domingo, 30 de julio de 2023

Henoteísmo.

¡Hola, flor! Sé que últimamente no paro con los mensajitos, pero el caso es que quería avisarte de que en agosto, no subiré Sabrae en fin de semana. La razón es que es mi mes de descanso de la oposición (por desgracia, no del trabajo) y quiero aprovechar los findes para relajarme en mi pueblo o en la playa. Si todo va bien, mi intención es subir los martes para dejarme un poco más de margen; de todos modos, te confirmaré en mi twitter qué día subiré cuando sepa los días que pretenden ponerme prácticas en la academia.
¡Eso es todo, disfruta del cap!  



¡Toca para ir a la lista de caps!
 
Dos palabras:
               Jo.
               Der.
               Incluso sin intentarlo lo más mínimo ni hacer ningún tipo de esfuerzo, mi chica sabía qué tenía que hacer para volverme absolutamente loco. No era así como había fantaseado durante las nueve horas en avión que la tendría por primera vez, pero ahora que estábamos en ello, la verdad es que no podía hacerle ascos a todo lo que Sabrae me estaba dando.
               Follármela contra la pared de mi garaje, justo al lado del bulto de mi moto tapada con una sábana, no era precisamente como pretendía tenerla. A diez mil metros de altura había soñado con tenerla completamente desnuda, abierta de piernas, disponible para que yo pudiera devorarla como si fuera la última comida de mi vida y me hubieran concedido el último de mis deseos sin reparar en gastos, pero… Dios. No podía decir que la sensación de cada milímetro de su cuerpo apretando mi zona más sensible, y la preferida de ambos, fuera mejor que el sentir cómo se deshacía en mi lengua como un delicioso helado cuya composición habían sacado directamente de mi subconsciente, porque eso supondría comparar a Sabrae con una versión de sí misma que ahora mismo no tenía, y me era muy difícil establecer algún tipo de ránking en el que ella ocupara el segundo lugar, o el tercero. Incluso cuando ella era también la que estaba en la cima del todo del podio.
               El caso es que no había contado en absoluto con que la experiencia de mil noches con mil chicas diferentes que tenía a mis espaldas fuera a claudicar en favor de la tormenta rabiosa que se despertaba dentro de mí cada vez que ella me miraba, ya no digamos con los vientos huracanados de mi interior cuando de repente recordaba que ella no era etérea, sino que tenía un cuerpo del que sabía sacar muy buen provecho.
               Cuando me puse de rodillas detrás de ella e inhalé el dulce aroma que desprendía su sexo, abierto como una flor que había sido diseñada para que yo la disfrutara y la atesorara en mi jardín, supe que nada de lo que íbamos a hacer sería como yo había planeado en Etiopía. Claro que… ella y yo tampoco habíamos planeado enamorarnos, y aquí estábamos los dos.
               -Alec-gimió mientras me hundía en sus pliegues, clavando las uñas en la pared con una fuerza que me hizo sospechar que dejaría marcas casi imperceptibles para todo el mundo salvo para mí, que las vería con luces de neón cada vez que me bajara del coche o de la moto. Llevé mi polla hasta lo más profundo de su interior, presionando la base contra sus nalgas, en las que me apetecía hundir la mano, los dedos y los dientes por igual. Le separé un poco más las piernas con mis rodillas, cargándome ligeramente su peso sobre mi cuerpo, algo que hizo estragos en mi salud mental. No sabía cómo había hecho para no correrme nada más entré en ella.
               Estaba tan jodidamente apretada que, por una vez, sentí que no tenía nada que envidiarle al mamarracho de su exnovio. Fue como si tuviera su primera vez conmigo y no con él, y me diera así una oportunidad de reescribir nuestra historia: en lugar de mantenerme alejado de ella durante diecisiete años, lo haría durante dieciséis; los dos últimos años de mi existencia serían una bacanal de sexo en la que le enseñaría a Sabrae lo que había aprendido hasta entonces y descubriría más cosas con ella. No habría pensado en marcharme jamás a Etiopía, porque ella habría curado todo lo que estaba mal en mí antes siquiera de que la idea se me pasara por la cabeza. Ante nosotros tendríamos un año entero para follar lo que nos diera la gana, cuando, donde y como quisiéramos. Sería un puto sueño el tener todo el tiempo del mundo para disfrutarla, no preocuparme de ningún horario más que el de sus clases, ir a recogerla al instituto y llevármela derechita a mi habitación, donde ni siquiera le quitaría el uniforme, sino que cumpliría una de mis fantasías de meterme entre las piernas de una chica con esa falda de tablas que tan malísimo me había puesto en el pasado.
               Era una absoluta delicia la manera en que podía sentir los latidos de su anticipación, sus ganas de mí, la manera en que su cuerpo traicionaba lo que me había dicho en el pasado, “yo no puedo ser de nadie”, entregándose a mí para mi absoluto control, dejándome jugar con ella cuanto se me antojara.
               -Alec-repitió, suplicante, mientras me retiraba y la embestía de nuevo, sin poder creerme del todo que hubiera renunciado a esto, a la creación del mismísimo mundo en mis propias manos, por la idea de una soledad que me curaría a miles de kilómetros de casa. Puede que mis demonios no pudieran seguirme allá donde me había marchado, pero Sabrae tampoco podía hacerlo. Y mi cielo ya no se definía por la ausencia de demonios, sino por la presencia de Sabrae.
               Di un paso más hacia ella, mis rodillas justo en el hueco tras las suyas, y continué con esa deliciosa tortura en la que Sabrae cada vez estaba más y más apretada. Si no fuera por la forma en que gemía mi nombre y cómo se aferraba a una de mis muñecas mientras mantenía la otra mano en la pared, empujándose hacia mí y negándose a ceder un centímetro de terreno, me habría preocupado estar haciéndole daño.
               Si no fuera por su entusiasmo reaccionando a mi cuerpo, claro, y a lo húmeda que la había encontrado cuando me arrodillé entre sus piernas. La película que siempre me saludaba cuando le quitaba la ropa interior parecía haberse puesto sus mejores galas, como si estuviera en un festival de cine en el que su excitación fuera la única prenda que pretendiera llevar, y con la que se coronaría como la mejor vestida. No me había resistido a acariciarla con los dedos y probarla, maravillándome con el regusto dulce y chispeante tan característico de Sabrae que tantísimo había echado de menos, que tanto había evocado en mis noches machacándomela en la oscuridad o en las duchas, cuando me quedaba solo, y con cuyo ingrediente secreto todavía no había podido acertar.
               A pesar de la detestable barrera del condón, podía sentir su humedad rodeándome, atándome a ella con la misma materia que sostenía cada elemento del universo en su lugar. Eso era lo que manaba de entre las piernas de Sabrae: el orden de todas las cosas, la gravedad de los agujeros negros y la luz de cada estrella.
               -Sí, nena-gruñí, sintiendo un fuego ancestral encendiéndose dentro de mí-. Di mi nombre.
               -Alec-repitió, moviendo las caderas en esa cadencia infernal. Ardería para siempre si con eso me dejaban disfrutarla aunque fuera solo unos años; no me preocupaba nada más. Me importaba una mierda mi alma inmortal, si es que la tenía: me parecía una moneda de cambio tan válida como otra cualquiera a cambio de esto que estábamos compartiendo.
               -Buena chica. Vas a correrte gritando mi nombre, ¿de acuerdo, preciosa?-pregunté, apartándole el pelo del hombro y besándole el cuello, justo debajo del lóbulo de su oreja-. Vas a convertir mi nombre en tu primer orgasmo conmigo desde que he vuelto a casa. Me vas a hacer ese regalo, ¿verdad, bombón?
               Sabrae asintió con la cabeza, mordiéndose el labio con más y más y más fuerza mientras yo la embestía, bombeando en su interior para hinchar el globo aerostático con el que surcaría las estrellas.
               -No te oigo, mi amor.
               -Sí, sol-replicó, jadeante y… para qué mentir, me puso como una jodida moto.
               Adoraba que no pudiera fingir cuando me tenía entre las piernas, que el odio que me había profesado durante tanto tiempo hubiera necesitado tan poco para convertirse en esta pasión. Adoraba ser grande y duro y que ella fuera pequeña y fuerte, adoraba ser un hombre y que ella fuera una mujer, adoraba lo bien que encajábamos el uno en el otro y que el destino hubiera entretejido sus hilos a conciencia para asegurarse de que nos encontrábamos.
               -Uf, me encanta cuando suenas así de cachonda-ronroneé en su oreja y Sabrae gimió-. ¿Te está gustando cómo te follo?
               -Sí-gimió.
               -¿Lo echabas de menos?
               -Sí… í… í.
               -Yo también te echaba tan jodidamente de menos… podría volverme loco de las ganas que te tengo. Echaba de menos tus curvas, tus gemidos, lo mojada que estás siempre que nos vemos, tu manera de mover las caderas… como si no necesitaras ayudas para sacar a la diosa que llevas dentro. ¿Cuánto le queda para salir, nena?
               -Oh, Dios…
               -¿Vas a correrte ya?
               -Alec…
               -Estoy aquí, Saab. Aquí para ti, solo para ti.
               Sí, aquí estábamos. Dos dioses compartiendo corona y juego de creación: el del sexo y la de la esperanza y el amor. Un fuckboy redimido que había dejado de ser promiscuo hacía casi un año, y una chica que ya había florecido en mujer gracias a los talentos de él.
               Sabrae empezó a tensarse a mi alrededor y entre mis dedos, y dio un respingo cuando le pasé la uña por el cuello, descendiendo desde la punta de ébano que formaba la línea de su pelo hasta el último rincón de piel que su vestido dejaba al descubierto, siguiendo la línea de su columna vertebral en un arañazo que sabía que iba encantarle, que llamaba a cada uno de sus nervios.
               Sus caderas empezaron a moverse con un poco más de insistencia que habría pasado desapercibido a cualquier tío que ella hubiera considerado digno de tratar de consolarla durante mi ausencia, pero no a mí. Su cuerpo era un templo que yo me conocía como la palma de la mano, y cada mínimo movimiento de ella era como el batir de las alas de una mariposa que creaba un tornado en el otro lado del mundo cuando se trataba de mí. Sabía lo que significaba aquello desesperación, ansias, las ganas de borrar de un plumazo los dos meses que nos habíamos separados y sin sexo.
               Haría que aquel orgasmo le compensara absolutamente todo lo por lo que la había hecho pasar, y eso que era muy consciente de que lo había pasado muy mal. Mucho peor de lo que yo me merecía por ella, e infinitamente peor de lo que había pretendido.
               De modo que empecé a deslizar la mano que tenía en su cadera por su muslo, en dirección a su ingle, inclinándome un poco hacia delante para reposar el peso de su cuerpo completamente sobre el mío. Tenía toda mi envergadura dentro un instante, y al siguiente completamente fuera, y si sus gemidos no fueran indicativo bastante de lo mucho que le gustaba, sus nudillos teñidos de blanco mientras la embestía la traicionaban.
               Le subí un poco más el vestido, que le colgaba por delante como la bandera de un barco pirata, y ella repitió mi nombre.
               -Alec…
               Joder, iba a costarme la vida no terminar cuando lo hiciera ella. Sus jadeos eran mi perdición, los tambores de una guerra en la que perder no era opción. Pero tenía que aguantar. Le había pedido a Scott dos horas, y había conseguido de mi madre una; no podía deshacerme dentro de ella a los diez minutos de estar juntos, y a solas por fin, después de dos meses. Sabía que a ella no le importaría y que todavía podíamos hacer muchas cosas mientras yo me recuperaba, pero…
               … egoístamente, una parte de mí quería poder presumir de que no me tenía comiendo de la palma de la mano incluso en eso, y que no había cambiado hasta el punto de que fuera capaz de arrebatarme una de las cosas que más me había granjeado el éxito entre su género: mi capacidad de llegar hasta el final con ellas varias veces, y no sólo una.
               Claro que Saab no era como las demás.
               -Buena chica. Estás siendo tan buena chica, Saab-ronroneé en su oído mientras me deslizaba por entre sus ingles, que no dejaban de balancearse al ritmo con el que mi polla la estaba castigando-. ¿Sabes cuál va a ser tu premio, nena?
               -¿Q… qué… eh… eh…?-inquirió, mordiéndose el labio. Deseé ser aquellos dientes para poder tener sus labios a tiro, y también deseé ser sus labios para que hundiera sus dientes en mí.
               Le puse la mano libre sobre la que tenía clavada en la pared y me detuve en seco. Sabrae se detuvo un segundo y luego volvió a moverse, tímida, casi suplicante. Pobrecita. No tenía ni idea de lo que le esperaba.
               -Voy a hacer que te corras tan fuerte-ronroneé, deslizando la mano entre sus pliegues, allí donde mi polla estaba apenas presente, con la punta sólo dentro de ella, y ascendiendo hacia su clítoris, que le rodeé con un dedo perezoso-, que no podrás andar.
               Y, entonces, se la metí de una estocada mientras le pellizcaba el clítoris con dos dedos.
               Sabrae estalló.
               Intentó hundir las uñas en la pared, pero tenía mi mano presionándola, de manera que no podía moverse. Se echó hacia atrás en busca de espacio para poder encontrar un poco de alivio en medio de la explosión de placer, pero la tenía sujeta con tanta firmeza que lo único que hizo fue clavarme un poco más en su interior.
               -¡DIOS!-bramó, su orgasmo deslizándose por entre sus piernas, entre mis dedos y más allá de la base de mi polla, mientras su coño me exprimía como si quisiera arrebatarme toda mi fuerza vital. Se echó a temblar y empezó a gemir y a suplicar de esa forma tan particular que a mí me encantaba, sus caderas bailando una danza ancestral que había convencido a las estrellas de que nos dejaran llegar hasta ese punto en la evolución en que los humanos habíamos creado un idioma en el que ella pudiera pronunciar mi nombre. Continué masajeándole el clítoris mientras ella luchaba por conseguir aire, y Sabrae se echó hacia atrás, descansando su cabeza en mi pecho.
               No te corras. No te corras, no te corras, no te corras, me obligué a pensar mientras la embestía despacio, surfeando con ella su orgasmo. Me retiré de su interior perezosamente y me hundí más lento aún dentro de ella, perfectamente consciente de que las sensaciones podían ser tan intensas como para sobrepasarla…
               … y entonces Sabrae echó la mano hacia atrás y me hundió las uñas en el culo, reteniéndome dentro de ella.
               -Espera-gimoteó, y me quedé completamente quieto, sintiendo cómo se deshacía a mi alrededor. Tenía los ojos cerrados, la respiración acelerada, y los pezones erectos incluso bajo el vestido y el sujetador.
               Nos quedamos totalmente quietos unos segundos, ambos respirando trabajosamente, ella con más dificultad que yo.
               Tras unos instantes en los que bailé peligrosamente al borde del precipicio, por fin, Saab salió de su trance y abrió los ojos. Me miró, sonriente y atontada, y yo le devolví la sonrisa.
               -¿Me has echado de menos?
               -Eres imbécil-contestó, riéndose. Le di un mordisquito juguetón en la mandíbula y salí de su interior. Le di un beso y una palmada en el culo antes de bajarle el vestido, sin molestarme siquiera en recolocarle el tanga.
               Cuando ella se giró, hice de llevarme los dedos a la boca y chupármelos, regodeándome en su sabor, todo un espectáculo.
               -Y ahora que te has corrido, vamos a mi habitación. Me muero por probar ese coño tan delicioso que tienes mientras veo cómo te retuerces completamente desnuda.
               Aunque ya había saciado una parte de mi hambre, no podía darme por satisfecho ni de broma con lo que acabábamos de hacer. Quería más, más; lo quería  todo de ella, y la única manera de conseguir ese todo era siguiendo el plan que había trazado en el avión ahora que ya nos habíamos librado de las distracciones. Me moría de ganas de arrodillarme ante ella y meterme entre sus piernas, hacerla disfrutar de todo que había entre nosotros y sacar el máximo partido a mi piel, que había sido creada específicamente para sentirla. A pesar de que hacía dos meses desde la última vez que había tenido a Sabrae desnuda y a mi merced, y que había podido manosearle las tetas mientras ella se retorcía de placer alrededor de mi lengua, unos labios distintos a los míos dándome a probar el mayor manjar que me hubiera llevado nunca a la boca, todavía podía recordar esa sensación con total nitidez. O eso pensaba yo, al menos; el caso es que estaba ansioso por volver a tener frente a mí los detalles de uno de los momentos que a mí más me gustaban de cuando tenía relaciones con Sabrae: practicarle sexo oral mientras escuchaba las incoherencias que se le escapaban de la boca por lo muchísimo que le gustaba cómo se lo hacía. Y pensar que había creído que no podía llegar al orgasmo de aquella manera la primera vez que me puse de rodillas frente a ella… qué lejos habíamos llegado y cuánto habíamos disfrutado durante el camino.
                A pesar de todo, Saab parecía tener otros planes. Saciada como estaba, no tenía ya el fuego de la necesidad ardiendo dentro de ella, por lo que perfectamente podía jugar, y precisamente eso pretendía.
               -No tan rápido, sol-ronroneó, agarrándome del cuello de la camisa y tirando de mí suavemente, de forma que volvió a estar aprisionada contra la pared. Se relamió los labios mientras observaba los míos durante unos instantes, como regodeándose en imaginárselos en su rincón más sensible antes de sentirlos allí. Como siguiera en ese plan, no llegaríamos a mi cama: cada segundo que pasaba me convencía más y más de que las camas estaban sobrevaloradas, y los garajes, infravalorados-. Corrígeme si me equivoco, pero creo que no te has corrido, ¿verdad?
               Su boca planeó cerca de la mía, su respiración una señal de peligro por una tormenta que yo estaba más que deseoso de ignorar. Negué con la cabeza, relamiéndome los labios mientras disfrutaba de su atención, que encendía algo en lo más profundo de mi interior, algo ancestral y poderoso que se moría de ganas de salir a la superficie y desatar toda su furia sobre ella.
               -No.
               -¿Puedo saber por qué?-dijo con un hilo de voz, pero no te equivoques: no había absolutamente nada de inocente en aquellas palabras. Eran seductoras, sensuales como yo nunca había escuchado a ninguna chica serlo. Definitivamente, me había enamorado de una diosa que había sacado toda su artillería ahora que había regresado de Etiopía. Me había echado tanto de menos que no podía sino luchar con todo lo que tenía para no tener que volver a hacerlo-. Tal vez he malinterpretado tus gruñidos y tus mordiscos-ronroneó, acariciándose el cuello de forma que pudiera ver las marcas que le habían dejado mis dientes, y que seguro que le ardían como gotitas de lava recién salidas de un volcán-, pero creía que estaba todo a tu gusto.
               Dios. “Todo a tu gusto”. Sólo ella podría hablar de sí misma como si fuera un menú en un restaurante gourmet.
               -Y así es, nena. Pero quiero correrme cuando estés desnuda para mí.
               -Eso no es justo, sol-respondió, haciendo un puchero mientras me acariciaba los hombros con los dedos. Joder. Me encantaba que mis músculos hubieran crecido desde la última vez que la había visto, porque eso significaba más espacio para ella para acariciar y más espacio para mí para sentirla-. Yo también quería correrme contigo desnudo, a poder ser encima de mí, rugiendo mi nombre como un dios.
               -Qué suerte la nuestra, entonces, que seas multiorgásmica y yo sepa hacerte llegar siempre, ¿verdad, bombón?-ronroneé, pasándole la mano por el mentón y acariciándole los labios con el pulgar.
               Cuando sus ojos chispearon al sonreír, supe que me había metido yo solito en una trampa de la que no me permitiría salir salvo por donde ella deseaba. Y que me encantaría el proceso.
               -Detesto jugar con ventaja-contestó haciendo un puchero. Entonces, me empujó con las caderas hasta obligarme a dar un paso atrás. En el hueco que consiguió que le abriera, levantó las manos y se recogió rápidamente el pelo en una coleta rapidísima en la que no rompió el contacto visual conmigo en ningún momento.
               No creas que necesité que se arrodillara para saber lo que venía a continuación. Créeme: las chicas ponéis una cara en particular cuando nos vais a hacer una mamada, hasta el más inexperto de nosotros lo sabe. Y yo llevaba ya mucho tiempo jugando a este juego, así que sabía de sobra lo que venía a continuación. Mentiría si dijera que no me apetecía, aunque la verdad es que me hubiera gustado poder correrme dentro de Sabrae mientras estaba encima de ella, a poder ser combinando nuestros orgasmos en uno de esos momentos tan especiales en los que estás cachondísimo y enamoradísimo a la vez, algo que te parece incompatible pero que, en realidad, es inherente a ese mundo de placer al que sólo accedes cuando te acuestas con la chica con la que esperas tener hijos algún día.
               Eso sí, no pienso quejarme de que Sabrae me la chupe. Dios me libre. Ningún tío en su sano juicio se quejaría de que su novia se pusiera de rodillas frente a él…
               … como hizo Sabrae.
               O de que le bajara los pantalones…
               … como hizo Sabrae.
               O de que exhalara un “mm” pensativo mientras se mordía el labio cuando viera el bulto de su erección…
               … como hizo Sabrae.
               O de que sonriera cuando le liberara la polla de los pantalones…
               … como hizo Sabrae.
               Mi chica chasqueó la lengua mientras me bajaba más y más los calzoncillos.
               -Me preguntaba dónde estaban. Creía que me los había robado Mary Elizabeth.
               Reí entre dientes.
               -Sólo tú serías capaz de mentar a mi hermana mientras tienes mi rabo en las manos. Además, te recuerdo que son mis calzoncillos, no tuyos. Mimi me los habría robado a mí.
               -¿Lo son?-respondió, extendiendo los dedos a lo largo de mi envergadura. Gruñí por lo bajo, acusando el contacto. Todavía tenía un poco del lubricante del condón que ya me había quitado sobre la piel, así que estaba terriblemente sensible-. Qué gracioso. Estaba segura de que todo esto…-ronroneó…
               …¿Y NO VA, LA MUY HIJA DE PUTA, Y ME RECORRE LA POLLA DESDE LOS HUEVOS HASTA LA PUNTA CON LA LENGUA?
               -… era mío.
               -A… já…-respondí. No podía pensar. Se me había desconectado el cerebro al completo, zona del habla incluida, en cuanto sentí su lengua por la parte baja de mi polla. Oh, joder, joder, joder, ¿cómo había hecho para irme a Etiopía? ¿Cómo podía haber sido tan absolutamente subnormal? Esperaba que Sabrae no dejara que me fuera. Joder, si visto lo visto, puede que ni siquiera fuéramos capaces de salir de la cama para ir al cumpleaños de Tommy.
               Espero que el benjamín de todos nosotros me perdonara. Seguro que me entendería. Después de todo, él tenía dos novias; una modelo, y otra cantante. Seguro que sabía lo que era estar a merced de una tía maligna que disfrutaba más haciéndote sufrir, jugando contigo como un gato con su presa, que reclamando tu polla.
               Sabrae sonrió, pasándome la lengua por el mismo sitio otra vez, lamiéndome como a un polo de su sabor favorito en una tarde de playa. Puse una mano en la pared para tratar de buscar un poco de saber estar, conseguir que mis caderas se mantuvieran en su lugar y no empezaran a moverse al ritmo que ella marcaba.
               Sabrae sonrió.
               -Has podido probarme un poco antes-ronroneó-. No pretenderías en serio privarme de mi revancha, ¿verdad que no, sol? Yo también echo de menos tu sabor.
               Me guiñó el ojo mientras me daba un besito en la punta, rodeándola a continuación con la lengua y cerrando los ojos cuando la rodeó con los labios. Succionó levemente y yo creí, de verdad te lo digo, a pesar de mi currículum y de la cantidad de cartas de recomendación sexuales que tenía a mi disposición con solo pedirlas, que iba a correrme ahí mismo. Así, sin más. Sabrae ni siquiera había necesitado meterse mi polla entera en la boca: un par de centímetros, su lengua entre sus labios y un leve movimiento de succión sería suficiente para que yo me rompiera para ella.
               Patético.
               -Eres tan… acaparador, mi amor-coqueteó, sonriendo mientras jugueteaba con mi hombría. A estas alturas, podría abrirme el pecho y arrancarme el corazón, espachurrarlo entre sus manos y ponerse a pisotearlo, y yo le daría las gracias-. Antes no eras tan egoísta. El voluntariado te ha cambiado bastante. Pero no te preocupes-me guiñó el ojo mientras dejaba un rastro de besitos a lo largo de mi polla, antes de llegar a mis huevos-. Yo me he estado acordando todas las noches desde que te fuiste de lo que hacíamos. Lo tengo muy, pero que muy fresco. Y sabes que me encanta enseñarte cosas, las que no sabes, y las que no recuerdas-me dio un beso en los huevos, y luego… me lamió uno…
               … antes de meterse el otro en la boca, los ojos cerrados, disfrutando del proceso mientras me masajeaba el tronco arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo.
               Pegué la frente a la pared del garaje y gruñí.
               -Me cago en la puta, Sabrae…
               Ella se limitó a reírse.
               -¿Te gusta así?
               -Sí.
               -Ya lo sabía-se chuleó, lamiéndome de nuevo como a un helado. Me estremecí de pies a cabeza.
               -Deja de hacer eso.
               -¿El qué?
               -Eso. Lamerme así, como si…
               -Como si, ¿qué, mi sol?-aleteó con las pestañas.
               -Como si fuera un helado.
               -¿Demasiados recuerdos de nuestros días en la playa? ¿De cuando nos bañábamos para bajarnos el calentón y poder follar entre las rocas durante más tiempo? ¿O de cuando se me derretían los polos de cereza entre las manos y tenías que ayudarme a terminármelos, a bebértelos de mi boca o lamérmelos de entre las tetas?
               Por Dios bendito. Deberían darme alguna condecoración por haber sacado a Sabrae de la circulación antes siquiera de que entrara. ¿Los tíos de Londres me odiaban por cómo les había cambiado las vidas a sus chicas? Deberían darme las gracias de que hubiera hecho que Sabrae se enamorara de mí antes de que la soltaran como una bestia sexual en la noche londinense. Entonces sí que no tendrían escapatoria.
               Recordé exactamente la tarde a la que se refería, una en la que se había reído y me había apartado con la excusa de que había familias mirándonos, y yo le había respondido que sólo estaba haciendo un servicio público, ayudándola a limpiarse sin utilizar servilletas que luego generaran residuos. Ella se había reído como nunca, y yo me había convencido a mí mismo de que no se podía estar más enamorado ni ser más feliz.
               Luego ella se había puesto encima de mí esa noche y me había dado cuenta de que estaba todavía más enamorado de ella, y también era más feliz, cuanta menos ropa y menos compañía teníamos.
               -Esto va a ser mejor que las otras veces-me prometió. Y yo que me creía desesperado.
               Cuando vi que se llevaba una mano a la entrepierna, recogiendo los restos de ese orgasmo que había tenido conmigo, y luego me rodeaba con la misma mano, masajeando mi polla y pintándome con su placer… casi me deshago.
               -Porque sé que te encanta mojarte en mí-tonteó.
               Y se metió toda mi envergadura en la boca, cerrando los ojos y concentrándose en respirar por la nariz. Puse las manos en la pared, dejando que se acostumbrara, mientras yo luchaba por no correrme en ese instante. Sabrae me sujetó con las dos manos, una en la base de mi polla y la otra en mi cintura, y me empujó suavemente, marcando el ritmo con el que se sintiera cómoda.
               Fue genial. Absolutamente genial. Todo lo que había soñado estando en Etiopía, los recuerdos que creía tener o las imágenes que había pintado en mi cabeza, se quedaban en nada cuando las comparaba con lo que me hacía Sabrae. Lejos de moverse con los límites de mi imaginación, lo hacía con los de la suya, que se expandía con la misión de darme placer. Gruñía  por lo bajo, buscando aire y prenderme fuego a partes iguales, se acercaba y se alejaba, succionaba y chupaba y usaba también los dientes, y cuando me sintió a punto de correrme, mucho más temprano de lo que le habría gustado a mi ego masculino pero también algo más tarde de lo que me esperaba, me sacó de su boca para decirme, todavía su mano masajeándome de arriba abajo:
               -Ya sabes qué quiero, Alec.
               Su voz era oscura, la de una villana de un cuento infantil; sus ojos, decididos como los de una emperatriz despótica que prendería fuego al mundo antes de dejarlo en libertad. Y su sonrisa fue la de una vampiresa en una noche de luna de sangre cuando la agarré de la cabeza sin poder evitarlo y me hundí en lo más profundo de su garganta, encontrando un alivio que no esperaba tener más que entre sus piernas. Sabrae se quedó muy quieta, aguantando la respiración mientras yo acababa, y cuando por fin me retiré, abrió los ojos, me miró con orgullo y se llevó un dedo a la comisura del labio, donde una gotita blanquecina se asomaba. Lo recogió con su anular, miró la pequeña perla en su yema, y se lo llevó a los labios de nuevo, succionándolo con los ojos puestos en mí.
               -Eres un putísimo demonio-le dije, y ella se rió.
               -Menos mal que follo bien, ¿eh?-me pinchó, y yo le dediqué una sonrisa oscura.
               -Empiezo a pensar que puede que haya exagerado lo bien que te mueves durante estos meses de abstinencia sexual.
               -Sólo tienes un modo de averiguarlo-respondió, guiñándome el ojo. Me eché a reír y le tendí una mano, que ella aceptó, para ayudarla a levantarse. La tomé de la cintura y le di un beso largo y profundo en el que pude sentir mi propio sabor en su lengua. Sabrae se relamió y clavó unos ojos enamorados, dedicados, en mí. No tenía ni idea de lo que había hecho para merecerme que un ser mitológico, tan especial que ni siquiera habían hablado antes de ella, me quisiera y me mirara como lo hacía Sabrae, pero estaba más que decidido a no desmerecer esas atenciones. Le daría todo mi amor, toda mi felicidad, toda mi dedicación.
               ¿Voy a ser capaz de irme otra vez a Etiopía?, me pregunté. Lo tenía bastante chungo si las cosas seguían como hasta ahora, en un idilio del que no pretendía escaparme, ni tampoco acelerar más de la cuenta.
               -Vamos, anda-la insté, dándole un beso en la cabeza. Cuando ella trastabilló por lo cansadas que tenía las piernas, la miré un momento antes de cogerla en brazos como si fuéramos una pareja de recién casados que acababa de llegar a su nueva casa. Sabrae exhaló un gritito de sorpresa y se echó a reír.
               -¡Alec! ¿Tenías que hacer ya la demostración de fuerza bruta? Sinceramente, me sorprende que hayas aguantado tanto sin chulearte de lo tochísimo que te has puesto en el voluntariado-bromeó, pellizcándome los bíceps con un silbido de impresión que, lo admito, reclamó lo más profundo de mi interior y encendió una parte orgullosa que ni sabía que tenía. Sí, las últimas semanas había empezado a notar que los esfuerzos del principio del voluntariado ya no eran tales, y había encontrado en ellos el consuelo y la realización que Valeria me negaba, pero de sospechar lo mucho que había cambiado a que Sabrae lo constatara había un mundo.
               Puede que los cambios que se habían producido en mí en Etiopía no fueran tan malos. Puede que merecieran la pena de lo mucho que me estaba perdiendo en casa. Puede que las cosas tuvieran que ser así, después de todo: Saab no habría apreciado cambio alguno si yo me hubiera quedado en casa porque no habrían sucedido tales cambios, y de haberlo hecho, ella estaría tan acostumbrada a mí que ni habría notado la diferencia.
               -No es demostración de fuerza, niña; estoy impidiendo que tengas una excusa del tipo “me he hecho un esguince subiendo las escaleras” para negarte a abrirte de piernas en mi habitación.
               -¿Te parece que voy a usar alguna excusa para no abrirme de piernas?-inquirió, alzando una ceja. Ni siquiera se aferró a mí con más fuerza cuando empecé a subir las escaleras con ella en brazos, tal era la confianza que tenía en que no la dejaría caer. Y en Etiopía todavía pensaban que tenían alguna posibilidad contra la única persona a la que aún no había decepcionado en toda mi vida. Me descojono, sinceramente.
               -Con lo cabrona que eres, tampoco me extrañaría.
               -¿Tienes queja de mi comportamiento la última hora?
               -Mm, vamos a ver… teniendo en cuenta que no tengo tu coño en la cara o que todavía no me has desencajado las cervicales sentándote en mi cara, ¿a ti qué te parece?
               -¡Todo el rato pensando en lo mismo, eres pesadísimo!
               -¡Si lo prefieres, me pongo a pensar en la situación geopolítica de Turkmenistán mientras te rasco la campanilla con la punta del rabo, Sabrae!
               Me dio un sonoro manotazo.
               -¡AU! ¡SABRAE! ¡Haz el favor de no agredirme mientras transporto carga delicada!
               -Oh, ¿yo soy delicada?-ronroneó, poniendo ojos de princesita mientras se pasaba una mano por debajo de la mandíbula, como enmarcando su rostro.
               -Sí, claro. Imagínate que te hago siquiera un rasguño. Me lo estarías recordando hasta el día que me muriera.
               Sabrae giró la manilla de la puerta de mi habitación y yo la empujé con la punta del pie.
               -Si tan mala piensas que soy, ¿por qué has venido tan rápido a verme desde Etiopía, a ver?
               -Creo-dije, posándola sobre la cama-, que me has echado un maleficio, o algo así.
               Se echó a reír y negó con la cabeza.
               -¿De verdad? A ver, elabora esa teoría.
               -Seguramente me has hecho algún amarre de esos que hacéis las tías, cogiéndome un mechón de pelo y quemándolo a la luz de la luna llena mientras hacías el pino o regabas el fuego con tu saliva, o alguna historia así.
               -Interesante teoría-ronroneó, acomodándose en la cama-, pero no tengo controladas las fases de la luna, así que vamos a tener que sacarla de la ecuación. ¿Alguna otra idea?
               -Entonces, has debido de envenenarme-dije, tirando de ella para meterme entre sus rodillas. Sabrae se rió y me acarició la cara.
               -¿Con qué?
               Me separé de ella para mirarla, alzando las cejas. Hice de bajar la vista hacia su entrepierna todo un espectáculo, y aulló una carcajada.
               -Puede que esa sea mi arma secreta contigo, después de todo.
               -¿Secreta? Porfa, Saab, que me la enseñaste a la media hora de darnos nuestro primer morreo.
               -¡No me estarás haciendo slut shaming! Creía que te gustaban...-tonteó, balanceando las caderas a un lado y a otro-, las chicas-abrió una pierna- fáciles-se mordió el labio, abriendo la otra y dejándome una vista perfecta de su ropa interior: un tanga de color azul celeste. Ya podía hacerme una idea de cómo era su sujetador.
               Me reí, acariciándole las rodillas y poniéndome de rodillas frente a ella. Me pasé una de sus piernas por el hombro y le di un beso en la cara interna de la rodilla mientras ella me miraba, paciente, con los dientes de nuevo asomándole por esos preciosos y perfectos labios que tan loco podían volverme.
               -Sabrae. No insultes el logro que supone que tú y yo estemos hoy aquí-murmuré, jugueteando con su piel de color chocolate con caramelo. Había empezado a perder el color dorado que adquiría durante el verano, cuando le daba más el sol, mientras que la mía continuaba tostándose poco a poco, pero no me importaba lo más mínimo. Aunque el oro se escondiera bajo la superficie, sabía que seguía corriendo por sus venas, mezclado con su sangre-. Me costó mucho que aprendieras a tolerarme, así que me merezco poder disfrutarte todo lo que me dé la gana.
               -¿Acaso te lo estoy impidiendo?
               -Bueno… estás vestida.
               Echó la cabeza atrás, una mueca burlesca en la boca.
               -Y pensar que mis amigas no te querían cerca de mí porque eras el Fuckboy Original… qué engañados nos tenías a todos.
               Me incliné hacia ella, planeando sobre su cuerpo con las dos manos en mi cama.
               -Joke’s on you, Saab. Etiopía me ha enseñado algo sobre mi pasado.
               -¿Y qué es?
               Me acerqué tanto a su boca que podría haberla besado si lo hubiera querido, sobre todo porque ella se inclinó hacia mí, pero yo me retiré. Quería mantenerla lo bastante cerca como para que mis palabras fueran caricias físicas sobre sus labios, pero no lo bastante como para que pudiera saborear mi aliento.
               -Que siempre soy el Fuckboy Original cuando se trata de ti sin ropa.
              
 
Siempre soy el Fuckboy Original cuando se trata de ti sin ropa. La frase reverberó dentro de mí, en cada uno de mis rincones, despertando células que hasta entonces habían permanecido dormidas, como si la esperanza que suponía que él estuviera allí fuera demasiado parecida a un sueño como para molestarse siquiera en abrir los ojos.
               Me imaginé las mil y una locuras que había hecho por la noche, siempre con chicas cuyos nombres rugía a la luna como un león posesivo, el rey de la sabana que ahora visitaba asiduamente. Me lo imaginé sobre ellas, debajo de ellas, en baños, en habitaciones de hotel, en habitaciones de dormitorios de estudiantes e incluso en rincones oscuros, atrayendo al demonio cada vez que se quitaba la ropa y haciendo que las chicas creyeran en Dios cuanto más se le alejaban. La reputación de Alec le había precedido allá donde fuera, y mis amigas y yo habíamos creído que era un obstáculo  cuando en realidad resultaba una bendición. La que consiguiera retener a su lado a un dios como él se convertiría en una diosa.
               Y yo no sólo le había retenido a mi lado: había hecho que me quisiera tanto que incluso estaba dispuesto a regresar del otro extremo del mundo para ir derecho a mi cama.
               Adoraba ser esa Sabrae. Aunque su piel no me perteneciera enteramente y mi cuerpo no fuera el templo que ella se merecía, porque tampoco lo merecía Alec, adoraba creerme infinita y omnipotente en todo lo que le concernía. No había cielo demasiado lejano, infierno demasiado candente, o distancia tan larga que no estuviera dispuesta a recorrerla por él.
               Él resplandecía como sólo podía hacerlo un dios solar que ha pasado tanto tiempo en el trópico que las estaciones han pasado de ser realidades a meras teorías de su pasado. Estaba guapísimo con ese bronceado que le marcaba aún más los músculos, haciendo de su piel una estatua de caramelo en el que yo quería hundirme, que quería deshacer y sobre el que bañarme. Le necesitaba dentro de mí; con lo que habíamos hecho antes no tenía ni para empezar. Quería que todo mi mundo se redujera a su cuerpo encima del mío, sentir la gravedad de la Tierra en la presión de sus ángulos sobre mis curvas, ofrecerle todo lo que tenía para que me saqueara como a una capital próspera en la noche en que su imperio conocía su final.
               Había arañado a duras penas pedacitos del paraíso que tenía entre las piernas mientras él no estaba, y había creído que se debía a que no podía hacerme nada mejor de lo que me lo hacía Alec. Pero ahora, teniéndolo delante, me daba cuenta de que aquello no era así. Había sido capaz de disfrutar de mi cuerpo y sobrevivir a ese invierno entre agosto, septiembre y octubre a base de extender los restos de su magia dentro de mí. Igual que la Luna no resplandecía por sí misma cuando se ponía el Sol, yo no era una diosa por derecho propio, sino porque Alec me lo permitía.
               Lo cual no implicaba que fuera menos diosa, o que la Luna fuera menos dueña del destino de los amantes, y señora de la noche.
               Alec subió las manos por entre mis piernas, acariciándome con la yema de los dedos como un maestro artesano que contempla su última escultura, a la que más cariño le ha cogido y de la que nunca de deshará. Presidiría su taller hasta el día de su muerte, y de ahí pasaría a un museo en el que la placa que la identificara rezaría una única cualidad: “favorita del artista”. Así me sentía yo cuando estaba con él, cuando él me miraba así: como si fuera la canción que, sin importar los años ni las veces que visitara una misma ciudad, jamás dejaba de ser interpretada en directo por su compositor.
               Alec abrió la boca, su aliento abrasador entrando dentro de mí como la respiración que insuflaba vida a todas las cosas. Inhalé el aire que lo rodeaba, tan impregnado de su esencia que me daban ganas de llorar. Está aquí, pensé. Es de verdad.
               Había habido momentos, en mis picos de desesperación, en que había creído que lo estaba exagerando todo, y que Alec no existía tal y como yo lo concebía. Evidentemente, estaba equivocada, pero no porque yo le diera a Alec más cualidades de las que tenía, sino porque el paso del tiempo siempre hacía mella en mi memoria y me hacía recordarlo menos perfecto y menos bueno de lo que era.
               Sus dedos llegaron al elástico de mi tanga, y se enredaron en él. Tiró suavemente de él, de manera que sentí que se separaba de mi sexo, húmedo e hinchado y hambriento aún de él, a pesar de que había sido con diferencia el rincón de mi cuerpo que más le había tenido, pero a medio camino, Alec se detuvo. Se mordió el labio, tan cerca de mi boca que casi sentí sus dientes hundiéndose en la mía. Inspiró, y sus ojos se hundieron en los míos.
               Me sentí honrada del amor que había en ellos, de la adoración sin condiciones. Había vivido mil aventuras en Etiopía, caminaba entre campos dorados y salvaba animales de almas más pura que la mía… y aun así no dudaba en buscarme la primera nada más llegar a Inglaterra, en pedir que nos dejaran un tiempo a solas, en pelearse con su familia con tal de tener la casa para nosotros dos.
               Se merecía que le diera todo lo que me pidiera, o que sacrificara todo lo que tenía para que siguiera siendo feliz.
               Incluida mi vergüenza por lo indigna que me sentía de que me quisiera como lo hacía. Podría tener a la chica que quisiera: incluso antes de irse, cuando era menos evidente su auténtica naturaleza, Alec podía hacer que te detuvieras en seco y que te temblaran las rodillas si se lo proponía. Siempre había sido guapo hasta decir basta, y que fuera un chulito sinvergüenza no ayudaba a que te resistieras a él, pero ahora que estaba tan moreno… tan musculado… habría sido la perdición de modelos, de actrices, de cantantes por igual. Diana era más apropiada para él que yo, con su cuerpo perfecto, sus curvas definidas, su vientre plano. Cualquier otra chica se habría repuesto de la tristeza que suponía separarse de él en el gimnasio, decidida a darle una sorpresa y estando todavía más buena cuando regresara, en una especie de humanización del vestido de la venganza que había llevado la princesa Diana hacía tantos años ya. Y yo no había hecho sino lo contrario: engordar, abandonarme… regodearme en la pena que me suponía perderle.
               Pero eso no era culpa suya, sino mía. Era yo quien tenía que cargar con ese castigo, igual que él había cargado con tantas faltas que había cometido en el pasado, y también se había apropiado de las de quienes le rodeaban. Por eso, supe que iba a obedecerle en cuanto me miró y supe lo que planeaba pedirle. Sólo esperaba que a él le bastara con lo que tenía.
               -Quítate la ropa.
              
 
Había estado inspiradísimo la primera vez que la llamé “bombón”, aunque esté feo que yo lo diga. Porque así la sentía: absolutamente deliciosa, irresistiblemente apetecible. Estaba preciosa con la ropa que había elegido, como siempre, pero ya era hora de que me dejara verla en su infinita perfección cuando se desnudaba. No podía esperar a ver qué llevaba debajo del vestido. Había pensado en desnudarla yo mismo, y por eso había empezado a bajarle el tanga, pero luego me había dado cuenta de que, si lo hacía yo, sería como el diabético al que le permiten comer pasteles solamente una vez al año, por el día de su cumpleaños: me abalanzaría a por todos y apenas los saborearía.
               Si lo hacía ella, en cambio, sería a su propio ritmo, con el suficiente espacio entre nosotros para que yo pudiera observarla y regodearme en mi suerte.
               Sabrae asintió con la cabeza casi imperceptiblemente, como si estuviera pensando cómo lo hacía para hacérmelo más agradable si cabe. Colocó entonces el tobillo sobre una de mis piernas y se estiró para deshacerse los nudos de los zapatos y poder quitárselos. La ayudé, y fui yo mismo el que la descalzó.
               La tensión que había entre nosotros volvió a ascender como un cohete cuando lo hice. Hay pocas cosas tan eróticas como ayudar a una chica a quitarse la ropa interior, y una de ellas era el calzado. Estar descalzo con alguien es una manera de mostrarte vulnerable sin pretenderlo: no puedes correr, muchas superficies te hacen daño… cuando te quitas el calzado, estás diciéndole indirectamente a tu compañera que quieres quedarte a su lado y que no ves ninguna razón por la que tendrás que alejarte de ella.
               Sabrae se soltó la coleta y, mordiéndose el labio, tiró de la parte baja de su vestido hasta levantárselo. Se lo sacó por la cabeza y lo dejó a un lado de la cama. Se apartó el pelo del hombro y se llevó las manos a la espalda. Efectivamente, llevaba un sujetador azul celeste a juego con el tanga. Chasqueó la lengua mientras se peleaba con el encaje, nerviosa, y yo me incliné hacia ella.
               -Espera-le pedí, y ella me miró, preocupada. Algo me dijo que sentía que se estaba cargando el momento con su torpeza, pero… joder, yo podría pasarme mis vacaciones enteras allí sentado, mirándola en ropa interior. Tenía las caderas más anchas y las tetas más grandes, contenidas en su sujetador a la perfección, con un escote más profundo de lo que lo había tenido antes.
                Buf. Estaba buenísima. Más buenísima todavía de lo que lo estaba cuando me marché.
               Eres un cabrón con muchísima suerte, Alec Whitelaw, me dije mientras me inclinaba para besarla. Porque no podía más. Porque no podía mantenerme más tiempo alejado de ella. Porque la deseaba y necesitaba tenerla ya.
               La miré de arriba abajo: su preciosa cara, sus hombros, sus tetas, su vientre, sus caderas, sus muslos. Joder. Toda ella era perfecta y la prueba viviente de que no iba a volver a Etiopía. Tendría que llamar de madrugada, pedir que me pusieran con Luca y darle instrucciones de que lo empaquetara todo para mandármelo por correo. Correría gustoso con los gastos de envío, aunque fuera un jodido millón de libras.
               -Joder…-gruñí, negando con la cabeza, mirándole las tetas aún en el sujetador. Sabrae levantó la vista como un corderito que acaba de darse de bruces con el lobo feroz.
               -¿Qué pasa?
              
Mierda. Mierda, mierda, mierda. Mierda, mierda, mierda, MIERDA. De la que intentaba desabrocharme el sujetador, me había colocado un enganche en otro y lo había enredado de forma que no era capaz de soltármelo. Y me urgía mucho, muchísimo. Suponía que estando desnuda sería incluso más evidente que había engordado, pero confiaba en que mi desnudez fuera un elemento de distracción para que Alec no pensara en eso. En cambio, con el sujetador se notaban muchísimo los kilos de más: era como si mis pechos se hubieran creído con la misión de mostrar cuánto había engordado rebosando por debajo y por los lados.
               Alec se acercó a mí mientras me peleaba con el enganche, los ojos fijos en mis senos. Sabía que era lo bastante bueno como para no decirle a nadie que estaba peor de la última vez que lo había visto, pero una cosa era que no me lo dijera y otra que no le gustara. Alec no tenía ningún control sobre su cuerpo en ese aspecto, igual que yo tampoco lo tenía sobre el mío.
               Cuando me pidió que esperara casi empiezo a hiperventilar, pero logré controlarme. No así con el pánico que me invadió cuando él protestó con un “joder”.
               -¿Qué pasa?-casi chillé, sintiendo que todo el mundo se detenía y nos miraba. Me miraba a mí. Nunca había experimentado pánico escénico hasta entonces; incluso la primera vez que me vio desnuda, si bien sabía de sobra que había estado con chicas con mucho mejor físico que el mío, no había experimentado esta sensación. Hacía meses, cabía la posibilidad de que Alec creyera que no estaba lo suficientemente buena para él, pero yo sabía que lo estaba. Ahora, sin embargo, no me gustaba lo que venía en el espejo. No creía que estuviera buena.
               Sólo esperaba que Alec me tuviera las suficientes ganas como para poder soñar con la que había sido antes de…
               -¿Estás ovulando?-preguntó, recorriéndome de arriba abajo, como si pudiera ver en mi piel en qué momento de mi ciclo estaba. Fruncí el ceño un instante, preguntándome a qué venía eso, hasta que... me di cuenta de que, cuando ovulaba, tenía la piel más sensible y los pechos más hinchados. Puede que Alec lo achacara a eso.
               -No-reconocí, avergonzada, apartándome un mechón de pelo tras la oreja. No podía mentirle en ese aspecto; bastante le estaba mintiendo ya. Además, si le decía que sí para cubrirme las espaldas, puede que a él le apeteciera hacerlo en algún momento sin protección y le echara para atrás la posibilidad de dejarme embarazada, así que repetí tras carraspear-: No, ¿por qué?
               Alec tomó aire y lo soltó por la nariz antes de decir:
               -Ya no me acordaba de lo desquiciadamente buenísima que estás, bombón.
              
Que te voy a comer entera, bombón. Eso es lo que pasa, pensé mientras observaba sus nuevas curvas, esos regalos que me había hecho y que yo no me merecía lo más mínimo. Se lo había hecho pasar mal, había hecho que se peleara con sus padres, y aun así, cuando volvía, Sabrae estaba mejor que antes. Esto no era ningún tipo de ilusión que sus hormonas estuvieran haciendo en su cuerpo o en las mías, sino que de verdad era ella.  
               -Ya no me acordaba de lo desquiciadamente buenísima que estás, bombón.
               Antes estaba guapa, estaba increíble. Pero ahora…
               -¿Qué?-preguntó con un jadeo, como si no se lo pudiera creer.
               Con un esfuerzo sobrehumano, conseguí levantar la vista de su cuerpo para encontrarme con sus ojos.
               -Que estás buenísima, Sabrae. Parece que hasta te sienta bien estar sin mí.
               -No digas eso-dijo apresuradamente.
               -Va en serio. Bueno, no del todo-fruncí el ceño-. Por favor, dime que no has tenido alguna especie de glow up o algo como les pasa a las famosas cuando lo dejan con sus novios tóxicos.
               -No me vaciles, Alec.
               -No te vacilo.
               -Esto es serio.
               -Seria es la atención psicológica que voy a necesitar cuando termines de desnudarte. Jo-der, tía-silbé-. Claire me va a meter el sablazo del milenio por llamarla de madrugada.
               -¿Lo dices de verdad?-me preguntó, porque a veces esta cría es tonta, parece ser. Tenía los ojos un poco húmedos, como si de verdad pensara que podía no gustarme.
               -Claro. ¿Por qué te pones así? Es la puta verdad, Sabrae. Estás buenísima. En serio, vas a hacer que me corra con sólo mirarte.
               Sonrió, y en ese momento me di cuenta de que la frase que había empezado la carrera de su padre y de los padres del resto de Chasing the Stars sobre que había sonrisas que iluminaban una ciudad entera no era una licencia poética, sino la puñetera verdad.
               -Es que… he cogido peso-explicó, nerviosa, y yo me la quedé mirando.
               Mucho.
               Tiempo.
               A mí me están grabando.
               -¿Y?-pregunté. No podía estar diciéndome en serio que ahora estaba fea, o algo así, cuando Sabrae era la razón de que yo entendiera perfectamente a las lesbianas y a las bisexuales y de que estuviera convencido de que los gays simplemente no le habían prestado ni dos milisegundos de atención. Podría convertirlos a todos ellos en bisexuales con simplemente quitarse la ropa.
               -Pues que no sabía si… te iba a seguir gustando.
               -¿Porque ahora pesas más?-pregunté, y ella se retorció las manos.
               -Porque… estoy más gorda.
               Puse los ojos en blanco. Sí, definitivamente me están grabando.
               -Más para morder-dije simplemente. No me esperaba que se abalanzara sobre mí como lo hizo, pero tampoco me molestó. No, la verdad es que no me molestó en absoluto. Le rodeé la cintura desnuda con el brazo y la atraje hacia mí, porque había vivido suficiente tiempo entre chicas como para saber qué era aquel miedo que Sabrae tenía. Era el mismo miedo que hacía que Mimi sólo comiera helados cuando había tenido un ensayo particularmente duro; el mismo miedo con el que Bey se miraba en todos los ángulos de los probadores antes de llevarse una minifalda a casa, y se la probaba a continuación allí también, sólo por si acaso.
               No había sido capaz de proteger a Mimi de aquello, ni tampoco a Bey. Pero por mis cojones que iba a proteger a Sabrae.
              
 
Más para morder. Así, sin más. Como si no tuviera ningún tipo de relevancia, como si no fuera importante. Sentí en ese mismo instante que había sinceridad en sus palabras, que Alec lo creía de verdad. Puede que hubiera cambiado, pero no lo suficiente como para no gustarle. Quizá incluso sí que apreciaba que yo ahora tuviera las curvas todavía más marcadas, que hubiera más piel que besar, acariciar, morder. Había elegido esa palabra de entre todas porque sabía que me preocupaba más la connotación sexual del cambio en mi físico que lo que podía producirle en lo que respectaba a ternura o amor. No me bastaba con que él me viera guapa; necesitaba que también me viera sexy, atraerle como había hecho siempre, protagonizar sus sueños húmedos y sus pesadillas más picantes. Ser la primera persona en la que pensaba cuando veía una escena de sexo en una película y le apeteciera reproducir lo que estuvieran haciendo. Protagonizar sus fantasías mientras se masturbaba.
               Me había dado terror perder eso en los minutos en que fui plenamente consciente de los cambios en mi cuerpo y de la imposibilidad de ocultarlos.
               Por suerte para mí, Alec siempre iba a ser mi caballero de la brillante armadura, protegiéndome de mis enemigos y conservando mi cordura; siempre iba a ser ese sol que se levanta en el momento preciso y destruye los monstruos hechos de sombras.
               Me abrazó como si supiera que me había roto durante esos meses sin él, y estuviera uniendo mis piezas. Me abrazó como lo que era: una salvación que yo no sabía que necesitaba hasta que no levanté la vista y descubrí que el cielo no estaba hecho de aire, sino que era la superficie del mar, y yo no podía respirar bajo el agua.
               Me acarició la espalda con un respeto infinito, dejándome claro que era yo la que marcaba los ritmos. Todavía quedaba una última cosa que me tenía un poco nerviosa, aunque él ya debía de haberse dado cuenta porque ya me había desnudado de cintura para abajo en el garaje, pero eso tenía un remedio muchísimo más rápido y efectivo que mi aumento de peso.
               Estaba preparada para todo lo que él quisiera hacerme. Esto no se trataba de mí: como había dicho Fiorella, yo me había quedado en casa, todo mi mundo había seguido igual salvo en el tema de Alec. Él no había tenido la misma suerte que yo, y aunque estaba disfrutando del voluntariado, la forma en que había mirado a sus amigos y a su familia cuando regresó con nosotros me hizo ver que los echaba de menos más de lo que se atrevía a admitir siquiera ante sí mismo. No, esto no se trataba de mí. Se trataba de Alec, de lo que le apetecía y de su felicidad.
               Gracias a Dios, lo que a él le apetecía y su felicidad coincidían con lo que a mí me apetecía y lo que a mí me hacía feliz. Así que le pregunté:
                -¿Seguimos?
               Alec inhaló el aroma que desprendía mi pelo y asintió con la cabeza, separándose de mí. Me mordisqueé los labios mientras lo miraba a los ojos y le ofrecía que fuera él quien me desabrochara el sujetador.
               -Lo tengo enredado atrás, así que… creo que se te dará mejor a ti.
               -Para nada estaba todo pensado-bromeó, inclinándose hacia mí, dándome un suavísimo beso en los labios y acariciándome entre las piernas, que separé para darle acceso a mi entrepierna si así lo deseaba, mientras con la otra mano me soltaba el enganche del sujetador. Me ayudó a quitármelo y me permitió de nuevo marcar mi ritmo dejando que fuera yo quien me bajara los tirantes del sujetador. Liberé así mis pechos, que sentía más llenos, un poco más pesados y no tan firmes como lo habían estado antes. Alec no rompió el contacto visual conmigo a pesar de que ya estaba acariciándole el pecho con los míos. Me echó el pelo por encima del hombro, dejando mis senos al descubierto para su mirada.
               Y aun así no los miró.
               -Eres tan preciosa-sus dedos se deslizaron por mi mejilla-. Tengo muchísima suerte de que estés conmigo.
               -Soy yo la afortunada de los dos, Al. Me tocó una lotería astral el día que decidiste quererme.
               Rió entre dientes y continuó ascendiendo por mis muslos. Jugueteó con mi sexo por encima del tanga, y cuando pensé que empezaría a bajármelo, empezó a subir y a subir y a subir, sus dedos bailando sobre mi piel como si estuviera sonando una música ancestral que sólo se interpretaba para nosotros dos.
               Había una pregunta en sus ojos, una pregunta que no tenía por qué hacerme nunca, pues le pertenecía más incluso de lo que podía pertenecerme a mí misma. Aun así, asentí con la cabeza y le acaricié el antebrazo mientras sus manos recorrían mis senos, reconociéndolos y descubriéndolos a la vez. Alec no pudo resistirlo más y bajó la mirada.
               Y si necesitara una razón más para quererlo, me la dio cuando sonrió al mirarlos. Los sostuvo entre sus manos de una forma en que empezaron a dolerme por lo tierno que estaba siendo conmigo. Sus pulgares se pasearon por mis pezones, dándome un suave pellizquito, y yo suspiré.
               -No entiendo cómo te pueden dar vergüenza, si son absolutamente perfectos.
               -Echo de menos cómo eran antes-susurré. Echaba de menos todo mi cuerpo de antes, pero a mis pechos especialmente. Sí, vale, me habían crecido y eso los hacía todavía mejores bajo la mirada masculina, porque a más tamaño, más sexualizados estaban y más me podían convertir a mí en un objeto de consumo, pero… toda mi ropa estaba hecha para su tamaño anterior. Y… estaba la relación que habían tenido con Alec-. Te enamoraste de ellos por cómo eran antes.
               -Podría enamorarme de ellos como son ahora, con el tiempo. Calculo que, aproximadamente, me llevará… diez segundos-sonrió, inclinándose y besándolos castamente. Y luego abrió la boca y se metió el pezón en el que tenía el piercing entre los labios, succionando despacio, mandando corrientes eléctricas por todo mi cuerpo. Me estremecí, arqueando la espalda mientras lo retenía contra mí y notaba que volvía a humedecerme. Mi sexo se abrió como una flor con la llegada del rocío y del amanecer.
               Mi respiración acelerada fue todo lo que Alec necesitó para saber que estaba preparada y que habíamos pasado lo peor, así que me tumbó sobre el colchón y se metió entre mis piernas, arrodillado.
               -¿No quieres pedirme nada?-bromeó, y yo abrí los ojos y lo miré. En su expresión juguetona vi que estaba en mis manos decidir cómo lo hacíamos: si volvíamos a lo que habíamos sido en el garaje y nos convertíamos en animales que se encuentran de forma sucia y acelerada, o si nos convertíamos en los amantes que habíamos sido la primera vez que nos vimos desnudos e hicimos el amor tan despacio que casi nos volvemos locos.
               Y aunque lo echaba de menos, aunque me gustaba muchísimo cuando era delicado conmigo, aunque era así, despacio, como me lo había imaginado la mayoría de las veces mientras estaba en Etiopía… me gustaba que Alec se convirtiera en ese animal que sólo entendía un lenguaje, el de mi cuerpo chocando contra el suyo.
               Ya tendríamos tiempo de sobra para ser Al y Saab. Ahora teníamos que ser Alec Whitelaw y Sabrae Malik. De modo que respondí:
               -¿Que no te pongas condón? Si nunca me escuchas-suspiré trágicamente, y su mirada se oscureció. ¿Quieres guerra? Guerra tendrás, parecían decir sus ojos.
               -Ya cumpliremos tus fantasías cuando me garanticen que no tendré que compartirte a los nueve meses. Mientras tanto… ¿qué tal si dejo de ser el único que disfruta de las vistas?
 
 
Saab se relamió y a mí se me olvidó cómo se respiraba. Juguetona, se balanceó de un lado a otro, las rodillas de nuevo unidas y conteniendo ese tesoro que tenía entre ellas de forma que yo no pudiera verlo.
               Se llevó un dedo a los labios y se mordisqueó la uña.
               -No me importaría descubrir que no soy la única que ha cambiado… aunque diría que a ti te ha sentado mejor la separación que a mí, sol.
               Me reí. Oh, nena, no tienes ni idea.
               -La idea era que mejorara en la medida de lo posible, ¿no, bombón? Veamos si ha sido así.
               -Oh, créeme. Me parece que que lo ha sido.
               Sonriendo, me llevé las manos a la camisa y empecé a desabrochármela.
               Con cada botón que cedía, el hambre en los ojos de Sabrae crecía y crecía.
               Dios, cómo iba a disfrutar esto. Y qué mal que mi madre me hubiera dado solo una hora. Necesitaba más bien una vida entera para todo lo que me apetecía hacerle, especialmente ahora que esas sombras se habían alejado de su mirada.
              
 
Mi sexo comenzó a palpitar en el momento en que Alec terminó de desabrocharse la camisa y se la quitó sin más preámbulos. Sus músculos se movieron en su pecho, ascendiendo y descendiendo, flexionándose e hinchándose como pretendía que lo hiciera pronto dentro de mí. Abrí las piernas para poder inclinarme y acariciarle el torso, descendiendo desde sus pectorales hasta la línea de V que marcaba sus caderas, sin desmerecer, por supuesto, sus gloriosos abdominales. Era Hércules reencarnado, y yo… no sabía qué diosa era, pero se lo dejaría a él para que eligiera a su predilecta.
               Tiré del elástico de sus calzoncillos, que asomaban por encima de sus pantalones, y exhalé un gruñido cuando se me escaparon de entre los dedos. Alec sonrió.
               Y entonces se puso en pie, se quitó los zapatos sin tan siquiera usar las manos, y empezó a desabrocharse los pantalones. Su erección ya se marcaba contra la tela de los pantalones, con una envergadura muy, pero que muy prometedora.
               Se quitó los gayumbos a la vez que los pantalones. Y yo no pude hacer otra cosa que quedarme mirando su polla, grande, gorda y erecta. Me recorrió un escalofrío de pies a cabeza, recordando lo que había sentido al tenerlo dentro hacía tan solo unos minutos. Se me erizaron los pezones y se me puso la carne de gallina.
               Mi sexo palpitó con más anticipación, y contuve un gemido cuando vi que Alec sonreía con maldad… y empezaba a masturbarse. Lenta, muy lentamente, recorrió su envergadura con una sola mano, ejerciendo la presión justa para tener que morderse el labio y mirarme a los ojos con decisión, como si esperara que fuera yo la que me diera la vuelta en la cama, gateara sobre el colchón y le diera placer con la boca.
               En términos normales no me importaría, pero… tenía un hambre de él que me hacía perder la razón. Sabía cómo y dónde lo quería, y no era ni contenido como estaba, ni tampoco en mi boca.
               Quería toda su furia entre mis piernas, bombeando de nuevo en mí como lo había hecho en el garaje.
               -Hay una cosa de mí que, si quieres, podemos cambiar.
               -¿Has encontrado a una hermana gemela tuya desaparecida y está esperando al otro lado de la puerta?-preguntó, y me reí y negué con la cabeza.
               -Estoy sin depilar.
               Sus ojos bajaron a mi entrepierna mientras seguía tocándose despacio.
               -Ah-já.
               -Y, viendo que tú sí lo estás…
               -Yo sabía a lo que venía-contestó, masajeándose la punta con el pulgar-. Como es evidente.
               Se mordió el labio cuando hizo un poco más de fuerza en su polla y yo me lo quedé mirando. Tomé aire y lo solté despacio, tratando de contener la ebullición que se desataba en mi interior.
               -Son dos minutos. Puedo ir al baño, coger tu cuchilla de afeitar y volver en nada como nueva.
               Alec exhaló una risa por la nariz.
               -No sé qué coño te piensas que es esto, Sabrae: ¿una carrera de obstáculos? ¿El Grand Prix, quizá? Si no quieres que te coma el coño hasta lo que viene siendo la semana que viene, te sugiero que me lo digas claramente, porque un poco de pelo no me va a detener. Además, si crees que va a hacerlo, es que necesitas este polvo todavía más que yo… y que te va a gustar mucho más.
               -¿Vamos a echarlo o te me piensas correr en las tetas?-pregunté, señalándole la polla con la mandíbula, y me dedicó una sonrisa oscurísima.
               -Resulta que me encanta cuando me suplicas, así que creo que no te voy a tocar hasta que no me lo pidas.
               -¿Esas tenemos?-respondí, y ni corta ni perezosa me quité el tanga y abrí las piernas. Me llevé una mano al sexo, abrí los labios con dos dedos y me rodeé el clítoris con el dedo corazón. Me sentía aún empapada de la vez anterior; aunque había cogido bastante de mi humedad cuando le hice la mamada a Alec, mi cuerpo se negaba a permanecer tranquilo y había seguido lubricando, preparándome para lo que vendría a continuación.
               Alec sonrió, una sonrisa torcida y oscura que hacía las delicias de todas las mujeres de Londres y poblaba las pesadillas de todos los hombres. Su Sonrisa de Fuckboy®.
               Tiró de mí, me bajó los pies de la cama y se arrodilló entre mis rodillas antes siquiera de que yo pudiera reaccionar. Me separó las piernas con ganas y zambulló la cara en mi interior, apartándome la mano con una de ellas mientras que hundía los dedos de la otra en mi muslo.
               Arqueé la espalda y abrí aún más las piernas, recibiendo en mi interior todo lo que él quisiera darme: su lengua, sus labios, sus dedos. Busqué la almohada y me aferré a ella como si mi vida dependiera de ello mientras Alec se daba el mayor festín de su vida conmigo.
               Me rodeó el clítoris con la lengua, me succionó los labios entre los suyos, introdujo su lengua en mis pliegues y no dejó ningún rincón de mí sin explorar. A cada segundo que pasaba era capaz de hacerme la chica más feliz del mundo, bebiendo de mis mieles como un vikingo recién llegado de una batalla.
               -Ésa es mi chica. Buena chica. Sí, Sabrae, sí. Di mi puto nombre. Estás tan deliciosa-gruñía-. Podría estar comiéndote este delicioso coño que tienes hasta el final de mis días. Joder. Dios. Nunca voy a volver a Etiopía. Nunca. Quiero hundirme entre tus piernas hasta que me muera.
               Era una deliciosa pesadilla agotadora en la que no me dejaba margen de descanso. Recorrió toda mi extensión con la lengua, recogiendo cada una de mis gotas, y cuando creía que había terminado o parado para respirar, Alec volvía a la carga, absolutamente borracho de mí. Era como si yo fuera el único alimento que le habían permitido en dieciocho años de vida, y estuviera decidido a morirse de un empacho antes que de hambre otra vez. Empecé a tensarme. Arqueé la espalda, clavando los talones en la suya y empujándome sobre el colchón para regalarle más fricción.
               -Alec…
               -Sí, nena. Di mi nombre mientras te corres. Sí.
               -Alec.
               Su nombre era una plegaria y una maldición, el hechizo que me tenía atrapada en una espiral de placer y el veneno más potente contra mi tranquilidad. Mis caderas ya no eran mías, sino que le pertenecían enteramente: me movía en círculos, arriba y abajo, a un lado y a otro, en dirección contraria a donde él se movía, en busca de más fricción, más profundidad, simplemente más.
               -¡Alec! ¡Dios mío! ¡A-lee-eec!-jadeé, montándolo a pesar de estar tumbada, rompiéndome a pesar de no estar todavía en el apogeo del orgasmo. Pero cada vez estaba más cerca, y su lengua, sus labios no hacían nada por ayudarme.
               Y entonces, sus dientes.
               Justo cuando estaba a punto de correrme, Alec echó mano de ese truco suyo marca de la casa en el que te mordía el clítoris y tú simplemente MORÍAS.
               Eso hizo exactamente conmigo y me hizo volar. Grité su nombre para grabarlo a fuego entre las estrellas, me eché a temblar de pies a cabeza, jadeé, me revolví, lo retuve junto a mí y a la vez lo aparté de mí mientras de entre mis piernas manaba la miel que había sido el origen de todo. Mi cuerpo me retuvo a duras penas, mi esencia dilatándose como la explosión de una bomba atómica.
               Alec me dejó descansar unos segundos, apartándose de mí y permitiéndome recomponerme. Lo escuché gruñir y jadear, y no sabía cuánto era por seguir masturbándose y cuánto por lo que acababa de hacer conmigo.
               -No me has hecho suplicar-susurré, mirando mi reflejo en su claraboya: yo, desnuda, sudorosa, resplandeciente tras un orgasmo cuyo regalo no me esperaba. Él se rió y me besó la cara interna del muslo.
               -Te dije que no te iba a tocar hasta que no me lo pidieras, pero no te dije con qué parte del cuerpo-contestó, introduciendo un dedo perezoso dentro de mí. Me mordí el labio y giré la cabeza a un lado, sonriendo-. ¿No tienes nada que decir? Porque todavía me quedan bastantes partes del cuerpo que no te he vetado.
               -No vas a ganar esta vez-negué con la cabeza-. Me follarás porque no podrás aguantarlo más. Yo he tenido ya tres orgasmos. Tú sólo uno. Te llevo ventaja.
               Alec se asomó por entre mis piernas.
               -No tengo inconveniente en terminar subcampeón-respondió-. La plata me sienta muy bien.
                -¿Tan orgulloso tienes que ser, hasta el punto de no hacerme nada simplemente porque quieres que te diga que quiero que me folles como Dios manda?
               -¡Uy, Sabrae! Para, para. Para follarte como Dios manda, tendría que ser tu marido. ¿Acaso te crees que me he venido de Etiopía con un anillo o algo por el estilo?
               -Tú ya me entiendes-sonreí, acariciándole el pelo. Había sido extraño tirar de él y dirigirlo ahora que ya no tenía todos sus rizos, pero también me había hecho cosquillas en los muslos con el pelo que llevaba más corto.
               -Claro que te entiendo, pero es divertido meterse contigo.
               -¿Más que meterte en mí?
               Sonrió.
               -Un punto por originalidad. Bueno, nena, entonces, ¿segunda tanda? ¿Cuánto me vas a hacer dar la lengua antes de mover la tuya? Son sólo dos palabras. Dilas. “Porfitas, Alec”, y tendrás veintitrés centímetros a tu disposición.
               -¿Veintitrés? ¿No eran veintidós?
               -Es que hace mucho que no te veo-lloriqueó, y me eché a reír. Jadeé cuando él me metió dos dedos y empezó a masajearme por dentro-. ¿Y bien? ¿Qué va a ser, señorita Malik?
               -Puedo con otra ronda.
               -Los rivales que me aguantan el ritmo siempre han sido mis preferidos-sonrió, besándome en la sonrisa vertical-. Oye, ¿qué tal ha estado? ¿Es como recuerdas?
               -Ajá-sonreí, soñadora, mirando de nuevo mi reflejo embobada.
               Y Alec se incorporó de un brinco.
               -¿¡Cómo!? ¡¿No es mejor!? Debo de haber perdido facultades.
               Y se afanó en recuperarlas, ya lo creo. Volvió a devorarme como si no hubiera un mañana, usando también los dedos esta vez. La diferencia estuvo en que, cuando me notó cerca del orgasmo la primera vez, se retiró un poco para hacerme suplicar. Al ver que yo no lo hacía y que estaba dispuesta a terminar yo misma, gruñó por lo bajo que no iba a hacer eso nunca más, que le causaba todavía más frustración que a mí…
               … y se dedicó a comerme, y comerme, y comerme con la desesperación de un caníbal. Volvió a emplear su truquito del mordisco al clítoris, como yo me esperaba, con la diferencia de que presionó dentro de mí en un punto que yo no sabía ni que tenía…
               … y me lanzó a las estrellas. Mi cuerpo dejó de responderme. Atravesé galaxias, saliendo del sistema solar y luego de mi propia dimensión. Ascendí y ascendí y ascendí más allá de un cuerpo que no me pertenecía, retorciéndome entre alrededor de él, que sonreía con maldad mientras seguía devorándome.
               Sentí que me deshacía, y cuando por fin me tranquilicé y volví en mí, descubrí que había hecho squirting. Alec sonreía con el orgullo que sólo experimentan los chicos que nos hacen pasar por aquello a las chicas.
               -Eso está mejor-me dio una palmada en el culo y se arrodilló de nuevo sobre la alfombra. Me estremecí.
               Estaba al límite de mis fuerzas y todavía quedaba lo mejor. Quería reservarme un poco para poder disfrutarlo y darle todo lo que se merecía.
               -¿Al mejor de cinco?-preguntó, y yo me incorporé como buenamente pude y clavé los ojos en los suyos.
               -Alec…
               -¿Mm?-preguntó, recorriendo mis muslos con los dedos, recogiendo mis fluidos de mi piel y observándolos con fingido aburrimiento.
               -Por favor.
               Levantó la vista y me miró.
               -Ya me parecía a mí.
               Y esbozó exactamente la misma sonrisa de la que hablaba Taylor Swift en Cruel Summer: la del mismísimo demonio que sabe que te tiene entre sus garras y que harás del infierno tu nuevo paraíso, simplemente porque él vive allí.  





             
¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺

2 comentarios:

  1. Bueno mira yo pensaba que me iba a pasar todo el capítulo chillando con las tremendas guarrerías y resulta que una vez mas este señor ha vuelto a joder la marrana y me ha puesto super soft.
    Me muero de la ternura con Sabrae super insegura y como me ha recordado al momento de Alec saliendo del hospital, he querido llorsr fuertemente. Also, el momento de me están grabando me he descojonado fuerte.

    ResponderEliminar
  2. MADRE MÍA MADRE MÍA!!!!! Es que me subo por las paredes con este cap la verdad. Comento alguna cosa:
    - “Me importaba una mierda mi alma inmortal, si es que la tenía: me parecía una moneda de cambio tan válida como otra cualquiera a cambio de esto que estábamos compartiendo.”
    - Sabrae insegura por haber cogido peso y Alec diciéndole justo lo que necesita escuchar me he puesto muy soft
    - “Ya tendríamos tiempo de sobra para ser Al y Saab. Ahora teníamos que ser Alec Whitelaw y Sabrae Malik.”
    - Me ha encantado Alec todo el capítulo pensando en cómo pudo irse y en cómo va a volver a hacerlo :’)
    - “Y esbozo exactamente la misma sonrisa de la que hablaba Taylor Swift en Cruel Summer: la del mismísimo demonio que sabe que te tiene entre sus garras y que harás del infierno tu nuevo paraíso, simplemente porque él vive allí” ESTA PUTA FRASE MI PERDICIÓN OSEA LO QUE GRITÉ CUANDO LA LEÍ EN TWITTTER.
    Evidentemente me ha ENCANTADO el cap y tengo muchas ganitas del siguiente <3

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤