viernes, 30 de marzo de 2018

Mayores.

En este capítulo, y puede que en los siguientes, encontrarás incongruencias con respecto a Chasing the Stars. En este en particular, la incongruencia viene en la línea de tiempo de las dos historias: mientras en CTS pasó sólo un día entre el anterior capítulo de Sabrae y el actual, en éste ha pasado una semana entera.
Lo siento si la lectura se te hace muy liosa por ir dando estos saltos y haber estos errores, pero Chasing the Stars y Sabrae son historias que, aunque interconectadas, para mí son independientes. Simplemente, cuando en CTS se diga una cosa y en Sabrae, la contraria, haz como si no pasara nada y tómate lo que diga cada novela de forma literal, sin relacionarlo con la otra.
Espero que esto no te cause muchos inconvenientes a la hora de leer; intentaré que las incongruencias sean las menos posibles. Dicho esto, ¡disfruta de la lectura! 

Si salí esa noche fue porque me había prometido a mí mismo que haría que Bey se lo pasara genial.
               Bueno, vale, y también porque quería pillarme una buena borrachera.
               Pero lo de Bey estaba en primer lugar en mi lista de prioridades, lo prometo.
               Había tenido una semana tremenda, sabía que se le había hecho cuesta arriba incluso aunque ella se esforzaba en ponerme buena cara y aseguraba que no pasaba nada. Pero yo sabía que le fastidiaban mis contestaciones a destiempo y que se moría de ganas por soltarme un bofetón. Había estado de un humor de perros desde el martes hasta el viernes por la mañana, cuando Tommy se había inclinado hacia atrás en su silla, columpiándola sobre dos patas, y había preguntado:
               -Hoy se sale, ¿no?
               Ella se había reído cuando yo me incorporé como un resorte. En cosa de medio segundo había pasado de estar con los codos en la mesa y la mandíbula sobre mis manos pegadas a la madera, a clavar la espalda en la silla como un buen alumno.
               -¿Vas a traerte a Diana?-quise saber, y Tommy me soltó un tortazo mientras Bey se reía y negaba con la cabeza. Scott sólo puso los ojos en blanco y bufó un “ojalá no”.
               Pero que el viernes se me pasara el mosqueo no quitaba de que hasta ese día no hubiera estado que me subía por las paredes. Apenas había dormido el martes desde el descubrimiento de los planes de Sabrae, y por si mis ojeras no lo delataban lo suficiente, mi hostilidad hacia absolutamente todo el mundo me acompañaba como el calor a una estufa.
               Y luego estaba Tamika, que había considerado que mi mala cara era motivo de chiste.
               -¿Te han cortado el suministro de electricidad en la consola?-inquirió, riéndose y toqueteándose las trenzas. Me dieron ganas de arrastrarla por el asfalto sujetándola sólo del pelo, pero los ojos en blanco de Bey me contuvieron. Contesté a mi mejor amiga con monosílabos durante toda la mañana, y sólo cuando dije que no me apetecía ir a jugar a baloncesto con los chicos, movió ficha. Se presentó en mi casa y subió a mi habitación saltando los escalones de dos en dos. Me encontró tirado en la cama, refrescando mi página de inicio de Instagram como un obseso, necesitado de historias nuevas de Sabrae con las que hurgarme en la herida.
               Bey apoyó las manos en las caderas y alzó una ceja. Aparté el móvil lo justo y necesario para retarnos con la mirada.
               -¿Habíamos quedado para follar y yo no me acordaba?-quise saber. Bey chasqueó la lengua, abrió mi armario, sacó la camiseta de baloncesto, la hizo una bola y me la tiró.
               -Cámbiate. Vamos a jugar.
               -¿A qué?
               -Al teto. Tú te agachas, y yo te la meto-contestó, y yo sonreí. Porque Bey tenía ese poder. Podía conseguir que me pusiera bien en tiempo récord-. La hostia, quiero decir. Venga, ¡arriba!-tiró de mí para ponerme en pie-. Que no tengo todo el día.
               Incluso me arrancó un par de bromas en el juego, pero cuando ella se alejaba lo bastante de mí como para que yo no sintiera su campo magnético atrayéndome, volvía a pensar en lo mismo. Sabrae, renunciando a un polvo conmigo por echar uno con el tal Hugo, que fijo que follaba peor que yo, que fijo que no la tocaba como la tocaba yo.
               No había nadie que consiguiera que ella gritara como podía hacerlo yo.
               ¿En qué cabeza cabía que le prefiriera a él antes que a mí?
               Pues en cualquiera en la que una idea hubiese hecho explosión cual saco de dinamita: yo no le importaba, y el puñetero Hugo, el que tenía que ser tan feo como para tener la cuenta privada, pero no lo suficiente como para que Sabrae no quisiera estar con él, sí.
               Mira, es que me llevaban los putos demonios, te lo juro. Y no me gustaba una mierda sentirme así. Quería tenerla y no podía. No quería que nadie la tocara, pero no podía reclamarla.
               Quería poseerla. Que fuera mía. Que me diera una última oportunidad de montarla y demostrarle que nadie podría compararse a mí, no en igualdad de condiciones, no así. No con ella. Me esforzaría, se lo haría como nadie. El viernes, el sábado, el día que a ella le diera la gana. Pero que me diera una última oportunidad. No había ultimátums que no se anunciaran.
               Hasta los más mortíferos se anunciaban, yo lo sabía bien.

               Y en ese momento era cuando peor me ponía. Porque mi interior se rebelaba contra sí mismo, rebelando un ultimátum aterrador que yo no recordaba, pero del que había sido protagonista. Un ultimátum que le helaba la sangre a mi madre cuando tenía que recordarlo y que regaba las palmas de sus manos con sudor frío. No podía parecerme a él, no debía parecerme a él. Aunque lo llevara en la sangre.
               Y, si aquella rabia venía en mi sangre, tendría que desangrarme. Prefería deshacerme en un charco rubí a estallar en una hoguera que lo quemase todo.
               Pero lo pagaba con Bey. Lo pagaba con todos, vale, pero más con Bey. El silencio de Sabrae en aquella conversación de Instagram que no había llegado a más era un eco entre nosotros dos. Unos labios fruncidos por su parte en respuesta a mi ceño fruncido, mi mirada ausente y mis puños apretados.
               El miércoles, se inclinó hacia mí y me dio un beso en la mejilla. Miró a su hermana y se comunicó con ella a través de esa telepatía tan típica de las gemelas. Tam se giró hacia Jordan.
               -¿Echamos una partida dos a dos con el Fornite?-sugirió la mayor  de las hermanas, a la que Jordan respondió con un asentimiento, y girándose e incitándome con un simple:
               -¿Al?
               -Me lo pensaré-contesté, dirigiéndome a mi casa. Bey me cogió la mano, me detuvo y me obligó a mirarla con la potencia de su presencia.
               -¿Vas a dejarme sola con estos dos, que siempre hacen trampa?
               Al final, consiguió convencerme. Echamos varias partidas y yo me olvidé de todo. Más o menos. Jugué bastante bien, incluso conseguimos quedar entre los 20 primeros una vez. Luego, empezamos a jugar individual, con estrategia. Una estrategia en la que Bey se ocupaba de avanzar mientras yo la cubría.
               Y, luego, ella me pegaba un tiro cuando creía que no había moros en la costa y mi partida se acababa, proclamándose vencedora. Eso fue sólo una vez esa semana. Normalmente no me lo tomaba tan mal.
               Pero esa semana yo no estaba para coñas.
               -¡Joder, Beyoncé!-protesté, quitándome los auriculares y cerrando la pantalla del navegador con el juego activado-. Eso no se hace, tía, estoy hasta los cojones.
               -Pero Al, chico, ¿qué quieres que le haga?-inquirió ella, riéndose en una pequeña pestaña del ordenador con el símbolo de Skype en una esquina-. Ya sabes que en este juego no te puedes fiar de nadie.
               -Ni en este juego, ni en ningún sitio. Es que… ¡no me jodas, pava! ¿Siempre tienes que ser tú la que gane? ¿No puedo ser yo, por una vez? Vete a la mierda.
               Y cogí y cerré la tapa del ordenador, cerrando todas las sesiones que tenía abiertas de mis redes sociales. Me metí en Instagram por inercia. Y nada. Como siempre. Como cabía esperar.
               Bey no tardó ni tres minutos en llamar al timbre de mi casa. Fui yo quien bajó a abrir, algo arrepentido por cómo me había comportado por ella… y con muchísimas más ganas de gresca.
               -¿Qué quieres?-gruñí al abrir la puerta, y ella se llevó una mano al pecho.
               -Vaya, ¿hoy tenemos el día protestón, o qué pasa?-inquirió, y al ver que yo no respondía para no mandarla a la puta mierda, añadió-. ¿Me dejas pasar o vas a permitir que me congele en el puto porche? Gracias-puso los ojos en blanco cuando yo me hice a un lado y cerré la puerta tras ella. Al escuchar su voz, mamá apareció revoloteando tras de mí.
               -¡Bey, corazón! ¿Te quedas a cenar?-ofreció en tono esperanzado. Con un poco de suerte, finalmente yo entraría en razón y terminaría dándole a mi madre nietos mulatos con Bey.
               No es que yo no quisiera. Joder, estaba más que por la labor. Es más, si no los teníamos ya era porque Bey no quería.
               Bueno, vale, yo también tendría mis reticencias a tener hijos conmigo, es decir… si ya monto todas estas movidas porque la chica que me gusta no me da bola, imagínate cuando mis hijos tengan que ir al colegio. Fijo que me contratarían para el MI6.
               ¿Acabas de referirte a Sabrae como “la chica que te gusta”?
               -No creo, Annie, principalmente porque no sé si tu hijo tolerará mi presencia a su lado mucho rato.
               -¿Qué le has hecho ya?-soltó mamá, pegándome con el paño de cocina manchado de salsa de tomate. Di un brinco y la miré.
               -¡Nada!
               -¿Nada?-inquirieron las dos mujeres a la vez.
               -¿Has venido a mi casa a atacarme, Beyoncé?
               -No, he venido a ver qué te pasa-alzó la mandíbula, altiva-. Y deja de llamarme “Beyoncé”, que no voy a empezar a sacudir las caderas por mucho que digas mi nombre completo. Además, ¿cómo se supone que tengo que llamarte yo? Con lo corto que es tu nombre… tan corto como tú-se cruzó de brazos y yo repetí la operación de escaneo con ella. En la comisura de su boca bailó una sonrisa al ver que una chispa dentro de mí se encendía.
               -Mi nombre y mi intelecto son lo único que tengo corto, reina B-contesté, zalamero, cogiéndola de la cintura y atrayéndola hacia mí-. ¿A que me perdonas?
               -Si me lo pides por favor-contestó, haciéndose la dura.
               -Por favor-ronroneé contra su cara, mi nariz rozando la suya. Bey se echó a reír y me apartó de ella.
               Creo que mi madre se habría echado a llorar de no tener un público que observara su depresión.
               -Bueno, pero por el cariño que te tengo. Vamos arriba a darnos mimos, que nuestra relación está muy resentida-ordenó.
               -Tú estás dispuesta a aprovechar cualquier oportunidad para meterme mano, ¿eh?
               -¡Hombre! Que te pensarás que soy tonta, y todo…
               -Podéis cerrar la puerta, si queréis-canturreó mamá, entrando de nuevo en la cocina para terminar la cena. Protesté con un “¡mamá!” mientras Bey se echaba a reír y me empujaba para que comenzara a subir las escaleras.
               -No me mires el culo, Beyoncé-le dije al aire, sabiendo que ella se me comía con la mirada. Tampoco es que tuviera mucha opción, dado que subía dos escalones por detrás de mí.
               -No te miro el culo, Alec.
               -Y luego dirás que no eres tonta-la miré de reojo y ella me dio una palmada. Entramos en mi habitación y cerró la puerta con el talón. Se colgó de mi cuello y me dio un beso debajo de la mandíbula.
               Ahí ya noté cómo mi rabia se disipaba.
               -Vale, ¿por qué mi osito polar está así de protestón?-preguntó, y yo me eché a reír, la cogí de las caderas y la tumbé sobre mí encima de la cama. Bey suspiró con satisfacción, acurrucándose en mi pecho, y escuchó con paciencia todas las mierdas que se me pasaban por la cabeza.
               Incluso si hubiera algo que estuviera dispuesto a dejarme, el hecho de que me llamara “osito”, como sólo hacía cuando estaba muy cariñosa y requería de mi atención absoluta, habría obrado milagros. Le di detalles de todo lo que había pasado con Sabrae el día anterior, cómo me había sentido al verla, la ilusión al ver que me seguía… incluso la cagada con el doble toque sobre su foto de hacía meses que había resultado bien. Todo en honor de aquel apelativo meloso que Bey había empezado a utilizar conmigo cuando teníamos 5 años y el tema del Halloween de ese año en el cole eran los animales. Bey y Tam habían decidido que se querían disfrazar de Winnie the Pooh; incluso habían dedicado varias clases a preparar unas tarrinas de miel de mentira que acompañarían a su disfraz.
               Yo las había visto tan ilusionadas que había decidido que yo también quería ir de oso, pero Tam me paró los pies enseguida.
               -No puedes-sentenció con la elocuencia que sólo un niño de 5 años puede tener.
               -¿Por qué no?-inquirí, desafiante.
               -Porque lo osos son marrones-razonó Tam-, y tú no eres marrón.
               -Ah-fue mi contestación desilusionada. Bey se mordió el labio al verme tan triste y se volvió hacia su hermana.
               -Eres boba, ¿no sabes que hay osos que no son marrones? Los osos panda.
               -¿Tú ves que Alec tenga las manos negras?-discutió Tamika.
               -Pues… ¡un osito polar!-sonrió Bey, mirándome-. Son blancos y muy bonitos, y les gusta mucho la nieve y el invierno, ¡como a ti, Al!
               Y me dio un beso.
               Y ahí me enamoré de ella.
               -Hoy tenía que ir a ver a Duna-le dije mientras ella me pasaba los dedos por el pelo, y Bey se incorporó un poco para mirarme-, por lo de la camiseta. Pero no me apetece una mierda ver a su hermana-murmuré, cogiendo el cubo de Rubik a medio hacer de mi mesilla de noche.
               -¿No te apetece ver a su hermana-contestó Bey, apoyándose en su codo-, o no te apetece reconocer que te mueres de ganas de verla?
               Le di un toquecito en la nariz.
               -Menuda listilla estás hecha, ¿no?
               Bey se echó a reír.
               -Si tanto te importa… deberías decírselo.
               -Ella no me importa-discutí-. Sólo me cabrea que no quiera estar conmigo cuando soy yo con quien se lo pasa mejor.
               -Hay momentos para todo, Al-contestó Bey-. Tú te lo pasas mejor con ella, pero ahora mismo estás conmigo.
               -Pero tú eres diferente.
               -Quizá Hugo también lo sea.
               -No me gusta estar así de cabreado.
               -No tienes que flagelarte tanto por sentir celos. Es normal. ¿Crees que yo no los siento?-preguntó-. A la zorra de mi hermana siempre le dan las albóndigas más grandes-espetó, y yo me eché a reír-. Mi vida sí que es un drama, no la tuya.
               Por lo menos al día siguiente había podido hablar con ella normal, pero la pasividad de Sabrae me seguía dejando al límite de mis fuerzas. Creí que lo estaba haciendo bien hasta que volví de currar y me encontré a los tres esperando a que llegara para ponernos a ver una peli en el sótano de Jordan, Bey se sentó a mi lado… y sólo me soltó una bofetada cuando mi mano tocó la tela de sus pantalones cortos. Normalmente, protestaba cuando yo le ponía la mano un poco más encima de la rodilla, pero su sonrisa de satisfacción hacía que desoyera sus protestas y me arriesgara a la bofetada reglamentaria que llegaba a mitad del muslo, más o menos.
               Debía de verme muy mal si me consentía subir tanto.
               Así que iba a compensárselo.
               Y ella tenía pensado hacer que yo no tuviera manera de saldar mi deuda. Me la quedé mirando cuando salió de casa acompañada de su hermana, con un abrigo que le llegaba hasta las rodillas y le dejaba al descubierto la articulación cubierta sólo por su piel. Nada de medias, nada de pantalones, sólo sus rodillas y unas botas que le llegaban a esa altura, haciendo que pareciera una versión reinventada de Cruella de Vil, con muchos menos años y con mejor gusto.
               No podía ser verdad. Lo que me ponían esas botas no era normal.
               No pude evitarlo: de entre mis labios se escapó un silbido, todo lo aprendido en aquella semana, borrado de un plumazo ante la visión de dos centímetros de carne que me pusieron más cachondo que el más profundo de los escotes. Yo todavía no se la había visto, pero no necesitaba hacerlo para saber que llevaba minifalda.
               Y a Bey deberían prohibirle las minifaldas.
               Mi amiga se echó a reír, me dio un empujón y me recriminó:
               -Déjate de silbidos. ¿Acaso te crees que soy un perro?
               -Contigo me gustaría hacer el perrito, nena-le solté antes de poder contenerme, y Tam y Jordan se echaron a reír. Bey sólo puso los ojos en blanco y sacudió la mano frente a mi cara, como diciendo “lo que tú digas, campeón”.
               -Vete a la mierda. Hoy no me vas a joder la noche.
               No sólo no le jodí la noche, sino que incluso se la mejoré. Cuando llegamos a la discoteca en la que se suponía que nos encontraríamos con los demás, le cogí el abrigo a Bey y ella arqueó las cejas, impresionada con mi gesto caballeroso. La seguí por entre la gente, estrechando manos y devolviendo palmadas en la espalda y puñetazos en el hombro, sin soltarme de su mano. Y me repantingué en el sofá a su lado cuando ella se dejó caer con gracilidad, chupito en mano. Nos miramos a los ojos, chocamos los pequeños vasitos y nos bebimos su contenido de un trago, lanzando un alarido ahogado cuando la mezcla nos ardió en la garganta.
               Me aseguré de que tuviera todo lo que deseaba. El enchufe para cargar el móvil bien a mano, el mejor asiento en el sofá reservado sólo para su bonito culo… todo lo que estuviera a mi alcance, se lo daría.
               -Hoy invito yo a todo-anuncié cuando se terminaron los chupitos y se asentó en el respaldo del sofá, ceñuda, decidiendo si se levantaba a por los ingredientes necesarios para un tequila o si se quedaba allí, cómoda y calentita y pegada a mí.
               Bey se giró, una peligrosa y traicionera sonrisa a punto de hacer un triple salto mortal en sus labios.
               -Pero, ¡si Jordan no nos cobra!-protestó, y yo me encogí de hombros.
               -Bueno, pero la intención es lo que cuenta-contesté, y ella se echó a reír, me cogió la cara y me dio un sonoro beso. Yo puse tal cara de niño bueno que no ha roto un plato en su vida, que Logan se atragantó con su bebida y, sin decir una palabra, le hizo un gesto a Tam para que le acompañara a bailar.
               Me volví para darle las gracias a Bey por su paciencia aquella semana, pero ella fue más rápida con su proposición.
               -Vamos a por más alcohol. Me apetece emborracharme.
               -Vale-cedí. No había que apuntarme con una pistola para que accediera a cogerme una buena berza.
               Me agarró de nuevo de la mano y me dirigió otra vez entre la gente. Se inclinó sobre la barra y gritó el nombre de Jordan quien, malhumorado, vino a nuestro encuentro después de dejar una copa a medias de llenar. Pero mi amigo la cobraría igual.
               -¡Dos tequilas!-gritó Bey por encima del estruendo de la música, y Jordan asintió con la cabeza, revolvió en busca de los ingredientes bajo la barra. Bey se volvió hacia mí cuando me lamí la mano para dejar en ella la sal, sonrió, lamió la suya y cogió la rodaja de limón que acababa de cortarnos Jordan-. A la vez-me indicó.
               -Sí, mi señora.
               Bey se echó a reír, hizo una cuenta atrás, y me miró a los ojos con el orgullo de una madre un tanto peculiar que inicia a sus hijos en el alcohol. Me estremecí con el ardor del tequila en la garganta, y más aún cuando a éste le siguió el jugo del limón.
               -¿Alguien sabe si Scott y Tommy pretenden honrarnos con su presencia hoy?-bufó Jordan, molesto-. No estoy sacando nada de dinero.
               -¿Has llegado ya a las mil libras?-pregunté, y Jordan se encogió de hombros.
               -Podían venir, a echar una mano-espetó, depositando la botella de cristal con más fuerza de la debida sobre la barra de metal-. Acabáosla, si queréis-urgió, y no necesitamos que nos lo dijera dos veces.
               Compartimos la botella con gente que teníamos alrededor, pero aun así, el contenido de ésta consiguió trastocarnos lo suficiente como para que el espacio personal del otro nos pareciera una ofensa. Bey se pegó a mí y yo me pegué a ella, le acaricié la espalda desnuda mientras ella respiraba trabajosamente con sus dedos en mis brazos.
               Me encantaba el brillo dorado de sus párpados, hacían de sus ojos dos estrellas negras mil veces más expresivas, dos mil veces más potentes que el sol.
               No noté los ojos de Tam encontrándonos entre la multitud, ni escuché la burla de Logan en el oído de la mayor de las gemelas.
               -Hoy Alec y Bey se lían, ya verás.
               Bey bebió otro chupito que pusieron a uno de los chicos a nuestro lado. Él no le dijo nada, sabedor de que le partiría la cara con gusto si me daba una razón.
               Acaricié la mandíbula de mi mejor amiga mientras ella terminaba de dar buena cuenta de su robo y nuestros ojos se encontraron. Luego, los míos, lentamente, se deslizaron por su cuerpo cuidado. Sabía que podía encajar perfectamente en el mío.
               Nunca lo había probado, pero lo sabía con la certeza que sólo un borracho puede tener. Aunque yo no estaba del todo borracho. Pero sí había bebido lo suficiente como para sentir la música amplificada en mis oídos, y las luces más brillantes, difuminando con más intensidad lo rostros.
               -Bailemos-ordené, y ella, lejos de amedrentarse, pero lejos también de la rutina en la que me exigía que se lo pidiera por favor, contestó:
               -Me encanta esta canción.
               Ni siquiera me di cuenta de que estaba sonando All the stars. Menuda suerte teníamos, justo nos ponían su canción favorita cuando más descontrolados estábamos.
               Esta vez fui yo quien la guió a ella: la llevé hasta un extremo de la pista y nos dedicamos a expandir la frontera del mundo de los bailarines contoneándonos el uno junto a el otro. Ella cantaba y bailaba al ritmo de la música, totalmente desinhibida, colgándose de mi cuello como si fuera un murciélago, y yo, su cueva. Yo sólo podía mirarla, admirar la forma en que su piel brillaba con tonos místicos con el cambio de las luces. Puede que sus piernas estuvieran cubiertas hasta sus rodillas, pero te aseguro que, a partir de ahí, no había un centímetro de piel más del necesario cubierto en el cuerpo de Bey. Se había puesto otro de sus tops ajustados por debajo del pecho, con su ombligo al descubierto, y una falda tan corta que me sorprendió la facilidad con la que se movía sin enseñar nada más de lo necesario.
               Y eso que se movía, y mucho. Era como una serpiente que buscaba capturar a su presa con los movimientos sensuales de todo su cuerpo. Era una prima ballerina en el ballet más famoso del mundo, en su noche de estreno. Era una auténtica diosa en un mundo monoteísta.
               Se acercó a mí y yo me quedé quieto, ansioso porque hiciera conmigo todo lo que se le antojara. La parte de SZA la escuchamos con sus manos en mi cuello, hundiéndose en mi pelo, sus dedos recorriendo con rapidez mi cuero cabelludo mientras su cuerpo se pegaba al mío.
               Jadeé cuando ella cantó por debajo de la música los versos ya grabados, como hiciera mil veces en su habitación, con su hermana. Pero, esta vez, sólo podía escucharla yo.
               -Got no end game, got no reason, got to stay down; it’s the way that you making me feel, like nobodyever loved me, like you do, you do…-jadeó en mi oreja y yo la pegué más contra mí.
               Todo mi cuerpo era suyo. Mi alma era suya. Que la tirara a la basura si quería, no podría importarme menos.
               Lo único que quería era que me utilizara antes. Que me usara para todo lo que se le ocurriera y más. Que me sobreexplotara.
               Quería colarme entre sus piernas. Me moriría si no entraba dentro de ella y probaba aquel retazo de paraíso.
               Y ella lo quería también. La agarré de las caderas y la pegué contra mí, asegurándome de que entendiera que todo pendía de un hilo. El delicado equilibrio, sólo lo desharía ella con un soplido de sus labios.
               Apartó un poco la cara, lo justo para mirarme. Nuestros ojos se encontraron y a mí me recorrió un escalofrío, como si estuviera en una sala llena de globos y sintiera mi cuerpo cargarse de electricidad estática.
               -Hoy vamos a hacerlo, ¿verdad?-pregunté, casi esperanzado, y en un tono un tanto desesperado. Me sorprendió sonar así.
               -Si tú quieres que nos acostemos-contestó ella-, nos acostamos.
               Su pregunta me sorprendió. No, no me sorprendió, me dejó completamente flipado. Me pasó las manos por los brazos y yo lo comprendí: ella me deseaba, sí. Se moría de las ganas que me tenía, lo notaba en la forma en que sus ojos no paraban de bajar a mis labios y de cómo apretaba inconscientemente su pelvis contra la mía, un muslo contra el otro.
               Podíamos follar esa misma noche por la sencilla razón de que los dos queríamos.
               Pero no era eso lo que Bey más quería.
               Y yo, en realidad, tampoco.
               -¿Tan mal estoy?-pregunté, y Bey sonrió, negó con la cabeza y me colocó una mano con cariño en la mejilla.
               -No es por pena. Para nada. Es por lo mucho que me gusta todo lo que estás sintiendo últimamente.
               ¿Sabes qué? Que me daba igual. Me daban igual mis jodidas, retorcidas prioridades. Quería a Bey. La quería ahora. Y la tendría ahora.
               -Pues vamos-contesté, besándole el hombro y tirando suavemente de ella.
               -Espera un poco-me riñó-, por lo menos a que termine la canción, antes de llevarme al baño, puto ansioso.
               -No te voy a llevar al baño, retrasada-discutí-. Te quiero demasiado como para hacértelo en un baño.
               Bey inclinó hacia un lado la cabeza. Las luces del techo arrancaron destellos curiosos del gloss con el que había adornado sus apetecibles labios. Hicieron que me preguntara qué se sentiría al besarla, y no al ser besado por ella.
               Parece que no, pero la diferencia entre besar y ser besado es la misma que entre la noche y el día.
               Deberíamos acostarnos, razonó mi cabeza. Hacerlo en una cama. Hacer el amor, mirándonos a los ojos. Hacía muchísimo tiempo que no hacía el amor con nadie, aunque me gustara follar mirando a los ojos. Estamos destinados, siempre ha sido así. Nos queremos. Tiene que ser así. Tiene que ser con ella. Fue mi primer amor. Nunca dejó de serlo.
               Sabrae sólo es…
               Sólo es…
               Sabrae…
               Miré a Bey confuso, cual cachorrito abandonado. Ella parecía estar leyéndome como un libro abierto. Parecía estar escuchando cómo mi cuerpo se rebelaba ante aquel intento de descubrimiento y constatación que mi cabeza luchaba por hacer.
               No lo pensaría. No me atrevía. Me era fiel a mí mismo, sabía lo que quería. No iba a mentirme y decir que Sabrae había sido solo un entretenimiento, una pausa para la publicidad.
               Lo que hacía con Sabrae no era sólo sexo. Lo había sospechado estando dentro de ella, había sido una certeza mientras bebía del placer que manaba de entre sus piernas.
               Y aquella puñetera semanita había sido la prueba irrefutable.
               Bey me acarició la cara, sus dedos quemaban en mi piel helada.
               -Esperemos un poco-murmuró, y yo quise echarme a llorar, porque no me la merecía.
               -¿A qué?
               -A que la traigan-fue su contestación. Se acercó y me dio un beso en la mejilla, se colgó de mi cuello y suspiró con satisfacción cuando yo la envolví en un cariñoso abrazo.
               -No te merezco.
               -Cierto, me merezco un jeque árabe-contestó ella, echándose a reír. Qué bien sonaba su risa, incluso tan ahogada por la música y tan distorsionada por el alcohol.
               -¿A él también piensas distraerle como a mí hoy?-pregunté.
               -¿Qué?
               -No soy imbécil, ¿sabes, Bey?-inquirí, y ella se echó a reír.
               -¿Tanto se nota?-jugó con un rizo rebelde de su maraña de rizos rebeldes. Me encogí de hombros.
               -Te lo agradezco, en realidad.
               -¿Te refieres a mi vestuario de distracción?
               -Hombre. Yo me refería a tu par de distracciones-le señalé los pechos con la mandíbula y ella se echó a reír-, pero, eh, sí. Las botas también son bonitas.
               -Eres un capullo, ¿lo sabías?
               -Qué lástima que beses el suelo por donde yo piso, ¿verdad?
               -¿Disculpa? ¿Cuándo nos hemos cambiado los papeles?-me dio un codazo-. Me adoras, Al. Dejarías que te pegara un tiro sólo por complacerme.
               -Yo por complacerte, hago lo que sea, reina-contesté, pegándola de nuevo contra mí y acercando mi boca a la suya-. Dejaría que me pisaras la cara. Aunque, si te soy sincero, creo que si te me sentaras en ella, lo pasaríamos mejor los dos. Sobre todo tú, pero yo también.
               -Quizá lo considere… cuando no traiga peep toes-bromeó, pellizcándome la mejilla. En su mirada había un neblina triste que no me dejó disipar. Tampoco es que nada que estuviera dispuesto a hacer por ella la satisficiera.
               Yo había querido su cuerpo hacía tiempo. Aún lo hacía, de hecho, pero con menos intensidad, como las brasas de una barbacoa cuando sus comensales están en la sobremesa, después del postre.
               Bey quería algo muy diferente de mí, y sabía, con certeza, que yo no podía dárselo. Ya no. Yo, aún, no lo sospechaba. Pero todo mi cuerpo delataba que lo que Bey deseaba de mí estaba lejos de su alcance.
               Sólo le quedaba hacerme feliz, distraerme, beber conmigo y bailar hasta que nos dolieran los pies, o las piernas, o las caderas, o los brazos, o la cabeza. Seguimos con el ritmo de la música, bailando con más rabia incluso cuando yo me detuve un momento al ver un reflejo llameante por el rabillo del ojo.
               La melena rizada y voluminosa de Amoke, la mejor amiga de Sabrae, destacaba entre la multitud como una luciérnaga en una noche encapotada. Mi corazón dio un vuelco, se saltó un latido y se elevó ligeramente, mientras me ponía de puntillas (como si lo necesitara, es increíble lo gilipollas que nos volvemos cuando nos atrae alguien) e inspeccionaba las caras de las chicas que venían con ella.
               Pero conté tres. Y, como la ley de Murphy es parte de la naturaleza, jamás deja de cumplirse. Naturalmente, la que faltaba de las cuatro era, precisamente, la que yo quería ver.
               Bey me cogió de la mandíbula y me obligó a mirarla. Tenía los ojos ligeramente brillantes. La tristeza que la ausencia de Sabrae le producía no podía tener relación con ella. Era algo mucho más cercano, la reacción en cadena de algo que tenía más importancia para ella. Podía tocarlo con las manos.
               Era la energía moribunda que había empezado a desprender mi cuerpo al darme cuenta de que Sabrae pasaría esa noche en brazos de otro. La misma rabia, el mismo fuego, los mismos celos que casi me habían consumido siendo apenas un bebé, ahora reclamaban toda mi esencia.
               -Lo siento mucho, Al.
               -Yo también me veo con otras chicas-dije para tranquilizarla, y ella negó con la cabeza. Sabía que no podía ocultarme de ella ni engañarla, pero de verdad que lo último que pretendía era que se sintiera mal-. Eh, ¿qué pasa? ¿Te han chafado la excusa y ahora te ves obligada a follar conmigo?-quise saber, haciéndole cosquillas en la cintura. Bey se echó a reír.
               -Ya te gustaría a ti, poder obligarme a mí a nada.
               -Dos copas más, y te tendré rendida a mis pies-le prometí en el oído, dándole un mordisco en el lóbulo de la oreja.
               No sé cuántas veces miré en dirección a Amoke y sus amigas, esperando que Sabrae apareciera en el mismo sofá que se habían sentado las chicas como por arte de magia. No sé el tiempo que pasé hasta que caí en que no podría apartarla de mi mente (no podría en toda mi vida), ni sé cuántas canciones bailé con la cabeza ausente hasta que, por fin, fui lo bastante sabio como para resignarme a ocultarla en un rincón al que me costara acceder.
               Y, justo en la segunda canción que podía disfrutar con Bey de nuevo, ella se inclinó hacia mí, apoyó la mano  en mi hombro y esperó a que yo inclinara la cabeza para facilitar que sus labios rozaran la piel de mi oreja.
               -Scommy han llegado-me confió en tono secreto, como si de una declaración entre amantes se tratara. The Weeknd cantaba en ese momento una de mis canciones preferidas, Call out my name, y había estado bien hasta entonces, deshaciéndome entre los brazos de Bey, dejando que sus rizos me hicieran cosquillas.
               I put you on top, I put you on top…
               Me giré en el momento en que veía los mechones dorados de Diana volar cuando la americana se apartó el pelo de la cara.
               I claimed you so proud…
               Scott le dio un suave empujoncito a Tommy, que se había detenido para agarrar a la rubia de la cintura y estaba a punto de darle un beso… pero no hubo manera, Scott había sido más rápido. El mayor de los dos se mordió el piercing, sabedor de que había ganado una batalla.
               …and openly…
               Scott se volvió un segundo para mirar hacia atrás, en busca de algo que también detuvo a Tommy.
               And when times were rough, when times were…
               Eleanor apareció por detrás de ellos, las mejillas ligeramente cálidas por los saludos de gente que no conocía, a los que no estaba acostumbrada.
               Y entonces…
               …rough…
               Entonces…
               I made sure…
               Eleanor se volvió también, esperando a la quinta persona que venía con ellos esa noche.
               … I held you close…
               Sabrae se materializó tras la hermana pequeña de Tommy, riéndose y asintiendo con la cabeza. Estaba bien.
               … to me.
               Lo que no sabía la mayor de las hermanas Malik era que había hecho que yo estuviera bien al verla.
               Y lo que yo no sabía era que Sabrae me encontraría al segundo de posar mis ojos sobre su cuerpo.
               So call out my name, cantó Abel Tesfaye mientras nuestros ojos se encontraban, contra todo pronóstico y a la velocidad de la luz, pero con sorprendente parsimonia.
               Fue como si el mundo se detuviera. La canción siguió avanzando, precisamente en el estribillo, y nadie se dio cuenta del contacto visual que establecimos Sabrae y yo. Sólo Bey. El mundo continuó girando, pero para nosotros dos, fue como si se parara en seco.
               Scott nos había contado una vez que la inercia de la Tierra haría que, si el planeta pegaba un frenazo en su rotación, saliéramos disparados en dirección a la atmósfera. Todo, absolutamente todo, lo que estuviera en la superficie del planeta, quedaría pulverizado en el instante en que éste dejara de girar sobre sí mismo, por una sencilla razón: chocaría contra la propia atmósfera que pretendía atravesar, mucho más rápido que el sonido, a la velocidad en la que la tierra bajo nuestros pies giraba. El aire nos mataría, el aire nos aplastaría, nos reduciría a la nada. Los edificios en los que estuviéramos se derrumbarían sobre nuestras cabezas con nosotros dentro, las paredes se convertirían en muros inexpugnables, y cada mueble se volvería un proyectil; cada ventana, una granada.
               Las consecuencias serían catastróficas. Todos nos habíamos quedado en silencio cuando Scott nos lo contó, asombrado de lo que podían hacer las fuerzas de la naturaleza y del delicadísimo equilibrio que requería la vida.
               Pero eso no fue nada, nada, comparado con lo que sentí en ese momento, perdiéndome en los ojos de Sabrae incluso en la distancia. La música, el alcohol, las luces, todo se difuminó y sólo pude escuchar los latidos de mi corazón, que se habían acelerado hasta alcanzar el ritmo del motor de un deportivo; el calor que me recorría por todo el cuerpo, como si me hubieran metido en un horno; mi aliento, saliendo ardiente de mi labios entreabiertos.
               No notaba nada de Bey. Había dejado de tocarme.
               I want you to stay.
               Sabrae tomó aire, superada por los acontecimientos tanto, o incluso más, que yo.
               I want you to stay, even though you don’t want me.
               Eleanor le cogió la mano, y yo creí que me moriría si Sabrae rompía el contacto que habíamos establecido, la silenciosa conexión que habíamos creado entre los dos.
               Girl, why can’t you wait?
               Eleanor tiró de ella levemente, y Sabrae le hizo un gesto con la mano, sin mirarla. Eleanor miró en mi dirección, pero no me encontró como me había encontrado Sabrae.
               Yo no era Scott.
               Sabrae no era Eleanor.
               Yo era yo.
               Y Sabrae, era Sabrae.
               Sólo podíamos encontrarnos el uno al otro, de la misma forma que Scott encontraba a Eleanor, igual que Tommy encontraba a Diana entre la multitud.
               Así debían ser las cosas.
               Pero que Eleanor no pudiera verme no significaba que yo no estuviera allí, y la sonrisa que rizó las comisuras de la boca de Sabrae bien habría valido mil reencarnaciones viviendo la vida de un esclavo.
               Sería esclavo de sus labios todo el tiempo que ella me dejara servirlos, adoraría su cuerpo tanto como ella me lo consintiera, con los rituales que a ella más la complacieran.
               Y entonces, cuando Sabrae parecía a punto de dar un paso hacia mí y sellar el hechizo con el que nos pediríamos perdón por aquella estúpida semana…
               Why can’t you wait, baby?
               Las amigas de Sabrae la vieron. Se levantaron con un alarido y fueron a su encuentro, pero Sabrae no las escuchó…
               Girl, why can’t you wait…
               … y dio un brinco al notar tres pares de manos que se aferraban a sus brazos.
               … till I fall out of love?
               Me pasé el verso solo, mirándola. Para mí, fue realmente como si el mundo se hubiera detenido.


Menuda semanita me habían dado las chicas. Ya desde el lunes había empezado mi lenta tortura, consistente en pullas y edulcorada con risitas que acompañaban bromas subidas de tono nada apropiadas para unas señoritas.
               Sólo Amoke sabía que me había acostado con Alec. Evidentemente, se lo había contado nada más levantarme después de aquel glorioso día en el que había sentido su fuerza dentro de mí, aquel agradable calor llenando mi cuerpo. Le había mandado un mensaje con un apurado “¿estás en casa? Tengo que contarte algo”, había desayunado a toda prisa y había trotado hacia casa de Amoke. Cuando llamé al timbre, estaba sin aliento, y mis mejillas se encendieron al recordar que hacía pocas horas también había estado sin aliento, pero de una forma muy diferente.
               Fue Amoke la que me había abierto la puerta hacía dos semanas. Me miró en silencio, con ceremonia, alzó las cejas y se hizo rápidamente a un lado. Trotamos escaleras arriba, con el sonido del portazo haciéndonos de banda sonora, y cerramos la puerta de su habitación con tanto ímpetu que la pared vibró.
               Me había sentado en la cama con una sonrisa tonta en los labios y la había mirado sin saber por dónde empezar.
               -¿Qué pasa, Saab? ¿Qué pasa? Me vas a matar de la anticipación.
               Y solté el bombazo, disparé a bocajarro:
               -Me he acostado con Alec.
               Amoke abrió muchísimo los ojos. Su cara se convirtió en una réplica viva de aquellos cuadros sobre los que Amy Adams había protagonizado una película.
               -¿CÓMO?
               Amoke se pegó tanto a mí que por un momento pensé que nos fusionaríamos.
               -Que follamos, Momo-celebré, cogiéndole las manos-, ¡follamos!
               -Pero, ¿tú no le odiabas?-quiso saber, recelosa, y yo me había echado a reír.
               -Sí, pero anoche fue tan… no sé, tan poco él. Uf-me mordí el labio y me recliné sobre mis codos, mirándola-. Lo mejor que he hecho en mi vida.
               -Ya me parecía a mí que tanto hacerte la DJ pensando en él, iba a terminar de esta forma-Amoke se tumbó sobre mí-. Venga, nena, ¡empieza a cantar! Cuéntame todo lo que hicisteis.
               -Qué no hicimos, Momo. Dios mío. Que me da hasta vergüenza.
               -Normal. Es que, ¡mira que hay que ser guarra!-nos echamos a reír-. Follarte al chico al que más odias de todo Londres…
               -¡Que no le odio, Momo, qué pesada eres, nena!-le di un empujón para quitármela de encima-. Y menos, ahora. Cómo podría odiarlo, con lo bien que lo hace…
               -¡Que me des detalles, Sabrae! ¡Me estoy cabreando contigo! ¡Tanto secretismo y tanta historia!
               Se lo había contado con pelos y señales, nada avergonzada de cómo había tomado las riendas de la situación. Amoke gimió, abrió la boca y jadeó mientras le relataba cómo Alec se había puesto de rodillas frente a mí. De sus labios se habían escapado diversos “joder”, “dios mío”, “madre mía”, “¿pero de dónde lo han sacado?” y “cómo te odio, Sabrae, dios mío, qué suerte tienes…”.
               No les había dicho nada a Taïssa y Kendra porque sabía cómo serían. No es que me avergonzara de lo que había hecho (para nada), pero me gustaba vivir tranquila.
               Eso se acabó, naturalmente, cuando el segundo lunes después de aquella primera vez, el que seguía al fin de semana Alec y yo habíamos vuelto a hacerlo en el sofá de aquella habitación y ya no podíamos echarle la culpa a la adrenalina de la pelea, el lunes siguiente a que yo me hiciera la dura y no le diera mi teléfono a Alec, él decidió que era un buen momento para comerme con los ojos en pleno partido de baloncesto.
               Nos habíamos sentado en el bordillo de la cancha, aprovechando un día seco y ligeramente cálido que amaneció lleno de posibilidades. Taïssa había estirado la falda de su uniforme en el hormigón de la cancha mientras Kendra, Amoke y yo nos manteníamos en el muro que la delimitaba, apenas 20 centímetros por encima de nuestra amiga, y estábamos tomando el sol y charlando de cosas insustanciales, mirando a los chicos hasta hartarnos, cuando Kendra se dio cuenta de que algo raro pasaba conmigo y con el hermano mayor de Mary.
               -Alec no deja de mirar hacia aquí.
               Sus cejas se alzaron con intención, pero Amoke salió a mi rescate veloz como el rayo.
               -No me extraña; seguro que le encanta el nuevo color de las trenzas de Taïssa.
               -Gracias, gracias-Taïssa hizo una leve reverencia como buenamente pudo, sentada sobre su falda, y se toqueteó las trenzas recién teñidas de un rosa chicle que le resaltaba el brillo de las mejillas.
               Miré en dirección a Alec, que en ese momento le robaba la pelota a uno de los chicos de su clase y corría con gran agilidad, incluso para alguien menudo como yo, sorteando cuerpos en dirección a la canasta.
               Cuando se vio acorralado, le tiró el balón a Tommy, que lanzó a canasta con un brinco y encestó en un triple perfecto. La pelota apenas rozó el aro.
               Los chicos de su equipo lanzaron alaridos al aire mientras Alec y Tommy chocaban los cinco y corrían de nuevo a por la pelota. El juego se desarrolló en la otra parte del campo, de manera que Alec y Tommy, que hacían la función de delanteros (nunca me había fijado en que en el baloncesto hubiera posiciones, pero parecía ser así) se quedaron más rezagados y tranquilos. Tommy le dijo algo a Alec, que se echó a reír, negó con la cabeza…
               … y se limpió el sudor de la cara con la parte baja de su camiseta, regalándole una preciosa vista de sus esculpidos abdominales a todo aquel que quisiera verlos.
               Algo dentro de mis muslos despertó y ronroneó, hambriento, al ver aquellos músculos más hinchados por el esfuerzo. Recordé cómo se sentía aquella parte de su cuerpo en mis dedos. Lo duros que estaban cuando los acariciabas. Lo bien definidos que estaban.
               El sensual roce de piel contra piel, músculo contra músculo, mientras entraba y salía de mi interior.
               Crucé las piernas y traté de pensar en otra cosa, segura de que, de haber estado sola, me habría acariciado pensando en aquella parte de su cuerpo.
               Por suerte, mis amigas estaban igual de salidas que yo. Al fin y al cabo, éramos adolescentes hormonadas. Nos podíamos permitir estar en celo. Era lo que se esperaba de nosotras, y se trataba del único papel con el que cumpliríamos gustosas.
               -Oh, señor-gimoteó Taïssa, abriendo la boca y haciendo que un hilo de baba peligrara con mancharle el uniforme.
               -Mmm. Sí-asintió Kendra, comiéndoselo con la mirada-. Eso que es un hombre.
               -Lo dice Ken, que tiene mucha experiencia con ellos-se burló Amoke, y Taïssa, Kendra y yo nos echamos a reír. Alec siguió jugando, lanzándome miraditas de vez en cuando, pero ninguna de las chicas hizo ningún comentario más allá de los gemidos que le seguían a cada toque de atención por parte de él.
               -Os lo juro-siseó Kendra después de ver cómo Alec tiraba un triple y sonreía, satisfecho, al ver que entraba. No con la limpieza de Tommy, vale, pero entraba. Y a su equipo le sirvió igual. Y a mí, pues también-, chicas. Este tío es un dios. No me importaría para nada abrirle las puertas a mi jardín de la delicias-nos guiñó un ojo y se cruzó de piernas-. Ya me entendéis.
               -Seguro que es gay-protestó Taïssa-, todos los guapos acaban siendo gays. Parece que el universo tiene un sentido del humor terrible. Con lo hermoso que es lo que tenemos entre las piernas-gimoteó, y yo me reí.
               -Sólo nosotras sabemos cómo hacerles disfrutar realmente-consintió Amoke, y yo chasqueé la lengua. Nos miramos un momento y sonreímos, pero las demás no se dieron cuenta de cómo recordábamos nuestro primer beso, lo bien que lo habíamos hecho precisamente porque éramos amigas, precisamente por ser chicas.
               -Oh, dios mío-bufó Kendra-, como sea gay, perderé la fe en la humanidad. Y mira que no me queda mucha.
               No pude evitarlo. Le miré mientras corría, esperando que le pasaran la pelota. Le recordé debajo de mí. Le recordé besándome. Le recordé devorándome. Y tomé el testigo de la conversación:
               -No es gay.
               Amoke rió entre dientes y agachó la cabeza al tiempo que Kendra y Taïssa se volvían hacia mí.
               -¿Y tú cómo lo sabes, Sabrae?
               No contesté. Me recliné hacia atrás, apoyada en los codos, como había hecho en casa de Amoke hacía una semana.
               Sonreí. Me pasé la lengua por los dientes, examinando al último chico con el que había disfrutado de mi cuerpo. Alcé una ceja y toqué con la punta de la lengua una de mis muelas.
               Kendra y Taïssa nunca habían presenciado algo tan magnífico e insultante a partes iguales.
               -Oh, ¡dios mío! ¡Serás puta!-me gritó Kendra, y varios grupos que nos rodeaban y se habían dedicado a sus cosas se giraron para mirarnos, alertados por el grito de Ken-. ¡Cuéntanos los detalles, so golfa!
               -¡El consejo ha decidido que tienes que hablar para salvar tu vida!-exigió Taïssa, señalándome con un dedo acusador. Me sacudí la falda, la estiré y decidí seguir metiéndome con ellas un poco más. Sabía que me lo iban a hacer pasar mal, así que, ¿por qué no disfrutar un poco antes?
               -Bueno, ¿qué queréis saber?
               Querían saberlo todo. Formaron una piña en torno a mí.
               -Todo-dijo Taïssa.
               -¿Cómo la tiene?-preguntó Kendra, que solía ir siempre directamente a lo que más le importaba. Amoke se echó a reír. Me había hecho la misma pregunta cuando empecé con mi relato.
               -¿Cómo crees?-la piqué.
               -Es alto-respondió, segura.
               -Y mira qué manos-añadió Amoke, echando fuego a las llamas.
               -Y qué pies. Venga, nena, confiesa. ¿Cómo es?
               -Es grande-decidí, mirándole. Alec me miró de reojo y alguien le robó el balón. Le pongo nervioso, me regodeé.
               -Dios mío. Madre mía. Jesús-Taïssa se pasó una mano por la cara.
               -Nena, aún no ha empezado. Si la conversación es demasiado para ti, te sugiero que te vayas, que yo no pienso dejar que se guarde nada-instó Kendra, y volvió sus ojos hacia mí-. Defíneme grande, Sabrae.
               -Tiene un pollón-contestó Amoke por mí, porque sabía que yo era demasiado orgullosa como para reconocer eso en voz alta con Alec tan cerca. Que me hubiera dejado temblando y fuera el objeto de mis deseos más oscuros no significaba que fuera a postrarme ante él y adorarlo.
               Por mucho que mi cuerpo deseara que nos fusionásemos en un solo ser.
               Kendra y Taïssa lanzaron un grito y se congregaron a mi alrededor para escuchar el relato de la noche, mucho más resumido, acelerado y parco en detalles.
               -Atento-enumeró Taïssa, sacando los dedos como si estuviera haciendo una cuenta muy complicada-, guapo, con buen cuerpo y buena lengua.
               -Y buena polla-aportó Amoke, y yo puse los ojos en blanco.
               -De buena, nada-protestó Kendra-, mirad qué cara acaba de poner Sabrae. A ver, ¡ponte de pie! Quiero ver si caminas como una vaquera.
               -¡Tú eres tonta!-me reí, empujándola.
               -Sí, sí-asintió Kendra-, la verdad es que sí. Tengo las tetas más grandes que tú, y sin embargo eres tú la que se tira a Alec. No he estado espabilada, lo reconozco. Me has pillado.
               -¿Podemos centrarnos, por favor?-suplicó Taïssa-. Todavía estoy intentando procesar todo esto.
               -Pues ya puedes darte prisa, tesoro, que se nos acaba el recreo-la animé, y Amoke rió.
               -Nena, que a ti se te dé bien procesar otras cosas-alzó las cejas-, no te da ningún derecho a meternos prisa a nosotras-le saqué la lengua y Kendra me hizo un corte de manga.
               -Ay. Es que lo tiene todo, de verdad-murmuró Taïssa.
               -Qué me vas a contar.
               -¿Le fundamos una religión?
               -¡Tú estás mal!-le di un empujón y Taïssa se echó a reír.
               -Yo lo veo. El Alecismo-anunció Kendra, acariciando el cielo con su mano como quien despliega una baraja de cartas en abanico frente a las nubes-. Se reza todos los días, de rodillas, frente a nuestro único y verdadero profeta: Alec Whitelaw. Nuestro libro sagrado es el Kamasutra, y los mandamientos son: primero; no llegarás virgen a fin de año; segundo, santificarás los polvos, ter…
               -Cállate, Ken-urgió Taïssa, observando cómo la pelota con la que jugaban los chicos pasaba botando a nuestro lado y continuaba en el césped.
               -Ya voy yo, T-anunció el nuevo profeta de la religión más joven del mundo. Alec trotó hacia nosotras, nos miró un segundo y saltó el pequeño muro.
               -Hola, Alec-balaron Amoke, Taïssa y Kendra, como fieles corderitos que adoran a su pastor, aunque éste sólo les traiga agua cada quince días.
               -Hola, chicas. No os había visto.
               -Nosotras a ti, sí-sentenció Amoke.
               -Como para no verte, grr-puntualizó Kendra, pero Taïssa, gracias a los cielos, le tapó la boca antes de que siguiera haciendo el ridículo.
               O eso creía yo. En realidad, lo que buscaba era ser el centro de atención.
               -Sabrae nos estaba hablando de lo bien que os lo pasasteis el sábado.
               Alec se detuvo en seco un segundo. A cualquiera que no le conociera, le habría pasado desapercibido.
               Pero a mí, no. Y eso que tampoco lo conocía muy bien.
               Aunque saber qué hace una persona cuando llega al orgasmo es algo muy parecido a conocerle.
               -¿De veras?-inquirió después de ese minúsculo parón del que sólo yo me percaté, en tono tremendamente casual. No quería admitir que disfrutaba imaginándome contándoles a mis amigas todo lo que habíamos hecho. Seguramente porque él no lo hubiera hablado con nadie-. No le hagáis caso, es todo mentira-recogió el balón y se colocó a nuestro lado. Les guiñó un ojo a mis amigas-. Es grande, pero no tanto-ellas corearon esa afirmación con unas risitas-. Así que hablando a mis espaldas, ¿eh, bombón? Todo malo, espero.
               -Las cosas que me hiciste-contesté, encogiéndome de hombros y restándole importancia al asunto.
               -Buena chica, promoviendo la verdad-me sonrió y me guiñó el ojo, y yo le devolví la sonrisa. Se marchó sin esperar a que yo dijera nada más. Seguro que sabía que no tenía nada que añadir.
               O que me estaba dando una embolia y no era capaz de juntar dos palabras seguidas en una frase con él tan sudado, tan guapo, tan bueno, tan cerca.
               Sentí las miradas cargadas de odio de Kendra y Taïssa sobre mí.
               -Sabrae-comentó Kendra en tono ceremonioso-: no te soporto, de verdad. Tienes a tu hermano en casa, y ahora también quieres meter a semejante macho.
               -Le hacía padre de gemelos hasta que nos salieran impares-sentenció Taïssa, que era la más tímida del grupo, pero cuando se lanzaba, no había quien la bajara de las nubes.
               -Qué calor hace de repente-Kendra se abanicó con la mano.
               -Guardad las garras, gatitas-Amoke les puso una mano en el hombro a cada una-, que este semental ya está emparejado-y me miró con intención. Aquella fue la señal para hacer de mi semana un recordatorio constante de lo que había sucedido con Alec.
               Y ahora, después de la tarde que había pasado con Scott, después de cenar con él y escaparnos de casa  (mamá y papá le habían encomendado a Scott que cuidara de Shasha y Duna), volvía de nuevo al terreno de juego. A las garras de mis amigas.
               Pero también, a las de Alec.
               Noté su presencia en la sala incluso cuando todavía no le había visto, pero lo hizo una parte tan pequeña de mi subconsciente que ni siquiera me di cuenta de que sabía que estaba ahí, hasta que sentí sus ojos sobre mí. Sonaba una canción de The Weeknd que no me importaría que estuviera de fondo mientras estaba con un chico. A poder ser, con él.
               Era la típica canción que te hacía fantasear con cómo te desnudabas bailándola, siempre frente a alguien que babearía a medida que las prendas iban abandonando lentamente tu cuerpo.
               Como si hiciera falta. En cuanto mis ojos se encontraron con los de él, sentí una lasciva caricia que recorría todo mi cuerpo como si me estuvieran metiendo en un traje muy, muy ajustado. Me sentí desnuda bajo esa mirada suya. Fue como si pudiera ver a través de mi ropa y tener una visión perfecta de las formas de mi cuerpo.
               Y me encantó. Me encantó porque sentí cómo se le secaba la boca como si fuera mi propia lengua la que nadara en un desierto. Un magnetismo fortísimo hizo que necesitara estar cerca de él. Atrás se había quedado esa semana de dudas, el miércoles esperando a que apareciera y la decepción de la noche cuando lo hizo; la preocupación del jueves, al ver que no sacaba más conversación de nuestros mensajes de Instagram, que había estado comprobando de una forma tan obsesiva que incluso me preocupó.
               Incluso mi seguridad de esa misma mañana, en la que decidí que saldría con las chicas y no me acercaría a él, ni dejaría que él se me acercara, siquiera que me pasara por la mente, se rompió en mil pedazos al encontrarme con sus ojos castaños. Me contemplaban como si fuera lo más precioso que había en la sala, y yo sentí, por un momento, que el universo se detenía, el mundo dejaba de girar, la sala enmudecía y todos los demás se desvanecían, salvo nosotros dos.
               Fue por eso por lo que quise ir hacia él.
               Pero las chicas me alcanzaron antes.
               Emocionadas y alborotando, dieron conmigo antes de que yo pudiera sucumbir al hechizo de Alec y sellar nuestra magia haciendo que nuestros cuerpos se tocaran. Estaba segura de que, si mis dedos hubieran rozado su piel, todo estallaría en mil pedazos, como la muerte de una supernova.
               Suerte que Kendra, Taïssa y Amoke estaban allí para proteger todo el universo y su estabilidad.
               Girl, why can’t you wait till I fall out of love?
               Di un respingo y rompí el contacto visual con aquellas inesperadas manos agarrándome, y observé las caras sin comprender qué sucedía frente a mí. No tenían los ojos de un suave marrón tierra que, como descubriría más tarde, cambiaba como el cielo a medida que se desplazaba el sol.
               No tenían el pelo castaño y ensortijado, en una pequeña melena en la que me encantaba hundir los dedos mientras sentía su calor dentro de mí.
               No me sacaban dos cabezas.
               No me sacaban tres años.
               Y no eran blancas.
               -¡Ya pensábamos que no venías!-gritó Amoke, abrazándome y brincando a mi lado.
               -¡Hemos pedido chupitos!-anunció Taïssa, tirando de mí.
               Miré en dirección a Alec, pero él había dejado de mirarme de aquella forma. Volvía a sentirme vestida, con un montón de estímulos luchando por superarlo. Y estábamos lejos. Rodeados de gente.
               Fuera lo que fuera aquello que habíamos estado a punto de compartir, se había desvanecido en el aire y no podríamos recuperarlo.
               Me volví y sonreí a las chicas, tratando de escapar de aquella sensación tan confusa que se había instaurado en mi pecho.
               Nos sentamos en un sofá, al lado de las amigas de Eleanor, que la recibieron con igual o incluso más ceremonia. Sentí los ojos de Mary posarse sobre mí, estudiarme a través de sus lentillas, las que hacían el papel de las gafas redondas sin apenas montura (como las de Harry Potter, solo que mucho mayores) los fines de semana en que la chica salía de fiesta. Las comisuras de sus labios se alzaron en una sonrisa contemplativa tan efímera como la primavera de Islandia. Enseguida sus amigas reclamaron su atención, igual que hicieron las mías.
               Bebimos un poco, jugamos, cantamos y vibramos en el asiento hasta que una de las amigas de Eleanor nos dijo que saliéramos a bailar sin problema, que nos cuidarían el sofá, y no permitirían que nos lo robaran. Dejamos nuestros bolsos con ellas (a pesar de que no las conocíamos, sentíamos que podíamos confiar) y salimos a bailar, hechas un rombo cuya punta más avanzada era Kendra, y cuya punta de retaguardia era yo.
               Amoke se volvió y me apretó la mano mientras Kendra y Taïssa se hacían con un hueco entre la gente. Me miró a los ojos con cierta preocupación.
               -¿Estás bien, Saab?
               Asentí con la cabeza, pero mi respuesta sólo hizo que sus cejas se alzaran un poquito más.
               -¿Seguro?
               -Alec… está aquí.
               Amoke malinterpretó mi preocupación.
               -No tienes que hacer nada con él que no te apetezca. Y menos después de cómo se comportó el miércoles. Es un capullo.
               -No es por eso-aseguré, negando con la cabeza y abrazándome el torso-, es que…
               Pero mi explicación murió en mis labios, ahogado por los gritos extasiados de Taïssa al reconocer los primeros acordes de una canción. Kendra se abalanzó sobre mí y me agarró de las manos para colocarme en el centro de un triángulo de oración pagano, cuyo cántico principal ni siquiera estaba en el idioma en que nos comunicábamos.
               A MÍ ME GUSTA!-gritó Kendra, dando saltos, siguiendo las palabras de Becky G, que atronaban por los altavoces. Me recorrió un escalofrío. Seguro que Alec me estaba mirando.
               Bien, ¿quería guerra? Si no había ido el miércoles a darle el regalo a Duna, y de paso verme a mí, estaba más que dispuesta a hacer que lo pasara igual de mal que lo había pasado yo.
               QUE ME TRATEN COMO DAMA!-grité con mis amigas.
               -¡AUNQUE A VECES SE ME OLVIDE CUANDO ESTAMOS EN LA CAMA!
               Levanté las manos al aire y me dejé llevar. No existía el miércoles, ni el jueves, ni hoy por la mañana, ni el domingo. No existía nada más que yo y la canción, la música bombeando sangre por mis venas, sustituyendo a mi corazón.
               -¡A MÍ ME GUSTA, QUE ME DIGAN POESÍA, AL OÍDO POR LA NOCHE CUANDO HACEMOS GROSERÍAS!-me froté contra Amoke y ella se echó a reír y respondió a mis movimientos, agitamos las caderas mientras todo el mundo se volvía loco.
               Y luego, cuando llegó el estribillo, mis amigas me recordaron por qué eran las mayores perras con las que me había encontrado, y por qué las quería tanto. Fijo que se lo traían preparado de casa.
               -¡A SABRAE LE GUSTAN MAYORES!-bramaron mientras todo el mundo decía la letra bien-. ¡DE ESOS QUE LLAMAN SEÑORES! ¡DE LOS QUE TE ABREN LA PUERTA, Y TE MANDAN FLORES! ¡A SABRAE LE GUSTAN MÁS GRANDES, QUE NO LE QUEPAN EN LA BOCA!
               -¡LOS BESOS QUE QUIERAN DARME!-grité yo más fuerte que ellas. Tanto, que me dolió la garganta.
               -¡Y ME VUELVAN LOCA!-contestaron ellas, agitando las manos.
               -¡LO-O-OCA!
               Dimos brincos, cantamos, nos reímos y bailamos hasta que se terminó la canción. Me había olvidado de Alec en el segundo estribillo, a pesar de que las chicas habían convertido la canción para adaptarla a mí y a mis gustos. Pero me daba igual. Qué ganas tenía de pasármelo bien…
               Bailamos más canciones, cantamos las que nos sabíamos y nos balanceamos con el ritmo que intuimos en las demás. Agotadas, nos volvimos a nuestro sofá, que había sido guardado por Mary y Eleanor. Las dos nos sonrieron y se volvieron a su asiento mientras nos dejábamos caer en él y pedíamos más alcohol.
               Volví a recordarle mientras escuchaba la música que reverberaba en los altavoces.
               Seguí mi instinto y lo encontré entre la multitud. Bailaba con Bey, muy pegado a ella, mirándola a los ojos y sujetándola de la cintura de una forma que me ardió en la boca del estómago. Quise arrancarle las manos de su cuerpo y preguntarle qué demonios hacía, por qué no las tenía donde deberían estar: sobre mí.
               No sé si ella me vio o si él sintió mi hostilidad manando hacia ellos dos. Dudo bastante que fuera lo primero; estoy casi convencida de que notó mis ojos en su espalda de la misma forma en que yo había sabido encontrar los suyos cuando entré, apenas había terminado de descender aquella cuesta en espiral que llevaba al foso en el que estaba la pista de baile.
               Alec se giró hacia mí mientras la canción moría. Sonaron los últimos acordes cuando yo me levanté, y las chicas se quedaron en un silencio sepulcral, expectante.
               Cualquiera que hubiera sabido hacia dónde mirar, habría visto la sonrisa satisfecha de Mimi Whitelaw al seguir la dirección de mi mirada y toparse con la cara de su hermano.
               Claro que cualquiera que hubiera sabido dónde mirar, no la habría visto cruzarse de piernas y reclinarse con su copa, dándole un sorbo como una verdadera emperatriz en su trono.
               Estaría demasiado ocupado disfrutando de la escalada de tensión que había entre Alec y yo.
               Pronto, sus manos volverían a donde deberían estar:
               Por todo mi cuerpo.


Supe que me miraba incluso dándole la espalda. Sus ojos quemaban sobre mí y cada segundo en que me resistí a mirarla fue una tortura.
               Fue una sensación rara. Como cuando alguien dice tu nombre en una sala abarrotada de gente que está hablando a gritos. Tú lo oyes. No sabes por qué, pero lo oyes.
               Alec.
               La única diferencia era que los ojos de Sabrae eran un clarísimo ALEC pronunciado en la megafonía de una iglesia.
               Cuando me giré y la vi, de nuevo de pie entre la gente, necesité tanto estar con ella que me dio igual todo lo demás. Yo era un jaguar que se moría de hambre; ella, mi presa desvalida, ofrecida en sacrificio para sanar la intranquilidad de mi espíritu.
               Parpadeó terriblemente despacio, y algo en mi interior despertó. Noté una muy familiar presión en mis pantalones, la advertencia de la tormenta que se avecinaba.
               Bey no se merecía esto.
               A pesar de que Bey se no merecía esto, yo lo hice de todos modos.
               Sabrae apartó la vista y se perdió en la multitud, en un claro mensaje de ocúpate de tus asuntos. Sabía que la encontraría.
               La encontraría aunque fuera una aguja en un pajar.
               La encontraría como nadie la había encontrado nunca. Ni siquiera Scott.
               -Voy a por Sabrae-informé, soltando su cintura. Bey se mordió el labio; la había visto como a un fantasma amenazador al pie de las escaleras de una mansión abandonada.
               -Tiene 14 años-dijo, y yo fruncí el ceño.
               -¿Y qué? Yo la perdí con 13 años. Scott, a su edad. Ella ya no era virgen cuando…
               -Seguís yendo demasiado rápido-contestó Bey, en un tono preocupado que me molestó. Nunca se había metido en mis juegos con el resto de chicas, ¿por qué tenía que hacerlo ahora? No le haría daño a Sabrae. Sería lo último que se me pasaría por la cabeza. Era la hermana de uno de mis mejores amigos.
               Si ella sufría, Scott sufría.
               Si Scott sufría, yo sufría con él.
               Si Sabrae sufre, yo sufro con ella.
               Sufriré por los tres: por ella, por él, y por mí.
               -Deja que sea ella la que marque su propio ritmo.
               -No va a poder frenaros-Bey negó con la cabeza-, el problema es que tampoco quiere. Os daréis la hostia-dijo, y yo me solté de ella. Di un paso atrás-, y me tocará a mí recoger tus pedacitos.
               -No será necesario, pava-espeté, con una nueva rabia en mi boca-. Puedo recogerme yo solito-me giré para perderme entre la gente y buscar a Sabrae, pero Bey me cogió de la mano y me lo impidió.
               -Recogerte no me importa, Alec. Lo que no quiero es que te rompas-confesó, y se podía escuchar el nudo en su garganta-. Eso es lo que no puedo soportar.
               -No voy a romperme, reina B-le aseguré.
               -Estás subiendo demasiado alto-murmuró ella.
               -No me dan miedo las alturas-le cogí la cara y le acaricié las mejillas con los pulgares.
               -Ése es, precisamente, el problema.
               -Soy un osito polar de peluche-dije, y ella se echó a reír, un poco triste-. A los ositos polares tristes no nos afectan las alturas.
               Bey sonrió con tristeza, asintió con la cabeza y me acarició los hombros.
               -Ve, anda-susurró-. Consigue que se olvide de ese tal Hugo.
               Le guiñé un ojo, le apreté los dedos y me perdí entre la gente.
               No la busqué.
               Sin embargo, la encontré. Estaba apoyada en la pared, en un hueco entre la rampa para subir al nivel de la calle y salir al exterior, y aquella puerta que conocíamos tan bien.
              

Se me aceleró el pulso de una forma muy extraña que nada tenía que ver con la canción que comenzó a sonar. Do I Wanna Know, de Arctic Monkeys, rasgó el ambiente y reverberó por todo mi pecho.
               Se acercaba.
               Le vi sortear a la gente, derecho hacia mí a pesar de que no parecía haberme visto todavía. Tal y como si se guiara por un sedal del que yo estaba tirando.
               Sus ojos se encontraron con los míos y salvó la distancia que nos separaba con los movimientos de un verdadero depredador.
               La música, su cuerpo, el alcohol, su camisa, las luces, la intensidad de su mirada y todo lo que Alec desprendía se mezclaron dentro de mí. Sentí una familiar tirantez en mi vientre, calor entre mis muslos y en mis mejillas. Me hice plenamente consciente de cada milímetro de ropa que me rozaba la piel. Hasta de mi ropa interior, de cómo me realzaba el pecho el sujetador, de lo cómodas que eran aquellas bragas…
               … y cómo él estaba consiguiendo que se humedecieran ligeramente.
               Sabía a qué había venido.
               Mi cuerpo estaba intentando hacer que lo olvidara.
               Incliné ligeramente la cabeza y le observé llegar, mientras la música tronaba en los altavoces y yo reprimía las ganas de saltar sobre él y arrancarle la ropa, reclamarlo como mío para que todas las chicas de aquel local no se atrevieran a acercarse a él.
               -Te estuve esperando el otro día-dije cuando llegó. Dejé que me estudiara: cruzada de brazos, las piernas también cruzadas, la espalda apoyada en la pared y una cadera más alta que la otra; la mandíbula alzada en un gesto altivo y mis ojos desafiantes.
               Y mis curvas. Sobre todo, mis curvas, por favor.
               -Estaba…-esperó, eligió la palabra con suma cautela. A veces, las palabras pueden ser armas, y a veces, empuñarlas requiere una precisión milimétrica-liado-dijo por fin-, y al final no pude ir.
               -Eso es evidente-contesté, recolocando mis brazos. Alec sonrió, divertido.
               -Espero que no desesperaras mucho.
               Casi me maquillo por ti, gilipollas, pensé con rabia. No sé qué hago aquí, hablando contigo, cuando claramente debería estar partiéndote la cara.
               O follándote tan fuerte que ninguno de los dos pueda caminar.
               -La peor parte se la llevó Duna. ¿Sabes el disgusto que le causaste?
               Alec tragó saliva. Ojalá no me hubiera fijado en cómo la nuez de su garganta subía y bajaba. Me relamí los labios, y creo que él se dio cuenta de cómo mi respiración se había acelerado y hecho más superficial.
               -Lo siento por ella. Pero no puedes pretender que cambie todos mis planes por una niña que no tiene nada conmigo.
               -¿Nada contigo? Le hiciste una promesa, Alec. En mi casa, las promesas se cumplen.
               -Y eso tengo pensado. Se lo compensaré, créeme. Tengo maneras. El problema es, ¿cómo te lo compenso a ti?-preguntó, amenazante, inclinándose hacia mí. Apretó la mandíbula.
               No hagas eso.
               O, si vas a hacerlo, por lo menos que sea antes de bajarme las bragas y tomarme con fuerza.
               -¿Hay otra?-solté sin poder reprimirme, y Alec sonrió. Me mostró los dientes y, muy a mi pesar, me apeteció lamérselos.
               -Otras-consintió, y yo quise abofetearle, aunque no sabía por qué-. Pero no es que sea el único aquí, ¿verdad?
               ¿Qué?
               -¿A qué te refieres?-quise saber, completamente perdida. Sólo respondió con una palabra.
               -Hugo.
               Fruncí el ceño y me erguí cuan alta era. Lo cual no era mucho a su lado, pero… aun así, no iba a concederle ni un centímetro más de ventaja sobre mí.
               -¿Estás celoso de él?-pregunté, y los rasgos de Alec se endurecieron.
               Es gracioso que, hasta hace 15 días, no soportara mirarlo a la cara. Y ahora, lo único que no soportaba era no mirarlo. Le conocía como la palma de mi mano, su rostro era para mí la fotografía colgada en la sala de estar de cualquier casa. Podrías pintarla con los ojos cerrados y una mano atada tras la espalda, y cada cambio que hubiera en ella, por ligerísimo que fuera, lo notarías.
               Cualquiera que le estuviera mirando habría jurado que Alec no se inmutó. Pero yo no era cualquiera.
               -¿Por qué no estás con él ahora?-quiso saber, molesto, y debería haberle parado los pies.
               Justo.
               Ahí.
               Pero no podía.
               Porque, por mucho que mamá se hubiera encargado de inculcarme que los celos eran tóxicos, la sociedad me había enseñado a enorgullecerme de los celos que despertara en otras personas. Eso era que me querían.
               Eso era que les importaba.
               Si Alec se ponía celoso de los chicos con los que yo andaba, significaba que yo le importaba.
               Sabrae, exigió mi mente, y yo tomé aire.
               -No es que tenga que darte explicaciones, Alec-hice un énfasis en su nombre cuyo motivo ni yo misma comprendí-, tú y yo no somos nada.
               -Es simple curiosidad-se encogió de hombros y puso una mano en la pared, a mi lado. Me la quedé mirando. ¿Está intentando acorralarme?
               Lo lleva claro.
               Soy una gata. Soy una leona. Soy un puto dragón. Me lo comeré entero como intente hacerme algo.
               Le destruiría.
               ¿Podría?
               -Ese tono amenazante-contesté, agarrándole la muñeca y soltándole la mano a su costado- no parecía curiosidad. No me gustan los chicos celosos, Alec.
               -Suerte que yo no sea un chico-contestó, volviendo a colocar la mano en su sitio. Miré su cara y, gracias a dios, quise cruzársela de un bofetón. Quién coño se cree que es.
               Desgraciadamente, también me apeteció sentarme sobre ella.
               Pero, oye, querer pegarle ya era un comienzo.
               -Casi-puntualicé. Me convencí de que no era un hombre. No legalmente, al menos.
               En lo demás… bueno.
               Alec se pegó a mí, sus caderas chocaron contra las mías. No me sentí nada incómoda con su contacto; incluso deseé más.
               -¿Esto es un casi?-preguntó, inclinando la cara hacia mi oído y añadiendo-: porque estás bastante convencida de que soy todo un hombre cuando te estoy follando-contestó en mi oreja, y ojalá me hubiera cabreado su insolencia.
               Pero olía tan bien, era tan guapo, era tan alto, estaba tan bueno y tan duro contra mi pelvis que no podía hacer más que una cosa.
               Y me estaba poniendo cachondísima.
               -¿Eso me convierte a mí en una mujer?
               Agradecí ser una Malik. Sólo una Malik puede contestar de esa manera, con tantísima indiferencia, cuando lo único que me apetecía era bajarle la cremallera de los vaqueros y hacer que jamás se olvidara de mí.
               Alec se separó un poco de mí, lo suficiente para mirarme de una forma en que me sentí totalmente desnuda, pero fue diferente a antes. Antes había sido con adoración. Ahora, Alec me recorrió con lascivia. Me estremecí, sintiendo un torrente de energía que ascendía desde mi sexo hasta mi cerebro. Suplicaba clemencia, que dejara de hacerme la dura y lo llevara a la habitación en la que tantas veces había sido suya.
               Di que sí. Di que sí, y cógeme de la cintura, y llévame dentro y conviérteme en tu mujer.
               -En proceso-concedió, y eso no era un no, con lo que quise dar brincos. Pero tampoco era un sí, con lo que quise pegarle-. Hay mucho potencial en ese cuerpo-jugó con mi pelo, y yo le dejé hacer.
               Porque no le has visto la cara cuando está ligando. Créeme, si se la vieras, tú también dejarías que te hiciera lo que le diera la gana.
               -No parece que esté en proceso-contesté, sonriendo-, cuando te estoy follando.
               Alec sonrió, divertido.
               -¿Le has dejado plantado para venir a zorrearme?-quiso saber, y yo tomé aire y negué con la cabeza. Miré los focos un segundo, intentando aclarar mis ideas. Notaba su sonrisa a centímetros de mi boca.
               -Yo no zorreo-dije por fin-. Ninguna chica lo hace, rey. De todas formas-volví a erguirme-, y no es que te importe… no. Estuve con él de tarde, y luego volví a casa.
               -Pobrecito, seguro que se esperaba más-se burló, y empezó a picarme la palma de la mano. Que se metiera conmigo todo lo que quisiera, pero a Hugo no lo iba a meter en la conversación.
               -Lo dudo mucho; principalmente, porque sabe cómo soy-me puse de puntillas y me acerqué a su oído-. Hasta desnuda-jadeé en su oreja-. Incluso en la cama-le acaricié la nuca, aquello que tan loco le volvía-. ¿Lo sabes tú?
               Nos separamos y me deleité en lo negros que tenía los ojos, todo pupila. Había un hambre en su mirada que no parecía tener límites.
               -Es un tipo afortunado.
               -Perdí la virginidad con él-revelé, satisfecha. Alec respiró con fuerza, molesto.
               Me encantó que no soportara la idea de que yo estuviera con otros. Me lo imaginé imaginándome en los brazos de otros, desnudándome, entregándome, gimiendo sus nombres… y Alec, loco de celos.
               Y yo, loca de hambre de él y de su rabia.
               Esto no puede ser bueno.
               -Calma, tigre-le pellizqué la mandíbula-. Él es un chico. ¿No eras tú un hombre?
               -¿Has estado…?-empezó, y yo sabía a qué puerto quería dirigirse. Y no se lo iba a consentir. Por muy cerca que estuviera, seguían funcionándome dos neuronas que, gracias a dios, se habían coordinado entre ellas.
               -No te importa, Alec.
               Nos miramos un momento, retándonos con la mirada. Una ligera pizca de dolor hizo que yo supiera todo lo que necesitaba saber: que no quería hacerle daño.
               No iba a pasarlo mal por mi culpa.
               -Pero él y yo somos amigos. Sólo amigos-aclaré, y él ni se molestó en disimular una sonrisa. Capullo…-Somos demasiado… diferentes-decidí, y levanté los ojos para encontrarme con los suyos. Sus manos reposaron en mi cintura, y mis dedos recorrieron sus brazos, desde sus muñecas hasta sus hombros-. A mí me gusta que no dejen de tocarme.
               -Te debe estar encantando-contestó él, colocando mi espalda contra la pared y pegándose más contra mí, pero de una forma en que no me sentí nada agobiada-que yo esté aquí, entonces.
               Sonreí, mi boca tan cerca de la suya que podía saborear su aliento, incluso respirarlo.
               -Esa es una de las cosas-contesté-, que hace que a veces me apetezcas.
               -¿Ah, sí?-tonteó, y se apoyó más contra mí, de forma que notara la deliciosa presión de su paquete contra mi sexo-. ¿Te apetezco ahora?-jugó con mi cara, cambió de ángulo para besar mis labios mil veces, en los mismos movimientos que hacen las serpientes, pero nunca posó su boca sobre la mía-. Porque a tú, a mí, no puedes apetecerme más.
               -Todo ha sido premeditado-confesé, recordando cómo le había tocado los huevos a Scott, diciendo que me había vestido para impresionar a Alec.
               Como si fuera mentira.
               -¿De veras? Ya me parecía que estabas más guapa que de costumbre. Para mí que es la ropa-ronroneó cual gatito, acariciándome el hombro y jugando con el tirante de mi camiseta, precisamente como ya había hecho en otras ocasiones. Alec tenía algo por los tirantes de las camisetas, y yo tenía algo por él haciendo eso.
               -¿Te suenan los shorts?-pregunté, empujándolo un poco y girándome para mostrarle mi cadera, la curva de mi culo enguantada en aquellos shorts de cuero que había llevado puestos hacía dos semanas, cuando tuvimos la pelea. Alec se relamió.
               -¿Cómo olvidarlos? Si hasta sueño con ellos. Te sienta muy bien esa ropa, ¿no?-me guiñó un ojo y se acercó a mi boca, pero si su plan era besarme, no resultó.
               -Lo que mejor me sienta es estar desnuda-contesté, y él jadeó una sonrisa-; deberías verme.
               -Me gustaría-contestó, acercándose más a mí-, créeme.
               Su boca se posó en la mía y me dio un calambrazo. Cerré los ojos y disfruté de la calidez de aquellos labios, lo atrevido de esa lengua traviesa que estaba hecha para hacer el mal. Capturé su labio inferior con mis dientes y jadeé, perdiendo el norte por un momento, cuando su dureza presionó contra mi sexo. Se estaba inclinando de modo y manera que consiguiera hacerme perder el control sin necesidad de quitarse nada de ropa.
               -Lástima-contesté en sus labios, jadeando, dejando que sus manos recorrieran mi cuerpo y se detuvieran un momento en mis pechos. Pensándolo bien, así estaría mejor. Así se lo pensaría dos veces antes de dejarme plantada-; hoy he venido a pasármelo bien con mis amigas.
               Alec se quedó quieto, se separó un poco de mí y me miró, la confusión enmarañada en sus iris del color del chocolate.
               -¿Qué?
               -Disfruta de tu noche-contesté, escurriéndome por debajo de uno de sus brazos y echando a andar en dirección a mis amigas. Me agité la melena y sacudí las caderas.
               -¿Sabrae?-llamó; no le hacía ni puta gracia lo que estaba haciendo. A mí, en cambio, me parecía divertidísimo-¡Sabrae!-reclamó, y yo me eché a reír. Sin dejar de caminar, le miré por encima del hombro y le guiñé un ojo, tocándome con la lengua la comisura derecha del labio superior.
               Y seguí sorteando a la gente, asegurándome de que él no apartaría la vista de mi culo a base de agitar las caderas.


Qué hija de puta.
               Qué.
               Hija.
               De.
               Puta.
               La miré mientras se me escurría entre los dedos como el humo de un cigarro, meneando el culo de una forma que me enloqueció. No sé cómo me las apañé para no ir detrás de ella.
               Estaba demasiado aturdido, atontado, y sobre todo, cachondo como para pensar en otra cosa que no fueran sus curvas en mis dedos, su boca en la mía y su pelvis contra la mía. La tenía, la tenía contra mi dureza, la notaba dispuesta y ansiosa de mí.
               La tenía y dejé que se me escapara.
               Alec Whitelaw, el cazador cazado, rememoré a Jordan en mi cabeza.
               ¿Qué me estaba haciendo esta maldita niña? Nunca, jamás, se me había escapado una chica. No sólo cuando las tenía contra la pared, tan abiertas de piernas como había llegado a estarlo Sabrae, anhelando el momento en que me introdujera en su interior e imaginándose la sensación.
               Incluso cuando yo posaba la mirada en ellas y ellas la posaban en mí, y había una mera rendija de aceptación en su desconfianza por la que yo me pudiera colar, las tenía en mis redes.
               Me sentía como un pescador experto al que se le escapa un ejemplar de tiburón justo cuando está llegando a puerto.
               Y menudo ejemplar.
               Sabrae me miró por encima del hombro, me guiñó el ojo y se relamió los labios. Me llevé las manos a los míos y, con los dedos, extendí lo poco que había conseguido robarle de su pintalabios por mi boca. Mis dedos sabían a ella, la habían tocado, se sentían como ella.
               No sabía cómo iba a superar esa noche. Me apoyé en la pared y miré en todas direcciones, ¿me habría visto alguien?
               Nadie parecía haber reparado en mi presencia, con lo épico que tendría que haber sido verme caer en una trampa tan simple. Me llevé una mano al pelo y me lo aparté de la cara un momento, aclarando mis ideas.
               Vi cómo Sabrae se sentaba, se apartaba los rizos de la cara, y me miraba con una sonrisa de suficiencia.
               Ojalá tuviera esa sonrisa alrededor de mi polla; así, por lo menos, nos lo pasábamos bien los dos.
               Me imaginé acercándome a ella, agarrándola de la mano, tirando de ella y pegándola a mi pecho. Besándola y besándola hasta que no pudiéramos más, nuestros alientos se mezclaran y nuestros cuerpos se entrelazaran de forma que fuera imposible distinguir dónde empezaba Alec, y dónde terminaba Sabrae.
               Me imaginé acercándome, diciendo que no habíamos terminado nuestra conversación, acompañándola a nuestra pequeña habitación, cerrando la puerta tras de ella y bajándole las bragas para beber de su dulce néctar. Me la imaginé dispuesta y preparada para mí, ansiosa por tenerme.
               Me la imaginé volviendo conmigo, diciéndome que era una broma, que quería ver mi reacción, llevándome a la habitación y yo, confundido, siguiéndola. Cerraría la puerta tras de ella y me giraría.
               Y en ese momento, ella se pondría de rodillas, me bajaría la cremallera de los vaqueros y se apartaría el pelo, se acercaría tanto a mí que notaría su aliento ardiendo en la parte de mi cuerpo que más la añoraba… separando los labios, metiendo la mano en mis bóxers y sonriendo con satisfacción y hambre cuando…
               Mira, hermano, o vas al baño y te la sacudes, o dejas de pensar en estas cosas. Pero no pueden ser ambas.
               Volví a suspirar y a pasarme una mano por el pelo. Me aclaré las ideas, podría estar bien esa noche. No era la primera vez que alguien me pillaba con las manos en la masa y tenía que salir cagando leches. Aquello no era diferente, salvo por la cantidad de ropa que me cubría; mucha más de la que acostumbraba.
               Asentí con la cabeza, con Sabrae todavía mirándome. Alzó una ceja y la comisura de ese mismo lado de su preciosa cara cuando yo levanté las manos con las palmas vueltas hacia ella en señal de rendición. Le hice una pequeña reverencia y ella se echó a reír.
               Estaba bien.
               Hasta que la muy hija de puta me tiró un beso.
               No sé de qué me sorprendía. Era genético. Bueno, no genético, pero lo tenían todos en esa familia.
               Scott era igual de cabrón que Sabrae. Yo debería esperármelo.
               Aunque con Sabrae me gustaba más esta faceta que con él.
               Resignado, miré en dirección a los baños y me dije que tampoco pasaba nada por aliviarse allí. Al fin y al cabo, mucha gente lo hacía en los baños de aquella discoteca, y Jordan no decía ni mu. Le venía bien que la gente se desfogara; consumían más.
               Nadie notaría que yo estaba solo.
               Estaba a punto de  echar a andar en aquella dirección cuando sucedió algo curiosísimo. Scott surgió de entre la gente y se fue derecho a la mesa donde estaban las amigas de Sabrae. Le dijo algo a su hermana y ella frunció el ceño y le contestó. Parecieron discutir por un momento, y yo tuve el estúpido impulso de ir hacia ellos cuando Scott agarró a Sabrae de la muñeca y tiró de ella de un modo muy rudo.
               ¿Qué vas a hacer? Es su hermano, y tú no eres nada suyo.
               Esperé en la sombra, vigilando cada movimiento de mi amigo y de mi ¿chica?, y abrí la boca al ver que se dirigían al escenario.
               Eleanor les siguió, y se quedó a los pies mientras Tommy y Scott interpretaban una versión mejorada de On top of the world con la que todo el mundo se puso a brincar y a cantar. Bey y Tam acompañaban a mis amigos bailando, y cuando acabó la canción, se quedaron en el escenario apartadas en un segundo plano.
               -Vale, gente-anunció Tommy cuando su público dejó de chillar-, tenemos a alguien muy especial a quien queremos que conozcáis-Scott había levantado las manos, pidiendo silencio-. Ya conocéis a mi hermana, ya sabéis, la reina de los karaokes que le pateó el culo a este cabrón-comentó, cogiendo a Scott del cuello-la semana pasada.
               Scott se echó a reír, se zafó de su abrazo y sacudió la cabeza.
               -Lo que no sabéis es que Scott también tiene una hermana que se defiende bastante bien. O sea, no tan bien como Eleanor, porque, ya sabes… Tomlinson sólo hay cuatro-Tommy se encogió de hombros y sonrió al escuchar las risas-, pero ya me entendéis. La tenía escondida porque tiene miedo que dejéis de quererle.
               -Como si pudieran hacerlo-se burló Scott, y las chicas que había en la sala se rieron. Cuántas no soñarían con echarle el guante al increíble Scott “Suspiro-Ay-Qué-Guapo-Es-Y-Ese-Piercing-Madre-Mía” Malik. Me mordí el labio, aguantándome la risa.
               Eleanor subió de un brinco al escenario entre aplausos y vítores, agarrada de Sabrae, que suspiró con resignación y se mantuvo bastante incómoda mientras la presentaban y elegían la canción.
               Pero, cuando la música comenzó a sonar, sufrió una increíble transformación, y yo supe que me había equivocado con ella.
               No era una mujer en potencia.
               Ni siquiera era una mujer.
               Era una diosa, que se movía con la confianza de una veterana de la industria de la música, como si I’m Out, de Ciara y Nicki Minaj, estuviera escrita y cantada originalmente por ella. Cantó, bailó, se contoneó, e incluso robó una gorra de entre el público con una placa dorada de Batman.
               Sabrae, también, podía ser una justiciera de la noche.
               Cuando terminó la canción, ella rapeando y Eleanor pegada a su espalda, un impulso primitivo y mil veces más poderoso se adueñó de mí.
               Fui en busca de mi hermana, a la que  encontré jaleando a las dos chicas, aplaudiendo como loca y el pelo alborotado.
               No necesité que Sabrae siguiera en el escenario, como siguió, ni cantara canciones  de su padre, como cantó, ni me mirara a los ojos mientras hablaba de follar y pelearse, como hizo.
               Me tuvo mucho, muchísimo antes.
               -¿Recuerdas la conversación que tuvimos el martes?-le pregunté a Mimi, y ella frunció el ceño, y asintió-. Bueno, pues olvida lo que te dije. Quiero que le preguntes a Eleanor.
               Mimi sonrió, satisfecha. Dio un sorbo de su copa.
               -¿Pregunto si Sabrae está interesada en alguien en particular?
               Solté una risa entre dientes.
               -Pregunta por mí.



Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! 

5 comentarios:

  1. QUE ME MATO!!!!! JODER HASTA YO HE SENTIDO LA TENSIÓN SEXUAL ENTRE ESOS DOS Y ME ESTÁN DANDO LAS 30 EMBOLIAS!!! ERIKINA PERO QUE ME ESTÁS HACIENDO? ESTO ES DROGA...Y DE LA MALA, DE LA QUE TE CONSUME MUY LENTAMENTE!!!
    UFFF COMO ME HAN PUESTO LOS CABRONES Y COMO SUBEN COMO LA ESPUMA. DIOS ES QUE SI ESTO ES ASÍ NO QUIERO NI IMAGINAR CUANDO VAYA A MÁS

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  2. ESTE ACABA DE DECLARARSE MI CAPITULO FAVORITO DE TODOS LOS QUE HAS ESCRITO EN TU VIDA.
    LA BANDA SONORA ES THE WEEKND, ARCTIC MONKEYS, IMAGINE DRAGONS Y NICKY. Y ENCIMA PROTAGONIZADO POR SABRALEC. ESTOY QUE ME ARRANCO LA PUTA PELUCA ERIKA ME CAGO EN LA VIRGEN, AUN QUE TAMBIEN PODRÍA ARRANCARME EL COÑO PORQUE ESTOY CACHONDA PERDIA JODER.
    De verdad que cada dia me enamoro más de estos dos y no estot preparada para el sufrimiento que se nos viene encima.
    Por cierto, he de decir que el momento en el que Sabrae le cuenra a sus amigas lo de Alec y aparece el a decir que tampoco la tiene tan grande es totalmente 'tell your friends' de the weeknd me cago en la puta, es que de hecho la he leido con esa cancion de fondo y mira que me aspen. BUENO Y CUANCU ALEC ESTA TODO SENTIMENTAL CON ANGEL DE ABEL DE FONDO QUE CASI ME PONGO A LLORAR MI HIJO POBRECITO.
    Ahora a ver quien duerme depues de esto

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  3. No hay nada que me guste más ver cómo un hombre pierde las bragas por una mujer y poder acudir al acontecimiento que es como él se da cuenta. Alec está poco a poco pillandose y yo no quepo en mí de la felicidad porque el muy tonto real que se va a enamorar como un gilipollas y lo mejor de todo es que voy a disfrutar cuando Sabrae le de calabazas y luego ella también se de cuenta de que está enamorada de él, aunque se diga a si misma que no.

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  4. "Fue como si el mundo se detuviera. La canción siguió avanzando, precisamente en el estribillo, y nadie se dio cuenta del contacto visual que establecimos Sabrae y yo. Sólo Bey. El mundo continuó girando, pero para nosotros dos, fue como si se parara en seco. Scott nos había contado una vez que la inercia de la Tierra haría que, si el planeta pegaba un frenazo en su rotación, saliéramos disparados en dirección a la atmósfera. Todo, absolutamente todo, lo que estuviera en la superficie del planeta, quedaría pulverizado en el instante en que éste dejara de girar sobre sí mismo, por una sencilla razón: chocaría contra la propia atmósfera que pretendía atravesar, mucho más rápido que el sonido, a la velocidad en la que la tierra bajo nuestros pies giraba. El aire nos mataría, el aire nos aplastaría, nos reduciría a la nada. Los edificios en los que estuviéramos se derrumbarían sobre nuestras cabezas con nosotros dentro, las paredes se convertirían en muros inexpugnables, y cada mueble se volvería un proyectil; cada ventana, una granada. Las consecuencias serían catastróficas. Todos nos habíamos quedado en silencio cuando Scott nos lo contó, asombrado de lo que podían hacer las fuerzas de la naturaleza y del delicadísimo equilibrio que requería la vida.
    Pero eso no fue nada, nada,comparado con lo que sentí en ese momento, perdiéndome en los ojos de Sabrae incluso en la distancia. La música, el alcohol, las luces, todo se difuminó y sólo pude escuchar los latidos de mi corazón, que se habían acelerado hasta alcanzar el ritmo del motor de un deportivo; el calor que me recorría por todo el cuerpo, como si me hubieran metido en un horno; mi aliento, saliendo ardiente de mi labios entreabiertos"

    NO PUEDO RESPIRAR
    ¿ES PROBABLE QUE ESTE SEA UNO DE LOS MEJORES CAPÍTULOS QUE HAS ESCRITO NUNCA? ES MUY PROBABLE

    PD: siento estar desaparecida, jo, prometo comentar al día desde ya!!! Un besote!

    -María

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  5. ¿Dónde firmo para unirme al Alecismo?
    Qué reina Mimi y qué diosa Sabrae ❤
    ARCTIC MONKEYS TE QUIERO ERI


    "Le conocía como la palma de mi mano, su rostro era para mí la fotografía colgada en la sala de estar de cualquier casa. Podrías pintarla con los ojos cerrados y una mano atada tras la espalda, y cada cambio que hubiera en ella, por ligerísimo que fuera, lo notarías." ❤

    - Ana

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