domingo, 4 de febrero de 2018

Mía.

Todo lo que había conseguido durante mis vacaciones en España se fue las traste nada más me volví a juntar con mis amigas.
               Evidentemente, les había contado todo lo que había sucedido en la playa y mis posteriores actividades nocturnas, cosa que les escandalizó y encantó a partes iguales. Amoke y Kendra pidieron que contara todo lo que había sentido con pelos y señales mientras Taïssa se sonrojaba más y más, visiblemente incómoda por todo lo que estábamos comentando y el poco pudor con el que lo hicimos.
               Al principio, disfruté de su admiración. Cuando su admiración se convirtió en cachondeo, ya no tanto. Me habían martirizado cada vez que salíamos, me habían cogido las manos y me habían preguntado si me las había lavado después de hacer mis cochinadas, si había visto la foto de tal chico en Instagram, o en Facebook, o en Twitter, y cuál había sido mi reacción (no mi opinión; directamente, me pedían mi reacción).
               Pensé que poner tierra entre nosotras y todo lo que había pasado me ayudaría a deshacer el entramado de mi mente, y, si bien en inicio me costó, cuando llevaba ya varios días tirada a la bartola en una playa recóndita de Asturias, las cosas me parecían mucho más lejanas de lo que eran realmente.
               Porque seguía estando con Tommy, y con Scott, y seguía estando en playas. Pero ya no era lo mismo. Ya no lo pasaba mal, pensando en quién sería el que llamaba a la puerta, o con quién iba a salir mi hermano y si le apetecería después traerlo a casa.
               Ya no tenía que apretar el paso y encerrarme en mi habitación rápidamente cuando escuchaba la voz de Alec en mi hogar. Me daba muchísimo miedo mirarle a los ojos, y creo que él se había dado cuenta de por qué, lo cual hacía que agachara la cabeza aún más cada vez que nos encontrábamos en alguna calle, él con mi hermano y sus amigos, yo con mis amigas, que, por lo menos, tenían el detalle de quedarse calladas.
               Me sentaba en la arena de la playa a jugar con mis hermanas y los hermanos pequeños de Tommy, hacía castillos de arena con ellos y les ayudaba a crear fosos o a enterrarse en la arena. Buceaba en busca de conchas y perseguía peces por debajo de la superficie del agua. Saltaba de las rocas de la playa cuando mamá no miraba, y me zambullía de cabeza cuando tampoco miraba papá para llegar a tocar el fondo, mucho más lejano y profundo. Les reía las gracias a Tommy y a Scott cuando nos sentábamos en el patio de la casa de Alba, la madre de Layla, y aceptaba los canapés que ésta me tendía cuando la noche avanzaba y nos pillaba todavía charlando y jugando alrededor de una pequeña hoguera.
               De día estaba a salvo, Alec era una sombra en mis recuerdos que no tenía ningún tipo de acceso a mí. Pero con el crepúsculo, llegaban los recuerdos de su silueta recortándose contra el mar mientras iba a por mi biquini, de sus músculos tensándose y relajándose cuando se desplomó sobre la toalla, agotado pero victorioso…
               … de su media sonrisa seductora cuando me guiñó el ojo.
               No había vuelto a tocarme desde aquel día. Me parecía que mi cuerpo era un templo demasiado sagrado al que acceder sin ofrendas puras. Y un orgasmo silencioso, mordiéndome los labios para que nadie en la habitación me escuchara, por mucho que fuera lo único en lo que podía pensar, no era precisamente la más pura de las ofrendas.
               Pero no sería por falta de ganas de hacerlo, porque cuando no estaba con Alec, estaba con Tommy. No podía dejar de mirarle, especialmente sus brazos, y de pensar, madre mía, qué bueno está, y de corregirme rápidamente con un aunque no tanto como Alec, y, entonces, me reprendía por pensar en Alec cuando se suponía que debía aprovechar mis vacaciones para no hacerlo.
               Pero Alec no me gusta como me gustaba Tommy, discutía una parte desobediente de mi subconsciente, y otra parte respondía que como el primero no me había hecho sentir ninguno, pero daba igual.

               Tenía las hormonas revolucionadas y estaba que me subía por las paredes. Metafóricamente, claro. Externamente, estaba tranquilísima, colaborando con las tareas del hogar e incluso vigilando a los más pequeños cuando nuestros padres estaban distraídos, pero internamente, en mi cabeza se celebraba un festival de cine erótico que tenía por protagonistas a Tommy y a Alec, los dos con un bañador como único vestuario.
               ¡Sabrae Malik producciones presenta a Tommy Tomlinson en: Perdiendo la virginidad en España!
               ¡Sabrae Malik producciones presenta a Alec Whitelaw en: Ardiendo de lujuria en el mar!
               Menudo veranito me esperaba, había pensado la primera semana de vacaciones. Pero todo se volvió más difuso en la segunda, y en la tercera, directamente no recordaba quién era Alec ni lo que había hecho pensando en él. Para mí se convirtió en una película que había visto hacía tantísimo tiempo que no recordaba más que el final.
               Evidentemente, mis amigas se aseguraron de destriparme el argumento redescubierto cuando regresé a Inglaterra. Sus pullas no paraban y me tenían tan harta que estaba considerando seriamente la posibilidad de dejar de salir con ellas y hacerme con un nuevo grupo de amigas, hasta que llegaron las fiestas del barrio y prácticamente no paramos en casa, todo el día subiéndonos a las atracciones, paseando entre puestos de comida y de artesanía y sentándonos en los huecos de césped libres de niños, tiendas de campaña o basura, a comer unos gofres o tomarnos un granizado bien fresquito, sin que el nombre de Alec fuera sacado a colación.
               Quizá fuera porque él estaba de vacaciones en Grecia con su familia (no es que lo hubiera preguntado, ni nada; se lo había escuchado decir a Scott), y yo hacía lo posible por que la conversación no se desviara hacia ningún tema mínimamente sexual.
               Y parece que la jugada me estaba saliendo bien.
               O me había salido bien hasta entonces.
               Era uno de los últimos días de las fiestas, la feria estaba en pleno apogeo y a nosotras se nos había escurrido el tiempo entre los dedos como una medusa entre atracción y atracción. Sólo cuando Amoke y yo nos quedamos mirando cómo Kendra y Taïssa se subían por décima vez a ese brazo mecánico que gira sobre sí mismo y te deja boca abajo en el aire, suspendido a 30 metros de distancia, caímos en que había oscurecido de repente y que llegábamos tarde a cenar. Esperamos impacientes a que nuestras amigas bajaran de la atracción, y nos costó convencerlas de que teníamos que irnos ya, si no queríamos que nos cayera una buena bronca y arriesgarnos a no salir al día siguiente.
               Nos encontramos con varios grupitos de gente de nuestro instituto, y avanzar en dirección a la salida fue imposible. Siempre había alguien a quien saludar, un cotilleo que compartir, un plan que hacer a última hora y un cotilleo que contarse.
               Miré el reloj mientras Kendra hablaba rápidamente con las chicas de natación, angustiada por lo tarde que era. Mamá iba a matarme, se suponía que llegaría para ayudarla preparar la cena a cambio de que me dispensara de mi parte de las tareas de la casa. Ya me podía ir despidiendo de ir mañana por la mañana a ver los juegos caninos que organizaba la perrera todos los años.
               -Ken-supliqué, y ella asintió, se despidió de sus compañeras de equipo y trotó en nuestra dirección.
               Se nos había echado encima la noche y nos vimos obligadas a ir prácticamente corriendo en dirección a nuestras casas, con la mala suerte de que, al girar una esquina, nos topamos con Tyler, el imbécil oficial del curso, y su grupito de amigos, a cada cual más tonto que el anterior.
               -¿Dónde está el fuego, chicas?-preguntó, divertido, y yo di un paso al frente.
               -Vamos tarde-informé, mirándole con toda la seguridad que fui capaz de reunir. Él no sabía pelear; yo sí. Podría hacer que se quitara de en medio con una buena patada en la entrepierna-, dejadnos pasar.
               -¿Qué saco yo a cambio?-rió Tyler, y a mí empezó a hervirme la sangre.
               -Que no te rompa la cara, ¿te quieres mover?
               -A ti yo te rompía otra cosa, Sabrae-se burló él. Me dieron ganas de darle un puñetazo. Amoke dio un paso al frente y se puso a mi lado.
               -¡Que te pires, gilipollas! ¿No ves que molestas?
               -¡Vaya, Momo, siempre me pregunté qué te veía Nathan!-rió-. Supongo que le gusta tu forma de gritar, ¿no?
               -Siempre fue algo retrasado-comentó uno de los amigotes de Tyler, a quien nosotras nos referíamos cariñosamente como Arroz. Porque estaba lleno de granos.
               -Para hablar de Nathan, te lavas la boca, subnormal-ladré, y Tyler se echó a reír.
               -¿Así que son ciertos los rumores, Sabrae? ¿Os la turnáis para chupársela?
               -No sé de qué rumores me hablas; los únicos que son ciertos son los que dicen que puedo tumbar a un gilipollas en tres segundos-me encaré con él, y Tyler rió.
               -Eso son muchos segundos.
               -Depende de lo cabreada que esté, pueden ser dos-escupí, y le aguanté la mirada, desafiante. Tyler siguió con los ojos fijos en mí, sus amigos se quedaron callados, esperando el reto.
               Una de las pocas cosas que tenían una cara amable para nosotras del machismo era que un chico no se atrevería nunca a pelearse con una chica por miedo a herir su ya de por sí frágil ego. Pegarle a una chica no tenía nada de honorable, y arriesgarse a que una chica te ganara te podría hundir la vida (cosa arto imposible a su modo de ver, pero ellos no sabían quién era yo).
               Otra cosa era que nos pudieran hacer daño de otra manera. Pero Tyler y los imbéciles de sus amigos todavía eran demasiado jóvenes para que se les ocurrieran esas ideas. Incluso yo era demasiado joven para conocer de mi vulnerabilidad por razón de mi sexo.
               Una situación que a mi madre le habría puesto muy nerviosa, incluso siendo una mera espectadora, para mí no tenía ningún tipo de riesgo aún. La temeridad y el temor vendrán de la misma palabra, pero significan cosas totalmente opuestas.
               Como esperaba, Tyler finalmente se apartó y nos dejó pasar. Farfulló algo entre dientes a lo que yo decidí no hacer caso, y las chicas y yo hicimos piña y continuamos caminando apresuradas en dirección a nuestras casas.
               Pero que ellos nos dejaran pasar no significaba que fueran a dejarnos tranquilas, y de hecho vinieron caminando un trecho detrás de nosotras, haciendo ruido para que no pudiéramos olvidarnos de su presencia.
               Cada vez que girábamos una esquina y ellos nos seguían, nos girábamos y les gritábamos que se pirasen y nos dejasen tranquilas, a lo que respondían riéndose y acercándose un poco más.
               -Qué pesados-se quejó Taïssa, afianzando el agarre del cordón de su mochila y negando con la cabeza.
               -¿Queréis quedaros en mi casa hasta que se cansen?-sugirió Amoke, chasqueando la lengua y mirando por encima del hombro.
               -No será necesario-sonrió Kendra, señalando al otro lado de la calle, por el que acababa de aparecer una figura oscura. Me resultó vagamente familiar, pero no fue hasta que el chico se acercó el mechero a la boca para encenderse el cigarro que no lo identifiqué-. ¡Alec!-llamó Kendra en tono ilusionado, y él levantó la cabeza y se nos quedó mirando, con el mechero en la mano y el cigarro en la boca, bailando entre sus labios, sin encender aún.
               -Cállate, tía-bufé-, estás obsesionada. Él no está aquí.
               -¿Qué es eso, entonces? ¿Una aparición? ¡ALEC!-bramó Kendra, y Alec sonrió, cruzó la calle en nuestra dirección sin mirar y se plantó delante de nosotras.
               -Buenas noches, señoritas-ronroneó como un gatito que consigue atrapar a un ratón-. ¿Qué hacéis tan tarde y tan solas?
               -Somos cuatro-protesté, de repente lamentando cómo había estado todo el rato pensando en él durante varias semanas. Me pregunté qué me había asado, cuando estaba claro que él era imbécil.
               -Vamos a casa-explicó Amoke, sonriendo y acercándose un poco a mí, dándome un ligero codazo entre las costillas. Alec alzó las cejas.
               -Ya veo. ¿Os dejan salir tan de noche?
               -¿Y a ti?-espeté, y él se me quedó mirando-. Además, ¿qué haces aquí?-quise saber-. ¿No se suponía que estabas de vacaciones?
               -Llegué hoy por la mañana, Saab, ¿a qué ese tono irritado? ¿Me has echado de menos?-rió.
               -Ya te gustaría-espeté, acallando los coros de síes de mi mente.
               -¿Adónde fuiste?-preguntó Kendra, sin poder contener la emoción de estar hablando con él. Creo que nunca había intercambiado más que un par de miradas con Alec; al fin y al cabo, pertenecían a mundos demasiado separados como para que el tirón gravitacional de sus respectivas estrellas les afectara.
               -Grecia-contestó Alec, volviendo a llevarse el mechero a la boca.
               -¡Qué dices!-exclamó Taïssa en un tono sorprendido que me hizo querer estrangularlas. Sabían de sobra que Alec había estado en Grecia, yo misma se lo había dicho 20 veces cada vez que se les ocurría algo del estilo ir a casa de Alec para convencerle de que saliera con nosotras (desde que les había contado lo de mi sesión de placer personal, estaban empeñadas en enrollarme con él)-. ¿De veras?-Taïssa abrió muchísimo los ojos, de verdad, quería matarla.
               -Mi madre es de ahí-contestó él, asintiendo con la cabeza.
               -¡Qué fuerte!
               -De Mykonos-puntualizó él, orgulloso, y ahora todas dejamos escapar una exclamación, incluida yo. Sabía que la madre de Alec había nacido en Grecia, pero siempre había creído que sería en un sitio mucho más feo que Mykonos, alguna especie de pueblecito del interior mal comunicado con el Mediterráneo, y que por eso se pasaban allí tres semanas en lugar de los tres meses que duraba el verano.
               Desde luego, si alguien de mi familia tuviera raíces con Mykonos, me negaría en redondo a regresar cada septiembre.
               -¡Madre mía, ¿y qué hay que hacer para que nos lleves el año que viene?!-exclamó Kendra. Alec se echó a reír, el cigarro sin encender bailando aún en su boca.
               -Es alto secreto-le confió-, porque no hay camas libres, y tendría que ir con mi novia.
               Los ojos de Amoke y Taïssa se clavaron en mí. Sentí la necesidad de girarme y preguntarles qué miraban, pero supe que, si lo hacía, Alec se daría cuenta de la maniobra, ataría cabos, y entonces sí que no podría volver a mirarle a la cara.
               Al margen de que nunca me dejaría tranquila, claro.
               Kendra, sin embargo, que pasaba olímpicamente de lo que sucedía con nosotras cuando aparecía un chico guapo enfrente, soltó:
               -¿Puedo ser yo tu novia?
               -¡Kendra!-protestó Taïssa, volviéndose hacia ella y lacerándole la cara con sus trenzas azul chillón. Amoke y yo nos echamos a reír.
               -Soy un hombre exigente, muñeca-contestó Alec, encendiendo su cigarro por fin y dando una lenta calada que le marcó la mandíbula de un modo tan sexy que no pude evitar recordarle a él, agachado frente a la española desnuda, ni pude olvidar tampoco mis ensoñaciones acaloradas, siendo yo la española a la que adoraba con su lengua.
               -Lo de exigente, me lo creo-le concedí, cruzándome de brazos-, pero eso de que seas un hombre…
               -Te lo demuestro cuando quieras, Sabrae-respondió él, esbozando una sonrisa que me dieron ganas de partirle la cara… al igual que de pedirle que lo hiciera, por favor, llevármelo a mi habitación y dejar que me hiciera lo que quisiera.
               Me subió el calor que me atenazaba el estómago a las mejillas, pero, por suerte, nadie lo notó, gracias a que Kendra volvió a hablar.
               -Pues yo tengo los estándares de calidad muy altos; cuando quieras, quedamos y vemos si cumplen con tus expectativas.
               Alec se echó a reír y mentiría si dijera que no me puse algo celosa de lo relajada que parecía Kendra en su presencia a pesar de que apenas le conocía, o, ¿quizás era precisamente por eso? Tras soltar su carcajada, él negó con la cabeza, dio una calada a su cigarro y sonrió.
               -Venga, os acompañaré a casa-sugirió, en un tono lo suficientemente alto como para que le escucharan los chicos que habían venido tras nosotras durante varias manzanas. Incluso cambió la forma en que lo decía, más dura, firme y autoritaria.
               Me pregunté si hablaría así con las chicas con las que se acostaba cuando estaban en plena faena.
               Sabrae.
               Por favor.
               Se quedó clavado en el sitio un rato, desafiante, observando el grupo que poco a poco se fue disolviendo entre la oscuridad. Pestañeé y puse los ojos en blanco, ¿en serio Alec era lo único que necesitábamos para que nos dejaran tranquilas?
               Los tíos eran más tontos de lo que parecía.
               -Magia-comentó Amoke, apartándose un rizo de la cara. Alec sonrió, críptico, y dio una calada nueva de su cigarro.
               -Sí, me lo suelen decir-asintió con la cabeza, y luego nos miró. La dureza de sus ojos desapareció en cuanto sus ojos se posaron en los míos, y nos preguntó a todas, aunque mirándome directamente a mí-: ¿Os importa que fume?
               -Lo que nos importa-comentó Kendra-, es que estés vestido.
               Alec soltó una risotada y negó con la cabeza. Aprovechamos para rodearle y echamos a andar en dirección a casa de Amoke, la que más cerca nos quedaba, en un silencio absoluto.
               Un silencio en que nos dijimos miles de cosas. Las chicas se interponían continuamente en mi camino, obligándome a sortearlas y dejar que me adelantaran, sólo por el mero placer de hacer que estuviera más cerca de Alec. Si se pensaban que iba a ponerme a hablar con él y confesarle las cosas que hacía de noche con la visión de su cuerpo flotando en mi cabeza, iban guapas.
               Además, tampoco es que él estuviera demasiado interesado en nosotras. Creo que nos acompañaba más por cortesía, para que no pudiéramos decir que era un imbécil desconsiderado, que por el paseo que se terminaría pegando.
               -No es necesario que nos acompañes, Alec-comenté, y él levantó la cabeza de su móvil y se me quedó mirando-. Quiero decir… tu casa quedará lejos.
               -Me viene bien estirar las piernas-contestó él.
               -¿Has venido en avión?-preguntó Amoke, y él abrió un poco los brazos, las palmas de las manos vueltas hacia arriba.
               -No, Amoke, he venido en barco, salimos esta mañana de Siracusa.
               -¿Siracusa no está en Italia?-preguntó Taïssa. Alec se la quedó mirando.
               -No sé-contestó él después de un momento de silencio sólo interrumpido por nuestros pasos-. He dicho Siracusa porque ahí dejan el Libro de la Paz en Simbad.
               Taïssa se echó a reír, y cuando yo la atravesé con la mirada, se excusó con un cuchicheo.
               -¿Qué? Es gracioso.
               Puse los ojos en blanco.
               -Por Dios-siseé.
               -Por Dios, ¿qué? Eres tú la que se vicia al rasca y gana pensando en él-espetó Kendra, y yo le di un empujón.
               -Tú eres tonta, niña.
               No volvimos a decir nada, las chicas estaban demasiado ocupadas riéndose de la tontería que se le había ocurrido a Kendra. Yo ya sabía que tendría que acostumbrarme a escuchar esa frase que, siendo justas, tenía bastante gracia. Eran muy ingeniosa, vale, pero no les consentiría que me hablaran así delante de él. ¿Y si se enteraba?
               ¿Y si se lo contaba a mi hermano?
               Dios, seguro que Scott me mataría si sabía lo que había hecho pensando en Alec. O si se enteraba de que había estado a punto de repetirlo pensando en Tommy.
               Aunque la culpa no es mía, ¿no? Si no quiere que me fije en sus amigos, que se eche amigos feos.
               -Qué calladitas vais-comentó él después de un rato-, con lo que cotorreabais antes.
               Ay, Sabrae, ¿le has oído? “Cotorreabais”. Desde luego, chica, no podías haber elegido peor al subnormal con el que descubrir lo que es un orgasmo.
               -Ahora, lo que nos apetece, es violarte en grupo-espetó Kendra, y yo me quedé clavada en el sitio, al igual que Amoke y Taïssa. Alec, por el contrario, sonrió.
               -¡Kendra!-reñí.
               -Tranquila, Saab-contestó Alec-, que no me ha ofendido-dio una calada examinando a mi amiga de arriba abajo, probablemente sopesando las posibilidades de que consiguiera someter su voluntad.
               -Pero a mí, sí-discutí-. Con eso no se bromea.
               -Lo siento-Kendra agachó la cabeza, sumisa, y yo le di un beso en la mejilla y le susurré que no pasaba nada, pero que pensara las cosas un poco antes de decirlas.
               Por fin, llegamos a casa de Amoke, y Taïssa y Kendra se miraron entre sí y sonrieron, cómplices, antes de que Taïs se girara hacia Momo y espetara en tono cómplice.
               -Oye, Momo, ¿no ibas a enseñarnos el programa que te descargaste para ver películas juntas haciendo vídeollamada?
               Me volví hacia ellas. No. Zorras. No me hagáis esto. Yo os mato.
               -¿Qué progr…?-empezó Amoke, pero Kendra le dio un pisotón y luego sonrió abiertamente en dirección a Alec-. ¡Au! ¡Ah!-Amoke chasqueó los dedos-. ¡Claro, sí, el… el programa!
               -Ya os lo enseñará mañana-protesté yo-. Venga, chicas, que tengo que llegar a casa.
               -Tú ya lo has visto, Sabrae, no seas egoísta-replicó Kendra-. Tengo muchas ganas de que me lo enseñe.
               -Sí, claro, claro que os lo enseñaré-asintió Amoke, mirándonos a Alec y a mí con intención-. Ya nos vemos mañana, ¿no, Saab?
               -Pero…
               -Hasta mañana, Saab.
               -No seáis así, ¿vais a hacer que os espere?
               -¡Qué va!-respondió Taïssa, moviendo la mano-. Id tirando, nosotras ya nos las apañaremos para ir a casa.
               -Sí, además, seguro que a Alec no le apetece ir dando rodeos-Amoke aleteó con las pestañas-. Pobrecito, estará cansado de tanto viaje.
               -En realidad, no me importa nada…-aseguró él, pero ellas se despidieron coreando varios “hasta luego”, agitando las manos por encima de sus cabezas y entrando en tromba en casa de Amoke-. Vale… pues nada-rió entre dientes y me miró.
               -No es necesario que me acompañes.
               -Tonterías; te llevaré a casa.
               -Es en serio, Alec.
               -Lo mío también, Sabrae-respondió a mi firmeza con mucha más firmeza, clavando una mirada en mí que provocó un incendio en mis entrañas-. A no ser que prefieras que te acompañen tus amiguitos…
               -No eran mis amiguitos-zanjé.
               -Ya me lo parecía-respondió él con socarronería, y esbozó una media sonrisa que provocó de nuevo sentimientos encontrados en mi interior. Quise arrancársela de una bofetada.
               Y también quise devorarla con mis dientes, pegarme tanto a él que nuestros átomos se fusionaran.
               -¿Por qué? ¿Por lo bien que nos llevábamos?
               -Te llevas igual de bien con otra gente y no parece que importe-contestó, alzando las cejas. Me crucé de brazos y me lo quedé mirando.
               -¿Qué hiciste para conseguir que se fueran?
               -Estar ahí-se encogió de hombros.
               -¿Por qué se fueron?
               Él inclinó ligeramente la cabeza. Jamás habría adivinado lo que estaba a punto de decir. Sus ojos eran una puerta blindada que atesoraba con muchísimo celo los pensamientos que se ocultaban tras ellos.
               -Porque eres mía-dijo por fin-, y saben que lo mío no se toca.
               Me quedé sin aliento, impactada por la fuerza de sus palabras… pero, sobre todo, por la reacción que desencadenaron en mí.
               Nunca pensé que algo así de posesivo podría gustarme tanto. A mamá no le gustaba que papá le dijera que era suya. Se suponía que a mí no debía gustarme que Alec me lo dijera, principalmente porque era mentira.
               Entonces, ¿por qué estaba sintiendo las mismas cosquillas entre mis muslos que cuando me sacó del agua y mi pecho rozaba el suyo?
               Le miré en silencio, con un fuego abrasando todo mi interior, con una presión en mi bajo vientre que yo sabía que iba a costarme que desapareciera por sí sola. Probablemente, ni lo hiciera.
               Me mordí ligeramente el labio y sus ojos volaron hacia mi boca. Se me aceleró el corazón, agaché la cabeza y dejé escapar un jadeo cuyo significado desconocía. Alec dio un paso hacia mí, me puso la mano bajo la mandíbula y me obligó a levantar la mirada.
               En sus labios bailaba una sonrisa que no quería dejar entrever. Estaba demasiado concentrado en observarme y en disfrutar del alboroto que podía ver en mi mirada como para arriesgarse a que yo levantara mis murallas y lo expulsara. De mi cabeza.
               Sentí que echaba un vistazo en lo más profundo de mi alma. Que no tenía secretos.
               Y, lo más sorprendente, era que yo no quería tenerlos. No con él.
               Eres mía.
               -Esto sí que es magia-comentó, y yo inhalé, disfrutando del aroma que desprendía su cuerpo.
               -¿El qué?-pregunté en un murmullo.
               -Dejarte sin palabras. No es algo que ocurra a menudo, ¿a que no?
               -Igual que el que tú te estés callado-contesté, en un tono un poco mordaz, pero no lo suficiente como para ofenderlo. Alec sonrió.
               -Supongo que uno de mis muchísimos defectos es que no me paro a pensar en lo que digo.
               -Eso hace que digas muchas cosas que no piensas-razoné, y su mirada se endureció ligeramente.
               -Sabrae-replicó en tono severo-. Quizás el 90% de las veces hablo sin pensar, pero te aseguro que el 110% digo lo que pienso.
               Oh, no…
               Ahí estaban las palpitaciones tan inconfundibles en mi interior. Los latidos de mi corazón entre mis muslos. La boca seca y la punta de los dedos ansiosa por acariciarle.
               ¿Qué nos hará Scott si le pido que me haga el amor?
               -¿Crees que soy tuya?-repliqué, y noté cómo me acariciaba la mejilla con la yema de los dedos.
               -Creo-dijo, despacio, con tantísima cautela que me entró miedo de lo que iba a decir a continuación-, que eres de con quien estás. Y, ahora mismo, estás conmigo.
               Me mordí la boca intentando contener una sonrisa. Me gustaba el tono de su voz cuando hablaba en voz baja, como si temiera desvelar los secretos del universo a la persona equivocada.
               Y me gustaba que pudiera decirme esas cosas. Me hacía pensar que, en algún mundo paralelo, éramos mínimamente compatibles.
               Pero, a la vez, me aterrorizaba lo que estaba sintiendo por él. No podía permitírmelo, iba en contra de todo por lo que yo comenzaría a luchar pronto. No me caía bien. Alec me atraía, muchísimo, como la luz a las polillas, eso era innegable. Pero, como la luz a las polillas, Alec no iba a sentarme bien.
               Lentamente, con los ojos en los suyos, levanté la mano y retiré sus dedos de mis mejillas. No podía pensar con claridad con las caricias tan dulces que me dedicaba.
               Como si nuestro contacto fuera lo que le estaba volviendo loco a él también, clavó sus ojos en mí, carraspeó y dio un paso atrás. No dejamos de mirarnos en ese proceso de separación, en el que sentí que me quitaban algo de mi pecho, algo vital sin lo que se me haría muy difícil sobrevivir.
               -Sabrae…-susurró, pero yo me giré, apreté los puños a mis costados y dije:
               -Tenemos que irnos.
               No volví a mirarle, y él no intentó hablar más conmigo. Eché un vistazo por el rabillo del ojo en dirección a casa de Amoke, y apreté el paso cuando me encontré con las caras de Momo, Kendra y Taïssa pegadas al cristal del salón, espiando por entre la cortina, jaleándome en silencio y animándome a que me diera la vuelta e hiciera lo que más me apetecía en ese momento: girarme en redondo y estamparle a Alec el beso de su vida.
               Pero no lo hice. No podía. No debía. Estaba mal. Estaba mal, mal, mal. No tenía derecho a pensar en esas cosas, no tenía derecho a fantasear con lo que sería él siendo mío, porque él nunca podría ser mío igual que yo nunca, jamás, sería suya. Anduvimos en silencio, con cada paso caía una copiosa nevada entre nosotros que enfriaba la conexión que nos unía hasta que, finalmente, el lazo incandescente se hundió y cayó entre nosotros, liberándonos de todo.
               Se marchó la atracción y regresó la vergüenza. Me costaba respirar y era consciente de cada milímetro de mi piel y de mi cuerpo que no se parecía en nada a las chicas con las que Alec andaba. Ellas eran altas y delgadas, yo baja y de muslos que se rozaban por mucho ejercicio que yo hiciera; sus pechos eran firmes y pequeños, de los que te cabían en la mano; los míos pronto perderían su firmeza ante el incontestable poder de la gravedad.
               A él le gustaban perfectas, y yo distaba de ser perfecta.
               No podía mirarle a la cara, perderme en sus ojos, y soñar con algo que no podía ser. Me haría daño. Y no podían hacerme más daño. Lo último que necesitaba era añadir el nombre de Alec al de Hugo en ese rinconcito de mi corazón que estaba reservado a los corazones rotos.
               Después de una eternidad, llegamos a la esquina de mi calle. Me giré hacia él y esquivé su mirada clavándola en mis pies.
               -Gracias por acompañarme-dije, con la esperanza de que él pillara el mensaje y me dejara marchar. Pero no lo hizo. Era obstinado, tozudo como él solo. Sonrió, sardónico, y continuó caminando.
               -Te dije hasta tu casa, no hasta tu calle-informó. Tomé aire.
               -Aquí está bien.
               Se giró sobre sus talones.
               -¿Acaso te has mudado?-quiso saber, y a mí me dieron ganas de pegarle.
               -No-reconocí.
               -Guay-contestó, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón y echando a andar de nuevo en dirección a mi casa. Puse los ojos en blanco, lo adelanté por la derecha y abrí la verja de mi hogar con nudillos blancos de tanta fuerza estaba haciendo en ella.
               Alec no hizo amago de atravesarla, lo cual le agradecí. Si estaba esperando que le invitara a entrar, podía hacerlo sentado. Si quería ver a mi hermano, no le quedaría más remedio que conseguir una invitación formal por parte de éste. Bastante perdida y confusa estaba yo como para abrirle la puerta de mi casa.
               -Como he dicho-me despedí-, gracias. Buenas noches-comencé a cerrar la puerta de la verja, pero él me detuvo con un bufido que pretendió ser una risa. Levanté la mirada rápidamente, sorprendida.
               -Vale, Saab-dijo, abriendo la verja del todo para que no hubiera nada entre nosotros, más que el aire y mi miedo a su cercanía-. ¿Qué pasa?
               -¿Qué pasa de qué?-pregunté.
               -Estás rara conmigo-contestó-, no sé… ¿es por lo del otro día?
               Dios. Dios. Dios.
               Se acuerda.
               Se acuerda.
               -¿A qué te refieres?-decidí hacerme la tonta con la esperanza de que él lo dejara correr. Con Scott, funcionaba.
               Pero había una pega. Alec no era Scott.
               -Sabes a qué me refiero-respondió en tono un tanto duro, quizás un poco más de lo que pretendía.
               Nunca has estado a solas con él.
               Deja de pensar en eso ahora, Sabrae.
               -Creí que te lo tomarías como…-continuó hablando ante mi vertiginoso silencio-, como una señal de tregua. Quiero hacer las cosas bien.
               Ponte a la defensiva. Corta esto de raíz.
               Hugo era buena persona y mira el daño que te está haciendo.
               Alec te destrozará el corazón sin pensárselo dos veces.
               -¿Me ayudaste por interés?-pregunté, atreviéndome por fin a levantar la mirada e instalar mis ojos en los suyos.
               Alec frunció el ceño, preguntándose cómo había podido llegar a esa conclusión… y cómo podía sacarme de mi error.
               -No-contestó, tajante-. Te ayudé porque me importas.
               Te ayudé porque me importas.
               Me olvidé de cómo se respiraba al escucharle decir eso.
               -¿Alguna especie de hermandad entre amigos que hace que cuidéis de vuestras hermanas?-ataqué, sin embargo, consiguiendo hacerme la dura al pensar en el cuidado con que Scott trataba a Eleanor cuando ella estaba mal, o el cariño con el que Tommy me trataba a mí. No eran un cuidado o un cariño reales, no nos tenían deferencia por ser quienes éramos, sino por la relación que teníamos con sus amigos, porque nuestro dolor se podría convertir en el dolor de ellos, y…
               -Me importas por ser tú-zanjó Alec-, no por tu relación con tu hermano.
               Inspiré hondo y espiré, alzando la vista para encontrarme con sus ojos. Alec se pasó una mano por el pelo, derrotado, en ese gesto que llevaba haciendo desde que era pequeño y que denotaba que no sabía cómo seguir con algo, cómo hacerle ver a alguien una cosa que para él era evidente.
               -¿Podemos dejar de odiarnos?-pidió en tono cansado-. Aunque sólo sea eso. Estoy cansado de…-separó las manos de la cabeza y sus ojos bailaron por alrededor, por encima de mí, buscando las respuestas en el aire.
               -¿De qué?-pregunté, y quise infundir mis palabras de un tono un tanto duro, pero no lo conseguí. Podría odiar a Alec Whitelaw, pero Al me lo ponía mucho más difícil. Y era a Al a quien tenía ahora frente a mí.
               -No sé, Sabrae-volvió a pasarse una mano por el pelo-. Todo. Cómo nos ponemos cuando el otro entra en la habitación. Cómo reaccionamos cuando sabemos que nos vamos a cruzar.
               -Qué importa cómo reaccionemos-discutí. Tenía que alejarlo de mí a toda costa, tenía que molestarlo, tenía que conseguir que dejara de hacer que quisiera achucharle y no soltarle jamás.
               -Importa porque me pareces una tía cojonuda-contestó, un poco molesto-, y yo no quiero llevarme mal con una tía cojonuda.
               -Llevo siendo así toda mi vida, Alec, ¿por qué quieres que las cosas cambien justo ahora?
               -Porque no toda la vida te he visto, Sabrae.
               Me mordí los labios, conteniendo el aliento. Me latía el corazón en los tímpanos y apenas me podía oír pensar.
               Sin embargo, todas sus palabras entraron en mi interior como si las hubiera pronunciado con un megáfono.
               -No te estoy pidiendo que nos cepillemos el pelo mutuamente, pero… por lo menos, no detestarnos, Sabrae.
               -No nos detestamos-susurré. Y Alec rió entre dientes.
               -¿Tú crees?
               -Eso dijimos el otro día. Cuando me ayudaste.
               -El otro día no éramos las mismas personas que somos ahora.
               -En eso estoy de acuerdo-asentí, cerrando de nuevo la verja, decidida a poner punto final a aquella conversación. Estaba agotándome a todos los niveles: emocional, psicológico, incluso físico. Me temblaban las rodillas y se me retorcía el estómago. No quería estar discutiendo con él así-. No éramos nosotros-me giré y me metí las manos en los bolsillos para disimular mi temblor, pero él me detuvo con su voz.
               -Te equivocas, Sabrae-dijo, y yo me volví de nuevo para mirarle. No fue hasta que nuestros ojos se encontraron cuando continuó-: éramos nosotros. Cuando no somos nosotros, es ahora.
               Miré las flores de mi madre, las nubes en el cielo, tapando unas estrellas que las luces de Londres se encargaban de ahogar en contaminación lumínica.
               -¿Qué podemos hacer?-quiso saber, y mi atención volvió a centrarse en él… al menos, la de mi cuerpo. La de mi alma no podía alejarse de él más de dos milímetros-. Para volver a empezar-explicó, malinterpretando mi silencio-. ¿Qué podemos hacer?
               -Es tarde para eso-contesté, acercándome y acariciando una de las flores del camino de entrada. No me atrevía a mirarle a los ojos. Sabía que él vería la mentira en la forma en que se dilataban mis pupilas y me temblaba el labio.
               -Te conozco desde que naciste-susurró, las manos apoyadas en la verja, ya cerrada-. Sé que no es verdad.
               -No-le corregí, herida-. No desde que nací. Desde que me encontraron.
               Había una diferencia abismal en aquello. Puede que a nadie le pareciera que tuviera importancia, pero a mí, sí. Nadie me había visto cuando nací. Nadie sabía cómo era yo realmente, ni siquiera yo misma, antes de que mi familia me encontrara. El bebé que había nacido de un cuerpo que se evaporó en el aire murió en el momento en que le cogí el dedo a mamá.
               Qué más quisiera yo que Alec me conociera desde que había nacido. Eso significaría que había nacido de mi madre.
               -¿Acaso no naciste entonces?-respondió con voz queda, y yo me lo quedé mirando. Me pregunté por qué le odiaba, si tan bueno podía llegar a ser. Le odié con más intensidad por no ser siempre el chico que era ahora. Detesté a la luna por sacar lo mejor de él, y al sol, por sacar lo peor. El Alec del crepúsculo era lo suficientemente tenue como para no descontrolarme así.
               El Alec de día y el Alec de noche, sin embargo, eran harina de otro costal. Uno despertaba un rechazo visceral en mí; el otro, una atracción tan fuerte que, estaba segura, podría tocarla como las cuerdas de un arpa si ahora extendiera los dedos y acariciara el aire entre nosotros.
               -Eso está en tus manos-contesté por fin. Miré la puerta de mi casa, las luces que se colaban desde el salón. Tenía que entrar, mis padres estarían empezando a preocuparse…
               -¿Cómo?
               Pero no podía dejar las cosas como estaban con él.
               -Deja de decir gilipolleces-me escuché decir, y algo en mi interior comenzó a animarme y celebrar mi determinación. Vamos, chica, acaba con él-. La mitad de las cosas que dices, son misoginia pura y dura.
               Como lo de que soy tuya.
               Como lo de que eres un hombre exigente.
               Como que te rías cuando Kendra habla de violarte en grupo.
               -No es mi intención-si eso era una disculpa, no me convención.
               -¡Ése es el problema, Alec!-protesté, acercándome a él, poniendo las manos en la verja-. ¡Es lo que me cabrea, que ni te das cuenta, porque lo tienes muy interiorizado, y me enfada muchísimo que Scott esté con alguien así!
               Alec alzó las cejas, incrédulo.
               -Él tiene formas de hacer que deje de decir gilipolleces-respondió, y yo dejé caer las manos de la verja a mis costados.
               -Qué afortunado-contesté, poniendo los ojos en blanco y apartando la vista.
               -Me manda callar-espetó, duro, y yo me lo quedé mirando-. Créeme. Deberías probarlo-añadió, en un tono irónico con el que quise pegarle-. Hace milagros.
               -¿Y por qué abráis de hacerme caso?
               Se encogió de hombros.
               -No me gusta llevarme mal con la gente. Ya Scott no le gusta que nos llevemos mal-añadió, lo cual me ofendió en lo más profundo de mi ser. Así que, a fin de cuentas, todo esto que era por Scott...-. Hagamos el esfuerzo, ¿quieres?
               -Creía que te importaba yo, por mí.
               -Claro que me importas, bombón-espetó-. Pero si te da igual eso, sé que no te lo dará que quiera que tu hermano tenga una vida un poco más fácil. Es decir… imagínate lo que debe de ser hacer malabares para estar con cada uno, porque sabe que si nos cruzamos, acabaremos a la gresca.
               -Como ahora-señalé.
               -Sí-asintió él-, como ahora.
               Nos miramos a los ojos y, sorprendentemente, nos sonreímos.
               Nuestras sonrisas al principio fueron tímidas. Fueron ensanchándose poco a poco al principio, hasta alcanzar toda nuestra boca, y, cuando quisimos darnos cuenta, nos estábamos riendo.
               Quién nos iba a decir hacía unos meses que estaríamos así los dos, riéndonos a carcajada limpia y comentando los pormenores de nuestra relación.
               -Aunque… creo que estamos perdiendo facultades-comenté tras limpiarme las lágrimas del ojo con los dedos. Alec asintió, aún sin aliento.
               -Sí, deberíamos entrenarnos o algo. Es decir, llevamos… ¿qué? ¿Un minuto sin insultarnos?
               -Eso sí que es evolución de personaje-dije, y Alec volvió a reírse y yo me volví a reír con él.
               -Fijo que lo haces por interés, Sabrae-me picó, y yo alcé las cejas y me llevé una mano al pecho.
               -¿Qué quieres decir?
               -Bueno, si somos amigos, cada vez que vayas a la playa y pierdas el biquini, no tendrás que preocuparte de comprar otro-se encogió de hombros y yo le di un puñetazo en el hombro.
               -¡Oye! ¡Ni que lo hubiera hecho a posta! Además, yo no te lo pedí.
               -Pero, ¿a que me lo agradeciste?
               -Sí, la verdad es que sí-estiré las manos y entrelacé los dedos, dejando las palmas mirando hacia el suelo. Me estudié las uñas. Ya no quería entrar en casa, ahora me daba igual que mis padres estuvieran preocupados… sólo quería quedarme allí, con él-. Aunque yo no te lo pedí-aclaré, arqueando una ceja, y él asintió.
               -Pero… me apetecía hacerte el favor. Sabía que te haría ilusión.
               -Me hacen ilusión muchas cosas que tú no haces.
               -¿Por ejemplo?
               Pues besarme.
               Por ejemplo.
               No se lo dije, claro está. Simplemente me encogí de hombros.
               -Dejaré que me sorprendas.
               -Perdona que te diga, pero eres bastante predecible-Alec se apoyó en la verja, cruzó las piernas e inclinó la cabeza a un lado.
               -¿Disculpa? ¿En qué?
               -Te gusta el dorado-acusó.
               -Soy una reina, por supuesto que me gusta el dorado-rebatí.
               -Una reina humilde.
               -La humildad no gana tronos-sentencié-. Pero… ¿qué tiene que ver el dorado con que yo sea predecible?
               -Tu primer disfraz era dorado-espetó, y yo me quedé a cuadros.
               -¿Qué? ¿Te… acuerdas de eso?
               -Te sorprendería las cosas de las que me acuerdo-contestó él, incorporándose y estirándose cuan largo era. Se le subió un poco la camiseta, lo cual me regaló una preciosa visión de sus abdominales-. La verdad es que el dorado es un color que te sienta muy bien.
               Noté cómo me subía el color a las mejillas, preguntándome en qué habría pensado él mientras se fijaba en lo bien que me quedaba el dorado, en lo bien que me quedaba el biquini.
               -Joder, Saab. No sabes lo que me encanta cuando haces eso.
               -¿Ponerme roja?-pregunté, apartándome un mechón de pelo de la cara.
               -Sí.
               -Pues no lo hago a menudo.
               -Por eso me gusta. Me hace sentir especial.
               Me mordisqueé los labios, sonrojándome un poco más.
               -Un poquito más, a ver si te puedes poner como un tomate…-animó él, sonriendo, y yo le di un empujón.
               -¡Déjame en paz! Pesado-chasqueé la lengua y negué con la cabeza, me giré sobre mis talones y me quedé mirando la luz del salón. Seguro que Duna estaba jugando con uno de sus muñecos mientras papá y mamá veían las noticias, esperando a que me dignara a hacer acto de presencia.
               -Debería irme-reflexionó Alec por fin, y a mí, el hecho de que se marchara tan pronto, se me antojó tan perturbador que casi exclamo un tajante y desesperado “¡no!”. Necesitaba conseguir que se quedara conmigo un rato más, todavía no podía renunciar a esa sensación de euforia e invulnerabilidad que me producía su presencia.
               Así que le solté lo primero que se me pasó por la cabeza.
               -¿Has podido recuperar la camiseta?
               -¿Qué?
               -Las manchas de sal-expliqué. Cuando me la había quitado, ya en el baño de mi casa, y había podido examinarla más tranquila (aunque tampoco es que me tranquilizara del todo estar completamente desnuda y observando una prenda de ropa que le pertenecía a Alec, pero bueno), me había fijado en que mi cuerpo se había quedado adherido a la prenda de tal forma que se le habían dibujado diseños indescifrables de salitre, verde alga y marrón arena, todos obra de mi primera caída. La había metido en la lavadora al día siguiente, le había echado lejía a montones, y la había sacado algo desteñida pero aún con manchas. Le había preguntado a mamá cómo quitar las manchas, y me había pasado frotando la tarde siguiente, intentando que se fueran, pero no hubo manera. Finalmente, me resigné a entregarle la camiseta a Scott y pedirle que se disculpara con Alec por habérsela estropeado, que le dijera que había hecho lo posible por devolverla a su estado original, sin éxito. Yo no me había atrevido a ir a su casa y entregársela en mano. La influencia que él tenía en mí era demasiado reciente como para que no me muriera de vergüenza estando a un radio de 2 kilómetros de su casa.
               -Ah-se pasó una mano por el pelo de nuevo, lo que me permitió examinar con tranquilidad uno de sus poderosos bíceps-. No se le quitan, pero… no te preocupes.
               -Madre mía-me llevé las manos a la boca-. Alec, lo siento un montón. Te la pagaré.
               -Sabrae, no pasa nada-se toqueteó la nuca y dejó descansar su mano un momento allí. Deseé ser bizca para mirarle los ojos y el brazo al unísono-. De verdad. Es una camiseta-se rió y, curiosamente, su risa me tranquilizó y me revolucionó a partes iguales-. Ya tendré pijama para dentro de unos meses.
               -¿Cómo que dentro de unos meses? Pero, ¡si en unos meses es casi invierno!
               -Ya, ¿y?-Alec alzó las cejas.
               -Pues, ¡que la camiseta es de tirantes!
               -Ya, ya lo sé. Es que me gusta estar libre, y no uso mucho pijamas-se encogió de hombros-. En invierno me pongo eso, y pantalones, y ya está.
               -Pero, ¿por qué no la usas ahora? insistí. Me parecía casi un sacrilegio que durmiera en tirantes en invierno. Yo dormía con un pijama gordito, varias mantas y, si hacía mucho frío, iba a llorarle a Scott para que me dejara dormir con él, o le robaba una sudadera y me la ponía por encima del pijama.
               -Ahora duermo desnudo-explicó Alec, y, si antes tenía la cara ardiendo, ahora me quedé sin color durante un instante.
               Alec también pareció darse cuenta de la trascendencia de la información que acababa de compartir conmigo, porque se soltó la nuca y me miró también algo azorado.
               -Ah-respondí.
               -Bueno, con bóxers, en realidad-quiso apuntillar.
               -Ya, claro…
               -Es que me muero de calor-comentó, y yo asentí con la cabeza, mirándome los pies.
               -Ya, si yo también. Duermo con pantalones cortos y con una camiseta de tirantes muy, muy finos. A veces…-me quedé callada, recordando que, a veces, me despertaba por la mañana con la camiseta enrollada por debajo de mis pechos, porque los tirantes se me habían deslizado por los hombros sin que yo me diera cuenta. Y yo que casi se lo cuento, iba a morirme de vergüenza.
               Pero luego, empecé a pensar en él. Mi imaginación corría desatada sin que yo pudiera hacer nada por intentar frenarla. Me lo imaginé tendido en la cama, bañado por la luz de una luna que se colaba por la ventana de una habitación que yo nunca había visto, completamente desnudo salvo por sus calzoncillos.
               ¿De qué color serán?
               ¡Sabrae, tía!, me recriminé a mí misma, aunque demasiado tarde. La llamada de la naturaleza ya estaba ahí, urgente. Mi vergüenza se disipaba entre la bruma de mis pensamientos.
               Quise acallarla, o quizá fomentarla, como mejor se me ocurrió.
               -Y, ¿no tienes frío en invierno, durmiendo sólo con una camiseta?-me escuché preguntar, y me habría odiado si él se hubiera mostrado incómodo.
               Pero no fue así. Alec esbozó una sonrisa canalla, cómodo en un elemento que le pertenecía.
               -Procuro evitarlo-respondió, misterioso, y yo noté cómo se me escapaba el aire de los pulmones cuando pregunté:
               -¿Qué quieres decir?
               -Digamos que… soy una criatura a la que le encanta la compañía-me miró de arriba abajo y juraría que hasta se relamió.
               Ojalá eso no disparara los latidos de mi corazón y mis ganas de invitarlo a pasar a mi casa. De invitarlo a pasar y de él, a secas.
               -¿Qué clase de compañía?
               -A ver si lo adivinas-ronroneó cual gatito, y me hubiera encantado acariciarle el pelo, o el pecho, o el vientre. Me mordí el labio y me lo quedé mirando, cohibida, pensando en las posibilidades que había de que él satisficiera mis efímeros deseos, los más prohibidos y oscuros.
               Instintivamente, me acerqué a la verja y apoyé suavemente mis caderas en ella. Los vaqueros me las dejaban al descubierto, de manera que podía disfrutar del frío del metal acariciándome suavemente la piel.
               Alec también dio un paso hacia mí, anhelante. Estiró la mano y me acarició la cintura. Yo cerré los ojos, disfrutando de ese contacto. Todo mi cuerpo se desplazó en busca de su mano, luchando por acomodarse a sus dedos y alargar ese contacto en la medida de lo posible.
               -¿Me estás retando?-dije en voz baja, de forma que sólo él pudiera escucharme. Alec se pasó la lengua por el labio involuntariamente. Me pregunto a qué sabrán sus besos.
               Si podré sentir el placer de otras chicas en su boca.
               -No lo sé-dijo después de una eternidad. Fue sincero, y yo se lo agradecí. Me gustó saber que los dos estábamos igual de confusos, que no sabíamos de dónde venía aquella necesidad tan urgente que sentíamos de tocarnos.
               Me mordisqueé el labio inferior y sus ojos volaron hacia ese punto de mi piel.
               -¿Te lo tomarías más en serio si fuese un reto?-preguntó él, y yo busqué sus dedos con la yema de los míos.
               -No lo sé-confesé.
               -Será nuestro reto del mes-decidió-. Volver a llevarnos bien.
               -Ya lo hemos conseguido, entonces.
               -No digo cuando estemos solos-respondió-. Me refiero a cuando estemos con más gente. Eso nos hace peores el uno para el otro.
               -¿Por qué no empezar ahora?
               -Porque me estás embrujando para que te diga a todo que sí.
               Solté una risita.
               -Qué más quisieras tú, que yo te estuviera embrujando.
               Su mano libre se paseó por mi mejilla.
               -Es la verdad-sentenció en voz baja, y su aliento me acarició la cara ante esa afirmación. Tragó saliva y yo no pude apartar la mirada de su nuez mientras se movía; a continuación, bajé por su cuello, me detuve en el colgante de un colmillo que siempre llevaba colgado de éste, y me permití el delicioso aunque peligroso lujo de perderme un rato en los músculos que se intuían debajo de la camiseta de tirantes.
               -Debería irme-dije después de un rato, aunque ya ni recordaba dónde estaba. La memoria de mi cuerpo sería la que me llevaría de vuelta a casa, no mi voluntad. Iría más por inercia que por deseo.
               Porque, si me guiaba por el deseo, me quedaría allí toda la noche, con las caderas apoyadas en la verja y los dedos de Alec acariciando la piel desnuda que exhibía mi crop top.
               -Sí, yo también-contestó él, y sus dedos se alejaron de mi cuerpo-. Mi madre se preguntará dónde estoy.
               -Igual que la mía. ¿No quieres pasar… a ver a mi hermano?-ofrecí, señalando la puerta de mi casa con el pulgar por encima de mi hombro. Alec negó con la cabeza.
               -Ya le veré mañana. Igual que a ti, supongo, ¿no?
               -Vivimos en el mismo barrio-le recordé, divertida. Él se dio un golpecito en la cabeza.
               -Cierto, ¡qué fallo! Acabaremos hartos el uno del otro, otra vez.
               Se me escurrió una risa entre los dientes que hizo que me colocara una mano sobre el ombligo.
               -Gracias por acompañarme, Al.
               -Un placer, Saab.
               -Lo digo en serio-contesté-, mirándole a los ojos, asegurándome de que entendía la sinceridad de mi agradecimiento-. Gracias.
               -Yo también voy en serio-contestó él, enganchando la verja para que no se abriera durante la noche-. Un placer.
               Esbocé una sonrisa, agaché la mirada hacia nuestros pies. Estaba adorable, hasta a mí me parecía que estaba irresistible cuando me ponía así, presa de la felicidad y de una esperanza que pocas veces me atrevía a sentir.
               Y, como estaba irresistible, Alec no pudo resistirse. Se inclinó y me dio un beso en la frente que calentó hasta la última de mis células como una amorosa hoguera en la chimenea de una cabaña en la montaña.
               -Te lo voy a poner fácil-me prometió contra mi piel, y se separó de mí. Le cogí la mano instintivamente.
               -Ve con cuidado-pedí, y él me dedicó una preciosa sonrisa torcida que me provocó una arritmia antes de asentir con la cabeza y, reticente, soltarse de mi mano y echar a andar por la acera, en dirección a su casa, donde su madre seguramente estaría echando humo por las orejas, preguntándose dónde estaba ese chaval.
               Observé apoyada en la verja cómo desaparecía en la oscuridad de la noche, titilando como la llama de una vela en la distancia a medida que atravesaba los dominios de las farolas. Cuando por fin dobló la esquina y se lo tragó una casa, yo me giré, subí las escaleras prácticamente dando saltos, e introduje la llave en la cerradura.
               Mis padres me estaban esperando sentados en el sofá, viendo la reposición de una película que pasaban todos los años por esas fechas. Estaban algo molestos porque no había avisado, y preocupados por lo tardío del horario; incluso Scott había llegado a casa antes que yo.
               -Me han acompañado-dije-, no os preocupéis.
               -No habrás hecho que tus amigas…-empezó papá, pero negué con la cabeza.
               -Alec ha querido venir conmigo.
               Mamá se incorporó ligeramente para mirarme.
               -¿Alec? ¿Qué Alec?
               -Alec-me encogí de hombros. No iba a decir Alec Whitelaw, por todas las connotaciones que su apellido tenía todavía para mí. No había sido Alec Whitelaw. Había sido simplemente Alec, aquel al que yo podía llamar Al después de un rato tonteando con él a la puerta de mi casa.
               ¿Qué estás haciendo, Sabrae?, pensé mientras me resistía a pronunciar aquella palabra que empezaba por W, mi fuero interno un poco molesto por mis reticencias a renunciar a algo que no me pertenecía.
               -Ajá-cedió mamá por fin-. Tienes la cena en la nevera.
               -Vale-empecé a subir las escaleras con la excusa de ir a dejar la mochila, pero cuando entré en la habitación, me limité a cerrar la puerta, dejar la mochila a los pies de mi cama y tumbarme en ella.
               Se me aceleró la respiración en cuanto estuve segura de lo que iba a hacer.
               Muy despacio, como me imagino que lo habría hecho él, me pasé la yema de los dedos por la boca y continué bajando por mi anatomía. Me detuve en mis pechos y me los acaricié por encima de la ropa. Una bengala se encendió en mi entrepierna mientras recordaba la ligerísima presión de los dedos de Alec en mi piel desnuda, la cantidad de impulsos nerviosos que mi cerebro había recogido con agradecimiento gracias a sus caricias.
               Volvía a estar ansiosa, con el cuerpo listo, en una deliciosa tensión. Tenía la espalda ligeramente arqueada, y el arco se hizo un poco más profundo cuando mi mano dejó atrás mis pechos y continuó bajando por mis caderas. Me temblaban un poco las rodillas, como lo habían hecho cuando él se inclinó hacia mí y me besó en la cabeza.
               Recordé el tacto de su boca en mi frente en el momento en que mis dedos llegaron al centro de mi ser. Contuve una exclamación y empecé a acariciarme despacio, recreándome en los labios de Alec, en cómo sería besarlos.
               Cómo sería sentir sus brazos a mi alrededor.
               Me lo imaginé besándome y mi cuerpo festejó esa ensoñación con una oleada de placentera calidez.
               Deja de pensar en eso, estúpida, me instó la parte con más sentido común de mi interior, eres la hermana pequeña de su mejor amigo. Él jamás te tocaría como deseas que lo haga.
               ¿Lo deseo?, me dije a mí misma, y una voz sensual en mi cabeza respondió.
               Parece que sí. Recuerda qué labios.
               Exhalé un gemido, sintiendo su cuerpo encima de mí, sus ojos en los míos entre beso imaginario y beso imaginario, como lo hacía con Hugo.
               Me iba a hacer daño, igual que con Hugo. Me iba a dar la hostia del siglo.
               Es un estúpido enamoramiento de verano, me dije a mí misma, tratando de calmar la revolución, se me pasará, ya verás.
               Pero, mientras tanto, tenía pensado disfrutarlo. Me gustaban los efectos que él tenía en mí, la forma en que se me aceleraba la respiración, cómo se me ponía la piel de gallina, y lo que era capaz de hacerme sólo porque le deseaba. De repente, lo entendí todo: que mis padres se pusieran de mal humor si estaban mucho tiempo separados, que Scott atravesara el país sólo para encontrarse con Ashley.
               Lo entendí todo, absolutamente todo, en el momento en que me rompí en un delicioso y tranquilo clímax que me hizo temblar y jadear entre dientes, en el más absoluto de los secretos.
               Alec me lo iba a poner fácil.
               Yo se lo iba a poner fácil.
               Se acabó el odiarnos.
               O, al menos, eso pensábamos.

               Porque al poco tiempo, Scott rompió con Ashley y todo dejó de tener sentido para mí.

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3 comentarios:

  1. ES POSIBLE QUE ESTÉ CACHONDA PERDIDA SIN QUE HAYA SEXO EXPLICITO Y REAL ENTRE SABRALEC EN ESTE MOMENTO?! pues te aseguro que si porque jodeer...estaba tensisima pero no de lo malo, si no de esa tensión esperando que el león se comiera a su presa y ufffff que me pongo mala solo de pensarlo. Yo si que voy a necesitar una ducha de agua fría para bajar la fiebre que seguro me ha subido.

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  2. VIRGEN DEL AMOR. MADRE MIA. ESTA FRASE TIENE POCO SENTIDO PERO ME RECUERDAN TANTO AL SABRALEC DEL FUTURO QUE ME ENTRAN GANAS DE MORIRME.
    La actitud de las amigas de Sabrae no me ha gustado nada, que dejen a mi hija en paz que las pego. Y ya si hablamos de los machitos de su clase madre mia xddddddddddddddddddddddddd que angustia de hombres cis blancos
    Alec me da la vida, me la alarga y me la anima. SUFRO PORQUE QUIERO QUE SE BESEN PERO SE QUE QUEDA MUCHO Y MIRA NO PUEDO MAS TIRAR DEL CARRO. Encima ambos se tienen unas ganas que me muero. Y ME JUEGO EL CUELLO A QUE LA CAMISETA QUE SE MANCHO CON LA SAL SERA LA FAVORITA DE ALEC PARA EL RESTO DE SU VIDA, Y DORMIRA CON ELLA TODAS LAS VECES QUE PUEDA.
    No estoy preparada para leer lo que se nos viene encima, ENCIMA HAY QUE ESPERAR UNA SEMANA ENTERA. Aun que bueno tampoco quiero leer como Scott esta en la mierda y como consecuencia Sabrae tambien lo esta. Se que no va a pasar pero: Alec pofaboh dale un fuerte y largo abrazo a Sabrae y ya que estas un buen morreo.

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  3. "A él le gustaban perfectas, y yo distaba de ser perfecta." Sabrae, tú ya eres perfecta cariño ❤

    Que se acuerda hasta del primer disfraz que se puso es que son preciosisimos joder

    "Deseé ser bizca para mirarle los ojos y el brazo al unísono" LO QUE ME HE REIDO CON ESO XD


    "Observé apoyada en la verja cómo desaparecía en la oscuridad de la noche, titilando como la llama de una vela en la distancia a medida que atravesaba los dominios de las farolas." ❤

    - Ana

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