domingo, 13 de mayo de 2018

Aliento de diosa.


               -No me has puesto tu teléfono-comenté, mostrándole la imagen de su firma sin nada más añadido en el móvil. Ella sonrió, sus dientes rozaron su labio superior.
               -Cierto.
               -Veo que no eres de fiar; el otro día me dijiste que me lo pondrías.
               Se echó a reír.
               -Lo dijiste tú todo-corrigió, inclinando la cabeza a un lado y guiñándome un ojo-. Y dijiste que volverías al día siguiente, y no lo hiciste. Tu propia oferta expiró exclusivamente por tu culpa.
               -¿Vas a hacer que vuelva mañana?-coqueteé, pasándole la yema de los dedos por el antebrazo.
               -Yo no le doy mi número a cualquiera.
               -Pero yo no soy cualquiera, Saab.
               Ella sonrió.
               -Muy cierto-asintió con la cabeza, mordisqueándose de nuevo el labio-. Tampoco me acuesto con cualquiera-tonteó, poniéndose de puntillas y acercándose a mis labios, sin ninguna intención de besarme pero con todas las ganas de hacerme de rabiar. Me eché a reír.
               -¿Debo interpretar con esto que se te ha pasado el enfado?
               -¿Qué enfado?-contestó, apoyándose de nuevo en sus talones.
               -El del sábado. El de... ya sabes-murmuré, encogiéndose de hombros, y ella se puso colorada.
               -Fuiste algo cruel, ¿no te parece?
               -Estabas en la otra punta de la ciudad; relájate un poco, ¿quieres? Ni que te hubiera dejado con el calentón después de empotrarte… o, espera, ésa fuiste tú.
               Volvió a reírse. Joder, me encantaba mi talento para hacerla reír. Se le achinaban los ojos de una forma muy mona. Qué estás haciendo, tío…
               -Entonces, ¿todo bien entre nosotros?
               -¿Qué te hace pensar que algo estaba mal, Alec?
               -No sé. Hace que no hablamos desde la noche del sábado. No me has mandado ningún mensaje.
               -Tú tampoco me lo has mandado a mí, ¿no?-rebatió-. Y tampoco es que me des mucho material para comentar, que digamos.
               -¡Perdona si no hago un documental de lo que hago las 24 horas del día! Algunos valoramos nuestra intimidad, ¿sabes?
               -¡Me gusta compartir las cosas buenas! Creo que es una buena filosofía de vida. Ayuda con el positivismo.
               -Sí, seguro que Instagram te paga por tus historias.
               Sabrae me dio un empujón, divertida.
               -¡Serás bobo! Si tanto te molestan, bloquéalas. Yo no te obligo a verlas.
               -Me gusta verlas. Tengo las notificaciones activadas-agité el móvil en el aire y Sabrae esbozó una sonrisa.
               -No quieres perderte ningún nude, ¿verdad?


               -No te voy a mentir y decirte que no, pero la verdad es que me gusta cuando me los dedican-le confié, acercándome a ella y hablando en su oído. Sabrae me dio un empujón, su sonrisa revoloteando siempre en los labios.
               -Ya puedes esperar sentado.
               -¿Hablamos, entonces?-pedí, y ella asintió con la cabeza.
               -Hablamos-concedió, y yo asentí, y ella asintió, y yo volví a asentir, y ella soltó una risita y se despidió con un-. Adiós, Al.
               -Adiós, Saab.
               Me acerqué a las escaleras de su porche.
               -Al-llamó, y yo me volví-. Tus amigos y tú… ¿soléis salir por los mismos sitios?
               -¿Por qué lo preguntas?
               -Scott no va a poder salir de fiesta este fin de semana. Pero yo no estoy castigada-contestó, críptica, y yo cacé al vuelo su alusión.
               -Somos animales de costumbres. La verdad es que no nos afecta lo grande que sea la manada. Nuestro territorio es siempre el mismo.
               -Genial-entrecerró la puerta-. Pues… quizá nos veamos.
               -Es probable. Es decir… le saco 5 centímetros a todo el mundo, no sé cómo me las arreglo.
               -Scott es tan alto como tú.
               Le dediqué mi mejor sonrisa torcida.
               -Sabes que no me refiero a la estatura, ¿verdad?
               Sabrae se echó a reír, negó con la cabeza y cerró la puerta, no sin antes decirme que fuera con cuidado.
               Todavía estaba sonriendo como un memo cuando me quité el casco, ya en el garaje de mi casa.
               En cualquier otro momento, me habría convencido a mí mismo de que estaba haciendo una montaña de un grano de arena. Me estaba montando una película impresionante dentro de mi cabeza.
               Pero los efectos que Sabrae tenía en mí todavía latían en mi interior como el latido de un corazón que se niega a detenerse. Llevaban aquella adrenalina que tan familiar me resultaba por todo mi cuerpo.
               Y, a la vez, emponzoñaban todo mi ser con esa sensación de importancia que sólo Sabrae podría ocasionarme. Tenía una manera de mirarte y hacer que te sintieras el centro del universo increíble. Y lo mejor de todo es   que ella ni siquiera se daba cuenta de ello.
               En cualquier otra ocasión, me la habría quitado de la cabeza enseguida, convencido de que igual que yo tonteaba con un millón de chicas, ella bien lo podía hacer con un millón de chicos. Que aquello no había sido más que un tira y afloja de lo más inocente. Que sólo estábamos pasando el rato.
               Pero la verdad es que no lo creía. Todavía estaba demasiado inflado por todo lo que había pasado con ella, la intensidad de su cercanía y lo recíproco que había sido todo del porche de su casa, con la lluvia haciendo de banda sonora del momento álgido de la película.
               Quizá más tarde pensara que me lo estaba inventando todo.
               Eso sería más tarde. De momento, todavía tenía reverberando en mi cabeza su risa.
               Y la forma de mirarme de Zayn, que quería tenerme controlado, quien no me quitó ojo de encima. Puede que Sabrae fuera así con todo el mundo, pero desde luego, estaba claro que Zayn, a mí, ya no me consideraba todo el mundo. Y si era así, era porque su hija le daba motivos para ello.
               Esto ya no es solo sexo, pensé.
               Hasta ese punto me afectaba la presencia de Sabrae.
               No podía quitármela de la cabeza, y tuve que reírme cuando casi estampo la moto contra la pared del garaje por ir pensando en lo mona que estaba con los moños recogiendo su pelo a cada lado de su cabeza, lo deliciosos que me habían parecido sus labios, la curiosa sed que me entró de su boca a pesar de que lloviera a cántaros.
               Apagué la moto, dejé el casco sobre una de las estanterías del garaje y empujé la puerta en dirección a mi casa.
               Me recibió el silencio, lo cual no me extrañó. Mamá se enfurruñaba por cualquier cosa, y su manera de hacerle saber que tu existencia le ofendía sobremanera era cruzarse de brazos y negarse en redondo a dirigirte más que monosílabos.
               -Estoy en casa-anuncié, y el único que pareció alegrarse de que no estuviera tirado en una cuneta, mi sangre mezclándose con el agua de lluvia y las hojas de los árboles que arrastraba el agua a las alcantarillas, pareció ser el conejo. Trufas saltó del sofá en el que estaba recostado y corrió en mi dirección, brincando y embistiéndome como si hiciera siglos que no nos veíamos. Le acaricie el pelo entre las orejas y sonreí-. ¿Qué pasa, fiera? Menudo guardián estás tú hecho. Como para dejar la casa bajo tu cuidado. ¿Y la repelente de tu dueña?
               Fue entonces cuando me fijé en la cabeza de Mimi. Su melena pelirroja destacaba contra la blancura del sofá en el que estaba sentada, de color crema. La televisión estaba encendida y mostraba imágenes de patinaje sobre hielo, pero el volumen estaba silenciado. Me acerqué a ella y le di una suave colleja. Por toda respuesta, mi hermana dio un brinco y cerró de golpe el libro que estaba leyendo. Se le tiñeron las mejillas del color de las cerezas mientras me estudiaba, desafiante, a través de los cristales de sus inmensas gafas de ver. Se las empujó inconscientemente hacia arriba y parpadeó.
               -¿Ya has vuelto?
               -No, soy un espectro-contesté, apoyándome en el sofá-. Concretamente, el fantasma de las Navidades futuras. Vengo a mostrarte tu vida, ¿te interesa?
               -No-contestó, girándose de nuevo y recogiendo su libro.
               -¿Y nuestra amantísima madre?-quise saber, dirigiendo la mirada hacia las escaleras que subían al piso superior. Mimi se inclinó hacia delante y cogió un bombón de una caja que tenía abierta sobre la mesa baja frente a la tele.
               -Papá y ella fueron a comprar.
               -¿Con este día?-me llevé una mano al pecho y Mimi soltó una risita.
               -Ya ves. ¿Hace frío?-preguntó, mordisqueando el bombón. Por toda respuesta, metí la mano por dentro de su chaqueta y le toqué el hombro desnudo con los nudillos. Mary dio un brinco-. ¡Aleeeeeeeeec!-gimió, retorciéndose y soltándome un manotazo en la tripa. Iba derecha a los huevos porque mi hermana no tenía respeto por nada, pero, por suerte, lo que a ella le faltaba de educación, a mí me sobraba de reflejos. Solté una risotada que ella recibió con un bufido, poniendo los ojos en blanco y reabriendo su ejemplar ajado por tanto uso de Cincuenta Sombras Más Oscuras.
               -¿Qué comes?-quise saber cuando volvió a inclinarse a por un bombón, tramando mi venganza.
               -Frutos de mar belgas-explicó, y de nuevo clavó sus ojos en mí-. ¿Quieres uno? Le pedí a mamá que trajera más.
               -¿Y accedió?
               -No, pero me puse mimosa con papá. Y eso siempre funciona-soltó una risita, teniéndome la caja.
               -Víbora…-respondí, y le arrebaté el pequeño caballito de mar recubierto de chocolate que había seleccionado.
               -¡Alec!-protestó de nuevo mientras masticaba. Me eché a reír, le besé le hombro desnudo, ella soltó una risita y me dejó sentarme a su lado. Escaló hasta mi regazo y se colgó de mi cuello. Cariñosa, me estampó un beso en la mejilla y se frotó contra mí, buscando mi calor corporal (como si yo no hubiera estado a la intemperie mientras ella se dedicaba a ponerse negra a comer bombones y leer novelas eróticas).
               ¿Me quejé?
               Ni de coña.
               Soy un puto oso amoroso.
               Y más cuando mi hermana pequeña decide dejar de ser repelente y accede a darme mimos.
               Trufas saltó sobre nosotros, celoso de las atenciones de Mary, que se rió y le pasó los dedos por el lomo. El animal se acurrucó sobre su regazo y así nos quedamos un rato, mirando la competición en silencio; yo, con Mimi en brazos; Mimi, con el conejo.
               -¿Te vas a duchar?-inquirió.
               -No estamos en año bisiesto.
               Mary se echó a reír.
               -Tienes que afeitarte-comentó, y me pasó la mano por la mandíbula-. Pinchas.
               -Tengo tacto de hombre, Mary Elizabeth. Será mejor que te vayas acostumbrando, por la cuenta que te trae.
               -No me gustan los chicos con barba-discutió.
               -A mí tampoco-cedí, y Mimi se echó a reír y murmuró algo entre dientes-. ¿Te ruego que me disculpes? ¿Qué me has llamado?
               -Capullo-anunció, orgullosa, y yo abrí la boca.
               -¿Sí? Verás cuando llegue mamá y le diga que te has comido sus bombones. Entonces tendrás motivos para llamarme “capullo”. Quítateme de encima, venga-la empujé para que se arrastrara por el sofá-, que quiero cambiarme de ropa.
               -¿Vemos una peli?
               -Me apetece escuchar música.
               -En las pelis hay música-razonó Mary Elizabeth. Me masajeé las sienes.
               -Santa paciencia hay que tener contigo, niña. Me apetece escuchar a The Weeknd. ¿Tienes algo que me permita escuchar a The Weeknd?
               -Bueno-meditó, y pasó páginas de su libro-. En Cincuenta sombras de Grey suena al final, en los créditos…
               -Ni muerto veo yo otra vez la peli esa de los vampiros contigo, Mary Elizabeth.
               -Ésa es Crepúsculo.
               -¡Como si es Mañana! Es que no me jodas, ¿vampiros que brillan a la luz del sol? ¿Qué son? ¿Bolas de discoteca?
               -Están hechos de diamante, imbécil-me tiró el mando de la televisión, que cacé al vuelo-. Dios, cómo te odio cuando haces eso-bufó, negando con la cabeza.
               -De toda la vida, los vampiros chupan la sangre y viven en castillos. Hay que respetar las tradiciones, Mimi.
               -Déjame tranquila-se masajeó las sienes, como si yo fuera el elemento más pesado del universo. Me acerqué a ella y le tiré de una de las trenzas, lo cual la enfureció. Empezó a revolverse y tratar de darme manotazos como si fuera un pulpo jugando a ocho partidas de ping pong a la vez-. ¡Que me dejes, Alec! Qué pesado, ¡vete a escuchar tu puñetera música para encocarse!
               -¡Cuidado, Mary, que has dicho una palabrota, a ver si vas a ir al infierno!
               -Gilipollas-gruñó desde el salón.
               -Ah, y The Weeknd no hace música para encocarse-me defendí-. Es música para follar, algo que tú no vas a hacer en tu vida, al ritmo que llevas.
               -¿Sí? ¿A cuántas tías te has tirado escuchando sus canciones?
               Sonrió, malévola, cuando vio que no contestaba.
               -A la gente normal le pone cachondo escucharlo-rebatí.
               -A ti te pone cachondo todo, Alec.
               -Disculpa si no soy una frígida como tú-gruñí-, pero yo sé apreciar el arte.
               -Si no sabes distinguir un cuadro de Van Gogh de uno de Da Vinci.
               -Que no tenga ni idea de quién pintó algo no significa que no pueda gustarme. No discrimino, ¿y tú?
               -¿Quién pintó Gernika?-atacó.
               -Alguien, con un pincel y unas acuarelas-solté, y Mimi se echó a reír.
               -Eres tontísimo.
               -Y tú una antisocial.
               -Vete a la mierda.
               -Cómeme la polla.
               -¿No te basta con Chrissy?-acusó, y yo me detuve a medio camino de las escaleras y me giré lentamente hacia ella. A pesar de que vio cómo mis nudillos se volvían blancos de la fuerza con la que estaba apretando el pasamanos, mi hermana continuó-. Igual si la chupa mal, es porque tú  follas mal-alzó las cejas, como diciendo ahí lo tienes, sonrió con maldad y abrió de nuevo su libro.
               No me moví del sitio y supe que eso la puso nerviosa. Pasó un par de páginas sin leerlas realmente, mirándome de reojo para comprobar que todavía seguía allí. Me mantuve estoico, como una estatua. A veces, para decir la última palabra, lo único que tienes que hacer es manipular el silencio.
               Por fin, después de lo que me pareció una eternidad que me ardió en la boca del estómago, Mary se sintió lo bastante incómoda bajo mi escrutinio como para levantar la mirada y encontrarse con la mía. Se encogió imperceptiblemente en un gesto de sumisión muy típico entre hermanos.
               Yo volvía a tener el poder.
               -No voy a partirte la cara-informé-, porque me quedas lejos y no te voy a dar ese gusto. He tenido un día cojonudo: he echado un polvo, he comido comida tailandesa y…-me frené antes de hacer mención a Sabrae, pero Mimi, que me conocía mejor de lo que me gustaría admitir, supo leer entre líneas.
               Por suerte, la tenía lo bastante acojonada como para no decir nada, ni hacer mención a dónde había estado yo en el intervalo entre el momento en que salí de casa de Chrissy y en el que entré en la mía.
               -Bueno, que mi día ha sido la hostia y no voy a permitir que me lo estropees. Ahora, si me disculpas, hermana-incliné la cabeza en su dirección-, voy a ver si lo termino de la mejor manera posible.
               -No pongas la música muy alta-fue todo lo que se atrevió a pedir. Supuse que esperaba que me apiadara de ella y que su tono dócil y sometido me conmoviera. No fue el caso. Dejé la puerta de mi habitación abierta, encendí los altavoces, me tiré sobre la cama y sincronicé la música de mis listas de reproducción con los altavoces de mi habitación.
               Le di a Play y me quedé tirado en la cama mientras los acordes de la primera canción que salió en aleatorio. Sonreí para mis adentros al escuchar las protestas de Mimi en el piso inferior, chillando que no podía concentrarse en su lectura así.
               -¡Esto es mejor que tus tontas novelas de sexo, Mimi!-grité, subiendo el volumen de los altavoces y riéndome al escuchar cómo subía las escaleras a toda velocidad. Se acercó a mi habitación dando pisotones y le dio una patada a la puerta cuando atravesó el vano. Me encendí un cigarro y alcé una ceja, divertido, al ver cómo empezaba a chillarme para que, por lo menos, le dejara leer. Le hice un corte de manga y ella salió echando pestes de mi habitación.
               Dio un portazo que hizo temblar la pared entera, y yo sonreí.
               -¿Esas tenemos?-pregunté en voz alta para nadie en particular, y me incliné para girar la rueda de los altavoces y hacer que sonaran a plena potencia.
               Canté a voz en grito una canción y media, fumando y riéndome imaginando la cara de rabia de Mary, hasta que, de repente, me inundó el silencio. Me quedé en la penumbra, sólo iluminado con la luz que entraba por la claraboya sobre mi cama. Me incorporé y miré a mi alrededor, preguntándome qué habría pasado. Vale que había una tormenta eléctrica descargando sobre la ciudad, pero se suponía que para eso estaban los pararrayos.
               ¿Se habría ido la luz en el resto del barrio?
               Abrí Telegram y le mandé un mensaje a Jordan. Ni siquiera me fijé en que en mi pantalla, el icono de la red wifi de casa, que funcionaba con electricidad, seguía activado.
Tío, ¿tienes luz?
               Me levanté y pegué la cara al cristal de la ventana una vez más. Como siempre, no pude ver absolutamente nada que me indicara si el resto de las casas estaban habitadas o no. Sólo podía ver el tejado de los vecinos; ni siquiera tenía una visión de la casa de Jordan desde mi habitación.
Sí, tío. Estoy con la consola, de hecho. ¿Por qué?
Qué raro. Estaba escuchando música, y de repente se me ha ido la luz.
¿Has mirado fuera?
Estaba tirado en la cama disfrutando de la vida, Jor. Por supuesto que no he mirado fuera.
Vale, vale, sólo preguntaba. Espera, ya echo yo un vistazo.
👍
Pavo, ¿eres imbécil?
¿Qué?
Joder, Al. Que estaba echando una partidaza. Me cago en tu estampa. Eres gilipollas, confirmado.
¿Qué coño dices, jambo?
Hay luz en tu puta casa. Tío, si vas a vacilarme, por lo menos, cúrratelo un poco. No sé. Digo yo.
Me incorporé en la cama hasta quedar sentado.
¿Eh?
               La respuesta de Jordan no se hizo esperar. Me envió una foto borrosa de las ventanas del salón de mi casa. Se distinguía una silueta sentada frente a la televisión, recortada contra las luces del techo.
La puta que la parió. Yo me cargo a esta cría. Gracias, Jor.
Gracias, no. Págame la puta mejora que le metí a mi personaje. Estaba entre los 20 primeros.
La próxima birra la pago yo.
¡Si siempre la tomamos en algún negocio mío!
¡Bueno, joder, vamos al puto McDonalds, si quieres, y te la pago yo! Puto pesado.
Pesado tú. Gilipollas. Hay que ser soplagaitas, tronco.
               Jordan se desconectó y yo le hice un corte de manga a la pantalla.
               -Soplagaitas, tú-gruñí, incorporándome, dándole una calada al cigarro y bajando en trombo al salón. Mimi levantó la vista de su lectura una vez más, se empujó las gafas y preguntó con inocencia:
               -¿Ya se acabó el concierto? Ha sido breve.
               Tomé aire para no saltar encima de ella y cargármela. Me llevé una mano a la cara y me la froté. Vale, sí que rascaba un poco, sobre todo por la mandíbula. Pero no iba a concederle ese gustazo. Al igual que no iba a darle el gusto de verme de mal humor.
               O eso pensaba yo, hasta que vi que ni se había molestado en cerrar la puertecita de los plomos de la casa, en el vestíbulo. Contemplé un segundo las pequeñas palancas negras, todas alineadas, excepto una: la de la corriente del piso superior.
               No sólo había querido dejarme sin electricidad, sino que también había querido dejarme sin luz.
               Cuando volví a mirarla, Mimi estaba sonriendo, satisfecha con su jugada.
               -Debería haberte asfixiado en la cuna-espeté, y ella se rió- cuando se me presentó la ocasión.
               Subí la palanca de manera que la electricidad subiera también a las habitaciones.
               -¿Querías guerra?-pregunté, y ella arqueó las cejas-. Pues guerra tendrás. Te vas a cagar ahora, niña.
               Subí las escaleras, decidido a dejarla sorda, aunque yo cayera en el intento. Antes incluso de entrar en mi habitación, volví a conectar los altavoces, subí el volumen a tope y presioné Play.
               Toda la casa retumbó con el inicio de Hurt You.
               Y cuando digo que retumbó es que retumbó. Se estremeció desde los cimientos hasta el techo, joder, nunca había probado la potencia de los altavoces de mi habitación, pero no pensé que fueran a ser tan fuertes. Hasta yo me asusté con el sonido, y eso que ya me lo esperaba; no quería ni pensar en lo que le habría hecho a Mimi.
               No supe que había esbozado una sonrisa macabra hasta que no me metí en el baño en busca de unos tapones para dormir. Si quería estar en mi habitación sin quedarme sordo, los necesitaría.
               Me tiré en la cama y continué fumando mi cigarro, ajeno a los mensajes que me bombardeaban el teléfono. La música se oía hasta en casa de Bey y Tam, que vivían a unos 200 metros de la mía. Me eché a reír leyendo las notificaciones de la pantalla, e ignoré deliberadamente cada mensaje que me envió Mary ordenándome, clamando, suplicando e implorando que bajara el volumen.
               Seguí cantando, fumando y bailando con la música a tope, los ojos cerrados imaginándome que estaba en un festival (o en uno de los videoclips, rodeado de tías que bien podrían protagonizar una campaña de bañadores, muy al estilo de Abel), el cigarro de vez en cuando sobre mi boca para dar una caladita más.
               Todo, hasta que Mimi entró en la habitación con Trufas abrazado a su pecho, me tiró de los calcetines y me dejó un pie al descubierto. Empezó a pegarme sin decirme por qué, sólo porque podía. Vi que estaba llorando y me incorporé.
               -¿Qué pasa?
               -¡¡TRUFAS TIENE MIEDO!!-chilló, pegándome y pegándome y pegándome y golpeándome en la cara y en el pecho y arañándome y tirándome de la ropa como si así fuera a conseguir que la música se detuviera. Me fijé en el conejo y su expresión de absoluto terror, la violencia con la que temblaba entre los brazos de mi hermana, cómo trataba de ocultarse en su pecho para evitar la música atronadora. La detuve a media canción y Mimi me empujó-. ¿¡Qué coño te pasa, Alec!? ¡Eres un puto gilipollas!-volvió a empujarme, sosteniendo a Trufas contra su pecho-. ¡¡Mira lo rápido que le late el corazón!!-chilló-. ¡COMO LE DÉ ALGO Y SE MUERA, NO TE LO PERDONO EN LA VIDA!-me cogió la mano y me hizo ponerla sobre el conejo para permitirme ver lo rápido que le iba el pulso.
               Hasta yo me asusté. El conejo no tenía pulso, su corazón latía a tantísima velocidad que no se podía considerar que lo estuviera haciendo. Iba tan rápido que apenas notabas el intervalo en el que el músculo no bombeaba sangre. Trufas temblaba y gimoteaba en brazos de mi hermana.
               -Eh, eh, tranquilo. Tranquilo, pequeño… déjame cogerlo, Mimi.
               -No-respondió ella, posesiva y protectora.
               -Mimi, se sentirá más seguro conmigo. Déjame cogerlo. Por favor.
               Mimi se apartó de mí, rehusó acercarme el conejo, pero cuando empezó a temblar con más violencia, se asustó y decidió entregármelo. Me senté en la cama y lo rodeé con los brazos, le acaricié las patitas y las orejas mientras Mimi lloraba en silencio, las manos siempre sobre el pobre animal.
               -Tranquilo, Trufi, ya está, ya está, no pasa nada, sólo era Alec, que es gilipollas. Te quiero un montón, Trufititas, tranquilo, no pasa nada. No dejaría que te pasara nada-lloriqueaba, y a mí me rompió el corazón verla tan preocupada, ver al conejo tan nervioso.
               Había sido un gilipollas haciendo aquello sin pensar en que el animal lo escucharía todo amplificado 10 veces.
               Poco a poco, en unos diez minutos, Trufas fue dejando de temblar con tantísima violencia. Su pulso, tan acelerado, fue frenándose hasta quedar en un ritmo que me pareció razonable. Aun así, no lo solté. Estaba demasiado estresado para que lo soltaran.
               Mimi dejó de llorar cuando vio que Trufas se recuperaba y su respiración se ralentizaba, se volvía más profunda y menos histérica.
               -Todo ha quedado en un susto-suspiré, aliviado, y ella me miró. Me soltó un tortazo y se lanzó sobre mí. Empezó a pegarme puñetazos con bastante más criterio del que yo habría creído que tendría. Me golpeó el costado y yo no me defendí, sólo traté de proteger al animal de sus golpes, aunque también es cierto que Mimi no le habría hecho daño al conejo, ni siquiera a propósito.
               -Eres imbécil. Te odio, te odio, te odio-bufaba, y por fin, se dio por satisfecha. Sin aliento, se quedó sentada a mi lado. Me levanté y me acerqué a ella, con los hombros gachos, la mandíbula baja en señal de sumisión y arrepentimiento.
               -Perdón, Mím. No pensé que…
               -Tú nunca piensas-acusó-. Ése es tu problema, Al. Dame a Trufas-exigió, estirando las manos. Deposité el conejo en el regazo de su legítima dueña, y me sentí una mierda viendo la expresión de miedo aún en la mirada del pobre animalito. Lo acaricié y Trufas cerró los ojos un momento, disfrutando del contacto. Su pulso se redujo hasta el ritmo normal.
               -¿Le dices a tu dueña que me perdone, gordito?-pregunté, y Trufas se revolvió en brazos de Mimi y levantó la mirada hacia ella, que le pasó el índice por el cuello.
               -Su dueña se lo pensará.
               -Voy a seguir con la música, ¿vale?
               -Pero ponla baja-exigió mi hermana, y yo asentí con la cabeza. Entrecerró los ojos, perspicaz, y abrió los brazos para que Trufas pudiera saltar de ellos y acurrucarse en la cama, entre nosotros. Mimi se giró un poco hasta quedar sentada frente a mí, sus rodillas chochando contra las mías.
               -¿Con quién has estado hoy?
               -Chrissy-contesté, reclinándome en la cama y sonriendo con satisfacción. Mimi alzó una ceja y se toqueteó una trenza.
               -¿Con quién más?
               Noté cómo mi sonrisa se ensanchaba.
               -¿Qué te hace pensar que he estado con alguien más hoy?
               -Pareces contento.
               -Lo estoy, hermana mía-abrí las manos y me encogí de hombros. Parpadeé despacio y esperé a que formulara su siguiente pregunta.
               Lo que pasa es que no fue una pregunta.
               -Has visto a Sabrae-aventuró, o más bien constató. No sé por qué me sorprendió un poco el tono en el que lo dijo, como si fuera algo empíricamente demostrable. Como si toda mi cara estuviera gritando ¡Sabrae, Sabrae!, o en mi boca llevara las marcas de su pintalabios.
               No me importaría llevar las marcas de su pintalabios.
               -Sí-contesté, en un tono más chulo del que Mimi se esperaba. Se apartó las trenzas de la cara y se mordió el labio. Empujó sus gafas hasta colocarlas de nuevo en su lugar.
               -Aún no he podido preguntarle a El…
               -No te rayes-contesté, encogiéndome de hombros, incorporándome y dándole un beso. Mimi me miró, perspicaz, con una mezcla de emociones en sus ojos. Juraría que, incluso, había un deje de preocupación en su voz cuando volvió a hablar:
               -Ella te importa, ¿no es así?
               No estaba preparado para tener esa conversación, así que me miré las manos y me encogí de hombros. No porque no hubiera llegado a esa conclusión yo solito (porque, sí, lo había hecho), sino porque me daba demasiado miedo decirlo en voz alta. No estaba listo para admitirlo.
               Si ya llevando esa verdad por dentro sentía un mareo tremendo por el vértigo que me daba, no quería pensar cómo me sentiría cuando se lo confesara a alguien.
               Hay verdades más impactantes que mil mentiras.
               Y no estaba en mi mejor momento, no podía permitirme un toquecito que me desestabilizara y me hiciera perder el equilibrio.
               Comprendiendo lo que me pasaba mejor incluso que yo mismo, Mimi soltó una risita y me dio un beso en la mejilla.
               -¿Quieres un consejo?
               -¿De ti?-bufí, conteniendo una risa. Me dio un puñetazo en el hombro.
               -Si quieres seducirla, más te vale afeitarte.
               Desencajé la mandíbula mientras la miraba al bies.
               -Coge a tu conejo y pírate de mi habitación.
               Mimi volvió a reírse, recogió al animal, que ahora parecía querer quedarse conmigo, y se fue agitando la mano y dando brincos.
               -Alucinante lo tuyo, tía-gruñí, tirándome encima de la cama de nuevo y reanudando la reproducción. Subí el volumen hasta permitirme gritar sin dejar de escuchar la música, empecé a mandarle mensajes compulsivamente a Jordan, y él me respondió grabando vídeos de cómo se escuchaba mi música al otro lado de la calle.
               De haber seguido en ese plan o tocarnos alguna canción propicia en el aleatorio, probablemente habría terminado subiendo un poco más el volumen y presentándome en la habitación de mis padres, descorriendo las cortinas y bailando a distancia con Jordan al ritmo de False Alarm o Starboy (ya lo habíamos hecho más veces, la última Mimi nos había pillado en plena faena, y había salido de la habitación sacudiendo la cabeza y marcha atrás).
               Por suerte para Jordan y sus partidas y por desgracia para mí, ni False Alarm ni Starboy fueron las elegidas en esa sesión.
               Six feet under, sí.
               Y mi cuerpo todavía acusaba los restos de la esencia de Sabrae recorriéndome las venas, mezclada con mi sangre. Todavía sus ojos me quemaban en las retinas, su voz se deslizaba por mis oídos y su aroma penetraba en mi nariz. Recordar haberla visto con Mimi tampoco ayudó. Admitir para mis adentros que Sabrae me importaba no entraba dentro de mis planes, y sin embargo, allí había reaparecido la conclusión a la que había llegado tras noches en vela, pensando en ella, y puertas cerradas tras las que no dejaba de pensar en el tacto de su boca sobre la mía mientras me daba placer.
               Me atraía como un puto imán a una limadura de hierro, como un planeta a un asteroide. Chocaría contra ella, me desintegraría, puede que a ella le hiciera daño, pero yo no sobreviviría al impacto. Y, sin embargo, tenía que acercarme igual.
               El caso es que la elección de canciones no fue justa conmigo, era como si el universo estuviera gastándome una broma macabra en la que me impedía olvidarla (como si fuera a poder). Los astros se alinearon y pusieron todo el empeño del mundo en hacer que me desequilibrara y se me disparara el pulso, recordándola cerca de mí, pegada a mí, sobre mí, alrededor de mí.
               Había visto un vídeo hacía tiempo de Six feet under ambientado en un club de strip tease. Francamente, cuando lo vi me sorprendí de dos cosas: la primera, que The Weeknd no hubiera hecho un vídeo así para esa canción.
               La segunda, que yo no hubiera hecho un vídeo mental de tías despelotándose al ritmo de esa canción.
               Porque joder, hermano.
               Jo-puto-der.
               Si ya de normal era incapaz de escuchar esa música tranquilo, sin pensar en mujeres y en lo que escondían debajo de su ropa, hoy era imposible que no me revolucionara. La stripper de turno se convirtió en Sabrae, que se movía al ritmo de la música, agitaba las caderas, se inclinaba y me besaba y sus besos me sabían a fuego, me ardían en la garganta y despertaban a un dragón dormido. Se sentaba sobre mí, se restregaba contra mí, me acariciaba la nuca, hundía las manos en mi pelo y me volvía loco cuando yo intentaba acariciarla y ella respondía incorporándose y alejándose de mí.
               Ven aquí, necesito probarte.
               No sé cómo, me las apañé para sobrevivir a la canción. Cachondo perdido, eso sí.
               La siguiente fue Party monster y tuve el impulso de apagar la música, pero ésta me atrapó antes de que yo pudiera salvarme. Me quedé tumbado en la cama, imaginándome mil escenarios, cada uno más picante que el anterior, en el que la protagonista absoluta era Sabrae.
               Necesito como dos toneladas de agua, pensé mientras la canción llegaba a su fin. Estaba orgulloso de mí por haber resistido sin hacerme absolutamente nada.
               Casi pude escuchar las carcajadas del destino ante mi suspiro de agotamiento. Alec, ¿no te pensarás que esto ha terminado, verdad?
               Tenemos una última sorpresa para ti.
               -No-bufé, reconociendo los acordes. Levanté el teléfono y miré la pantalla, incrédulo. Call out my name se mantuvo impertérrita ante mi expresión-. No, no, no, no. Cancelamos, cancelamos, can…
               -We found eachother…-comenzó Abel, y antes de darme cuenta, yo estaba cantando también, a voz en grito, sin importarme el desafinar, sin importarme que pudieran escucharme, sin importarme nada que no fuera la experiencia extrasensorial de esa canción.
               -I PUT YOU ON TOP, I PUT YOU ON TOP, I CLAIMED YOU SO PROUD AND OPENLY, AND WHEN TIMES WERE ROUGH, WHEN TIMES WERE ROUGH, I MADE SURE I HELD YOU CLOSE TO ME, SO CALL…
               Me quedé callado, escuchando la canción y sintiendo su letra por primera vez en mi vida. Realmente la sentí, como si del lento paseo de un bichito por mi cuerpo se tratara. Unas ligeras cosquillas se iniciaron en mi cabeza y descendieron en cascada por todo mi cuerpo mientras el estribillo avanzaba.
               Estaba perdido en ella. La imagen de Sabrae sobre mí estalló en mi mente como un fuego artificial. No; no como un fuego artificial. Los fuegos artificiales se terminan igual que empiezan, tan efímeros como los temblores de una chica cuando estás en su interior.
               Era una bomba. Sabrae era una bomba, la puta bomba nuclear, la más poderosa que jamás hubiera creado el mundo. Se materializó ante mí, y su brillo no se desvaneció, sino que siguió llameando en mis ojos durante mucho más tiempo de lo que dura un latido de corazón.
               Estaba sentada a horcajadas encima de mí, y sonreía. Se llevaba una mano al pecho y se bajaba los tirantes del vestido que llevaba, de cuero. Me dejaba tirarle del costado del vestido para liberar sus senos. Escuchaba su risa y sus gemidos mezclados con la música cuando me inclinaba y la besaba, la lamía, la mordisqueaba.
               Pude sentir sus dedos enredándose en mi pelo, negándose a dejarme ir. Me pegó más contra ella, me reclamó como suyo. Su boca buscó la mía mientras sus dedos se deslizaban hacia la piel de mi nuca. Me volvió completamente loco. Hizo que perdiera la razón con las yemas de sus dedos.
               -I almost cut a piece of myself for your life.
               Me pasó las manos por el pecho, se mordió el labio y me desabrochó un par de botones de un tirón. Dejó al descubierto mi torso, y lo recorrió con las manos, liberando todavía más piel de la prisión que era la tela.
               Me acarició. Me acarició como sólo una mujer puede acariciar a un hombre. Me acarició como nunca me habían acariciado en mi vida.
               Sus manos me hacían existir. Me insuflaban vida como el aliento de una diosa que otorga movimiento y sentimientos a una figura de arcilla.
               -You’re just wasting my time, you’re on top.
               Sabrae me quitó la camisa y continuó besándome, pegada a mí, admirándome y despreciándome a partes iguales. Me acariciaba como si fuera un regalo que se moría por desenvolver.
               -I put you on top, I claimed you so proud and openly.
               Una de sus manos descendió hasta mi entrepierna y yo dejé escapar un gemido que le secó la boca. Estaba durísimo, dispuesto a complacerla. Necesitado de complacerla. Quería tomarla, quería hacerla mía, que nuestros cuerpos se mezclaran de tal forma que fuera imposible separarnos.
               -And when times…
               Una de mis manos, la más valiente, se adentró por entre sus muslos. Acaricié el centro de su ser y me la encontré deliciosamente húmeda. Me colé por su ropa interior. Podía oler su excitación mientras la masajeaba.
               -…were rough…
               Sabrae dijo mi nombre en un glorioso suspiro. Abrió la cremallera de mi pantalón y luchó por liberar la parte de mí que más necesitaba.
               -… when times were rough…
               Me acarició y yo respondí quitándole las bragas.
               -I made sure I held…
               Sabrae extrajo mi miembro de mis calzoncillos.
               -… you close…
               Separó aún más las piernas y me colocó a las puertas de su cielo.
               -... to me-EEH.
­               Me introdujo dentro de ella.
               Y juro que lo sentí.
               La misma gloria.
               La misma sensación de plenitud.
               La misma presión al estar en su interior.
               Pude sentirla. La tomé en mis alucinaciones, pero mi cuerpo celebró su presencia. Fue absolutamente espectacular.
               -SO CALL OUT MY NAME-bramó The Weeknd en los altavoces, y los dedos de Sabrae me recorrieron los hombros desnudos mientras yo la besaba y…
               Y…
               Esto no es real.
               Me incorporé en mi cama, la música atronándome en los oídos, reverberando en mi caja torácica. Me miré las manos. Mis dedos temblaban, pero por lo demás, no había nada que indicara que no estaba solo en aquella habitación. Me pasé una mano por el pelo, frustrado, y me toqué las mejillas. Estaban ardiendo, a la misma temperatura que mi interior.
               Apoyé el codo en la rodilla y me mordisqueé el pulgar, pensativo. No sabía qué estaba decidiendo hasta que noté la dulce presión de los pantalones en mi entrepierna.
               Me quedé mirando un momento mi erección, un poco confuso. Normalmente, no tenía estos debates. Si me ponía cachondo y estaba solo y podía, me masturbaba y punto. No le hacía ascos a estas cosas. Me encantaba mi cuerpo, porque les encantaba a las tías, y por el placer que era capaz de producir, tanto en ellas como en mí. Estaba a gusto. Era mi templo.
               Pero algo me detenía hoy. No podía. No parecía correcto. No sería suficiente.
               No puedo darle ese poder, me dije a mí mismo, cuando la realidad era bien distinta. No podía darme placer a mí mismo porque buscaría las mismas sensaciones que el fantasma de Sabrae me había producido. Quería poseerla, no disfrutar en soledad.
               Ni siquiera estaba seguro de que pudiera disfrutar.
               La canción murió conmigo mordiéndome los labios y apartándome el pelo de la cara, debatiéndome entre lo que la naturaleza me exigía imperiosamente hacer y lo que yo sabía que necesitaba realmente.
               Apagué la música y me levanté de la cama, no sin antes pedirle una señal a los cielos, una señal que no me importaría que adoptara la forma de un mensaje suyo.
               -¡Voy a darme una ducha!-le grité a Mimi desde las escaleras, y ella asintió con un “vale”.
               Los chorros de agua fría no apagaron del todo el incendio de mi interior.
               Me envolví en una toalla y esperé a que se me pasara el calentón haciendo feliz a Mimi a base de afeitarme. Limpié el espejo del baño y me quedé mirando mi reflejo. El chico que había en aquella minúscula ventana a otro mundo idéntico al mío me devolvió la mirada.
               Parecía el mismo de siempre.
               Y, a pesar de todo, los dos teníamos la sensación de que algo había cambiado.
               -Tienes que calmarte, tronco-nos dijimos mutuamente, y sacudimos la cabeza al ver el desafío en nuestras miradas. Apoyé la frente en el reflejo y cerré los ojos. Me separé de nuevo del cristal y posé los lumbares en el lavamanos. Mis manos volaron de nuevo a mi pelo, apartándomelo de la cara de una forma que no se parecía en nada a la de ella.
               -Qué me estás haciendo, Sabrae…-murmuré.
               Ojalá no hubiera esperado que algo cambiara en el intervalo entre que entraba y salía de la ducha, porque hizo más gordo el tortazo cuando me acerqué a mi habitación, ya con la ropa de estar por casa, y me incliné hacia mi móvil. La imagen que tenía de fondo de pantalla se rió de mí y de mi reflejo oscuro y decepcionado cuando la apagué. Necesitaba saber de ella. Había quedado en mandarme un mensaje, ¿qué le pasaba?
               Tú tampoco me das mucho material que comentar, que digamos.
               Una idea se formó en mi cabeza. ¿Qué decía Tommy cuando las cosas no acompañaban? Algo de Mahoma y una montaña…
               Ah, sí.
               Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma.
               Me puse frente al espejo en una pose casual y tomé una foto en la que escribí el mensaje “comfy&chill”. Añadí un par de emoticonos y la subí a mis historias.
               Me senté a esperar en el borde de mi cama.
               Después de 5 minutos, y con más de 100 personas habiendo visto mi foto, la única que se dignó a comentar mi publicación fue mi hermana.
               ¡Te has afeitado! 😍
               Suspiré. Quién te va a querer más de lo que te quiere tu hermana, Al. Baja a estar un poco con ella, me dije, sabedor de que el ruido de la voz de Mary, aunque no le hiciera caso, bastaría para mantener a raya esos pensamientos que ya amenazaban con apoderarse de todo mi ser. ¿Por qué iba Sabrae a mandarte ningún mensaje sobre una historia absurda? No estás haciendo nada interesante y ella no tiene nada que comentar.
               Mimi se revolvió en el sofá cuando me escuchó bajar las escaleras. Se mordió la sonrisa, entusiasmada. Me hizo un hueco a su lado y dio una palmada en el espacio que acababa de crear, invitándome a sentarme. Apenas me dio un par de segundos desde que me dejé caer en el sofá para acercarse a mí y colgarse de mi cuello de nuevo. Me dio un beso, mimosa, y frotó su mejilla contra la mía.
               -¡Qué suave!-admiró, pasándome la yema de los dedos por el mentón. Asentí con la cabeza-. ¡Y qué bien hueles!-añadió, hundiendo su nariz en mi cuello e inhalando el aroma de la loción para después del afeitado y el champú.
               -Vale ya, Mím-me reí, apartándome de ella. Su contacto me hacía cosquillas-. No me atosigues.
               Ella sonrió, apoyó la espalda en mi brazo y recogió el libro que había dejado apartado. En la portada, una chica de piel oscura miraba por encima del hombro. Su pelo estaba adornado con flores, y su mirada parecía ve a través de ti.
               Procuré no pensar en que el tono de su piel era del mismo chocolate fundido que el de Sabrae. Claramente, fracasé.
               -¿Qué es?-inquirí, señalando el pequeño libro, que nunca había visto en casa. Mimi estudió la portada, la acarició con los dedos.
               -Un libro nuevo, me lo ha prestado Eleanor. Se llama The Belles.
               -Ajá-asentí, y ella se giró. Divertida, observó cómo yo recorría con la mirada la chica-. Muy acertado, el título, sí señor-asentí con la cabeza y Mimi soltó una risita.
               -Sabía que te gustaría.
               -¿Qué quieres decir?
               -A ti no te gustan las blancas.
               -Disculpa, Mary Elizabeth, pero yo no soy racista-discutí-. Aprecio la belleza, eso es todo.
               -Ya-replicó, sacándome la lengua y retomando su lectura. Miré por encima del hombro cómo pasaba las páginas y cómo bailaban las letras a medida que ella iba avanzando. Por supuesto, no presté la suficiente atención como para enterarme de qué iba su lectura.
               Abrí de nuevo Instagram. Nada. Sabrae ni siquiera había visto mi historia, aún.
               Eché un par de partidas a videojuegos de móvil. Volví a abrir Instagram, pero seguía sin haber nada reseñable. Aburrido, volví a mirar por encima del hombro la lectura de mi hermana.
               -¿No te cansas?-pregunté, y ella frunció ligeramente el ceño.
               -¿De leer? No. ¿Tú no te cansas de estar con chicas?
               -Es imposible que me aburran. Todas sois diferentes-fue mi respuesta, mientras jugueteaba con sus trenzas y le daba un besito en la cabeza.
               -Igual que los libros-rebatió cual ratoncito de biblioteca. Sonrió cuando yo lo hice y siguió con la historia. Trufas, tirado en el suelo, mordisqueaba con tesón una galleta que Mimi había tenido que darle hacía muy poco. Tenía forma de zanahoria y el tamaño de mi mano.
               Como nadie en esa casa, humano o animal, iba a entretenerme, decidí ponerme los auriculares y escuchar música disfrutando del calor corporal que manaba de mi hermana. Tuve la precaución de no poner nada relacionado con The Weeknd. Que hubiera sobrevivido a una sesión de escucha había sido toda una hazaña. No quería forzar la máquina y terminar explotando.
               -¿Me das un casco?-pidió Mimi, y yo me los quité-. Vale, borde-hizo una mueca y yo le saqué el dedo corazón.
               -No tiene sentido que escuche música con los auriculares para no molestarte si tú también quieres oírla, ¿no crees?
               Se encogió de hombros, porque a las mujeres no les gusta nada descubrir que no llevan la razón.
               Activé el bluetooth y Mimi se hundió un poco más en el sofá, sonriendo ante mi elección de música. Chistó cuando pasé una canción de The Weeknd, pero como yo le lancé una mirada envenenada, no dijo nada más.
               Entré en Instagram de nuevo. Actualicé la página de notificaciones, pero Sabrae seguía sin dar señales de vida. Empecé a mordisquearme la cara interna de la mejilla. ¿Para qué me decía que no le daba ningún tipo de contenido que comentar, y luego pasaba de mí como de la mierda?
               La odié muchísimo al no tener ninguna otra red social en la que espiarla. Ni siquiera la había agregado a Facebook (aunque dudaba que lo utilizase mucho, la verdad), así que no tenía ninguna forma de averiguar si estaba pasando de mí a posta o estaba ocupada y por eso no podía atenderme.
               ¿Atenderte?, rió una voz venenosa en mi cabeza. Ella no tiene que atenderte. No te debe nada.
               Me revolví en el asiento, más dolido de lo que debería por ese puñal que me fue derecho al corazón. No debería sorprenderme del poder que la mayor de las hermanas Malik ejercía sobre mí, visto lo que había conseguido su mero recuerdo hacía menos de una hora en mi habitación. Pero una cosa era estar tirado en la cama, dejándote llevar por unas caderas imaginarias, y otra muy diferente era esto: mi nivel de patetismo, abriendo y cerrando Instagram como un poseso con la esperanza de que ella me diera bola, por fin.
               Nunca había estado así por nadie. Sólo cuando me peleaba con alguno de mis amigos, en las contadísimas ocasiones en que me tocaban los cojones lo suficiente como para enzarzarme en una pelea en la que ellos siempre se cabreaban más que yo, me acercaba a ese nivel de ansiedad y espionaje. Pero esto era distinto. Mucho más intenso; se me revolvían las entrañas pensando en que ella, quizá, no quisiera hablarme.
               Mimi levantó la vista de su libro, sus pestañas enredándose cuando entrecerró los ojos. Sabía que me pasaba algo, sospechaba que era por culpa de Sabrae, y era lo bastante lista como para no preguntarme nada. Si lo hacía, explotaría.
               Y la onda expansiva la sufriría ella.
               -¿Pedimos una pizza?-preguntó, inocente, aleteando con las pestañas en ese truco barato de hermana pequeña.
               -Acabo de comer-bufé, abriendo por enésima vez la red social, cerrándola y entrando en Telegram. Me metí en el grupo de mis amigos, ignoré los mensajes y volví a salir para quitar las notificaciones. Una absurda parte de mí quería tener la pantalla libre de números indicándome asuntos que atender, para así poder centrarme en Sabrae, que probablemente estaría hablando con el imbécil ese de Hugo por Telegram, sudando de mí.
               Bufé, imaginándomela tirada en su cama, sonriendo ante las tonterías que le diría ese niñato.
               Ahora mismo no me acordaba de que ella misma me había dicho que no debía ponerme celoso por él.
               -¿O sea?-insistió Mimi.
               -No.
               -¿Y dos?
               -No.
               -¿Y tres?
               -Que no-gruñí, seco, más de lo que pretendía. Mimi dio un respingo mal disimulado y asintió con la cabeza. Se mordisqueó el labio inferior y parpadeó deprisa, como conteniendo las lágrimas. Ah, genial, ¿ahora se iba a oponer a llorar?
               Vale que intentara consolarme llenándome el estómago, pero si le decía que no una vez, no tenía que insistir. Hasta yo sabía que no había que insistir después de un no tan rotundo como el mío.
               Ese no mío no se trataba de los no que te dan las tías a las que acabas de conocer en la discoteca que quieren que las convenzas para que se acuesten contigo. No es el no de las chicas que se quieren hacer las duras para no arriesgarse a que las llames guarras una vez te separas de ellas, con su pintalabios por tu boca o incluso, si ha habido suerte, en la base de tu polla.
               Mi no había sido un no de verdad. De esos que había escuchado un par de veces en mi vida y que había aprendido a identificar rápido.
               Créeme, cuando no sabes distinguir los diferentes tipos de “no” de las mujeres, que te tiren una copa a la cara porque te estás poniendo pesado ayuda que te cagas. Espabilaría hasta al más subnormal.
               -Vale-cedió, acariciando su libro y tragando saliva. Verla tan alterada hizo que algo dentro de mí se revolviera. Todos mis instintos de hermano mayor se dispararon. Debía protegerla, cuidarla y asegurarme de que era feliz, no putearla en cuanto se me presentara la ocasión.
               Así que decidí mostrarme más receptivo.
               -¿Qué hay de cena?-pregunté, y ella se mojó los labios antes de responder, dubitativa:
               -Pollo a la plancha con verduras.
               Joder, menudo diita estoy teniendo.
               -¿¡Otra vez!?-no me jodas, mamá sabe lo poco que me gusta el puto pollo a la plancha para cenar, y venga, erre que erre, cada vez que puede, me lo cuela. Pues hoy, no va a tener esa suerte-. ¿De qué la quieres?
               -¿Qué?
               -La pizza, Mary Elizabeth-suspiré trágicamente, y el conejo se me quedó mirando. Es cierto que los animales son empáticos: en la comprensión en su mirada se leía una inteligencia emocional que pocos seres humanos tenían-. Que de qué la quieres.
               -¡Vegetariana, como siempre!-y celebró mi cambio de parecer colgándose de mi cuello y dándome un sonoro beso en la mejilla. Se echó a reír cuando la llamé “pelota” y, entusiasmada, fue a por su ordenador portátil para pedirla por internet. Se pasó la media hora que la empresa ponía de límite para recibirla actualizando la página en la que mostraba el estado del pedido y lanzando chillidos emocionados cuando la pizza pasaba de una etapa de su vida a la siguiente.
               Yo, por mi parte, me pasé esa media hora entrando y saliendo de Instagram, actualizando la página y frustrándome cada vez más y más por culpa de la puñetera Sabrae Malik.
               Incluso llegué a considerar seriamente la posibilidad de bloquearla.
               Mimi corrió como alma que lleva el diablo a la puerta cuando escuchamos el sonido de la moto del repartidor. Me compadecí de él por tener que traerle la pizza a dos hermanos con la que estaba cayendo. Me daban mucha lástima los de la comida a domicilio: su sueldo era una mierda y muchas veces se llevaban bronca de los clientes porque los de la tienda no hacían bien su trabajo. Créeme, la gente es muy cabrona. Cuando curras con gente con experiencia anterior en el mundo del reparto a domicilio, descubres una parte del género humano de la que no te gustaría oír hablar.
               -¿Pagas tú?-preguntó Mimi, poniéndome ojitos mientras aceptaba las dos cajas de pizza que habíamos pedido. El repartidor se echó a reír al ver mi cara de contrariedad.
               -Madre mía, ¡tendrás morro, niña!-saqué la cartera y le tendí al chico un billete de 20 libras-. Joder, si buscas en Google “el mayor calzonazos de Reino Unido”, te sale mi puta cara.
               -Eres el mejor-canturreó Mimi, dándome un beso y desapareciendo por la puerta del salón-. ¡Mira, Trufi! ¡Hoy cenamos antes!
               Abrió la caja de su pizza y le tiró un pedazo de brócoli al conejo, que se abalanzó a él como si le matáramos de hambre. Puto obeso de los cojones.
               Me quedé mirando cómo el chico se quitaba la gorra y se ponía rápidamente el casco, se montaba en la moto, la arrancaba y se marchaba bajo la lluvia torrencial.
               -Recuérdame que nunca volvamos a pedir comida cuando hace este tiempo-le dije a mi hermana, pero ella no me hizo el menor caso.
               -¿Has pagado con tarjeta?
               -¿No me acabas de ver darle efectivo?
               -Es que te ha llegado un mensaje.
               -Será Scott, que se aburre y quiere que le mande recursos para su estúpida aldea. Joder, de verdad… el día que dejé que me convencieran para descargarme ese estúpido juego, estaba mejor cagando-bufé, recogiendo el móvil de encima de la mesa y abriendo la caja de mi pizza carbonara.
               Mis protestas murieron en mi boca cuando me di cuenta de que no era una petición de hierro o alguna gilipollez de ésas de los juegos a los que Scott y Tommy estaban tan viciados.
               Era de Instagram.
               ¡Saab. 🍫👑 (@sabraemalik) ha respondido a tu historia!






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3 comentarios:

  1. NO TE PIENSO PERDONAR QUE HAYAS TERMINADO EL CAPITULO DE ESA MANERA! 5200 DENUNCIAS TE VAS A LLEVAR PEDAZO DE CABRONA!!! ESO NO SE HACE JODEEEEEEER

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  2. Acabar los examanes y poder leer un capotilo de Sabrae debería ser considerado como la octava maravilla del mundo. No me puedo creer que hayas tenido el descaro de dejar asi el capítulo Erikina, pero bueno, viniendo de tí yo ya me lo espero todo. Literalmente el momento de Alec en la cama escuchando Call Out my MamN me ha dejado en la más absoluta mierda, yo no quiero ni pensar en el dia en el que se de cuenta de que está enamorado de ella porque la obra de arte que puede salir de tus dedos para narrar eso me va a dejar calvisima. Una vez mas Erikina, me haces sonreír como una boba mientras leo. Muchas gracias ❤ Te quiero mucho.

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  3. "-¿Quién pintó Gernika?-atacó.
    -Alguien, con un pincel y unas acuarelas-solté, y Mimi se echó a reír." QUE ME ESTOY DESCOJONANDO
    Ay pobre Trufas asustado estoy sufriendo ��
    Mimi es yo cuando mis hermanos se afeitan aunque en verdad mimi es bastante yo en general xd


    "Chocaría contra ella, me desintegraría, puede que a ella le hiciera daño, pero yo no sobreviviría al impacto. Y, sin embargo, tenía que acercarme igual." ❤

    - Ana

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