La euforia nos había convertido en gente totalmente
diferente. La vulnerabilidad que Eleanor y yo habíamos demostrado en el
instituto, derrumbándonos al salir por la puerta, había desaparecido y en su
lugar se había implantado una sensación de invencibilidad que los chicos
compartían con nosotras.
Cuando
sugirieron ir a comer, yo no pude por más que dar brincos y celebrarlo. Había
descubierto que me moría de hambre, pelear me había abierto el apetito… y no
podía dejar de pensar en lo bien que le sentaría a mi interior mirar la
mandíbula de Alec mientras éste masticaba.
Por
mucho que siempre le hubiera detestado, o como mínimo hubiera sentido rechazo
por él, toda la vida había experimentado una extraña fascinación por las líneas
de su rostro, especialmente la de su mandíbula. Hasta cuando le odiaba
fervientemente no podía evitar quedarme mirando cómo masticara, como si fuera
lo más interesante que hubiera visto en mi vida.
Y
ahora mis defensas estaban bajas. Habíamos peleado juntos, nos habíamos
convertido en la misma persona durante unos instantes en que nuestros cuerpos
se unieron, formando una alianza que nos ayudó a derrotar a la gente. Él hacía
bromas y yo se las reía la primera, y yo hacía comentarios sarcásticos y Alec
sonreía mirándose los pies cuando alguno de sus amigos se molestaba.
Scott
parecía como en trance, decidido a llegar cuanto antes al sitio al que nos
dirigíamos y comer lo que se le pusiera por delante. Entramos alborotando en la
hamburguesería a la que solían ir, su local favorito en todo Londres (o, por lo
menos, en el barrio) y el dueño salió a recibirnos limpiándose las manos
cubiertas de grasa de carne en el delantal manchado de diversos tipos de
salsas.
-¡Jeff!-celebró
Max, alzando los brazos.
-Madre
mía, qué pintas traéis. ¿Cuánto habéis bebido?
-Nada-corearon
los cuatro chicos mientras Eleanor y yo nos manteníamos en un segundo plano,
cada una mirando con intensidad el culo del chico que más le interesaba en ese
momento.
-Nos
hemos peleado-anunció Alec con orgullo, y yo solté una risita mientras los
demás le miraban con ojos como platos, el ceño fruncido, y espetaban y molesto:
-¡Alec!
-¿Y
habéis ganado?-quiso saber Jeff, poniendo los brazos en jarras.
-Por
supuesto-se jactó el mayor de los chicos, dándose una palmada en el pecho más
propia de un gorila que de un joven humano. Pero, lejos de molestarme o
indignarme, ese comportamiento animal de Alec disparó instintos igual de
silvestres en mi interior. Me recordó lo fuerte que era y lo bien que me había
sentido cuando me apoyé en su espalda antes de saltar por encima de su cabeza a
darle una patada voladora a alguno de los gilipollas que sangraban en el suelo
del gimnasio.
-Los
palitos de queso corren de mi cuenta-anunció Jeff, girándose sobre sus talones
y rodeando la barra americana para entrar en la cocina. Los chicos comenzaron a
jalearle a voz en grito; tanto, que el cocinero tuvo que salir a decirles que
se callaran, no fueran los vecinos a llamar a la policía.
-De
nada, gente-sonrió Alec, mirando a sus amigos y abriendo los brazos.
Nos
sentamos en una mesa atestada de folletos con el menú y las ofertas del
restaurante. Eleanor me pasó una y abrió otra mientras los chicos comentaban
cada momento de la pelea, haciendo hincapié en lo bien que les había salido
todo gracias a la intervención estelar del que estaba hablando en aquel
momento.
-Bueno,
tampoco es por echarme flores, pero creo que, de no haber sido por mí, os
habrían dado pero bien-murmuré, contemplando a los amigos de mi hermano por
encima de la carta plastificada y esbozando una sonrisa.
-La
verdad es que Sabrae tiene razón-comentó Logan, señalándome con un dedo casi
acusador-. Al, a ti te habrían matado de no haber sido por ella.
-Todo
falacias-contestó Alec-, ya sabéis que a mí me encanta darle emoción al asunto
haciendo como que me están acorralando.
-Te
estaban acorralando-le recordé yo, riéndome y apartándome una trenza del
hombro. No se me escapó la mirada que me lanzó Alec, examinando mi cuello un
segundo con lascivia antes de responderme:
-Bueno,
casi le tenía-se encogió de hombros y alzó las cejas.
-Sí,
claro, ¡en tus sueños!-respondí, echándome a reír de nuevo y echándome a un
lado para que Jeff pudiera depositar en la mesa una pequeña fuente de metal en
red en la que traía los palitos de queso prometidos. Estiré la mano para coger
uno.
-¿Salsa?-preguntó
Jeff, y Eleanor y yo asentimos.
-Miel
y mostaza-pidió Alec, cogiendo otro palito. Le miré.
-Ése
es mi chico-comenté, y él sonrió, me guiñó un ojo y le dio un bocado al snack
mientras Eleanor le explicaba su pedido al cocinero. Pidió un menú completo y
yo no fui menos. La mesa se llenó enseguida de comida alta en contenido
calórico y grasas, pero un día era un día. Descubrí que mi hambre era en
realidad avidez, y que no renunciaría ni a un solo bocado de mi hamburguesa por
mucho que ésta pringara aceite o salsa barbacoa. Picoteé aquí y allá, cogí
nuggets, alitas de pollo, bolitas de queso y patatas fritas de cada cuenco que
se me ponía a tiro, y gemía con placer metiéndome en la boca todas aquellas
delicias que no eran aptas para un catálogo de Michelín.
Aunque
la mayor delicia de todas estaba sentada frente a mí.
Se
podían decir muchas cosas de Alec, pero no que no supiera mirar a una chica y
hacer que no quisiera más de él. Es más, incluso me atrevería a decir que era
lo que mejor se le daba en el mundo: que tú quisieras más de él, incluso cuando
no habías probado nada.
Envidié
la forma en que la comida se fusionaba con su cuerpo y en ocasiones incluso
deseé ser alguna de esas patatas que se metía en la boca como si fueran lo más
rico del mundo. Quería que me mordiera, que me masticara, que me tragara y que
luego se chupara los dedos, recuperando los últimos restos que le quedaran de
mí en sus deliciosas manos.
Y lo
mejor de todo era que él también admiraba la forma en que yo comía. Quizá hasta
pensara lo mismo que pensaba yo.
No
paramos de mirarnos durante toda la cena, cada uno en su respectivo lado de la
mesa. Tenía sus pies pegados a los míos, su cuerpo me hechizaba, su voz me
cautivaba y no me dejaba pensar con claridad. Tampoco es que me molestara la
oscuridad y la niebla en la que me había sumido mi mente. Disfrutaba con ella,
más bien. Me gustaba tenerlo tan cerca y sentir los efectos que su presencia tenía
en mi cuerpo ahora que ya no tenía nada que ocultar: el alcohol y la adrenalina
se habían aliado con las altas alas de la noche, y una parte de mí ya sabía que
tenía las de perder.
Mientras
Max comentaba de nuevo mis dotes para la pelea, alabándolos con una maravilla
que debería haberme ofendido pero que no hizo más que enorgullecerme de lo que
era capaz de hacer, y muy disimuladamente, situé la punta de mis botas entre
los tobillos de Alec, que me miró un segundo por el rabillo del ojo, escuchando
a su amigo, y esbozó una sonrisa críptica que hasta un ciego sabría leer bien.
Esa sonrisa lobuna suya podía hacer que cualquier chica se derritiera (todos
hablaban de la sonrisa de Scott, pero la de Alec, uf, la de Alec), ya no digamos cualquier chica que estaba dispuesta
a dejar que él le hiciera lo que se le antojara siempre que fuera urgentemente.
Alec
cogió su vaso de refresco y dio un sorbo con parsimonia. Deseé ser esa pajita
en cuanto tocó sus labios y su lengua la rodeó en un gesto tan obsceno que hizo
que mis entrañas se contrajeran; no sé si sus amigos se dieron cuenta de lo que
él y yo nos traíamos entre manos, pues estaban tan acostumbrados a ese tipo de
comportamientos por su parte que no les daban más importancia.
En lo
único en que pude pensar cuando dejó el refresco encima de la mesa y se llevó
una mano a la frente para fingir que no disfrutaba con cada célula de su cuerpo
de cómo me descontrolaba, fue en cómo se sentirían esos dedos colándose por el
elástico de mis bragas.
Noté
un fuego desatarse en mi interior cuando nuestros ojos se volvieron a encontrar
e intuí una sonrisa bailando en su boca sedienta de mi atención. Fingí que no
le veía y me metí una patata en la boca, deleitándome en la deliciosa tortura
que era saberme el objeto de su deseo y convertirlo a él en el centro del mío.
Nos lanzamos miraditas todo el rato y fingimos no darnos cuenta de que el otro
las correspondía, pero éramos tan conscientes del cuerpo del otro como lo
podíamos ser del propio. No se me escapaba la forma en que sonreía mínimamente
cada vez que no lo soportaba más y tenía que clavar los ojos en él, al igual
que a él tampoco le pasaba desapercibida mi sonrisita de suficiencia mal
disimulada cuando, a pesar de estar hablando otra persona, sus ojos se volvían
hacia mí.
Estaba
tan ocupada en mi flirteo con él que ni me fijé en que Scott y Eleanor habían
desaparecido hasta que regresaron. Ella, con las mejillas sonrosadas y una
sonrisa boba en la boca; él, con los ojos brillantes. Ninguno de los chicos
dijo nada, porque tampoco hacía falta: todos habían experimentado en sus
propias carnes lo que el sexo podía llegar a hacerle al cuerpo.
Cuando
terminamos la comida mi ánimo dio un traspiés. ¿Y si estaban cansados y no
querían continuar con la noche? Yo no quería que se acabara. No podía irme a
casa así.
Ni
con estas ganas tremendas de celebrar mi victoria…
… ni
con el calentón.
Sabía
lo que me esperaba en casa, la exquisita intimidad de la oscuridad de mi
habitación.
Pero
aquella intimidad no me bastaba. No me servían mis manos: necesitaba un cuerpo
entero que arrancara música del arpa que era mi sexo.
Y
aquel cuerpo tenía nombre.
Por
suerte, como empezaba a ser costumbre entre nosotros, Alec acudió a mi rescate
como yo lo había hecho durante la reyerta.
-Iremos
a la discoteca, ¿no? Tenemos que contarle a Tommy qué tal. Y bailar. Sobre
todo, bailar-se estiró cuan largo era y yo no pude por más que maravillarme
porque, joder, era muy alto.
Y a
mí me encantaban los altos.
Salimos
del restaurante dejando una buena propina para Jeff, tanto por el servicio como
por las molestias ocasionadas con nuestro alboroto, y Alec y yo, todavía no sé
cómo, nos las apañamos para quedarnos de pie al lado del otro, alimentándonos
de nuestro calor corporal, mientras Max y Logan parloteaban sobre cómo sería la
mejor manera de abordar el asunto con Tommy. ¿Lo hacían como si fuera una
película, manteniendo el suspense hasta el final, o pasaban directamente a la
acción?
-Tíos,
creo que no voy a ir con vosotros-anunció Scott, y yo me giré para mirarle,
confusa. ¿Acaso él no sentía esa adrenalina que me impedía estarme quieta?
-¿Tan
pronto?-inquirí. Como me obligara a irme con él para no tener que ir sola de
noche, le mataría-. Si hasta yo voy a
dar una vuelta, Scott. No seas bebé-puse los ojos en blanco con la esperanza de
que eso le molestara lo suficiente para que cambiara de opinión, pero no fue el
caso.
-Cállate,
Sabrae-espetó él-. Estoy cansado, y ya está.
Me
encogí de hombros; por lo menos no me había dicho nada de que sería mejor que
le acompañara. Me volví hacia Eleanor.
-¿Tú
también te vas, El?
Ella
asintió con la cabeza.
-Han
sido un par de días muy intensos-explicó-. Necesito descansar.
-Además,
así la acompaño, para que no vaya sola.
-Qué
caballero-se mofó Max, consiguiendo que mi hermano lo fulminara con la mirada.
-¿Son
de fiar tus amigos, S?-pregunté, más por hacer de rabiar a Alec que por la
respuesta de mi hermano. Sabía que podía ir con ellos perfectamente y que no
intentarían nada conmigo, tanto porque eran buenas personas como porque yo
sabía defenderme sola.
-Depende
de qué les confíes-contestó Scott-. Diez libras, ni de coña-los chicos se
echaron a reír, Logan incluso murmuró un “es verdad”-. Ahora, una hermana…-se
encogió de hombros.
Asentí
con la cabeza.
-Volveré
cuando Tommy-sentencié, girándome sobre mis talones y echando a andar en
dirección a donde yo creía que estaba la discoteca a la que pretendían
llevarme.
-¡No
des el coñazo!-me gritó mi hermano.
-¡Que
duermas bien, bebecito!-sonreí por encima del hombro.
Logan
y Max me adelantaron en seguida y continuaron comentando la pelea, que sería el
centro de conversación durante mucho, mucho tiempo. Alec, por el contrario,
fiel a sus principios de seguir sus impulsos, se colocó a mi lado como si le
hubiera prometido a Scott que me cuidaría como si fuera de la familia. Y, por
Dios, realmente esperaba que lo hiciera mejor incluso que si fuese de su
familia. Le miré y él me miró, valientes ahora en la oscuridad.
Esbocé
una sonrisa que él me devolvió. La noche se planteaba interesante incluso antes
de que llegáramos a la discoteca y yo fingiera echar un vistazo para ver si mis
amigas habían decidido salir. Sabía que no; habían quedado en casa de Taïssa
para ver una peli, y dudaba que después de ponerse el pijama y cepillarse el
pelo, les apeteciera ponerse unos tacones y salir de fiesta con la intención de
ir a mi encuentro.
Además,
su vagancia me reconfortaba en cierto sentido. Me apetecía estar una noche sin
ellas, ver cómo me las apañaba fuera, pasármelo bien sin que nadie me conociera
y poder hacer cosas que en otras ocasiones no haría de estar con ellas por
miedo a las posteriores menciones que harían a mi vergüenza.
Me
apetecía estar una noche sintiéndome atraída por Alec sin que ellas hicieran
comentarios en broma al respecto.
Me
apetecía estar una noche sin ellas porque así podría no ser consecuente con
todo lo que había dicho o sentido gran parte de mi vida.
-Chicos-reclamé
su atención en un tono más bajo del que pretendía, pero los tres se giraron. Eso
me demostró lo atentos que estaban conmigo, su determinación a cuidarme en
lugar de Scott-, mis amigas no están. Me acoplo a vosotros, ¿vale?
-Vale-asintió
Logan, sonriéndome con calidez.
-Acóplate
a mí, reina-contestó Alec, esbozando una sonrisa que nada tenía que ver con la
tranquilidad que me transmitió Logan. Me eché a reír, sintiéndome liberada y
más que dispuesta a coquetear de una forma así de descarada.
Sorteamos
a la gente hasta llegar al dichoso sofá en el que siempre se sentaban. Me
permití detenerme un segundo a admirar la belleza bailarina de Diana, que se
transformaba cambiando de color con las luces del techo. La americana mostró
sus blancos dientes cuando se carcajeó de algo que acababa de decirle Max,
sentándose a su lado. Se apartó el pelo del hombro y se mordió el labio,
inclinándose ligeramente hacia él para escucharle con más atención. Tommy se
inclinó a por un vaso de chupito, acariciando los lumbares de Diana en el
movimiento, que se estremeció y le miró de reojo un segundo.
Me pregunté
si ya se habrían acostado o si la tensión sexual que había entre ellos se debía
a que todavía no la habían liberado.
-¿Dónde
está Scott?-fue lo primero que preguntó Tommy, y Alec, ni corto ni perezoso, se
inclinó y le dio un mordisco en la mejilla.
-¿No
te sirvo yo?
Me
senté en un hueco del sofá que Bey hizo a su lado y en el que dio unas palmadas
con la mano a modo de invitación.
-Alec-pidió
Tommy, serio, preocupado porque mi hermano no aparecía.
-Está
bien-le tranquilizó Alec, sentándose entre él y Bey y alcanzando un vaso-.
Eleanor estaba cansada y dijo que iba a acompañarla.
-¿Y
va a volver?
-No-respondió
Logan-, dijo que estaba cansado y que se iba a casa.
Tommy
apretó los labios.
-Está
bien-le aseguró de nuevo Alec, y Tommy asintió con la cabeza-. Eh, T. Mírame.
Que me mires, pavo, joder, que estoy que me salgo esta puta noche-Alec le cogió
la mandíbula a Tommy y le obligó a mirarle. Sonrió de una forma confiada, tan
seguro de sí mismo como lo estaba el sol de que nunca conocería la noche-.
¿Estaría yo tan tranquilo si le hubiera pasado algo?
Tommy
tragó saliva y negó con la cabeza.
-Pues
ya está. No te comas el coco, ¿quieres? No vayas a perder facultades con las
mujeres ahora que estás en tan buena compañía-bromeó, inclinándose hacia
delante y guiñándole un ojo a Diana, que cruzó las piernas y se pasó los dedos
por la cara, apartándose mechones de pelo rebeldes que le enmarcaban el rostro
en una complicada filigrana de hilos de oro que atrapaban la luz.
-No
hay muchas facultades que perder-contestó la americana con aquel delicioso
acento suyo, y todos nos echamos a reír. Tommy se la quedó mirando.
-No
era eso lo que te pareció hace diez minutos, en el baño-provocó el inglés, y su
contestación fue recibida con un coro de retadores “uh”.
-He
hecho mis pinitos en la televisión. En los anuncios también hay que actuar,
¿sabes?-zanjó Diana, echando mano de otro chupito y dando un sorbo lento,
pausado, con sus ojos de gata fijos en los de Tommy, que sólo se rió, negó con
la cabeza, la cogió de la muñeca, la sentó a horcajadas sobre sus piernas y
empezó a comerle la boca como si no hubiera probado nada de comida en lo que
llevaba de vida. Los chicos le jalearon, Alec se echó a reír y se apartó un
poco, pegándose a Bey, para darles intimidad.
-¿Me
has echado de menos, reina B?
-Todo
lo bueno dura poco, ¿no?
-Salvo
tus esperas-contestó Alec, divertido, dándole una palmadita en la rodilla y
deslizando los ojos por todo el cuerpo de ella… hasta que yo aparecí en su
campo de visión y recordó quién era la verdadera protagonista de la noche. Me
crucé de brazos y arqueé las cejas, expectante-. ¿A que no adivinas cuál ha
sido la sorpresa de hoy?
-Sorpréndenos-instó
Tamika.
-Sabrae
sabe pelear.
-No sé pelear-contesté-. Peleo mejor que
todos vosotros, que no es lo mismo.
-Es
que yo no había calentado.
-Por
supuesto que sí-puse los ojos en blanco y le saqué la lengua a Alec, que se
mordió el labio. Antes de que pudiéramos pasar a mayores, Tam me pidió mis
impresiones sobre la pelea, y estaba enfrascada en un larguísimo monólogo,
describiendo todo lo que habíamos hecho, vivido y experimentado, cuando Jordan
apareció entre la gente y levantó los índices al cielo, llamando la atención
sobre la música.
Tommy,
Alec, Max y Logan se levantaron de un brinco, lanzaron una exclamación y se
abrieron paso a codazo limpio hacia el centro de la pista, donde se formó un
corro para verlos bailar, mientras sonaban los primeros acordes de 24k Magic, de Bruno Mars. Bey y Tam se
echaron a reír mientras Diana, Chad y yo nos mirábamos los unos a los otros sin
comprender qué sucedía, hasta que comenzó la música de verdad y los chicos
empezaron a bailar en perfecta sincronía, como si fueran profesionales. No sólo
ninguno se equivocaba en ningún movimiento, sino que encima cada uno tenía su
propio lugar respecto del grupo y actuaba en consecuencia, cuidando del sitio
que ocuparan y contribuyendo a la coreografía grupal. Giraron las rodillas,
sacudieron las caderas, agitaron las manos en el aire y abrieron los brazos de
forma tan armónica que sus movimientos, sumados a lo estrambótico de la música
y la combinación de colores cambiantes me resultaron hipnóticos.
Estaban
felices. Tenían realmente 17 años, eran chicos de 17 años decididos a pasárselo
bien y unas ganas tremendas de comerse el mundo.
No
pude apartar los ojos de Alec, a pesar de que Tommy era el mejor bailarín de
los cinco (su sangre española le daba un ritmo innato con el que los demás no
podían ni soñar). Pero que Tommy fuera el mejor bailarín no desmerecía las cualidades
de Alec, que afrontaba la coreografía con una sonrisa y tanta decisión que,
incluso, le echaba morro al asunto.
Era
bueno bailando, y algo en mi interior se retorció al recordar lo que decían de
los chicos que bailaban bien: que también lo hacían muy bien en la cama.
Me
crucé las piernas, apretando los muslos instintivamente para saciar esa sed.
Agradecí en silencio que los chicos fueran el centro de atención y no yo, ya
que la tempestad de emociones que sentía en mi interior estaba en pleno apogeo
y dudaba de que alguien pudiera pasarla por alto.
Terminó
la canción y Chad se puso a aplaudir de pie con el brinco típico del conejo
entusiasmado. Yo también di varias palmadas y Diana incluso silbó por encima
del ruido de la gente llevándose dos dedos a la boca.
-¿Siempre
son así?-preguntó la americana, inclinándose hacia Bey.
-Es
su canción-explicó Bey-. Fuimos a un festival a Birmingham sólo porque venía
Bruno Mars y querían bailarla en el festival.
-¿Y
lo hicieron?
-Se
volvieron virales-contestó Tam, echándose a reír y dándole una palmada en el
culo a Max, que abría la comitiva de los chicos regresando con nosotras. Se
sentaron de forma aleatoria, sólo Tommy conservó su puesto al lado de Diana,
que lo recibió con una sonrisa de oreja a oreja y un beso que bien podría
haberle robado el alma.
Se
marcharon al poco tiempo y el ambiente se relajó un poco. Yo seguí con las
chicas, con los ojos de Alec fijos en mí después de trasladarse de nuevo junto
a Bey. Max se había ido a ver a su novia a un local cercano, y Logan había
desaparecido entre la gente, acompañado de Jordan, que ahora atendía la barra
codo con codo con una chica de pelo morado.
Justo
cuando pensé que los efectos de la pelea y el tonteo durante la cena me habían
abandonado, empezó a sonar otra canción que hizo que Alec se revolviera en el
asiento, incorporándose, pero no del todo. Parecía indeciso entre levantarse o
quedarse con nosotras.
-Me
encanta esta canción-dijo en voz alta, buscando una invitación que no se hizo
esperar.
-Pues
vamos-respondí yo, poniéndome en pie, presta a aprovechar la oportunidad de
sentir la energía que me imaginé que desprendía mientras se movía al ritmo de
la música. Me hubiera encantado estar cerca de él durante la canción de Bruno
Mars.
Sonrió,
juguetón.
-No
sé si bailar contigo, bombón-contestó-, a ver si me vas a pegar…
-Tú,
mantén esas manos quietas-respondí, señalándoselas-, y no te haré nada malo.
-El
problema es que quiero que me hagas cosas malas-contestó, y Bey se lo quedó
mirando, estupefacta. Él no le hizo caso, se levantó y me siguió por entre la
gente mientras Tip toe, de Jason
Derulo, comenzaba a sonar. Mientras esquivábamos cuerpos en dirección a la
parte más libre de la pista, me puso una mano en la cintura. Me estremecí,
disfrutando del contacto, pero me giré para mirarle, decidida a hacerle rabiar.
-¿Sabes
qué les hago a otros tíos que me tocaron así?-pregunté por encima de la música.
-Buf-contestó
él-, seguro que lo voy a disfrutar. Conmigo puedes llegar hasta el final,
Sabrae-me aseguró, y clavó en mis ojos una mirada cargada de una intención que
no se me escapó.
-Les
di una bofetada.
Eso
le rompió un poco los esquemas. La verdad es que ni yo misma sé por qué dije
tal cosa. Pero no estaba dispuesta a retirarlo, ni a pedir disculpas. Si no
había tenido filtros con él durante la noche, desde luego, no tenía pensado
comenzar ahora.
-Bueno-contestó
tras un instante de vacilación en que una parte de mí temió lo peor-, yo nunca
he probado ese rollo pero, ¿quién sabe? Quizá me guste.
Me eché
a reír, di un paso hacia él hasta tenerle tremendamente cerca; tanto, que podía
sentir el calor que desprendía su piel tapada por la camisa que llevaba puesta,
sucia de sangre. Me puse de puntillas un segundo, acercando mi cara a la suya,
juguetona. Disfruté inmensamente con cómo todo su cuerpo se puso en alerta,
esperando un beso que ni yo misma estaba segura de que fuera a darle.
Sonreí
en el último momento y me giré para darle la espalda, decidida a bailar como
nunca lo había hecho en mi vida.
En ese
momento se decidió la naturaleza de nuestra relación: un tira y afloja
constante, algo tan divertido como frustrante, dulce y picante a la vez. Así
éramos nosotros dos, una espiral constante de contrastes que nos harían
enloquecer.
-Joder,
Sabrae-gimió Alec cuando le dejé a medias, y yo sonreí para mis adentros,
satisfecha con mi pequeña trampa. Me pegué a él y empecé a bailar agitando las
caderas, pero él me cogió de la cintura al acercarse el estribillo y yo no pude
huir de sus ojos.
-Girl, you’re too bad and you know it-cantaron
los altavoces y me cantó Alec, y yo le dediqué mi mejor sonrisa chula antes de
volver a darme la vuelta y bailar tremendamente pegada a él. Disfruté muchísimo
esos instantes, ya que apenas nos tocábamos y, a la vez, no había ninguna parte
de nuestro cuerpo que no estuviera en contacto.
Él
también se lo pasó en grande, especialmente cuando me giré durante el
estribillo y le miré a los ojos, puse la mano derecha en su cadera y él hizo lo
mismo.
-No breaks when you push that back-clamó
la música, y los dos tiramos de nuestras manos para pegar el cuerpo del otro al
nuestro. Cambiamos la mano y repetimos la operación siguiendo el ritmo de la
música-. Left, right, do it just like
that.
Le
escuché gemir de nuevo cuando volví a darme la vuelta y, después de bajar todo
lo que me permitieron mis rodillas sin que éstas tocaran el suelo, separando
las piernas, me incorporé levantando las caderas y froté mi trasero contra su
parte más sensible. Él me agarró de la cintura y yo terminé de levantarme, con
el culo pegado a su pelvis, una nada desagradable sensación de presión entre
mis muslos.
Una
de sus manos pasó a mi vientre, mientras la otra subía por mi costado y jugaba
con mi trenza. Jadeé, buscando aliento, mientras él continuaba acariciándome y
paseaba sus dedos por mi cuello.
-Como
sigas así…-dejó la frase, hambrienta, profunda, mística y erótica, en el aire.
-¿Qué?-pregunté,
y Alec se regodeó en el dese que desprendió aquella corta palabra.
-Que
voy a probar tu boca.
Su
contestación me secó la boca, pero me mantuve calmada y altanera cuando me giré
y me colgué de su cuello, riéndome.
-¿Ah,
sí? ¿Con el permiso de quién?
-El
tuyo-contestó él, y sus manos se acercaron a mis caderas, bajaron un poquito
más. No lo suficiente como para que yo me molestara.
No lo
suficiente como para que me estuviera reclamando.
Sí lo
bastante como para que yo quisiera pedir más.
-El
tuyo-su respuesta fue segura.
-¿Te
lo he dado?
-Todo
tu cuerpo me está suplicando que lo posea, Sabrae. ¿Crees que soy tonto y no
leo las señales?
-¿Qué
te lo impide?-quise saber, inclinando la cabeza a un lado.
-Mis
ganas de escucharle a esa boca suplicar que te lo haga-dijo en tono íntimo,
acercando la cara a la mía, repitiendo la jugada que tan bien me había salido a
mí.
-¿A
esta boca?-coqueteé, señalándomela con el dedo. Los ojos de Alec se
teletransportaron a mis labios.
Dios mío, chico, ¿por qué no me besas ya?
-Todavía estoy pensando cómo
algo puede ser tan parecido al paraíso y a la vez estar hecho de pecado como
les pasa a tus labios, Sabrae.
Me
eché a reír.
-Pero
si todavía no los has probado, Alec.
-No
me hace falta-contestó-. Algo así, sólo puede sentirse como el cielo y estar
hecho por el demonio.
Ojalá
no me hubiera reído entre dientes como una tonta enamorada, pero…
…
vale, me reí entre dientes como una tonta enamorada.
-Y yo
que pensaba-dije, no obstante, como un as del póquer-, que las chicas iban
contigo porque estás bueno.
-Vienen
por lo que les digo-contestó él, atrayéndome hacia sí-, y se quedan por lo que
les hago.
Le
saqué la lengua y él estuvo a punto de mordérmela, cuando me separé de él
ejerciendo una ligerísima presión en su pecho para que me soltara. Me regodeé
durante una millonésima de segundo en nuestro contacto.
Me
encantaba jugar con él.
-Cuando
suene Jason Derulo, bailaré contigo, y sólo contigo, ¿vale?
-¿Es
eso una amenaza?
-Es
una promesa-le guiñé el ojo-. Me encanta Jason Derulo.
Se
echó a reír, asintió con la cabeza, silbó como lo había hecho Diana esa misma
noche, y, cuando Jordan le localizó entre la gente, alzó la mano en la que
sostenía su teléfono móvil y lo señaló. Alec tecleó rápidamente en la pantalla
de su móvil mientras yo lo daba todo con otra canción que a él no parecía
interesarle mucho. Una verdadera pena: me lo había pasado de miedo bailando así
con él, y tenía muchas ganas de más.
Me
animó un poco cuando se guardó el teléfono en el bolsillo y me dejó disfrutar
de su cálida presencia de nuevo a mi lado. Estaba bailando desinhibida, como
sólo la adrenalina mezclada con un poco de alcohol puede permitírtelo en el
anonimato, cuando me acarició la cintura.
Joder, Alec es erotismo puro, pensé.
Me
pasó las manos por las caderas, bajó por mis curvas y subió la otra por mi
costado, dejando que sus dedos rozaran mi busto de una forma sugerente y que yo
disfruté más de lo que estaba dispuesta a admitir. Continuó escalando un poco
más por mi cuello, mientras yo me balanceaba al ritmo de la música, ya nada
interesada en la canción, totalmente concentrada en lo sensual de su contacto.
Me apartó la trenza y me la dejó detrás del hombro. Llevé mis dedos a los suyos
y me estremecí cuando noté cómo se inclinaba hacia adelante, aunque me
decepcionó un poco no escucharle decir lo que quería:
-Me
has puesto muy cachondo esta noche, peleándote así.
En su
lugar, fue un poco menos rudo.
-Lo
que has hecho esta noche ha sido muy valiente, Sabrae.
Abrí
los ojos y busqué sus dos discos de chocolate, que ahora cambiaban de color al
ritmo marcado por las luces.
-Sólo
es una de la millonada de cosas que se me dan bien.
-Me
pregunto qué más cosas serán esas-jugó en tono áspero, de nuevo totalmente
sensual, que despertó los instintos codificados en mi ADN que habían llevado a
la humanidad a las generaciones en que nos encontrábamos.
-Bailar,
por ejemplo-sonreí yo, contoneándome de nuevo, pegándome y separándome de su
cuerpo duro, musculoso, diseñado exclusivamente para que yo fantasee con
recorrerlo con la lengua. Disfruté fingiendo alejarme de él porque Alec no me
lo consentía: volvía a pegarme a mí y eliminaba la distancia que había entre
nosotros cuando yo me atrevía a hacer que creciera.
No me
permitía alejarme, cuando yo ni siquiera lo pretendía.
Lo
que yo quería era llegar lejos con él.
Pero,
por desgracia, todo lo bueno se acaba, y mi sesión de baile con Alec no iba a
ser una excepción. Se terminó la canción y la pista quedó un momento en un
silencio cargado del alboroto de decenas de conversaciones que se mantienen a
la vez. Me toqueteé las trenzas y le miré.
Descubrí
que me apetecía hacerle de rabiar.
-Bueno-comenté,
agitando las trenzas-, ha sido divertido. Ahora, me voy al sofá-pasé a su lado
y me decepcionó que no tratara de venir tras de mí, o directamente detenerme.
Fue
su voz la que lo hizo.
-Yo
de ti no me acomodaría mucho, bombón.
Alec
sonrió, señaló al techo y…
…
empezó a sonar otra canción de Jason Derulo. Me lo quedé mirando, estupefacta.
-¿Tú
has hecho esto?
-En
realidad-contestó-, ya estaba en la cola. Pero… las otras, sí. Las he pedido
yo.
-¿Has
pedido otra canción?-pregunté, divertida, echándome a reír y volviendo a
acercarme a él. Quise plantarle un beso de agradecimiento. Me gustaba que
luchara por nosotros incluso cuando no existía un “nosotros”.
-Algo
así-asintió.
-¿Qué
quieres decir con “algo así”?
-Que
sí que he pedido otra canción. Y otra. Y otra más.
-¿Cuántas
has pedido?
-Treinta
y ocho-espetó, y noté cómo mi mandíbula se caía al suelo.
-¿ME
ESTÁS JODIENDO, ALEC?
-¿O
eran cuarenta y una?-se tocó la barbilla, fingiéndose pensativo.
-¿Qué?
-Mira,
bombón…-se pasó una mano por el pelo y yo lo supe.
En
ese momento.
Él no
se dio cuenta.
Pero
con ese simple gesto, fue suficiente para que yo supiera que no iba a salir de
aquella maldita discoteca sin habérmelo follado.
-… el
caso es que me lo he pasado genial bailando así contigo y, ¿qué puedo decir?
Soy hedonista, no me niego las cosas que me dan placer. Así que Jason Derulo va
a estar sonando toda la noche, y tú no vas a poder soltarme. Me lo has
prometido-puso una sonrisa de niño bueno y yo me estremecí. Me acerqué a él y
me pegué a su pecho.
-El
contenido por el que me registré-celebré, acariciándole la nuca. Cerró los ojos
y se dejó llevar.
Me
encantó cómo “¿Quieres un baile?” se convirtió en un “me encanta esta canción”,
en “joder, me puto encanta esta
canción”, en “JODER, ADORO ESTA CANCIÓN”,
y la cosa se fue calentando sin nosotros darnos cuenta.
No
nos percatamos, como sucede con la llegada del otoño. Un día estás en la playa,
tomando el sol tranquilamente, y de repente te das cuenta de que estás en pleno
noviembre, las hojas de los árboles se han teñido de cobre y todo a tu
alrededor desprende ese aura mágica de transformación y madurez. No sabría
decir cuándo nuestros bailes se hicieron más sugerentes y apegados. Se me
escapaba el momento en el que pasamos de una cierta invasión al directo
descaro. Me frotaba muy despacio contra él, disfrutando de cómo se relamía los
labios pensando en lo que iba hacerme, y él m agarraba de las caderas y
acentuaba aún más la presión, anhelando el momento en el que yo le hiciera todo
lo que me apetecía.
Hasta
que llegó The other side. La canción,
a pesar de su letra y su mensaje, tenía un cierto aire dulce que nos ayudó a
tranquilizarnos y a retomar una postura a la que estuviéramos más acostumbrados.
Sin embargo, nada entre nosotros era igual ahora. Danzamos más como amigos que
como futuros amantes, nos miramos a los ojos y nos reímos, sin darle
importancia a que nos cantábamos la canción a los ojos.
Aunque
que nosotros no pensáramos en ello no significaba que nuestros cuerpos no
respondieran. Entre nosotros se instauró una delicada intimidad, suave como la
tela de un vestido de novia. El intimismo que compartimos durante la canción,
ya desde su principio, mirándonos a los ojos en lugar de yo dándole la espalda
y frotándome contra él fue haciéndose más y más denso a medida que ésta
avanzaba.
Empezó
conmigo dándome la vuelta cuando Jason cantaba sobre lo poco que se había
esperado en el principio su conexión con la chica. Me sentía identificada con
él a niveles ancestrales; era como si aquella canción la hubieran escrito e
interpretado para mí, y sólo para mí, esa única noche de mi vida.
Pero nos acercamos, cantó Jason, y tanto
Alec como yo dimos un paso hacia el otro y nuestros torsos quedaron frente a
frente. Yo era consciente de forma muy vaga de la presencia del resto de
bailarines en la pista de baile que, lejos de estar tan quietos como Alec y
como yo, vibraban al ritmo de la música.
Hasta
que empezó el puente de la canción, más animado, y nos hizo espabilar. Cantamos
y bailamos y gritamos y levantamos las manos. Le pasé las manos por el cuello y
él me pasó las suyas por la cintura, me mordí el labio en el mismo instante en
que lo decía la canción y Alec, Jason y yo cantamos a la vez, nosotros dos con
una sonrisa en los labios:
-We’re going all the way.
Durante
el estribillo dimos saltos hasta que nos cansamos, y Alec se acercó a mí de
nuevo cuando éste terminó y la estrofa libre de la canción comenzó de nuevo.
-I know you’re nervous-Alec me miró a
los ojos mientras su boca dibujaba unas palabras robadas-, so just sit back and let me drive.
Su mirada tenía una
intensidad hipnótica, su cuerpo me atraía hacia él como un potentísimo imán.
Volvimos a saltar, aunque menos entusiasmados con la canción y más con nuestra
cercanía.
Y
llegó el puente de la canción. Nos miramos a los ojos.
-Tonight we’ll just get drunk, disturb the
peace.
-Let your love-canté yo, más
animada que él, pasándome una mano por el pecho al continuar con el-: crash into me.
-And then you bite your lip-Alec
me acarició el labio inferior con el pulgar. Me ardió la boca allí donde su
piel estableció contacto con la mía-, whisper
and say…-dijo mucho más bajo, y yo me perdí en sus ojos.
Ninguno
de los dos acabó el estribillo. Me puse instintivamente de puntillas y él se
inclinó un poco hacia mí.
Mi
estómago hizo un triple salto mortal.
Íbamos
a besarnos.
Contuve
una sonrisa mientras me acercaba un poco más a su boca, deseosa de probar el
sabor de sus besos. Decían que eran una auténtica delicatesen, que cuando Alec
besaba a una chica ella ya no podría dejar de pensar en él.
Me
moría de ganas de probar esa poción suya, de no ser capaz de sacármelo de la
cabeza. Jamás había deseado tanto nada como deseé que su boca me volviera loca.
Estábamos
a milímetros, sentía su respiración chocando contra mis labios, deslizándose
dentro de mí. Tragué saliva, impaciente. Fueron unas centésimas de segundo,
pero a mí se me hicieron eternas.
Y
entonces, justo cuando estábamos a punto de rozar nuestras bocas…
… un
grupo de chicos nos dio un empujón y nos sacó de nuestra burbuja.
Trastabillé
a un lado y me habría caído al suelo de no haber chocado contra la espalda de
una chica, cuya bebida derramé. Se volvió hecha una furia, dispuesta a arrastrarme
de los pelos.
-¡Tía!
Ten más cuidado.
-Relax,
Jen-instó Alec, agarrándome del brazo y tirando de mí para ponerme a su lado-.
Ha sido el subnormal de Russo. ¡Tronco!-se volvió hacia él-. ¿De qué cojones
vas? ¿No ves que estoy aquí?-urgió Alec, señalando el suelo y haciendo un
pequeño cuadrado a modo de explicación de su espacio. El tal Russo se disculpó
de mala gana-. ¿Qué mierda de disculpa es esa?-exigió Alec, molesto, y se
encaró al chico, que le mantuvo la mirada con desafío-. Además, le has hecho
daño a Sabrae. ¿Sólo me vas a pedir perdón a mí?
El
muchacho me miró un segundo, pestañeó, estudió todo mi cuerpo y finalmente
zanjó el asunto con un:
-Te
invito a lo que quieras a modo de compensación.
-No,
yo sí que te invito a algo-espeté-: piérdete.
Alec
se echó a reír mientras Russo encajaba mi pulla. Sorprendentemente, hizo lo que
le pedí, y enseguida se fue con su grupo de amigotes mientras Alec refunfuñaba
por lo bajo.
-Me
lo cargo el lunes. Te lo juro. Jodido gilipollas…
-No
pasa nada, Al-contesté yo, cogiéndole la mano y atrayendo su atención-. Sólo ha
sido un accidente.
-Sí,
bueno, podrían haberse caído encima de ti, y con lo pequeñita que eres, podrían
haberte aplastado.
-Pero
no me han hecho nada-me encogí de hombros y le pasé las manos por los brazos-.
No dejes que esto nos estropee la noche, ¿te parece?-le tomé de la mandíbula e
hice que me mirara-. ¿Por dónde íbamos?
Él
esbozó una sonrisa lasciva.
-Creo
que sabes exactamente por dónde íbamos, bombón.
-¡Cierto!
Jason Derulo-me di una palmada en la frente y me eché a reír con la cara de
decepción de Alec.
-No
era a eso a lo que me refería, precisamente…-se quejó, pero acallé sus
protestas con un chillido emocionado al reconocer la siguiente canción. Breathing.
Todo
el mundo se volvió loco en la pista de baile y Alec tardó poco en dejarse
arrastrar por la marea y su entusiasmo. Enseguida estábamos bailando de nuevo,
despreocupados y jóvenes, disfrutando de cada segundo y cada movimiento.
La
música era diferente, mucho, respecto de la canción anterior. Mucho más
festiva, más propia del ambiente de discoteca en el que nos encontrábamos. Sin
embargo, sus efectos fueron muy parecidos en Alec y yo. Jugamos, bailamos, nos
juntamos más y más hasta que nuestros cuerpos prácticamente se fusionaron. El
éxtasis de la canción se acercaba peligrosamente y nos impedía pensar con
claridad.
A
pesar de que me sabía la letra la dedillo y la estaba cantando como si me fuera
la vida en ello, sólo podía pensar en lo bien que me sentaba estar tan cerca de
Alec, danzando así con él. Por mucho que levantara la cara hacia el techo y
gritara con el resto del mundo, Alec incluido, que sólo echaba de menos a una
persona sin rostro cuando respiraba, su cara no dejaba de flotar en mi cabeza,
la proximidad de aquel beso que no nos habíamos dado me torturaba.
Se
juntó todo. Las manos de Alec de nuevo en mi cintura, mis ojos en los suyos,
observando sus cambios de color. Los ojos marrones eran realmente mágicos.
Me
apretó ligeramente las caderas mientras me miraba, ignorando la canción de
repente. Me acerqué a él instintivamente, le pasé las manos por los brazos, me
deleité en la fuerza de sus músculos por debajo de la tela de aquella camisa
que quería arrancarle a mordiscos…
El
puente de la canción siguió subiendo y subiendo de tono, Jason se preguntaba
cómo sobreviviría sin el amor de la chica a la que quería, pues era ella la que
le mantenía vivo…
Alec
me miró, tragó saliva. Clavé la mirada en la nuez de su garganta, preguntándome
qué se sentiría dándole un mordisquito…
… y
no lo pudimos soportar más.
Justo
mientras sonaba la nota más alta de la canción, después de varias florituras
con la voz, se nos pusieron los pelos de punta y no fuimos capaces de
resistirnos más.
No
fue un beso lento. No fue un beso dulce. No fue el típico primer beso que te
das con un chico.
Pero
sí fue el beso que mejor nos definía a los dos.
Le
pasé las manos por el cuello y lo atraje hacia mí al mismo tiempo que Alec se
inclinaba y tiraba de mis caderas para acercarme más a él. Me puse de puntillas
y él acercó la boca a la mía.
Surgió
la magia en el momento en que terminaba la nota alta. Nuestras bocas se
encontraron y fue como un choque de galaxias, el caos más bonito que jamás
había sido creado. Abrí la boca para dejar paso a su lengua, que la recorrió,
invasiva pero tremendamente respetuosa, mientras yo enredaba los dedos en su
nuca y respondía a su colonización con el mismo tipo de pasión. Enredamos
nuestras lenguas, mezclamos nuestros alientos…
Pero
lo que pasaba e nuestra boca no era nada, nada
comparado con lo que sucedía en nuestras almas.
Me
sentía revuelta, como un río que recibe demasiada agua y se desborda. Cada
célula de mi cuerpo se agitaba con violencia, y una corriente eléctrica de
millones de voltios me bajaba por la columna vertebral, activando cada
milímetro de mi cuerpo con una potentísima descarga iniciada en mi boca, el
punto de contacto más importante de Alec y yo.
Todo
mi ser, físico y espiritual, respondió y celebró ese beso como nunca antes
había celebrado ningún otro contacto.
La
última vez que había sentido algo tan fuerte, ni siquiera la recordaba en un
plano que no fuera el subconsciente. Había sido la primera vez que mamá había
podido darme el pecho, por fin.
En
cierto sentido, entendía la relación. Mamá me había insuflado la vida dándome
de mamar.
Y
ahora Alec me insuflaba ese deseo de vivirla con su boca.
Nos
separamos un segundo para coger aliento y nos miramos a los ojos, estupefactos,
completamente maravillados con la magia ancestral que habíamos invocado sin
pretenderlo. Yo sonreí y respiré por la boca, expulsando una risa entre dientes
que a él le encantó. Me acarició la mejilla con el pulgar.
-Guau…-fue
todo lo que comentó, y yo no habría podido decirlo mejor. Guau. Simple, tajante y radicalmente guau. Era como si en nuestro interior se hubiera desatado un
festival de fuegos artificiales. No sabía que unas manos te pudieran hacer así
de feliz. Que una boca transmitiera tanto amor. Que una mirada significase
tanto.
Se mordisqueé los labios, probando
el sabor de sus huellas en mi boca, y Alec se lo tomó como una nueva
invitación. Volví a ponerme de puntillas, ignorando la música, el ruido, las
luces, los cuerpos. Todo. Todo lo que no fuera Alec.
Cerré
los ojos y me dejé llevar, le pasé las manos por la espalda (joder, qué espalda), por el cuello (uf, qué cuello, quiero tenerlo entre mis
piernas), el pelo (quiero enredar los
dedos en él mientras le noto entrando y saliendo de mi cuerpo), y gemí
cuando sus manos bajaron y me apretaron el culo, pegándome más y más a él,
haciéndome saber que los dos disfrutábamos ese contacto de la misma manera.
Y lo
mejor de todo es que su lengua no se despegó de la mía en todo el proceso.
Sabía bien. A chupitos de lima, a cerveza de la buena, a refrescos y a estar
muy bueno, tremendamente bueno. Me comió la boca, jugó con mi lengua.
-La
gatita quiere jugar-rió Alec, y yo le mordisqueé el labio a modo de respuesta.
Volvió a comerme la boca y me masajeó el culo mientras lo hacía, adorando cada
centímetro de mi cuerpo con unas manos expertas que sabían muy bien lo que
hacían. Sus dedos fueron bajando poco a poco hasta el centro de mi ser, aunque
sin llegar a tocarlo del todo, respetando un mínimo de espacio del que me iba a
dejar disponer con libertad. Cada célula que me compone se encendió con su
contacto, dejé que me lamiera la boca con insistencia y yo deseé mucho, como
nunca antes, tener sexo con él. A pesar de que no tenía la confianza necesaria
con él. Pero aquello no me importaba, por la sencilla razón de que algo en mi
interior me decía que podía disfrutarlo. Que lo disfrutaría.
Se separó
de mí para coger aire, o quizás para pensar con claridad.
O
puede que para dejarme ver que estaba muy mojada y que eso ya no tenía vuelta
atrás. Acabábamos de traspasar el punto de no retorno y nos alzábamos en el
cielo. Nuestro objetivo era la luna.
-Me
moría de ganas de besarte-confesó, y yo me regodeé en el anhelo que teñía su
voz.
-Y,
¿por qué no lo hiciste antes?
-Necesitaba
que me lo pidieras.
-¿Qué
ha cambiado hoy?
-Nada-contestó,
y yo fruncí el ceño, jugueteando con su pelo. Dios, me encantaba su melena
ensortijada, esos adorables rizos que se le formaban cuando llevaba el pelo lo
suficiente largo, como hoy.
-¿No?
-No.
Me lo pediste.
-No
creo.
-Yo
creo que sí-me besó la punta de la nariz-. Mientras bailábamos. Toda tú me lo
pidió. Sobre todo, tus ojos.
Me
mordisqueé un poco el labio.
-Cómo
me gusta que sepas leer mis señales.
-¿Las
tuyas? Como un libro abierto, preciosa-me besó los nudillos y yo me eché a
reír.
-¿Es
por eso por lo que no dejas de toquetearme?
-He
dicho que te leo como un libro abierto, no he especificado si yo puedo ver o
no.
Tuve
que volver a reírme ante su ocurrencia, que dejara caer que yo era un libro en
braille dispuesto para que él me abriera y me acariciara con sus dedos,
arrancando palabras de mi interior, era una buena comparación de cómo me sentía
en ese instante.
Alec
me observó, con los ojos chispeantes de adoración tan absoluta que incluso me
conmovió. Me pegué de nuevo a él y le di un piquito. Nos olvidamos de la
música, de todo. El mundo avanzó a marchas forzadas mientras nosotros nos
besábamos, el tiempo se aceleró tanto que incluso nos habríamos mareado de lo
rápido que giraba la tierra, si dependiéramos de su gravedad.
No sé
cómo ni cuándo, salimos de la pista y nos acercamos a la barra. Alec me cogió
de las caderas y me sentó en ella, y me comió la boca como estaba mandado. No
podía apartar mis labios de los suyos, sus manos de mi cuerpo, mis manos de su
pelo. Jadeé en su boca cuando comencé a sentir que unos simples besos, por muy
fogosos que fueran, no saciarían mi hambre.
Le
agarré del cuello y tiré de él, continué devorándole la boca hasta que me
harté. Después, juguetona, fui dándole mordisquitos por la mandíbula, por el
cuello, hasta llegar a su oído.
-Vamos
al baño-le dije. Ya no lo soportaba más. Necesitaba sentirlo en mi interior,
darme ese placer secreto que mi padre le daba a mi madre, que Scott le daba a
las chicas, que Alec mismo le había dado a la española que conoció en la playa
el día en que me toqué por primera vez pensando en él. Necesitaba todo de él.
Porque
si Al era adorable, Alec Whitelaw era jodidamente adictivo.
Él se
echó a reír, pero no me molestó en absoluto. Una de las cosas que más me iban a
gustar de Alec, hasta el día en que me muriera, incluso cuando rompiéramos y yo
dijera que no soportara verlo, ni pensar en él, o escuchar su nombre, era lo
difícil que lo tenía para molestarme con cosas que en absolutamente cualquier
otra persona me parecerían tremendamente ofensivas.
Me
tenía embrujada. Estaba en sus manos.
Y él
lo sabía y estaba dispuesto a aprovecharse de ello. Adoraba que fueran chulos.
Y
adoraba que fuera Alec.
-¿Para
qué?-quiso saber-. Si seguro que te has meado en las bragas con mi forma de
besar.
Me
separé un poco de él y arqueé las cejas.
-¿Por
qué no te dejas de tanta condescendencia y me haces la pregunta que los dos nos
morimos que me hagas?
Se
pegó a mí, intimidante, posesivo, controlador y tan deliciosamente masculino
que me vi perdida en el poder de su presencia.
-¿Quieres
que te folle fuerte, bombón?-preguntó en tono hambriento. Su voz revolucionó mi
piel. Sus palabras contrajeron mis músculos. Sentí un conocido tirón en la
parte baja del vientre. Hola, vieja amiga,
pensé, reconociendo los síntomas de una excitación tan incendiaria como la
que estaba sintiendo entonces.
-Mejor,
criatura-respondí, cogiendo uno de sus dedos y llevándomelo a la boca. Le di un
mordisco en la yema antes de lamerlo lentamente-. Esta noche, la que te va a
follar fuerte, voy a ser yo a ti.
-Lo
estoy deseando-contestó tras una breve carcajada. Salté de un brinco de la
barra y me dirigí a los baños, pero Alec me cogió de la mano y me guió en
dirección contraria.
-¿Adónde
vamos?-quise saber, confusa.
-Es
una sorpresa-me confió en tono críptico, y yo me detuve en seco.
-Al…-susurré.
Si estaba jugando conmigo, necesitaba que parase ya. Si no pretendía que
hiciéramos nada, lo mejor sería que nos detuviéramos ahora que no me dolería en
exceso.
-¿Confías
en mí?-preguntó al girarse y clavar sus ojos en mí. Me tendió la mano y yo la
estudié unos instantes antes de asentir con la cabeza y estirar los dedos para
cogérsela, pero él la apartó-. Saab. Quiero oírtelo decir. ¿Confías en mí?
-Sí-asentí,
estirando de nuevo los dedos, acariciando los suyos con la yema de los míos,
pasando por su palma y agarrándole finalmente la muñeca. Él sonrió, se llevó
mis nudillos a los labios y no apartó la mirada de mis ojos cuando alabó:
-Eres
preciosa.
Yo ya
lo sabía. Pero que me lo dijera me gustó. Tiró de mí y me acercó a su pecho.
-¿Estás
segura de lo que hacemos?
-Te
deseo-fue mi respuesta, intentando no derretirme con lo tierno que me pareció
que quisiera asegurarse de que no malinterpretaba todos mis movimientos-. Ahora.
-Genial-me
dijo, inclinándose hacia mi oído y haciendo que se me pusieran los pelos de
punta-, porque no sabes lo cachondo que me has puesto peleándote así, Saab.
Me
derretí al escuchar mi diminutivo de sus labios pronunciado de una manera tan
furtiva, como si de una fruta prohibida se tratase. Quise que me grabara un CD
de 18 pistas, de 4 minutos cada una, en las que dijera exclusivamente esa
palabra.
Le
miré a los ojos, que cambiaban de color con las luces de la discoteca.
-Y
eso que ni siquiera me he quitado la ropa-bromeé, y la forma en que me recorrió
con los ojos hizo que me estremeciera de nuevo. Saberse deseada igual que tú
deseas es una sensación que se compara con pocas.
Sorteamos
a la gente en una dirección incierta. Nos encontramos con Jordan, que frunció
el ceño al ver el rumbo que habíamos tomado Scott y yo. En sus ojos no hubo
ningún tipo de prejuicio cuando nos miró, sino genuina sorpresa.
-¿La
hermana de Scott?-quiso saber, mirando a Alec-. ¿En serio, tío? ¿Qué diría Scott?
-Tiene
nombre-discutió Alec-. Y Scott, que diga misa.
Llegamos
a una pequeña puerta que Alec abrió con ceremonia. Chasqueó la lengua al ver
que la pequeña habitación a la que pretendía llevarme estaba ocupada por un par
de chicos dándose el lote de forma apasionada. Mientras Alec los despachaba,
cobrándose un antiguo favor que uno de ellos le debía, aproveché para observar
la pequeña estancia. Constaba de un sofá, una mesita con una lámpara… y nada
más.
El
suelo estaba acabado en mármol negro; las paredes, recubiertas de cristales de
colores azules, blancos y rosas que le daban a la estancia un cierto aire de
vídeo musical. El sofá, blanco, hacía juego con un techo del que colgaba una
bombilla que ni siquiera estaba encendida.
La
estancia vibraba con el ritmo de la música que atronaba en la discoteca.
Cuando
los chicos salieron, Alec empujó la puerta y estiró el brazo en dirección a la
sala, invitándome a entrar.
-¿A
qué viene esa caballerosidad de repente?-me reí, entrando y quedándome en el
centro de la estancia, a medio camino entre el sofá y la puerta.
-Que
te vaya a follar con ganas no significa que no te tenga respeto-contestó,
entrecerrando la puerta. Me eché a reír con ganas y me volví para examinar de
nuevo la estancia, el sofá de cuero, las paredes y la curiosa combinación de
colores.
Alec
carraspeó, reclamando mi atención.
-Puedes
irte cuando quieras-informó, como si yo no lo supiera-. Y decirme que paremos
si no te sientes cómoda-añadió, y me miró para asegurarse de que le entendía-.
En cualquier momento-recalcó esa última frase y yo asentí con la cabeza,
agradecida-. Es en serio, Sabrae. Hay confianza. Me lo puedes decir, que sé
parar. Soy bueno parando-su sonrisa se oscureció-, aunque soy mejor acabando.
-No
voy a ir a ningún sitio-le aseguré. Alec sonrió como el lobo que tiene a
Caperucita acorralada.
La
diferencia era que esta Caperucita se moría de ganas de que el lobo la
devorara, y que le dieran a la abuelita.
-¿Fijo?-inquirió
él, cerrando la puerta con el pie y echando el pestillo. Se volvió lentamente
hacia mí-. Porque yo creo que te voy a hacer llegar a muchos sitios.
Sonreí,
confiada, y di un paso hacia él. Y luego, otro. Y luego, otro más. Y de nuevo
estaba entre sus brazos, como antes.
Excepto
que ya nada era como antes. Estábamos solos y éramos libres, las convenciones
sociales se habían quedado encerradas al otro lado de la puerta. Prácticamente
chocamos el uno contra el otro como dos galaxias que finalmente se encuentran,
atraídas por la gravedad de la otra. Llevé mis manos a su cuello y fui bajando
por sus hombros, deleitándome en sus músculos, lo bien definidos que estaban.
Recordé cómo aquellos brazos habían machacado a nuestros oponentes y sentí un
escalofrío de calor.
-Me
encantan tus brazos-susurré, recorriéndolos con los dedos
-Joder,
Sabrae-gimió él, duro contra mi pelvis, dejando que me manoseara mientras él
bajaba hasta mi culo y me lo apretaba con fuerza. Decidí picarle.
-Qué
duro estás.
-No
lo sabes tú bien, niña.
-¿Me
tienes ganas?-tonteé, bajando una de mis manos por su costado y llevándola por
su pecho, por sus abdominales. Por dios. Podrían prepararse espaguetis a la
carbonara en aquel vientre. Quizá mi piel fuera de chocolate, pero, desde
luego, la tableta la tenía él. Y qué tableta…
-Uf,
Sabrae…
-¿Quieres
follarme?-pregunté en su oído,
mordisqueándole el lóbulo de la oreja y haciéndole perder la razón acariciando
despacio su paquete. Gimió.
-Tú
no sabes a quién estás calentando, niña.
Dicho
esto, me cogió por la cintura y me llevó al sofá, me sentó sobre él y me frotó
contra su dureza, haciendo que los dos suspiráramos de anticipación. Nos
peleamos con sus pantalones, con la cremallera y sus malditos botones. Me
temblaban las manos de lo acelerada que estaba.
-Sabrae-gimió
mi nombre un par de veces, haciendo que mi sexo respondiera con una pequeña
contracción, insistiendo en que le hiciéramos caso-. Sabrae, debes saber algo.
Me
detuve en seco, aterrorizada. Incluso se me pasó por la cabeza que fuera a
confesarme su homosexualidad. Qué estupidez, ¿verdad? Es decir, el amigo la
tenía como un puñetero bate de béisbol. No tenía sentido que decidiera que
aquel era el momento indicado para descubrir que le gustaban los hombres.
-¿Qué
es?
Sonrió
con un picardía que hizo que quisiera comérmelo.
-No
soy virgen-dijo por fin, y a mí me entraron ganas de darle un bofetón. Ya sé que no eres virgen, Alec. Tienes una
cara de vividor follador que no puedes con ella-. De hecho, tengo bastante
experiencia-tuve que reírme entonces, vale. Me incliné hacia él y le besé los
labios, o esa fue mi intención. Porque en cuanto probé su boca de nuevo, empecé
a devorarle mientras continuaba desabrochándole los vaqueros-. Y credenciales.
Por
fin, lo único que no separaba de una noche genial eran la tela de sus bóxers,
amén de mi propia vestimenta, de la que nos ocuparíamos en breves. Dejaría que
fuera él el maestro de ceremonias. Sospechaba que no era de los típicos que te
desnudan, y ya está. Tenía pinta de ser de los que se deleitan en acariciarte
mientras te quitan la ropa.
-Genial-contesté-,
porque yo estoy cansada de acostarme con principiantes. Impresióname, Alec.
Él me
dedicó una sonrisa torcida tremendamente seductora y dejó que fuera yo quien
liberara su erección. Me quedé mirando su miembro erecto, francamente impactada.
Noté cómo el color se me subía a las mejillas, observando su… tamaño.
Quise
montarme encima de aquello como si no hubiera un mañana.
Y
también salir corriendo, segura de que era lo bastante grande como para no
conseguir nada más que hacerle daño.
-¿Qué
tal mis credenciales?-inquirí, y yo levanté la vista. Mis cejas estaban a punto
de tocar mi cuero cabelludo, cosa que divirtió sobremanera a mi amante-. Vaya,
Saab, ¡no pensé que tú también fueras capaz de hacer La Mirada!
-¿La
Mirada?-repliqué sin entender, volviendo a clavar los ojos en su sexo. Era tan…
oh. Le tenía reverencia, anhelo, respeto y miedo a partes iguales.
-Sí-contestó
Alec, tocándome la muñeca-. La forma que tenéis las tías de mirarme la polla
cuando la veis por primera vez.
-Es
que es muy…-dejé la frase en el aire, estiré los dedos para señalarla y los
dejé caer de nuevo.
-¿…
grande?-sugirió, y yo estuve a punto de bromear con que no, en realidad, me
parecía bonita, o algo así. Como si las pollas fueran bonitas. Lo habría hecho
en cualquier otra ocasión.
Pero
estaba demasiado cohibida con la revelación. Repetí la palabra para mis
adentros. Grande.
Me gusta cómo suena.
Grande.
Hay que joderse. Todo,
absolutamente todo, es grande en Alec.
-Así
que es cierto lo que dicen de los chicos altos-bromeé, quitándole hierro al
asunto, y él se echó a reír.
-Bueno,
no es por desmerecer a tu hermano, pero… en comparación, le saco más
centímetros entre las piernas que de altura. Ya me entiendes. No es
proporcional.
-Por
supuesto-asentí, volviendo a mirarla. Estiré los dedos instintivamente,
curiosa, y los dejé caer. Alec se inclinó y me besó con pasión, pero también
con ternura.
-¿Te
gustaría acariciarme primero?
Me
gustó que fuera tan dulce conmigo. Que estuviera tan visiblemente excitado y
aun así pudiera ponerme por delante de él. Me sorprendió. No concordaba con el
concepto que había tenido de él durante gran parte de mi vida.
Le
miré a los ojos y me relamí los labios.
-Quiero
tenerte dentro-contesté, y me di cuenta de hasta qué punto eso era verdad. Lo
deseaba. Lo deseaba. Lo deseaba de verdad. Sí, necesitaba sentirlo en mí; la
pelea me había llevado a unos extremos de mi personalidad que yo no conocía.
Estaba desatada. En cualquier otro momento, no me estaría comportando así. Era
consciente de ello.
Y me
daba absolutamente igual.
Al final, voy a tener que
agradecerle a la escoria de Simon que me folle a Alec Whitelaw.
Alec
tiró de mí suavemente para ponerme en pie.
-Pues,
nena… la tendré grande, pero todavía no he descubierto la manera de follarte
sin que te quites un poco de ropa-dijo, y sonreí con lascivia.
-Ah,
¿que no me la as a quitar tú?
Él
sonrió, complacido con mi respuesta. Metió los dedos por el elástico de mis
shorts, y tiró de ellos y de mis bragas a la vez, llevándose consigo las
medias. Me desabroché las botas para poder quitármelas con comodidad mientras
él me besaba.
Se
quedó observando mi sexo, hinchado y hambriento del suyo, con una sonrisa
satisfecha. Me acercó a él y me besó el monte de Venus.
-Mi
niña-dijo con adoración, y consiguió que me estremeciera-. Ven-me cogió la mano
y alzó la cabeza-. Vamos a irnos a las estrellas, tú y yo.
Se
sentó en el sofá de nuevo y esperó a que yo me acercara a él. Liberó su piel de
su ropa para que el roce no me molestara en la piel tan sensible, y, mientras
me sentaba a horcajadas encima de él, con cuidado de no acercarme a la punta de
su miembro hasta que no se puso el condón, sacó un preservativo de su cartera,
lo abrió y se lo puso con gran habilidad. Me incorporé de nuevo, apoyada sólo
en mis rodillas, y coloqué mi pelvis en posición vertical con respecto de la
suya. Miré hacia abajo. Era incluso más grande desde ese ángulo.
Alec
acercó la punta de su sexo al centro de mi ser, que celebró el contacto con un
escalofrío.
Me
gustaba. Me gustaba muchísimo. Me rozaba el clítoris en esa postura a la par
que me daba un pequeño aperitivo de lo que me esperaba, a las puertas de mi
paraíso personal.
-Qué
ganas te tengo, Alec-gemí, cerrando los ojos, disfrutando de la sensación de
presión de su pene en mi sexo. Él me tomó de la mandíbula y me obligó a alzar
los párpados, a clavar sus ojos en él.
-Mírame-me
dijo-. Quiero ver cómo follamos en tus ojos-exigió, y yo me mordí el labio, me
incliné un poco hacia adelante-. Cuando quieras, bombón. Soy todo tuyo-dijo,
abriendo los brazos-. Fóllame.
Sonreí,
le mordí la boca y me incliné lentamente hacia atrás, introduciéndolo en mi
interior.
Fue
un sensación extraña. Una sensación que no me resultó desconocida.
No cabe.
Es demasiado grande.
Hacía
meses que había perdido la virginidad, y sin embargo con Alec me sentí como si
hubiera vuelto a aquella tercera sesión de sexo torpe, en la que disfrutaba y
lo pasaba mal a partes iguales.
Aunque
la diferencia entre Alec y Hugo saltaba a la vista.
Hice
una mueca y me quedé quieta un momento, acostumbrándome a la sensación. Todavía
no había entrado ni la mitad, pero a Alec no parecía importarle. Ajeno a mi
lucha interna, me bajó un tirante de la camiseta; luego, el otro. Me desabrochó
el sujetador con una sola mano, mirándome a los ojos y pidiéndome permiso, y
llevó sus manos a mis pechos. Mis pezones se endurecieron con el contacto de
sus manos. Los pellizcó y me masajeó y yo me estremecí.
Me
gustaba. Muchísimo.
Pero
no lo suficiente como para que pudiera ignorar la presión de mi interior.
Acercó
su rostro a mis senos, abrió la boca y capturó uno de ellos entre sus labios.
Jugó con mi pezón, lo rodeó con la lengua y no dejó desatendido mi otro pecho.
Lo acarició despacio, aumentando la presión, disparando corrientes eléctricas
por todo mi cuerpo. Se le aceleró la respiración y noté cómo se hinchaba un
poco más dentro de mí.
Intenté
concentrarme en cómo me hacía sentir con sus manos (tremendamente bien; desde
luego, sabía cómo usarlas), en cómo me ardía el busto de lo bien que me lo
estaba esculpiendo. Él movió un poco las caderas, introduciéndose más en mí, y
me gustó y me desagradó lo que notaba en mi interior.
Lo
notaba absolutamente todo. Incluso podría señalar un mapa de las venas que le
recorrían la polla.
Me
balanceé un poco, dispuesta a probar, pero era tremendamente desagradable.
Cerré los ojos y aparté la cara, intentando no llorar de pura impotencia. Esto no es lo que quería. Yo quería follar
con Alec, quería saber qué se sentía corriéndome con él, y él corriéndose
conmigo.
Tragué
saliva. Quizá sólo era cuestión de acostumbrarse. Él sabía lo que se hacía, y
me gustaba lo que me estaba haciendo. Se esforzaba por hacerme gozar. Puede que
sólo requiriera tiempo.
Volví
a incorporarme y probé una vez más.
Y él
lo notó. No sé en qué. Pero lo notó. Se detuvo y me miró. Sus caderas dejaron
de responder a los tímidos empellones de las mías.
-¿Sabrae?
¿Estás bien?-preguntó, y yo asentí con la cabeza, pero él sabía que no era así.
Yo sabía que no era así-. ¿Qué pasa?
-Nada.
-Sabrae-me
recriminó-. Somos amigos-¿Lo somos? Apenas nos conocíamos, es decir… sí, ale,
habíamos crecido juntos, pero en órbitas muy separadas. Él tenía relación con
Scott, no conmigo. Yo era un árbol que adornaba el paisaje de su cuadro
favorito; él no era más que una estrella en la inmensa constelación que era mi
vida. Sabíamos de la existencia del otro, pero hasta esa noche, no le habíamos
dado excesiva importancia.
Si no sois amigos, ¿por qué estáis
haciéndolo?
-Me
lo puedes contar-me dijo él, acariciándome la cara-. ¿Qué ocurre?
Lo
miré, sin saber qué decir. No podía decirle que no me estaba gustando. Llevaba
desde que me masturbé pensando en él deseando en silencio hacer esto, y el mero
hecho de descubrir que puede que nunca fuera como yo lo esperaba era tan
frustrante…
-No
te está gustando-adivinó, y no era una pregunta, pero yo asentí de todas
maneras-. ¿Por qué? ¿Estoy haciendo algo mal?
Negué
con la cabeza, y él me miró un momento. Me subió los tirantes de la camiseta,
dándome intimidad. Por un lado deseé que me vistiera, y por otro lado, que
terminara de desnudarme. Me sentía fatal.
Alec
contempló nuestra unión, pensativo.
-Te
estoy haciendo daño-dedujo por fin, y yo asentí con la cabeza, limpiándome una
lágrima de frustración-. Pero, ¡no llores, mujer! ¡Si tiene solución!
-Dios-jadeé,
limpiándome otra lágrima con el dorso de la mano-. Lo siento, debo parecerte
una mocosa, lloriqueando porque eres demasiado grande para que…
-No
me parees una mocosa-me cortó-. Jamás me lo pareciste. Y, después de lo que has
hecho esta noche, es imposible que pueda considerarte una.
Lo
miré a los ojos.
-Me
apetece muchísimo esto-confesé-. Tú y yo, solos, sin nada que nos separe…
-Haberlo
dicho antes, bombón. Contigo no he preguntado si nos poníamos condón porque
suponía que querrías que sí. Y por respeto hacia Scott-añadió-. No creo que le
haga gracia que te deje embarazada.
Solté
una risita y él me besó la punta de la nariz.
-¿Ves?
Así me gusta más. Podemos solucionarlo todo juntos, bombón. Todo tiene
solución.
-¿Cómo?
Yo… no puedo… lo siento, Alec, pero…
-¿Con
cuántos chicos has estado?-disparó a bocajarro. Mis mejillas se incendiaron.
-Con
un puñadito-admití. No había echado cuentas, pero… si contábamos a Alec… eran
cuatro chicos en total-. ¿Por qué?
-Yo
también he estado con un puñadito de chicas-sonrió, frotándome la nariz con la
suya-. Y créeme si te digo que entiendo más o menos qué es lo que necesitáis en
estas situaciones.
-¿Qué
es?-pregunté, inocente y curiosa.
-Excitaros
más.
Alcé
las cejas.
-No
creo que ese sea mi problema. Es decir… mírate. Estás muy bueno-dije, pasándole
un mano por el hombro, y Alec se echó a reír. Su pecho vibró, sus abdominales
temblaron de una forma sugerente. Se me secó la boca.
-Gracias,
preciosa; tú estás de cine-alabó, y me empujó suavemente hacia abajo. Hice una
mueca. Me seguía molestando, pero ya no tanto-. ¿Lo ves? Sólo son nervios.
Puedes conmigo. A ver, un bebé tiene que pasar por ahí. Al lado de eso, una
polla no es nada.
-El
bebé duele-repliqué, y él asintió-. Y yo no quiero dejarte a medias.
-No
vas a dejarme a medias, bombón. Haremos una cosa, y luego, si tú quieres,
volvemos a intentar esto, ¿eh? Mi oferta de ir a las estrellas sigue en pie.
Pero no tenemos por qué ir en avión. Podemos coger un barco-me apartó un mechón
de pelo de la cara y lo colocó tras mi oreja-. ¿Confías en mí, bombón?
Le
miré a esos ojos chocolate suyos. Me gustaban muchísimo, siempre lo hicieron.
Recuerdo lo contenta que me puse de que mis hermanas tuvieran los ojos del
mismo color que papá. Las selvas sucias de mamá y Scott no terminaban de
convencerme; hay muchos peligros acechándote en la jungla, pero en una piscina
de chocolate, lo peor que te puede pasar es que te ahogues.
Y
ahogarse en chocolate suena a absoluta bendición.
-Confío
en ti, Al.
Él me
besó la frente, y luego, descendió a mi boca. Durante el beso, me agarró de las
caderas y me ayudó a sacarlo de su interior. Me empujó lo suficiente para que
yo comprendiera que quería que me pusiera en pie, y, muy despacio, se incorporó
también. Se quitó el preservativo y se subió los calzoncillos y los pantalones
para ocultar el motivo de la discordia. Siguió besándome y besándome, haciendo
que retrocediera todavía no sé cómo, hasta que mi espalda topó con la pared.
Me
había llevado a una esquina. Estaba atrapada entre él y la pared, pero me
sentía cómoda y protegida. Me siguió besando, apoyó una mano al lado de la
pared y continuó besándome y acariciándome con la otra. Me miró a los ojos, me
besó una última vez.
-Confía
en mí, Saab. Tranquila-me mordisqueó el cuello y cerré los ojos-. Déjate
llevar.
Empezó
bajando por mi anatomía, y al principio me puse tensa preguntándome qué se
proponía. Dudaba que haciéndolo de pie me molestara menos. Volvió a bajar por
mis pechos, jugó con el tirante de mi camiseta, me bajó uno y luego otro, me
besó los senos, los pezones, que se endurecieron al contacto con su boca…
… y
siguió bajando.
-Alec-susurré.
Estaba
llegando a mi obligo. Le dio un mordisquito a la curvatura de mi vientre justo
debajo de éste.
-Alec-repito-.
Alec, me cuesta muchísimo llegar cuando me lo comen.
-Es
que no te lo tienen que comer-contestó él, divertido-. Te lo tienen que
saborear. A mí no me haría gracia que me comieran la polla, principalmente
porque al comer se dan mordiscos.
-Eres
un gilipollas-me eché a reír-. Sabes a qué me refiero.
-Tranquila,
nena. Estás con un profesional. A mi puñadito de chicas también les costaba. Esto
del cunnilingus es un arte que no
todo el mundo domina-le noté sonreír, sus fríos dientes en mi ardorosa piel. Me
besó de nuevo el monte de Venus, me separó un poco las piernas, que intenté
cerrar al momento en un acto reflejo. No me gustaba que me besaran ahí. No sabían
cómo hacerlo. Siempre pasan la lengua por sitios en que no sientes nada y tiran
de lugares que deben dejar donde están…
-Bombón-me
dijo Alec-. Ábrete de piernas.
Lo hice
un poco.
-Te
prometo que esto no te va a hacer daño, Sabrae-me aseguró-. Ábrete de piernas.
Las separé
un poco más y él se quedó apoyado en sus rodillas, mirándome desde abajo.
-Es
que no he tenido muy buenas experiencias-me excusé.
Parpadeó
despacio.
-Sabrae-dijo
por fin-, te juro por mi madre que
conmigo te va a encantar. Separa las piernas.
Me lo
quedé mirando.
-Te
lo he jurado por mi madre, chica, ¿qué más quieres?
-¿Sabe
Annie que pronuncias su nombre a centímetros de coños?-me burlé.
-No-contestó
él, sonriente-, pero no creo que sea tan tonta como para no sospechar que grito
“madre mía” cuando estoy echando un polvo bestial.
-No
tienes cara de gritar-contesté.
-Tú
tampoco.
-Es
que no lo hago.
-Ya
lo veremos-sonrió, escondiéndose en mi sexo-. Piernas, por favor-me dio una
palmadita en el muslo y yo me estremecí. Separé las piernas, disfrutando del
calor de su respiración acariciando mi parte más sensible-. Buena chica-dijo, y
sonreí para mis adentros-. Paramos cuando quieras, ¿vale?
-Que
va a ser pronto-puse los ojos en blanco y busqué un reloj en la habitación. Le
pararía los pies al minuto.
-¿Quieres
apostar?
-Cincuenta
lib…OH-empecé, pero me detuve en el momento en que sus labios se acercaron a los
míos y los capturaron entre sí. Me abrí aún más para él, como una flor en
primavera, y lo noté sonreír en mi sexo al sentir cómo le abría hueco para que
hiciera conmigo lo que quisiera. Cerré los ojos y pegué la nuca a la pared,
arqueando la espalda y apoyándome inconscientemente en sus hombros. Su lengua
se introdujo por mis recovecos, siguió mis valles y escaló mis cumbres,
encontró el Edén, jugó con él, lo abandonó y volvió. Sus labios exploraron cada
una de mis células, y sus dientes conquistaron con timidez un territorio que no
conocía la violencia, a pesar de que sus más hermosas plantas habían crecido de
los cadáveres sembrados en el campo de batalla que otrora fue ese diminuto
archipiélago.
-Dios,
Alec, sigue por ahí-gemí-, sigue, por favor…-supliqué. Fueron las pocas
palabras inconexas que conseguí entender por encima de los latidos alocados de
mi corazón, pero él comprendió muchísimas más. De haberme estado callada,
podría escuchar cómo se acariciaba mientras bebía de mi éter, pero estaba
demasiado ocupada saltando de nube en nube en el Olimpo como para preocuparme
del regocijo que mi existencia causaba en los mortales.
-Eres
tan deliciosa, bombón-admiró cuando se separó para coger aire. Jamás me dejó
desatendida. Cuando su lengua se separaba de mi piel, sus dedos ocupaban su
lugar, y me recorrían y me sellaban y me daban forma y me acariciaban y encendían-.
Te deseo tanto… no puedo esperar a estar dentro de ti-confesó y yo gemí-. Qué bien
sabes, eres preciosa, Sabrae…
-Alec-gemí,
y consideré seriamente la posibilidad de casarme con su lengua. Me retorcí
mientras él nos daba placer a ambos, boca y mano, atrevimiento y fricción-. Alec.
-Mm-replicó
él, en un tono que fue pregunta y exclamación a la vez.
-Voy
a correrme.
Alec se
separó un poco de mí, levantó la vista, me miró a los ojos y me dedicó una
sonrisa torcida.
Supe que
iba a soñar con esa sonrisa hasta en mis peores pesadillas.
Lentamente
se acercó de nuevo a mí, y con los ojos aún fijos en los míos, entreabrió la
boca y acarició mi sexo con la punta de su lengua, disparando una corriente
eléctrica desde mi zona más sensible hacia mi cerebro, y luego, de vuelta hacia
abajo. Continuó devorándome mientras me miraba a los ojos en un tortuoso rato
más hasta que no pudo resistirse, se dejó llevar por el momento, cerró los ojos
y pasó de degustarme y paladearme a devorarme.
Pues córrete, me había dicho con aquella
mirada y aquella sonrisa. Quiero probar
tu esencia.
Continuó
durante un par de latidos de corazón, hasta que perdí el control de mi cuerpo y
mis piernas comenzaron a temblar salvajemente en el orgasmo. Le di a Alec la
bienvenida que reclamó. Y él, lejos de apartarse, fiel a esa promesa velada que
acababa de hacerme, me empujó contra la pared para disfrutar de los espasmos de
mi cuerpo alrededor del suyo y del manantial delicioso que eran mis piernas. Clavé
las uñas en su cabeza, negándome a que me abandonara.
Ojalá
no hubiera gritado su nombre.
Pero el
muy gilipollas tenía razón.
Resultó
que al final yo sí que era de las que
gritaban.
Tomamos
aire un momento, miré hacia abajo y él hacia arriba. Era como si estuviera
rezando, aunque a que tenía la sensación de estar ante una aparición era yo.
Me sonrió,
y yo a él.
-¿Sé
bien?-pregunté, acariciándole aquella melena de león. Sonrió. Me temblaron las
piernas con un poco más de virulencia.
-A
estrellas, bombón. ¿Quieres probarte?-ofreció, y yo sonreí. Me retorcí ante la
idea de paladear lo prohibido de su boca, y asentí con la cabeza. Alec se
incorporó y me besó en los labios, y su beso tenía un regusto salado, marino, y
chispeante.
Seguía
contra la pared, pero ahora me notaba más preparada, más dispuesta. Me froté
contra él y él sonrió.
-Házmelo
aquí-pedí, acariciándole la nuca.
-¿El
qué?-inquirió, mordisqueándome el cuello.
-Tuya-contesté,
y él se separó para mirarme-. Quiero ser tuya. Poséeme. Róbame el placer que me
acabas de dar. Aprovéchalo tú.
-Vamos
al sofá-respondió.
-¿Por
qué?
-Porque
necesito estar tocándote todo lo posible, Sabrae-contestó, duro, mirándome a
los ojos-. Porque me ofende que ahora
mismo no puedas inhalarme y nos convirtamos en el mismo ser. Porque necesito
tocarte hasta que se me desgasten las manos.
-Pues
hazlo. Desgástate conmigo-jadeé, pasándole las manos por la cara, llevándolas
por el pelo, pasando por su nuca. Él gimió, me llevó al sofá de nuevo, se
sentó, le desnudamos entre besos y sacó de nuevo un condón. Se lo puse yo,
haciendo la presión suficiente para que él soltara un gemido.
-Jodida
niña, no sabes las consecuencias de las decisiones que estás tomando esta
noche.
-Las
sé muy bien-respondí, pasándole una pierna por encima de las suyas y
colocándome en posición. Cerré los ojos, arqueé la espalda y dejé que él se
introdujera en mí.
-Abre
los ojos, Sabrae-demandó él, y yo los abrí lentamente, haciéndome de rogar-. La
madre que me parió. Me vas a volver loco-gruñó, excitado, comiéndome la boca
con rabia-. Eres peor que una droga, bombón.
Agité
las caderas y los dos gemimos con la fricción de nuestro contacto.
-¿Por
qué me llamas bombón?-quise saber, moviendo la cintura en círculos. Dios mío,
qué bien sentaba ahora.
No sabía
que llamara a las chicas con una de esas palabras que utilizaban los imbéciles
para no tener que aprenderse sus nombres. Claro que yo sabía que Alec conocía
el mío, pero siempre había achacado esas palabras a meras muletillas que
utilizaba para romper el hielo.
-Porque
eres igual que uno-contestó él, besándome, mientras se introducía en mí y me
hacía ahogar una exclamación que le provocó una sonrisa. Tenía razón, su
puñadito de chicas le había enseñado bien: estaba nerviosa, sólo necesitaba
abrirme un poco más para él. Seguía notando una presión, pero ya no era
molesta. Me causaba un tremendo placer notar cada milímetro de su sexo en el
mío, el poder de nuestra unión en mi cuerpo.
Es más,
me gustaba aquella presión que notaba dentro de mí. No la había sentido con
ningún otro.
-¿En
qué sentido?-inquirí, con la respiración acelerada. Me bajé de nuevo los
tirantes de la camiseta y él adoró mis pechos. Los besó, los lamió y los
rechupeteó haciendo que yo no pudiera respirar, no pudiera pensar, no pudiera
hacer nada más que concentrarme en lo perfecto de su lengua.
-No
te puedes comer solo uno. Un bocadito no basta. Necesitas más. Mucho más.
-¿Eso
sentiste la primera vez que entraste en mí?-inquirí, estupefacta, alzando las
cejas-. Ni que te fueran las jovencitas, Alec-me burlé, y él también rió.
-No
tengo predilección por ninguna.
-Oh-repliqué,
sintiendo cómo me rozaba e clítoris con la base de su miembro, cerrando los ojos
y dejándome llevar, respondiendo a sus movimientos con más movimientos.
-Pero
no lo llevo sintiendo desde el sofá.
-¿No?
-No. Lo
llevo notando desde que me besaste, en la pista de baile.
Le miré
a los ojos un momento. Ya no era la Sabrae asustada y algo triste porque no iba
a poder llegar al orgasmo. No, ya había llegado, había probado el sabor de mi
placer de la boca del tío más bueno de toda Inglaterra (y, seguramente, del
extranjero) y lo tenía en mi interior ahora, dispuesto a complacerme.
-Y
por tu piel-añadió entre jadeos y gemidos-. Adoro tu piel. Del tono del
chocolate-vaya, gracias, Alec, siempre había
pensado que yo era verde prado o algo así, me habría gustado decirle-. Siempre
me ha gustado tu piel de chocolate.
-A mí
tus ojos-contesté-. También son de chocolate.
-El chocolate
es lo mejor del mundo-consintió, y lanzó una exclamación al cielo-. Joder, Sabrae.
-Lo
segundo mejor.
-¿Qué
puede haber mejor que el chocolate, niña?-espetó, molesto. Lo miré a los ojos,
hice que de detuviera y le pasé la punta de los dedos por la nuca.
-Tú,
calladito mientras follamos, gimiendo mi nombre y gritando “madre mía” mientras
te corres.
Alec volvió
a sonreír con esa sonrisa de seductor suya.
-¿Sabes
cuál es la forma de hacer que me calle en estas ocasiones?
Me balanceé
sobre su erección.
-¿Sentarme
en tu cara?
-Meterme
la lengua en el esófago-contestó, y yo me eché a reír.
-Mira,
por fin algo que me apetece hacer.
Y eso
hice. Le manoseé y me manoseó y le acaricié y me acarició y le mordí y me
mordió y nos agitamos. Le cabalgué. Me poseyó. Le monté. Me doblegó. Me agarró
de la cintura mientras echaba la cabeza hacia atrás y me rompía de nuevo para
él en un glorioso clímax al que no tardó en seguirme, con las manos en mis
glúteos y los dedos clavados en mis nalgas.
-¡DIOS
MÍO!-gritó cuando se derramó en mi interior, y yo jadeé, agotada pero
inmensamente feliz, besándole la boca entreabierta que luchaba por encontrar
aire.
-Espero
que te lo hayas pasado en grande-comenté, subiéndome los tirantes-, porque esto
no se va a…
Me
puso el índice en los labios.
-No
lo digas.
-¿Por
qué? ¿Porque es mentira?-bromeé.
-No. Porque
me volvería loco pensar que ésta es la
única vez que estamos juntos. No voy a poder dejarte.
Le miré,
estremecida por el poder de sus palabras. Supe que jamás había sido tan sincero
con nadie como acababa de serlo conmigo.
Que no
lo decía por decir. Ni por seducirme.
Lo decía
porque lo creía de verdad.
Acaricié
su pelo y le besé en los labios.
-Yo
tampoco quiero que ésta sea la única vez que estamos juntos-confesé,
acurrucándome en su pecho. Alec me pasó un brazo por la espalda y me acarició
lentamente el costado con la yema de los dedos-. Tengo la sensación de que nuestra
historia no se acaba aquí.
Noté su
sonrisa cuando habló.
-¿Continuará?
Me eché
a reír y asentí con la cabeza. Le miré un rato, admiré la forma de su
mandíbula, que perfilé con mis dedos, mientras él estudiaba nuestros cuerpos
unidos. Me estremecí y él me pasó una chaqueta que se habían dejado olvidada en
el sofá.
-Alec…-dije
en voz baja, temerosa de ahuyentar a las hadas que se habían acercado a la habitación
con nosotros.
-Sabrae…-respondió
él, en el mismo tono bajo.
-¿Quieres
salir?
-No.
-No
me refiero a… salir de aquí. Quiero decir… salir de mí.
Me miró
a los ojos.
Entendí
que él sabía perfectamente a qué me refería desde el principio. Todavía estábamos
unidos. Todavía no nos habíamos separado. La sola idea de renunciar a algo que nos
había costado tanto conseguir me trastornaba.
-No-reiteró,
y yo sonreí. Me acarició la nuca-. ¿Y tú? ¿Quieres salir?
-No.
-¿Y
quieres que salga de ti?
-No-contesté
en tono suave. Me agarró de la cintura y me separó un poco de él. Nuestros ojos
se encontraron y el mundo se detuvo.
-Me
lo he pasado muy bien-confesó, vulnerable, y yo le acaricié el mentón con la
yema de los dedos.
-Yo
también. Aunque, quizás, más tarde me dé cuenta de que ha sido un error.
-Sea como
fuere-contestó él, besándome la frente-, has sido el error más precioso de mi
vida-me concedió, y yo sonreí.
-Y
ésta ha sido la mejor noche de toda mi vida.
-Eso
dirás hasta nuestra noche de bodas-contestó él, y esbozó una sonrisa y se echó
a reír.
-¡Ya
me parecía a mí que estabas tardando mucho en ser un gilipollas!
-Nena,
seré un gilipollas, pero bien poco te importó cuando me puse de rodillas entre
tus piernas, ¿eh?
-Capullo-contesté,
empujándole en broma. Alec me atrajo hacia sí y continuó besándome. Nos acurrucamos
de nuevo y nos miramos, jugando con nuestras manos unidas. Estábamos compartiendo
algo más importante ahora. Forjábamos un vínculo espiritual.
Ya lo
habíamos sentido mientras lo hacíamos; pocas cosas se comparaban a los lazos
que unían a la gente que mantenía sexo como acabábamos de hacerlo nosotros dos.
Ya teníamos historial. Me conocía desde que nací, prácticamente.
Una vez
que siente un vínculo espiritual como el nuestro, que trasciende lo físico,
siempre buscarás algo parecido. Voluntaria o involuntariamente. Tratarás de
encontrar nuevos lazos que se anclen en lo más profundo de tu alma, y todo lo
demás, incluso los sentimientos más fuertes que son capaces de sumergirse en
ella, te parecerán insignificantes. Porque no se anclan en ti. No se convierten
en parte de tu esencia.
Alec y
yo todavía no lo sabíamos. No conscientemente, al menos.
Pero sí
supimos apreciar la importancia y lo especial del momento. Por mucho que
estuviéramos juntos, por muchas nuevas entregas, nunca alcanzaríamos ese nivel
de conexión que teníamos en aquel sofá.
Es por
eso que tardamos tanto en salir de la habitación, y bromeamos sin ganas con sus
amigos.
Es por
eso por lo que me acompañó a casa, y yo consideré seriamente la posibilidad de
pedirle que entrara y durmiera conmigo esa noche.
Pero necesitábamos
espacio. Todavía no era el momento.
Me
apartó los rizos que me había soltado después de hacerlo con él de la cara y
los capturó tras mi oreja.
-¿Continuará?-preguntó
él. Asentí con la cabeza
-Continuará-concedí
yo. Sonrió, me puse de puntillas, le di un beso en los labios y entré en casa. Él
esperó a que cerrara la puerta para marcharse.
Yo esperé
a que desapareciera por la esquina de la calle, brinco de celebración incluido
ante una noche que había sido mágica, para subir a mi habitación.
Me acosté
en silencio, maravillada por las cosas que habían pasado esa noche y que nadie
más podría apreciar como lo estaba haciendo yo. Me acurruqué en la cama
recordando las caricias de Alec, dividida entre mi negativa a que esa noche
terminara nunca, y mis ganas locas de que llegara un nuevo día en el que seguir
aquella promesa.
Tener
el siguiente capítulo de aquel perfecto “continuará”.
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤
ESTOY CHILLANDO E ARAMEO JODER JDOEROEJDJER
ResponderEliminarES ELE RPTUTO MEJROR CAPITUÑLOQ UE HAS ESCRUTOMEN TODASD TU VIDA Y DLOS SABES TAN EBIENC OMO TO JODER DOEJDOEFD JDOERJORO
TODO ELC OWQUTEP REVIO, EL BAILE, TOD OTODO HA DIO PERFECTO!!
y COMO LE HA COMIDO EL COÑOR JODER, SI CASI LELGO AL ORGAMSO YO TAMBIÉN
DIOS MIO ERIKA, CREO QUE ME HE ENAMORADO DEL JODIDO ALEC. Me he imaginado todo el baile y mira, casi me da un soponcio. Qué puta maravilla joder. La escena de sexo ha sido de lo mejor que has escrito de lejos en lo que a escenas de sexo se refiere. Me hace tanta ilusión este capítulo.... No por él en sí, sino por todo lo que representa. Van a convertirse en la pareja del milenio y no puedo esperar para verlo.
ResponderEliminarTe quiero Erikina . Gracias por seguir haciendo magia. 💜
MADRE MÍA ESTOY CHILLANDO EN HEBREO
ResponderEliminar!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
SE ME HABÍA OLVIDADO LO QUE ERAN SABRAE Y ALEC JUNTOS DIOS MÍO, SCELEANOR WHO? Madre es que toda la escena de la discoteca, todos los bailes QUE ALEC HA PEDIDO MEDIA DISCOGRAFÍA DEL PUTO JASON DERULO PARA QUE SABRAE NO SE SEPARE DE ÉL EN TODA LA NOCHE...
Me ha encantado cómo ha sido su primera vez, ver a Sabrae más vulnerable y ver cómo Alec la ha cuidado y ha hecho que se sintiera cómoda y LA DESPEDIDA EN SU CASA QUE ME MATO DE VERDAD, QUÉ GANAS MÁS TONTAS DE QUE SE CASEN
-María ��
Va a ser un comentario super corto y lo siento pq llevo muchisimo sin comentar pero es qur me tengo que ir rápido a estudiar y no queria quedarme sin decirte que he notado muchísimo tu evolución escribiendo, sobretodo en esta escena y en la de la pelea, que las leimos como hace un año o asi y al volver a reescribirla o escribirla desd eun pjnto de vista diferente se ha notado muchísimo la mejora, y que estoy deseando leer como alec supera a scott
ResponderEliminarPERDÓN POR NO COMENTAR madre del amor hermoso tantas emociones en una dios qué bonita es sabrae de bebé, me fascina como ve el mundo. Ella creciendo es que la siento como una hija (maigad) y este capítulo??????????????? estoy felizmente cachonda. Ojalá un alec whitelaw en mi vida voy a comer torrijas
ResponderEliminar#exited
MADRE MÍA CHILLANDO ME HALLO WHAT A SEX SCENE YOU WROTE YOU'RE DOING AMAZING SWEETIE
ResponderEliminarMadre mía ese baile Sabralec me ha puesto cachonda hasta a mí
ALEC CARIÑO YO TE DEJO QUE ME EMPROTES CON LA PARED Y ME HAGAS TRILLIZOS PORQUE MADRE MÍA CHICO
Continuará ❤
"Mi oferta de ir a las estrellas sigue en pie. Pero no tenemos por qué ir en avión. Podemos coger un barco." ❤
- Ana
He dicho madre mía más veces que Alec follando HELP ME
Eliminar- Ana