miércoles, 23 de mayo de 2018

Un animal de interiores.


               JUSTICIA.
               SÍ. SEÑOR. GRACIAS, DIOS. NO MEREZCO ESTE REGALO.
               Pasé olímpicamente de la pizza y de todo lo que me rodeaba, demasiado ocupado en detestar cada parpadeo de las líneas de la rueda de mi móvil que me indicaban que se estaba descargando la conversación.

¿Fan de los dinosaurios?🦖
               Me quedé mirando la camiseta que llevaba puesta. De color marrón, tenía una flecha señalando estratégicamente hacia mi entrepierna. En el pecho, en letras grandes y blancas, se leía “El último dinosaurio con vida”.
               Me eché a reír. Ni siquiera me había dado cuenta de qué llevaba puesto en el momento en que me hice la foto. Simplemente, en lo único en que podía pensar, era en que necesitaba desesperadamente que Sabrae me diera bola.
               Aunque no me imaginaba que lo haría por mi atuendo.
¿Y quién no?
Confieso que a mí me gustaría más una con un dibujo, pero la referencia de la tuya tampoco está nada mal.
Vaya, Saab, no sé cómo tomarme eso. ¿Acabas de hacerme un cumplido? ¿Tú, precisamente? ¿Te encuentras bien?
Hombre, yo me relaciono con gente que tiene buen gusto. Por eso de que yo también lo tengo y sé identificarlos bien, y tal.
Claro, claro. Eso explicaría muchas cosas.
¿Qué cosas?
Con quién te juntas los fines de semana.😏
¡Mira que eres tonto!😂
Seré lo que tú quieras que sea, bombón.😉
               Estaba tan ocupado ligando y perdonando a Sabrae por su tardanza (ya que sus intervenciones lo merecían), que ni me percaté de que Mimi se había incorporado para leer la conversación.
               -Vaya, vaya-comentó mi hermana, y yo di un brinco y me la quedé mirando. Me había olvidado completamente de su presencia.
               Bueno, qué cojones. Me había olvidado de todo lo que no tuviera que ver con Sabrae y las reacciones químicas que provocaba en mi cuerpo, incluso a distancia.
               Era como una estrella gigantesca, que me atrapaba con su luz y tiraba de mí hacia su superficie, y yo iba, aun sabiendo que me pegaría el leñazo del siglo.
               -¿Desde cuándo te mandas mensajitos con Sabrae?-quiso saber mi hermana, alzando las cejas. Bloqueé el móvil y lo tiré a mi lado, lejos de ella.
               -Cállate-urgí, cogiendo un trozo de pizza y metiéndomelo en la boca-. Yo no me mando mensajitos con nadie.
               -Ya, seguro. ¿Qué crees que Sabrae quiere que seas para ella, exactamente?-Mimi esbozó una sonrisa traviesa y yo me la quedé mirando.
               -Métete en tus asuntos-ladré-, haz el favor.
               -Vamos, Al. ¡Tengo curiosidad! ¿Qué serías por ella?-insistió, e incluso pasó por encima de mí para poder cogerme el teléfono y tratar de desbloquearlo.
               Regla número uno: no permitas que tu hermana ponga su huella como huella reconocible que puede desbloquear tu móvil. Es peligroso.
               -¿Quieres callarte? Qué plasta eres, tía. ¿No puedo mantener conversaciones con nadie sin que tú metas tu estúpida nariz en ella?
               -¡Es divertido leer cómo tonteas!
               -Sí, ya. Lo siento si tus conversaciones con Eleanor son monotemáticas-ataqué-, pero la verdad es que yo soy una persona muy interesante que puede hablar de muchísimos temas.
               Mimi me estudió, impasible.
               -Mis conversaciones con Eleanor no son monotemáticas-constató.
               -¿Qué nos apostamos a que, si ahora leo tu conversación con ella, me encuentro con el nombre de Scott en el último mensaje?
               -No hablamos de Scott-discutió Mimi, tozuda como ella sola. Por favor, a otro con ese cuento. Eleanor estaba enamoradísima de Scott, ¿cómo no iban a hablar de él? Si casi teníamos que ir con cuidado cuando los dos estaban en la misma habitación, no nos fuéramos a resbalar con las babas de la hermana de Tommy y darnos un tortazo tremendo.
               -Sí, claro, fijísimo-me burlé, y ella, orgullosa, recogió su móvil y lo desbloqueó. Entró en la conversación con su amiga y se aclaró la garganta.
               -“El caso-leyó en voz alta, y yo me crucé de brazos, alcé una ceja y esperé-, Mím, que no sé si podré ir con vosotras el finde. Y me da mucha rabia porque sé que Marlene no se va a callar la boca con el tema de que quiero exprimir a…”-mi hermana se quedó callada de repente, se puso roja como un tomate, bloqueó el móvil y lo lanzó sobre el sofá. Se tapó la mano con la manga de la chaqueta, y la boca con la mano, tratando de ocultar su risa nerviosa.
               -¿A quién va a exprimir Eleanor, Mary Elizabeth?
               -A nadie-respondió a la defensiva.
               -Es a Scott, ¿a que sí?-me burlé, y ella asintió tímidamente, y yo me eché a reír. Eleanor no se había dejado caer por casa en lo que llevábamos de semana, con la excusa de que Tommy estaba muy irascible por culpa de su castigo. Como no podía ir a visitar a su mejor amigo, su hermana hacía de sustituta, cosa que, por otro lado, sabía que le encantaba. Varias veces las había escuchado hablando sobre lo sola que podía sentirse Eleanor a veces, cuando Mimi no podía quedar y a ella le apetecía ir a dar una vuelta, pero no tenía con quién porque Tommy estaba por ahí con Scott y no quería ir por ahí ella sola.
               -Cuando quieras, te presto al petardo de mi hermano-le ofrecía Mimi-. En serio, El. Cuando quieras, vienes a casa y das una vuelta con él. Tampoco es que te vayas a entretener mucho, porque Alec no sabe pasárselo bien sin quitarse la ropa…-en ese momento siempre me daban ganas de entrar en su habitación y decirle que yo sabía pasármelo bien con la ropa puesta, pero también siempre encontraba una razón para contenerme-, pero seguro que algo se te ocurrirá.
               Así que Eleanor había visto en este castigo una especie de regalo divino en el que disfrutar de un poco más de su hermano. Quizá debería hablar con su madre para que lo tuviera encerradito en casa más a menudo.
               Mimi me dio un puñetazo en el hombro con toda la fuerza de sus brazos, molesta por mis carcajadas, devolviéndome así a la realidad.
               Como vio que no había manera de que yo dejara de reírme, decidió optar por darme un golpe bajo.
               -¿Ya le mandas fotos de la picha?-soltó, como quien no quiere la cosa, dando un mordisco de la punta de su pizza.
               Mis carcajadas habrían seguido por escucharla decir “picha”, pero las implicaciones de aquella pregunta eran demasiado profundas como para que yo no me ofendiera al nanosegundo.
               -Yo no mando fotos de mi polla-ladré, molesto, pero Mimi sonrió.
               -Ah, vale. O sea, que sólo lo haces conmigo.
               -Fue una vez, Mary Elizabeth-escupí-, y fue sin querer. Joder, cualquiera que te oiga piensa que me va el incesto o algo así. Es que sólo se te ocurre a ti ponerte a mandarme mensajitos cuando estoy al otro lado de la pared.
               -Tenía gripe y estaba afónica, no podía gritarte para que me escucharas por encima del sonido de tus pajas-espetó mi hermana, que se las daba de tímida pero era una mosquita muerta de mucho cuidado.
               El incidente al que se refería había tenido lugar unos meses antes. Era una mañana en la que no habíamos tenido clase, y Pauline tampoco, y yo no tenía que trabajar, y ella intentaba convencerme de que me pasara a visitarla y echáramos un polvo a pesar de que yo estaba literalmente molido de la fiesta de la noche anterior. Como vio que las sugerencias subidas de tono no surtían el efecto deseado y yo me resistía, decidió subir de nivel y pasar a la acción con una buena sesión de fotos en las que la ropa iba disminuyendo conforme aumentaba la temperatura.
               No era la primera vez que yo hacía eso con una tía, aunque personalmente prefería que se desnudaran cuando yo estaba con ellas para poder acariciarlas y terminar follándomelas, pero donde hay carne, hay amor, ya me entiendes. El caso es que una cosa llevó a la otra y, a pesar de que yo no soy de los que se hacen reportajes medio en bolas, al final terminé entrando en su juego como un gilipollas. Me quité ropa igual que se la quitó ella, y me hice fotos igual que se las hizo ella…
               Con la diferencia de que ella no tenía una hermana plasta que se pusiera a pedirle favores vía mensaje. El nombre de Mimi sustituyó al de Pauline un segundo antes de que yo presionara la última conversación en la que había recibido un mensaje, y… bueno…
               Lo único que confirmaré públicamente es que a Mimi se le olvidó lo afónica que estaba y a mí casi me da un infarto cuando la escuché chillar:
               -¡ALEEEEC! ¡MIS OJOS!
               -No jodas-gruñí por lo bajo, mirando la conversación y no atinando a borrar el mensaje. Me puse tan nervioso que sólo lo borré para mí, y tuve que ir a su habitación y cogerle el móvil y eliminarlo yo mismo porque ella no se atrevía a encender la pantalla de nuevo. Me miró con ojos como platos y asintió con la cabeza con gesto ausente cuando le dije que por favor no se lo contara a mamá.
               Bastante bronca me caería si se enterara de que andaba pasando y recibiendo fotos en bolas por ahí, como para que encima supiera que una de ellas había acabado en el móvil de mi hermana.
               -Cómete la pizza y calla-la insté, y Mimi soltó una risita, me sacó la lengua y se terminó el pedazo que había empezado a mordisquear. Yo continué mirando la conversación con Sabrae, que seguía activa en la red social, y odiándome por no pensar en ningún tema que sacarle.
               Vi que su imagen aparecía en la parte superior de mi página de inicio y ni me lo pensé. Toqué su cara y me recliné en el asiento, asegurándome de inclinarme hacia un lado de modo que Mimi no viera lo que hacía.
               La primera imagen que recibí fue un vídeo de su jardín en el que se escuchaba música muy tenue de fondo, acompañada del sonido de la lluvia cayendo. Un relámpago partía el cielo en dos mitades mal repartidas e iluminaba por un momento la escena. Se escuchaba el sonido de una niña conteniendo el aliento, y por el reflejo de la ventana se intuía, más que se veía, a Sabrae sonriendo y acariciándole la cabeza a Duna, que se había abrazado a su pierna.
               -No te preocupes, pequeña, no pasa…-y la imagen se detenía ahí. La sustituía otra; esta vez, estática. Consistía en una lata de galletas de diferentes tonalidades de rojo y verde, migas de galleta repartidas aquí y allá, y una mano pequeña estirándose en dirección a la caja con la intención de robar un poco más de su contenido.
               Después, una foto de su lista de reproducción mientras dibujaba.
               Y, luego, otro vídeo. En él aparecían todos sus hermanos: primero, Shasha y Duna, la mayor bailando con la pequeña vestida con la camiseta que le había regalado yo esa misma tarde; Scott hacía acto de presencia más tarde, tirado en el sofá del sótano que utilizaba como cuarto de juegos y cine privado, observando a sus hermanas con aburrimiento y una sonrisa danzándole en los labios.
               -Thunder, feel the thunder!-chillaban Shasha y Duna, y Duna daba brincos al ritmo de los golpes de la canción-, lightning, then the thunder, thunder!
               Le siguieron varios vídeos, esta vez mucho más cortos, de Shasha y Duna bailando hasta que se terminó la canción. A continuación, Duna aparecía sentada en el sofá, olisqueando la camiseta y sonriendo con una alegría infinita. Se abrazó a sí misma y miró a alguien que estaba un poco por encima de la cámara cuando Sabrae le preguntó:
               -¿De qué te ríes, pequeñita?
               -Ay, es que huele muy rica-contestó la pequeña de la casa, ocultando la cara bajo la tela de la camiseta. Scott se rió fuera de plano.
               -Me parece de coña que le hayáis pedido la camiseta a Alec.
               -Nos la trajo él porque quiso-discutió Sabrae.
               -Sí, sí. Seguro que fuisteis a llorarle.
               El vídeo se cortaba allí, y le seguía otro de una maraña de cuerpos enredados. Scott y Sabrae se peleaban mientras Shasha grababa y coreaba pelea, pelea, pelea, pelea, como cuando había movida en el patio del instituto y todos nos acercábamos como buitres a la carroña, en un ritual tan antiguo como la educación en sí misma. Duna, que era un sol, animaba a sus hermanos por igual, gritando sus nombres y aplaudiendo y celebrando golpes.
               No pude resistirme a preguntar a qué se debía tanto alboroto.
¿Defendiendo mi honor?
               La respuesta de Sabrae no se hizo esperar.
Siempre he defendido las causas perdidas.
Gracias por documentar la paliza que le has dado a tu hermano. Me encanta tener material nuevo con el que meterme con él.
Un placer 😉
               Estudié los mensajes. Algo no encajaba. ¿Qué hacía tanto tiempo conectada ahora, como si estuviera esperando mi reacción, cuando antes había estado en el más absoluto silencio? De un momento de desconexión, parecía haber saltado a la era digital con un triple salto mortal, aterrizando en el centro y llegando para quedarse.
               Repasé de nuevo las historias y, entonces, me fijé en el tiempo que llevaban subidas. Menos de cinco minutos, todas en un intervalo de tiempo en el que era imposible que hubiera hecho tantas cosas.
               No tenía Internet, comprendí. Y me noté sonreír, muy a mi pesar. Así que no estaba pasando de mí, no estaba hablando con otros… simplemente no podía hablar conmigo porque no podía hablar con nadie; no me daba bola porque no podía dársela a nadie y no me ofrecía contenido que comentar de nuevo porque no podía ofrecérselo a nadie.
               Mi madre solía decir que mal de muchos, consuelo de tontos. Y la verdad es que tenía razón, y yo debía de ser tontísimo, pero la posibilidad que había de que Sabrae no hubiera estado hablando con nadie me alegraba más de lo que debería.
               Y decía mucho de ella que hubiera contestado a mi foto en la historia incluso antes de terminar de subir las suyas. Eso significaba que la había estado vigilando con atención.
               -Uy-comentó Mimi, y yo la miré, un poco embobado, para qué mentir-. Qué sonrisita.
               -¿Quieres dejar de atosigarme?-espeté, pero ni siquiera su intento de enfadarme consiguió borrarme el mal humor que me proporcionó el saberme el primero en los pensamientos de Sabrae-. Gracias.
               Mimi sonrió, cogió un último trozo de su pizza y comentó como quien no quiere la cosa:
               -¿Sabes? Sabrae y tú me recordáis al libro-señaló el objeto en cuestión, que reposaba tranquilamente sobre la mesa, esperando a ser leído.
               -¿A qué te refieres?
               -También hay una pareja interracial-explicó Mimi-. Hay un chico blanco que se enamora de una chica de piel de tierra.
               -La piel de Sabrae no es de tierra-la corregí-. Es de chocolate y caramelo, con un poquito de oro cuando le da el sol.
               Mimi sonrió, como el científico que acaba de probar su teoría revolucionaria empíricamente. Se metió un trozo de pizza en la boca y masticó con la boca abierta, sin disimular su satisfacción.
               -¿Qué pasa?-quise saber, un poco picado por su forma de mirarme. Ni que ahora la chiquilla hubiera descubierto el cáncer-. Digo cosas buenas de mis amigas constantemente, ¿a qué viene esa cara?
               -Puede-contestó ella, después de tomarse un momento para tragar-, pero no las dices en ese tono.
               Cerró la caja de la pizza después de desplazar el último trozo a mi cartón y se levantó para ir a tirarla. Me la quedé mirando mientras caminaba hacia la cocina, deshaciéndose las trenzas y soltándose el pelo y echándoselo tras las orejas.
               Regresó con un bol de helado lleno hasta la mitad y una cucharilla clavada en el centro de una masa cuyo olor me resultó vagamente familiar. No sabría relacionarlo con nada en particular, pero me traía buenos recuerdos.
               -Tampoco has intentado rebatirme lo de la pareja enamorada.
               -Dijiste que nos parecíamos en lo de las dos razas, no en que estuvieran enamorados.
               -¿No lo estáis?-inquirió Mimi, chupando la cuchara y alzando una ceja de modo y manera que se ocultó bajo su flequillo recto.
               -No-contesté, enrollando un trozo de pizza y metiéndomelo en la boca.
               -Ajá. ¿Lo sabe ella?-quiso saber, señalando el móvil con la cucharilla.
               -Por supuesto, ¿cómo íbamos a…?
               -¿Y lo sabes tú?-puntualizó, y yo la estudié. Observé la forma en que arrugaba la nariz, delatando su sonrisa. Los tintes rojizos de su pelo, que competían en muchísimas ocasiones con el rubor de sus mejillas, y que ahora se lucían en soledad en su cara. No había ni rastro de ese sonrojo omnipresente en mi hermana. Eso significaba que se sabía con la razón.
               No digné esa pregunta con una respuesta. Solté una risa entre dientes, haciéndole ver que no quería seguir con ese jueguecito, me terminé la pizza y tiré la caja encima de la suya, en el cubo del papel. Para cuando regresé al salón, ya había dado buena cuenta de ese nuevo helado de aroma tan interesante. Dios, ¿dónde más lo había olido yo?
               -Gracias por tu generosidad, hermana-señalé el bol vacío sobre la mesa-. Todo un detalle por tu parte dejarme el último bocado a mí.
               -No te iba a gustar-contestó-. Es maracuyá. Tropical-aclaró, y yo me pasé una mano por el pelo.
               -¿No vas a dejarme probar cosas nuevas?
               -Estás probando muchas cosas nuevas últimamente-me vaciló-, no quiero que te satures.
               -Listilla-bufé, tirándome en el sofá a su lado y abriendo de nuevo Instagram.
               Me pasé el resto de la tarde mandando y recibiendo mensajes de Sabrae, haciéndome el interesante y no contestando inmediatamente para no parecer desesperado. Para cuando llegaron mis padres, la conversación con ella necesitaría cerca de 30 folios para reproducirse bien (claro que la mayoría eran emoticonos y frases sin mucho sentido, pero lo que contaba era que los dos hacíamos el esfuerzo por mantener la charla a flote).
               Di un brinco cuando escuché la puerta del garaje abrirse y Mimi se echó a reír. Estaba demasiado ocupado esperando a que Sabrae terminara de escribir (una cosa era que no le contestara inmediatamente, pero cuando le enviaba un mensaje, me quedaba esperando a que lo leyera y decidiera contestarme para no ralentizar todavía más la conversación) como para escuchar el coche de nuestros padres entrando en la casa, y mi sobresalto le produjo risa a mi hermana. Le di un toquecito en el costado y ella lanzó un alarido, acusando mi ataque de cosquillas.
               -¿A ti te parece, mujer-pregunté, girándome hacia mi madre, que entraba cargada con bolsas de la compra y el pelo un poco aplastado contra su frente-, que está el día como para que te vayas sin despedirte de mí?
               -Haber estado en casa-espetó, ceñuda-, y podrías haber venido conmigo si quisieras.
               -Con lo calentito y cómodo que se está en el sofá, en compañía de mi hermana pequeña y su adorable animal…-comenté, y mamá se acercó a mí y dejó caer una bolsa en mi regazo.
               -Guarda eso en la nevera. Voy a ayudar a vuestro padre, tenemos el maletero lleno-se giró sobre sus talones y echó a andar de nuevo hacia la puerta. Miré a Mimi, que negó con la cabeza, comprendiendo mis intenciones, y gruñí por lo bajo cuando se levantó y se dirigió hacia el garaje también.
               Enfurruñado, fui hasta la cocina y abrí la nevera. En dos segundos, Trufas estaba frotándose contra mis pies, haciéndome la pelota para ver si caía algo.
               -No, gordo-le recordé, metiendo la verdura en su cajón-. Ya has cenado. Échate para allá, Trufas, tío-bufé, apartándolo con el pie-. Qué pesado. ¿No ves que tengo que guardar los yogures…?
               Trufas dio un brinco y trató de coger un ajo puerro, pero yo fui más rápido y lo cogí del lomo. Estaba a punto de echarle la bronca cuando me vibró el móvil en el bolsillo del pantalón. Lo saqué rápidamente y lo desbloqueé sin mirar la notificación: sabía que era un mensaje de Sabrae.
A mí me encantan los días de lluvia. Son muy de peli y manta.
No tienes pinta de que te guste ese plan de peli y manta.
               No había esperado para hacerme el interesante, constaté con fastidio después. Me dije que no pasaba nada, que ella no le daría más importancia de la que tenía.
               Vamos, que no se daría cuenta de que le había activado las notificaciones a los mensajes de Instagram sólo por poder hablar con ella más rápido. Porque ella no sabía que yo no solía tener las notificaciones de Instagram, ¿verdad?
               Joder, como Scott se lo comentara, lo mataba.
               Esperé impaciente a que no respondiera, con el frío de la nevera erizándome la piel y el conejo luchando por alcanzar la balda donde guardábamos sus chucherías.
               -No, Trufas-bufé, mirando el teléfono. Por fin, un nuevo mensaje. Apenas había terminado de vibrarme el móvil cuando lo abrí.
¿Por qué dices eso?
               Me pasé una mano por el pelo, dejé el paquete de yogures de nuevo sobre la encimera y escribí:
No sé, pareces la típica que no para quieta en casa. Una criatura de exteriores, ya me entiendes.
Para nada. Soy como un gato persa, en realidad. Un animal de interiores.
Sí, ya. Un gato persa.
¿Qué pasa?
¿Sabes que son tremendamente mimosos? En plan… súper mimosos. Te atosigan. Literalmente.
¿Quién lo dice?
Lo leí por ahí. ¿No te fías de mí?
No sé, no sé.😉
Vaya, Sabrae, pensaba que confiabas en mí.
Depende de cómo tenga el día.
O la noche, ¿no es así?😏
De noche, todos los gatos son pardos.
               Me eché a reír. Ésa, tenía que concedérsela. Estaba tecleando una respuesta para ella cuando una voz detrás de mí me hizo dar un nuevo brinco.
               Dios, era increíble cómo en el cuadrilátero nadie había sido nunca de pillarme con la guardia baja, y sin embargo en mi casa no hacían más que darme sustos.
               -¿QUÉ HACES CON LA NEVERA ABIERTA, ALEC?-ladró mi madre, cerrándola de un portazo y fulminándome con la mirada desde sus nada despreciables 170 centímetros de altura.
               Claro que, cuando le sacas 17 centímetros a tu madre, sus miradas ya no son tan intimidantes como cuando eras pequeño. Aunque su forma de escudriñarte siempre va a acojonar un poco, la verdad.
               -Esto… estaba...-musité, pillado in fraganti. Mamá chasqueó la lengua, negó con la cabeza y me empujó suavemente para que me quitara de en medio y poder abrir la puerta de la nevera de nuevo-. Las lechugas no van ahí, Alec.
               -Bueno, mujer, ¡yo las meto y luego tú las organizas como quieras!
               -Chico, para una cosa que te pido, y vas y la haces mal. Seguro que es para que deje de mandarte hacer cosas-negó con la cabeza, recolocando los productos-. Pues vas listo. Por mi madre que hago de ti alguien de provecho, ¿me oyes? Por la gloria de mi madre, te lo juro, Alec.
               -Y por la gloria de la mía te juro yo que no lo hago a malas, mamá.
               -¡A mí no me retruques, ¿estamos?!-ladró, tirando los puerros de muy mala manera al interior de la nevera. Se giró y miró los yogures-. ¡Eso! ¡Los yogures, lo último! ¡Total, qué más da! ¡Si se ponen malos y pillamos una salmonelosis, vamos al hospital y ya está! ¡Venga! Total, más tonta de lo que soy, ya no me lo voy a quedar, ¿no?
               -Jesús-bufé, apartándome el pelo de la cara y tratando de salir de la cocina. Mamá tenía el día torcido y estaba haciendo lo posible por conseguir que le entrara al trapo y le diera una razón para discutir. Pues no. Yo estaba teniendo un día cojonudo, no iba a dejar que me estropeara el haber visto a Sabrae.
               Ah, sí, y el polvo de Chrissy.
               Eso también.
               -Qué vida más dura, ¿eh?
               -Me voy al sofá-dije a modo de despedida.
               -De eso nada-replicó mamá-. A poner la mesa, que no son horas.
               -¿Y la culpa de no haber cenado antes la tengo yo?
               -¿Te pasa algo en las manos?
               -Al-llamó Dylan, y yo me giré hacia él. Se pasó una mano por los labios, cerrando una cremallera imaginaria, y luego me mostró la palma. Déjalo estar, me decía mi padrastro. Me mordí la lengua (muy a mi pesar), conté hasta diez y me acerqué al cajón del mantel.
               Lo extendí por la mesa y, decidido a no darle ocasión a mi madre a protestar por nada, coloqué los vasos y los cubiertos como lo hacían en los restaurantes: derecha, cuchillo (bueno, para mí, a la izquierda, por eso de que soy zurdo y tal); izquierda, tenedor; arriba, cucharilla. El vaso dado la vuelta y la servilleta sobre el plato.
               Me volví hacia mi madre y esbocé una sonrisa satisfecha.
               -Muy bien-celebró en tono neutro, y yo hinché el pecho como un gallito orgulloso. Lo único mejor que echar un buen polvo era darle en las narices a mi madre cuando tenía el día cruzado-. Y ahora lo quitas todo, y lo pones todo a derechas. El mantel está dado la vuelta.
               -No es ver…-empecé, pero me giré y efectivamente, vi las costuras del mantel vueltas hacia arriba. Recogí todo rápidamente, haciendo el mayor ruido posible, y refunfuñé-: Podías habérmelo dicho.
               -Ya va siendo hora de que te centres, Alec. No todo en tu vida va a ser todo follar, y follar, y follar.
               -Qué más quisiera yo que todo en mi vida fuera follar, follar y follar-repliqué, dejando los cubiertos como los poníamos normalmente: a la derecha de los platos, y cada cual que se los reparta como le dé la real gana.
               -¡Que no me retruques, te digo! Si es que, ¡de verdad! Ni un momento de descanso voy a tener contigo. El día que yo me muera, lo que me vais a echar de menos. Se os va a comer la mierda, ya lo verás.
               -Vale-gruñí, arrastrando una silla-. ¿Qué cojones pasa? ¿Esto es por lo de ir a trabajar?-ladré, y ella entrecerró los ojos y frunció los labios-. ¡Porque tengo que ir a currar, mamá! ¡Si falto un día, me ponen de patitas en la calle, y a tomar por culo el seguro de la moto, la gasolina, y todo!
               -¡Pues mejor! Así no te recojo de cualquier arcén-gritó.
               -Annie…-intercedió Dylan, negando con la cabeza, intentando suavizarla.
               -¡UGH! Voy a cambiarme, es que no os puedo ni ver-bramó, alzando las manos y saliendo de la cocina. Miré a mi padrastro.
               -¿Qué bicho le ha picado?
               -Se habían acabado las galletas que le gustaban-explicó, encogiéndose de hombros.
               -Joder, y luego el melodramático soy yo-chasqueé la lengua-. Ni que tuviera la regla, macho.
               Dylan esbozó una sonrisa.
               -Ah, genial, ¿eso también?-arqueé las cejas, y mi padrastro, por toda respuesta, se pasó la mano por la barba y se empujó las gafas de pasta por el puente de la nariz, ocultando su sonrisa-. No ganas para disgustos, Dyl.
               -Ya sabes cómo es los primeros días.
               -Es una exagerada. Lo que pasa es que le gusta más el drama que a un tonto un caramelo-repliqué, dirigiéndome hacia el hall, cambiándome el calzado y cogiendo una chaqueta.
               -¿Adónde vas?-preguntaron tanto él como mi madre, que se había asomado a las escaleras.
               -A buscar un arcén-contesté, abrochándomela y cogiendo el mando del garaje-. Si no vuelvo… es que lo he encontrado.
               -¡QUE ADÓNDE VAS!-bramó mi madre, bajando las escaleras como un resorte y yendo tras de mí. Me subí a la moto y la arranqué-. ¡ALEC!-exigió.
               -¡ADIVÍNALO, SEÑORA!-repliqué antes de ponerme el casco y arrastrar la moto bajo la lluvia.
               -¡QUE NO ME HABLES ASÍ, TE DIGO, O TE DEJO SIN TELÉFONO HASTA QUE CUMPLAS LOS 30!
               Contuve las ganas de hacerle un corte de manga, porque si le hubiera hecho eso vendría corriendo detrás de mí para arrancarme la cabeza.
               Cuando volví, diez minutos después, estaba incluso más furiosa que antes. Se habían sentado a la mesa y ya estaban comiendo el pollo, con el que Mimi jugueteaba en su plato.
               -Gracias por esperar-bufé, clavando una mirada acusadora en mi madre. Ella me devolvió la mirada, se metió un trozo de zanahoria en la boca y lo masticó despacio. Dejé la bolsa con las pastas encima de la mesa, la acerqué hacia ella (arrastré el mantel al hacerlo) y esperé a que la abriera para sentarme. Mamá extrajo el paquete de pastas caseras del interior de la bolsa de plástico, lo colocó al lado de su plato sobre la mesa y desenredó el lazo de la pastelería del barrio. Sonrió al descubrir las láminas de chocolate con miel y nuez triturada y levantó la vista. Le dediqué mi mejor sonrisa torcida.
               -Voy a hacerte unas patatas fritas-dijo, limpiándose la boca con la servilleta y levantándose.
               Hacerme patatas fritas era la manera que tenía mamá de reconocer que se había pasado conmigo y que yo era un santo por aguantarle las gilipolleces.
               -Da igual, mamá. Si no tengo hambre. Mimi y yo pedimos pizza.
               Mamá le dirigió una mirada helada a mi hermana, que se encogió un poco en su asiento, se ruborizó hasta límites insospechados, y se metió un trozo de brócoli en la boca.
               -¿No sabíais que había cena?
               -Precisamente porque sabíamos que había cena-contesté, y Mimi me miró. En sus ojos se mezclaron la admiración y la lástima. Admiración, por contestarle a mamá. Lástima, porque mamá me destrozaría por esta necesidad mía de llevar razón siempre.
               -¿Qué se supone que…?
               -Mamá, te he traído pastitas. No puedes enfadarte conmigo-me llevé una mano al pecho y sonreí-. Soy tu ojito derecho.
               Mamá suspiró.
               -¿Qué voy a hacer contigo, Al?
               Sonreí para mis adentros. Ahora sólo era Al. La cosa marchaba bien.
               -Lo que tú quieras. Bueno, siempre que no sea abandonarme por ahí cuando vayamos de vacaciones… por eso de que sé volver a casa, y tal.
               Mamá y Dylan se echaron a reír.
               -Es un poco tarde para eso, ¿no crees?-preguntó mi padrastro, y yo asentí. Me senté a la mesa y picoteé aquí y allá, demasiado lleno por la comida tailandesa y la pizza posterior. Escuché la conversación de mis padres y metí baza un par de veces, aburrido, pero cuando mamá empezó a preguntarme si había hecho los deberes o si tenía que estudiar para algo, solté un educado:
               -Come, mamá, que se te enfría la cena.
               Y me saqué el móvil del bolsillo, aburrido.
               Se me iluminó la cara al descubrir que tenía un mensaje nuevo de Sabrae.
               Con toda esa movida, me había olvidado de que estábamos hablando.
Por cierto, yo soy súper mimosa. En plan, súper, súper. No sé a qué ha venido lo del dato aleatorio de los gatos persas, pero qué poco me conoces si te piensas que no lo soy.
               Reí entre dientes antes de responderle.
Tampoco es que tú me des margen a conocerte, ¿no te parece? A fin de cuentas, ni siquiera quieres darme tu número de teléfono.
               Me guardé el móvil en el bolsillo y contuve una sonrisa. La pelota está en tu tejado, Sabrae. No dirás que no lo estoy intentando.
               Dylan estaba comentando algo con Mimi sobre un nuevo proyecto que le habían encargado para una biblioteca al norte de Inglaterra, en un pequeño pueblo costero. A mi hermana le encantaba la arquitectura de las villas costeras, y estaba entusiasmada con la idea de que su padre estuviera pensando en diseñar los planos de la biblioteca de modo y manera que asemejaran la estructura de un barco.
               Mamá clavó los ojos en mí cuando volví a sacarme el móvil del bolsillo, percibiendo su vibración de nuevo en mis pantalones.
No me has dado muestras de que te lo merezcas.
¿En serio? Qué dura eres, bombón. Venga. Haz ese salto de fe.
¿Por alguien que no me imagina mimosa? No sé, no sé. Creo que vas a tener que seguir intentándolo.😏😉
Ten cuidado, nena. No me vaya a cansar y me vaya con otra que me dé más bola.
Te encanta que me haga la dura, admítelo.
Me encanta saber que te haces la dura porque no me tienes delante. Si estuviéramos juntos, otro gallo cantaría.
Puede ser 😉
Es, bombón.😉
Puede ser, criatura.😉
               Solté una risita. ¿Criatura? ¿Por lo de “criatura de exteriores”?
               Me gustaba.
               Me gustaba mucho.
               Pero, por si acaso, debía confirmarlo.
¿Criatura?
               Sabrae empezó a escribir.
               -Alec-llamó mamá, y me la quedé mirando-. El móvil. Venga. Estamos en la mesa-me señaló con el tenedor y asintió con la cabeza cuando yo lo guardé y me disculpé. Anda que no habrían tenido broncas con Mimi por el mismo motivo, que no soltaba el móvil de la mano cuando se compraba uno nuevo… era como si quisiera estropearlo de darle tanto uso, cada vez que estrenaba modelo.
               Y ahora yo caía igual de bajo que mi hermana. La diferencia estaba en que ella hablaba con sus amigas, y yo… yo no sabía con quién estaba hablando.
               Pero Sabrae, mi amiga, precisamente, no era.
               -Perdón-murmuré, tras metérmelo en el bolsillo y recoger el tenedor. Mamá asintió con la cabeza y se giró para preguntarle a Mimi algo, pero yo no lo pude escuchar. Me había vuelto a vibrar el teléfono, haciendo que todo mi mundo se redujera a ese pequeño rincón en el que reposaba un aparato que estaba comenzando a convertirse en una extensión vital de mi cuerpo.
               Dylan me miró de reojo y no pudo evitar sonreír cuando aproveché que mamá y Mimi charlaban para sacarme el móvil del bolsillo y encender la pantalla. Sólo encendería la pantalla para ver si Sabrae me había respondido, nada más. No leería su mensaje, ni intentaría contestar, ni…
               Una mierda. En cuanto vi la notificación con su nombre, no me pude resistir a deslizar el dedo y entrar en la conversación.
               Mamá me miró, pero Dylan entró a cubrirme antes de que ella me echara la bronca.
               -¿Qué tal el día, Al?-quiso saber, cortando el pollo y metiéndoselo en la boca. Mamá entrecerró ligeramente los ojos, analizando nuestra alianza.
               -Bien-contesté, metiéndome el móvil de nuevo en el bolsillo y apoyando el codo en la mesa, jugueteando con el tenedor. Ahora mismo, lo último que me quería llevar a la boca era ese trozo de zanahoria confitada, por muy rica que pudiera hacerla mamá. Me apetecían cosas más dulces.
               O cosas que sabían a mar.
               Intenté contener una sonrisa pensando en qué parte del cuerpo de Sabrae sabía a mar, y qué tenía que hacer yo para despertar las mareas de su interior.
               -Productivo-dije después de pensarme que mejor sería atacar antes de defenderme. Lo único que podía protegerme de un silencio en el que mi hermana decidiera ser una cabrona y preguntar de qué me reía, exponiéndome ante nuestra madre, era mi voz.
               -¿Y solitario?-aventuró Dylan, y yo me eché a reír. No sé si mamá creyó que mi sonrisa se debía a los recuerdos de lo que había hecho con Chrissy, que sospechaba y Dylan sabía a ciencia cierta. Pero me dio un poco igual, la verdad. Estaba atontado por todo lo que había sucedido en esa tarde: que si el polvo espectacular con Chrissy, que si ver a Sabrae, la experiencia extrasensorial en mi habitación, y ahora, las vibraciones prometedoras en el bolsillo de mi pantalón.
               Joder, estaba teniendo un día de diez, y eso que no estaba tratando de forzar mi suerte.
               -Eso nunca, Dylan-repliqué, esbozando una sonrisa tan amplia que me dolieron las mejillas. Mimi soltó una risita que ocultó tras su mano, y mamá se nos quedó mirando a ambos.
               -¿Qué estáis tramando, niños?
               -¿Tramando?-pregunté yo, llevándome una mano al pecho-. Me duele tu desconfianza, mamá.
               -Te debes de pensar que nací ayer-respondió mi madre, cogiendo su vaso y dando un sorbo.
               -Eso explicaría lo increíblemente firme que tienes el cutis-solté, y mi familia se echó a reír. Mamá casi escupe el agua y Dylan dejó caer el tenedor con un trozo de coliflor mientras Mimi negaba con la cabeza. Aproveché para reclinarme en el asiento y echar un nuevo vistazo a mi teléfono.
               Nada. Sabrae sólo me había mandado un mensaje.
               Una conversación sólo pueden mantenerla dos personas.
               Así que, ignorando todo lo que me decía el sentido común, desbloqueé el teléfono y entré en la conversación.
¿No es lo que eres? Una criatura, igual que yo.
               Cometí el inmenso error de coger el teléfono con las dos manos para darle una contestación.
               Me la jugué demasiado, incluso para la suerte que estaba teniendo ese día.
               Y mi buena fortuna se  terminó.
               -Alec-advirtió mamá, en un tono un poco más suave del que pretendía usar, pero no menos duro.
               -Cierto-asentí, mirándola-. Estás sedienta de mis atenciones, ¿no?
               -No hay quien te soporte, Alec.
               -Pero me quieres-canturreé, alzando las cejas repetidamente. Mamá suspiró.
               -Porque no me queda más remedio.
               -¡Ay, mami!-me recliné en el asiento, arrastré la silla y me levanté-. Qué cosas me dices-dije, cogiéndole la cara y plantándole un sonoro beso en la mejilla. Mamá no pudo evitar sonreír.
               -Termínate el pollo, venga.
               Le eché un vistazo involuntario al teléfono.
               -Por favor-pidió en tono resignado, y yo dejé el móvil encima de la mesa, con la pantalla sobre el mantel, y asentí-. Gracias, mi amor.
               Cenamos condenadamente despacio. Tanto, que incluso me levanté sin que nadie me lo pidiera a recoger la mesa y traer el postre: fruta para mamá, yogur para Mimi, flan para Dylan y para mí. Me quedé mirando cómo mi madre pelaba lentamente la manzana y Mimi mezclaba su postre con un puñado de cereales en un bol, odiando a las mujeres a las que más quería en silencio por la forma en que me separaban de la que más deseaba en ese momento.
               Apenas pronuncié palabra, como si el hecho de que me mantuviera callado fuera a hacer que comieran más rápido, pero de poco sirvió. Mamá y Dylan nos contaron una anécdota de la frutería del supermercado al que acababan de ir, y Mimi se reía y revolvía su yogur mientras yo tamborileaba con los dedos en el vaso de aluminio vacío en el que venía mi flan.
               Cuando por fin terminaron, el corazón de la manzana mordisqueado y el bol del yogur de Mimi pringoso, me incorporé intentando no parecer un resorte y recogí los platos.
               -¿Friegas tú, Alec?-rió Dylan, sabedor de que me moría de ganas por subir pitando a mi habitación y terminar lo que fuera que estaba haciendo con el móvil.
               -Por supuesto-contesté en tono de broma, pero mamá se giró hacia mí con el ceño fruncido.
               -¿Cachondeíto, encima? Pues ahora que vas a fregar tú.
               Casi se me cae el bol al suelo del susto. Notaba la impaciencia de Sabrae y la mía mezclándose y calentando mi teléfono.
               -Pero, ¡mamá!
               -Ni pero ni nada, ¿no puedes arrimar el hombro por una vez en tu vida sin protestar?
               -Me tenéis esclavizado-bufé, y miré a mi hermana, que acababa de sacar su teléfono del bolsillo de la sudadera y le estaba haciendo fotos a Trufas, dormido panza arriba-. ¿Me echas una mano, Mím?
               Mi hermana sonrió, cómplice, y me traicionó con un cantarín:
               -No.
               La fulminé con la mirada.
               -Debería haberte asfixiado en la puta cuna cuando se me presentó la ocasión.
               -¿No tenías mucha prisa?-espetó mi madre-. Cuanto más estés aquí hablando, más vas a tardar en atender a tu… admiradoras.
               Puse los ojos en blanco y conté hasta diez mentalmente, porque mi madre tenía razón. Cuanto más tiempo echara haciéndome el gallito, más tardaría en subir a mi habitación y terminar lo empezado con Sabrae.
               Salí del comedor, dejando a Dylan comentándole a mi señora creadora que estaba siendo un poco dura conmigo hoy.
               -No da un palo en una pelea-fue la contestación de mamá.
               -Yo tampoco, y tú no te enfadas conmigo.
               -Porque eres el cabeza de familia. Traes el dinero a casa.
               -Yo también traigo dinero a casa-refunfuñé abriendo el grifo y luchando por ignorar las vibraciones que me llegaban del bolsillo. Me dije que era Jordan, que era Bey, que eran los chicos dando por culo por el grupo. Que no era Sabrae.
               Porque, si era Sabrae y yo abría la conversación, y mamá me cazaba escaqueándome de las tareas, me dejaría sin teléfono. Y no podía permitirme quedarme sin teléfono.
               Terminé después de una angustiosa eternidad. Dejé los platos secando y miré en dirección al piso superior, pero, por si acaso, me acerqué al salón con gesto sumiso. Sabía que, si intentaba escaquearme, sería peor, porque mamá me obligaría a colocarlo todo en su sitio en lugar de dejar que los platos se secaran con el calor de la casa.
               Así que entré en el salón y me planté al lado del sofá. Dylan me miró, asintió imperceptiblemente con la cabeza y volvió la vista a la tele. Mamá ni siquiera me miró, acurrucada como estaba contra el pecho de su marido, con su brazo sobre los hombros.
               Separé las piernas y me quedé en la posición de descanso de los militares, con las manos entrecruzadas por detrás de la espalda.
               Por fin, mamá me miró de reojo, un poco cansada.
               -¿Qué pasa, Alec?
               -Solicito instrucciones, sargento-solté, mirando al frente. Mamá se masajeó las sienes.
               -No se me ocurre nada más que puedas hacer.
               -¿Fregar el baño?-sugirió mi padrastro.
               -¡Dylan, tío!
               Mamá se echó a reír.
               -Eso para mañana.
               -¿Permiso para darle un beso de buenas noches, general?-pregunté, y mamá intentó no sonreír. Fracasó estrepitosamente.
               -Déjate de hacer el tonto, y vete a dormir.
               -Sí, mami-ronroneé, acercándome y plantándole un beso en la mejilla-. Te quiero-añadí, meloso, y mamá sonrió, me respondió que ella también me quería y me devolvió el beso multiplicado por mil-. A ti también te quiero, Dylan, aunque la pongas en mi contra.
               -Buenas noches, chaval-contestó mi padrastro, sonriendo y revolviéndome el pelo.
               -Que descanses, cariño.
               -No hagáis mucho ruido, ¿vale?
               -Alec…-comentó mamá, y yo alcé las manos.
               -Eh, yo sólo lo digo. A ver si te piensas que yo creo que el único al que le gusta el sexo soy yo.
               -¿Quieres fregar el baño? Porque si es lo que te apetece, yo te lo mando encantada-advirtió mamá, alzando las cejas.
               -No va a hacer falta. Buenas noches-le guiñé un ojo y me agarré al pasamanos. Salí disparado en dirección a mi habitación; ni siquiera me lavé los dientes.
               Cuando abrí la puerta, me encontré con que mi hermana estaba allí, esperándome. Se había tumbado cuan larga era en mi cama y miraba su móvil con el ceño fruncido. Había apoyado las manos sobre el lomo de Trufas, que miraba en todas direcciones con gesto agobiado, como si mi hermana le estuviera pinzando las vértebras. Cosa que hacía.
               -Fuera-ordené, abriendo la puerta y señalando el pasillo tras de mí. Mimi levantó la mirada, se agarró un mechón de pelo y se lo apartó de la cara sosteniéndolo entre los dedos, como si fuera el telón de un teatro.
               -¿Hoy no vemos ninguna serie?
               -Estoy cansado, Mary Elizabeth.
               -¿Sólo para mí? ¿O para Sabrae también?
               Ojalá no me hubiera descojonado.
               Ojalá no hubiera esbozado una sonrisa.
               Ojalá no me hubiera pillado antes incluso de que realizara mi travesura.
               Pero me descojoné entre dientes.
               Esbocé una sonrisa.
               Mimi me pilló antes incluso de que realizara mi travesura.
               -Sal-pedí, y ella se levantó, cogió a Trufas con firmeza y se acercó a mí. Se puso de puntillas y me dio un beso en el mentón.
               -Cuando termines de hablar, si quieres, vemos Sexo en Nueva York.
               -Ya veremos.
               Mimi arrugó la nariz al sonreír cerrando los ojos, y no dijo nada más. Arrulló a Trufas y se lo llevó a su habitación mientras yo la estudiaba.
               De repente, recordé por qué quería estar solo. Me saqué el móvil del bolsillo y abrí la conversación mientras cerraba mi puerta.
               Releí el mensaje.
¿No es lo que eres? Una criatura, igual que yo.
               La cerradura hizo clic cuando atravesó el enganche del pomo. Me quedé mirando mi reflejo en el espejo, preguntándome si me estaba imaginando el tono de coqueteo que había implícito en esa pregunta, si me estaba montando una película yo solo…
               … o si estaba leyendo entre líneas, y Sabrae estaba tonteando conmigo como yo estaba tonteando con ella.
               ¿Cómo le respondo yo ahora sin arriesgarme a lo tonto?
               Estudié mis facciones, mi pelo, mis hombros; me observé de la cabeza a los pies. Fue como si estuviera entrando de  nuevo en mi cuerpo, haciéndome consciente de que era un ser físico, tangible.
               Miré de nuevo el mensaje. Comprendí a la perfección qué esperaba Sabrae de mí: exactamente lo mismo que yo esperaba de ella.
               Que le contestara de una forma en la que no pudiéramos terminar la conversación ni aunque quisiéramos, perpetrando ese “continuará” que nos habíamos prometido la primera noche que estuvimos juntos.
               ¿Cómo no iba a arriesgarme? Soy Alec, joder. Riesgo es mi segundo nombre.
               Bueno, metafóricamente, claro. No pone eso en mi carnet de identidad.
               Lo que estoy intentando decir es que me pasaba la vida asumiendo riesgos a tontas y a locas, mostrando mis cartas nada más entrar en la partida, porque puede que alguien tuviera una mano mejor que la mía, pero también podía tenerla peor. Yo no era de esos pringados que mandaba a sus amigos ennoviados a preguntarles al grupo de chicas más interesante s de la fiesta si alguna tenía intención de pasárselo bien esa noche. Yo era mensajero, presentación y tentación a la vez.
               Se podían decir muchas cosas de mí, incluso que alguna vez me había comido un par de bofetadas por ser demasiado lanzado.
               Pero los que somos demasiado lanzados nunca somos los que no nos comemos un rosco.
               Así que le dije lo que ella quería oír… y lo que yo quería decirle.
No. No hay nadie que sea igual que tú.
               Me quedé mirando el mensaje, a la espera. Me daba la sensación de que algo no terminaba de cuadrar. Me mordí el labio, me pasé una mano por el pelo y me dejé caer en la cama. Estudié las gotas de lluvia mientras chocaban contra el cristal de mi ventana.
               El episodio con su fantasma todavía estaba muy reciente en mi memoria. Lo suficiente, incluso, como para saber qué le faltaba a aquella frase.
Ni siquiera yo.
               Miré la conversación, me desesperé porque los tics de enviado se volvieran azules, haciéndome saber que ella había leído mis mensajes. No me rendí. Los observé y los observé hasta que mi tenacidad los volvió azules.
               Aparecieron tres puntos en movimiento al otro lado de la conversación, de un color gris que me supo a gloria. Era mejor que el azul. Descubrí en ese momento que la plata es muchísimo más especial que el oro.
               Por fin, después de mucho esperar, Sabrae me mandó su contestación.
😄
               Fue un único emoticono, pero me bastó para saber que mi mortal no sólo había salido bien, sino que había hecho las delicias de mi público.
               Decidí hacerla un poco de rabiar.
Sí que te has pensado qué emoji mandarme. ¿Cuánto tiempo has estado escribiendo? ¿Cinco minutos?
Muy gracioso. Pero yo no soy la que deja en leído y responde cuando está aburrida.😜
               Sí, nena, joder, pensé. Dame caña. Arrástrame por el suelo.
               Échame de menos.
Estaba cenando.
Ya, ya. Eso les dirás a todas.
¿Qué pasa? ¿Tú no comes, o qué?😈
¿Los bombones comen?
No lo sé. Dímelo tú, bombón. ¿Qué hacéis los bombones?
Dudo que comamos, la verdad. No tenemos boca.
Tampoco tenéis manos, pero bien que estás hablando conmigo.
               Tocado.
Quizás no sea yo.
¿No?
Quizás te esté tomando el pelo.
Me puedes tomar lo que quieras, nena.
Lo tendré presente, nene.😉
               Y hundido.
               Solté una risa por lo bajo y continué tecleando. Se nos olvidó hacernos los interesantes. Se nos olvidaron nuestras responsabilidades y lo que se suponía que debíamos hacer con nuestras vidas.
               Se nos olvidó todo lo que no tuviera que ver con ser nosotros. Hablamos de tonterías que me parecieron trascendentales, y de cosas trascendentales que me parecieron tonterías. La batería de mi teléfono cayó en picado, a la misma velocidad que la luna ascendió por el cielo, oculta tras las nubes de tormenta. Hablamos del tiempo y hablamos de nuestro día. Hablamos de las canciones que había cantado con sus hermanas y de mis repartos.
               Hablamos de todo y de nada, y por dios, quería hablar de todo y de nada con ella el resto de mi vida, hacerla de rabiar y responder con un montón de emoticonos cuando ella hacía lo mismo.
               Pero el tiempo, como siempre, es enemigo de las personas. Nosotros no íbamos a ser una excepción. Que estuviéramos metidos en una burbuja en la que nada podía alcanzarnos (o así lo creíamos) no significaba que el resto del mundo no continuara girando. Contra todo pronóstico, ni éramos infinitos ni éramos eternos.
               Temí que se quedara dormida durante un lapso de cinco minutos en el que dejó de contestar a mis mensajes. Su estado no había cambiado en la red social, de modo que perfectamente podía haberse dormido con el teléfono entre las manos, cansada después de tanto tiempo charlando de todo y de nada. Aproveché para ponerme el pijama (bueno, si a quitarse la ropa y ponerse unos pantalones de chándal viejos le podemos llamar “ponerse el pijama” y me senté en la cama, todavía sobre las mantas, esperando a que se produjera un milagro. Miré el reloj.
               La una de la madrugada.
               Habíamos estado hablando cerca de 3 horas. Con razón había tenido que poner a cargar el móvil.
¿Te has quedado KO?
               Me quedé mirando mi mensaje, que celebró su nacimiento con un tic azul. Hazme caso, pensé, y odié el tono suplicante con el que la voz de mi interior suplicó sus atenciones.
               Pasaron otros tres minutos, y nada. Sabrae seguía sin dar señales de vida.
Nos pasa a los mejores.
               Seguí esperando. Nada. ¿Es que esta chiquilla no le había puesto sonido a su teléfono? Por muy egoísta que sonara, quería seguir enviándole mensajes para que se despertara y volviera a hablar conmigo.
Bueno, bombón. Parece que sí te has quedado sopa. Creo que no te lo tendré en cuenta si se te ocurre una forma de compensármelo.

Creo que yo también me voy al sobre. 😫
               Háblame, háblame, háblame, háblame.
Buenos días

(Por si te despiertas y entras en la conversación).
               Un poco derrotado, decidí finalmente cerrar la aplicación. Tamborileé con los dedos en la parte trasera del móvil, miré las carreras de las gotas de lluvia por encima de mi cabeza, y chasqueé la lengua. Estaba demasiado emocionado (no en el sentido sexual de la palabra) como para dormirme ahora. Todavía me la imaginaba tendida en su cama, tecleando a toda velocidad con los pies entrecruzados y mordisqueándose el labio, desentrañando un rompecabezas cuyo premio era yo. Sus rizos sueltos, sus pecas brillando con un toque azulado por la luz del teléfono, sus manos enredadas en el móvil, sus piernas al descubierto por los pantalones cortos que seguramente usaba de pijama, la camiseta de tirantes que apenas dejaba a la imaginación su escote…
               -Por ahí no, tío-me dije a mí mismo, frotándome los ojos y pasándome una mano por el pelo. Sentía el fuego empezar a calentarse en mi interior. Pero no podía. Era de noche, estaba cansado… y no podía darme placer pensando en ella. Le daría un poder sobre mí que no estaba dispuesto a concederle.
               Por mucho que yo supiera que sería de las cosas que más disfrutaría en mi vida.
               Para calmar mi excitación, me metí en Telegram. Ignoré los mensajes del grupo (si se pensaban que iba a leer 500 chorradas, iban listos) y decidí echar un par de partidas al Candy Crush.
               Estaba a punto de pasar un nivel jodidísimo, de contrarreloj, cuando la luz del pasillo se encendió, colándose por la rendija de debajo de mi puerta.
               Un par de pies se detuvieron a la entrada de mi habitación. Mimi abrió la puerta con firmeza, Trufas en el suelo, oculto tras sus pies. Seguramente sospechaba que tendríamos bronca, y no quería saber nada. Conejo listo.
               -¿Todavía en pie?-inquirió mi hermana, poniendo los brazos en jarras-. Te estuve esperando.
               -Perdona, nena-volví a frotarme la cara-. Se me fue el santo al cielo-miré de reojo el móvil-. Mierda, joder-acababa de dejar que el tiempo se agotara sin conseguir superar el nivel. La niña de trenzas rubias y cara amorfa apareció ante mí, preguntándome si quería intercambiar lingotes de oro por 30 segundos más. Tentador, pero no.
               -¿Qué pasa?-pinchó Mimi-. ¿Sabrae no contesta?
               -No estaba hablando con Sabrae-mentí, y Mimi alzó una ceja, apoyándose en el marco de mi puerta-. Vale, sí. Estuvimos hablando hasta hace unos minutos. No contesta. Creo que se ha quedado dormida.
               -¿Sin darte las buenas noches? Pobrecito.
               -¿Qué quieres, Mary Elizabeth?
               -Nada, incordiar un poco. ¿Por qué no la llamas?
               -No tengo su número.
               Mimi se mordió el labio, cruzada de brazos.
               -Sabes que hay métodos para conseguir su móvil si habláis por redes sociales, ¿no?
               -Claro que sí, Mary Elizabeth-bufé-. No soy gilipollas, ¿sabes?
               -Es que, como no recurres a ellos…
               -Quiero que ella me lo dé-respondí, un poco más tenso de lo que pretendía.
               -¿Por qué?-inquirió mi hermana, perspicaz.
               Me pasé las manos por el pelo, luego, las dejé tras la cabeza. Me quedé mirando un momento el techo de mi habitación, pero Mimi esperó con paciencia a que decidiera volver a hablar. Era como si estuviera buscando las palabras en mi interior.
               O como si estuviera reuniendo el valor necesario para pronunciarlas al fin.
               -Supongo que ahora tengo ese capricho-me encogí de hombros, críptico, notando una sonrisa torcerme la boca.
               -¿Tú, yendo despacio?-se echó a reír.
               -¿Qué puedo decir, hermana? Sabes lo que me gusta un buen reto.
               -Cierto, pero siempre presumías de que no tenías paciencia una vez conseguías a una chica. Antes, habrías hecho todo lo posible por hacerte con su número nada más despedirte de ella en la primera noche-colocó una mano sobre su cadera, a la espera de que yo le contestara. Alzó una ceja cuando volví la vista al teléfono, rehuyendo su mirada.

               -Antes-respondí, toqueteando la pantalla del móvil. Noté la mirada de mi hermana quemarme sobre la piel, con la intensidad propia de un científico que descubre un eslabón perdido en la cadena evolutiva. Desvié un poco el teléfono para mirarla, gesto que aprovechó para cuadrar los hombros, echar la cabeza un poco hacia atrás, ponerse de puntillas y flexionar los brazos.
               -Mary Elizabeth-soltó, haciendo que su voz sonara varias octavas más grave de lo que la tenía-. No sé qué obsesión tenéis todas las tías con tener novio, si tener pareja es una movida muy grande-se balanceó hacia delante y hacia atrás, flexionando los brazos-. Es complicarse la vida a lo tonto-. Mi consejo-se llevó una mano al pecho-, es que te busques a alguien que te caiga bien para follar con él, como hicimos Perséfone y yo… uf, qué guapo soy-soltó, pasándose una mano por el pelo, y yo me eché a reír.
               -Yo ni hablo así, ni digo esas cosas.
               -Cállate-instó, apoyándose sobre sus talones y recuperando su tono de voz normal-. Estoy haciendo una interpretación digna de un Oscar. Bien, ¿por dónde iba? Ah, ya. Mary Elizabeth-repitió, poniéndose de nuevo de puntillas-, fóllate a un colega, y así te quitas el muerto de ser virgen de encima. Y te puedes tirar a quien te salga de los cojones, donde te salga de los cojones, cuando te salga de los cojones.
               -Te dije “a quien te salga del coño, cuando te salga del coño y donde te salga del coño”.
               -Queda más tajante con “cojones”.
               -Tú no tienes cojones.
               -Tendré lo que me dé la gana-siseó, y yo estaba a punto de pedirle que se bajara los pantalones, a ver si yo estaba equivocado y me había pasado la vida llamándola por un nombre que no le correspondía. Sin embargo, ella fue más rápida. Se cruzó de brazos y su gesto se suavizó un poco-. No sé cómo podemos ser tan distintos-comentó-, ni cómo puedes tener tú una mentalidad tan cínica.
               -¿Yo tengo una mentalidad cínica?
               -¿No te gusta lo que estás sintiendo?
               -Ya empezamos-bufé, tumbándome sobre la cama y cerrando los ojos cuando la escuché acercarse-. Que tú te quedes prendada hasta de quien te deja pasar en el súper no significa que yo no pueda follarme a medio Londres sin sentir nada.
               -Hoy me has reconocido que Sabrae te importa-me recriminó-, no tengas el morro ahora de intentar irte por la tangente.
               -Yo no te he reconocido nada-protesté-. Eres tú la que se monta unas películas de la leche. Saliste a mamá claramente, nena. Romántica hasta ser gilipollas. Háztelo mirar.
               Mimi frunció los ojos.
               -¿Te importa Sabrae, sí o no?-acusó, acorralándome contra la pared. Me la quedé mirando. No iba a conseguir que lo dijera en voz alta.
               Yo no quería.
               Sabrae debería ser la primera en oírmelo decir, no mi hermana.
               Debería decirlo yo porque me apeteciera, no porque me pusieran entre la espada (no literalmente) y la pared (sí literalmente).
               Pero, sobre todo, sobre todo, debía aclararme primero. Tenía un puto lío de mil pares de cojones en la cabeza.
               La pantalla de mi móvil se encendió. Tanto Mimi como yo le echamos un vistazo.
               ¡Saab. 🍫👑 (@sabraemalik) te ha enviado un mensaje!
               Jadeé. Putos pulmones de mierda.
               Mimi se volvió hacia mí, con una sonrisa satisfecha en los labios. Le di un empujón para que me dejara espacio, y me dieron ganas de soltarle una bofetada cuando escuché su risita entre dientes.
               -Arriba, Trufs-dijo, dándose un golpecito en el pecho. El conejo tomó impulso y saltó hacia sus brazos-. Dejemos que Alec corteje a gusto.
               -Yo no cortejo-protesté, pero poco valor tendrían mis palabras, si mientras decía que no estaba ligando con Sabrae, abría la conversación y dedicaba medio cerebro a pensar en el siguiente comentario que hacerle para mantenerla conmigo un rato más.
               Otras 3 horitas, o así.
               -Claro, claro-Mimi afianzó su abrazo sobre Trufas y se apartó el pelo de la cara. El conejo le olisqueó la nariz, pero ella le ignoró-. Ay, qué bien que te hayas liado con Sabrae por fin-festejó, inclinándose y dándome un beso.
               Las tías son rarísimas.
               -Ya era hora de que te pillaras por alguien, empezaba a pensar que no había nada aquí dentro-dio unos golpecitos sobre mi pecho.
               -Tengo un corazón que no me cabe en el pecho, niña-le recordé-. De todas formas, ¿quién se está pillando? ¿Ves qué películas te montas tú sola?
               -Pues tú-respondió-, como tiene que ser. Era evidente-volvió a afianzar su abrazo sobre Trufas.
               -¿Qué era tan evidente?
               Mimi parpadeó, como si le estuviera preguntando de qué color es el cielo.
               -Pues… que acabarais juntos-comentó, y yo solté una risotada-. Vamos a ver, Alec. Tampoco es tan descabellado, ¿no crees?
               -Es Sabrae Malik-hice hincapié en su apellido, todavía no sé por qué. A Scott, probablemente, se la sudase si me liaba con su hermana. Era por Sabrae por quien tenía que preocuparme, no por él.
               -Precisamente-aludió mi hermana-. Es la única que no te aguanta ninguna gilipollez. No te pasa ni media-juntó su dedo pulgar y su dedo índice-. Ni esto, te pasa. Nunca lo ha hecho. Eso tenía que significar algo.
               -¿Que me odió toda su vida, por ejemplo?-ironicé.
               -O que odiaba que te comportaras como un capullo integral cuando ella sabía ver lo mucho que vales.
               -Pero, ¡qué bonito, hermana mía! ¿Has leído eso en la página de Mr. Wonderful, o en una de tus novelas rosa?
               -Gilipollas-respondió, dándome un manotazo en el hombro-. ¿Lo ves? Eres un puto gilipollas. Ya puede Sabrae meterte caña.
               -¿Ves como necesitas urgentemente perder la virginidad? Ni puta idea de sexo tienes-acusé-. No es Sabrae, precisamente, la que mete cosas en ningún sitio cuando estamos juntos-arqueé las cejas y Mimi se estremeció.
               -Pobre chica. En el fondo, me da lástima. Con lo guapa que es, conformarse contigo…
               -¿No decías que valía mucho?
               -Cuando consigues tener el pico cerrado-zanjó mi hermana, cerrando la puerta.
               -Que duermas bien, hermanita-canturreé, y la escuché reírse por el pasillo.
               Me abalancé sobre mi móvil.
Perdón, Duna vino a verme porque tenía una pesadilla. Y Scott nos oyó y vino a pedirme subrayadores.

Supongo que tú sí que te has ido a dormir.
Enlazó el mensaje que le había mandado dándole los buenos días.
Qué mono 😍 por si no te despiertas, buenos días a ti también 💓
               Voy a fingir que no me ha dado un vuelco el corazón al ver el último emoticono.
               Me apresuré  contestar. Había estado activa hacía sólo un minuto. Con suerte, todavía no habría apagado el móvil.
No sabía que fueras la guardiana de los sueños de Duna. ¿Está bien?
               Conté los latidos de mi corazón mientras esperaba, rezando porque contestase.
               Sabrae no se hizo de rogar, pero tenía el pulso tan desbocado que se me hizo imposible no desquiciarme llevando la cuenta.
Sí, sólo fue una pesadilla. Estuve un poco con ella, dándole mimos y tal (lo que tú creías que yo no sé hacer), hasta que se calmó y se fue a la cama.
Yo no he dicho que crea que no sabes dar mimos. Simplemente dije que no me parecía que te pegase.
Porque me conoces poco😜
¡Porque tú no me dejas! 😉
Ya veo, ya.😈
¿Y tu hermano? ¿Qué hace despierto tan tarde? Dile que ver porno a estas horas es malísimo para la salud.
Scott no ve porno.

Es que está atacado, con el puñetero examen. Como no está Tommy para estudiarlo con él, no hay manera de que se ponga a ello. Y luego, pues claro, le pilla el toro. ¿Tú cómo lo llevas?
¿El qué?
El examen.
¿Qué examen?
¿Cómo que qué examen? El de mañana.
               Me incorporé como un resorte. ¿Qué cojones? ¿Desde cuándo tenía yo un examen mañana?
               ¿Por qué coño me pongo nervioso? Si lo voy a suspender de todas formas.
¿Cuál?
¿No tienes mañana examen de literatura?
Ah. Pues puede ser. JAJAJAJAJAJAJA.😂😂
Ay, mi madre, Alec, JAJAJAJA. ¿Pero no sabes qué exámenes tienes en serio? Eres de lo que no hay.
Los estudios no están en la cima de mis prioridades, nena.
Pues vaya prioridades más raras.
Cada uno se organiza la vida como quiere.
¿Y qué tienes en la cima de las prioridades tú, si se puede saber?
               Me mordisqueé el labio. Tomé aire y me lancé sin paracaídas.
Hablar contigo, bombón.😉
               Tardó en enviarme su respuesta. De nuevo, fue un único emoticono.
😄😄
J
J

Así que… ¿nada de repaso de última hora?
Sabrae… nena… para hacer un repaso de última hora, primero hay que haber estudiado.
😂😂😂 te dejo a lo tuyo, entonces.
Ni se te ocurra.
Uf. Menos mal.😊 la verdad es que no me apetecía ir a dormir.
Sí, yo tampoco tengo sueño.
No lo digo por tener sueño. Estoy que me caigo, pero…
¿Pero?
Pero prefiero estar hablando contigo.
               Ojalá no sonriera como un puto gilipollas.
               Ojalá ella estuviera sonriendo como lo estaba haciendo yo. Algo dentro de mí me decía que así era.
Pues hablemos, bombón. Todo lo que tú quieras.
Luego no me eches la culpa por suspender el examen, ¿eh?
Mujer de poca fe, ¿acaso no te fías de mí?
Ya sabes que sí, Al. Ya sabes que sí.
               Sí, pensé para mis adentros. Ya sé que sí.
               Me hundí bajo las mantas y comencé a teclear. Quizá no durmiera mucho esa noche, pero desde luego, soñé todo lo que quise y más. Con ella, tumbada en su cama, tecleando y sonriendo mientras elegía el emoticono que me iba a enviar y leyendo mis mensajes, riéndose por lo bajo… y pensándola en mi habitación, conmigo, mientras seguíamos hablando hasta casi la hora de salir el sol.







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5 comentarios:

  1. "Así que le dije lo que ella quería oír… y lo que yo quería decirle.
    No. No hay nadie que sea igual que tú. Ni siquiera yo"
    ESTOY CHILLANDO CÓMO UNA GILIPOLLAS MADRE MÍA. NO PUEDO CON MI VIDA HULIO. EM SERIO ALEC Y SABRAE LIGANDO VÍA INSTAGRAM ME DA MIL VIDAS.

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    1. ES QUE ME LOS IMAGINO TIRADOS EN LA CAMA SONRIENDO A LA PANTALLA COMO SI FUERAN LERDOS DIOS OJALÁ SUPIERA DIBUJAR PARA INMORTALIZAR ESE MOMENTO PORQUE MADRE MÍA

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  2. No miento si digo que quiero morirme, son tan bonitos que es que quiero chillar durante años. Alec te pido, bueno no te pido, te exijo, que exista en la vida real y te cases conmigo porque yo no puedo más con esta vida que solo me trae tios gilipollas.
    Gracias Eri por tanto perdon por tan poco

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    1. Mira es que tenemos que fabricarlo artificialmente porque si no tan perfecto no nos sale, ya puedes estudiar mucho Patri porque sólo me voy a fiar de ti para hacerlo
      Gracias a ti jo ❤

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  3. Qué cucos son Sabralec ❤
    Alec pidiendo mi pizza favorita me da la vida y ya no me acordaba de que es zurdo como yo he chillado
    Mary Elizabeth qué lista eres joder, te quiero

    "Contra todo pronóstico, ni éramos infinitos ni éramos eternos." ❤

    - Ana

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