pecho, dejándome un instante de seguridad y un rayo de esperanza atravesando los nubarrones de la tormenta.
               -Lo sé, cariño.
               -Y echo de menos las cosas que hacía conmigo-añadí-, los mimos que me daba...
               -Te los damos también en casa, mi nena-respondió ella, acariciándome el pelo de esa manera tan única en la que sólo puede hacerlo tu madre.
               -Sí, bueno-me limpié una lágrima con el dorso de la mano-. Algunos no me los podéis dar.
               Escuché la sonrisa de mamá en la forma en que expulsó el aire de sus pulmones.
               -Pero esos te los puedes dar tú-contestó, y yo ni siquiera pensé en la trascendencia de sus palabras, simplemente respondí como una leona que defiende a sus cachorros:
               -Es que no es lo mismo.
               -¿En qué sentido?
               Me encogí de hombros. Lo había intentado; no a lo que mi madre se refería, pero sí había cerrado los ojos alguna noche y había recorrido mi cuerpo, respetando aquel espacio de intimidad que siempre guardaba Hugo, de la misma manera en que había hecho él. Había bajado la mano desde mi boca a mis pechos, la había pasado por la cintura e incluso me había cogido el culo, pero no dejaba de sentir la presión de mi cuerpo en mis manos en lugar de sentir las caricias de mis manos en mi piel.
               -No me gustan igual. Él me tocaba de una manera…
               Volví a encogerme de hombros, pero mamá no me hizo sentir estúpida por no saber explicarme.
               -Sé a qué te refieres. Yo también echo de menos a papá cuando estamos muchos días separados.
               -Es como si… echara de menos… cómo era yo cuando estaba con él.
               -Añoras sentirte querida, mi amor. Es lo más normal del mundo. A veces necesitamos que otra persona nos toque para darnos cuenta de que tenemos cuerpo.
               Asentí con la cabeza, de repente terriblemente mimosa, y me pegué un poco más a mamá, que me abrazó con más fuerza y me acarició la espalda con los pulgares mientras yo respiraba el aroma de su melena.
               -Te diré lo que haremos-dijo por fin, después de unos cuantos latidos de corazón en silencio que me supieron a gloria, tanto física como emocionalmente-. Mañana, me cojo la tarde libre en el despacho, y nos vamos a los gimnasios de la zona, y vemos qué te interesa, ¿te parece bien?
               Me asomé por entre sus  brazos y las puntas de su pelo.
               -Sí-balé, y ella me dio un beso en la cabeza.
               -Ahora tengo que ir a trabajar, nena. ¿Por qué no bajas a ver la televisión en el salón?
               Asentí, leyendo entre líneas. Mamá quería que bajara a hacer las paces con papá, y eso haría.
               Me lo encontré tirado de mala manera en el sofá, con una sudadera ancha y pantalones de chándal, de esos que se ponía cuando había decidido que no haría absolutamente nada más relacionado con su trabajo en el instituto. Se dedicaría a holgazanear toda la tarde, quizás compusiera, quizás leyera, quizás dibujara en la pared libre de la habitación de los grafitis… o quizás se pasaría la tarde mirando la televisión sin verla realmente, a la espera de que llegara la hora de preparar la cena y luego meterse en la cama al lado del cuerpo cálido de mamá.
               Sus ojos se desviaron hacia mí un segundo antes de volver de nuevo hacia la televisión. Estaban dando una noticia sobre una raza de cetáceos que se mantenía al borde de la extinción desde mediados del siglo pasado, pero cuya población, había comenzado a crecer con los programas de protección del gobierno mexicano puestos en marcha en 2018.
               -Me hacen gracia sus nombres-comenté, intentando romper el hielo, observando la cara de las vaquitas rescatadas y llevadas a un centro de conservación y reproducción cercano a la frontera con Estados Unidos. Papá asintió con un bufido y no dijo nada. Me senté a su lado en el sofá y me acurruqué contra él.
               -Estoy enfadado contigo, Sabrae-informó en tono de reproche al ver mis intentos de entablar sesión de carantoñas. Respondí acercándome todavía más a su cuerpo. Me abracé a su cintura y él se revolvió.
               Si papá fuera un superhéroe (y, cuando abría la boca en algún concierto, eso te parecía), tendría cinco puntos débiles claramente definidos: mamá, Scott, Shasha, Duna, y yo.
               Aunque yo era la kriptonita más potente.
               -Perdón-ronroneé, apoyando la cabeza en su hombro y pasándole el brazo por la tripa. No se revolvió. Cómo se notaba que yo era su punto más débil.
               Le di un beso en la mejilla y él me miró.
               -Perdón, ¿qué?
               -Perdón, papá-me hice de rogar e hinché los carrillos, a lo que él respondió riéndose entre dientes, negando con la cabeza y suspirando, volviendo la vista de nuevo a la televisión.
               Le cogí la cara y le obligué a mirarme.
               -Porfa, papi-volví a ronronear, melosa, y él se rió, asintió con la cabeza, me pasó una mano por la cintura y me acercó todavía más, si cabe, a él.
               -Ahora sí-asintió, satisfecho.
               -Yas, Zaddy-contesté, sacándole la lengua, y él alzó las cejas.
               -¡Pero bueno! ¡A ver si te tengo que mandar a las fans para que te domestiquen!
               Solté una risita entre dientes y le mordisqueé la mejilla para finalizar con un buen lametón. Papá puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
               -El día que tengas hijos, los pobres no van a dejar que se les acerque nadie.
               -¿Por qué?
               -Atosigas a la gente, Sabrae.
               -A ti te gusta-respondí, y él no dijo nada. Sólo sonrió. Así que le volví a dar otro lengüetazo, hasta que él se echó a reír y se limpió con la manga de la sudadera.          
               -Vamos a obviar este comportamiento tuyo delante de tu madre, ¿eh?
               -¿Por qué? ¿Le da asco?
               -¿Asco? Ella hace cosas peores-papá esbozó una sonrisa siniestra-. No, sólo se pone celosa.
               Nos quedamos juntos toda la tarde, como si necesitáramos reequilibrar nuestra relación después de la discusión. Llegó la hora de preparar la cena y mamá bajó las escaleras, pero sonrió y dio la vuelta cuando nos vio a los dos acurrucados aún en el sofá, levantó la mano por encima de su cabeza, agitándola, y preguntó si hoy la preparábamos nosotros, parejita.
               Fue cenando cuando mamá expuso a los demás nuestros planes, y Scott, que se había pasado la tarde encerrado en su habitación, hablando con Tommy por Skype y con su novia por teléfono, decidió que yo era de su incumbencia y mi físico tenía que entrar en la esfera de sus preocupaciones con un:
               -¿Y por qué no te apuntas a baile?
               -Porque quiero hacer deporte.
               -Querrás hacer actividad física, no un deporte-Scott se encogió de hombros, y yo estaba a punto de responderle que se hiciera el listillo conmigo cuando mamá me atajó:
               -¿Le habrías dicho eso a tu hermana si fuera un chico, Scott? Porque nos lo dejó bastante claro por la mañana.
               -Clarísimo-bufó Shasha.
               -Sólo digo que Eleanor y Mary están muy contentas.
               -Eleanor no hace más que quejarse de sus pies.
               -Eleanor tiene unos pies muy bonitos-espetó Scott, y todos nos lo quedamos mirando-. Quiero decir… no es que se los mire, ni nada. Pero los tiene bonitos.
               -Ya-contestó mamá.
               -Me recuerdan a los de una geisha.
               -Que sabrás tú de cómo tienen los pies las geishas, Scott.
               -Señora-se revolvió Scott-, un respeto, que vi Memorias de una geisha.
               -Tommy dice que te dormiste a los diez minutos-respondió Shasha.
               -Tommy cree que soy capaz de dormir con los ojos abiertos. La mitad de las veces que me “duermo” viendo una película, tengo catarro y él piensa que estoy roncando.
               -Me refiero-intervine yo-, a que les duelen los pies.
               -No hablo de baile en el sentido de que te pongas a dar saltitos sobre la punta de tus pies-Scott negó con la cabeza-. Bey y Tam van a baile y no hacen esas cosas. Te pegaría ir con ellas a baile contemporáneo. Podrías pasártelo bien en baile, ir con Amoke…
               -Amoke está que no vive con Nathan-respondí, hiriente, y un poco molesta por el hecho de que Amoke quedara con casi tres semanas de antelación con su novio, de manera que era imposible salir con ella sin llevarlo a él enganchado de su brazo, como si fuera un bolso.
               Siempre me aseguraba que podía cancelar sus planes con él si me apetecía pasar una tarde de chicas, pero yo me sentiría fatal si lo hiciera. Así que nos tocaba mordernos un poco la lengua y disimular lo cohibidas que nos sentíamos cuando él venía con nosotras, porque por mucho que fuera su novio, seguía siendo alguien de fuera de nuestro círculo.
               No me apetecía que, encima, me viera sudando y roja por el esfuerzo. Por ahí ya no iba a pasar.
               -Mira, como tu hermano con Ashley-se burló papá, y Scott le lanzó una mirada envenenada-. ¿Acaso es mentira, chaval?
               -Para dos chicos que hay en esta casa, y siempre tenéis que estar como el perro y el gato-rió mamá.
               -Los que se pelean se desean-cacareó Duna, escondiendo una sonrisa tras su manita. Scott sonrió también.
               -Sí, Dun, yo me duermo todas las noches pensando en papá.
               -No me extraña, con lo espectacular que es mi cara-papá se encogió de hombros y todos nos echamos a reír.
               Me pasé nerviosa toda la mañana siguiente, como anticipando lo que sabía que al final iba a suceder. Les hablé de mis amigas de mis intenciones de ir con mi madre visitando los gimnasios de la zona, comparando precios, instalaciones y programas de ejercicio, sólo para encontrarme con cejas arqueadas que ya sabían lo que se nos venía encima.
               Taïssa dijo que a ella también le interesaba empezar a hacer ejercicio, pero todavía no había encontrado nada que le llamara la atención. Insistió en que nos apuntáramos a zumba o algo por el estilo pero yo me negué en redondo; no quería música, no quería sentir que tenía un hobby, sino que verdaderamente estaba ejercitándome. Mamá había hablado de esa calma mental que te da el saber que estás esforzándote para llegar a un objetivo, y yo quería experimentar la misma sensación de triunfo que saboreaba ella cuando por fin perfeccionaba una postura de yoga particularmente difícil que le había llevado varios meses pulir.
               No quería apuntarme a nada que tuviera que ver con baile por la sencilla razón de que no supondría un reto para mí. Y puede que a mi hermano le gustara ser bueno en algo sin necesidad de aplicarse, pero yo necesitaba tener algo con lo que romperme la cabeza, un muro que escalar, no una puerta que abrir.
               La tarde fue muy frustrante, y casi me dieron ganas de tirar la toalla. Cuando llegamos a casa, nos encontramos con tortilla de zanahoria y champiñones que devoré con ganas a pesar de mi nudo en el estómago. Decidida a que me tomaran más en serio de lo que se suele tomar a una niña de doce años, me puse unos leggings, los playeros de hacer gimnasia en el instituto, una camiseta de tirantes bajo una sudadera azul claro y me recogí el pelo en una coleta alta.
               Era una guerrera que se preparaba para salir al campo de batalla, y sabía que el ritual en el que te pintas y te reúnes con tu equipo antes de ir a la guerra era tan importante, o incluso más, que la forma en que te desenvolvías.
               Sin saberlo, estaba pasando una prueba. Cuando bajé las escaleras y me encontré a mamá con un atuendo parecido al mío, el pelo recogido en una trenza y sin una gota de maquillaje, como si ella estuviera dispuesta también a probar las instalaciones, me sonrió con aprobación y yo sentí que el nudo de mi estómago se aflojaba.
               Todo para que luego empezara a enredarse más y más.
               Había sacado de internet una lista con siete gimnasios que parecían interesantes, todos diferentes pero con algo en común: ofrecían un programa de GAP al que yo podría apuntarme en secreto (no había renunciado a mis ambiciones del todo) cuando mamá me ayudara a escoger el elegido.
               El problema era que todos tenían pegas tan gordas que ni siquiera yo podía convencerme de que merecería la pena. Desde programas muy estrictos que no eran compatibles con mi horario a instalaciones hechas un asco, pasando por gente que nos miraba de arriba abajo (a mí, pensando qué hace aquí esta mocosa; a mamá, sopesando los años que podrían caerles si trataban de forzarla y decidiendo si les compensaba), no había ninguno en el que me apeteciera pasarme siquiera cinco minutos cada dos meses.
               Y quería hacer tres horas de ejercicio a la semana.
               Cuando salimos del último yo caminaba arrastrando los pies, y sentía la espalda de la camiseta mojada y pegada a mi piel de una forma muy incómoda que me frustró todavía más. Precisamente de eso quería librarme, de no aguantar prácticamente nada sin sudar por culpa de mi pésima forma física. No era por mi cuerpo (que también, aunque, francamente, podría estar muchísimo peor de lo que estaba), sino por mi poco aguante, que tan humillante llegaba a resultarme.
               Iba arrastrando los pies, con una mueca en la boca, los ojos fijos en mis playeros de colores mientras mamá caminaba a mi lado, examinando su teléfono, en el que había puesto un filtro de gimnasios disponibles por la zona.
               -Puedes ir a caminar por el vecindario con tus amigas.
               -Caminar es aburrido-respondí, dándole una patada a un guijarro que se me puso a tiro-. ¿Qué tal correr?
               -No vas a ir a correr. Puedes lesionarte.
               Chasqueé la lengua, aunque mi oferta no iba en serio. En el fondo, correr me parecía casi tan aburrido como caminar; la diferencia estaba en que, por lo menos, cuando corrías parecía que estabas haciendo algo y no tenías pinta de lerdo.
               -Pues tengo que hacer algo, mamá. Mira, si apenas aguanto un paseíto de nada-señalé mis axilas y mi espalda, y mamá chasqueó la lengua.
               -Llevamos horas yendo de un lado para otro, Sabrae, ¿crees que yo no me he cansado?
               -No tanto como yo-contesté, desanimada.
               -Quizás lo mejor sea que lo dejemos para otro día-meditó mi madre, y yo suspiré y asentí con la cabeza. No abrí la boca más. No hasta que nos cruzamos con un grupo de chicos que llevaban un balón de baloncesto entre todos, compartiendo su posesión con pases rápidos y ágiles, llenando la calle de gritos y risas y pullas cuando a alguno de los componentes del equipo se le pasaba. Mamá se detuvo un momento, se tocó la barbilla, pensativa, y se volvió hacia mí.
               -¿Y qué te parece el gimnasio de tu hermano?-preguntó, ajena totalmente a la razón de que yo no lo hubiera incluido en nuestro itinerario.
               Simplemente, no podía ir al mismo gimnasio que Scott si quería hacer GAP. Las posibilidades de que mi hermano me pillara y se lo contara a nuestros padres eran demasiado altas, y yo no podía arriesgarme.
               Pero, a estas alturas de la película, yo estaba tan triste que, si me hubiera dicho de ir a jugar al baloncesto con Scott, a pesar de mi estatura y de que sus amigos me caían mal (no todos –bueno, vale, sólo Alec, pero Alec siempre estaba en las partidas–), le habría dicho que sí.
               -Está bien-cedí, dócil como un corderito y tratando de convencer a mi alicaído espíritu de que ir con Scott al gimnasio tampoco estaría tan mal, así podría acompañarme cuando se hiciera de noche.
               Atravesamos las puertas automáticas y nos dirigimos a recepción. Una chica de brazos tonificados y pierdas estilizadas pero musculosas rodeó la media luna que  hacía las veces de barrera para los foráneos y se sentó en el sillón de oficina, que exhaló un suave “puf” al hundirse por el peso de su cuerpo.
               -Bienvenidas, ¿venís a haceros socias?-preguntó con una sonrisa blanca como la nieve. En serio, aquella sonrisa era blanquísima. Seguro que se ahorraba muchísimo en las facturas de la luz. Emitía luz propia. Podría leer en una noche nublada con sólo mostrarle sus dientes al libro.
               -Estamos buscando algo para ella-explicó mamá, señalándome con la cabeza. La chica se volvió hacia mí y disimuló a la perfección su ceño de sorpresa.
               -¿Qué edad tienes, corazón?
               -Doce-intenté no empequeñecerme al reconocerlo, pero no me salió del todo bien.
               -De acuerdo, pues mira…-sacó un folleto de dios sabía dónde, lo desdobló y nos lo tendió-. Tenemos actividades infantiles que son muy interesan…
               -No quiero actividades infantiles-la corté-. Tengo doce años, no seis.
               -En las actividades infantiles la franja de edad llega a los catorce-explicó la chica. Torcí la boca y ella se lo tomó como un rechazo de pleno-. De acuerdo, nada de juegos y esas cosas. Bien, podrías apuntarte a natación, entras en la edad del grupo de competición…
               -Tampoco quiero natación.
               -Es mucha lata-comentó mamá-. Tiene mucho pelo.
               -Así es-contesté, cogiéndome la coleta y mostrándole la forma en que me caían los rizos por la espalda. La chica pestañeó.
               -Ya, bueno, en realidad, tampoco tenemos mucho más que ofrecerte a estas alturas. Todos los equipos están cerrados, si quisieras pasar a baloncesto, o voleibol, tendrías que esperar hasta el año que viene. No obstante, tenemos un grupo de fitness en el que te lo podrías pasar genial. Hacen aeróbic con step los martes y zumba los jueves.
               -¿Sherezade?-preguntó alguien a nuestro costado, y mamá y yo nos volvimos como resortes.
               Delante de nosotros se materializó el tío más cachas que había visto en toda mi vida. Tenía unos brazos que bien podrían partirme el cráneo como si fueran un cascanueces. Era totalmente intimidante salvo por una cosa: la calidez que desprendían sus ojos azul claro, encuadrados en unas pestañas tan largas que, si aleteara deprisa, podría echar a volar.
               Me fliparon sus pestañas. Mira que estaba acostumbrada a hombres con pestañas larguísimas, pero las de éste eran otro nivel.
               -Ya me ocupo yo, Alexis.
               -Todas tuyas, Sergei-contestó la chica, alzando las manos y sonriendo con calidez, más contenta de que nos fuéramos y pasáramos a ser el problema de otro de lo que le habría gustado admitir y me hubiera apetecido darme cuenta a mí.
               Mamá le sonrió con calidez, y por la conversación que entablaron sospeché que ya se conocían de antes. Algún juicio, tal vez. La verdad es que no le di demasiada importancia; lo único en lo que podía fijarme era la manera en que los músculos de ese mastodonte se contraían y se relajaban con cada paso que daba. Nos abrió las barreras y nos invitó a pasar al interior del gimnasio, nos llevó por la piscina, por las salas de zumba, por el salón de yoga y las canchas de deportes en equipo.
               Incluso, a petición mía, nos llevó a la parte de gimnasio donde se hacían los entrenamientos con máquinas; un puñado de chicos casi tan mazados como nuestro guía se afanaban en empapar de sudor sus minúsculas camisetas en las cintas de correr o levantando pesas.
               Mi estómago empezó a retorcerse de un modo horrible. Yo no quería cambiar tanto, no quería esforzarme de esa manera; ¿para qué podría yo necesitar levantar el doble de mi peso o correr 40 kilómetros al día, y para colmo en un espacio cerrado?
               Mamá me observaba con atención, estudiando cada detalle cambiante en mi cara. La miré y alzó las cejas, pero yo negué con la cabeza.
               -Gracias por todo, Sergei-mamá le puso una mano en el hombro y el chico asintió con la cabeza.
               -No hay de qué, Sherezade. Si necesitas algo…
               -Vendremos con lo que sea; no te preocupes.
               -Si me disculpáis…-el chico alzó el pulgar por encima de sus hombros, y mamá asintió con un gesto de la mano, haciéndole ver que podía marcharse. Intercambiamos una mirada.
               -Volvamos a casa, por favor-susurré con un hilo de voz, a lo que mamá respondió con una sonrisa triste y un beso en la frente. Me agarró de la cintura y me acarició con los dedos mientras me conducía a la salida. Tuvimos que bajar por unas escaleras de mármol blanco con una barandilla de metal y luces en sus extremos, como las del cine, lo que me hizo sospechar que muchísima más gente de la que yo creía  en un principio utilizaba este gimnasio.
               Sinceramente, creía que seguía abierto gracias a que mi hermano y sus amigotes venían cada dos días.
               Me quedé mirando las canchas de techos altísimos que se separaban del resto del gimnasio precisamente por esas escaleras. Observé con hastío cómo un grupo de niñas daba saltos por detrás de una red mientras aporreaban con el puño cerrado un balón blanco que su entrenadora les lanzaba.
               Y, de repente, hubo un estallido de color. Fue un mero instante, pero suficiente. Lo vi prácticamente de reojo, igual que se ve una estrella fugaz.
               La diferencia estaba en que a las estrellas fugaces les pedías deseos, y este rayo de color, era un deseo en sí.
               Me giré como un resorte mientras pasábamos al lado del segundo piso del gimnasio, con la mano de mamá aún en mi cintura, dándome unos ánimos que yo dejé de necesitar en cuanto la vi.
               Había una chica al otro lado del cristal, con unos pequeños guantes de boxeo color claro, un top de deportes de colores, leggings negros y unas deportivas rosa fosforito el gris, precisamente los colores que yo había visto en el cristal.
               Me detuve en seco, al igual que el tiempo, cuando la chica se echó con un movimiento de cabeza la coleta hacia la espalda, lanzó un gancho de derechas a unas manos con unos guantes acolchados que la esperaban y…
               … sin previo aviso, dio un salto, estiró la pierna, y una de sus deportivas ocupó el lugar que antes había tenido su mano enguantada.
               Se mantuvo en el aire varios latidos de corazón, lo que no debería haberme sorprendido tanto por la forma en que todo mi cuerpo se aceleró al verla.
               Su entrenador dio un brinco hacia atrás, recogiendo toda la fuerza de aquel impacto, y la chica aterrizó en el suelo con elegancia y experiencia, apoyándose primero en la punta de sus pies, absorbiendo la fuerza con un nuevo saltito que hizo bailar su coleta rubia, y esbozando una sonrisa de suficiencia un segundo antes de volver a ponerse en guardia.
               Yo no podía dejar de verla flotando en el aire como una diosa de la guerra en mallas y zapatillas.
               Era la cosa más bonita que hubiera visto en mi vida.
               Me giré hacia mamá con una súplica en los ojos que no me hizo tanta falta. Mamá también se había quedado mirando a la chica y había cierta admiración en ella; desde luego, no tanta como la mía, pero sí la suficiente como para que yo diera la victoria por asegurada.
               -Bueno-reflexionó, buscando una excusa-… no está mal que sepas defenderte. Por si lo necesitas.
               Di un brinco y me colgué de su cuello, feliz. No sabía que acababa de sentar un precedente y que las hermanas Malik aprenderíamos defensa personal cuando entráramos en nuestra pubertad, para que nadie dudara de que nuestro “no” no significaba nada más que “no”.
               Terminamos de bajar las escaleras y, en lugar de atravesar las puertas automáticas, nos dirigimos al mostrador.
               La tal Alexis comprobaba algo en la pantalla de su ordenador con Sergei, y ambos levantaron la mirada cuando me apoyé en el mostrador y espeté:
               -He encontrado algo.
               La solución era tan obvia que incluso me daría vergüenza más adelante admitir qué decisión había tomado. Era activa, un torrente de energía, obstinada y muy reivindicativa.
               -Quiero hacer kick-boxing.



Se estaba acercando de nuevo el verano y, contra todo pronóstico, eso me estaba poniendo más y más triste. Pronto dejaría de tener a las chicas para mí todos los días. Dejaríamos las faldas y las camisetas del uniforme, pero al precio de no poder vernos más que por las tardes.
               Además, estaba el gimnasio. Con el calor tan agobiante de la calle, a Taïssa y a mí no nos apetecía ir a entrenar. Golpear un saco de boxeo con tus puños y tus pies cuando fuera hace unos agobiantes y húmedos 27º grados acaba con cualquiera.
               Y había algo más. Yo lo sabía, lo sabía en lo más profundo de mi ser, y me negaba a admitirlo.
               El día que se acabaran las clases, dejaría de ver a Hugo.
               Y eso me dolía más de lo que jamás pensé que me dolería nada.
               Le echaba de menos. Le echaba de menos y lamentaba no haberle pedido una segunda oportunidad cuando todavía era posible, echaba de menos la forma en que me miraba y yo le miraba a él y nos reíamos porque estábamos pensando lo mismo aunque no necesitáramos confirmación.
               Me arrepentía mucho de no haberle pedido volver antes de que se enamorara de su actual novia. O, por lo menos, me arrepentía de haberme dado cuenta de que yo estaba enamorada de él.
               El deporte me había ayudado en un principio. Me había hecho ganar confianza mientras perdía peso, para después ganar orgullo cuando la báscula se detuvo y mi cuerpo empezó a cambiar, adquiriendo una firmeza que yo no creía posible. Los cambios habían sido evidentes y enseguida todo el mundo nos había venido a preguntar a Taïssa y a mí qué era lo que hacíamos. Eso engrandeció mi ya de por sí inmenso ego, que se mezclaba con las endorfinas del ejercicio.
               Pero ahora estaba triste, sabía que todo eso se terminaría pronto, que me cansaría de ir y que los cambios ya no resultarían tan evidentes…
               Y la sensación de euforia desaparecería también.
               No me malinterpretes: el kick-boxing merecía la pena y me había dado un montón de cosas.
               Simplemente no habían sido todas las que yo quería.
               -Saab-sonrió Amoke, acariciándome la mano. Me volví hacia ella.
               -Perdón, ¿qué?
               -Hoy es jueves; traen nuevos libros a la librería. Estábamos pensando en que estaría bien ir.
               -Hoy no tenemos kick-recordó Taïssa, sonriente, y yo me encogí de hombros.
               -No sé si iré, chicas. No me apetece demasiado.
               -¿No estás católica para hundir la naricita en un buen libro, o qué?-se carcajeó Kendra, y yo la miré y esbocé una sonrisa cansada.
               -No, yo no suelo estar católica nunca, Ken-nos echamos a reír, yo alargué la carcajada un poco más de lo que me habría salido con naturalidad, y, cuando noté los ojos de mis amigas en mí, me mordí el labio y miré a los niños que jugaban en el césped del parque.
               -¿Qué ocurre, Saab?-Amoke se colgó de mis hombros y me dio un beso en la mejilla.
               -Nada-susurré, y noté cómo se me rompía la voz. Las chicas esperaron a que mi muralla se me resquebrajara, como efectivamente hizo-. Es sólo que… pronto será verano-susurré-. Y ya no nos vamos a ver tanto.
               Cuando era pequeña, no entendía esa obsesión enfermiza de Scott por estar con Tommy. Había llegado a pensar que eran adictos el uno al otro, e incluso había sentido celos de lo que ellos tenían a pesar de que no me parecía nada sano: Scott no enfermaría (literalmente) por no estar conmigo, pero por estar lejos de Tommy, le cambiaba el carácter, se volvía arisco, una persona totalmente diferente… y luego, empezaba la fiebre.
               Ojalá fuera mentira, pero mi hermano se ponía enfermo de verdad cuando pasaba demasiado tiempo lejos de su mejor amigo.
               El crecer me había dado cierta perspectiva; ahora sabía lo importantes que eran los amigos. Y también añoraba a las chicas cuando me marchaba. No enfermaba, no llegaba a esos niveles, pero sí que sentía una ligera presión en el corazón cuando iba a algún sitio con mi familia y yo me giraba buscando la sonrisa emocionada de Amoke y no me encontraba nada más que a otro grupo de turistas como nosotros. Ni rastro de Amoke y su emoción, ni de Kendra y sus chistes malos, o de Taïssa y sus siseos para que nos callásemos con nuestras risitas y nuestros comentarios porque quería escuchar al guía.
               Incluso el instituto me gustaba, cuando todo el mundo en internet decía que era un infierno del que se morían por salir. Yo me moría por seguir allí con 30, 40, 50 años, ser una señora entrada en años riéndome de las tonterías que dibujaban mis amigas en mi cuaderno o que yo dibujaba en el suyo.
               Y eso se estaba acabando.
               -Ooooh-gimieron ellas, abalanzándose sobre mí a cubrirme de besos y abrazos. Me dejé mimar, bien sabía Dios que lo necesitaba.
               -¿Y no será, además…-Kendra sonrió-, que vas a dejar de ver a cierto caballero de piel de leche y ojos de menta?
               -¡Kendra!-riñó Amoke, dándole un codazo, pero yo me encogí de hombros.
               -Lo tengo superado-mentí, quitándole importancia.
               Las tres roncaron una risa.
               -Sí, seguro.
               -Es cierto. He estado reflexionando-expliqué-. Y he llegado a la conclusión de que…
               -Es hora de que me presentes a Tommy Tomlinson oficialmente-soltó Kendra, y Taïssa le dio un empujón.
               -¡Mira que eres lerda! Sabrae está intentando sincerarse con nosotras y tú…
               -Yo me quiero sincerar con Tommy-replicó Kendra-. Pero quedaría muy raro que me acercara a él y le ofreciera amablemente mi virginidad-soltó como si tal cosa, y Amoke se echó a reír.
               -Estás loca.        
               -Es que… qué ojos tiene. Y menudos brazos.
               -Tiene novia-le recordé.
               -No soy celosa-respondió Kendra.
               -Pero sí una bocazas y una salida-cortó Taïssa-. ¿Qué decías, Saab?
               -He estado pensando y he llegado a la conclusión de que sólo estoy de luto por cómo me sentía cuando estaba con él. Era realmente especial-asentí-, pero eso debo sentírmelo yo sola, no debería necesitar a nadie.
               -Es normal que necesitemos de alguien que nos haga sentir especial-meditó Amoke-. No hay nada malo en ello, Saab-me puso una mano en la rodilla y me la acarició con el pulgar, pero yo me encogí de hombros.
               -Aun así-tiré de unas briznas de hierba-. Quizá le esté idealizando un pelín.
               -Eras feliz con él-meditó Taïssa.
               -Sí, es normal que le eches de menos y estés algo triste.
               -Es que…-otra vez las lágrimas, por dios-. Le echo mucho de menos, y me odio por haber sido tan estúpida de decirme que necesitaba un tiempo, cuando lo que necesitaba era un tiempo con él-jadeé en busca de aire y Taïssa me abrazó.
               -Todo se solucionará, mi vida, no te preocupes-depositó un beso en mi sien.
               -Es que…-gemí y negué con la cabeza-. No sabéis lo que es, estar aquí, echarle de menos, y ver cómo él sigue como si tal cosa, cuando estuvo tan mal, estuvimos los dos tan mal, y no luchó ni…-volví a sacudir la cabeza y acepté el pañuelo que Taïssa me ofreció.
               -¿Sabes qué ocurre? Que no sólo es que le veas, sino también que le ves con ella, y piensas en lo que hacen-Amoke me acarició la mano-. Pero que sepas que ella no le hace sentir lo que le hacías sentir tú, Saab. Yo he estado con ellos y, aunque a trata bien, no la quiere como te quería a ti.
               -Lo dices porque eres mi amiga-rebatí aunque me pareció un hermoso detalle que Amoke se pusiera de mi lado. En parte, estaba mal porque Amoke había empezado a salir con los amigos de Nathan, e irremediablemente se encontraba también con la nueva novia de Hugo.
               Y una parte de mí temía, por absurdo que fuera, que Amoke me cambiara por ella. Sabía que no estaba siendo nada justa y que eso era una soberana tontería, pero no podía evitar dejar de pensarlo.
               -Echas de menos tantas cosas-Amoke me acarició la cabeza-. No sólo a él. También lo bien que lo pasabais, ¿a que sí?
               Me sonrojé y asentí con la cabeza. Procuré no mirar a Kendra, que ya sonreía con suficiencia, sabiendo hacia dónde iba la conversación.
               -Pero lo puedes pasar bien con nosotras-consoló Taïssa, y Kendra soltó una risita.
               -No se refiere a pasarlo bien del tipo ir al cine o cosas así, Taïs.
               Taïssa se me quedó mirando y las dos nos pusimos rojas.
               -Ah.
               -Vale, bueno, me daba gustito cuando nos besábamos, sí-asentí con la cabeza.
               -Pero has besado a otros chicos-replicó Kendra.
               -Pero no es lo mismo, Ken.
               -Tú lo que quieres-Kendra se tiró encima de mí-, es un macho que te toquetee como lo hacía Hugo-soltó, metiéndome mano.
               -¡Quítate de encima, tía!-me eché a reír mientras ella me hacía cosquillas y Taïssa y Amoke reían.
               -Te encontraremos un buen sobador, no te preocupes-prometió, y yo la aparté entre risas.
               -Me daba gustito cuando Hugo me lo hacía, pero creo que era por él-admití.
               -¿El qué te hacía?-ronroneó Kendra.
               -¿Ves como estás salida?
               -Es que si no me dejáis desfogar con Tommy Tomlinson, pues normal que me suba por las paredes.
               -Deja de llamarle Tommy Tomlinson-pedí-. Suena raro, no parece que estés hablando de Tommy.
               -¡Disculpa, Sabrae, pero yo no estoy tan familiarizada con él como tú! ¡Y me parece un poco temprano llamarle “esposo mío” aún!
               -No era por él-contestó Taïssa, y yo la miré.
               -¿Qué?
               -No te gustaba por él. Te gustaba porque te tiene que gustar. Y punto.
               Las tres nos volvimos como resortes hacia nuestra amiga.
               -¿Qué insinúas, Taïssa?
               Taïssa se puso colorada.
               -Yo sólo digo que hay… maneras… de hacerte disfrutar a ti misma cuando estás sola como puede hacerlo un chico.
               -¿Qué quieres decir?-dije sin aliento.
               -Ay, Sabrae-Taïssa se irguió-. Hija. Maneras. No sé.
               -¿Pero qué pasa?-ladré yo-. ¿Acaso es secreto de estado?
               -Chica, es que me da apuro contarte cómo me meto los dedos, no sé-Taïssa puso los ojos en blanco-. Llámame loca.
               -¿Qué?-soltaron Amoke y Kendra a la vez, pero yo les hice un movimiento con la mano.
               -Nada de slut shaming en este grupo-recordé, y ellas asintieron. Lo cual no evitó que las tres miráramos a Taïssa como si de repente le hubieran salido alas y escamas y se hubiera puesto a escupir fuego.
               -¿Y no te da miedo dejar de ser virgen?-preguntó Kendra, reverencial. Taïssa se encogió de hombros.
               -No es importante.
               -A mí sí me importaría con quién pierdo la virginidad.
               -Kendra, tía, es que, por esa regla de tres, cuando te pones un tampón estás perdiendo la virginidad.
               -No, porque el tampón no me lo meto por vicio-discutió nuestra amiga-. Y es más pequeño que… bueno, eso de los chicos.
               -¿Ahora te da miedo decir polla?-se burló Amoke.
               -Tengo que cuidar mi vocabulario, no vaya a pasar Tommy y me oiga.
               -Qué pesada.
               -Me voy a casar con él.
               -¿Y eso él lo sabe?
               -No, pero no importa; un día lo secuestraré y yo llevaré con una tribu que hay en el Himalaya en que hay un matriarcado. Allí la única palabra que valdrá será la mía.
               -Fijo que le encanta que te lo lleves a un sitio con tanto frío.
               -Así me puedo acurrucar contra él-rió Kendra, y las demás la seguimos, aunque yo continuaba rumiando lo que acababa de decirme Taïssa. Ay, Sabrae, hija, maneras, no sé.
               Maneras.
               ¿Pero cuáles?, inquirí para mi fuero interno.
               La pregunta seguía rondándome cuando llegué a casa, un poco antes de la hora de la cena. Ese día le tocaba hacerla a mamá, lo que interpreté como una señal divina para que me pusiera a explorar encerrada en mi habitación. Me quedé sentada en la cama un momento, con los pies colgando, meditando sobre lo que había dicho Taïssa.
               Con una resolución que había sentido pocas veces en mi vida, me levanté y coloqué una silla en la puerta de mi habitación, de forma que estuviera atrancada y no pudiera abrirse desde fuera. Supuse (correctamente) que necesitaría intimidad.
               Lo que no supuse es que sería tan raro lo que iba a hacer a continuación. Me quité los pantalones, me metí debajo de las mantas y esperé unos minutos a armarme de valor.  Cerré los ojos (así lo hacían en las escenas de sexo de las películas) y me metí una mano por dentro de las bragas.
               Tenía las manos heladas.
               Empezábamos bastante mal, la verdad. No me sentía como cuando estaba con Hugo y él me metía mano (nunca había llegado a hacer eso que había dicho Taïssa de meterme los dedos, pero sí que de vez en cuando me había pasado la mano por entre los muslos y a mí me había vuelto loca), pero supuse que eso se debía a que estaba sola y no con él. Me faltaba práctica.
               Lentamente fui bajando por mi anatomía, explorando por mis pliegues. Introduje un dedo como me imaginé que se suponía que tenía que hacer, pero no sentí absolutamente nada.
               O más bien, sí: una presión bastante incómoda que alivié rápidamente saliendo de mi interior. Me quedé mirando el techo, con la boca torcida en una mueca, intentando dilucidar cuál sería mi siguiente movimiento. Me mordí el labio.
               Recordé lo que había dicho Kendra. Un tampón es más pequeño que una polla, y un dedo, lógicamente, también.
               Además, si los hombres estaban tan obsesionados con el tamaño de sus miembros, sería por algo, ¿verdad?
               Quizás no lo había hecho con la suficiente profundidad.
               Volví a intentarlo.
               Y salió incluso un poco peor. Moví el dedo dentro de mí, quizás habría una especie de interruptor escondido al que yo no tenía acceso. De lo contrario, no tenía ningún sentido que a mis padres les encantara tanto hacer el amor.
               Si mamá sentía esto que estaba sintiendo yo cuando estaba con papá, debía de quererle mucho para soportarlo a cambio de darle placer a él.
               Lo intenté durante unos minutos más, sólo para ir frustrándome a cada segundo que pasaba y disfrutando menos y menos, si acaso a lo que estaba haciendo se le podía llamar disfrutar. Me di por vencida finalmente con un jadeo de frustración.
               Me miré las manos, en las que las diferencias saltaban a la vista. La que había dejado tranquila estaba con su color habitual, su forma de siempre; la otra, la invasora, como decidí llamarla, estaba un poco enrojecida (por el calor que había entre mis piernas) y un poco arrugada.
               Me levanté, me puse los pantalones del pijama, fui a lavarme las manos y me senté en el borde de mi cama de nuevo. Cogí el teléfono y marqué el número de Amoke, que me respondió a los dos timbrazos.
               -Hola, Saab.
               -Hola. ¿Alguna vez has intentado lo que ha dicho Taïssa?-pregunté, y Amoke se quedó en silencio un momento.
               -¿Cómo?
               -Sí, mira, es que… acabo de intentarlo yo y… no me ha gustado. Nada. O sea, es peor que ponerse el primer tampón. Molesta incluso más.
               Amoke retomó su silencio un instante.
               -Es que Nathan… a mí no… a ver, que me acaricia, e incluso un par de veces me ha metido mano, ya sabes, pero… pues que no le dejo que se meta ahí, ¿entiendes? Es mi rinconcito privado. Aparte, ¿te imaginas que me baja la regla cuando estemos en plan… así? Me moriría de la vergüenza.
               -Pues no lo hagas cuando estés con él-rezongué.
               -No sé, es que… jo, Saab. Lo siento mucho, pero yo no puedo ayudarte con esto, y mira que me encantaría. Sabes lo que te quiero, pero es que yo no lo he hecho nunca, y Nathan no…
               -No te preocupes-respondí-. Es igual.
               -Lo lamento de verdad.
               -No importa, Momo, de veras. Mañana te veo y te cuento cómo…
               -¿Has probado a preguntar en casa?
               Ahora la del silencio fui yo.
               -¿Sabrae?-preguntó Amoke-. ¿Hola?
               -Sí, eh… sigo aquí. ¿Que pregunte?
               -Sí. Igual lo estás haciendo mal. Igual hay que hacer algo antes. ¿Qué has hecho?
               -Pues, no sé. Probar, Amoke. Y ya está.
               -A mí no me gusta que Nathan me sobe antes de darme un par de besos. Tengo que estar… juguetona.
               -Ya.
               -Igual es lo que tú necesitas.
               -¿Y puedo ponerme juguetona yo sola?
               -No sé, Sabrae. Yo nunca lo he intentado. Pero seguro que tu madre lo sabe. Deberías ir a preguntarle. Con lo enrollada que es…
               -Tienes razón-me incorporé de un brinco-. Te dejo, voy a ver si…
               -Suerte-me deseó.
               -Gracias, amor.
               Colgué el teléfono y abrí la puerta de mi habitación. Me di de bruces con Scott, que acababa de llegar de dar una vuelta con su novia, a juzgar por su chaqueta.
               -¿Dónde está el fuego, cría?-preguntó, pero yo no le hice caso. Bajé a toda velocidad las escaleras y entré en la cocina. Mamá se volvió un momento para mirarme.
               -Hola, mi niña. ¿Tienes hambre? A la cena todavía le falta un poco.
               -Estoy bien. He comido un gofre con las chicas.
               -Estupendo-mamá sonrió y continuó revolviendo en una olla de la que manaba un delicioso aroma que hizo que se me hiciera la boca agua.
               -¿Mamá?
               -¿Mm?
               -¿Te puedo hacer una pregunta?
               -Eh, si es de física cuántica… no sé si te la sabré responder, Sabrae-bromeó, sacando la cuchara de madera de la olla y dando un sorbo del caldo.
               -No es de física cuántica.
               -Entonces, creo que vamos bien.
               -¿Qué tengo que hacer para darme placer?-espeté sin rodeos. Ahora o nunca.
               Mamá se detuvo en seco y me miró. Entrelacé las manos por delante de mis piernas.
               -Quiero decir… no está mal, ¿verdad?
               -No-respondió-. No, ¡claro que no!
               -Es que… como te has puesto así.
               -Me ha sorprendido, eso es todo. A ver si lo he entendido, ¿quieres que te explique cómo masturbarte?
               Asentí, roja como un tomate.
               -Vale-mamá asintió, se limpió las manos a los bolsillos traseros del pantalón y asintió con la cabeza-. Vale. Sí. Claro.
               -Si no estás ocupada.
               -No, mujer-tiró de una de las sillas de la barra americana y me indicó que me sentara. Tapó la olla y se sentó frente a mí, entrelazando los dedos-. Vale, lo primero que tienes que saber es que es muy importante que conozcas tu cuerpo, y…
               -No, si ya lo conozco-respondí-. Es sólo que lo he intentado y no me… ha gustado, nada más.
               Mamá entrecerró los ojos.
               -Es normal que al principio, si no estás excitada, no disfrutes mucho, pero normalmente suele ir a mejor.
               -A mí me ha pasado al revés-contesté. Y mamá frunció el ceño.
               -¿Qué?
               -¿A ti te duele cuando lo haces con papá?-espeté.
               -¿Eh?-mamá abrió los ojos-. Sabrae, ¿cómo te va a doler… pero qué has intentado, hija de mi vida?
               Me puse roja como un tomate cuando musité con un hilo de voz:
               -Meterme un dedo.
               Mamá se me quedó mirando, estupefacta.
               -Es que… como el sexo es así… pues pensé que…
               -No. O sea, sí, un poco, pero… no tiene por qué. Quiero decir, a mí me gusta, pero después de hacer otras cosas.
               -¿Como cuáles?-pregunté, y mamá se levantó, fue a por un papel y un lápiz y se dedicó a hacer unos garabatos en un papel, concentrada. Meneó los labios y negó con la cabeza. Le dio la vuelta al folio y lo acercó a mí.
               -¿Sabes qué es esto?
               Me quedé mirando las líneas entrelazadas, más propias de un cuadro abstracto que de lo que supuse había de ser una especie de esquema.
               -N… no.
               -Yo no soy la artista de la casa-mamá suspiró, abrió la puerta de la cocina y pidió-: Zayn, ¿vienes un momento?
               Papá entró en la cocina y nos miró a las dos, suspicaz.
               -Qué caras, ¿qué os pasa?
               Mamá le dio la vuelta al folio y le tendió el lápiz.
               -Dibuja un coño-dijo, y papá y yo nos la quedamos mirando.
               -¿Que dibuje un qué?
               -Un coño, Zayn, ¿o es que nunca has visto uno?
               Papá dejó escapar una risa socarrona.
               -Que nunca he… será por coños, mujer-espetó, se sentó al lado de mamá y empezó a hacer líneas con mucho más sentido que las de mamá, a pesar de ser mucho más abundantes. Paseó los dedos por encima, difuminando unas cuantas, y se mordisqueó el labio exactamente en el punto donde Scott se mordería el piercing.
               -No tenemos todo el día, ¿sabes?
               -Te casaste con un perfeccionista, Sherezade; si tanto te jodía que yo sea así, haberte tirado a Louis.
               -Louis es incluso más perfeccionista que tú.
               -Hombre, es que con esa cara, como no saque música decente, no tiene forma de vivir.
               -Ponle pelos, al menos-ordenó mamá.
               -Si tan mal lo hago yo, ¿por qué no lo dibujas tú, pava?
               -Porque tú eres más de realismo y yo soy más de Van Gogh.
               Papá puso los ojos en blanco y negó con la cabeza. Giró el folio y lo plantó delante de mí.
               -¿Le has puesto el clítoris?-inquirió mamá.
               -No, Sherezade; soy imbécil y no sé lo que es un clítoris.
               -Eso explicaría muchas cosas.
               -¿Qué cojones se supone que significa eso?
               -Mira, tesoro-mamá se inclinó hacia delante y señaló un pequeño bultito redondeado en el inicio de la separación de los labios que papá había dibujado-. La razón de que no te haya gustado lo que has hecho es que no has estimulado esta zona de aquí.
               -Pero, ¿tan importante es?
               -Es la única zona, en realidad, que necesitas estimular para sentir placer. Si no estás lo suficientemente excitada porque no te han tocado bien, no disfrutarás luego con el coito.
               -Pero… es que yo no quiero hacerlo aún.
               -Ni falta que te hace-soltó papá.
               -¡Zayn!
               -Seguirá siendo mi niña aunque tenga 70 años-respondió papá-, demasiado pura para este mundo, por mucho que a ti te moleste, Sherezade.
               -Es una mujer en ciernes.
               -No durante mi guardia-sonrió papá, y se volvió hacia mí-. Es broma, cariño.
               -No del todo-recriminó mamá.
               -No, no del todo-asintió papá, encogiéndose de hombros.
               Mamá pasó entonces a darme una lección magistral sobre anatomía femenina en la que a mí me dieron ganas de tomar notas. Me encantaba el entusiasmo con el que hablaba y, a la vez, la tranquilidad que transmitía, haciendo que un tema tabú y tremendamente incómodo en casa de mis amigas fuera un asunto sobre el que investigar a fondo.
               Para cuando terminó, yo estaba eufórica, sentía que podría hacer cualquier cosa y que tenía la llave para el fin de todos mis disgustos, que ahora todo podría solucionarse simplemente relajándome en mi cama y acariciando lentamente ese rinconcito tan especial de mi cuerpo en el que se concentraban tantas terminaciones nerviosas (muchas más que en el sexo masculino, lo cual era un punto a favor d las mujeres, la prueba de que éramos más perfectas que ellos, a lo que papá respondió con un “no podría estar más de acuerdo, amor”).
               Lo único que me detuvo fue la frase con la que terminó su clase mi madre, con un tajante:
               -Pero incluso aunque ahora sepas cómo tienes que hacerlo, de poco te servirá si no lo haces en el momento adecuado, cariño. Esto no es un botón que puedas apretar para disfrutar y ya está. Necesitas estar excitada.
               Me quedé mirando el dibujo, curiosa. Asentí con la cabeza y me mordí el labio.
               -¿Te ha quedado claro?
               -Sí.
               -Si necesitas algo más, estamos aquí. Que no te dé vergüenza venir a preguntarnos, ¿vale?-mamá me dedicó una cálida sonrisa que hizo que me tranquilizara internamente. Quizás la solución todavía no estuviera ante mí, pero desde luego, la ecuación estaba bien planteada.
               Preparé la mesa para cenar y comí con mi familia con energías renovadas. No sabía que las cosas eran un poco más complicadas de lo que en un principio parecían, y que me frustraría en varias ocasiones hasta el punto de creer que el sexo, aunque fuera con uno mismo, estaba muy sobrevalorado y tenía la importancia que tenía en la sociedad más por ser un ritual de iniciación que por el mero placer que podía proporcionarte.
               Varias veces lo intentaría y no me lo pasaría bien, y muchas otras disfrutaría pero no excesivamente, hasta el punto de llegar a acercarme a mi madre y preguntarle con un deje de timidez:
               -Mamá, ¿cómo son los orgasmos?
               Mamá esbozaría una sonrisa, cerraría el pliego que estaría examinando y levantaría la cabeza.
               -No quiero arruinarte la sorpresa, Saab.
               -Es que… no sé si he tenido alguno-medité-, y quiero confirmación.
               -Si no sabes cómo es-sonrió mamá-, es que nunca lo has tenido, pequeña.
               Asentí con la cabeza y cerré la puerta de su despacho para dejarla trabajar tranquila. No sabía si quería mantener la intriga o si debería investigar por mi cuenta. Había estado varias veces sola, pasándomelo genial, pero siempre había habido algo que me había interrumpido, y para cuando la interrupción se había terminado, yo ni de lejos estaba tan cerca de aquel placer que tenía entre las piernas como antes. Así que había llegado a la conclusión de que, quizás, en lugar de ser la cima de una montaña, los orgasmos eran como una amplia meseta de paredes elevadas que, una vez escalabas, te permitían ver las estrellas desde mucho más cerca…
               … pero sin llegar a tocarlas.
               Creía que eso eran metáforas, como aquellos amores de las películas y los libros por los que había renunciado tan tontamente a Hugo.
               Hasta que una persona me tendió una escalera para que yo pudiera escalar hacia el cielo.
               La última persona de la que yo me habría esperado un impulso como aquel.

Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! 

4 comentarios:

  1. WHAT a maravilla de capitulo!!!!
    Vamos a empezar con que Sabrae ha estado muy cerca de que le de el bofetón de su vida y menos mal que tenemos a la diosa sherezade para dejarle claro que hay que amarse con el cuerpo que tiene porque ufff...me estaba poniendo enferma...sobretodo por el hecho de que quisiera verse bien para el Hugo y no por ella misma. Uff uff
    LA MANERA EN LA QUE SABRAE DESCRIBE COMO FUE ENCONTRARSE CON EL KICK BOXING HA SIDO PRECIOSA, SE ME HA PUESTO LA PIEL DE GALLINA Y NO SÉ POR QUÉ...
    ZAYN DIBUJA UN COÑO ¿DE QUE ME SONARA ESO? JAJAJAJAJAJAJA Y la otra pidiendo que le pusiera pelos, yo vivo enamorada de estos dos de verdad...
    QUE POCO LE DURA A ZAYN LOS ENFADOS CON SABRAE, DE VERDAD QUE EM ENCANTA! Es que esta niña es una cachorra, sí lo digoo
    S-A-B-R-A-L-E-C

    ResponderEliminar
  2. Chillando con esta maravilla de capítulo. Entre Zayn que no puede ser más buenazo, Scott materializado en chaval adolescente al que metería dos hostias, el momento del coño y la charla de Sherezade y los inicios de Sabrae en Kick me tienen living. No puedo esperar a leer el próximo capítulo, de verdad. No he tenido tantas ganas de leer algo (aka el inicio de Sabralec) desde cuándo nos dijiste en que capítulo Scott le diría a Eleanor que estaba enamorado de ella (POR CIERTO GRITANDO CON EL GUIÑO A SCELEANOR)
    En fin, que te quiero Erika. Te quiero, te adoro y te compro un loro. ❤

    ResponderEliminar
  3. EL MOMENTO DE SABRAE DESCUBRIENDO EL KICKBOXING HA SIDO MARAVILLOSO POR FAVOR ME MUERO Y LUEGO ZAYN NO PUDIENDO ESTAR ENFADADO CON SABRAE NI DOS SEGUNDOS QUE TERNURITA ME DA
    Me ha gustado mucho el momento de sabrae diciendo que quiere hacer deporte para gustarle a un chico porque me ha parecido super real y cosas tan simples como esas son las que al final acaban haciendo que la novela no sea tan ficticia como en realidad es
    YA SÉ QUE SABRAE NO PIERDE LA VIRGINDAD CON ALEC PERO QUIERO CREER QUE EL QUE LE TIENDE ESA ESCALERA ES ÉL AAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHH

    ResponderEliminar
  4. "Cada mujer tiene su cuerpo, y su forma, y si te estás comparando con las demás constantemente para verte guapa, jamás te darás cuenta de lo preciosa que eres." / "Respeto totalmente que quieras mejorarte, pero permíteme un consejo: hazlo por gustarte a ti y no a los demás." Gracias por tanto Sher ❤

    ZADDY PERO SABRAE POR FAVOR ME MEO

    Cuando llaman a Zayn para que pinte un coño momentazo

    Y el momento en que Sabrae descubre el kick boxing ha sido una maravilla ❤

    - Ana

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤