domingo, 28 de enero de 2018

Paraíso.

Incluso si no le hubiera identificado por sus pasos, supe que se trataba de Scott en el momento en que abrió la puerta de mi habitación sin llamar previamente. Mamá y papá siempre daban unos golpecitos con los nudillos; mi hermano, no. Supongo que es por eso por lo que yo tampoco llamaba nunca a su puerta, sino que entraba directamente como si fuera la dueña y señora de sus dominios y su vida.
               O como me gustaría ser, por lo menos.
               Fingí que no me había dado cuenta de su presencia y pasé una página de una revista de literatura que papá me había dejado sin prestar atención a las letras que bailaban delante de mis ojos. Estaba aburrida. Y triste.
               La tristeza se estaba evaporando con la presencia de Scott, pero seguía dejando ese poso amargo en el cuello de mi estómago que sólo un buen abrazo y una caricia te puede dar.
               Había llegado el verano y con él todas mis pesadillas se habían ido cumpliendo como si de una lista de deseos de alguien moribundo se tratara. Había dejado de ver mis amigas tan a menudo, echaba terriblemente de menos a Hugo, con quien apenas intercambiaba mensajes una vez a la semana, y eso en el grupo de clase, y, para colmo, Scott había decidido que quería independizarse antes de tiempo. Me habían dejado sola, tanto Hugo, como mis amigas, como mi hermano.
               Acababa de llegar de dormir en casa de Tommy y seguramente viniera a anunciarme que se iba a comer con Ashley, que después se iría a dar una vuelta con sus amigos y, por último, se marcharían de fiesta y no volverían hasta las tantas. Quizá se pasaba por mi habitación para asegurarse de que yo recordara su cara.
               Se acomodó a mi lado en la cama y apoyó una de sus manos al otro lado de mi cintura, colocándose estratégicamente encima de mí, haciendo de barrera para que yo no pudiera escaparme. Se inclinó hacia delante y echó un vistazo al interesantísimo artículo sobre los modismos estadounidenses y su equivalente anglosajón.
               -¿Qué lees?-preguntó, y yo me encogí de hombros.
               -Una de las revistas de papá-pasé una nueva hoja-. Mamá no me deja ir a comprar un libro hasta después de comer. Los he terminado todos-señalé con un gesto de la cabeza mi estantería abarrotada de libros manoseados, y Scott clavó los ojos en ella.
               -¿Quieres que vaya ahora y te coja alguno?
               -No hace falta-negué con la cabeza y pasé una nueva página. Scott me apartó una trenza del hombro y me besó en la piel descubierta por la camiseta de tirantes.
               Me molesta decir que disfruté con ese pequeño gesto de cariño.
               Aunque también he de añadir que más me hubiera molestado que mi hermano no realizara el mínimo intento de camelarme.
               -¿Me has echado de menos?-preguntó, y noté una sonrisa traviesa en su voz.
               -Ya te gustaría-mentí, chasqueando la lengua y negando con la cabeza.
               -Sí, seguro que sí-se burló él-. Fijo que te encanta tener la casa para ti sola. Las noches en silencio. Elegir la peli que te dé la gana y espatarrarte en el sofá.
               -Menuda vidorra habría tenido su fuera hija única-solté, lacerante, y Scott, contra todo pronóstico, se echó a reír.
               -¿Y no crees que te sentirías solísima?-preguntó.
               -¿Qué tal por casa de Tommy?-fue mi modo de responder y sortear el tema porque, sí, me sentiría solísima si fuera hija única. Ya me lo sentía cuando Shasha se iba a la cama al empezar a cabecear en el sofá, cuando las pastillas que le había recetado el médico para el insomnio comenzaban a hacer efecto, así que… imagínate que no hubiera una Duna despertándome para jugar. Imagínate que no hubiera una Shasha con la que ver realities de madrugada, mientras esperábamos a que le diera el sueño.
               Imagínate que no hubiera un Scott que viniera a ganarse mi perdón cuando iba a dormir a casa de Tommy con besos y cosquillas.
               Escuché cómo mi hermano se mordisqueaba el piercing, decidiendo si soltar la bomba o no.
               -Mamá me ha dicho que has dormido en mi cama.

               Puse los ojos en blanco, por supuesto.
               -Tu cama es más grande-contesté.
               -Y huele a mí-rebatió Scott. Me volví hacia él y me encontré frente a frente con la diversión personificada en sus ojos marrones con motitas verdes y doradas. Scott, la mezcla perfecta de papá y mamá. Le odiaría si no le quisiera tanto.
               -Toda la casa huele a ti-argumenté-, por ese vicio que tienes de no ducharte.
               Scott alzó las cejas, abrió la boca y fingió sacarse un puñal del corazón, cosa que me hizo muchísima gracia y ante la que me eché a reír. Me recriminé a mí misma no haber aguantado un poco más con mi farsa de enfado, pero, ¿qué podía decir? Scott sabía cómo pillarme y cómo hacer que se me bajaran los humos en lo que a él respectaba.
               Me quedé tumbada sobre mi espalda, con las manos sobre mi tripa, y Scott me acarició los dedos.
               -Me echas mucho de menos, ¿eh, peque?
               -No paras por casa-dije en modo lastimero, y él sonrió.
               -Es que es verano. Ya te quejarás cuando tenga 30 años y no me dé la gana mudarme del cuarto de al lado.
               -Yo no voy a estar en casa cuando tú tengas 30 años.
               -Ah, sí, se me olvidaba que te iban a coger para el Circo del Sol y te ibas a ir a recorrer mudo con ellos cuando tuvieras 18 años.
               -No tengo que tener 18 años. Recogen a gente de 15.
               -Ya voy un año tarde-chasqueó la lengua y yo me eché a reír. Scott se acurrucó a mi lado y me pasó un brazo por la cintura, a lo que respondí girándome y pegándome a su pecho, acariciándole el costado y cerrando los ojos, disfrutando del agradable calorcito que manaba de su cuerpo.
               Duna tenía la teoría de que Scott era como Jake Long, el de American Dragon: podía convertirse en un dragón a voluntad y, por ello, escupir fuego, un fuego que llevaba en la tripa y que le convertía automáticamente en una estufa portátil.
               A mí siempre me parecía una soberana pero original tontería, hasta que me daba cuenta de que papá también estaba calentito, lo cual tenía todo el sentido del mundo: Scott podría haberlo heredado de papá.
               Quizá era algo que se transmitía de padres a hijos.
               -¿No te aburres, estando todo el día en casa?
               -No tengo nada mejor que hacer-contesté, maldiciendo internamente a mis amigas por haber decidido marcharse de vacaciones en la misma semana. Desde luego, sus padres tenían un sentido de la oportunidad increíble.
               -Ven con nosotros-ofreció, y yo me lo quedé mirando.
               -¿Qué pinto yo con tus amigos, Scott?
               -Ese cuadro triste que tienes por cara, seguro que no. Pareces un alma en pena, peque-me pellizcó la mandíbula-. Ni que te hubieran condenado a arresto domiciliario.
               -Soy un animal de interiores-respondí.
               -Eso no es verdad.
               -Vale, soy un animal de interiores cuando mis amigas no andan cerca, ¿mejor?
               Scott se echó a reír.
               -Yo no voy a dejar de salir con mis amigos para estar contigo. Con el buen tiempo que hace… estoy harto de estar encerrado en casa el resto del año, tienes que entenderlo.
               -Entiéndeme tú a mí, Scott. Te echo de menos. Tampoco te pido que vengas y estés de clausura, pero… no sé, por lo menos, venir, estar una hora en casa, con Duna, Shasha y conmigo…
               -A Shasha y a Duna les da igual dónde esté-sonrió.
               -Eso es lo que tú te crees.
               -No; es cierto. Mientras venga una vez a la semana, no les importa. Eres tú la que me necesitas desesperadamente, como el oxígeno que respiras-me dio un toquecito en la nariz y yo me revolví entre sus brazos.
               -Menudo ego tienes.
               -Soy Scott Malik-me recordó-. Soy más guapo que papá a su edad-se encogió de hombros-, algún defectillo tenía que tener.
               -¿Ese es tu único defecto? A mí me parece, más bien, que es uno de muchos.
               -¿Tan larga es la lista?
               -Eres un poco gilipollas. Las cosas como son-me incorporé y él se rió.
               -Saco dieces en mates.
               -Y crees que en casa no te echamos de menos.
               Esbozó una sonrisa torcida adorable, que me dio ganas de mordisquearle la mejilla.
               -Quizás lo sea un poco, dejando sola a una criatura tan adorable como mi hermana pequeña.
               -Hacerme la pelota no va a hacer que se me pase el enfado que tengo contigo.
               -Estaba hablando de Duna.
               Le di un empujón y lo tiré de la cama.
               -¡Oye!-Scott se echó a reír ante mi gesto enfadado, se incorporó y me dio un beso en la mejilla.
               -Ay, pequeña-me acarició la cabeza-. Con lo que yo te quiero, y que te pongas celosa de Tommy y de Ashley…
               -¿Celosa, yo?
               -¿El agua moja, cría?
               Puse los ojos en blanco.
               -Lo que tú digas, grandullón-me volví hacia mi revista, algo más animada, pero él no se movió de al lado de la cama. Me tiró de la trenza cuando vio que estaba concentrada en la lectura y yo le di un manotazo.
               -Voy a ir a la playa esta tarde-informó.
               -¡Scott! ¿Qué pretendes, darme envidia?
               -Te lo digo por si quieres venir.
               -Ah, guay. Ahora me invitas por lástima-cogí la revista, la estiré y negué con la cabeza, tratando de contener el fuego que me ardía por dentro al pensar en que él se lo pasaría genial en la playa mientras yo me quedaba de nuevo en casa sin nada que hacer, porque mamá estaba preparando un caso muy complicado y a papá habían decidido visitarlo las musas.
               ¿Por qué todo el mundo hacía planes menos yo? Aquello no era justo.
               -He venido a invitarte-dijo, y yo me lo quedé mirando-. Sé que te encanta la playa, y quiero sacarte un poco de casa, animal de interiores-terminó con retintín, y a mí me dieron ganas de pegarle.
               Sin embargo, me senté en la cama con las piernas cruzadas y me acaricié las piernas.
               -¿Quién va?
               Scott esbozó esa sonrisa torcida suya, pero esta vez, tuvo un deje travieso que no se me escapó.
               -Mis amigos.
               -¿Quiénes?-insistí.
               Comenzó a enumerarlos, y yo me hice ilusiones, pensando que él no iría, que tendría algo que hacer (como coserse la boca, por ejemplo), pero Scott, fiel a su espíritu cabrón, terminó la lista con un:
               -Y tu amigo, Alec.
               -Mi amiguísimo, Alec-bufé, negando con la cabeza-. Creo que voy a pasar.
               El odio que me inspiraba Alec Whitelaw era mayor que mi amor por la playa y el mar. ¿Arriesgarme a que contaminara la paya para mí? Ni muerta.
               -No te va a decir nada.
               -Es Alec, siempre me dice algo.
               -Pues le pegas una patada en la boca, ahora que sabes.
               -Es demasiado alto, no le llego a la boca-comenté.
               -A mí, me llegas.
               -Ya-sonreí, malévola-. Pero él es más alto que tú.
               Scott se incorporó, de repente ofendido.
               -Olvida lo que te he dicho. Púdrete en esta casa. No vienes conmigo.
               -¿Cuántos centímetros te saca?-me burlé mientras él abría la puerta de la habitación.
               -Que te vayas a la mierda, Sabrae.
               Me eché a reír cuando él dio un portazo y sacudí la cabeza. Luego, me quedé mirando mi armario. Había comprado hacía una semana un biquini que todavía no había tenido ocasión de estrenar: de triángulo, dorado, que resaltaba mi delicioso color de piel. Casi me había puesto a llorar de lo bien que me quedaba.
               Me imaginé con ese mismo biquini dándole una patada en la boca a Alec.
               Y me morí de ganas de que fuera por la tarde.


Todo el grupo nos estaba esperando cuando llegamos a la parada de autobuses para coger el tren en dirección a la playa. Las chicas me sonrieron con cariño, enternecidas por mi repentina timidez (que hizo que Scott pusiera los ojos en blanco y bufara un agotado manda huevos…), Bey incluso me dio un abrazo y un beso en la frente, y me dijo que se alegraba mucho de verme.
               Nos montamos en el bus cargados hasta arriba con las bolsas de la playa, Jordan llevando una sombrilla que, según me explicaron, era para Karlie. No fue hasta que no nos bajamos en la estación de trenes que alguien se dio cuenta de la forma en que nos mirábamos la única pelirroja del grupo y yo. Las dos sabíamos de nuestra existencia, pero nunca habíamos hablado ni nos habían presentado, de forma que estábamos un poco cohibidas. Yo más que ella, a decir verdad.
               Para empezar, por la diferencia de edad.
               Y, para colmo, por la forma en que sus piernas bien definidas se deslizaban hasta el suelo, infinitas en un pantalón vaquero corto del que no había tenido que tirar ni una sola vez, ya no digamos las 15 que llevaba yo en el tiempo que había transcurrido desde que había salido de casa hasta que acabamos en la estación.
               -Cara, Brighton Beach-anunció Logan, sacando una moneda de cincuenta peniques. Todos se giraron para mirarle, pero la pelirroja y yo no apartamos la vista la una de la otra. Max carraspeó e hizo un gesto con la cabeza a Tommy en dirección a nosotras.
               -Oh, claro. Megan-dijo, cogiéndola de la mano y tirando de ella un poco hacia él, estirando un brazo en mi dirección-. Ésta es Sabrae, la hermana de Scott. Sabrae, esta es Megan-añadió Tommy, volviéndose hacia mí-. Mi novia.
               Asentí con la cabeza y di un paso hacia ella para depositar un beso en su mejilla. Tenía la cara un poco pegajosa, pero decidí no mencionarlo debido a su condición de pelirroja. A ella, el sol, tenía que causarle estragos en la piel.
               -Cruz-continuó Logan-, Margaret Sands.
               -¿Margaret Sands?-espetó Alec, indignado-. ¡Pero si son 35 libras el tren!
               -Es lo que hay, Alec-gruñó Bey.
               -¿Tú te crees que yo soy rico, niña?-soltó-. Ya me gustaría a mí tener 35 pavazos para cuando quisiera ir a la playa.
               -Haberte sacado el bono del mes; nosotros te avisamos-protestó Tommy.
               -No os parecéis-observó Megan en medio del bullicio, con tal acierto que lo hizo en el momento en que todo el mundo estaba callado. Todos los ojos se volvieron hacia nosotras dos, y Tommy se revolvió en el sitio, incómodo. Le dio un apretón en la mano a su chica antes de carraspear y comenzar con un:
               -Megan, nena…
               Megan se volvió hacia él con la punta de los dedos sobre la boca.
               -Ay, Dios, no, ¿es la…?-se me quedó mirando, y no fue lo que iba a decir a continuación, algo que dolía pero a lo que ya estaba acostumbrada, como si fuera un hueso roto hacía mucho  tiempo que daba un poco la lata cuando cambiaba el tiempo.
               Fue la expresión lastimera de sus ojos al darse cuenta de que yo no sabía quiénes eran mis padres biológicos. De que yo era la hija de mis padres a la que habían encontrado en un orfanato, el mismo día en que, de madrugada, me dejaron abandonada en un portal con un papel en el que figuraba la fecha de nacimiento y un nombre por el que yo ni siquiera respondía.
               -Sí, Megan-gruñó Scott, que la estaba asesinando con la mirada, a quien yo no había visto tan furioso en mi vida-. Es la puta adoptada, ¿no has dicho tú misma que no nos parecemos? ¿Por qué será?-Scott me cogió de la mano y tiró de mí hasta que mi espalda chocó contra su pecho, en una actitud protectora y posesiva que llevaba años sin demostrar.
               Megan se puso roja como un tomate, me miró un segundo, bajó la vista hacia sus pies y comenzó a susurrar una disculpa a la que nadie quiso hacerle caso.
               -Yo… lo siento, tesoro, no pretendía…
               -Vamos a Margaret-la cortó Scott, y sus amigos lo miraron.
               -¿Por qué no podemos ir a Brighton?-quiso saber Alec.
               -Porque no me da la gana ir a Brighton.
               -Y a mí no me da la gana pagar tres veces lo que cuesta ir a Brighton sin que me des una explicación.
               -Ashley está allí-soltó Scott, y yo me lo quedé mirando, completamente ajena a aquella información que, a todas luces, sus amigos parecían poseer. Por la sonrisa de satisfacción de Alec, cualquiera diría que había estado protestando sólo para que Scott admitiera que lo único que le interesaba de ir a la playa era ir a ver a su novia.
               -Primero, tenemos que salir por la zona de los pijos sólo para que tú puedas camelártela, ¿y ahora tomamos trenes carísimos para que la veas en bañador?
               -Está trabajando y me apetece verla; si tanto te molesta que todos tengamos bono menos tú, ocúpate de tus movidas, Alec.
               -Yo ya me ocupo de mis movidas, y también me tengo que ocupar a veces de las de los demás.
               -¿Qué se supone que significa eso?
               -Vale ya, gallitos de corral, que no nos van a hacer descuento por este festival de testosterona-Tamika se metió entre los dos-. Al, ¿cuánto dinero llevas encima?
               -Cuarenta, pero tengo que comprar unas cosas de la que volvemos.
               -Pues pagas el tren y luego ponemos la diferencia, ya nos lo devolverás invitándonos a algo, ¿quieres?
               -Mf-bufó Alec, cruzándose de brazos y poniendo los ojos en blanco.
               -Madre mía, ¡menudo morro ha puesto! Bey, dale un beso para que se le pase el enfado-picó Karlie, riéndose. La interpelada se puso roja como un tomate, recogió su bolsa del suelo y se dio la vuelta sobre sus talones con un:
               -Daos prisa, que vamos a perder el tren.
               Creí que el trayecto sería incomodísimo por el roce entre mi hermano y Alec (me fastidiaba admitirlo, pero la verdad era que entendía la postura de Alec y me parecía que Scott no le había tenido todo lo en cuenta que debería), pero, apenas arrancó el aparato, todos empezaron a alborotar y a reírse mientras contemplaban los edificios pasar, ir bajando de tamaño hasta convertirse en suburbios, y de suburbios pasaron a ser casitas rurales desperdigadas por aquí y por allá. Me había sentado con las chicas y escuchaba con atención su conversación sobre un libro que Karlie estaba leyendo, una historia de una costurera que comenzaba a trabajar para los aliados transcribiendo mensajes en morse en sus diseños informando a Gran Bretaña de los movimientos planeados por los nazis. Tam le preguntó si tenía pensado viajar a Marruecos con sus madres, a lo que Karlie respondió con un encogimiento de hombros y un críptico:
               -Ya sabéis que me encanta viajar, pero no quiero fastidiarles la luna de miel anual, chicas-y yo me había girado y me había echado a reír con ellas, feliz por sentir que formaba parte de un pequeño grupo de mujeres fuertes que eran perfectamente capaces de estar rodeadas de hombres y, sin embargo, no sacarlos a colación en sus conversaciones.
               -¿Tú haces algo interesante este verano, Saab?-preguntó Bey, y yo me encogí de hombros.
               -Todavía no sé si vamos a ir a Niza o nos vamos directamente a España-expliqué. Cada verano, toda la familia se trasladaba a una casita en un pequeño pueblo del corazón de Asturias que Eri poseía, y que terminaría heredando cuando su madre falleciera. A pesar de estar en el interior de una región muy parecida a la Inglaterra a la que yo estaba acostumbrada, el diminuto tamaño de aquellas tierras hacía que la playa estuviera a unos comodísimos 20 minutos de su casa. Eso sin contar, claro, la semana que pasábamos en la casa de los Payne, en un pueblo situado en lo alto de un acantilado y que tenía una playa escondida del mundo y que llenábamos todos los días las cuatro familias: Malik, Tomlinson, Payne y Horan.
               A veces, incluso, si había suerte, los Styles se dejaban caer por allí, y eso nos permitía disfrutar de las noches sentados en el patio de la casa abarrotada de gente con nuestros padres recordando los momentos vividos cuando todavía una banda.
               -Ah, España-ronroneó Karlie, inclinándose hacia atrás en el asiento y acariciándole el brazo a Tommy, que se volvió para prestarle atención-. ¿Cuándo me vas a invitar, T?
               -No necesitas que te invite, K; mi casa es tu casa-respondió Tommy, esbozando una radiante sonrisa que hizo que se me revolviera algo por dentro. Esas semanas de verano eran las mejores, porque todos los hermanos formábamos una piña: nos íbamos de excursión por los prados, subíamos al bosque del pueblo de Eri o bajábamos nada más desayunar en tropel a la playa del pueblo de Alba, la madre de Layla. Tommy, Scott y Layla cuidaban de los más pequeños, y yo me mantenía en un limbo al que Tommy siempre me arrastraba, dándome más votos de confianza que mi propio hermano.
               Me encantaban los veranos en España porque me hacían sentir mayor.
               Y la razón de que me sintiera mayor era que Tommy me lo consideraba.
               -¿Yo voy a poder ir?-quiso saber Alec, dándole un toquecito en la rodilla con el pie.
               -El billete es más caro que el de tren-contestó Tommy, a quien me propuse pedirle que se casara conmigo por esa frase con la que dejó fatal a Alec.
               -¡Cómeme el rabo!-rió el susodicho, cruzándose de brazos y echándose a reír.
               -Ya tiene quien lo haga-respondió Max, botando una pelota de playa sobre su cabeza y haciendo un gesto con la mandíbula en dirección a Megan, quien esbozó una sonrisa de cortesía.
               Deduje que no había salido en muchas ocasiones con el resto del grupo. Se notaba bastante la tirantez que había entre ellos y la chica, a la que veían como una extranjera a la que querían integrar, pero sin saber muy bien. Eso calmó un poco mis nervios, aunque hubiera deseado que la persona que se encontraba en mi misma situación no fuera ella, precisamente. Seguía sintiendo una espinita en el corazón por su falta de tacto.
               Sabía que no lo había hecho a propósito, pero el hecho de que mi elemento definitorio para ella fuera, precisamente, la diferencia en la sangre que había entre Scott y yo… me causaba cierto dolor.
               El tren se detuvo y nos apelotonamos junto al resto de viajeros en la puerta. Poco a poco, fuimos bajando; Scott, Alec, Tam y Jordan bajaron de un brinco, pues su calzado se lo permitía. Bey, Alec, Tommy y Karlie lo hicieron con más cuidado, pero con cierta osadía aún. Tommy le tendió la mano a Megan para ayudarla a bajar, y la pelirroja se lo agradeció con una sonrisa y un beso, colgándose de su cuello con mimo.
               Logan, que se había quedado rezagado, extendió el brazo con ceremonia y dejó la mano suspendida en el aire para imitar el gesto de su amigo.
               -Milady-sonrió, haciendo una exagerada reverencia, y yo me eché a reír, acepté su ayuda y conseguí bajarme del tren sin que mis chanclas me hicieran tropezar.
               Cuando el vehículo se marchó, Scott se nos quedó mirando con cara de no haber roto un plato en su vida. Tommy puso los ojos en blanco y le dio una palmadita en la espalda, señal que mi hermano aprovechó para girarse y clavar en Alec una mirada suplicante, como si él fuera el líder de la manada y Scott, un cachorrito que quería ir a explorar.
               Alec suspiró, agotado.
               -Venga, llévanos con ella.
               -¡Sí!-celebró Scott, levantando el puño en el aire y caminando en dirección a un bar que había situado en la cima de una colina más elevada que las demás, con una terraza que tenía vistas al mar. Subimos por el sendero de madera gastada por la arena y la brisa marina, cruzándonos con gente que tenía el pelo húmedo o que se disponían a darse el primer chapuzón de la tarde después de comer en el restaurante del edificio. Fuimos sorteando los cuerpos hasta llegar a una barra de madera oscura y barniz agotado por el tiempo y los continuos roces de bebidas, platos, y codos llevándose a la boca una infinidad de bocadillos. Tommy y Megan se acercaron a un cartel de publicidad de helados mientras Scott se sentaba en un taburete a esperar a que la rubia que revolvía en una nevera de suelo se girara y le prestara atención.
               El pelo de Ashley le caía en cascada por la espalda, bailaba por sus hombros mientras ella se movía y cumplía con su deber, ajena a que su novio acababa de llegar de un viaje de más de una hora y media en tren sólo para verla. Entregó un cono de helado de nata y chocolate a una mujer, que se lo dio a su niño, y se giró con diligencia y maestría para introducir un billete de cinco libras en la caja registradora y extraer de él el cambio. Se giró hacia un grupo de hombres y asintió con la cabeza a su pedido (cinco cervezas), pasó por delante de Scott sin hacerle el más mínimo caso y se inclinó hacia otra nevera.
               -Ay, por Dios-bufó Alec, dándole una palmada en la espalda a mi hermano para que espabilara. Scott me dio hasta lástima: miraba a Ashley como si fuera lo más bonito del mundo.
               Estaba a tres segundos de ponerse a babear.
               -¡Rubia!-llamó Alec, y Ashley se volvió, cosa que me molestó bastante, porque si algo había conseguido mi madre que tuviera claro era que las mujeres éramos más que nuestros atributos físicos.
               Claro que los clientes del bar no tenían ni idea de cómo se llamaba la chica que se paseaba en vaqueros cortos y top de biquini blanco, así que de alguna manera debían llamar su atención.
               Ashley frunció el ceño al reconocer a Alec tan lejos de casa, y luego alzó las cejas y sonrió.
               -¡Hola, cielo!-sonrió ella, poniéndose de puntillas por encima de la barra y dándole un beso rápido en los labios a Scott, que, de haber sido un dibujo animado, habría empezado a flotar boca abajo sobre nube hecha de corazones-. ¿Qué hacéis tan lejos?
               -Dejarme los ahorros-protestó Alec.
               -¡Qué pesadito estás con el dinero, ¿eh?!-protestó Max, soltando una bolsa de patatitas sobre la gastada barra.
               -¡Treinta y cinco libras el puto tren! ¡No me jodas! ¡Ni que tuviéramos que ir a Gales, joder!
               -Tenía ganas de verte-explicó Scott, y Ashley sonrió.
               -Au, ¿puedes ser más tierno? Te comería entero.
               -¿Nos vas a dejar mirar?-quiso saber Alec, y, vale, tenía que admitir que eso tenía gracia. Pero, como lo había dicho él, procuré mantener la expresión más neutra posible.
               -Piérdete por ahí, tío, ¿no tienes ninguna bañista a la que ligarte?-gruñó Scott, haciendo un gesto con la mano para pedirle que se fuera.
               -Estoy tanteando el terreno-Alec le dio la espalda a la barra y apoyó los codos en ella-. Una caña, Ash, muñeca, cuando puedas.
               -Marchando, ¿tú quieres algo, rey?
               -A ti-sonrió Scott, y Ashley se echó a reír.
               -Y una bolsa de papel-añadió Alec-, que creo que voy a vomitar.
               Me eché a reír un par de segundos antes de que Scott se girara y le diera una colleja, y no sé qué es lo que le sorprendió más a Alec.
               -¿Sabrae riéndose por algo que digo? Joder-meneó la cabeza-, sí que nos afecta la brisa del mar.
               -Dices gilipolleces-respondí-, pero algunas son divertidas.
               -¡Sabrae, reina! ¿Cómo estás?-Ashley me abrazó por encima de la barra-. ¿Quieres un helado?
               -Sí, porfa.
               -¿Fresa ácida?
               -¿Cómo lo sabes?
               -Me lo ha dicho un pajarito-Ashley le guiñó un ojo a Scott mientras me tendía el helado.
               -Qué bonito, le habla de su hermanita-dijo Alec con voz de pito, poniendo los ojos en blanco.
               -Ten cuidado, anda, no se te vaya a subir la cerveza y te caigas rodando duna abajo-escupió Scott, a lo que Alec respondió con una risotada.
               Jordan se acercó a nosotros, ya se había quitado la camiseta. Alec lo fulminó con la mirada.
               -¿Qué intentas, tío? ¿Seducirme?
               -Estamos en una puta playa; si tanto te molestan los abdominales, haberte ido a Arabia Saudí.
               -¿Qué abdominales? He visto lechones en la carnicería con más músculo que tú-le picó el mayor de todos. Jordan bufó.
               -Bey se ha hecho con una mesa en la terraza.
               -La mujer de mi puta vida-contestó Alec. Tommy recogió su helado y le dejó una moneda de dos libras encima de la barra a Ashley, que le dio las gracias, y me dio un toquecito en la espalda para que me levantara del taburete y me fuera con ellos.
               -Scott-recordó cuando vio que mi hermano no se movía.
               -Me voy a quedar un poco-dijo, encogiéndose de hombros, y Ashley le sonrió. Tommy hizo un gesto con la mano, quitándole importancia, y dejó que Megan le arrastrara entre las mesas, pero yo me quedé allí plantada.
               -Scott-pedí yo. Que me llevara bien con sus amigos cuando estaba con él, era una cosa.
               Que me fuera a llevar bien con sus amigos estando yo sola con ellos, y para colmo en una playa, era otra muy diferente.
               -Si éste gilipollas te dice algo-señaló con la cabeza a Alec-, le partes la boca y luego me lo vienes a decir a mí. Para que pueda aplaudirte y, después, romperle las piernas.
               -Pero, ¿qué le voy a decir yo, flipado?-protestó Alec-. Ni que tu hermana fuera el centro de mi vida, la madre que me parió. Ashley, preciosa, me llevo esta bolsa-alzó una bolsa negra de Risketos extra picantes-.
               -Son uno veinte, Alec.
               -Anótamelo en la cuenta.
               -¡Pero si no tienes!
               -Pues paga tu novio.
               -¡Eso no es verdad!-protestó Scott.
               -Scott, por favor-Alec le acarició la cabeza-. Con la cantidad de polvos que te patrocino, ¿qué es una bolsa de Risketos? ¿De verdad quieres ser así de rata, burgués?
               -Lo de burgués sobraba-protestó mi hermano.
               -Disculpa, niño rico-Alec le dio un beso en la cabeza a Scott.
               -Serás gilipollas. Anda, lárgate de mi vista-Scott puso los ojos en blanco y dio un sorbo a la bebida que Ashley acababa de ponerle enfrente-. ¡Y que conste que no me patrocinas polvos!
               -¡Claro que te los patrocino, chaval! Te doy condones-Alec le dio un golpecito en el hombro-. No querrás también que te tire billetes de diez mientras follas, ¿verdad?
               Ashley se echó a reír, Alec le guiñó un ojo, recogió la bolsa negra y su cerveza y se despidió con un:
               -Adiós, muñeca.
               Me lo quedé mirando mientras se acercaba a mí. Pude escuchar cómo Ashley comentaba con Scott lo gracioso que era Alec.
               -Sí-asintió mi hermano-, los diez primeros minutos. Pero, cuando llevas 13 años siendo amigo suyo, ya estás un poquito hasta los cojones de él.
               -¿Me estabas esperando, Sabrae?-preguntó Alec-. Qué bonito.
               -Ya te gustaría-respondí, girándome sobre mis talones y echando a andar en dirección a la barra.
               -Si ya sabía que entre tú y yo había una química innegable…-se burló.
               -A ti nunca te han dado un patadón en lo que viene siendo el cielo de la boca, ¿cierto?
               -Bonita, he tenido muchas cosas en la boca-sonrió él-, pero un pie, precisamente, no.
               -A ver si el mío va a ser el primero-no pude evitar sonreír ante la imagen mental que se me estaba formando. Tommy, Megan y Karlie se echaron un poco a un lado para dejar que me sentara.
               -Sabrae, para mí sería un placer chuparte el pie cuando tú me dijeras.
               -¿¡Cómo!?-gritó el resto de la mesa, completamente ajenos al tema de la conversación que manteníamos Alec y yo. Nos miramos y ocurrió algo increíble: nos echamos a reír.


Nos habíamos terminado las bolsas de comida basura, los helados y las bebidas, hacía ya un rato, pero Scott no terminaba de reunirse con nosotros, por lo que Tommy y Alec decidieron que ya iba siendo hora de que le llamáramos la atención y fuéramos a reclamarle. Cuando entramos en el bar, él continuaba sentado en la misma silla y en la misma postura, apoyado un codo en la barra y mirando a Ashley con absoluta adoración, como si él fuera un peregrino que se había recorrido mil millas a pie sólo para ver a su figura de la virgen predilecta.
               Tommy le dio un toquecito en el hombro y Scott se volvió.
               -¿Qué?-preguntó.
               -¿Cómo que “qué”?-espetó Tommy-. ¿Qué coño intentas? ¿Que me cele?
               -Ven a bañarte un poco, anda, que tu hermana te echa de menos-acusó Alec-. Fíjate cómo estará la cosa, que no nos hemos insultado en todo el tiempo que llevamos fuera.
               -Tengo que hacer la digestión-soltó mi hermano, y Tommy, Alec, y yo dimos un paso atrás ante tal afirmación. Yo, porque no me había dado cuenta del tiempo que había pasado desde que comí en casa hasta que llegamos a la playa; ahora tendría que esperar otros tres cuartos de hora antes de poder bañarme.
               Y Tommy y Alec, porque no se esperaban semejante tontería.
               -Me da a mí que tú hoy no te bañas-gruñó Tommy, y Scott frunció el ceño.
               -¿Por qué?
               -Porque te voy a dar tal guantazo que vas a estar digiriéndolo un año.
               -Despídete de tu señora-ordenó Alec, y Scott se levantó de la silla a regañadientes. Ashley sonrió, dejó que él le besara la cara interna de la muñeca y le acarició la mejilla cuando Scott le dijo que la quería. Asintió con la cabeza y le dijo que ella también.
               -Hasta la vista, Ash-ronroneó Alec.
               -Adiós, chicos-ella agitó la mano por encima de su cabeza a modo de despedida, mientras sorteábamos las mesas para salir, Alec con la cabeza vuelta hacia atrás.
               -Alec, ¿tendrías la amabilidad de dejar de mirarle las tetas a mi novia?-protestó Scott.
               -¿Tendría ella la amabilidad de dejar de tenerlas de exhibición?-respondió Alec.
               -Menos mal que eres alto, tío; si no, te habrían partido la cara lo menos 20 veces a estas alturas.
               -Para eso vengo yo-le confié a Tommy, que sonrió.
               -Hay que echarle morro a la vida, chaval.
               -Eso te lo compro, pero no tener un morro que te lo pisas, hermano.
               -Yo me piso una cosa al caminar, pero no es el morro, tronco-sonrió Alec.
               -¿El cerebro al caminar?-quise saber yo, y Tommy abrió los ojos, Scott disimuló una sonrisa mordisqueándose el piercing, y el medio español habló:
               -¡Tu hermana es una jodida leyenda, S!
               -Sí, la verdad es que tiene sus puntos-asintió Scott mientras Alec rumiaba algo de por dónde me podía meter yo mis malditos puntos.
               Descendimos las escaleras y entramos en la playa, la arena me hacía cosquillas en los pies mientras nos dirigíamos hacia donde los amigos de Scott ya habían dejado preparadas las toallas. Karlie estaba inclinada enterrando el pie de su sombrilla en un pequeño agujero que había cavado con las manos, mientras Logan y Max se ocupaban de extender las toallas y rellenar todos los recovecos que habían quedado, desperdigando aquí y allá cosas con peso para evitar que el viento las volara. Megan sonrió, agradecida de que Tommy hubiera llegado a su rescate, y Bey le sacó la lengua a Alec mientras señalaba un rectángulo dorado que había quedado al lado de la toalla con estampado tropical sobre la que había dejado su mochila.
               -Te he guardado sitio, Al.
               -¿Me puedes querer más, reina?-respondió él, abrazándose a ella, que empezó a reírse, y dándole un beso en la mejilla. Extendí mi toalla al lado de la de Karlie y la arrastré un poco para que no me molestara la sombra de su parasol.
               -Me pido en el primer grupo para ir al agua-anunció Max, levantando la mano. Karlie se sentó sobre sus tobillos y sacó un termo en el que llevaba zumo.
               -Tonto el último-respondió Jordan, dándole un empujón, haciendo que Max se cayera al suelo y echando a correr en dirección al agua.
               -¡Cabrones!-protestó Logan, tirando la suelo su camiseta de mala manera. Echó a correr en pos de Jordan, que ya estaba chapoteando con sus pies en la orilla. Poco a poco, los demás iniciaron sus propias carreras en dirección a la orilla.
               Bey terminó de quitarse sus pantalones cortos y la camiseta de tirantes, su gemela ya chapoteando y haciéndoles ahogadillas a los chicos, y se volvió para mirar a Alec, que ya se había quitado la camiseta, y disfrutar de su expresión agotada mientras guardaba cuidadosamente la ropa en su bolsa.
               -¿No te preocupa ser el tonto?-preguntó.
               -Por ti yo me arriesgaría a cualquier cosa, mi niña-le sonrió Alec, poniendo los brazos en jarras. Intenté no fijarme en lo bien definidos que tenía los músculos de los abdominales.
               También intenté no fijarme en que me estaba fijando en los músculos de su pecho.
               Pero, sobre todo, intenté no imaginarme cómo sería tocarlos, preguntarme si estarían calentitos al tacto o fríos, como los abrazos de mi madre cuando se sentaba a leer en el jardín y a mí se me antojaba ir a verla.
               -¿No será, quizás, que la tonta siempre soy yo porque siempre me quedo solísima, cuidando de las cosas mientras vosotros os bañáis?-se burló Karlie, untándose los brazos de crema solar.
               -Eres la mami del grupo-sonrió Bey, dándole un beso en la mejilla, ajustándose la parte de abajo del biquini y levantándose. Alec la miró con adoración, una sonrisa boba en los labios.
               -¿Qué tengo que hacer para que me des a mí esos besos?
               -Vigilar las cosas.
               -¿Y perderme el mojarte el pelo? Ni loco-Alec la cogió de la cintura, la atrajo hacia sí y le dio un beso en la frente. Bey se rió, le puso una mano en el pecho y se apartó de él, le retó a ver quién llegaba primero a la orilla y comenzó a correr antes de que Alec procesara la información.
               -Puedes ir a bañarte tú también, si quieres, Saab-sonrió Karlie, poniéndose las gafas de sol-. Me he traído mi libro.
               -Te haré compañía. Además, me quedan diez minutos haciendo la digestión.
               -Qué rica-sonrió Karlie, abriendo el libro que acababa de sacar de su bolsa de playa y cogiendo el marcapáginas. Lo sostuvo entre sus dedos y dobló el lomo para continuar con su lectura mientras yo inspeccionaba la playa. Había venido un par de veces con mis padres, pero más haciendo turismo que con la intención de bañarnos. Estaba demasiado lejos y, en las ocasiones en que íbamos (principalmente, los fines de semana), había tantísima gente que era casi imposible encontrar un hueco donde colocar la toalla.
               Ahora había gente, sí, pero nada comparado con un sábado, por mucho que fuera por la mañana.
               Me quedé sentada tranquilamente estudiando el mar mientras Karlie pasaba páginas a una velocidad de tortuga, disfrutando de la lectura. Vi como los demás jugaban en el agua y me entró un poco de envidia; sentí una pequeña punzada en el estómago al sentir la tentación de ir corriendo a bañarme con ellos.
               Scott y Megan habían hecho equipo para conseguir hundir a Tommy cada vez que se acercaba una ola, mientras Tam saltaba cada una de las que se acercaban y Logan, Max y Jordan jugaban a ver quién llegaba antes a los puntos que elegían: las rocas de mi izquierda, la boya del fondo, aquel banco de algas flotante de más allá.
               Karlie levantó la vista un segundo al escuchar los gritos de Bey cuando Alec la alzó en brazos, se la cargó al hombro y empezó a caminar en dirección a la parte más profunda del mar.
               -¡No, Alec! ¡No! ¡NO!-gritaba ella, riéndose y pataleando, dándole puñetazos en la espalda para que la soltara. Se aferró a él cuando llegó una ola más alta que las demás y exhaló un grito agudísimo que debería haberle dejado sordo cuando la espuma le salpicó la parte baja de la espalda-. ¡AH! ¡ALEC!
               Karlie negó con la cabeza y volvió a su libro. Mi atención se había fijado en ellos dos y ya no había nada que pudiera atraerme más. No escuché la conversación, pero algo en mi fuero interno intuyó lo que se estaban diciendo.
               -Cómo me gusta que grites así mi nombre, reina-se cachondeó Alec mientras seguía andando, los pies hundiéndose en la arena de debajo del agua, el nivel del mar subiendo por su pecho y clavándosele como un millar de cuchillos, pero tan determinado a hace de rabiar a Bey que ni le importaba.
               -¡Para, por favor te lo pido! ¡NO!-bramó, y eso lo pude oír-. ¡Que no, Alec, que está muy fría, por favor! ¡No! ¡AY NO, ALEC, NO ME SUELTES, POR DIOS BENDITO!-gritó ella, encaramándose a su cuello cuando el agua subió hasta un poco debajo de los hombros de él y comenzó a lamerle las pantorrillas-. ¡ESTÁ HELADA!
               -Dame un beso si no quieres que te suelte-la retó Alec, y ella se rió, pero terminó obedeciendo. Le dio un beso en la mejilla y le acarició la nuca, pero los ojos de Alec chispearon, traviesos-. En los labios.
               -Prefiero mojarme-respondió ella, encogiéndose de hombros.
               -Sea pues-contestó Alec, riéndose, y, de repente… la cogió de la cintura y la levantó por encima de él con todas sus fuerzas, impulsándola hacia arriba y hacia delante, haciendo que cayera en el agua justo delante de una ola tímida que salpicó su pelo. Todos comenzaron a reírse mientras Bey pataleaba, buscando salir a la superficie. Se irguió como un coloso en cuanto consiguió poner pie en el fondo y se echó el pelo, que había quedado como una esponjosa nube chorreante, a un lado.
               -¡HIJO DE PUTA!-tronó, y Karlie se bajó las gafas de sol mientras yo me reía viendo cómo ella se acercaba a Alec, que intentó echar a correr, pero no lo consiguió, y comenzaba a golpearle en la cabeza y en los hombros-. ¡Yo te mato! ¡Te voy a ahogar! ¡Cabrón de mierda! ¡Annie debería darme las gracias, porque voy a matar al gilipollas de su hijo!
               -¿Para qué vienes a la playa si no es para darte un baño?
               -¡Para librarme de ti!-gritó ella, cogiéndolo de la cabeza y arrastrándolo hacia el fondo tras tomar una inmensa bocanada de aire. Karlie puso los ojos en blanco y volvió a su lectura, pero a mí me parecía la escena más fascinante que hubiera visto nunca.
               Era como si yo no conociera al chico con el que se estaba bañando Bey. Como si fuera una persona radicalmente opuesta a la que era cuando estaba en el agua. Me pregunté si se debería a la compañía o al medio, pero era indudable que Alec acababa de sufrir una transformación.
               Incluso… me caía bien.
               Incluso… sentía algo que no conseguía explicar del todo.
               Continué mirándolos sin pudor alguno incluso cuando los demás se juntaron con ellos y comenzaron a jugar, nadando en direcciones diferentes, haciendo cabriolas y piruetas en el agua consiguiendo que los demás se rieran. No se me escapó la manera en que ellos se mantenían juntos, en cómo se buscaban incluso cuando alguien se interponía entre los dos, o la innegable química que tenían, que se notaba incluso en la distancia.
               Nunca me había fijado en lo bien que se llevaban, en lo mucho que Bey se reía con las tonterías de Alec. Ahora que no podía escucharlas, sus tonterías no me parecían ofensivas, ataques cuyo único objetivo era fastidiarme, y él no me parecía un gilipollas de campeonato.
               Me fiaba de Bey. La admiraba, incluso. Si ella quería tanto a Alec, era imposible que él fuera tan malo como yo creía.
               -Estás muy pensativa-comentó Karlie, y yo me volví hacia ella, saliendo del momento en que Bey se colgaba del cuello de Alec, le acariciaba la nuca con los dedos, él le pasaba las manos por la cintura y frotaba la punta de su nariz contra la de ella, arrancándole una carcajada-. ¿Qué pasa? ¿Es por lo de Megan?
               Pestañeé, al principio sin comprender. Volví a mirar en dirección al grupo, esta vez buscando a la pelirroja, que se daba el lote de una forma tremendamente obscena con Tommy, lo cual levantaba exclamaciones y pullas entre los amigos de él.
               Karlie siguió mi mirada y dejó el libro sobre su toalla, vuelto sobre sus páginas para no perder el ritmo de su lectura.
               -Escucha, no tienes que darle más vueltas a lo que dijo. Fue un comentario muy desafortunado, sí, pero no lo hacía con mala intención. No debes dejar que eso te defina, Saab. Y no es un defecto-aseguró-. A mí, al menos, no me lo parece.
               -A mí tampoco-aseguré, negando con la cabeza, y Karlie sonrió.
               -Tienes que pensar en ello como una elección.
               -Eso hago-respondí, reclinándome en la toalla.
               -Guay, porque igual te parece una tontería, pero yo, sinceramente, me considero una privilegiada. Es decir, a mí, mi familia me eligió. Y a ti también. ¿Con los demás?-les señaló con el dedo-. Se tuvieron que conformar. Les vino dado.
               Me eché a reír.
               -No creo que mi madre se conforme con mis hermanos.
               -Hombre, no tenía un amplio catálogo donde escoger, como hizo contigo; eso debes admitirlo.
               -Eso es verdad-sonreí, riéndome, y Karlie sonrió también. Me encantaban las chicas del grupo de amigos de mi hermano por eso: porque, las que no eran modelos a seguir (o, por lo menos, no lo parecían), me entendían como no podía entenderme nadie más. Ni siquiera mis amigas.
               Karlie, con más razón. La habían adoptado con seis años, en el mismo orfanato en el que me habían encontrado a mí, con la salvedad de que sus madres habían ido directamente allí con la esperanza de encontrarse con una hija, ya aconsejadas por mis padres, y Karlie recordaba la vida antes de que aquella pareja de mujeres con sendas alianzas en las manos atravesara las puertas del edificio al que había llamado hogar durante toda su vida. Ella recordaba un pasado que yo tuve durante unas pocas horas. Recordaba el cambio de colegio y conocer a sus amigos. Recordaba el papeleo y la primera vez que durmió en su cama. Yo era demasiado pequeña para atesorar ningún recuerdo, pero Karlie, aun a su corta edad, había entendido la trascendencia de lo que sucedía y lo había registrado todo con mucho cariño.
               Por eso pensaba así. Porque sabía el esfuerzo que conllevaba una adopción. No puedes adoptar por accidente. Quedarte embarazada, sí.
               -Me molesta su lástima-respondí después de un momento, y ella me miró-. Que todo el mundo lo considere un tabú. Para mí no lo es-me encogí de hombros-. Y no me avergüenzo de ello.
               -Eso está bien-sonrió, acariciándome el brazo-. ¿Intentarás encontrarlos?
               -¿A quiénes?
               -A tus biológicos.
               Negué con la cabeza.
               -No tengo interés en ellos. Y, aunque lo tuviera, no encontraría gran cosa. ¿Y tú?
               -Sí-asintió-. Ya lo he dicho en casa. A mamá le parece bien. Mami tiene sus reservas; creo que le da miedo que algo cambie entre nosotras.
               -Lo cierto es que la comprendo.
               -Es mera curiosidad-Karlie se encogió de hombros y dio un sorbo de su termo, me lo tendió y yo lo acepté. Resultó que lo había rellenado con un fresquito batido de sandía-. Simplemente quiero ver a quién me parezco. No son mi familia. Son como… mi fábrica. ¿A ti no te gustaría visitar el sitio donde se grabó tu película favorita?
               -Disfruto cuando papá me lleva al estudio, sí-sonreí.
               -Pues es lo mismo. Es como si yo fuera una canción. Creo que sería interesante ver el micrófono que me escuchó por primera vez… ya me entiendes.
               -Claro-me eché a reír y Karlie sonrió. Se quedó mirando a sus amigos.
               -Debe de ser guay-murmuré, y ella me miró-. Adoptar, quiero decir.
               -Yo quiero hacerlo cuando sea mayor. Me parece algo precioso, darle una oportunidad a alguien que nunca ha tenido ninguna… hacer por otro niño lo que una vez hicieron por mí.
               -Deberíamos adoptar un huerfanito entre las dos-bromeé, y ella se echó a reír.
               -¿Te imaginas? Sería lo más. Yo me lo quedaría los lunes, los miércoles, y los viernes.
               -¡No! Toda la semana, y el fin de semana, me lo quedaría yo.
               -¡Ni de broma!-respondió Karlie-. ¡Tú lo que quieres es hacer todo lo guay con el niño, y cargarme con el muerto de educarle a mí!
               -¿No es eso lo que hacen todos los padres divorciados?
               -Sí, pero nosotras no somos padres-contestó Karlie-, ni estamos divorciadas-me guiñó el ojo y recogió su libro. Un nuevo chillido de Bey me hizo volver la vista hacia el mar.
               Aquel momento de confidencias me pareció el perfecto para satisfacer mi curiosidad. Si no lo preguntaba entonces, sospechaba que nunca lo sabría.
               -¿Alec y Bey son novios?-quise saber, y Karlie abrió los ojos, sorprendida.
               -¿Bey y Alec?-preguntó-. ¡No, por dios!-negó con la cabeza y contuvo una risita con la mano-. Ya les gustaría.
               -¿A qué te refieres?
               -Él está loco por ella, y ella bebe los vientos por él, pero son demasiado amigos y no quieren arriesgarse.
               -A mí no me parece que sea ningún riesgo. Es decir… mira todo lo que tontean.
               -Y hoy están bastante relajados-contestó ella-. Pero… cuando uno no admite lo que siente por otra persona, sí.
               -¿Y Alec no lo admite?
               -¿Alec? Si se lo debe de decir como 20 veces al día. Como si no se le notara-Karlie puso los ojos en blanco-. Es Bey la que se lo niega.
               -Pues parece que no lo hace con mucha convicción.
               -Ni muerta te admitirá que está enamorada de él-respondió Karlie, recolocándose el libro-. Una pena, de verdad. Alec tiene pinta de ser un novio de diez. Ya quisiera yo tener uno como él.
               -Eso cuando no está ocupado diciendo gilipolleces.
               -Bueno, reconozco que, cuando tiene una lengua ajena en el esófago, gana bastante-admitió Karlie, y yo rompí a reír-. Pero la mitad de las cosas que te dice a ti, te las dice por hacerte de rabiar. Si supiera que te molestan de verdad, no las diría.
               -Dudo que a Alec le importe lo que a mí moleste o me deje de molestar.
               -Por eso no le soportas, Saab-contestó ella, subiéndose las gafas-. Porque no sabes cómo es realmente.
               Me quedé rumiando un rato sus palabras, hasta que Tommy, Megan, Alec y Bey salieron del agua y se acercaron a nosotros.
               -Tenéis que meteros, chicas, ¡está buenísima!-sonrió Megan, dejándose caer en su toalla.
               -Pasando-contestó Karlie-. El libro está interesantísimo.
               -Sabes que si nunca sales de la sombra de tu sombrilla nunca escribirás tu propia historia picante, ¿verdad, K?-la pinchó Alec, y Karlie le enseñó el dedo corazón.
               -¿Quién necesita una ola pudiendo tener un mar de papel?-contestó ella.
               -La mitad de las veces no tengo ni idea de lo que dices, cariño; menos mal que tienes una voz preciosa y me la suda no entenderte.
               -Es lo que tiene viajar, tesoro: que ves mundo-Karlie le dio un toquecito en el pie a Alec.
               -¿No tendrás, por casualidad, una goma del pelo? Parezco un caniche, gracias al tonto éste-protestó Bey, recogiéndose sus rizos. Megan le tendió una-. Ahora voy a tener que recogerme el pelo para que no me moleste y no va a poder distinguirme de mi hermana.
               -Yo te distinguiría incluso entre 200 mil clones, Bey-contestó él, ofendido.
               -Payaso-se rió ella.
               -¿Te echo crema?
               -Soy negra, mi amor. No necesito crema; no me quemo.
               -Joder, reina, con la ilusión que me hace siempre venir a la playa por este momento-se lamentó él-. Déjame sobarte, aunque sea sólo un poquito.
               Bey puso los ojos en blanco.
               -A ti sí que habría que clonarte, Al-rió Tommy, y Bey terminó de arreglarse la melena.
               -¿Cómo estoy?
               -Horrenda-contestó Karlie.
               -Contigo no hablo, leche desnatada.
               -Despampanante-contestó Alec.
               -Buen chico.
               -¿Ves, Kar? Aprende. Así es como se gusta a la gente.
               -Sí, para lo que te va a servir hacerle la pelota…
               -Va a terminar cayendo.
               -De puro cansancio-Bey se recostó en la toalla-. ¿Has traído las cartas, T?
               -Hoy le tocaba a Scott.
               -Genial-celebró Alec-, a jugar al tres en raya en la arena.
               -Me las ha metido en la mochila-intervine yo, y Alec dio un brinco.
               -Joder, Sabrae. Haz ruido antes. Casi se me había olvidado que estabas ahí.
               -Ojalá a mí se me olvidara que estás aquí-contesté yo, y él negó con la cabeza, se sentó a los pies de la toalla de Karlie y recogió al vuelo la baraja de cartas que le tiré. Me incorporé de un brinco, me ajusté la parte de abajo del biquini y traté de ir con la mayor dignidad posible hacia el mar, sabiendo que todos los ojos estaban puestos en mí.
               Fui repentinamente consciente de cómo se me marcaba el culo con la braga del bañador, y me puso nerviosa sentir los ojos de los chicos clavados en mi cuerpo, así que, cuando llegué a la orilla, lo hice prácticamente sin aliento, de tanto que había apretado el paso y estirado la espalda.
               Mi intención era entrar lentamente, pero Scott aprovechó una ola para llegar hasta mí y abrazarse a uno de mis pies, haciendo que perdiera el equilibrio y casi me cayera, empapándome cuando el agua aún no me llegaba por la rodilla.
               -¡Scott!
               -Ya pensaba que no venías, pequeña, ¿estás bien?
               -Estaba haciéndole compañía a Karlie.
               -Mi niña, qué buena es. De qué poco te va a servir-sonrió, levantándose, y empujándome por los hombros para que me cayera al suelo justo cuando una ola, la mayor del ciclo, rompía frente a mí. La espuma impactó contra mi cara y toda la fuerza del agua me echó hacia atrás, haciendo que rodara por el suelo y se me metiera arena en las bragas y el sujetador.
               Me incorporé boqueando en busca de aire, y dediqué la siguiente media hora a tratar, sin éxito, de torturar a mi hermano. Nadé entre los chicos y jugué a ver quién hacía la mejor pirueta con Tamika, separando las piernas y haciendo las veces de portería para los juegos de Logan, Max, Jordan y Scott, a quienes les pareció divertidísimo convertirme en su diana particular hasta que Tam, harta de tanto abuso, se hizo con la pelota de playa y salió del agua. Los chicos la siguieron, suplicando que se la devolviera, asegurándole que no volverían a hacerme nada, pero yo iba detrás, también, pasándome el balón con ella, haciendo que sufrieran.
               Llegamos a las toallas y le tiré la pelota a Tommy, que negó con la cabeza en dirección a Scott, en tono de reproche. Alec se levantó al ver llegar a los demás.
               -¿Vamos al bar…?
               -Sí-soltó mi hermano.
               -¿… a por unas birras?-se rió Alec.
               -Hijo, Scott, eres un puto ansioso-se burló Jordan.
               -¿Qué tal el agua?-preguntó Alec, estirándose. Max, sin previo aviso, dio un paso hacia él y le envolvió la cintura con sus brazos-. ¡Hijo de puta!
               -¿Qué pasa? ¿Está fría?-preguntó Max en tono inocente, y Alec negó con la cabeza, riéndose. Lo agarró del cuello y le plantó un beso en la mejilla.
               -Aquí no, cariño, ya sabes que me pongo mimoso cuando me das abracitos.
               -Cuando lleguemos a casa te doy lo tuyo, Alexander.
               -Madre mía, no sé si podré esperar, Maximiliam-los dos se echaron a reír, y esperaron a que los demás revolvieran en sus bolsas en busca de la cartera.
               -¿Te bajo algo, Saab?-preguntó Scott, pero Jordan le acalló meneando la mano delante de su cara.
               -Sh. Atención.
               Scott se volvió a mirar a los chicos, y clavó los ojos en Alec, que en ese momento se había girado y escuchaba con atención una conversación que mantenían unas chicas a un par de metros de distancia en un idioma que yo no logré identificar.
               Todos contuvieron el aliento, y yo con ellos, esperando sin saber muy bien qué levantaba tanta expectación.
               Hasta que, lentamente, Alec se giró y miró a sus amigos con una sonrisa amplia, cargada de seguridad en sí mismo. Sus ojos chispearon con un brillo que hizo que me recorriera un escalofrío.
               Y no fue de miedo. Era de algo que no había sentido hasta entonces.
               Tam parpadeó.
               -¿Y bien?-quiso saber, y Alec la miró.
               -No es griego. Ni ruso.
               ¿De qué está hablando?
               Scott miró a su mejor amigo.
               -¿Thomas?
               Tommy asintió con la cabeza, críptico.
               -Es español-dijo-. Son del sur, estoy seguro.
               La sonrisa de Alec cambió. Se volvió torcida, seductora. Me hizo sentir la necesidad de quitarle el agua del pecho a lametones. Se me revolvieron las tripas, y no precisamente de asco.
               ¿Pero qué me está pasando?
               -Caballeros-Alec abrió los brazos-. Uno que se va a estrechar vínculos entre naciones.
               -Vaya fantasma estás tú hecho-rió Jordan.
               -¿Quieres venir a mirar, a ver si aprendes algo, Jor? Les hablo español y se caen muertas, pavo.
               -¿Qué vas a decirles?-inquirió Tommy, severo.
               -A ti te voy a contar mis trucos.
               -Gilipollas, no. A ver si vas a insultarlas y te dan un bofetón. Lo digo por grabarlo.
               -Tengo mis métodos-Alec se tiró de las solapas de una chaqueta que no llevaba puesta-. Un poco de fe en mí, criaturas.
               -Alec-insistió Tommy.
               -De dónde eres-espetó Alec en español, y yo di un paso atrás. Sabía el suficiente como para comprender su frase, pero no me esperaba que él también hablara el idioma en el que se comunicaban Scott y Tommy cuando no querían entendiésemos su conversación-, cuál es tu nombre, tienes novio o buscas hombre.
               Las bocas de todos se abrieron en una inmensa O.
               -¿De dónde coño has sacado eso?-quiso saber Tommy-. Porque yo no te lo he enseñado.
               -Las de Fifth Harmony estaban buenísimas, a ver si te piensas que yo no me vicio a ver sus vídeos cuando estoy solo en casa.
               -Lo que quieras si me dices por favor-canturreó Megan, y Tommy la miró, estupefacto. Alec sacudió las caderas al ritmo de una música que sólo él escuchaba y luego nos guiñó un ojo.
               -Uno que se va. Deseadme suerte.
               -Pero si no la necesitas-protestó Jordan.
               -Cómo te quiero, hijo mío-le dio una palmadita en la cara-. No me esperéis, cogeré el último tren.
               Y se marchó sin decir nada más, consiguiendo que todos pusiéramos los ojos en blanco. Miré a Karlie y ella me miró a mí.
               -Vale-admitió-. Admito que a veces es un poquito insoportable.
               -¿Sólo un poquito?-pregunté, cruzándome de brazos.
               -Y volví al agua.


Llevaba cerca de una hora nadando después de aquello y aun así no había conseguido acabar con mi enfado. No sabía qué, pero algo de lo que había dicho o hecho Alec me había molestado sobremanera, y ni siquiera el mar, al que yo consideraba mi elemento, era capaz de quitarme esa sensación de encima.
               Era su chulería.
               La forma que tenía de comportarse.
               Que fuera tan imbécil que no se diera cuenta de que sus amigos le reían las gracias por compromiso más que porque tuvieran gracia (porque, no, no la tenían).
               Su forma de salirse con la suya siempre.
               Justo cuando había creído que estaba calmándome, había mirado en dirección a las toallas sólo para encontrármelo a unos metros riéndose y bebiendo con las tres españolas con las que había estado tonteando desde que me metí. Y una nueva furia se apoderó de mi cuerpo, una furia ardiente que yo traté de apagar con la ayuda de la marea.
               Cuando por fin conseguí calmarme un poco, decidí nadar lenta pero decididamente en dirección a las rocas. El cielo comenzaba a teñirse de un precioso tono sonrosado y notaba el aire de alrededor de mi cara más frío que el agua que bañaba el resto de mi cuerpo. Duna me había pedido que le llevara un par de conchas, y, si la encontraba, también una estrella de mar.
               No me había acordado más de que se lo había prometido a la pequeña, con todo lo que había sucedido. Pero ahora, sola con mis pensamientos en el crepúsculo del día, de repente recordé la petición de mi hermanita y decidí cumplir con mi palabra. Dudaba que consiguiera encontrar una estrella de mar, ya no digamos que mamá aprobara que la sacara de su hábitat y la llevara a casa.
               El agua empezó a bajar por mi cuerpo cuando llegué a la zona rocosa. Hacía más frío del que yo me esperaba, así que tomé la muy sabia decisión de dirigirme hacia la zona donde más conchitas parecía haber, escoger unas cuantas, llevarlas a la mochila y volver a meterme en el agua, mucho más caliente y cómoda. Ya me ocuparía de mi biquini mojado más adelante.
               Precisamente estaba hundiéndome en una de las piscinas naturales que se formaban por la marea, en que el agua residual estaba mucho más cálida, limpiando la arena de un par de caracolas que había encontrado, cuando escuché algo por encima del sonido del mar rompiendo perezosamente contra la orilla y las gaviotas dándose un festín más allá.
               Era un sonido que estaba totalmente fuera de lugar.
               Parecían… gemidos.
               Me quedé quieta, con el corazón en un puño, aguantando la respiración. Todavía no sé qué me empujó a ir hacia allá. Qué clase de sucia curiosidad me llevó a caminar en dirección a los sonidos, más que un morbo de los que me repugnaban en otras personas.
               Me puse nerviosa a medida que avanzaba por entre las piedras. Se me formó un nudo en la garganta.
               Apretaba tanto las caracolas entre mis dedos que me estaba haciendo daño.
               Llegué a una de las paredes de roca inclinadas ligeramente hacia atrás que el mar había ido esculpiendo con el paso de los milenios. Los gemidos sonaban cerquísima. Ahora que estaba más próxima, podía identificarlos. Saber que eran de dos personas.
               Le odiaba. O eso me decía a mí misma. Pero yo sabía que era él cuando me asomé.
               Creo que por eso me asomé. Me puse de puntillas, apoyé los dedos sobre la roca, y eché un vistazo por encima del borde. Y lo que vi me dejó totalmente impactada.
               Una de las chicas a las que Alec había ido a visitar momentos antes de que yo volviera a entrar en el agua, la española más guapa del grupo, tenía la espalda apoyada en la pared de roca. La parte de arriba de su biquini estaba tirada, abandonada a su lado. Tenía la boca entreabierta y los párpados bajos, la mirada gacha observando el chico que estaba postrado ante ella, de rodillas.
               Alec tenía la cabeza entre sus piernas, la cara pegada a su sexo, y sospeché que sonreía mientras miraba a la chica acariciarse y decirle palabras que él no entendía, pero que la parte más instintiva de su ser, la más primitiva sí. Le hizo algo a la chica que hizo que ella lanzara una exclamación y escupiera una palabra que, supuse, sería malsonante en su lengua. Alec sonrió, pude verlo, y comenzó a subir dándole besitos en el vientre, deteniéndose a acariciarle los pechos desnudos.
               Devoró su boca y algo dentro de mí se despertó. Una parte que nunca, jamás, había estado activa.
               Alec le separó las piernas a la chica. La cogió por los muslos y la levantó en volandas. Volvió a besarla y clavó sus ojos en los de ella, que seguían mirando su desnudez, el punto en que sus cuerpos se rozaban.
               -Mírame-le pidió Alec, con una voz oscura, ronca, en el tono de un animal. Un tono que me encantó.
               La chica obedeció.
               Y Alec entró en su interior.
               No pude verlo.
               Pero lo supe.
               Igual que sabía que tenía que irme de allí, pero no fui capaz hasta que él no apoyó la frente en el hombro de ella, y continuó embistiéndola, y ella abrió los ojos y los clavó en mí.
               Me agaché rápidamente y eché a correr. Creo que ella no dijo nada. No gritó, no se detuvo, continuó manteniendo sexo con Alec sin importarle que pudieran descubrirles o que ya lo hubieran hecho.
               Corrí al agua y nadé y nadé como si no hubiera un mañana; me adentré más en el mar de lo que pretendía y, cuando quise darme cuenta, me asusté: estaba tan adentro que dudé que pudiera salir, siquiera con ayuda. Seguro que nadie se daría cuenta de lo lejos que había nadado ni oiría mis gritos.
               También caí en que me había olvidado las caracolas de Duna, pero de momento lo principal era conseguir llegar a algún lugar en el que hiciera pie.
               Me costó dios y ayuda: peleé, pataleé, buceé para evitar las olas y grité de frustración cuando mis pulmones no daban más de sí y hacían que tuviera que recibir algún embate del mar en la superficie. Eso me retrasaba y hacía que perdiera espacio aventajado al océano.
               Pero conseguí sentir la arena bajo mis pies. Por fin, después de un angustioso momento, noté el glorioso tacto de algo blanco y granuloso en las yemas de los dedos. Casi lloro de alivio.
               Empecé a caminar, intentando olvidar lo que había presenciado, buscando ahogar las emociones que eso había despertado en mí.
Y, cuando el agua llegó por mitad de mi pecho, me quedé congelada en el sitio. Me recibió un frío que yo no me habría esperado ni en un millón de años.
               Bajé la mirada lentamente, como si quisiera darle a Alá tiempo para que reconsiderara su decisión y, por arte de magia, la parte de arriba de mi sujetador estuviera donde había estado toda la tarde.
               Pero sólo me encontré con la visión de mis pechos desnudos, los pezones duritos, como cuando era invierno y yo me ponía un jersey encima de otro, y ni por esas conseguía librarme del frío.
               -No-susurré-. No, por favor, Dios, no. Por favor. No.
               Me tragué mis ganas de llorar por la humillación, mi cansancio y mi mareo: tenía que encontrar la parte de arriba de mi biquini, ponérmela y salir del agua como si no hubiera pasado nada.
               Pero el sol siguió bajando en el horizonte, el cielo continuó mudando de color, el mar siguió ganándole terreno a la tierra. Y mi biquini no aparecía.
               No podía bucear de tan nerviosa que estaba: me latía el corazón a mil y eso hacía que mis venas no aprovecharan el oxígeno que enviaba mi sangre. Estaba hiperventilando y mareada. Me sorprendió no vomitar entre bocanada de aire y bocanada de aire. Me picaban los ojos por la sal del agua, y me temblaban las piernas de la ansiedad y el frío a partes iguales.
               Vi que me hacían señas desde la toalla: tenía que salir ya.
               -Todavía no, por favor, esperad un poco más…-supliqué entre dientes, muerta de miedo y con ganas de llorar. Sabrae, vamos a perder el tren, tienes que salir, me dijo el viento.
               No puedo salir así, quise responderle. Dejadme aquí.
               Deseé gritar por que viniera mi hermano, deseé que el mar me arrastrara y que nadie me viera en mi estado, deseé un montón de cosas, pero jamás pensé que una ayuda inesperada vendría en la forma en la que llegó.
               Una figurase acercó a la orilla y empezó a entrar en el agua. Mi corazón se detuvo un momento con la esperanza de que fuera Scott.
               Pero era demasiado alto.
               Así que continué buscando, de forma frenética, mientras Alec se acercaba a mí.
               -¿Qué?-preguntó, pero no lo hizo en tono borde, y yo se lo agradecí. Estaba siendo mejor que yo en ese instante. Yo le hubiera gritado por retrasarnos, de estar las tornas cambiadas-. ¿Buscando mantas rayas nocturnas?
               -No-dije, críptica, agotada.
               -¿Fijo?
               -Bueno-admití-, algo así.
               -Sabrae-dijo en tono de hermano mayor, y yo me volví hacia él, sorprendida. A veces se me olvidaba que él tuviera una hermana y que pudiera usar ese tono con nadie. Y mira que no paraba de repetirlo, más él que ella. Pero, simplemente, en mi cabeza no terminaba de establecerse la relación entre él y Mimi-, venga. En breves vendrá tu hermano y no le va a molar que sigas en el agua.
               -Luego salgo-respondí por encima de mi decepción. ¿Todavía está en el puñetero bar?
               -No-contraatacó él, tajante-, sales ahora, que si no, no te secas, y no nos dejan subir al tren.
               -Pues me dejáis aquí-sentencié, dando un par de brazadas para alejarme de él.
               -Estás mal de la puta cabeza si crees que te voy a dejar aquí sola.
               -¿A ti qué coño más te da? Dios-bufé, pataleando para poner más distancia entre nosotros.
               Le escuché chapotear y pensé que se había ido.
               Eso fue hasta que su cabeza surgió a medio metro delante de mí.
               -¡Joder!-grité, sorprendida.
               -Venga, pava-gruñó, molesto-. No me toques los cojones. Ven.
               Estiró la mano y me agarró de la muñeca.
               El pánico reaccionó por mí: le solté un tortazo con la mano abierta para que me soltara, y él lo hizo un segundo, movido por la sorpresa.
               -Pero, ¿es que estás mal de la cabeza, niña?-rugió, volviendo a cogerme y tirando de mí en dirección a la playa.
               -he perdido la parte de arriba del biquini-me vi obligada a confesar, y él se detuvo, me miró a los ojos…
               … y luego, fue Alec Whitelaw.
               Me miró las tetas, ocultas bajo el agua.
               Menudo putísimo gilipollas. Salido de mierda.
               Le salpiqué con la mano libre, disparando más agua hacia sus ojos.
               -¿Eres tonto, o qué te pasa? ¡No me mires, payaso!
               -¿Y qué pasa?-preguntó, quitándole hierro al asunto.
               -Me da vergüenza que me veáis-y me abracé los pechos, aprovechando que él me había soltado la mano, más comprensivo ahora. Asintió con la cabeza, se alejó un poco de mí.
               -Sal conmigo.
               -¿Es que no me has oído?
               -¿Y tú a mí?-espetó-. Yo lo solucionaré, no te preocupes. Sal conmigo, hasta donde te sientas cómoda. No quiero que te quedes aquí.
               -¿Por qué no?
               Alec puso los ojos en blanco.
               -¿Acaso haces pie?
               -Sí-mentí.
               -Sabrae-contestó, pasándose una mano por el pelo-, mido literalmente medio metro más que tú, y no toco la arena del suelo. Sal conmigo hasta donde te sientas cómoda, y luego espérame en el agua.
               Echó a nadar sin esperar a que lo siguiera, porque sabía que iba a hacerlo. Me quedé quieta cuando por fin toqué tierra y el agua me llegaba por debajo de las axilas, esperando que regresara con su fantástica solución.
               Volvió a entrar en el agua con algo blanco en la mano, que me tendió apenas me tuvo a tiro. Lo recogí rápidamente, tapando mis pechos con la mano libre.
               -¿Una camiseta blanca? ¿En serio? Muchas gracias, Alec. Será como si no llevara nada-bufé.
               -Discúlpame, princesa, es que no sabía que iba a tener que darte mi puta camiseta cuando salieras del agua. De lo contrario, habría traído una puñetera camisa de fuerza negra, para que no tuvieras inconveniente.
               Me quedé mirando el bulto arrugado, insegura.
               -¿Es la tuya?
               -Eso te acabo de decir.
               Me mordisqueé la cara interna de la mejilla, hasta que finalmente me armé de valor y le pedí que se diera la vuelta para poder ponérmela con comodidad. Me pasé el pelo por el cuello y me la quedé mirando. Mi anatomía se notaba bastante, pero como había salido un poco más ahora que él se había ido y no había casi nadie en el agua, me había dado tiempo a secarme mientras Alec iba a buscarla, por lo que tampoco se transparentaba todo lo que yo creí.
               -¿Y bien?-preguntó él.
               -Camina delante de mí-le pedí, y así lo hizo. Echó a andar con decisión, pero enseguida me dejó atrás. Regresó a mi lado, volvió a colocarse delante y estiró la mano a su espalda. Se la agarré y nos quedamos quietos un segundo.
               -¿Qué ocurre?-pregunté, y escuché la sonrisa en su voz.
               -Nada, estaba pensando… seguro que no te acuerdas. Olvídalo.
               -¿Qué?
               -Hacíamos esto cuando eras pequeña y veníamos juntos a la playa-explicó. Asentí, agradecida por tener algo que me distrajera.
               -Lo recuerdo.
               Se volvió.
               -¿De veras? Parece mentira. Eras tan pequeña. Fue antes… de todo.
               Sonreí.
               -¿Antes de que nos odiáramos?
               -Yo no te odio, Sabrae-respondió, sincero, mirándome a los ojos.
               -Yo tampoco te odio, Alec-contesté, también sincera, también mirándole a los ojos. Esbozó una sonrisa cargada de confianza, y cierta intimidad. Le apreté la mano.
               -Vamos-instó, tirando ligeramente de mí.
               Todo fue bien,
               Hasta que el agua comenzó a llegarme sólo por los muslos y pasó de ser un sustento a un obstáculo.
               -¿Cómo vas?
               -Estupendamente-dije, y entonces, me topé con una roca en el fondo, y mis piernas cedieron, el cansancio me pasó factura y me desplomé de nuevo en el agua. Me levanté rápidamente, presa del pánico, pero todo fue inútil: volvía a estar empapada y volvía a vérseme todo.
               Me abracé a mí misma y miré a Alec al borde de las lágrimas. Me odié por mostrarme tan vulnerable ante él, pero en mi defensa diré que él tampoco estaba siendo el capullo de siempre.
               -No te preocupes-me tranquilizó-. Podemos ir hacia las rocas y me esperas ahí mientras te consigo algo con lo que taparte, ¿te parece?
               -Está bien-asentí. Intenté caminar hacia donde había sugerido, pero me costaba horrores dar un paso. Tanta búsqueda, tantos nervios, habían acabado volviéndose contra mí. Me temblaban las piernas y era lenta. Y tenía frío. Muchísimo frío.
               -¿Puedes caminar?-preguntó él, paciente.
               -S… sí-tartamudeé, abrazándome para que no viera nada que no debiera, lo cual contribuía a desestabilizar mi ya de por sí precario equilibrio.
               -¿Quieres que te lleve?-ofreció, y yo me lo quedé mirando.
               -No hace falta, de verdad, no te molestes…
               -No es molestia, Sabrae. ¿Te llevo?
               -Es que peso much…-comencé. Y me cogió en brazos sin previo aviso, levantándome como si tuviera el peso de una pluma. Ahogué una exclamación y me afiancé sobre su cuello instintivamente, cosa que le divirtió.
               -¿Decías?-rió, gracioso, y yo luché por no ponerme colorada, pensando en lo a gusto que se estaba en sus brazos.
               -A Scott le cuesta llevarme, y…-me pegué a su pecho, notando el rubor que me corría por mis mejillas, al haberme dado cuenta de que la camiseta mojada aumentaba la sensibilidad de mi piel.
               Y mentiría si dijera que no me encantaba el roce que sentía en mis senos gracias a la respiración de Alec, la forma en que su pecho acariciaba el mío o el mío el suyo al tomar y expulsar aire ambos.
               -Apenas noto nada contigo-replicó él, quitándole importancia-, ¿seguro que estás entera? A ver si nos hemos dejado una pierna por ahí flotando, o algo así-como el gran payaso que era, giró sobre sí mismo, oteando el horizonte, cosa que le agradecí. Toda la tensión que había sentido desde que le descubrí (o, más bien, me descubrieron espiándole) se estaba evaporando como el vaho de una ventana en invierno cuando te decides a abrirla.
               Hizo lo que había planeado: nos dirigimos a las rocas y buscó un recoveco en el que nadie pudiera verme por accidente de la que paseaba por la arena o por el agua, y, mientras yo miraba en todas direcciones, preguntándome en qué sitio me iba a dejar, se quedó quieto. Noté sus ojos bajar hasta los míos, así que levanté la mirada para encontrarme con la suya.
               Es increíble que me llevara trece años darme cuenta de eso, pero tenía unos ojos preciosos. Eran marrones, y a la vez no eran marrones. Imitaban el sol con un dulce tono ambarino que te invitaba a soñar, en el que podías perderte perfectamente sin echar de menos un mapa o una brújula. Eran un laberinto de chocolate en el que te desorientabas voluntariamente.
               Noté cómo se quedaba sin aliento y noté cómo me quedaba yo también mientras nos observábamos a escasos centímetros, piel con piel, pecho con pecho, alientos con alientos, ojos con ojos.
               -Sabrae-jadeó, y aquella palabra me pareció la más erótica que había escuchado en mi vida.
               Ninguna palabra se igualaría a la forma en que Alec pronunciaba mi nombre cuando se volvía consciente de mi presencia. Ni ahora. Ni cuando tuviéramos ochenta años.
               Jamás nada me haría sentir tantísimas cosas, y tan intensas, como mi nombre escapándose de sus labios en un jadeo de absoluta adoración.
               -Alec-respondí, y en su boca chispeó una sonrisa.
               -La última vez-comenzó, lento- que te tuve tan cerca, ni siquiera sabías decir mi nombre bien.
               Sospeché que aquel murmullo que acababa dedicarle había producido el mismo cortocircuito en su cabeza que en la mía.
               Me sentía tremendamente lejos de la chica que había sido hacía unas horas. No lograba entender cómo había sido todo antes de que él me cogiera en brazos, cómo me había molestado cada respiración que él tomaba, la forma en que estaba relajado, feliz, tonteando con Bey o con las españolas, haciendo el cafre con sus amigos… hasta que toda su atención se centró en mí.
               -Tu tampoco es que seas un rey de la dicción, precisamente.
               Dije aquello para acallar las revelaciones que se sucedían en mi cabeza, las que me apuntaban que mi enfado con él no se debía a que fuera como era… sino a que a mí me encantaba, en el fondo, su más pura esencia.
               Le deseas, se regodeaba algo en mi interior, recordándome la sensación de que él me cogiera en brazos y cómo todos mis problemas habían parecido desvanecerse en cuanto estuve acurrucada contra su pecho. Desde que estaba acurrucada contra su pecho.
               Alec rió, ajeno a todo lo que sucedía en mi interior. Su risa me pareció la más bonita del mundo.
               Ni Scott se reía así cuando yo era un bebé.
               -Se nota que no me has visto leyendo el diccionario-bromeó, y yo sonreí, me acurruqué instintivamente contra él. No sólo estaba prácticamente desnuda en su pecho: también estaba totalmente vulnerable, mis defensas desparramadas por el suelo, nosotros dos volando por encima de las nubes.
               -Apuesto a que mañana vas a aparecer por mi casa con uno, sólo para demostrarme lo bien que se te da.
               -Mm-meditó un instante, o fingió hacerlo, haciendo algo con la mandíbula que hizo que pensara, por primera vez en mi vida:
               Poséeme.
               -Quizás tu padre tenga la amabilidad de prestarme uno. Los diccionarios pesan.
               -¿Más que las chicas?
               -Son milenios de sabiduría, Sabrae. A ti te faltan aún unos pocos años.
               Me eché a reír, y, sin pretenderlo, le acaricié el pelo con la yema de los dedos. Jugueteé con los rizos que comenzaban a formársele en la nuca sin darme cuenta de que lo hacía: sólo sabía que estaba muy cómoda y no quería que pasara el tiempo.
               -Sabrae-volvió a susurrar Alec.
               -Qué…-respondí, en un tono algo soñador.
               -No juegues así con mi cuello.
               -¿Por qué?-respondí, y ahora, adquirí plena consciencia de lo que hacía. Y lo hice con más ganas.
               -Porque no puedo controlarme cuando una chica guapa me acaricia como lo estás haciendo tú.
               Sonreí, borracha de él, en una extraña espiral de la que sólo podía salir mirándole la boca y fantaseando con probar sus labios.
               ¿Qué hará si le beso?
               ¿Qué hará si se lo pido?
               No puedo controlarme cuando una chica guapa me acaricia como lo estás haciendo tú.
               Me estremecí, pensando en lo que sería probar su boca, con sus palabras reverberando en cada rincón de mi ser que, sorprendentemente, era más profundo de lo que yo jamás habría imaginado.
               -¿Tienes frío?-preguntó, preocupado.
               -Yo…
               Yo no sé qué me está pasando.
               Lo único que sé es que quiero ser la chica a la que tuviste entre estas mismas rocas.
               Sé que me gusta la sensación de mi cuerpo completamente pegado al tuyo.
               Y que necesito sentir tu peso encima de mí.
               -Estás helada-respondió él, depositándome sobre una roca en lo que yo no había reparado. Me acarició los brazos, para lo que se tuvo que separar de mí, y su efecto hipnótico quedó un poco mermado por la distancia-. Llevas tanto tiempo en el agua… también estás algo arrugada-me cogió las manos y me observó los dedos-. Los años no perdonan, ¿eh?-rió, y yo esbocé una sonrisa-. Voy a buscarte algo con lo que taparte. Y luego, cuando te parezca, vamos con los demás. ¿Cómo lo ves?
               -Está bien-cedí. Me callé lo de que dejaría que él me mandara a Júpiter de una patada si era lo que le apetecía.
               Porque no era normal que pensara eso y probablemente a mamá no le haría ninguna gracia que me quedara sin voluntad teniéndole tan cerca.
               Pero, entonces, justo cuando estaba recobrando un poco la cordura, Alec me abrazó. Quizá fue un impulso o quizá fue premeditado, quizá quería transmitirme un poco de su calor corporal o simplemente hacerme sentir bien, cómoda, protegida.
               Noté cómo me ponía roja como un tomate y cómo se me aceleraba el corazón. Y él, que era bobo, pero no estúpido, lo notó también.
               -¿Estás nerviosa?
               -No-respondí, qué va, Alec, estoy tranquilísima, podría operar una retina contigo así-, es… cansancio.
               -Ah-fue su respuesta. Me pregunté si sabría que era mentira. Como había dicho, era bobo, pero no estúpido.
               Me encantaba estar entre sus brazos, sentirme única y especial, en su foco de atención. Deseé que me deseara como deseaba a las otras chicas. Me revolví, apoyé la cabeza en su hombro y cerré los ojos, disfrutaba del aroma a mar que desprendía. Me gustaba la sensación de estar en tierra firme y, a la vez, rodeada del océano; de flotar en el espacio mientras tenía los pies en la tierra.
               Deseé que no se terminara nunca.
               Pero lo hizo.
               Alec se separó de mí, me miró a los ojos y me tocó la barbilla.
               -Puede que yo tenga algo que ver en que tiembles como una hoja, ¿eh?
               Sonrió y yo no pude evitar mirarle los labios.
               -Enseguida vuelvo, bombón.
               -Vale-cedí como una ovejita mansa, y miré cómo se marchaba con la cabeza dándome vueltas. ¿Qué acaba de pasar? ¿Qué está pasando? ¿Qué es todo esto que siento dentro de mí? ¿Por qué me da vergüenza estar tan cerca de él, y a la vez no quiero que nos separemos?
               Se me agolpaban tantas preguntas en mi mente que me era imposible pensar con claridad.
               Cuando le vi regresar, casi no podía creérmelo. Esperaba que trajera a Tommy, con quien tenía más confianza, o incluso que hubiera hecho que mi hermano viniera a por mí, pero no me esperaba el regalo que nuestra soledad constituía. Me tendió una camiseta roja y se me quedó mirando.
               -Sé que no es… las toallas están llenas de arena-se disculpó.
               -No importa. Esto es perfecto-dije, cogiendo la camiseta que le había prestado alguno de los chicos. Me miré el torso y luego le miré a él.
               -Claro-respondió, girándose y pasándose una mano por la cabeza-. Perdona.
               Me la pasé por los hombros, me saqué el pelo empapado y le dije que ya estaba.
               Una parte de mí adoró que hubiera resistido la tentación de girarse y echar un vistazo a mi anatomía mientras me cambiaba.
               La otra, mucho mayor, se sintió decepcionada de su autocontrol.
               -Venga, ahora que ya estás, vamos a reunirnos con los demás. En cuanto te seques, nos vamos.
               Asentí con la cabeza y me incorporé, pero el temblor de mis rodillas me hizo temer lo peor.
               Por suerte, él estaba ahí. Dio un paso y enseguida estuvo frente a mí, cogiéndome de la cintura e impidiendo que me cayera al suelo.
               -¿Repetimos la operación?
               -Por favor-susurré, dejando que me pasara una mano por la cintura y me levantara con más delicadeza que antes. Ahora había menos urgencia en sus movimientos, yo ya no corría tanto peligro.
               Y quise creer que también había una cierta reticencia a tener que compartirme con los demás pero, por mucho que me gustara el balanceo de sus pasos, de la fuerza de sus brazos y de la profundidad y calidez de su respiración, todo en la vida es efímero, incluido ese pequeño oasis que me proporcionaba su cercanía. Me dejó con cuidado en una de las toallas, frente a un fuego, y rápidamente Tommy me pasó una toalla por los hombros y comenzó a acariciarme la espalda para que se me pasara el frío. Karlie cogió dinero de la mochila de Alec y subió corriendo al bar, a avisar a Scott y comprarme comida y agua, mientras Megan me tendía una bolsa de comida basura que finalmente no había abierto y una botella de agua que yo me bebí como si fuera lo más delicioso del mundo, a pesar de que estaba caliente porque llevaba todo el día al sol en el interior de la mochila.
               -Vamos a coger el último tren-anunció Alec, y nadie dijo nada. Todos aceptaron que él llevara la voz cantante-. ¿Tienes hambre, Sabrae?
               -Un poco.
               -No le va a bastar con unas patatas-comentó Tamika, que también me acariciaba la espalda.
               -Iré a decirle a Karlie que le pida un bocadillo también-respondió Al, asintiendo con la cabeza.
               -No-le detuve-. Alec. Quédate.
               Él sonrió, complacido de que quisiera estar con él, después de todo lo que había pasado entre nosotros. Era increíble cómo una tarde, unos segundos, unos gestos, habían conseguido borrar tantos años de tira y afloja.
               -¿Jor?-se volvió hacia su mejor amigo, que me miró.
               -De jamón, ¿verdad?
               Todos se echaron a reír mientras Jordan echaba a correr en dirección a las escaleras. Tres figuras aparecieron más tarde sobre la cima de la colina en la que se asentaba el bar.
               -Vale, ¿quién imparte justicia?-inquirió Bey, críptica, y Alec entrecerró los ojos.
               -Que le pegue Tommy, que ya sabéis cómo soy-apretó la mandíbula-. Cuando empiezo, me ciego, y ya no puedo parar.
               Y echó a andar en dirección al mar.
               -¿Adónde vas?-quiso saber Bey, estupefacta.
               -Tengo una cosa pendiente-respondió él en el mismo tono misterioso de su amiga antes. Desapareció de la luz de la hoguera sin decir nada, y se convirtió en una silueta negra recortada contra el rosa del crepúsculo.
               Scott cayó de rodillas frente a mí, temblando, me preguntó qué había pasado, si estaba bien. Tommy le dio una bofetada nada más verlo, a lo que él contestó con sumisión, aceptándolo como el castigo por algo que, sabía, había hecho mal.
               Me dieron de beber, me comí un bocadillo de tortilla como si no hubiera un mañana, y tomé un helado para digerirlo todo, sentada frente a la hoguera y con Alec metido en el agua.
               Ya se había puesto el sol y la luna asomaba por el horizonte cuando por fin, salió del agua. Caminaba arrastrando los pies, experimentando en sus propias carnes la furia de un océano que se había cebado conmigo. Se dejó caer, también de rodillas, sobre las toallas, y dejó sobre a tela, a mi lado, un par de cosas.
               Una caracola del tamaño del puño cerrado de Duna, preciosa, de tonos rosados y anaranjados en su interior. La cogí y le miré.
               -Me acordé de que habías dicho que tu hermana te lo había pedido.
               Y la otra cosa, un trozo de tela marrón de bordes muy raros. La cogí y le di la vuelta.
               Alec sonrió y se dejó caer en la arena, mientras sus amigos gritaban y le daban golpecitos en la espalda.
               -¡Eres un héroe, Al! ¡Un héroe!
               Era la parte de arriba de mi biquini. El que estrenaba ese mismo día y se convertiría en mi favorito por siempre.


El viaje en tren fue bastante incómodo. Iba medio lleno, con asientos vacíos y vagones libres, pero, aun así, Alec tuvo que ir de pie, por eso de que todavía tenía mojado el bañador y no quería constiparse. Le ofrecí varias veces su camiseta de tirantes, pero él negó con la cabeza, decía  que hacía frío para la camiseta que yo me había traído, y apretaba los dientes cuando yo insistía, obstinada:
               -Más frío hace para ir sin camiseta.
               -Estoy fuerte como un roble, Sabrae; no voy a ponerme enfermo por un par de grados bajo cero.
               -Exagerado-le reñía Bey, y él ponía los ojos en blanco y negaba con la cabeza.
               No habló con mi hermano en toda la noche, a pesar de que Scott se le ponía cerca por si quería decirle algo, sumiso como un cachorro que sabía que le había tocado los huevos al alfa y que esperaba recibir la bien merecida reprimenda. Alec le ignoró deliberadamente, fingió que no estaba allí hasta el punto de que pensamos que no le iba a decir nada en varios días. Tam dijo que nunca le habían visto así de cabreado con nadie, lo cual me hizo sentir mal.
               Lo último que quería era que Scott y Alec se pelearan por mi culpa. Por mucho que me sorprendieran las atenciones de Alec, no quería que lo sucedido se interpusiera entre ellos dos.
               Que le grite. Que le pegue. Que le haga algo. Cualquier cosa.
               Todos pensaban que Alec iba a montarle el pollo del siglo a Scott, pero eso, con el paso del tiempo, descubriríamos que se lo tenía reservado para otra Malik: yo. De momento, le castigaba con un silencio glacial que hacía que todos carraspearan incómodos y apartaran la mirada.
               Pero, cuando llegamos al a esquina de nuestra calle, aquel silencio finalmente tocó a su fin.
               -No le digas nada a mamá-me pidió Scott, y yo asentí con la cabeza. Sabía lo que eso supondría: estaría castigado todo el verano.
               -Si Sabrae no le dice nada-habló por fin Alec-, lo haré yo.
               Scott se volvió hacia él.
               -Alec, tío…
               -Ni tío ni hostias, Scott-contestó Alec en tono calmado-. La sangre es más densa que el agua. Deberías cuidar de tu hermana. ¿Y si le hubiera pasado algo?
               -Pero no me pasó, Al-respondí-. Tú estabas ahí.
               -Ya, Saab, ¿y si no llego a estar?
               -Pero estabas. No ha pasado nada. Scott no ha tenido la culpa de nada. Habría perdido el biquini igual y me habríais tenido que sacar igual del agua.
               Alec inspiró hondo. Clavó los ojos en Scott y espetó:
               -Tienes una hermana que no te la mereces, ¿lo sabes, verdad?
               -Lo sospechaba-asintió Scott, pasándome un brazo por los hombros y atrayéndome hacia él. Alec arqueó las cejas.
               -Bueno, pues deja de sospecharlo, y escribe una tesis doctoral sobre eso. Que te mejores, Saab.
               -Gracias.
               -Un placer-respondió él, en un tono más cálido. Se metió las manos en los bolsillos y dio un paso atrás.
               -Lo digo en serio-insistí-. Gracias.
               -Yo también lo digo en serio-me sonrió, cansado. Había sido un día muy largo-. Un placer.
               Me guiñó un ojo. No lo soñé, lo juro. Me lo guiñó y todo lo que había sentido se reactivó en mí. Se metió las manos en los bolsillos, inclinó ligeramente la cabeza y se despidió con un:
               -Señores… mañana más.
               Se dio la vuelta y echó a andar.
               -¡Jordan!-llamó cuando estaba a 20 metros de distancia.
               -Deberías venir más con nosotros, Sabrae. Sientas bien-me confió, y yo sonreí.
               -Gracias-dije, contenta, reprimiendo mis ganas de saltar. Comprendí a la perfección que sentaba bien en Alec. Y eso, contra todo pronóstico, me llenaba de felicidad.
               Regresamos a casa, nos duchamos y les contamos a nuestros padres qué tal nos había ido el día. Omitimos la parte en la que yo casi me muero de una hipotermia o casi me arrastran las olas al fondo del océano, y Scott sonrió, agradecido, cuando yo salté de mi baño a la cena improvisada en la playa.
               La versión oficial era que se nos había ido el santo al cielo y por eso volvíamos tan tarde.
               Mi hermano pensaba que lo hacía por él, pero lo cierto era que mis razones eran mucho más egoístas: me habían encantado las cosas que había sentido al lado de Alec. La forma en que me creí especial.
               Incluso después, tumbada en la cama, con toda la casa durmiendo, no podía dejar de pensar en él. Había cambiado el champú a uno de manzana, y no me acostumbraba aún a la mezcla, sentía que no estaba sola en la habitación.
               Me había quedado por encima del colchón, mirando al techo, rememorando todo lo que había vivido ese día. Cuando se lo contara a las chicas, no se lo creerían.
               Si es que se lo terminaba contando.
               Me hundí de nuevo en mis recuerdos, sentí de nuevo los brazos de Alec, su aliento chocando contra mi boca, los millones de puntos de luz de sus ojos…
               Empecé a sentir calor.
               Dejé rienda suelta a mi imaginación por primera vez desde que había salido de casa. Me detuve en el instante en que le descubrí con la otra chica. Imaginé cómo sería rodear las rocas y verle a él. Ver su pecho, esculpido por los dioses. Su boca acercándose a la mía. Sus brazos sosteniéndome. Su pecho contra el mío.
               Recordé el roce.
               Y entonces, tuve un pensamiento. Que no había tenido hasta ese día y que me atravesó la piel. Que se había manifestado cuando se había quitado la camiseta.
               Qué bueno está el desgraciado.
               Sentí la imperiosa y repentina necesidad de untarlo en queso fundido y lamerlo directamente de su pecho, aquel pecho que tan bien me lo había hecho pasar cuando me recogió y acarició el mío.
               Noté una ligera presión entre mis muslos, como si mi corazón hubiera bajado hasta allí, mientras recordaba su espalda mientras se marchaba. Tenía la espalda del Superman de Henry Cavill. Nadie debería tener una espalda así, debía ser ilegal, atentaba contra la cordura.
               Recordé la forma en que el agua bajaba por sus abdominales.
               Ni siquiera sabía que podía fijarme en esas cosas.
               Volví a pasar por el recuerdo de su pecho en el mío.
               Me imaginé que era la española. Que me besaba los pechos como había hecho con ella.
               Me descubrí deseando sentir aquello de nuevo.
               Así que lenta, muy lentamente, con un extrañamente placentero ardor en mi sexo, llevé una mano hasta allí. Empecé a acariciarme y dejé escapar una exclamación, suaves jadeos como los que ella le había regalado a él.
               Cómo sería sentir su boca en la mía. Cómo sería sentir sus manos tocándome.
               Me mordí el labio mientras me masajeaba mi sexo, rodeando despacio el clítoris como mamá me había dicho que debía hacerlo. Con la otra mano, me acariciaba despacio los senos, me rodeaba lentamente los pezones, que ahora estaban duros, aunque nada tenía que ver con el frío.
               Estaba mojada. Estaba mojada y me encantaba; mojada como cuando él me había sostenido entre sus brazos, mojada como cuando había tenido un instante de locura y había fantaseado con besarle.
               Mojada como el océano en que había descubierto que podía ser suya.
               Continué acariciándome, incrementando lentamente la presión, disfrutando de las imágenes del cuerpo de Alec desfilando por mi mente. Me imaginé que yo ocupaba el lugar de la española, que se postraba frente a mí, que me adoraba con la boca y luego me hacía probar mi placer mientras me reclamaba como suya.
               Mi mente comenzó a divagar. Mi cuerpo empezó a acelerarse y, con él, mis caricias. Jamás había sentido este placer.
               Siempre había tenido dudas sobre religión. Eso de un ente superior que lo controla todo no me terminaba de convencer, y me chocaba que mi madre, siendo tan culta, y sabiendo y explicando cómo se originó el universo sin necesidad de un dios, sin embargo, crea en él…
               Hasta que veo que el Corán habla de un cielo que yo misma poseo entre mis piernas, al que Alec me ha dado la llave, la escalera para poder entrar.
               Él me había abierto las puertas del paraíso. Él me había enseñado de lo que era capaz mi cuerpo, la magia de la que hablaba mi madre, la primavera que necesitaba mi flor para abrirse con el rocío mañanero.
               Lenta y a la vez rápidamente, profunda y suavemente, sentí que me convertía en luz, en calor, en agua, que salía de mi mente, de mi pecho, y bajaba por mi columna en un dulce maremoto cuya melodía jadeante tuve que ahogar mordiéndome el labio, y que arrasó con todo mi cuerpo y lo dejó en un dulce estado atontado después de tanta intensidad, estallando como un fuego artificial en el punto más sensible de mi anatomía.
               El lugar más mágico. El lugar que me pertenecía por haber sido un regalo de Dios.
               Y entonces, lo entendí. En el instante en que me convertí en una mujer, cuando de verdad supe qué era ese placer del que todo el mundo hablaba, entendí por qué mamá seguía rezándole a Él.

               Porque Él… era Alec.

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5 comentarios:

  1. ES QUE ME CAGO EN LAS BRAGAS DE LA EMOCIÓN JODER!!!!
    No se...no se ni por dodne emezar joder que me esta temblando a mi las amnos como a Sabrae el chirri
    ES QUE NO ME ESPERABA POR ANDA DEL MUNDO QUE ESO FUERA A PASAR ASÍ, QUE EL ACERCAMEINTO Y LA CONEXIÓN FUERA DE ESA MANERA Y UFF
    Sé que debería hacerle caso a la parte de hermanos de Scott y Sabrae pero te juro que mi mente no da para más porque solo estoy chillando por lo que ha pasado en este capitulo porque no si quiera soy capaz de creermelo. QUE MARAVILLO EM CAGO EN TODO Y BENDITOS SEAN TUS DEDOS!!!
    Voy a obviar el moemnto en que Megan es retrasada y siente esa lástima por Sabrae porque no merece ni mi tiempo ni mi atención
    SABRAE VIENDO A ALEC FOLLARSE A LA ESPAÑOLA!!1 JODER ES QUE ME HE PUESTO CACHONDA HASTA YO Y NO HE PODIDO EVITAR PENSAR EN CUANDO LAYLA VIO FOLLAR A TIANA!! Porque me ha encantado esa especie de despertar sexual de ambas, aunque una fuera un despertar por primera vez y la otra un despertar de haber curado sus heridas. MARAVILLOSO!!!
    Alec cuidando de Sabrae ha sido lo más bonito de mi fucking vida y que después se dedicara a buscar la concha para duna y el bikini de Sabrae es que...QUE PUTO HOMBRE YO QUIERO UNO IGUAL PARA MÍ ¿SE COMPRAN EN AMAZON O ALGO?!!
    Y ese final con Sabrae cachonda perdida, REPRESENTANDO AL MUNDO, tocándose pensando en Alec es que ha sido la PUTA GLORIA
    De verdad Eri que es uno de tus mejores capítulos junto con Moonlight y sin duda alguna el mejor de Sabrae...y lo mejor de todo es que: AHORA EMPIEZA LO JODIDAMENTE BUENO!!

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  2. DIOS ERIKA, DE LOS MEJORES CAPÍTULOS QUE HAS ESCRITO. LO COLOCO EN MI TOP JUNTO A MOONLIGHT Y EL DE LA RECONCILIACIÓN SCELEANOR, QUE JODIDA MARAVILLA. En serio, no me esperaba para nada que fuera tan pero tan bueno. Para empezar quiero darle una hostia a Megan, la chaval no puede ser mas idiota, de verdad, menos mal que Tommy y ella lo dejan porque que suplicio Virgen Santa. Luego tenemos a Scott que mira, de verdad chico te daba una hostia para que espabilaras, iba a pagar yo tanta pasta solo para que mi amiga viese al novio, estas que si. AHORA BIEN, PASEMOS AL MOMENTO CUMBRE, SABRALEC AKA MIS PADRES. MIRA, ESTOY LIVING, BLESSED Y TODOS LOS ADJETIVOS QUE TE PUEDAS IMAGINAR. QUE MARAVILLA DIOS. Alex no puede ser más insufrible a veces, pero es que al final del capítulo me ha parecido la cosa mas preciosa que existe. Cómo se porta con Sabrae y todo lo que hace por ella, de verdad enamorado de este gilipollas es poco. Y me ha hecho gracia la conversación de Sabrae y Karlie. No puedo esperar a que Alec se enamore de Sabrae y sepa lo que es de verdad amar a alguien, que ansias por leer eso, va a ser lo mejor que hayas escrito, lo se, lo sabes, lo sabemos.
    Pd: Te quiero mucho Erikina, gracias por ayudar a despejarme con capítulos tan maravillosos entre tantas tarde-noches de estudio ❤

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  3. Había echado tantísimo de menos leerte Eri que casi he llorado. Disfruto como una niña pequeña haciendolo y espero poder seguir disfrutandolo durante muchísimo más.
    Ahora pasado este momento ñoño: SABRALEC ME TIENE MAL. MUY MAL. Es que cuando le dice lo de “Porque no puedo controlarme cuando una chica guapa me acaricia como lo estás haciendo tú.” ME HAN DANDO CIEN MIL EMBOLIAS. MADREMIAAAAAAAAAAA. Y YA CUANDO LE HA GUIÑADO EL OJO ME HE MUERO OTRAS CIEN MIL VECES. GRACIAS VIDA POR HACER QUE ERIKA CREASE AL MEJOR HOMBRE DEL MUNDO, TAMBIEN CONOCIDO COMO ALEC. De verdad que estot enamorada de este hombre.
    pERO PARA ENAMORAMIENTO EL QUE TENGO CON SABRAE TAMBIÉN. ESTOY QUE ME VA A DAR ALGO. ES LO MAS PURO DE ESTE UNIVERSO JUNTO CON LAYLA. LA AMOOOOO. NADIE SE LA MERECE.

    Espero que a partir de hoy haya mas momentos con Alec porque ahora que acaba OT necesito más dosis de shippeo. Es que voy a llorar, necesito que se casen ya. Me da igual la edad de cada uno. Y pensar en todo lo que nos espera hace que tenga más ganas de llorar todavia.

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  4. Honestamente estoy muy decepcionada con alec porque me esperaba que se lanzara y no lo ha hecho un mini puntito menos para alec
    Scott con la novia y sabrae en peligro YA VAN DOS HOMBRES QUE ME DECEPCIONAN
    MUY OPORTUNO EL BIKINI DE SABRAE SOY MUY FAN Y POBRECITA MI NIÑA ME HE ANGUSTIADO MUCHO CUANDO NO PODIA NI MANTENERSE EN PIE DEL AGOTAMIENTO
    ALEC ME HA COMPENSANDO EL NO LANZARSE CON LO QUE HA HECHO DESPUÉS POR ELLA PERO SCOTT NO ESTOY MUY ENFADADA CON ÉL ES UN HERMANO PÉSIMO

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  5. Qué bonitos todos los momentos entre Sabrae y Scott ❤
    QUÉ BONITOS SON SABRALEC ES QUE QUIERO LLORAR DE LO BLANDITOS QUE SON
    Esa última escena de Sabrae ha sido maravillosa y preciosa ❤
    Layla viendo a Tommy y Diana follando / Sabrae viendo a Alec y la española I LOVE PARALLELS

    "¿Quién necesita una ola pudiendo tener un mar de papel?" ❤

    - Ana

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